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lunes, 26 de febrero de 2018

Gay Talese y la dictadura de los moralistas

La Razón (Madrid) de hoy publica esta entrevista a Gay Talese de Julio Valdeón, realizada con motivo de la presentación en Madrid de la reedición de El Puente, su viejo libro sobre la construcción del puente Verrazano de Nueva York.
«El clima general me recuerda al ''macartismo''»

Charla sin miedo, pero a sabiendas de que cada palabra que diga se va analizar con lupa. «Incluso sin hablar», dice. Es lo que considera uno de los lastres de hoy
 
Gay Talese recibe en el bar del Plaza. Presenta El puente (Alfaguara). Un libro de hace medio siglo que vuelve a editarse. Un libro luminoso y preciso. «Quería contar la historia de la gente que construyó el puente Verrazano», rememora, «gente que de otra forma es anónima. Los hombres que levantaron los puentes, los rascacielos, que excavaron los grandes túneles, nadie los recuerda»

–Nadie recuerda los nombres de los constructores de las pirámides...
–Trabajé para el New York Times, como periodista, desde 1956 hasta 1965. En 1958 me enviaron a cubrir unas protestas en Brooklyn, la gente se manifestaba contra la idea de ese puente estúpido, que destruiría el barrio. Tenían que construir una carretera y tirarían cientos de casas. Y claro, pensaron, «¿Quién necesita un puente?». Y aparte de las casas destruidas, traerá más tráfico, más crimen... todos lo odiaron.

–Y entrevista a los vecinos...
–Parecía una guerra. Perderían sus hogares, su barrio. Al principio me interesaban las mudanzas. No es fácil hacerlo. Cambiar de casa. Tengo 86 años. Vivo en un apartamento aquí cerca, en la misma casa en la que vivía cuando empecé a escribir este libro... Para esa gente la experiencia fue dramática. ¿Qué hacían? ¿A dónde iban? Había un tipo con 18 niños, era complicadísimo. Otro tenía una relación con una chica, y la mudanza los separó. Recuerdo al dueño de una funeraria. Echó cuentas y con el puente perdía a cientos de clientes potenciales. ¡Se morirían para otro! Parece gracioso, pero para él era un desastre.

–Arrancan, al mismo tiempo, los trabajos en la fundación del puente.
–Exacto, durante meses, paralelos a las negociaciones y los conflictos por la destrucción del barrio, y hablo con los obreros, y uno de ellos me comenta que su padre trabajó en la construcción del puente George Washington, en 1930, y otro que el suyo lo hizo en el Golden Gate, en San Francisco. Pertenecían a algo así como una sociedad cerrada. Un mundo particular. Casi como artistas del circo. Trapecistas. Aquel era un negocio peligroso. Pero también tradicional, y familiar. Y busqué al ingeniero. Othmar Ammann. Un mito. Había proyectado todos aquellos puentes. El George Washington, el Triborough... Tantos otros. Vivía en un hotel, en el Carlyle, en la planta treinta y tantas. Tenía un telescopio con el que podía ver sus puentes. Era un hombre viejo. Le visité en el hotel. Un tipo de la vieja escuela. Así que tenía al hombre que lo había diseñado, un personaje, un Miguel Ángel de los puentes. A los constructores, los trabajadores del metal. Y a la gente que expulsaron. Y empecé a ir una vez a la semana, en los ratos libres, y así durante cuatro años.

–¿Los trabajadores del metal son los últimos de una estirpe?
–Todavía están aquí. El nieto de uno de los protagonistas del libro trabajó en el equipo que puso la antena en el nuevo World Trade Center, en la Torre de la Libertad. Mira a tu alrededor. Esta maldita ciudad. Siguen levantando rascacielos por todas partes. Por otro lado, sin duda, es gente especial. ¿Cuántos de nosotros trabajaríamos a esa altura en un día con viento, completamente expuestos? Si llueve no trabajan, pero si hay viento, sí, y tampoco importa el frío, ni el calor, y luego, en fin, lo que hacen permanece, sigue ahí durante generaciones...

–No perdió el contacto con ellos.
–Intento no abandonar nunca las historias. Sigo viéndome con los protagonistas de algunos de mis libros durante años. A veces hablábamos de los trabajos que hicieron después del Verrazano. Algunos estuvieron en las Torres Gemelas. Por cierto, cuando el WTC cayó a consecuencia de los atentados no les sorprendió. Les parecía una basura. Estaba casi vacío por dentro. Para optimizar los beneficios y el espacio. Así que no les sorprendió en absoluto que se derrumbara. Más tarde, sus nietos estuvieron en el rascacielos que ha sustituido a las Torres, del que sí están orgullosos. Es muchísimo más seguro y robusto.

–¿Sería posible escribir un reportaje así hoy, dedicarle tanto tiempo?
–Difícil, aunque, por otro lado... A veces me invitan a hablar en las universidades. Estuve en Harvard la semana pasada. Escuchas quejas y, bueno, el nuestro siempre fue un oficio duro, pero no estamos en la cárcel. No construimos puentes. No somos deportistas que entrenan para un juegos olímpicos, expuestos a que una lesión te retire antes de llegar. ¿Tiene problemas el periodismo? Claro, y uno de los más importantes es que los futuros periodistas solo se relacionan con otros iguales a ellos. Solo quieren estar con gente bien instruida, lo que han conocido desde que nacieron, y claro, así es difícil.

–¿Era distinto antes?
–Había cosas distintas, sin duda. Por ejemplo, el ejército. Cuando yo tenía 20 años tenías que ir dos años. Eso te obligaba a relacionarte con gente de todo el país, de todos los extractos sociales, de todas las razas. Algunos educados. Otros no. Luego, con 23 años, estabas fuera, y al menos tenías cierta experiencia fuera de tu círculo más inmediato, de tu esfera de seguridad.

–Quizá por eso no entendieron el fenómeno Trump.
–Es que nunca se han relacionado con esa otra América. La de la gente ordinaria. Que por cierto, claro, en una conversación seguro que es menos interesante. Más aburrida. Pero es tu oficio, tu obligación. Hay que salir a la calle. Tienes que hablar con la gente. Con toda clase de gente.

–Tampoco cree que la tecnología nos haya beneficiado en exceso.
–Internet te permite escribir sin salir de tu casa, pero no hace falta que hablemos de internet. Piense por ejemplo en las grabadoras. Como esta suya. Las grabadoras llegaron en los años 60. Obligan a que las entrevistas sean una sucesión de preguntas y respuestas. La gente, en la vida real, no habla así. No dialogamos de esa manera. Todo lo que recibes con este formato son respuestas muy cuidadas. Ensayadas. Cerradas. No digamos ya si concedes varias entrevistas sobre el mismo asunto. Las perfeccionas. Aparte, la grabadora te obliga a estar en un lugar cerrado, por culpa del ruido, y yo prefiero entrevistar paseando, en la calle, con un papel y un bolígrafo en el bolsillo, y apuntar solo las cosas que me parezcan más importantes.

–Hablábamos de Trump: sus ataques contra la Prensa y el contraataque de ésta.
–Es aburrido. Todos los días lo mismo. Mire el New York Times, hay días con cinco historias sobre Trump. Y los editoriales. Y las columnas... Lo malo que es Trump. Si no estuviera, ¿de qué escribirían? Ya no leo las páginas editoriales del Times. En las televisiones es todavía peor. Trump. Trump. Solo hablan de Trump. Generalmente para machacarle. Les falta imaginación. Son incapaces de hablar de otra cosa. Y tenemos a unos cuantos periodistas que se han hecho famosos gracias a Trump.

–Y está el asunto de la corrección política.
–No sé en el resto del mundo, pero ahora mismo en América vivimos un periodo extraño. La gente tiene miedo de hablar. Si dices algo que no conviene te destruyen. Ni siquiera necesitas hablar. Basta con que alguien te nombre, con que te acusen de algo sexual, para que estés acabado. Da igual que te defiendas. Que digas que no hiciste nada. Que protestes. Te puede acusar alguien que está resentido contigo. Que te la guarda por la razón que sea. Cualquiera. Y tu empresa te despedirá. No creas que va a defenderte. Ni siquiera esperará a que la acusación se sustancie. Tienen miedo de la opinión pública, de los patrocinadores, y no quieren perder dinero.

–Mire Woody Allen y Amazon...
–La hija adoptiva le acusa, pero luego hay otro hijo que le defiende, y a ese nadie le hace caso, nadie le cree, a nadie le importa lo que diga. El clima general, no hablo solo de Allen, me recuerda al «macartismo». Ahí tiene a Tavis Smiley, el periodista de la PBS. Lo despidieron por haber mantenido relaciones con gente que trabajaba en su programa. Relaciones consentidas. Con adultos. Pero lo acusan de conducta inapropiada y lo despiden. Smiley les ha demandado.

–Usted mismo se ha visto envuelto en unos cuantos líos.
–Estaba en unos premios, hace un par de meses. Se me acerca un periodista de «Vanity Fair» y me pregunta, «¿De quién le gustaría escribir?»: «De Kevin Spacey». No sé. Me gusta escribir de gente en problemas. Me gustaría saber cómo se siente. Esa clase de caída, que nadie te ofrezca trabajo, que te borren de las películas, que todo el mundo te odie... Y añadí: «Mire, cualquiera en este salón, cualquiera, tiene algo de lo que avergonzarse, incluso el Dalai Lama, si estuviera aquí, tendría algo que ocultar». No me refería a un crimen. Si alguien es un criminal, un depredador, que lo pague. ¿Pero deslices? ¿Errores? ¿Quién no los ha cometido alguna vez? En fin, en ese momento el periodista tendría que haberme dicho que a Spacey le había acusado más de una persona. Yo no lo sabía. No había seguido la historia. Sabía que estaba en problemas, y es mi actor favorito. Pero no tenía ni idea de que había otras denuncias... Ojalá me hubiera advertido.

Y llegó el escándalo.
–Sí, mi respuesta dio la vuelta al mundo. Vivimos tiempos de ortodoxia, incluso de dictadura de los moralistas, y no puedes discutir con ellos... Hace años que David Mamet escribió «Oleanna», su obra sobre la relación entre un profesor y una alumna. Si no la conoce, búsquela. No podría estar más vigente. Se adelantó a su tiempo.

viernes, 6 de octubre de 2017

Periodismo gonzo y otros adjetivos inútiles


Llaman gonzo en argot irlandés de los bajos fondos al último hombre que queda en pie en un maratón de alcohol, y eso en Irlanda es mucho decir... Parece que de ahí sacó Hunter Thompson la expresión gonzo journalism. Periodismo gonzo sería en castellano, pero el problema de estos adjetivos sin sentido es que no significan nada y nos dejan igual que antes hasta que alguien explica el significado de la palabra inventada y luego hay que acordarse de qué quería decir. Estaría mucho mejor decirle periodismo encubierto y todos en paz.

Ahora imaginemos a un periodista que decide cubrir un maratón de aguardiente o de comer choripanes como un tragaldabas para contar a su audiencia qué se siente, pero en carne propia. Bueno, resulta que para eso tiene que llegar hasta el final y ganar el maratón. Quizá por eso dice Hunter Thompson que “para ser gonzo se necesita el talento de un maestro periodista, la mirada de un artista o un fotógrafo, y las bolas bien plantadas de un actor”.

Se trata de ser el protagonista de la historia que se relata. Involucrarse, pero no ser uno más sino el que lleva la voz cantante y sin que esto choque con la condición esencial del periodismo que es el rigor informativo... El gonzo es una subespecie del Nuevo Periodismo que inventó Tom Wolfe, pero además del viejo Wolfe lo ejerció con maestría Truman Capote y lo sigue haciendo Gay Talese, bastante mayorcito también: relatar hechos puros y duros con todos los recursos de la novela. Pero la idea central de Thompson no es el relato sino el protagonismo; el relato viene después. A los 27 años escribió Hell’s Angels después de haberse infiltrado en una banda de motoqueros violentos durante un año entero. Y parece que cuando los motoqueros se enteraron casi lo matan a patadas.


El Nuevo Periodismo no plantea ningún problema ético, ya que está más relacionado con el estilo de escritura y con el contexto de los hechos que se relatan. Las coberturas se realizan a la luz del día y todo el mundo lo sabe... hasta que Gay Talese escribió El motel del voyeur, la historia real del propietario de un motel en Colorado que espiaba a sus huéspedes. Es cierto que Talese publicó sus crónicas muchos años después de los hechos, cuando el hotel ya había cerrado y no quedaba nada del edificio ni de los artilugios que usaba el voyeur para mirar desde el cielo raso a sus pasajeros hacer las cosas más increíbles y anotarlas meticulosamente en un cuaderno.

El problema del periodismo gonzo es que lo ejerce un encubierto metido en tribus que pretenden mantener sus actividades en secreto por ser bastante ilegales. Precisamente por eso los tribunales les han dado la razón ya en varias ocasiones y siempre que se trate de deschavar actividades delictivas. Así que puede dormir tranquilo, ya que mientras no esté haciendo macanas no se le va a meter ningún gonzo en su casa.

Pasa que el periodismo cambia con la sociedad y también cambian sus estándares, sin embargo no creo que sea legítimo usar recursos de los servicios de inteligencia –mucho menos si son ilegales– para meterse en la vida de los demás, aunque los demás sean delincuentes: para eso está la policía. Prefiero la idea del periodismo border que se inventó Emilio Fernández Cicco, un pibe de Lobos (Buenos Aires) que hasta ahora ha curtido de porno star, sparring de la Hiena Barrios, enterrador en el cementerio de la Chacarita y cosas parecidas para publicar sus historias. Está en las librerías Yo fui porno star y otras crónicas de lujuria y demencia, que se parece mucho al título del uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937) Cuentos de amor, de locura y de muerte, que al fin y al cabo era bastante border. Gabriel García Márquez escribió con estilo y recursos de novela el Relato de un náufrago, la Crónica de una muerte anunciada y la Noticia de un secuestro. ¿Le parece poco como aporte de nuestro continente al Nuevo Periodismo, al border, o al gonzo? Y hay muchísimos más, en el Ecuador, en la Argentina y en toda nuestra Améric a mestiza. No estamos inventando nada nuevo.

Todos los periodistas tenemos algo de gonzo y de border y también de delincuente y de policía... y de voyeur y de todo. Además somos artistas y –varones o mujeres– tenemos lo que hay que tener, además de un bolígrafo, una cámara de fotos, un micrófono o una computadora. Somos periodistas y punto.

domingo, 24 de junio de 2012

10 de Gay Talese


Ya no me acuerdo quién me pasó el enlace de esta recopilación de frases de Gay Talese hecha por María Picatoste en el ABC de Madrid  (muy mal editada, por cierto). Se las paso con mi propia adaptación. Si es periodista, aplíqueselas:
1. Usted mismo nunca es la historia.
2. Siempre será un novato.
3. Ficción y no ficción están más cerca de lo que parece.
4. Usted es un narrador de historias.
5. El periodismo necesita mentalidad literaria.
6. Preste atención a la gente ordinaria porque usted es uno de ellos.
7. Pero además puede ser de clase alta.
8. Y meter presos a los bandidos de chaqueta y corbata.
9. Sin pisar la calle no se enterará de nada.
10. Sea escéptico, hártese.

domingo, 19 de junio de 2011

Gay Talese y The New York Times

The clergy doesn’t tell the truth. Bankers don’t tell the truth. The government doesn’t tell the truth. Bush doesn’t tell the truth. Obama doesn’t tell the truth. Nobody tells the truth as much as the Times tries to tell the truth. And without the Times, we might as well be the Soviet Union in the old days.
El resto de la entrevista está aquí.

lunes, 6 de junio de 2011

La verdad, lo importante y el periodismo

Copio, tal como salió, la columna en El Universo de Guayaquil del viernes pasado (el sábado la publicó El Territorio de Posadas). Está inspirada en este post y en este otro:
“Periodista es el que cuenta la verdad y no el que cuenta lo que fue importante ayer” le explicó Gay Talese a Juan Carlos Rivero en una entrevista que le hizo para la Cadena Ser, de España.

Gay Talese es un grande y además un caballero. Un veterano de la profesión más apasionante del mundo, que a sus 79 años anda siempre impecable, con ternos de verdad porque tienen tres piezas, tiradores, pañuelo en el bolsillo y sombrero de ala ancha. Entre Talese y Tom Wolfe juegan a ver quién es más elegante y quién escribe las mejores historias.

Los periodistas estamos acostumbrados a aprender más en las redacciones que en la universidad y a admirar más a nuestros mayores que a nuestros profesores. Quizá por eso aguzamos el oído cuando hablan estos maestros absolutos de la profesión: tipos capaces de enfrentarse con el mismísimo demonio y que además escriben como los dioses. Y no se callan nada, ni Gay Talese ni otros de su talla, como Jon Lee Anderson, Gabriel García Márquez, Tom Wolfe, Manuel Rivas, Eduardo Galeano, Ryszard Kapuścińsk y Oriana Falacci. Todos ellos escriben o escribieron las historias que se publican en la página 30 del periódico y no en la portada. Son las que perduran y podemos leerlas ahora como hace 50 años y emocionarnos con ellas. Son las historias del amor, de la envidia, de la angurria o de la corrupción. Las historias eternas de las pasiones humanas que superan cualquier ficción. Historias mágicas de la América mestiza o aventuras en Etiopía, en Cuba, en Bagdad o en Irán.

Kapuścińsk decía algo parecido a la frase de Talese con la que encabezo esta columna: las buenas historias se encuentran cuando los periodistas abandonan la escena. Es entonces cuando los lugares y las personas vuelven a la vida cotidiana, al estado normal. Es que los periodistas de la portada van en la carroza del poder, viendo los globos de colores y las serpentinas a su paso por Disneylandia. Es lo que algunos sociólogos llaman la construcción social de la realidad y que quiere decir que no importa tanto la realidad como lo que decimos de ella. A los políticos les interesa más el relato que la realidad, desde que se dieron cuenta de que por mucho que hagan, si nadie lo sabe, nadie los apoyará. Y al contrario: si el relato es bueno, aunque sea una mentira como un castillo, por más que no hagan nada o se corrompan asquerosamente, la gente los votará. En esa dialéctica perniciosa nos movemos y convivimos los periodistas y el poder (todo el poder, no solo el político). Como decía Allen Neuharth: hemos tomado demasiadas copas con el poder...

Esta es la explicación del periodismo del poder: un oxímoron, una contradicción en sí misma. Porque el poder todavía cree que puede cambiar la realidad cambiando el relato. Más todavía: cree que el pueblo es tonto y que lo puede manipular. Por eso la prensa del poder es una de las señales más terribles de sus pésimas intenciones. Y quizá por eso y porque el pueblo de tonto no tiene un pelo, nadie le cree a la prensa del poder. Y por eso es un pésimo negocio... Bueno, es un pésimo negocio para el poder, pero pingüe para los que proveen prensa al poder: unos vivos y unos mercenarios capaces de escribir a favor o en contra de quien le diga el que le paga.

Decía Juan Domingo Perón que ganaba las elecciones cuando tenía toda la prensa en su contra y perdía el poder cuando la tenía a su favor. Y aclaro que a su favor quería decir que solo quedaba en pie la que había incautado.

No se me enojen los periodistas que hacen las portadas de los diarios, pero ahí están las noticias y no las historias. Y las noticias son importantes, pero también son efímeras y, como dice Talese, no “reflejan la vida normal, la vida real de su tiempo. Lo importante es escribir historias reales sobre la gente normal. No los titulares”. Los otros, los periodistas de la página 30, son los que conocen el drama real y también las verdaderas intenciones de las personas. Ellos están más centrados en buscar la verdad que en resaltar lo importante. Son los que no conocemos, los que ni siquiera firman sus notas ni muestran la cara con una sonrisa al comenzar su relato.

Este es un homenaje a todos los periodistas anónimos de El Universo y de todos los diarios del mundo. Los que buscan la verdad sin cansarse y sin tregua. Los que la consiguen con trabajo arduo en la maraña interminable de mentiras del poder.

lunes, 30 de mayo de 2011

El periodista cuenta la verdad, no lo importante

Lo dijo Gay Talese en la entrevista que le hizo José María Rivero para la Cadena Ser.

Lo importante está en las primeras páginas, es lo que pasó ayer. La verdad, en cambio, está en la página 30. Ahí están los buenos temas. Léala ya.

domingo, 27 de febrero de 2011

Rídículo del periodismo pijo, cheto, pituco, gomelo, sifrino, fresa

En el avión me regalan uno de esos catálogos de frivolidades llamadas Revistas Femeninas de Alta Gama. Uno no logra entender por qué en esos mensuales las mujeres son tratadas como trofeos de lujo: colgadores de ropa, soportes de joyas, superficies de decoración, objetos sexuales… Todo muy de organza y oro blanco, por supuesto. ¿Será que quienes las hacen son así o tienen ese concepto de ellas mismas? Llaman a eso estilo, glamur, etc. No sé. Quizá no estoy a la altura de ese periodismo.

Viene este mes una pieza titulada "Retrato de un viejo [fotógrafo] verde". Una periodista con nombre de ave quiere retratar á-la-Talese a un anciano fotógrafo de modas de los 50 y 60 al que no avergüenza mostrar su decrepitud. Al parecer, necesita trabajo. Ya se sabe, cuando el hambre aprieta no hay vergüenza ni miedo. Sin ir más lejos, mire lo que viene pasando en Túnez, Egipto, Libia…

El reportaje desprende la ilusión impostada del encuentro con el falso mito y una descarada superficialidad, como es habitual en el género. No falta el calificativo de "seductor", que atribuido a un varón de 82 años viene a ser lo mismo que llamar "simpática" a una mujer de 22. Lo mejor, con todo, es la tópica capacidad de la reportera para asombrarse con falso escándalo (ella diría delicioso susto o así) de las variadas groserías y vaciedades que le cuenta el vanidoso retratista. Es tan cómico…

Me acordé de una historieta que me contó el padre de un amigo, de 70 años. Se encontró en una tienda con su viejo amigo en tiempos del internado. No se veían hacía décadas. Se saludaron y le preguntó qué tal. El otro, poniendo la palma de la mano perpendicular a la hebilla del cinturón, respondió:
—De aquí para arriba, fatal. De aquí para abajo, como un chaval, oye.
El padre de mi amigo, que es hombre cabal y sensatísimo, le retrucó:
—Fulanito, he venido a saludarte porque fuimos amigos, no para que me cuentes trolas [mentiras].
Para evitar este tipo de sospechas razonables sobre su personaje, la periodista ejecuta hacia el cuarto párrafo un recurso canónico entre los escribidores. Consiste en asegurar al lector que su personaje no tiene los defectos que sería natural suponerle dadas sus condiciones físicas, sociales, profesionales y tal. La edad, por ejemplo. Muchos años hacen malo al testigo, pues el tiempo emborrona el pasado, esos hechos ya lejanos del presente durante el que se evocan. También indica la imposibilidad física de algunos comportamientos que se afirman del protagonista y que son ordinariamente improbables debido a los naturales achaques de la madurez, etc.

Es un método clásico: para que la gente siga mordiendo el anzuelo tu reportaje debe ser creíble, comenzando por sus protas. Nuestra periodista lo resuelve así:
O* (siempre nombre de pila, por supuesto, porquenosconocemosdetodalavidasabes?) hace estas reflexiones en voz alta hojeando uno de sus libros de fotografía […], en el que aparece (sic) una serie de mascotas con sus amos bajo la irónica mirada de O*. Muchas de estas páginas llevan anotaciones a lápiz o post it amarillos con sus comentarios: 'Esta es muy pija', "A este lo paré por la calle", "¿Sabías que las hormigas cultivan sus propios huertos?"… Tiene una memoria lúcida, y lo mismo repasa anécdotas de hace 40 años que me muestra lo que lleva en la cartera […].
¿Qué tiene que ver la lucidez de la memoria con mostrar lo que se lleva en la cartera? En fin. El personaje y la periodista transforman un recurso en fullería, pues en el siguiente párrafo se les ve el plumero:
Pero yo, como Fidel [Castro], no sé mandar […], dice, recordando a continuación su periplo por Cuba junto al dictador. "Fui en el año 57 con JAG* para hacer un libro, pero me eché una novia y me quedé unos meses. Fidel era simpático conmigo y me encargó organizar a los españoles e italianos para un festival de canción protesta. Un día íbamos por un ministerio […]
En el año 57 Fidel no iba por ningún ministerio. Esto es seguro. Todo lo demás… ya no sé. ¿Habrá que desconfiar de la "lúcida memoria" del personaje, de la periodista o la de ambos? ¿Es solo una demostración más de la "irónica mirada" del fotógrafo? ¿Se despistó la editora del texto? ¿Es un mero error de tipeo? ¿La entrevista con el abuelo fue un amasijo de incoherencias y el imposible quita-corta-pega de la edición mezcló una anécdota del año 57 con un paseo de Fidel por un ministerio y un festival de canción protesta? ¿Se derramó el Veuve Clicquot sobre los originales, que la mayordoma no pudo limpiar con el pañuelo de seda y hubo que reconstruirlos de memoria, sabes?

[No enlazo porque la revista en cuestión publica sólo un blog]

PD: Un señor (o señora) que dice que "Fidel no sabe mandar" o no sabe quién es Fidel o no sabe qué es mandar. O ambas cosas.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Gay Talese se viste de Tom Wolfe

Así aparece hoy Talese en la foto de Llibert Teixidó para La Vanguardia:

Y Wolfe, en una de sus clásicas: