El espinzazo de la noche, pintura de Jon Lomberg que describe una metáfora sobre la naturaleza de la Vía Láctea contada por
el puebloiKung de la República de Botswana.
Capítulo VII
El espinazo
de la noche
Llegaron a un agujero redondo en el cielo... que resplandecía como el fuego. Esto,
dijo el Cuervo, era una estrella.
Mito esquimal de la creación
Preferiría comprender una sola causa que ser Rey de Persia.
DEMÓCRITO DE ABDERA
Pero Aristarco de Samos sacó un libro conteniendo algunas hipótesis, en el cual las
premisas conducían al resultado de que el tamaño del universo es muchas veces
superior a lo que ahora recibe este nombre. Sus hipótesis son que las estrellas fijas
y el Sol se mantienen inmóviles, que la Tierra gira alrededor del Sol en la circunfe-
rencia de un círculo, con el Sol situado en el centro de la órbita, y que la esfera de
las estrellas fijas, situada alrededor del mismo centro que el Sol, es tan grande que
el círculo en el cual supone que gira la Tierra está en la misma proporción a la dis-
tancia de las estrellas fijas que el centro de la esfera a su superficie.
ARQUÍMEDES, El calculador de arena
Si se diera una fiel relación de las ideas del Hombre sobre la Divinidad, se vería
obligado a reconocer que la palabra dioses se ha utilizado casi siempre para expre-
sar las causas ocultas, remotas, desconocidas, de los efectos que presenciaba; que
aplica este término cuando la fuente de lo natural, la fuente de las causas conocidas,
deja de ser visible: tan pronto como pierde el hilo de estas causas, o tan pronto co-
mo su mente se ve incapaz de seguir la cadena, resuelve la dificultad, da por termi-
nada su investigación, y lo atribuye a sus dioses... Así pues, cuando atribuye a sus
dioses la producción de algún fenómeno... ¿hace algo más, de hecho, que sustituir
la oscuridad de su mente por un sonido que se ha acostumbrado a oír con un temor
reverencial?
PAUL HEINRICH DIETRICH, barón Von Holbach,
Systéme de la Nature, Londres 1770
168 Cosmos
CUANDO YO ERA PEQUEÑO VIVÍA en la sección de Bensonhurst de
Brooklyn, en la ciudad de Nueva York. Conocía a fondo todo mi
vecindario inmediato, los edificios, los palomares, los patios, las
escalinatas de entrada, los descampados, los olmos, las barandas
ornamentales, los vertederos de carbón y las paredes para jugar al
frontón, entre ellas la fachada de ladrillo de un teatro llamado
Loew's Stillwell, que era inmejorable. Sabía dónde vivía mucha
gente: Bruno y Dino, Ronald y Harvey, Sandy, Bemie, Danny,
Jackie y Myra. Pero pasadas unas pocas travesías, al norte de la
calle 86, con su retumbante tráfico de coches y su tren elevado, se
extendía un territorio extraño y desconocido, que quedaba fuera
de mis vagabundeas. Sabía yo tanto de aquellas zonas como de
Marte.
Aunque me fuera pronto a la cama, en invierno se podía ver a
veces las estrellas. Me las miraba y las veía parpadeantes y leja-
nas; me preguntaba qué eran. Se lo preguntaba a niños mayores
y a adultos, quienes se limitaban a contestar: “Son luces en el cie-
lo, chaval.” Yo ya veía que eran luces en el cielo, pero ¿qué eran?
¿Eran sólo lamparitas colgando de lo alto? ¿Para qué estaban allí?
Me inspiraban una especie de pena: era un tópico cuya extrañeza
de algún modo no afectaba a mis indiferentes compañeros. Tenía
que haber alguna respuesta más profunda.
Cuando tuve la edad correspondiente mis padres me dieron mi
primera tarjeta de lector. Creo que la biblioteca estaba en la calle
85, un territorio extraño. Pedí inmediatamente a la bibliotecaria
algo sobre las estrellas. Ella volvió con un libro de fotografías con
los retratos de hombres y mujeres cuyos nombres eran Clark Ga-
ble y Jean Harlow. Yo me quejé, y por algún motivo que entonces
no entendí ella sonrió y me buscó otro libro: el libro que yo que-
ría. Lo abrí ansiosamente y lo leí hasta encontrar la respuesta: el
libro decía algo asombroso, una idea enorme. Decía que las estre-
llas eran soles, pero soles que estaban muy lejos. El Sol era una
estrella, pero próxima a nosotros.
Imaginemos que cogemos el Sol y lo vamos alejando hasta que-
dar convertido en un puntito parpadeante de luz. ¿A qué distancia
habría que desplazarlo? En aquel entonces yo desconocía la no-
ción de tamaño angular. Desconocía la ley del cuadrado inverso
para la propagación de la luz. No tenía ni la más remota posibili-
dad de calcular la distancia a las estrellas. Pero podía afirmar que
si las estrellas eran soles, tenían que estar a una distancia muy
grande: más lejos que la calle 85, más lejos que Manhattan, más
lejos probablemente que Nueva Jersey. El Cosmos era mucho
mayor de lo que yo había supuesto.
Más tarde leí otra cosa asombrosa. La Tierra, que incluye a
Brooklyn, es un planeta, y gira alrededor del Sol. Hay otros pla-
netas. También giran alrededor del Sol; algunos están cerca de él
y otros más lejos. Pero los planetas no brillan por su propia luz,
como le sucede al Sol. Se limitan a reflejar la luz del Sol. Si uno
se sitúa a una gran distancia le será imposible ver la Tierra. y los
demás planetas; quedarán convertidos en puntos luminosos muy
débiles perdidos en el resplandor del Sol. Bueno, en este caso,
pensé yo, lo lógico era que las demás estrellas también tuvieran
planetas, planetas que todavía no hemos detectado, y algunos de
estos planetas deberían tener vida (¿por qué no?), una especie de
vida probablemente diferente de la vida que conocemos aquí, en
Brooklyn. Decidí pues que yo sería astrónomo, que aprendería
El espinazo de la noche 169
cosas sobre las estrellas y los planetas y que si me era posible iría a
visitarlos.
Tuve la inmensa fortuna de contar con unos padres y con algunos
maestros que apoyaron esta ambición rara, y de vivir en esta época,
el primer momento en la historia de la humanidad en que empeza-
mos a visitar realmente otros mundos y a efectuar un reconocimien-
to a fondo del Cosmos. Si hubiese nacido en otra época muy ante-
rior, por grande que hubiese sido mi dedicación no hubiese entendi-
do qué son las estrellas y los planetas. No habría sabido que hay
otros soles y otros mundos. Es éste uno de los mayores secretos, un
secreto arrancado a la naturaleza después de un millón de años de
paciente observación y de especulación audaz por parte de nuestros
antepasados.
¿Qué son las estrellas? Preguntas de este tipo son tan naturales
como la sonrisa de un niño. Siempre las hemos formulado. Nuestra
época se diferencia en que por fin conocemos algunas de las res-
puestas. Los libros y las bibliotecas constituyen medios fáciles para
descubrir las respuestas. En biología hay un principio de aplicación
poderosa, aunque imperfecta, que se llama recapitulación: en el de-
sarrollo embrionario de cada uno de nosotros vamos siguiendo los
pasos de la historia evolutiva de la especie. Creo que en nuestros
propios desarrollos intelectuales existe también una especie de re-
capitulación. Seguimos inconscientemente los pasos de nuestros
antepasados remotos. Imaginemos una época anterior a la ciencia,
una época anterior a las bibliotecas. Imaginemos una época situada
a cientos de miles de años en el pasado. Éramos más o menos igual
de listos, igual de curiosos, igual de activos en lo social y lo sexual.
Pero todavía no se habían hecho experimentos, todavía no se habían
hecho inventos. Era la infancia del género Homo. Imaginemos la
época en que se descubrió el fuego. ¿Cómo eran las vidas de los
hombres en aquel entonces? ¿Qué eran para nuestros antepasados
las estrellas? A veces pienso, fantaseando, que hubo alguien que
pensaba del modo siguiente:
“Comemos bayas y raíces. Nueces y hojas. Y animales muertos.
Algunos son animales que encontramos. Otros los cazamos. Sabe-
mos qué alimentos son buenos y cuáles son peligrosos. Si comemos
algunos alimentos caemos al suelo castigados por haberlo hecho.
Nuestra intención no era hacer nada malo. Pero la dedalera y la
cicuta pueden matarte. Nosotros amamos a nuestros hijos y a nues-
tros amigos. Les advertimos para que no coman estos alimentos.”
“Cuando cazamos animales, es posible que ellos nos maten a noso-
tros. Nos pueden comer. 0 pisotear. 0 comer. Lo que los animales
hacen puede significar la vida y la muerte para nosotros; su compor-
tamiento, los rastros que dejan, las épocas de aparejarse y de parir,
las épocas de vagabundeo. Tenemos que saber todo esto. Se lo con-
tamos a nuestros hijos. Ellos se lo contarán luego a los suyos.”
“Dependemos de los animales. Les seguimos: sobre todo en in-
vierno cuando hay pocas plantas para comer. Somos cazadores iti-
nerantes y recolectores. Nos llamamos pueblo de cazadores.”
“La mayoría de nosotros se pone a dormir bajo el cielo o bajo un
árbol o en sus ramas. Utilizamos para vestir pieles de animal: para
calentamos, para cubrir nuestra desnudez y a veces de hamaca.
Cuando llevamos la piel del animal sentimos su poder. Saltamos
con la gacela. Cazamos con el oso. Hay un lazo entre nosotros y los
animales. Nosotros cazamos y nos comemos a los animales. Ellos
nos cazan y se nos comen. Somos parte los unos de los otros.”
170 Cosmos
“Hacemos herramientas y conseguimos vivir. Algunos de noso-
tros saben romper las rocas, escamarlas, aguzarías y pulirlas, y
además encontrarlas. Algunas rocas las atamos con tendones de
animal a un mango de madera y hacemos un hacha. Con el hacha
golpeamos plantas y animales. Atamos otras rocas a palos largos.
Si nos estamos quietos y vigilantes a veces podemos aproximamos
a un animal y clavarle una lanza.”
“La carne se echa a perder. A veces estamos hambrientos y
procuramos no damos cuenta. A veces mezclamos hierbas con la
carne mala para ocultar su gusto. Envolvemos los alimentos que
no se echan a perder con trozos de piel de animal. 0 con hojas
grandes. 0 en la cáscara de una nuez grande. Es conveniente
guardar comida y llevarla consigo. Si comemos estos alimentos
demasiado pronto, algunos morirán más tarde de hambre. Te-
nemos pues que ayudarnos los unos a los otros. Por éste y por
muchos otros motivos tenemos unas regias. Todos han de obede-
cer las reglas. Siempre hemos tenido regias. Las reglas son sa-
gradas.”
“Un día hubo una tormenta con muchos relámpagos y truenos y
lluvia. Los pequeños tienen miedo de las tormentas. Y a veces
tengo miedo incluso yo. El secreto de la tormenta está oculto. El
trueno es profundo y potente; el relámpago es breve y brillante.
Quizás alguien muy poderoso esté muy irritado. Creo que ha de
ser alguien que esté en el cielo.”
“Después de la tormenta hubo un chisporroteo y un crujido en
el bosque cercano. Fuimos a ver qué pasaba. Había una cosa bri-
llante, caliente y movediza, amarilla y roja. Nunca habíamos visto
cosa semejante. Ahora le llamamos 'llama'. Tiene un olor espe-
cial. En cierto modo es una cosa viva. Come comida. Si se le deja
come plantas y brazos de árboles, incluso árboles enteros. Es
fuerte. Pero no es muy lista. Cuando acaba toda su comida se
muere. Es incapaz de andar de un árbol a otro a un tiro de lanza
si no hay comida por el camino. No puede andar sin comer. Pero
allí donde encuentra mucha comida crece y da muchas llamas
hijas.”
“Uno de nosotros tuvo una idea atrevida y terrible: capturar la
llama, darle un poco de comer y convertirla en amiga nuestra.
Encontramos algunas ramas largas de madera dura. La llama
empezó a comérselas, pero lentamente. Podíamos agarrarlas por
la punta que no tenía llama. Si uno corre deprisa con una llama
pequeña, se muere. Sus hijos son débiles. Nosotros no corrimos.
Fuimos andando, deseándole a gritos que le fuera bien. 'No te
mueras' decíamos a la llama. Los otros cazadores nos miraban
con ojos asombrados.”
“Desde entonces siempre la hemos llevado con nosotros. Te-
nemos una llama madre para alimentar lentamente a la llama y
que no muera de hambre.1 La llama es una maravilla, y además es
1 . No hay que rechazar como un concepto primitivo esta idea del fuego como
una cosa v iva que hay que proteger y cuidar. Se encuentra en la raíz de muchas
civ ilizaciones modernas.En cada hogar de la Grecia y la Roma antiguas y entre los
brahmanes de la antigua India había un hogar y un conjunto de reglas prescritas
para cuidar de la llama. De noche se cubrían los carbones con ceniza para su ais-
lamiento; en la mañana se le ponía leña menuda para revivir la llama. La muerte
de la llama en el hogar se consideraba equivalente a la muerte de la familia. En
estas tres c1ilturas, el ritual del hogar estaba relacionadocon el cultoa los antepa-
sados. Éste es el origen de la llama perpetua,un símboloutilizadoampliamenteen
ceremonias religiosas, conmemorativ as, políticas y atléticas en todo el mundo.
El espinazo de la noche 171
útil; no hay duda que es un regalo de seres poderosos. ¿Son los
mismos que los seres enfadados de la tormenta?”
“La llama nos calienta en las noches frías. Nos da luz. Hace agu-
jeros en la oscuridad cuando la Luna es nueva. Podemos reparar las
lanzas de noche para la caza del día siguiente. Y si no estamos can-
sados podemos vemos los unos a los otros y conversar incluso en las
tinieblas. Además y esto es algo muy bueno el fuego mantiene ale-
jados a los animales. Porque de noche pueden hacemos daño. A
veces se nos han comido incluso animales pequeños, como hienas y
lobos. Ahora esto ha cambiado. Ahora la llama mantiene a raya a
los animales. Les vemos aullando suavemente en la oscuridad, me-
rodeando con sus ojos relucientes a la luz de la llama. La llama les
asusta. Pero nosotros no estamos asustados con ella. La llama es
nuestra. Cuidamos de ella. La llama cuida de nosotros.”
“El cielo es importante. Nos cubre, nos habla. Cuando todavía no
habíamos encontrado la llama nos estirábamos en la oscuridad y
mirábamos hacia arriba, hacia todos los puntos de luz. Algunos
puntos se juntaban y hacían una figura en el cielo. Uno de nosotros
podía ver las figuras mejor que los demás. Él nos enseñó las figuras
de estrellas y los nombres que había que darles. Nos quedábamos
sentados hasta muy tarde en la noche y explicábamos historias sobre
las figuras del cielo: leones, perros, osos, cazadores. Otros, cosas
más extrañas. ¿Es posible que fueran las figuras de los seres podero-
sos del cielo, los que hacen las tormentas cuando se enfadan?”
“En general el cielo no cambia. Un año tras otro hay allí las mis-
mas figuras de estrellas. La Luna crece desde nada a una tajada del-
gada y hasta una bola redonda, y luego retorna a la nada. Cuando la
Luna cambia, las mujeres sangran. Algunas tribus tienen reglas co-
ntra el sexo en algunos días del crecimiento y la mengua de la Luna.
Algunas tribus marcan en huesos de cuerno los días de la Luna o los
días en que las mujeres sangran. De este modo pueden preparar
planes y obedecer sus reglas. Las reglas son sagradas.”
“Las estrellas están muy lejos. Cuando subimos a una montaña o
escalamos un árbol no quedan más cerca. Y entre nosotros y las
estrellas se interpolen nubes: las estrellas han de estar detrás de las
nubes. La Luna, mientras avanza lentamente pasa delante de las
estrellas. Luego se ve que las estrellas no han sufrido ningún daño.
La Luna no se come las estrellas. Las estrellas han de estar detrás de
la Luna. Parpadean. Hacen una luz extraña, fría, blanca, lejana.
Muchas son así. Por todo el cielo. Pero sólo de noche. Me pregunto
qué son.”
“Estaba una noche después de encontrar la llama sentado cerca
del fuego del campamento pensando en las estrellas. Me vino len-
tamente un pensamiento: las estrellas son llama, pensé. Luego tuve
otro pensamiento: las estrellas son fuegos de campamento que en-
cienden otros cazadores de noche. Las estrellas dan una luz más
pequeña que la de los fuegos de campamento. Por lo tanto han de
ser fuegos de campamento muy lejanos. Ellos me preguntan: '¿Pero
cómo puede haber fuegos de campamento en el cielo? ¿Por qué no
caen a nuestros pies estos fuegos de campamento y estos cazadores
sentados alrededor de las llamas? ¿Por qué no cae del cielo gente
forastera?' ”
“Son preguntas interesantes. Me preocupan. A veces pienso que
el cielo es la mitad de una gran cáscara de huevo o de una gran nuez.
Pienso que la gente que está alrededor de aquellos lejanos fuegos de
campamento nos está mirando a nosotros, aquí abajo –pero a ellos
172 Cosmos
les parece que estamos arriba–, y me dicen que estamos en su cie-
lo, y se preguntan por qué no les caemos encima, si entiendes lo
que digo. Pero los cazadores dicen: 'Abajo es abajo y arriba es
arriba.' También esto es una buena respuesta.”
“Uno de nosotros tuvo otra idea. Su idea era que la noche es una
gran piel de un animal negro, tirada sobre el cielo. Hay agujeros
en la piel. Nosotros miramos a través de los agujeros. Y vemos
llamas. Él piensa que la llama no está solamente en los pocos luga-
res donde vemos estrellas. Piensa que la llama está en todas par-
tes. Cree que la llama cubre todo el cielo. Pero la piel nos la ocul-
ta. Excepto en los lugares donde hay agujeros.”
“Algunas estrellas se pasean. Como los animales que cazamos.
Como nosotros. Si uno mira con atención durante muchos meses, ve
que se han movido. Sólo hay cinco que lo hagan, como los cinco
dedos de la mano. Se pasean lentamente entre las estrellas. Si la
idea del fuego de campamento es cierta, estas estrellas deben ser
tribus de cazadores que van errantes llevando consigo grandes
fuegos. Pero no veo posible que las estrellas errantes sean aguje-
ros en una piel. Si uno hace un agujero allí se queda. Un agujero es
un agujero. Los agujeros no se pasean. Además tampoco me gusta
que me rodee un cielo de llamas. Si la piel cayera el cielo de
la noche sería brillante –demasiado brillante–, como si viéramos
llamas por todas partes. Creo que un cielo de llama se nos comería
a todos. Quizás hay dos tipos de seres poderosos en el cielo. Los
malos, que quieren que se nos coman las llamas, y los buenos, que
pusieron la piel para tener alejadas las llamas de nosotros. Debe-
mos encontrar la manera de dar las gracias a los seres buenos.”
“No sé si las estrellas son fuegos de campamento en el cielo. 0
agujeros en una piel a través dé los cuales la llama del poder nos
mira. A veces pienso una cosa. A veces pienso una cosa distinta.
En una ocasión pensé que no había fuegos de campamento ni agu-
jeros, sino algo distinto, demasiado difícil para que yo lo com-
prendiera.”
“Apoya el cuello sobre un tronco. La cabeza caerá hacia atrás.
Entonces podrás ver únicamente el cielo. Sin montañas, sin árbo-
les, sin cazadores, sin fuego de campamento. Sólo cielo. A veces
siento como si fuera a caer hacia el cielo. Si las estrellas son fuegos
de campamento me gustaría visitar a estos otros pueblos de caza-
dores: los que van errantes. Entonces siento que me gustaría caer
hacia arriba. Pero si las estrellas son agujeros en una piel me en-
tra miedo. No me gustaría caer por un agujero y meterme en la
llama del poder.”
“Me gustaría saber qué es lo cierto. No me gusta no saber.”
No me imagino a muchos miembros de un grupo de cazado-
res/recolectores con pensamientos de este tipo sobre las estrellas.
Quizás unos cuantos pensaron así a lo largo de las edades, pero
nunca se le ocurrió todo esto a una misma persona. Sin embargo,
las ideas sofisticadas son corrientes en comunidades de este tipo.
Por ejemplo, los bosquimanos ¡Kung2 del desierto de Kalahari, en
Botswana, tienen una explicación para la Vía Láctea, que en su la-
titud está a menudo encima de la cabeza. Le llaman el espinazo
de la noche, como si el cielo fuera un gran animal dentro del cual
vivimos nosotros. Su explicación hace que la Vía Láctea sea útil y
2. El signode admiración es un chasquidoproducidotocandocon la lengua el
interior de los incisivos y pronunciandosimultáneamente la K.
El espinazo de la noche 173
Reconstrucción del templo de Hera en la
isla griega de Samos. Es el templo mayor
de su época, con una longitud de 120 me-
tros. La construcción empezóen el año530
a. de C. y continuó hasta el siglo tercero a.
de C. Reproducido de Der Heratempel
von Samos de Oscar Reuther (1 957 ).
al mismo tiempo comprensible. Los ¡Kung creen que la Vía Láctea
sostiene la noche; que a no ser por la Vía Láctea, trozos de oscuridad
caerían, rompiéndose, a nuestros pies. Es una idea elegante.
Las metáforas de este tipo sobre fuegos celestiales de campamento
o espinazos galácticos fueron sustituidos más tarde en la mayoría de las
culturas humanas por otra idea: Los seres poderosos del cielo
quedaron promovidos a la categoría de dioses. Se les dieron nom-
bres y parientes, y se les atribuyeron responsabilidades especiales
por los servicios cósmicos que se esperaba que realizaran. Había un
dios o diosa por cada motivo humano de preocupación. Los dioses
hacían funcionar la naturaleza. Nada podía suceder sin su interven-
ción directa. Si ellos eran felices había abundancia de comida, y los
hombres eran felices. Pero si algo desagradaba a los dioses y a ve-
ces bastaba con muy poco las consecuencias eran terribles: sequías,
tempestades, guerras, terremotos, volcanes, epidemias. Había que
propiciar a los dioses, y nació así una vasta industria de sacerdotes y
de oráculos para que los dioses estuviesen menos enfadados. Pero
los dioses eran caprichosos y no se podía estar seguro de lo que irían
a hacer. La naturaleza era un misterio. Era difícil comprender el
mundo.
Poco queda del Heraion de la isla egea de Samos, una de las mara-
villas del mundo antiguo, un gran templo dedicado a Hera, que
había iniciado su carrera como diosa del cielo. Era la deidad patro-
na de Samos, y su papel era el mismo que el de Atena en Atenas.
Mucho más tarde se casó con Zeus, el jefe de los dioses olímpicos.
Pasaron la luna de miel en Samos, según cuentan las viejas historias.
La religión griega explicaba aquella banda difusa de luz en el cielo
nocturno diciendo que era la leche de Hera que le salió a chorro de
su pecho y atravesó el cielo, leyenda que originó el nombre que los
occidentales utilizamos todavía: la Vía Láctea. Quizás originalmente
representaba la noción importante de que el cielo nutre a la Tierra;
de ser esto cierto, el significado quedó olvidado hace miles de años. Casi
todos nosotros descendemos de pueblos que respondieron a los
peligros de la existencia inventando historias sobre deidades
impredecibles o malhumoradas. Durante mucho tiempo el instinto
humano de entender quedó frustrado por explicaciones religiosas
fáciles, como en la antigua Grecia, en la época de Homero, cuando,
había dioses del cielo y de la Tierra, la tormenta, los océanos y el
mundo subterráneo, el fuego y el tiempo y el amor y la guerra; cuan- do
cada árbol y cada prado tenía su dríada y su ménade.
La única columna sobreviviente de! templo
de Hera en Samos. (Fotografía, Bill Ray.)
174 Cosmos
Mapa del Mediterráneo oriental en la épo-
ca clásica, mostrando las ciudades relacio-
nadas con los grandes científicos antiguos.
Durante miles de años los hombres estuvieron oprimidos
–como lo están todavía algunos de nosotros– por la idea de que
el universo es una marioneta cuyos hilos manejan un dios o dio-
ses, no vistos e inescrutables. Luego, hace 2 500 años, hubo en
Jonia un glorioso despertar: se produjo en Samos y en las demás
colonias griegas cercanas que crecieron entre las islas y ensenadas
del activo mar Egeo oriental.3 Aparecieron de repente personas
que creían que todo estaba hecho de átomos; que los seres huma-
nos y los demás animales procedían de formas más simples; que
las enfermedades no eran causadas por demonios o por dioses;
que la Tierra no era más que un planeta que giraba alrededor del
Sol. Y que las estrellas estaban muy lejos de nosotros.
Esta revolución creó el Cosmos del Caos. Los primitivos griegos
habían creído que el primer ser fue el Caos, que corresponde a la
expresión del Génesis, dentro del mismo contexto: “sin forma”.
Caos creó una diosa llamada Noche y luego se unió con ella, y su
descendencia produjo más tarde todos los dioses y los hombres.
Un universo creado a partir de Caos concordaba perfectamente
con la creencia griega en una naturaleza impredecible manejada
por dioses caprichosos. Pero en el siglo sexto antes de Cristo, en
3. Causa alguna confusión,peroJonia noestá en el mar Jónico; este mar recibió
su nombre de colonos jonios procedentes de la costa del mar Jónico.
El espinazo de la noche 175
Jonia, se desarrolló un nuevo concepto, una de las grandes ideas de
la especie humana. El universo se puede conocer, afirmaban los
antiguos jonios, porque presenta un orden interno: hay regularida-
des en la naturaleza que permiten revelar sus secretos. La naturale- za
no es totalmente impredecible; hay reglas a las cuales ha de obe-
decer necesariamente. Este carácter ordenado y admirable del uni-
verso recibió el nombre de Cosmos.
Pero, ¿por qué todo esto en Jonia, en estos paisajes sin pretensio-
nes, pastorales, en estas islas y ensenadas remotas del Mediterráneo
oriental? ¿Por qué no en las grandes ciudades de la India o de Egip-
to, de Babilonia, de China o de Centroamérica? China tenía una
tradición astronómica vieja de milenios; inventó el papel y la im-
prenta, cohetes, relojes, seda, porcelana y flotas oceánicas. Sin em-
bargo, algunos historiadores atinan que era una sociedad demasiado
tradicionalista, poco dispuesta a adoptar innovaciones. ¿Por qué no
la India, una cultura muy rica y con dotes matemáticas? Debido
según dicen algunos historiadores a una fascinación rígida con la
idea de un universo infinitamente viejo condenado a un ciclo sin fin
de muertes y nuevos nacimientos, de almas y de universos, en el cual
no podía suceder nunca nada fundamentalmente nuevo. ¿Por qué no
las sociedades mayas y aztecas, que eran expertas en astronomía y
estaban fascinadas, como los indios, por los números grandes? Por-
que, declaran algunos historiadores, les faltaba la aptitud o el impul-
so para la invención mecánica. Los mayas y los aztecas no llegaron
ni a inventar la rueda, excepto en juguetes infantiles.
Los jonios tenían varias ventajas. Jonia es un reino de islas. El
aislamiento, aunque sea incompleto, genera la diversidad. En aque-
lla multitud de islas diferentes había toda una variedad de sistemas
políticos. Faltaba una única concentración de poder que pudiera
imponer una conformidad social e intelectual en todas las islas.
Aquello hizo posible el libre examen. La promoción de la supersti-
ción no se consideraba una necesidad política. Los jonios, al contra-
rio que muchas otras culturas, estaban en una encrucijada de civili-
zaciones, y no en uno de los centros. Fue en Jonia donde se adaptó
por primera vez el alfabeto fenicio al uso griego y donde fue posible
una amplia alfabetización. La escritura dejó de ser un monopolio de
sacerdotes y escribas. Los pensamientos de muchos quedaron a
disposición de ser considerados y debatidos. El poder político esta-
ba en manos de mercaderes, que promovían activamente la tecnolo-
gía sobre la cual descansaba la prosperidad. Fue en el Mediterráneo
oriental donde las civilizaciones africana, asiática y europea, inclu-
yendo a las grandes culturas de Egipto y de Mesopotamia, se encon-
traron y se fertilizaron mutuamente en una confrontación vigorosa y
tenaz de prejuicios, lenguajes, ideas y dioses. ¿Qué hace uno cuando
se ve enfrentado con varios dioses distintos, cada uno de los cuales
reclama el mismo territorio? El Marduk babilonio y el Zeus griego
eran considerados, cada uno por su parte, señores del cielo y reyes
de los dioses. Uno podía llegar a la conclusión de que Marduk y
Zeus eran de hecho el mismo dios. Uno podía llegar también a la
conclusión, puesto que ambos tenían atributos muy distintos, que
uno de los dos había sido inventado por los sacerdotes. Pero si in-
ventaron uno, ¿por qué no los dos?
Y así fue como nació la gran idea, la comprensión de que podía
haber una manera de conocer el mundo sin la hipótesis de un dios;
que podía haber principios, fuerzas, leyes de la naturaleza, que per-
mitieran comprender el mundo sin atribuir la caída de cada gorrión
176 Cosmos
Pomo de puerta en forma de mano en la
plaza de la ciudad de Mili, en la actual
Samos. El respeto por el trabajo manual
fue una de las claves del Despertar Jónico
centrado en Samos, de los siglos sexto al
cuarto antes de Cristo. (Foto de Ann Dru-
y an.)
a la intervención directa de Zeus.
Creo que China, la India y Centroamérica, de haber dispuesto de
algo más de tiempo, habrían tropezado también con la ciencia.
Las culturas no se desarrollan con ritmos idénticos ni evolucionan
marcando el paso. Nacen en tiempos diferentes y progresan a
ritmos distintos. La visión científica del mundo funciona tan
bien, explica tantas cosas y resuena tan armoniosamente con las
partes más avanzadas de nuestro cerebro que a su debido tiempo,
según creo, casi todas las culturas de la Tierra, dejadas con sus
propios recursos, habrían descubierto la ciencia. Alguna cultura
tenía que llegar primero. Resultó que fue Jonia el lugar donde
nació la ciencia.
Esta gran revolución en el pensamiento humano se inició entre
los años 600 y 400 a. de C. La clave de esta revolución fue la ma-
no. Algunos de los brillantes pensadores jonios eran hijos de ma-
rineros, de campesinos y de tejedores. Estaban acostumbrados a
hurgar y a reparar, al contrario de los sacerdotes y de los escribas
de otras naciones que, criados en el lujo, no estaban dispuestos a
ensuciarse las manos. Rechazaron la superstición y elaboraron
maravillas. En muchos casos sólo disponemos de relaciones se-
cundarias o indirectas sobre lo sucedido. Las metáforas que se
utilizaban entonces pueden ser oscuras para nosotros. Es casi se-
guro que hubo un esfuerzo consciente unos siglos después para
eliminarlas nuevas concepciones. Las figuras señeras de esta re-
volución eran hombres de nombre griego, que en su mayor parte
nos suenan extraños, pero que fueron los pioneros auténticos del
desarrollo de nuestra civilización y de nuestra humanidad.
El primer científico jonio fue Tales de Mileto, una ciudad de
Asia separada por un estrecho canal de agua de la isla de Samos.
Había viajado hasta Egipto y dominaba los conocimientos babiló-
nicos. Se dice que predijo un eclipse solar. Aprendió la manera
de medir la altura de una pirámide a partir de la longitud de su
sombra y el ángulo del Sol sobre el horizonte, método utilizado
hoy en día para determinar la altura de las montañas de la Luna.
Fue el primero que demostró teoremas geométricos como los que
Euclides codificó tres siglos después: por ejemplo la proposición
El espinazo de la noche 177
de que los ángulos en la base de un triángulo isósceles son iguales.
Hay una evidente continuidad en el esfuerzo intelectual desde Tales
hasta Euclides hasta la compra por Isaac Newton de los Elementos
de geometría en la Feria de Stourbridge en 1663 (véase página 68),
el acontecimiento que precipitó la ciencia y la tecnología modernas.
Tales intentó comprender el mundo sin invocar la intervención de
los dioses. Creía, como los babilonios, que el mundo había sido an-
tes agua. Los babilonios para explicar la tierra firme añadían que
Marduk puso una estera sobre la superficie de las aguas y amontonó
tierra encima de ella.4 Tales tenía una idea semejante, pero como
señala Benjamín Farrington, dejó fuera a Marduk. Sí, todo había
sido antes agua, pero la Tierra se formó a partir de los océanos por
un proceso natural, semejante, pensaba, a la sedimentación que
había observado en el delta del Nilo. Pensaba que el agua era un
principio común subyacente a toda la materia, como podríamos
hablar hoy de los electrones, los protones, los neutrones o los
quarks. Lo importante no es que la conclusión de Tales fuera co-
rrecta o no, sino el método utilizado: El mundo no fue hecho por los
dioses, sino por la labor de fuerzas materiales en interacción dentro
de la naturaleza. Tales trajo de Babilonia y de Egipto las semillas de
las nuevas ciencias de la astronomía y la geometría, ciencias que
brotarían y crecerían en el suelo fértil de Jonia.
Se sabe muy poco sobre la vida personal de Tales, pero Aristóteles
cuenta en su Política una anécdota reveladora:
Se le reprochaba [a Tales] su pobreza, la cual demostraba que
al parecer la filosofía no sirve de nada. Según la historia, su
capacidad [para interpretar los cielos] le permitió saber en
pleno invierno que en el año siguiente habría una gran cosecha
de aceitunas; como disponía de algo de dinero, depositó unas
sumas reservándose el uso de todas las prensas de aceite de
Quíos y de Mileto, que alquiló a bajo precio porque nadie pujó
contra él. Cuando llegó la época de la cosecha y había mucha
necesidad de utilizarlas todas, las alquiló al precio que quiso y
reunió mucho dinero. De este modo demostró al mundo que
los filósofos pueden hacerse ricos fácilmente si lo desean, pero
que su ambición es de otro tipo.
Fue famoso también por su sabiduría política; animó con éxito a
los milesios a que opusieran resistencia a la asimilación por el reino
de Creso, rey de Lidia, y propuso sin éxito una federación de todos
los estados insulares de Jonia para que se opusieran a los lidios.
4. Hay algunas pruebas de que el antecedente, los primitivos mitos sumerios de
la creación, constituían en su mayor parte explicaciones naturalistas, codificadas
más tarde hacia el 1000a. de C. en el Enuma elish ("Cuandoen loalto", las prime-
ras palabras del poema), pero en aquel entonces los dioses habían sustituido ya a
la naturaleza, y el mito presenta una teogonía, no una cosmogonía. El Enuma
elish recuerda los mitos japoneses y ainu en los que el Cosmos, fangoso al princi-
pio, es batidopor las alas de un pájaro que separan la tierra del agua. Un mito fiji
de la creación dice: "Rokomautu creó la tierra. La sacó del fondo del océano a
grandes puñados y la acumuló apilándola aquí y allí. Esto son las islas Fiji." La
destilación de la tierra a partir del agua es una idea bastante natural en pueblos
insulares y navegantes.
178 Cosmos
El túnel de Eupalinos, que atraviesa el
monte Ampeloen Samos. Herodoto lo des-
cribe como una de las tres grandes obras
de la ingeniería griega (las otras dos, el
templo de Hera y la escollera del actual
puerto de Pitagorion, también se constru-
y eron en la isla de Samos). Concluido por
los esclavos de Polícrates hacia et 525 a..
de C.
Anaximandro de Mileto, que era amigo y colega de Tales, fue
una de las primeras personas de quien sabemos que llevó a cabo un
experimento. Examinando la sombra móvil proyectada por un
palo vertical determinó con precisión la longitud del año y de las
estaciones. Los hombres habían utilizado durante eras los palos
para golpearse y lancearse entre sí. Anaximandro los utilizó para
medir el tiempo. Fue la primera persona en Grecia que construyó
un reloj de sol, un mapa del mundo conocido y un globo celeste
que mostraba las formas de las constelaciones. Creía que el Sol,
la Luna y las estrellas estaban constituidas por el fuego que se ve-
ía a través de agujeros en movimiento en la cúpula del cielo, idea
probablemente mucho más antigua. Sostuvo la idea notable de
que la Tierra no está suspendida de los cielos o sostenida por
ellos, sino que se mantiene a sí misma en el centro del universo;
puesto que equidistaba de todos los puntos de la “esfera celeste”,
no había ninguna fuerza que pudiese desplazarla.
Afirmaba que al nacer estamos tan desvalidos, que si los prime-
ros niños hubiesen quedado abandonados y solos en el mundo
habrían muerto inmediatamente. Anaximandro dedujo de esto
que los seres humanos procedían de otros animales cuyos hijos
nacen más resistentes: Propuso el origen espontáneo de la vida en
el barro, siendo los primeros animales peces cubiertos de espinas.
Algunos descendientes de estos peces abandonaron luego el agua
y se adentraron en tierra firme, donde evolucionaron dando otros
animales mediante transmutaciones de una forma a otra. Creía
en un número infinito de mundos, todos habitados, y todos suje-
tos a ciclos de disolución y de regeneración. Y san Agustín se que-
ja tristemente de que “ni él ni Tales atribuyeron la causa de toda
esta incesante actividad a una mente divina”.
En el año 540 a. de C., más o menos, llegó al poder en la isla de
Samos un tirano llamado Polícrates. Parece que empezó su carre- ra
como proveedor de comida y que luego pasó a la piratería in-
ternacional. Polícrates fue un mecenas generoso de las artes, las
ciencias y la ingeniería. Pero oprimió a su pueblo; hizo la guerra a
sus vecinos y tenía fundados motivos para temer una invasión.
Por consiguiente rodeó su capital con una gran muralla, de unos
seis kilómetros de largo, cuyos restos se conservan todavía. Or-
denó la construcción de un gran túnel que llevara agua de una
fuente distante a través de las fortificaciones. Tiene un kilómetro
de longitud y atraviesa una montaña. Se hicieron dos catas a am-
bos lados que coincidieron casi a la perfección en el centro. El
proyecto tardó unos quince años en ser completado, y quedó co-
mo testamento de la ingeniería civil de la época y como indicación
de la extraordinaria capacidad práctica de los jonios. Pero hay
otro aspecto más siniestro de esta empresa: lo construyeron en
parte esclavos encadenados, muchos capturados por los buques
piratas de Polícrates.
Esta fue la época de Teodoro, el ingeniero maestro de la época, a
quien los griegos atribuyen la invención de la llave, de la regla, de
la escuadra, del nivel, del tomo, de la fundición de bronce y de la
calefacción central. ¿Por qué no hay monumentos dedicados a es-
te hombre? Quienes soñaban y especulaban con las leyes de la
naturaleza también conversaban con los tecnólogos y los ingenie-
ros. A menudo eran las mismas personas. Los teóricos y los
prácticos eran unos.
Hacia la misma época, en la isla próxima de Cos, Hipócrates es
El espinazo de la noche 179
taba fundando su famosa tradición médica, apenas recordada hoy en
día por el juramento hipocrático. Fue una escuela de medicina prác-
tica y eficiente, basada, según insistió Hipócrates, en los equivalen-
tes contemporáneos de la física y de la química.5 Pero también tuvo
su aspecto teórico. Hipócrates escribió en su obra Sobre la antigua
medicina: “Los hombres creen que la epilepsia es divina, simple-
mente porque no la entienden. Pero si llamaran divino a todo lo que no
entienden, realmente las cosas divinas no tendrían fin.”
Con el tiempo, la influencia jonia y el método experimental se ex-
tendieron a la Grecia continental, a Italia, a Sicilia. Era una época
en la que apenas nadie creía en el aire. Se conocía desde luego la
respiración, y se creía que el viento era el aliento de los dioses. Pero
la idea de aire como una sustancia estática, material, pero invisible,
no existía. El primer experimento documentado con aire fue reali-
zado por un médico6 llamado Empédocles, que floreció hacia el 450
a. de C. Algunas historias dicen que se calificó a sí mismo de dios.
Pero quizás fue su inteligencia lo que le hizo pasar ante los otros por
un dios. Creía que la luz se desplaza a gran velocidad pero no a una
velocidad infinita. Enseñó que en otras épocas había habido una
variedad mucho mayor de seres vivientes en la Tierra, pero que mu-
chas razas de seres “debieron haber sido incapaces de generar y
continuar su especie. Porque en el caso de todas las especies exis-
tentes, la inteligencia o el valor o la rapidez los han protegido y pre-
servado desde los inicios de su existencia”. Empédocles, como
Anaximandro y Demócrito (ver a continuación), al intentar explicar
de este modo la hermosa adaptación de los organismos a sus medios
ambientes, se anticipó en ciertos aspectos a la gran idea de Darwin
de la evolución por selección natural.
Empédocles llevó a cabo su experimento con un cacharro domésti-
co que la gente había estado utilizando desde hacía siglos, la llamada
clepsidra o ladrón de agua, que servía de cucharón de cocina. Se
trata de una esfera de cobre con un cuello abierto y pequeños aguje-
ros en el fondo que se llena sumergiéndola en el agua. Si se saca del
agua con el cuello sin tapar el agua se sale por los agujeros formando
una pequeña ducha. Pero si se saca correctamente, tapando con el
pulgar el cuello, el agua queda retenida dentro de la esfera hasta que
uno levanta el dedo. Si uno trata de llenarlo con el cuello tapado el
agua no entra. Ha de haber alguna sustancia material que impida el
paso del agua. No podemos ver esta sustancia. ¿De qué se trata?
Empédocles afirmó que sólo podía ser aire. Una cosa que somos
incapaces de ver puede ejercer una presión, puede frustrar mi deseo
de llenar el cacharro con agua si dejo tontamente el dedo sobre el
cuello. Empédocles había descubierto lo invisible. Pensó que el aire
tenía que ser materia tan finamente dividida que era imposible ver-
la.
Se dice que Empédocles murió en un ataque apoteósico arrojándo- se
a la lava ardiente de la caldera de la cima del gran volcán Etna.
Pero yo pienso a veces que debió resbalar durante una expedición
audaz y pionera propia de la geofísica observacional.
Reconstrucción moderna de la clepsidra
o "ladrón de agua", con la cual Empédo-
cles dedujo que el aire se componía de
innumerables y finas partículas. (Foto-
grafía, Bill Ray .)
5. Y de la astrología, que casi todos consideraban entonces como una ciencia.
Hipócrates escribe en un pasaje típico: "Hay que precaverse también contra las sali-
das de las estrellas, especialmente de la estrella Can [Sirio], luego de Arturo, y tam-
bién contra la puesta de las Pléy ades."
6. El experimento se llevó a cabo para apoyar una teoría de la circulación de la
sangre totalmente equivocada, perola innovación importante es la idea de llevar a
caboun experimentopara comprobar la naturaleza.
180 Cosmos
Estos indicios, este soplo sobre la existencia de los átomos, fue
explotado mucho más a fondo por un hombre llamado Demócri- to,
procedente de la lejana colonia jónica de Abdera en el norte de
Grecia. Abdera era una especie de ciudad chiste. Si en el año 430
a. de C. uno contaba una historia sobre alguien de Abdera las car-
cajadas estaban aseguradas. Era en cierto modo el Brooklyn de la
época. Demócrito creía que había que disfrutar y comprender to-
do lo de la vida; comprender y disfrutar eran una misma cosa.
Dijo que “una vida sin regocijo es un largo camino sin una posa-
da”.
Demócrito podía haber nacido en Abdera, pero no era tonto.
Creía que se habían formado espontáneamente a partir de la ma-
teria difusa del espacio un gran número de mundos, para evolu-
cionar y más tarde decaer. En una época en la que nadie sabía de
la existencia de cráteres de impacto, Demócrito pensó que los
mundos a veces entran en colisión; creyó que algunos mundos
erraban solos por la oscuridad del espacio, mientras que otros
iban acompañados por varios soles y lunas; que algunos mundos
estaban habitados, mientras que otros no tenían ni plantas ni
animales ni agua; que las formas más simples de vida nacieron de
una especie de cieno primordial. Enseñó que la percepción –la
razón por la cual pienso, por ejemplo, que tengo una pluma en la
mano– era un proceso puramente físico y mecanicista; que el
pensamiento y la sensación eran atributos de la materia reunida
de un modo suficientemente fino y complejo, y no de algún espíri-
tu infundido por los dioses en la materia.
Demócrito inventó la palabra átomo, que en griego significa que no
puede cortarse. Los átomos eran las partículas últimas, que
frustraban indefinidamente nuestros intentos por reducirlas a
piezas más pequeñas. Dijo que todo está hecho de una reunión de
átomos, juntados intrincadamente. Incluso nosotros. “Nada
existe –dijo–, aparte de átomos y el vacío.”
Cuando cortamos una manzana, el cuchillo ha de pasar a través de
espacios vacíos entre los átomos, afirmaba Demócrito. Si no
hubiese estos espacios vacíos, este vacío, el cuchillo toparía con
los átomos impenetrables y no podríamos cortar la manzana.
Cortemos por ejemplo una tajada de un cono y comparemos las
secciones de las dos piezas. ¿Son las áreas que han quedado al
descubierto iguales? No, afirmaba Demócrito. La inclinación del
cono obliga a que una cara del corte tenga una sección ligeramen-
te más pequeña que la otra. Si las dos áreas fueran exactamente
iguales tendríamos un cilindro, no un cono. Por afilado que esté
el cuchillo, las dos piezas tienen secciones de corte desiguales:
¿Por qué? Porque a la escala de lo muy pequeño, la materia pre-
senta una granulosidad determinada e irreductible. Demócrito
identificó esta escala fina de granulosidad con el mundo de los
átomos. Sus argumentos no eran los que utilizamos actualmente,
pero eran sutiles y elegantes, derivados de la vida diaria. Y sus
conclusiones eran fundamentalmente correctas.
Demócrito, en un ejercicio parecido, imaginó el cálculo del vo-
lumen de un cono o de una pirámide mediante un número muy
grande de placas muy finas una encima de la otra, y cuyo tamaño
disminuía de la base hasta el vértice. De este modo formulaba el
problema que en matemáticas se denomina teoría de los límites.
Estaba llamando a la puerta del cálculo diferencial e integral, la
herramienta fundamental para comprender el mundo y que según
El espinazo de la noche 181
los documentos escritos de que disponemos no se descubrió hasta la
época de Isaac Newton. Quizás si la obra de Demócrito no hubiese
quedado casi totalmente destruida, hubiese existido el cálculo dife-
rencial hacia la época de Cristo.7
Thomas Wright se maravillaba en 1750 de que Demócrito hubiese
creído que la Vía Láctea está compuesta principalmente por estrellas
sin resolver: “Mucho antes de que la astronomía hubiese sacado
beneficio de las ciencias ópticas mejoradas, él vio por así decirlo con
los ojos de la razón, penetrando en el infinito tan lejos como hicie-
ron luego los astrónomos más capaces en tiempos más ventajosos.”
La mente de Demócrito se elevó hacia lo alto dejando atrás la Leche
de Hera y el Espinazo de la Noche.
Parece ser que Demócrito fue personalmente algo raro. Las muje-
res, los niños y el sexo le desconcertaban, en parte porque quitaban
tiempo para pensar. Pero valoraba la amistad, consideró el buen
humor como el objetivo de la vida y dedicó una importante investi-
gación filosófica al origen y naturaleza del entusiasmo. Vía ó hasta
Atenas para visitar a Sócrates y descubrió entonces que era dema-
siado tímido para presentarse. Fue amigo íntimo de Hipócrates. La
belleza y elegancia del mundo físico le inspiraban reverencia. Creía
que la pobreza en una democracia era preferible a la riqueza en una
tiranía. Creía que las religiones dominantes en su época eran malas
y que no existían ni almas inmortales ni dioses inmortales: “Nada
existe, aparte de átomos y el vacío.”
No hay noticia de que Demócrito fuera perseguido por sus opinio-
nes; pero en definitiva procedía de Abdera. Sin embargo, la breve
tradición de tolerancia ante las ideas no convencionales empezó a
erosionarse en su época y luego a hundirse. Se llegó a castigar a las
personas que tenían ideas insólitas. En los billetes griegos actuales
de cien dracmas hay un retrato de Demócrito. Pero sus ideas fueron
suprimidas, y se consiguió rebajar fuertemente el nivel de su in-
fluencia sobre la historia. Los místicos empezaron a ganar la parti-
da.
Anaxágoras fue un experimentalista jónico que floreció hacia el
450 a. de C. y que vivió en Atenas. Era un hombre rico, indiferente
ante su riqueza y apasionado por la ciencia. Cuando le preguntaron
cuál era el objetivo de su vida contestó: “la investigación del Sol, de
la Luna y de los cielos”, respuesta digna de un astrónomo auténtico.
Llevó a cabo un inteligente experimento en el que una sola gota de
líquido blanco, como crema, no pudo aclarar de modo perceptible el
contenido de un gran jarro de líquido oscuro, como vino. Dedujo de
ello que había cambios deducibles por experimento pero demasiado
sutiles para ser percibidos directamente por los sentidos.
Anaxágoras no era tan radical como Demócrito, ni mucho menos.
Ambos eran completos materialistas, en el sentido no de valorar las
posesiones, sino de creer que la materia proporcionaba por sí sola el
sostén del mundo. Anaxágoras creía en una sustancia mental espe-
cial, y negaba la existencia de átomos. Creía que los hombres somos
más inteligentes que los demás animales a causa de nuestras manos,
idea ésta muy jónica.
Fue la primera persona que afirmó claramente que la Luna brilla
con luz reflejada, y en consecuencia ideó una teoría de las fases de la
Luna. Esta doctrina era tan peligrosa que el manuscrito que la con-
tenía tuvo que circular en secreto, como un samizdat ateniense. No
7 . Más tarde Eudoxo y Arquímedes hicieron brecha también en las fronteras del
cálculodiferencial.
182 Cosmos
Un reciente billete griego de 1 00 dracmas
con un átomo simbólico (litio), un retrato
de Demócrito, y un moderno instituto
griego de investigación nuclear que lleva el
nombre de Demócrito.
iba de acuerdo con los prejuicios de la época explicar las fases o
eclipses de la Luna por la geometría relativa de la Tierra, la Luna y
el brillo propio del Sol. Aristóteles, dos generaciones más tarde, se
contentó afanando que estas cosas se debían a que la naturaleza de
la Luna consistía en tener fases y eclipses: un simple juego de pa-
labras, una explicación que no explica nada.
La creencia dominante era que el Sol y la Luna eran dioses.
Anaxágoras afirmaba que el Sol y las estrellas eran piedras ardien-
tes. No sentimos el calor de las estrellas porque están demasiado
lejos. También creía que la Luna tenía montañas (cierto) y habi-
tantes (falso). Sostenía que el Sol era tan grande que probable-
mente superaba en tamaño al Peloponeso, aproximadamente la
tercera parte meridional de Grecia. Sus críticos consideraron esta
evaluación excesiva y absurda.
Anaxágoras fue llevado a Atenas por Pericles, su dirigente, en la
época de mayor gloria, pero también el hombre cuyas acciones
provocaron la guerra del Peloponeso, que destruyó la democracia
ateniense. A Pericles le encantaban la filosofía y la ciencia, y
Anaxágoras fue uno de sus principales confidentes. Algunos pien-
san que Anaxágoras contribuyó de modo significativo con este pa-
pel a la grandeza de Atenas. Pero Pericles tenía problemas políti-
cos. Era demasiado poderoso para que lo atacaran directamente y
sus enemigos atacaban a las personas próximas a él. Anaxágoras
fue condenado y encarcelado por el crimen religioso de impiedad:
porque había enseñado que la Luna estaba constituida por materia
ordinaria, que era un lugar, y que el Sol era una piedra al rojo en el
cielo. El obispo John Wilkins comentó en 1638 refiriéndose a es-
tos atenienses: “Estos idólatras celosos [consideraban] que era
una gran blasfemia que su Dios fuera una piedra, y sin embargo,
tenían tan poco sentido en su adoración de los ídolos que conver-
tían a una piedra en su Dios.” Parece ser que Pericles organizó la
salida de Anaxágoras de la prisión, pero ya era demasiado tarde.
En Grecia la corriente había cambiado de dirección, aunque la tra-
dición jónica continuara luego en Alejandría, Egipto, doscientos
años más tarde.
En los libros de historia de la filosofía se suele calificar “preso-
cráticos” a los grandes científicos, desde Tales hasta Demócrito y
Anaxágoras, como si su misión principal hubiese consistido en
ocupar la fortaleza filosófica hasta la llegada de Sócrates, Platón y
Aristóteles, y quizás influir algo sobre ellos. De hecho los antiguos
jonios representan una tradición diferente y muy contrapuesta,
una tradición que está más de acuerdo con la ciencia moderna. Su
influencia se ejerció de modo intenso solamente durante dos o tres
siglos, y esto fue una pérdida irreparable para todos los hombres
que vivieron entre el Despertar jonio y el Renacimiento italiano.
Quizás la persona más influyente relacionada con Samos fue Pi-
tágoras,8 un contemporáneo de Polícrates en el siglo sexto a. de C.
Según la tradición local vivió durante un tiempo en una cueva en
el monte Kerkis de Samos, y fue la primera persona en la historia
del mundo que dedujo que la Tierra es una esfera. Quizás lo afir-
mó por analogía con la Luna o con el Sol, o quizás observó la som
8. El siglosextoa. de C. fue una época de notable fermentación intelectual y espiri-
tual en todoel planeta. Nosolamente fue la época de Tales, Anaximandro, Pitágoras
y otros en Jonia, sino también la época del faraón egipcio Necao que hizo circunna-
v egar el África, de Zoroastroen Persia, de Confucioy Lao-Tse en China,de los profe-
tas judíos en Israel, Egipto y Babilonia, y de Gautama Buda en la India. Es difícil
creer que todas estas actividades notenían ninguna relación entre sí.
bra curva de la Tierra sobre la Luna durante un eclipse lunar, o qui-
zás reconoció que cuando los buques partían de Samos y retrocedían
más allá del horizonte, lo último que desaparecía eran sus mástiles.
Él o sus discípulos descubrieron el teorema de Pitágoras: la suma
de los cuadrados de los lados más cortos de un triángulo recto es
igual al cuadrado del lado más largo. Pitágoras no se limitó a enu-
merar ejemplos de este teorema; desarrolló un método de deducción
matemática para demostrarlo de modo general. La moderna tradi-
ción de la argumentación matemática, esencial para toda la ciencia,
le debe mucho a Pitágoras. Fue el primero en utilizar la palabra
Cosmos para indicar un universo bien ordenado y armonioso, un
mundo capaz de ser entendido por el hombre.
Muchos jonios creían que la armonía subyacente del universo era
accesible a la observación y al experimento, método éste que domina
la ciencia actual. Sin embargo, Pitágoras empleó un método muy
distinto. Enseñó que las leyes de la naturaleza podían deducirse por
el puro pensamiento. El y sus seguidores no fueron fundamental-
mente experimentalistas.9 Eran matemáticos. Y eran místicos con-
vencidos. Según dice Bertrand Russell en un pasaje quizás poco
caritativo, Pitágoras “fundó una religión, los principios más impor-
tantes de la cual eran la transmigración de las almas y lo pecamino- so
que es comer judías. Su religión estaba encarnada en una orden
religiosa, que en algunas ocasiones consiguió el control del Estado y
fundó un gobierno de santos. Pero quienes no querían regenerarse
anhelaban las judías y más tarde o más temprano se rebelaron”.
El espinazo de la noche 183
Antigua moneda de Sarnos del siglo terce-
ro a. de C. con una representación de Pitá-
goras y la leyenda griega "Pitágoras de Sa-
mos". (Reproducido por cortesía de los ad-
ministradores del MuseoBritánico.)
9. Aunque hubo algunas excepciones que agradecemos. Parece que la fascinación
pitagórica por las razones de números enteros en las armonías musicales se basan
claramente en la observación, o incluso en experimentos con los sonidos emitidos
pulsando cuerdas. Empédocles era por lo menos en parte un pitagórico. Uno de los
discípulos de Pitágoras, Alcmeón, es la primera persona de quien se sabe que disec-
cionóun cuerpohumano; distinguióentre arterias y venas,fue el primeroen descu-
brir el nervioópticoy las trompas de Eustaquio, e identificóel cerebrocomola sede
del intelecto (afirmación discutida luego por Aristóteles, quien puso la inteligencia
en el corazón, y más tarde revivida por Herófilo de Calcedonia). También fundó la
ciencia de la embriología. Peroel gustode Alcmeón por loimpuronofue comparti-
do por la mayoría de sus colegas pitagóricos de épocas posteriores.
184 Cosmos
Los cinco sólidos perfectos de Pitágoras y
Platón sobre una repisa en el exterior de
una cueva situada en la cima del monte
Kerkis, en Samos, donde según la tradición
local v ivió Pitágoras. Los sólidos que des-
cansan sobre la repisa son (de izquierda a
derecha) el tetraedro, el cubo, el octaedroy
el icosaedro. Encima del cubo que repre-
senta la tierra está el dodecaedro, que los
pitagóricos asociaban místicamente con los
cielos.
Los pitagóricos se deleitaban con la certeza de la demostración
matemática, la sensación de un mundo puro e incontaminado ac-
cesible al intelecto humano, un Cosmos en el cual los lados de
triángulos rectángulos obedecen de modo perfecto a relaciones
matemáticas simples. Esto contrastaba de modo acentuado con
la desordenada realidad del mundo de cada día. Creían haber vis-
lumbrado en sus matemáticas una realidad perfecta, un reino de
los dioses, del cual nuestro mundo familiar es sólo un reflejo im-
perfecto. En la famosa parábola de la caverna Platón imaginó
unos prisioneros amarrados que sólo veían las sombras de los pa-
santes y que creían que estas sombras eran reales, sin llegar nun-
ca a suponer la compleja realidad que descubrirían con sólo girar
la cabeza. Los pitagóricos iban a influir intensamente a Platón y
más tarde a la cristiandad.
Ellos no defendían la libre confrontación de puntos de vista con-
trarios, sino que al igual que todas las religiones ortodoxas practi-
caban una rigidez que les impedía corregir sus errores. Cicerón
escribió:
En la discusión lo que debe exigirse no es tanto el peso de
la autoridad como la fuerza de los argumentos. De hecho,
la autoridad de quienes profesan la enseñanza es a menu-
do un obstáculo positivo para quienes desean aprender;
para saldar la cuestión, dejan de utilizar su propio juicio y
aceptan lo que consideran como el veredicto del maestro
escogido. En realidad no me siento en disposición de
aceptar la práctica atribuida tradicionalmente a los pita-
góricos, quienes preguntados sobre los fundamentos de
cualquier afirmación que hacían en un debate se dice que
solían responder: “El Maestro lo dijo”, donde “el Maes-
tro” es Pitágoras. Tan poderosa era una opinión ya deci-
dida, que hacía prevalecer una autoridad carente del apo-
yo de la razón.
Los pitagóricos estaban fascinados por los sólidos regulares, ob-
jetos tridimensionales simétricos con caras que son todas un solo
polígono regular. El cubo es el ejemplo más sencillo, porque tiene
por lados a seis cuadrados. Hay un número infinito de polígonos
regulares, pero sólo hay cinco sólidos regulares. (La demostración
de esta afirmación, que constituye un ejemplo famoso de razona-
miento matemático, se da en el apéndice 1.) Resulta que por algún
motivo el conocimiento de un sólido llamado dodecaedro, que
tiene por lados a doce pentágonos, pareció peligroso a los pitagó-
ricos. El sólido estaba relacionado místicamente con el Cosmos.
Los cuatro sólidos regulares restantes fueron identificados de al-
gún modo con los cuatro “elementos” que en aquel entonces se
suponía que constituían el mundo: tierra, fuego, aire y agua. Pen-
saron pues que el quinto sólido regular sólo podía corresponder a
la sustancia de los cuerpos celestiales (este concepto de una quin-
ta esencia ha dado origen a la palabra quintaesencia). Había que
ocultar a las personas vulgares la existencia del dodecaedro.
Los pitagóricos, enamorados de los números enteros, creyeron
que todas las cosas podían derivarse de ellos, empezando por to-
dos los demás números. Se produjo una crisis en esta doctrina
cuando descubrieron que la raíz cuadrada de dos (la razón entre
la diagonal y el lado de un cuadrado) era irracional, es decir que
El espinazo de la noche 185
√2 no puede expresarse de modo preciso como la razón de dos nú-
meros enteros determinados, por grandes que fueran estos núme-
ros. Este descubrimiento (reproducido en el apéndice 1) se llevó a
cabo utilizando irónicamente como herramienta el teorema de Pitá-
goras. Irracional significaba en principio que un número no podía
expresarse como una razón. Pero para los pitagóricos llegó a supo-
ner algo amenazador, un indicio de que su concepción del mundo
podía carecer de sentido, lo cual es el otro sentido que tiene hoy la
palabra “irracional”. En vez de compartir estos importantes descu-
brimientos matemáticos, los pitagóricos callaron el conocimiento de
√2 y del dodecaedro. El mundo exterior no tenía que saber nada de
esto.10 Todavía hoy hay científicos opuestos a la popularización de la
ciencia; creen que hay que reservar el conocimiento sagrado para los
cultos, sin dejar que lo mancille la comprensión del público.
Los pitagóricos creyeron que la esfera era perfecta, porque todos
los puntos de su superficie están a la misma distancia del centro.
Los círculos también eran perfectos. Y los pitagóricos insistieron en
que los planetas se movían siguiendo caminos circulares a velocida-
des constantes. Al parecer creían que no era muy decoroso que un
Planeta se moviera más lento o más rápido en puntos diferentes de
la órbita; el movimiento no circular era en cierto modo un movi-
miento defectuoso, impropio de los planetas, los cuales por ser libres
con respecto a la Tierra se consideraban “perfectos”.
Los pros y los contras de la tradición pitagórica pueden verse cla-
ramente en la obra de Johannes Kepler (capítulo 3). La idea pitagó-
rica de un mundo perfecto y místico, que los sentidos no podían per-
cibir, fue aceptada fácilmente por los primitivos cristianos y fue
elemento integral de la formación temprana de Kepler. Por una par-
te, Kepler estaba convencido de que en la naturaleza existían armo-
nías matemáticas (en una ocasión escribió que “el universo estaba
marcado con los adornos de las proporciones armónicas”), de que ha
de haber relaciones numéricas sencillas que determinen el movi-
miento de los planetas. Por otra parte, y siguiendo también a los
pitagóricos, creyó durante largo tiempo que el único movimiento
admisible era el circular uniforme. Comprobó repetidamente que
los movimientos observados de los planetas no podían explicarse de
este modo y lo intentó una y otra vez. Pero al contrario que muchos
pitagóricos, Kepler creía en las observaciones y en los experimentos
en el mundo real. Al final, observaciones detalladas del movimiento
aparente de los planetas le obligaron a abandonar la idea de los ca-
minos circulares y a comprender que los planetas seguían elipses.
La atracción ejercida por la doctrina pitagórica inspiró a Kepler en
su búsqueda de la armonía del movimiento planetario, y al mismo
tiempo fue un obstáculo para él.
Un desdén por todo lo práctico inundó el mundo antiguo. Platón
animó a los astrónomos a pensar en los cielos, pero a no perder el
tiempo observándolos. Aristóteles creía que “los de clase inferior
son esclavos por naturaleza, y lo mejor para ellos como para todos los
inferiores es que estén bajo el dominio de un amo... El esclavo
comparte la vida de su amo; el artesano está relacionado con él me-
nos estrechamente, y sólo llega a la excelencia de modo proporcional
cuando se hace esclavo. La clase más vil de mecánico tiene una es-
clavitud especial y separada”. Plutarco escribió: “No se sigue nece-
sariamente que si la obra te encanta con su gracia, el que la hizo sea
1 0. Un pitagórico llamado Hipaso publicó el secreto de la "esfera con doce pentá-
gonos", el dodecaedro. Al morir más tarde en un naufragio, se dice que sus compa-
ñeros pitagóricos ponderaron la justicia del castigo. Su libronoha sobrevivido.
186 Cosmos
merecedor de aprecio.” La opinión de Jenofonte era: “Las artes
llamadas mecánicas tienen un estigma social y es lógico que me-
rezcan la deshonra de nuestras ciudades.” A consecuencia de tales
actitudes, el método experimental jónico brillante y prometedor
fue en gran parte abandonado durante dos mil años. Sin experi-
mentación no hay posibilidad de escoger entre hipótesis contradic-
torias, es imposible que la ciencia avance. La infección antiempí-
rica de los pitagóricos sobrevive incluso hoy. Pero, ¿por qué? ¿De
dónde vino esta aversión al experimento?
El historiador de la ciencia Benjamín Farrington ha dado una ex-
plicación de la decadencia de la ciencia antigua: La tradición mer-
cantil que desembocó en la ciencia jónica, también desembocó en
una economía de esclavos. La posesión de esclavos abría el cami-
no a la riqueza y al poder. Las fortificaciones de Polícrates fueron
construidas por esclavos. Atenas en la época de Pericles, Platón y
Aristóteles tenía una vasta población de esclavos. Todas las gran-
des formulaciones atenienses sobre la democracia eran válidas
únicamente para unos pocos privilegiados. La tarea característica
de los esclavos es el trabajo manual. Pero la experimentación
científica es trabajo manual, trabajo del cual los propietarios de
esclavos prefieren mantenerse alejados; pero los únicos que dis-
ponen de ocio para dedicarse a la ciencia son los propietarios de
esclavos, llamados cortésmente gentil hombres en algunas socie-
dades. Por lo tanto, casi nadie se dedicó a la ciencia. Los jonios
eran perfectamente capaces de construir máquinas bastante ele-
gantes. Pero la disponibilidad de esclavos minó la motivación
económica necesaria para el desarrollo de la tecnología. De este
modo la tradición mercantil contribuyó al gran despertar jonio de
hacia el 600 a. de C., y es posible que debido a la esclavitud haya
sido también la causa de su decadencia unos dos siglos después.
El caso tiene su ironía.
Tendencias semejantes se observan en todo el mundo. El punto
culminante de la astronomía china indígena se produjo hacia
1280, con la obra de Guo Shoujing, quien se sirvió de una línea ba-
se observacional de 1 500 años y mejoró los instrumentos astro-
nómicos y las técnicas matemáticas de cálculo. Se cree en general
que la astronomía china sufrió después una rápida decadencia.
Nathan Sivin cree que esto se debe en parte “a un aumento en la
rigidez de la elites, de modo que las personas educadas se sentían
menos inclinadas a sentir curiosidad por las técnicas y menos dis-
puestas a valorar la ciencia como una dedicación digna de un caba-
llero”. La ocupación de astrónomo se convirtió en un cargo here-
ditario, sistema éste inconciliable con el avance de la materia.
Además, “la responsabilidad por la evolución de la astronomía
quedó centrada en la corte imperial, y se dejó principalmente en
manos de técnicos extranjeros”, sobre todo de jesuitas, que habían
presentado a Euclides y Copé mico a los asombrados chinos, pero
que al producirse la censura de este último tenían interés en dis-
frazar y suprimir la cosmología heliocéntrica. Quizás la ciencia
nació muerta en las civilizaciones india, maya y azteca por motivos
idénticos a los de su decadencia en Jonia, la omnipresencia de la
economía esclavista. Un problema básico en el actual Tercer
Mundo (político) es que las clases educadas tienden a ser los hijos de
los ricos, interesados en mantener el status quo, o bien no acos-
tumbrados a trabajar con sus manos o a poner en duda la sabidu-
ría convencional. La ciencia ha arraigado allí con mucha lentitud.
El espinazo de la noche 187
Platón y Aristóteles se sentían confortables en una sociedad escla-
vista. Dieron justificaciones para la opresión. Estuvieron al servicio de
tiranos. Enseñaron la alienación del cuerpo separado del alma
(ideal muy natural en una sociedad esclavista); separaron la materia
del pensamiento; divorciaron a la Tierra de los cielos: divisiones
éstas que iban a dominar el pensamiento occidental durante más de
veinte siglos. Platón, quien creía que “todas las cosas están llenas
de dioses”, utilizó concretamente la metáfora de la esclavitud para
conectar su política con su cosmología. Se dice que propuso quemar
todas las obras de Demócrito (formuló una recomendación semejan-
te para las obras de Homero), quizás porque Demócrito no aceptaba
la existencia de almas inmortales o de dioses inmortales o el misti-
cismo pitagórico, o porque creían en un número infinito de mundos.
No sobrevive ni una sola obra de los setenta y tres libros que se dice
escribió Demócrito. Todo lo que conocemos son fragmentos, princi-
palmente sobre ética, y relaciones de segunda mano. Lo mismo su-
cedió con las obras de casi todos los demás antiguos científicos jo-
nios.
Pitágoras y Platón, al reconocer que el Cosmos es cognoscible y que
hay una estructura matemática subyacente en la naturaleza, hicieron
avanzar mucho la causa de la ciencia. Pero al suprimir los hechos
inquietantes, al creer que había que reservar la ciencia para una pe-
queña elite, al expresar su desagrado por la experimentación, al
abrazar el misticismo y aceptar fácilmente las sociedades esclavistas,
hicieron retroceder la empresa del hombre. Después de un sueño
místico en el cual yacían enmoheciéndose las herramientas del exa-
men científico, el método jonio, transmitido en algunos casos a tra
Vidas aproximadas de científicos jonios y
griegos entre el siglo séptimo a. de C. y el
siglo quinto. La decadencia de la ciencia
griega queda marcada por la escasezrelati-
v a de científicos en la tabla después del
siglo primero a. de C.
188 Cosmos
vés de los sabios de la Biblioteca de Alejandría, fue al final redes-
cubierto. El mundo occidental despertó de nuevo. La experimen-
tación y la investigación abierta se hicieron otra vez respetables.
Se leyeron de nuevo libros y fragmentos olvidados. Leonardo, Co-
lón y Copé mico fueron inspirados por esta antigua tradición grie-
ga o siguieron independientemente parte de sus huellas. En nues-
tra época hay mucha ciencia jónica, aunque falte en política y en
religión, y hay en grado considerable un valeroso libre examen.
Pero también hay supersticiones detestables y ambigüedades éti-
cas mortales. Llevamos la marca de antiguas contradicciones.
Los platónicos y sus sucesores cristianos sostenían la idea pecu-
liar de que la Tierra estaba viciada y de que era en cierto modo re-
pugnante mientras que los cielos eran perfectos y divinos. La idea
fundamental de que la Tierra es un planeta, de que somos ciuda-
danos del universo, fue rechazada y olvidada. Aristarco fue el
primero en sostener esta idea. Aristarco, nacido en Samos tres si-
glos después de Pitágoras, fue uno de los últimos científicos jonios.
En su época el centro de la ilustración intelectual se había despla-
zado a la gran Biblioteca de Alejandría. Aristarco fue la primera
persona que afirmó que el centro del sistema planetario está en el
Sol y no en la Tierra, que todos los planetas giran alrededor del Sol
y no de la Tierra. Es típico que sus escritos sobre esta cuestión se
hayan perdido. Dedujo a partir del tamaño de la sombra de la Tie-
rra sobre la Luna durante un eclipse lunar que el Sol tenía que ser
mucho mayor que la Tierra y que además tenía que estar a una
distancia muy grande. Quizás esto le hizo pensar que era absurdo
que un cuerpo tan grande como el Sol girara alrededor de un cuer-
po tan pequeño como la Tierra. Puso al Sol en el centro, hizo que
la Tierra girara sobre su eje una vez al día y que orbitara el Sol una
vez al año.
Ésta es la misma idea que asociamos con el nombre de Copérni-
co, a quien Galileo llamó restaurador y confirmador, no inventor,
de la hipótesis heliocéntrica.11 Durante la mayor parte de los 1 800
años que separan a Aristarco de Copé mico nadie conoció la dispo-
sición correcta de los planetas, a pesar de haber sido expuesta de
modo perfectamente claro en el 280 a. de C. La idea escandalizó a
algunos de los contemporáneos de Aristarco. Hubo gritos, como
los dedicados a Anaxágoras, a Bruno y a Galileo, pidiendo que se
les condenara por impiedad. La resistencia contra Aristarco y Co-
pé mico, una especie de egocentrismo en la vida diaria, continúa
vivo entre nosotros: todavía decimos que el Sol se levanta y que el
Sol, se pone. Han pasado 2 200 años desde Aristarco y nuestro
lenguaje todavía pretende que la Tierra no gira.
La distancia existente entre los planetas cuarenta millones de ki-
lómetros de la Tierra a Venus en el momento de máxima aproxi-
mación, seis mil millones de kilómetros hasta Plutón habría
asombrado a aquellos griegos que se escandalizaban ante la afir-
mación de que el Sol pudiera ser tan grande como el Peloponeso.
1 1. Copérnico pudo haber sacado su idea de una lectura de Aristarco. Los textos
clásicos que se habían descubiertorecientemente estaban provocandogran agitación
en las universidades italianas cuando Copérnico cursó allí su carrera de medicina.
Copérnico, en el manuscrito de su obra, mencionó la prioridad de Aristarco, pero
omitióla cita antes de que el libropasara a la impresión. Copérnicoescribióen una
carta al papa PabloIII: "Según Cicerón,Nicetas había creídoque la Tierra estaba en
mov imiento... Según Plutarco [que discute Aristarco]... otros sostuvieron la misma
opinión. Por lo tanto cuando hube concebido a partir de esto la correspondiente
posibilidad, empecé y o también a meditar sobre la mov ilidad de la Tierra."
El espinazo de la noche 189
Era algo natural imaginar el sistema solar como una cosa más com-
pacta y local. Si levanto un dedo delante de los ojos y lo examino
primero con el ojo izquierdo y luego con el derecho parece despla-
zarse sobre el fondo lejano. Cuanto más cerca ponga el dedo más
parecerá desplazarse. Puedo estimar la distancia de mi dedo mi-
diendo este desplazamiento aparente, o paralaje. Si mis ojos estu-
viesen más separados, el dedo parecería desplazarse bastante más.
Cuanto más larga es la línea base a partir de la cual hacemos dos
observaciones, mayor es el paralaje y mejor podremos medir la dis-
tancia a objetos remotos. Pero nosotros vivimos en una plataforma
en movimiento, la Tierra, que cada seis meses va de un extremo a
otro de su órbita, una distancia de 300 000 000 km. Si observamos
con una separación de seis meses objetos celestiales inmóviles, esta-
remos en disposición de medir distancias muy grandes. Aristarco
sospechó que las estrellas eran soles distantes. Puso al Sol entre las
estrellas fijas. La falta de un paralaje estelar detestable a medida
que la Tierra se desplazaba sugería que las estrellas estaban mucho
más lejos que el Sol. Antes de la invención del telescopio, el parala-
je, incluso de las estrellas más próximas, era demasiado pequeño
para ser detectado. El primer paralaje de una estrella no se midió
hasta el siglo diecinueve. Quedó claro entonces, aplicando directa-
mente la geometría griega que las estrellas estaban a años luz de
distancia.
Hay otro sistema para medir la distancia a las estrellas que los jo-
nios eran perfectamente capaces de descubrir, aunque por lo visto
no hicieron uso de él. Todos sabemos que cuanto más lejos está un
objeto más pequeño parece. Esta proporcionalidad inversa entre el
tamaño aparente y la distancia es la base de la perspectiva en el arte
y la fotografía. Por lo tanto, cuanto más lejos estamos del Sol más
pequeño y oscuro aparece. ¿A qué distancia tendríamos que estar
del Sol para que pareciera tan pequeño y oscuro como una estrella?
O bien de modo equivalente, ¿qué tamaño ha de tener un pequeño
fragmento del Sol para que sea del mismo brillo que una estrella?
Christiaan Huygens llevó a cabo un primer experimento para res-
ponder a esta cuestión, muy en la onda de la tradición jonia. Huy-
gens practicó pequeños agujeros en una placa de latón, puso la placa
contra el Sol y se preguntó cuál era el agujero cuyo brillo equivalía al
de la brillante estrella S¡rio, brillo que recordaba de la noche ante-
rior. El agujero resultó ser12 1/28 000 del tamaño aparente del Sol.
Dedujo: o por lo tanto que Sirio tenía que estar 28 000 veces más
lejos de nosotros que el Sol, o sea aproximadamente a medio año luz
de distancia. Es difícil recordar el brillo que tiene una estrella mu-
chas horas después de haberla visto, pero Huygens lo recordó muy
bien. Si hubiese sabido que el brillo de Sirio era intrínsecamente
superior al del Sol, hubiese dado con una respuesta casi exacta: Sirio
está a 8.8 años luz de distancia. El hecho de que Aristarco y Huy-
gens utilizaran datos imprecisos y consiguieran respuestas imperfec-
tas apenas importa. Explicaron sus métodos tan claramente que si
luego se disponía de mejores observaciones podían derivarse res-
puestas más precisas.
Entre las épocas de Aristarco y de Huygens los hombres dieron
respuesta a la pregunta que me había excitado tanto cuando yo era un
chico que crecía en Brooklyn: ¿Qué son las estrellas? La respues
1 2. Huygens utilizó además una cuenta de cristal para reducir la cantidad de luz
que pasaba por el agujero.
190 Cosmos
Reconstrucción simple de la placa de latón
perforada utilizada por Christiaan Huy-
gens en el siglo diecisiete para determinar
la distancia a las estrellas. (Fotografía, Bill
Ray . )
ta es que las estrellas son soles poderosos a años luz de distancia
en la vastitud del espacio interestelar.
El gran legado de Aristarco es éste: ni nosotros ni nuestros pla-
netas disfrutamos de una posición privilegiada en la naturaleza.
Desde entonces esta intuición se ha aplicado hacia lo alto, hacia
las estrellas y hacia nuestro entorno, hacia muchos subconjuntos
de la familia humana, con gran éxito y una oposición invariable.
Ha causado grandes avances en astronomía, física, biología, an-
tropología, economía y política. Me pregunto si su extrapolación
social es una razón principal que explica los intentos para supri-
mirla.
El legado de Aristarco se ha extendido mucho más allá del reino de
las estrellas. A fines del siglo dieciocho, William Herschel,
músico y astrónomo de Jorge III de Inglaterra, completó un pro-
yecto destinado a cartografiar los cielos estrellados y descubrió
que había al parecer un número igual de estrellas en todas direc-
ciones en el plano o faja de la Vía Láctea; dedujo razonablemente de
esto que estábamos en el centro de la Galaxia. 13 Poco antes de
la primera guerra mundial, Harlow Shapley, de Missouri, ideó
una técnica para medir las distancias de los cúmulos globulares,
estos deliciosos conjuntos esféricos de estrellas que parecen en-
jambres de abejas. Shapley había descubierto una candela estelar
estándar, una estrella notable por su variabilidad, pero que tenía
siempre el mismo brillo intrínseco. Shapley comparó la disminu-
ción en el brillo de tales estrellas presentes en cúmulos globulares
con su brillo real, deducido de representantes cercanos, y de este
modo pudo calcular su distancia: del mismo modo en un campo
podemos estimar la distancia a que se encuentra una linterna de
brillo intrínseco conocido a partir de la débil luz que llega a noso-
tros, es decir siguiendo en el fondo el método de Huygens. Sha
1 3. Esta posición supuestamente privilegiada de la Tierra en el centro de lo que
entonces se consideraba el universo conocido, inspiró a A. R. Wallace la opinión
antiaristarquiana expuesta en su obra El lugar del hombre en el universo (1903)
de que nuestro planeta podía ser el único habitado.
El espinazo de la noche 191
pley descubrió que los cúmulos globulares no estaban centrados
alrededor de las proximidades solares sino más bien alrededor de
una región distante de la Vía Láctea, en la dirección de la constela-
ción de Sagitario, el Arquero. Pensó que era muy probable que los
cúmulos globulares utilizados en esta investigación, casi un cente-
nar, estuviesen orbitando y rindiendo homenaje al centro masivo de la
Vía Láctea.
Shapley tuvo el valor en 1915 de proponer que el sistema solar es-
taba en las afueras y no cerca del núcleo de nuestra galaxia. Hers-
chel se había equivocado a causa de la gran cantidad de polvo oscu-
recedor que hay en la dirección de Sagitario; le era imposible cono-
cer el número enorme de estrellas situadas detrás. Actualmente está
muy claro que vivimos a unos 30 000 años luz del núcleo galáctico,
en los bordes de un brazo espiral, donde la densidad local de estre-
llas es relativamente reducida. Quizás haya seres viviendo en un
planeta en órbita alrededor de una estrella central de uno de los cú-
mulos globulares de Shapley, o de una estrella situada en el núcleo.
Estos seres quizás nos compadezcan por el puñado de estrellas visi-
bles a simple vista que tenemos, mientras que sus cielos están in-
cendiados con ellas. Cerca del centro de la Vía Láctea serían visibles
a simple vista millones de estrellas brillantes, mientras que nosotros
sólo tenemos unos miserables miles. Podría ponerse nuestro Sol u
otros soles, pero no habría nunca noche.
Hasta bien entrado el siglo veinte, los astrónomos creían que sólo
había una galaxia en el Cosmos, la Vía Láctea, aunque en el siglo
dieciocho Thomas Wright, de Durban, e Immanuel Kant, de Königs-
berg, tuvieron separadamente la premonición de que las exquisitas
formas luminosas espirales que se veían a través del telescopio eran
otras galaxias. Kant sugirió explícitamente que M31 en la constela-
ción de Andrómeda era otra Vía Láctea, compuesta por un número
enorme de estrellas, y propuso dar a estos objetos la denominación
evocativa e inolvidable de universos islas. Algunos científicos juga-
ron con la idea de que las nebulosas espirales no eran universos islas
distantes sino nubes cercanas de gas interestelar en condensación,
quizás en camino de convertirse en sistemas solares. Para compro-
bar la distancia de las nebulosas espirales, se necesitaba una clase de
estrellas variables intrínsecamente mucho más brillantes que pro-
porcionara una nueva candela estándar. Se descubrió que estas es-
trellas, identificadas en M31 por Edwin Hubble en 1924, eran alar-
mantemente débiles, y que por lo tanto M31 estaba a una distancia
prodigiosa de nosotros, distancia que hoy se calcula en algo más de
dos millones de años luz. Pero si M31 estaba a tal distancia no podía
ser una nube de simples dimensiones interestelares, tenía que ser
mucho mayor: una galaxia inmensa por derecho propio. Y las de-
más galaxias, más débiles, debían estar todavía a distancias mayo-
res, un centenar de miles de millones de ejemplares esparcidas a
través de la oscuridad hasta las fronteras del Cosmos conocido.
Los hombres en todos los momentos de su existencia han buscado
su lugar en el Cosmos. En la infancia de nuestra especie (cuando
nuestros antepasados contemplaban las estrellas con aire distraído),
entre los científicos jonios de la Grecia antigua, y en nuestra propia
época, nos ha fascinado esta pregunta: ¿Dónde estamos? ¿Quiénes
somos? Descubrimos que vivimos en un planeta insignificante de
una estrella ordinaria perdida entre dos brazos espirales en las afue-
ras de una galaxia que es un miembro de un cúmulo poco poblado
Representación esquemática de la Vía
Láctea vista de canto, rodeada por un
enjambre de cúmulos estelares globula-
res, cada uno de los cuales contiene
entre cien mil y diez millones de estre-
llas. A esta escala el Sol y la Tierra están
situados cerca del borde exterior de los
brazos en espiral, sobresaliendo del
núcleo galáctico. (Pintura de Jon Lom-
berg.)
192 Cosmos
Los cúmulos estelares globulares gravitan alrededor del centromasivode la galaxia Vía Láctea y lodemarcan. Muchos están situa-
dos en un gran halo esférico de estrellas y cúmulos estelares que envuelven nuestra galaxia espiral. Unos pocos, como los de la
foto, se concentran hacia el núcleogaláctico. El cielo, vistodesde los planetas de unocualquiera de estos soles, estaría llameando
con estrellas. La designación de estos cúmulos globulares es NGC 6522 y NGC 6528, siendo NGC la abreviatura de "New General
Catalog" (Nuevo Catálogo General), una compilación de cúmulos y de galaxias. Era nuevo cuando se compiló por primera vez en
1 888. (Cedida por el observatorionacionalde Kitt Peak. ©Association of Universities for Research in Astronomy, Inc.)
El espinazo de la noche 193
de galaxias arrinconado en algún punto perdido de un universo en el
cual hay muchas más galaxias que personas. Esta perspectiva es una
valerosa continuación de nuestra tendencia a construir y poner a
prueba modelos mentales de los cielos; el Sol en forma de piedra al
rojo vivo, las estrellas como llama celestial y la Galaxia como el espi-
nazo de la noche.
Desde Aristarco, cada paso en nuestra investigación nos ha ido ale-
jando del escenario central del drama cósmico. No hemos dispuesto
de mucho tiempo para asimilar estos nuevos descubrimientos. Los
hallazgos de Shapley y de Hubble tuvieron lugar cuando ya vivían
muchas personas que todavía están entre nosotros. Hay quien de-
plora secretamente estos grandes descubrimientos, porque conside-
ra que cada paso ha sido una degradación, porque en lo más íntimo
de su corazón anhela todavía un universo cuyo centro, foco y fulero
sea la Tierra. Pero para poder tratar con el Cosmos primero tene-
mos que entenderlo, aunque nuestras esperanzas de disfrutar de un
status preferencial conseguido de balde se vean contravenidas en el
mismo proceso. Una condición previa esencial para mejorar nuestra
vecindad es comprender dónde vivimos. También ayuda saber el
aspecto que presentan otros barrios. Si deseamos que nuestro pla-
neta sea importante hay algo que podemos hacer para contribuir a
ello. Hacemos importante a nuestro mundo gracias al valor de nues-
tras preguntas y a la profundidad de nuestras respuestas.
Nos embarcamos en nuestro viaje cósmico con una pregunta for-
mulada por primera vez en la infancia de nuestra especie y repetida
en cada generación con una admiración inalterada: ¿Qué son las
estrellas? Explorar es algo propio de nuestra naturaleza. Empeza-
mos como pueblo errante, y todavía lo somos. Estuvimos demasia-
do tiempo en la orilla del océano cósmico. Ahora estamos a punto
para zarpar hacia las estrellas.
Un hipotéticoplaneta heladoen el sistema de la nebulosa anular de la Lira. La estrella central se ha despojadode su atmósfera
exterior produciendo una cáscara de gas brillante y multicolor en lenta expansión. Este sistema, que está a una distancia de
nosotros de 1 500 años luz,es un objetivopara la exploración humana en un futurodistante. (Pintura de David Egge,1979.)
Capítulo VIII
Viajes
a través del espacio
y del tiempo
Nadie ha vivido más tiempo que un niño muerto, y Matusalén 1 murió joven.
El Cielo y la Tierra son tan viejos como yo, y las diez mil cosas son una sola.
ZHUANG ZI, hacia el 300 a. de C.
Hemos amado con demasiado fervor a las estrellas para temer a la noche.
(Epitafio en la lápida mortuoria de dos astrónomos aficionados.)
Las estrellas garabatean en nuestros ojos heladas epopeyas, cantos resplandecien-
tes del espacio inconquistado.
HART CRANE, El puente
1 . De hechoPeng Zi, el equivalente chino.
196 Cosmos
La Osa Mayor vista desde la Tierra
De lado
Desde atrás
La Osa May or, vista desde la Tierra (arri-
ba), de lado (en el centro) y desde detrás
(abajo). Veríamos las dos últimas perspec-
tiv as si pudiésemos desplazarnos a los
puntos de v ista respectivos, a unos 150
años luzde distancia.
LAS SUBIDAS Y BAJADAS del rompiente se deben en parte a las ma-
reas. La Luna y el Sol están a gran distancia, pero su influencia
gravitatoria es muy real y perceptible aquí en la Tierra. La playa
nos recuerda el espacio. Granos finos de arena, todos ellos de
tamaño más o menos uniforme, producidos a partir de rocas ma-
yores después de eras de empujones y roces, de abrasión y ero-
sión, de movimientos impulsados también, a través de las olas y
del tiempo atmosférico, por la Luna y el Sol. La playa nos recuer-
da también el tiempo. El mundo es mucho más antiguo que la
especie humana.
Un puñado de arena contiene unos 10 000 granos, un número
superior al de las estrellas que podemos ver a simple vista en una
noche despejada. Pero el número de estrellas que podemos ver es
sólo una mínima fracción del número de estrellas que existen.
Las que nosotros vemos de noche son un pequeño resumen de las
estrellas más cercanas. En cambio el Cosmos tiene una riqueza
que supera toda medida: el número total de estrellas en el univer-
so es mayor que todos los granos de arena de todas las playas del
planeta Tierra.
A pesar de los esfuerzos de los antiguos astrónomos y astrólo-
gos por poner figuras en el cielo, una constelación no es más que
una agrupación arbitraria de estrellas, compuesta de estrellas in-
trínsecamente débiles que nos parecen brillantes porque están
cerca, y de estrellas intrínsecamente más brillantes que están algo
más distantes. Puede decirse con una precisión muy grande que
todos los puntos de la Tierra están a igual distancia de cualquier
estrella. A esto se debe que las formas que adoptan las estrellas
en una constelación dada no cambien cuando nos desplazamos
por ejemplo del Asia central soviética al Medio oeste norteameri-
cano. Desde el punto de vista astronómico, la URSS y los Estados
Unidos están en el mismo lugar. Las estrellas de cualquier cons-
telación están tan lejos que no podemos reconocerlas como una
configuración tridimensional mientras permanecemos atados a la
Tierra. La distancia media entre las estrellas es de unos cuantos
años luz, y recordemos que un año luz es diez billones de kilóme-
tros. Para que cambien las formas de las constelaciones tenemos
que viajar distancias comparables a las que separan a las estre-
llas; debemos aventuramos a través de años luz. Así nos parecerá
que algunas estrellas cercanas se salen de la constelación y que
otras se introducen en ella, y su configuración cambiará especta-
cularmente.
Hasta el momento nuestra tecnología es totalmente incapaz de
llevar a cabo estos magníficos viajes interestelares, por lo menos
con una duración razonable. Pero podemos enseñar a nuestras
computadoras las posiciones tridimensionales de todas las estre-
llas cercanas, y pedirles que se nos lleven en un pequeño viaje,
por ejemplo para circunnavegar el conjunto de estrellas brillantes
que constituyen la Osa Mayor, y observar entonces el cambio de
las constelaciones. Para relacionar las estrellas de las constela-
ciones típicas utilizamos los diagramas usuales de punto y raya.
A medida que cambiamos de perspectiva, vemos que sus formas
aparentes sufren deformaciones pronunciadas. Los habitantes de
los planetas de estrellas distantes contemplan en sus cielos noc-
turnos constelaciones muy distintas de las nuestras: otros tests de
Rorschach para otras mentes. Quizás dentro de unos cuantos si-
glos una nave espacial de la Tierra recorrerá realmente estas dis
Viajes a través del espacio y del tiempo 197
tancias a una velocidad notable y verá nuevas constelaciones que
ningún hombre ha visto hasta ahora, excepto a través de una com-
putadora.
El aspecto de las constelaciones cambia no sólo en el espacio sino
también en el tiempo; no sólo al cambiar nuestra posición sino tam-
bién al dejar que transcurra un tiempo suficientemente largo. A
veces las estrellas se desplazan conjuntamente en grupo o en cúmu-
lo; a veces, una estrella sola puede moverse muy rápidamente con
relación a sus compañeras. Puede suceder que una de estas estrellas
abandone una constelación y entre en otra. A veces, un miembro de
un sistema de dos estrellas explota, rompiendo las trabas gravita-
cionales que mantenían atada a su compañera, la cual sale disparada
hacia el espacio con su anterior velocidad orbital, un disparo de
honda en el cielo. Además las estrellas nacen, las estrellas evolucio-
nan, las estrellas mueren. Si esperamos lo suficiente aparecerán
nuevas estrellas y desaparecerán estrellas viejas. Las figuras del
cielo se funden lentamente y van cambiando.
Las constelaciones han cambiado incluso en el transcurso de la
vida de la especie humana: unos cuantos millones de años. Conside-
remos la actual configuración de la Osa Mayor, o Carro. Nuestra
computadora nos puede trasladar no sólo por el espacio sino tam-
bién por el tiempo. Si pasamos hacia atrás la película de la Osa Ma-
yor, y dejamos que las estrellas se muevan, nos encontramos que
hace un millón de años su aspecto era muy distinto. La Osa Mayor
se parecía entonces más bien a una lanza. Si una máquina del tiem-
po nos soltara abruptamente en una edad desconocida del pasado
remoto, podríamos en principio determinar la época por la configu-
ración de las estrellas: si la Osa Mayor es como una lanza, tenemos
que estar a mediados del pleistoceno.
También podemos pedir al computador que pase hacia delante la
película de una constelación. Consideremos Leo, el León. El zodía-
co es una faja de doce constelaciones que parece envolver el cielo en
la zona que recorre aparentemente el Sol a lo largo del año. La raíz de
la palabra es la misma que la de zoo, porque a las constelaciones
zodiacales, como Leo, se han atribuido principalmente nombres de
animales. Dentro de un millón de años Leo se parecerá todavía me-
nos a un león que ahora. Quizás nuestros remotos descendientes le
llamarán la constelación del radiotelescopio, aunque sospecho que
dentro de un millón de años el radiotelescopio habrá quedado más
superado que la lanza con punta de piedra en la actualidad.
La constelación (no zodiacal) de Orión, el cazador, está perfilada
por cuatro estrellas brillantes y cortada por una línea diagonal de
tres estrellas que representan el cinturón del cazador. Las estrellas
más débiles que penden del cinturón son, según el test proyectivo de
la astronomía convencional, la espada de Orión. La estrella central
de la espada no es en realidad una estrella sino una gran nube de
gas, llamada la Nebulosa de Orión, en la que están naciendo muchas
estrellas. Muchas de las estrellas de Orión son estrellas jóvenes y
calientes que evolucionan rápidamente y acaban sus días en colosa-
les explosiones cósmicas llamadas supernovas. Nacen y mueren en
períodos de decenas de millones de años. Si hiciéramos pasar rápi-
damente hacia el futuro la película de Orión, en la computadora ob-
tendríamos un efecto sorprendente, los nacimientos y muertes es-
pectaculares de muchas de sus estrellas, que resplandecen de pronto
y mueren en un parpadeo como luciérnagas en la noche.
Imágenes generadas por computadora de
la Osa Mayor tal como se hubiese visto
desde la Tierra hace un millón de años, y
hace medio millón de años. Su aspecto
actual es el del dibujo inferior.
198 Cosmos
Dibujo generado por computadora de la
constelación Leo, tal como aparece ahora
(arriba) y tal como aparecerá vista desde
nuestro planeta dentro de un millón de
años.
La vecindad del Sol, los alrededores inmediatos del Sol en el
espacio, incluye el sistema estelar más próximo, Alpha Centauri. Se
trata en realidad de un sistema triple, en el que dos estrellas
giran una alrededor de la otra y una tercera estrella, Próxima
Centauri, está orbitando el primer par a una distancia discreta.
En algunas posiciones de su órbita Próxima es la estrella conocida
más próxima al Sol: de ahí su nombre. La mayoría de estrellas en
el cielo forman parte de sistemas estelares dobles o múltiples.
Nuestro solitario Sol es en cierto modo una anomalía.
La segunda estrella más brillante de la constelación de Andró-
meda, llamada Beta Andromedae, está a setenta y cinco años luz
de distancia. La luz mediante la cual la vemos se ha pasado seten-
ta y cinco años atravesando las tinieblas del espacio interestelar
en su largo viaje hasta la Tierra. Si ocurriera el hecho improbable
de que Beta Andromedae hubiera volado en mil pedazos el martes
pasado no lo sabríamos hasta dentro de setenta y cinco años, por-
que esta interesante información que viaja a la velocidad de la luz
necesitaría setenta y cinco años para cruzar las enormes distan-
cias interestelares. Cuando la luz con la cual vemos ahora a esta
estrella inició su largo viaje, el joven Albert Einstein, que trabaja-
ba en la oficina suiza de patentes, había acabado de publicar aquí
en la Tierra su histórica teoría de la relatividad espacial.
El espacio y el tiempo están entretejidos. No podemos mirar
hacia el espacio sin mirar hacia atrás en el tiempo. La luz se des-
plaza con mucha rapidez. Pero el espacio está muy vacío y las es-
trellas están muy separadas. Distancias de setenta y cinco años
luz o inferiores son muy pequeñas comparadas con otras distan-
cias de la astronomía. Del Sol al centro de la Vía Láctea hay 30
000 años luz. De nuestra galaxia a la galaxia espiral más cercana,
M31, también en la constelación de Andrómeda, hay 2 000 000
años luz. Cuando la luz que vemos actualmente de M31 partió de
allí hacia la Tierra no había hombres en nuestro planeta, aunque
nuestros antepasados estaban evolucionando rápidamente hacia
nuestra forma actual. La distancia de la Tierra a los quasars más
remotos es de ocho o diez mil millones de años luz. Los vemos tal
como eran antes de la acumulación que creó la Tierra, antes de
que se formara la Vía Láctea.
Esta situación no es exclusiva de los objetos astronómicos, pero
sólo los objetos astronómicos están a suficiente distancia para
que la velocidad finita de la luz resulte importante. Si uno mira a
una amiga a tres metros de distancia en la otra punta de la habi-
tación no la ve como es “ahora” , sino tal como “era” hace una
centésima de millonésima de segundo: (3m) / (3 × 108 m / seg.) =
1 / (108 / seg.) = 10-8 seg., es decir una centésima de microsegun-
do. En este cálculo nos hemos limitado a dividir la distancia por
la velocidad para obtener el tiempo transcurrido. Pero la diferen-
cia entre tu amiga ahora y ahora menos una cien millonésima de
segundo es demasiado pequeña para que cuente. En cambio si
miramos un quasar a ocho mil millones de años luz de distancia,
el hecho de que la estemos mirando tal como era hace ocho mil
millones de años puede ser muy importante. (Por ejemplo algu-
nos piensan que los quasar son fenómenos explosivos que pueden
darse con probabilidad en la historia primitiva de las galaxias. En
este caso, cuanto más distante esté la galaxia, más temprana es la
fase de su historia que estamos observando, y más probable es
que la veamos como un quasar. De hecho el número de quasars
Viajes a través del espacio y del tiempo 199
aumenta cuando observamos a distancias superiores a unos cinco
mil millones de años.)
Las dos naves espaciales interestelares Voyager, las máquinas más
rápidas que se hayan lanzado nunca desde la Tierra, se están despla-
zando ahora a una diez milésima parte de la velocidad de la luz.
Necesitarían 40 000 años para situarse a la distancia de la estrella
más próxima. ¿Tenemos alguna esperanza de abandonar la Tierra y
de atravesar distancias inmensas para llegar aunque sólo sea a
Próxima Centauri al cabo de períodos convenientes de tiempo? ¿Po-
demos hacer algo para aproximarnos a la velocidad de la luz? ¿Esta-
remos algún día en disposición de ir a velocidad superior a ella?
Quien se hubiese paseado por el agradable paisaje campestre de la
Toscana en los años 1890, hubiese podido encontrarse, quizás, con
un adolescente de cabellos algo largos que había dejado la escuela y
que iba de camino a Pavía. Sus maestros en Alemania le habían ase-
gurado que no llegaría nunca a nada, que sus preguntas destruían la
disciplina de la clase, y que lo mejor era que se fuera. En conse-
cuencia se fue de la escuela y se dedicó a vagabundear por el norte
de Italia disfrutando de una libertad que le permitía meditar sobre
materias alejadas de los temas que le habían obligado a estudiar en
su muy disciplinada escuela prusiana. Su nombre era Albert Eins-
tein y sus meditaciones cambiaron el mundo.
Einstein se había sentido fascinado por la obra de Bernstein El Li-
bro popular de Ciencia natural, una obra de divulgación científica
que describía en su primera página la increíble velocidad de la elec-
tricidad a través de los hilos y de la luz a través del espacio. Él se
preguntó qué aspecto tendría el mundo si uno pudiese desplazarse
sobre una onda de luz. ¡Viajar a la velocidad de la luz! ¡Qué pensa-
miento atractivo y fascinante para un chico de excursión por una
carretera en el campo salpicado e inundado con la luz del Sol! Si
uno se desplazaba sobre una onda de luz, era imposible saber que
estaba sobre ella: si uno partía sobre la cresta de una onda, perma-
necería sobre la cresta y perdería toda noción de que aquello era una
Albert Einstein (1879-1955 ). Retrato de
Jean-Leon Huens, @ National Geograp-
hic Society. Su interés latente por la
ciencia se despertóa los doce años al leer
un libro de divulgación científica que le
regaló un estudiante indigente llamado
Max Talmey, al que los padres de Eins-
tein habían invitado a cenar en un acto
de caridad y compasión.
200 Cosmos
La paradoja de la simultaneidad en relativi-
dad especial. El observador está mirando
desde el brazo meridional de un cruce. Un
ciclista se acerca desde el norte a una veloci-
dad indicada por la flecha de trazo continuo.
La luz reflejada por el ciclista se acerca al
observ ador a una velocidad más alta, indica-
da por la flecha de trazos. Un coche se acerca
al cruce desde el oeste a una v elocidad indi-
cada por la flecha de trazo continuo, y una
luzse refleja de él hacia el ser a una velocidad
dada por la correspondiente flecha de trazos.
Si fuera correcto sumar la v elocidad del ci-
clista a la velocidad de la luz (puesto que el
ciclista se aproxima al observador), la luz del
ciclista llegaría antes que la luzdel coche, y lo
que tanto el ciclista como el conductor del
coche v en como un choque evitado en el
último momento es presenciado de modo
muy distinto por el observador. Experimen-
tos cuidadosos demuestran que no es esto lo
que sucede. La paradoja sólo se nota si la
bicicleta se desplaza a una velocidad muy
próxima ala de la luz. La solución de la para-
doja consiste en afirmar que la velocidad de
la luzha de ser independiente de la v elocidad
del objeto en mov imiento.
onda. Algo raro sucede a la velocidad de la luz. Cuanto más pen-
saba Einstein sobre estos temas más inquietantes se hacían. Pare- ce
que las paradojas surgen por doquier si uno puede desplazarse
a la velocidad de la luz. Se habían dado por ciertas algunas ideas
sin haberlas pensado con suficiente cuidado. Einstein planteó
preguntas sencillas que podían haber sido formuladas siglos atrás.
Por ejemplo, ¿qué significa exactamente que dos acontecimientos
son simultáneos?
Supongamos que voy en bicicleta y me acerco hacia ti. Al acer-
carme a un cruce estoy a punto de chocar, o así me lo parece, con
un carro arrastrado por un caballo. Hago una ese y consigo por los
pelos que no me atropelle. Ahora imaginemos de nuevo este acon-
tecimiento y supongamos que el carro y la bicicleta van a velocida-
des cercanas a la de la luz. Tú estás mirando desde el fondo de la
carretera y el carro se desplaza en ángulo recto a tu visual. Tú ves
que me acerco hacia ti gracias a la luz solar que reflejo. ¿No es ló-
gico que mi velocidad se añada a la velocidad de la luz, de modo
que mi imagen te llegaría mucho antes que la imagen del carro?
¿No deberías verme hacer una ese antes de ver llegar al carro? ¿Es
posible que el carro y yo nos acerquemos simultáneamente al cru-
ce desde mi punto de vista pero no desde el tuyo? ¿Es posible que
yo evite por los pelos la colisión con el carro pero que tú me veas
dar una ese alrededor de nada y continuar pedaleando alegremen-
te hacia la ciudad de Vinci? Estas preguntas son curiosas y sutiles.
Ponen en tela de juicio lo evidente. Es comprensible que nadie
pensara en ellas antes que Einstein. A partir de preguntas tan
elementales Einstein elaboró una revisión fundamental de nuestro
concepto del mundo, una revolución en la física.
Para poder comprender el mundo, para evitar paradojas lógicas
de este tipo al desplazamos a velocidades elevadas, hay que obede-
cer algunas reglas, algunos mandamientos de la naturaleza. Eins-
tein codificó estas reglas en la teoría especial de la relatividad. La
luz (reflejada o emitida) por un objeto se desplaza a idéntica velo-
cidad tanto si el objeto se mueve como si está estacionario: No
sumarás tu velocidad a la velocidad de la luz. Además, ningún
objeto material puede desplazarse a velocidad superior a la de la
luz: No te desplazarás a la velocidad de la luz ni a velocidad su-
perior. No hay nada en física que te impida desplazarte a una ve-
locidad tan próxima a la de la luz como quieras; el 99.9% de la ve-
locidad de la luz sería un buen tanto. Pero por mucho que lo in-
tentes no conseguirás nunca ganar este último punto decimal. Pa-
ra que el mundo sea consistente desde el punto de vista lógico ha de
haber una velocidad cósmica limite. De no ser así uno tendría
la posibilidad de alcanzar la velocidad que deseara sumando velo-
cidades sobre una plataforma en movimiento.
Los europeos a principios de siglo solían creer en marcos de re-
ferencia privilegiados: que la cultura o la organización política
alemana, o francesa o británica era mejor que la de otros países;
que los europeos eran superiores a otros pueblos que habían teni-
do la fortuna de ser colonizados. Se rechazaba de este modo o se
ignoraba la aplicación social y política de las ideas de Aristarco y
de Copérnico. El joven Einstein se rebeló contra el concepto de
marcos de referencia privilegiados en física y lo propio hizo en po-
lítica. En un universo lleno de estrellas que salían proyectadas en
todas direcciones no había lugar alguno que estuviera en reposo,
ninguna estructura desde la cual contemplar el universo que fuera
Viajes a través del espacio y del tiempo 201
superior a otra estructura cualquiera. Éste es el significado de la
palabra relatividad. La idea es muy sencilla, a pesar de sus adornos
mágicos: al observar el universo cualquier lugar es tan bueno como
otro cualquiera. Las leyes de la naturaleza han de ser idénticas con
independencia de quien las describa. De ser cierto esto y sería in-
creíble que nuestra localización insignificante en el Cosmos tuviera
algo especial, se deduce que uno no puede desplazarse a velocidad
superior a la de la luz.
Cuando oímos el restallido de un látigo se debe a que su punta se
está desplazando a una velocidad superior a la del sonido, creando
una onda de choque, un pequeño búa sónico. El trueno tiene un
origen semejante. Se creía, antes, que los aviones no podrían ir a
velocidad superior a la del sonido. Hoy en día el vuelo supersónico
es algo trivial. Pero la barrera de la luz es distinta de la barrera del
sonido. No se trata simplemente de un problema de ingeniería, co-
mo el que resuelve el avión supersónico. Se trata de una ley funda-
mental de la naturaleza, tan básica como la gravedad. Y no hay fe-
nómenos en nuestra experiencia como el restallido de un látigo o el
estampido de un trueno que sugieran la posibilidad de desplazarse
en un vacío a velocidad superior a la de la luz. Por el contrario, hay
una gama muy amplia de experiencias con aceleradores nucleares y
relojes atómicos por ejemplo que concuerdan de modo cuantitativo
y preciso con la relatividad especial.
Los problemas de la simultaneidad no se aplican al sonido como se
aplican a la luz, porque el sonido se propaga a través de algún medio
material, normalmente el aire. La onda sonora que nos llega cuando
un amigo está hablando es el movimiento de moléculas en el aire.
En cambio la luz se desplaza en un vacío. Hay restricciones sobre la
manera de desplazarse las moléculas de aire que no son válidas en
un vacío. La luz del Sol nos llega a través del espacio vacío interme-
dio, pero por mucho que nos esforcemos no podemos oír el crepitar
de las manchas solares o el estallido de las erupciones solares. Se
había creído, en la época anterior a la relatividad, que la luz se pro-
pagaba a través de un medio especial que llenaba todo el espacio,
llamado éter luminífero. Pero el famoso experimento de Michelson
Morley demostró que este éter era inexistente.
A veces oímos hablar de cosas que pueden desplazarse a velocidad
superior a la de la luz. Se pone como ejemplo, a veces, algo llamado
la velocidad del pensamiento. Esta idea es de una tontería excep-
cional: sobre todo teniendo en cuenta que la velocidad de los impul-
sos a través de las neuronas de nuestros cerebros es más o menos la
misma que la de un carro de burro. El hecho de que los hombres
hayan sido lo suficientemente listos para idear la relatividad de-
muestra que pensamos bien, pero no creo que podamos enorgulle-
cemos de pensar rápido. Sin embargo los impulsos eléctricos en las
computadoras modernas van casi a la velocidad de la luz.
La relatividad especial, elaborada totalmente por Einstein a sus
veinticinco años, está confirmada por todos los experimentos reali-
zados para comprobarla. Quizás mañana alguien inventará una teo-
ría consistente con todo lo que ya sabemos y que salva las paradojas
de la simultaneidad, evita marcos de referencia privilegiados y per-
mite además ir a velocidad superior a la de la luz. Pero lo dudo mu-
cho. La prohibición de Einstein contra un desplazamiento más rá-
pido que la luz puede chocar con nuestro sentido común. Pero, ¿por
qué tenemos que confiar al tratar este tema en nuestro sentido co-
mún? ¿Puede condicionar nuestra experiencia a 10 kilómetros por
Una señal de tráfico erigida brevemente
en la ciudad italiana de Vinci. Dice:
"Bienv enidos a Vinci. Límite de la velo-
cidad de la luz, 40 kilómetros [por
hora]."(Fotografía, Ann Druvan. )
202 Cosmos
Bustode Leonardoda Vinci (1452-1519) en
el museo Leonardo, Vinci. (Foto del au-
tor.)
hora las leyes de la naturaleza válidas a 300 000 kilómetros por
segundo? La relatividad pone límites a lo que los hombres pueden
llegar a hacer en último extremo.
Pero no se le pide al universo que esté en perfecta armonía con la
ambición humana. La relatividad especial aparta de nuestras ma-
nos un sistema posible para alcanzar las estrellas: la nave que viaja
a velocidad superior a la de la luz. Pero sugiere de modo tentador
otro método totalmente inesperado.
Supongamos, siguiendo a George Gamow, que hay un lugar don-
de la velocidad de la luz no tiene su valor real de 300 000 kilóme-
tros por segundo, sino un valor muy modesto: 40 kilómetros por
hora, y además un valor que todos obedecen (no hay penas por
conculcar las leyes de la naturaleza, porque nadie comete críme-
nes: la naturaleza se regula a sí misma y se limita a organizar las
cosas de modo que sea imposible transgredir sus prohibiciones).
Imaginemos que nos estamos acercando a la velocidad de la luz
conduciendo un scooter. (La relatividad abunda en frases que em-
piezan con “Imaginemos...” Einstein llamó a este tipo de ejerci-
cios Gedankenexperiment, experimento mental.) A medida que
nuestra velocidad aumenta empezamos a ver por detrás de los ob-
jetos que adelantamos. Si estamos mirando con la cabeza dirigida
rígidamente hacia delante, las cosas que estaban detrás irán apa-
reciendo dentro del campo delantero de visión. Al acercamos a la
velocidad de la luz, el mundo toma desde nuestro punto de vista,
un aspecto muy raro: todo acaba comprimido en una pequeña ven-
tana circular que está constantemente delante de nosotros. Desde
el punto de vista de un observador estacionario, la luz que noso-
tros reflejamos se enrojece cuando partimos y se azulea cuando
volvemos. Si nos desplazamos hacia el observador a una velocidad
cercana a la de la luz nos vemos envueltos en un fantástico res-
plandor cromático: nuestra emisión infrarrojo normalmente invi-
sible se desplazará hacia las longitudes de onda visibles, más cor-
tas. Nos quedaremos comprimidos en la dirección del movimien-
to, nuestra masa aumentará, y el tiempo, nuestra sensación del
tiempo, se hará más lento, lo que constituye una extraordinaria
consecuencia de este desplazamiento próximo a la velocidad de la
luz llamada dilatación temporal. Pero desde el punto de vista de
un observador que se desplazara con nosotros –alguien de paque-
te– ninguno de estos efectos serían percibidos.
Estas predicciones peculiares y a primera vista sorprendentes de
la relatividad especial son ciertas en un sentido más profundo que
cualquier otra cosa en física. Dependen de nuestro movimiento
relativo. Pero son reales, no ilusiones ópticas. Pueden demostrar- se
mediante simples matemáticas, casi todas con álgebra de pri-
mer curso, y por lo tanto las puede entender cualquier persona
educada. También están de acuerdo con muchos experimentos.
Relojes muy precisos transportados en aviones retrasan un poco
en comparación con relojes estacionarios. Los aceleradores nu-
cleares están diseñados de modo que tengan en cuenta el aumento
de masa producido por el aumento de velocidad; y si no se tuviera
esto en cuenta las partículas aceleradas chocarían con las paredes
del aparato, y no habría manera de experimentar mucho en física
nuclear. Una velocidad es una distancia dividida por un tiempo.
Al aproximamos a la velocidad de la luz no podemos sumar sim-
plemente las velocidades, como solemos hacer en el mundo de ca- da
día, y los conceptos familiares de espacio absoluto y de tiempo
Viajes a través del espacio y del tiempo 203
absoluto independiente de nuestro movimiento relativo han de
hacerse a un lado. Por esto nos encogemos. Por esto se produce una
dilatación temporal.
Al viajar a una velocidad próxima a la de la luz uno apenas enveje- ce,
pero los amigos y los parientes que se han quedado en casa si-
guen envejeciendo a su ritmo normal. ¡Qué diferencia pues entre
una persona que vuelve de un viaje relativista y sus amigos, que han
envejecido décadas, por ejemplo, mientras él apenas ha envejecido!
Un viaje a velocidad próxima a la de la luz es una especie de elixir de
la vida. Puesto que el tiempo va más lento a una velocidad cercana a
la de la luz, la relatividad especial nos proporciona un medio para
alcanzar las estrellas. ¿Pero es posible desde el punto de vista de la
ingeniería práctica viajar a una velocidad próxima a la de la luz? ¿Es
realizable una nave estelar?
La Toscana no fue solamente la caldera donde se cocieron algunas
de las ideas del joven Albert Einstein; fue también la patria de otro
gran genio que vivió 400 años antes, Leonardo da Vinci, a quien le
encantaba encaramarse a las colinas toscanas y contemplar la tierra
desde gran altura, como si estuviera planeando como un pájaro. Fue
él quien dibujó las primeras perspectivas aéreas de paisajes, ciuda-
des y fortificaciones. Leonardo, entre sus muchos intereses y reali-
zaciones pintura, escultura, anatomía, geología, historia natural,
ingeniería militar y civil tenía una gran pasión: idear y fabricar una
máquina que pudiese volar. Trazó dibujos, construyó modelos, fa-
bricó prototipos de tamaño natural, pero ninguno de ellos funcionó.
No existía en aquel entonces un motor suficientemente potente y
ligero. Sin embargo, los diseños eran brillantes y animaron a los
ingenieros de futuros tiempos. El mismo Leonardo quedó muy des-
animado por estos fracasos. Pero no era culpa suya, porque estaba
atrapado en el siglo quince.
Sucedió un caso semejante en 1939 cuando un grupo de ingenieros
que había tomado el nombre de Sociedad Interplanetaria Británica
diseñó una nave para trasladar personas a la Luna, utilizando la tec-
nología de 1939. La nave no era en absoluto idéntica al diseño de la
nave espacial Apolo que llevó a cabo exactamente esta misión tres
décadas después, pero sugería que algún día una misión a la Luna
podía ser una posibilidad práctica de ingeniería.
Hoy en día disponemos de diseños preliminares de naves capaces
de llevar personas a las estrellas. No está previsto que ninguna de
estas naves parta directamente de la Tierra. Se trata de construirlas
en una órbita terrestre, a partir de la cual zarparán hacia sus largos
viajes interestelares. Uno de ellos recibió el nombre de Proyecto
Orión, el de la constelación, recordando así que el objetivo último de
la nave son las estrellas. Orión se movía impulsado por explosiones de
bombas de hidrógeno, armas nucleares, contra una placa de iner-
cia, proporcionando cada explosión una especie de puf-puf, como si
fuera una enorme canoa nuclear en el espacio. Orión parece total-
mente práctico desde el punto de vista de su ingeniería.Por su
misma naturaleza produciría grandes cantidades de deshechos ra-
diactivos, pero si se calculaba bien la misión esto sólo sucedería en
las soledades del espacio interplanetario o interestelar. Orión se
estuvo desarrollando seriamente en los Estados Unidos hasta la fir-
ma del tratado internacional que prohíbe hacer estallar armas nu-
cleares en el espacio. Creo que fue una gran lástima. La nave espa-
cial Orión es el mejor destino que puedo imaginar para las armas
nucleares.
Dos diseños de máquinas v oladoras
debidos a Leonardo. Arriba: modelo de
un helicóptero helical del Museo Leo-
nardo, Vinci. Este diseño inspiró a Igor
Sikorsky el desarrollo del moderno heli-
cóptero. Abajo: página de los cuadernos
de Leonardo, con el texto en su "escritu-
ra espejo", mostrando el diseño de un
semiornitóptero en el cual el ala inte-
rior fija es un cuerpo ascensional aero-
dinámicoy la punta del ala batía. Fue un
cambio importante en relación a la idea
inicial de Leonardo de que un vehículo
más pesado que el aire necesitaba alas
que batieran comolas de un pájaro. Este
diseño influyó en los planeadores sus-
pendidos de Lilienthalde 1 891-1896, que
precedieron inmediatamente a los inv en-
tos de Wilbur y Orville Wright. El cua-
derno fue escrito entre 1 47 9 y 1 500.
204 Cosmos
Naves estelares: Anteproyectos muy esquemáticos de tres diseños propuestos seriamente para el vuelo espacial interestelar.
Los tres utilizan un tipou otrode fusión nuclear.Orion está arriba, Daedalus abajoy el Bussard Ramjet en la página siguiente.
En principio sólo el Ramjet podría desplazarze a velocidad suficiente próxima a la de la luz para que fuera válida la dilatación
temporal de la relatividad especial. El área de recogida efectiva, a la derecha, de materia interestelar tendría que ser mucho
mayor de loindicado.(Anteprovectos de diseños existentes por Rick Sternbach. )
Viajes a través del espacio y del tiempo 205
Tres proyectos de naves estelares: Orion (Theodore Tay-
lor, Freeman Dyson y otros) arriba a la izquierda; Daedalus
(Sociedad Interplanetaria Británica), arriba a la derecha;
Ramjet Interestelar (R. W. Bussard y otros), debajo. (Pin-
turas de Rick Sternbach.)
206 Cosmos
El proyecto Daedalus es un diseño reciente de la Sociedad In-
terplanetaria Británica. Para construirlo hay que disponer de un
reactor nuclear de fusión: algo mucho más seguro y eficiente que
las actuales centrales nucleares. Todavía no tenemos reactores de
fusión, pero se confía en tenerlos en las próximas décadas. Orión
y Daedalus podrían desplazarse a un diez por ciento de la veloci-
dad de la luz. Un viaje a Alpha Centauri, a 4.3 años luz de distan-
cia, precisaría de cuarenta y tres años, un plazo inferior a una vida
humana. Estas naves no podrían ir a una velocidad suficiente-
mente próxima a la de la luz para que se notara la dilatación tem-
poral de la relatividad especial. Aunque hagamos proyecciones
optimistas sobre el desarrollo de nuestra tecnología, no parece
probable que Orión, Daedalus y otras naves de su ralea puedan
construirse antes de la mitad del siglo veintiuno, aunque si lo de-
seáramos Orión se podría construir ahora.
Hay que encontrar algo distinto para poder emprender viajes
más allá de las estrellas más próximas. Quizás Orión y Daedalus
podrían servir de naves multigeneracionales, de modo que sólo
llegarían a un planeta de otra estrella los descendientes remotos
de los que partieron unos siglos antes. 0 quizás se descubra un
sistema seguro de hibernar personas que permita congelar a los
viajeros del espacio y despertarlos siglos después. Estas naves es-
telares no relativistas, por enormemente caras que sean, parecen
en cambio de diseño, construcción y uso relativamente fácil en
comparación con naves estelares que se desplacen a velocidades
cercanas a las de la luz. Hay otros sistemas estelares accesibles a la
especie humana, pero sólo después de grandes esfuerzos.
El vuelo espacial interestelar rápido con la velocidad de la nave
aproximándose a la de la luz no es un objetivo para dentro de un
siglo sino para dentro de mil o diez mil años. Pero en principio es
posible. R. W. Bussard ha propuesto una especie de nave interes-
telar a reacción que va recogiendo la materia difusa, principal-
mente átomos de hidrógeno, que están flotando entre las estre-
llas, la acelera en un motor de fusión y la expulsa por detrás. El
hidrógeno serviría tanto de combustible como de masa de reac-
ción. Pero en el espacio profundo sólo hay un átomo en cada diez
centímetros cúbicos aproximadamente, es decir en un volumen
del tamaño de un racimo de uvas. Para que el reactor funcione se
necesita un área frontal de recogida de centenares de kilómetros
de diámetro. Cuando la nave alcanza velocidades relativistas, los
átomos de hidrógeno se desplazarán en relación a la nave a una
velocidad cercana a la de la luz. Si no se toman precauciones,
adecuadas, la nave y sus pasajeros se freirán por la acción de es-
tos rayos cósmicos inducidos. Una solución propuesta se basa en
privar con un láser a los átomos interestelares de sus electrones y
de este modo dejarlos eléctricamente cargados mientras están to-
davía a una cierta distancia; un campo magnético muy potente
desviaría entonces a los átomos cargados hacia la pantalla de re-
cogida y lejos del resto de la nave. El esfuerzo de ingeniería que
esto supone es de una escala sin precedentes hasta ahora en la
Tierra. Estamos hablando de motores del tamaño de pequeños
mundos.
Pero dediquemos un momento a pensar en esta nave. La Tierra
nos atrae gravitatoriamente con una cierta fuerza, que si estamos
cayendo experimentamos en forma de aceleración. Si caemos de
un árbol cosa que debió sucederles a muchos de nuestros antepa
Viajes a través del espacio y del tiempo 207
sados protohumanos bajaremos a plomo cada vez más de prisa y
nuestra velocidad de caída aumentará en diez metros por segundo
cada segundo. Esta aceleración que caracteriza a la fuerza de la gra-
vedad que nos mantiene sobre la superficie de la Tierra, se llama 1 g,
donde g es la gravedad de la Tierra. Con aceleraciones de 1 g nos
sentimos a gusto; hemos crecido con 1 g. Si viviéramos en una nave
interestelar que pudiese acelerar a 1 g, nos encontraríamos en un
ambiente perfectamente natural. De hecho uno de los rasgos más
importantes de la teoría general de la relatividad, teoría posterior
debida a Einstein, es la equivalencia entre las fuerzas gravitatorias y
las fuerzas que sentiríamos en una nave espacial en aceleración.
Después de un año de estar en el espacio con una aceleración conti-
nua de 1 g tendríamos una velocidad próxima a la de la luz: (0.01
km/seg2) × (3 × 107 seg) = 3 × 105 km/seg.
Supongamos que una nave espacial acelera a 1 g, acercándose cada
vez más a la velocidad de la luz hasta el punto medio del viaje; y que
luego se le da la vuelta y desacelera a 1 g hasta llegar a su destino.
Durante la mayor parte del viaje la velocidad sería muy próxima a la
de la luz y el tiempo se haría enormemente lento. Un objetivo para
una misión de cercanías y un sol con posibles planetas es la estrella
de Barnard, situada a unos seis años luz de distancia. Se podría lle-
gar a ella en unos ocho años medidos por el reloj de a bordo; al cen-
tro de la Vía Láctea, en veintiún años; M31, la galaxia de Andróme-
da, en veintiocho años. No hay duda que quienes se quedaran en la
Tierra verían las cosas de modo distinto. En lugar de veintiún años
para llegar al centro de la Galaxia medirán un tiempo transcurrido
de 30 000 años. Cuando volvamos a casa no quedarán muchos
amigos para damos la bienvenida. En principio un viaje así con los
puntos decimales más próximos todavía a la velocidad de la luz nos
permitiría dar la vuelta al universo conocido en unos cincuenta y
seis años de tiempo de la nave. Regresaríamos a decenas de miles
de millones de años en el futuro, y encontraríamos la Tierra conver-
tida en un montón de ceniza y al Sol muerto. El vuelo espacial rela-
tivista hace el universo accesible a las civilizaciones avanzadas, pero
únicamente a quienes participan en el viaje. No parece que haya
ningún modo de conseguir que la información llegue a los que se
quedaron en casa a una velocidad superior a la de la luz.
Es probable que los diseños de Orión, Daedalus y el Ramjet Bus-
sard estén más alejados de la nave interestelar auténtica que algún
día construiremos que los modelos de Leonardo de nuestros actua- les
transportes supersónicos. Pero si conseguimos no destruimos
creo que algún día nos aventuraremos hacia las estrellas. Cuando
hayamos explorado todo nuestro sistema solar, nos harán señas los
planetas de otras estrellas.
El viaje espacial y el viaje por el tiempo están relacionados. Pode-
mos viajar rápido por el espacio porque viajamos rápido hacia el
futuro. Pero, y del pasado, ¿qué? ¿Podemos volver al pasado y cam-
biarlo? ¿Podemos lograr que los hechos se desarrollen de modo dis-
tinto a lo que dicen los libros de historia? Nos estamos desplazando
continuamente hacia el futuro a una velocidad de un día por día.
Con naves espaciales relativistas podríamos ir hacia el futuro a ma-
yor velocidad. Pero muchos físicos creen que un viaje al pasado es
imposible. Según ellos, aunque dispusiéramos de un aparato capaz
de ir hacia atrás en el tiempo, no podríamos hacer nada importante.
Si alguien viaja al pasado e impide que sus padres se casen, evitará
haber nacido, lo cual es en cierto modo una contradicción, porque es
208 Cosmos
Siete sistemas solares generados por el
programa de computadora ACCRETE, y
un sistema real,el nuestro(B). Las distan-
cias de los planetas a sus estrellas están
indicadas en el eje horizontal inferior (1
unidad astronómica = 150 000 000 de
kilómetros). Las masas de los planetas se
indican en unidades de la masa de la Tie-
rra. Los planetas terrestres están dibuja-
dos como círculos rellenos, los planetas
jov ianos como círculos vacíos. Los siste-
mas A y C son muy semejantes al nuestro,
con planetas terrestres cercanos a la estre-
lla y planetas jovianos más alejados. El
sistema D tiene la disposición inversa. En
E y F los planetas terrestres y jovianos
están intercalados. En G se han producido
planetas jovianos de gran masa, y en H el
quinto planeta es tan grande que se ha
conv ertidoen estrella y la configuración es
la de un sistema estelar doble. Basados en
cálculos de Stephen Dole, Richard Isaac-
man y el autor.
evidente que este alguien existe. Como sucede con la demostra-
ción de la irracionalidad de √2, o en la discusión de la simultanei-
dad en relatividad espacial, se trata de un argumento que permite
dudar de la premisa porque la conclusión parece absurda.
Pero otros físicos proponen la posible coexistencia, una al lado de
otra, de dos historias alternativas, dos realidades igualmente
válidas: la que uno conoce y otra en la que uno no ha nacido nun-
ca. Quizás el tiempo tiene muchas dimensiones potenciales, aun-
que estemos condenados a experimentar sólo una de ellas. Su-
pongamos que pudiéramos ir al pasado y cambiarlo, persuadiendo
por ejemplo a la reina Isabel para que no diera su apoyo a Cristó-
bal Colón.
Esto equivale a poner en marcha una secuencia diferente de
acontecimientos históricos, que quienes hemos abandonado en
nuestra línea temporal no llegarán a conocer nunca. Si fuese posi-
ble este tipo de viaje temporal podría existir en cierto modo cual-
quier historia alternativa imaginable.
La historia es en su mayor parte un haz complejo de hilos pro-
fundamente entretejidos, fuerzas sociales, culturales y económicas
difíciles de desenredar. Los acontecimientos pequeños, imprede-
cibles y casuales que en número incontable van fluyendo conti-
nuamente, no tienen a menudo consecuencias de largo alcance.
Pero algunos acontecimientos, los que tienen lugar en interseccio-
nes críticas o puntos de ramificación, pueden cambiar el aspecto
de la historia. Puede haber casos en los que resulte posible provo-
car cambios profundos mediante ajustes relativamente triviales.
Viajes a través del espacio y del tiempo 209
Cuanto más lejos esté situado en el pasado este acontecimiento más
poderosa podrá ser su influencia: porque el brazo de la palanca del
tiempo se hace más largo.
Un virus de poliomielitis es un diminuto microorganismo. Cada
día topamos con muchos de ellos. Pero por suerte es un hecho raro
que nos infecten y provoquen esta temida enfermedad. Franklin D.
Roosevelt, el presidente número treinta y dos de los Estados Unidos,
tuvo la polio. Se trata de una enfermedad que deja lisiado y quizás
esto hizo que Roosevelt sintiera una mayor compasión por los des-
validos; o quizás aumentó sus ansias de éxito. Si la personalidad de
Roosevelt hubiese sido distinta, o si no hubiese tenido nunca la am-
bición de llegar a presidente de los Estados Unidos, es posible que la
gran depresión de los años 1930, la segunda guerra mundial y el
desarrollo de las armas nucleares hubiesen tenido un desenlace dis-
tinto. El futuro del mundo hubiese podido cambiar. Pero un virus
es una cosa insignificante, que mide sólo una millonésima de centí-
metro. Apenas es nada.
Supongamos en cambio que nuestro viajero del tiempo hubiese
convencido a la reina Isabel de que la geografía de Colón era erró-
nea, de que según la estimación por Eratóstenes de la circunferencia
de la Tierra Colón no podía alcanzar nunca el Asia. Es casi seguro
que en unas pocas décadas otro europeo se habría presentado y
habría zarpado hacia el Nuevo Mundo. Las mejoras en la navega-
ción, el incentivo del comercio de las especias y la competencia entre
las potencias europeas rivales hacían más o menos inevitable el des-
cubrimiento de América. Como es lógico, hoy no existiría una na-
ción llamada Colombia, ni el Distrito de Columbia ni Columbus,
Ohio, ni la Universidad de Columbia en las Américas. Pero el curso
general de la historia podría haber sido más o menos el mismo. Pa-
ra poder afectar el futuro de modo profundo es probable que un via-
jero del tiempo tuviese que haber intervenido en un número deter-
minado de acontecimientos cuidadosamente escogidos, a fin de
cambiar el tejido de la historia.
Es una hermosa fantasía explorar estos mundos que nunca fueron.
Si los visitáramos podríamos entender realmente cómo funciona la
historia; la historia podría convertirse en una ciencia experimental.
Si no hubiese vivido nunca una persona aparentemente decisiva por
ejemplo Platón, o Pablo, o Pedro el Grande ¿cómo sería de diferente
el mundo? ¿Qué pasaría si la tradición científica de los antiguos
griegos jonios hubiese sobrevivido y florecido? Hubiese sido preciso
que muchas de las fuerzas sociales de la época fuesen distintas, entre
ellas la creencia dominante de que la esclavitud era natural y justifi-
cada. Pero ¿qué hubiese sucedido si aquella luz que nacía en el Me-
diterráneo oriental hace 2 500 años no se hubiese quedado parpa-
deante? ¿Qué pasaría si la ciencia y el método experimental y la dig-
nidad de los oficios y las artes mecánicas hubiesen sido cultivados
vigorosamente 2 000 años antes de la Revolución Industrial? ¿Qué
pasaría si se hubiese apreciado de modo más general el poder de
este nuevo modo de pensar? A veces imagino que podríamos haber-
nos ahorrado diez o veinte siglos. Quizás las contribuciones de Leo-
nardo hubiesen llegado hace mil años y las de Albert Einstein hace
quinientos años. Como es lógico en esta otra Tierra Leonardo y
Einstein no habrían nacido nunca. Todo hubiese sido demasiado
distinto. En cada eyaculación hay centenares de millones de células
espermáticas, de las cuales sólo una puede fertilizar un óvulo y pro-
ducir un miembro de la siguiente generación de seres humanos.
Representación simbólica del viaje por el
tiempo. Máquina del Tiempo construida
para la película de George Pal basada en la
historia de H. G. Wells. (Fotografía, Ed-
wardo Castañeda.)
Sello emitido coincidiendo con la Exposi-
ción Colombina de 1892, donde aparece
Cristóbal Colón presentando sus argumen-
tos geográficos y económicos a la reina
Isabel. ¿Qué gran viaje de descubrimiento
estará en marcha en el año1992,cuando se
cumpla el quinientos aniversario del des-
cubrimiento de América por Colón?
210 Cosmos
Una bombilla eléctrica, que representa una
estrella distante, y una pequeña esfera que
representa un compañero planetario ca-
rente de luz propia. Las estrellas son tan
brillantes que los planetas normalmente se
perderían del todo en su resplandor.
Al eclipsar artificialmente la luzde la estre-
lla con un disco de ocultación en primer
plano (o con la superficie lunar) el planeta
que brilla con luz reflejada se v e mejor.
Cuando la estrella queda totalmente ocul-
ta, el planeta emerge de su resplandor.
Observ aciones repetidas de este tipo po-
drían determinar la posición, movimiento
y quizás otras propiedades de un planeta
no descubierto hasta entonces. (Las tres
fotografias son de Bill Ray .)
Pero el decidir qué esperma conseguirá fertilizar un óvulo depende
de los factores más mínimos e insignificantes, tanto internos como
externos. Habría bastado un cambio en una pequeña cosa hace 2
500 años para que ninguno de nosotros estuviera aquí. Habría
miles de millones de otras personas viviendo en nuestro lugar.
Si el espíritu jonio hubiese vencido, creo que nosotros un noso-
tros diferente, desde luego estaríamos ya aventurándonos en las
estrellas. Nuestras primeras naves de exploración a Alpha Centau-
ri y a la Estrella de Barnard, a Sirio y a Tau Ceti habrían regresado
haría ya mucho tiempo. Se estarían construyendo en órbita terres-
tre grandes flotas de transportes interestelares: naves sin tripula-
ción de reconocimiento, naves de línea para inmigrantes, inmen-
sas naves comerciales para surcar los mares del espacio. Sobre to-
das estas naves habría símbolos y escritura. Mirando más de cerca
podríamos observar que el lenguaje era griego. Y quizás el símbo-
lo en la proa de una de las primeras naves estelares sería un dode-
caedro, con la inscripción: “Nave Estelar Teodoro del Planeta Tie-
rra”.
En la línea temporal de nuestro mundo las cosas han ido algo
más lentas. No estamos listos aún para las estrellas. Pero quizás
en un siglo o dos más, cuando todo el sistema solar esté explorado,
habremos puesto también nuestro planeta en orden, y tendremos
la voluntad, los recursos y el conocimiento técnico para ir a las es-
trellas. Habremos examinado ya desde grandes distancias la di-
versidad de otros sistemas planetarios, algunos muy parecidos al
nuestro y algunos muy distintos. Sabremos qué estrellas tenemos
que visitar. Nuestras máquinas y nuestros descendientes se aden-
trarán entonces por los años luz, hijos auténticos de Tales y de
Aristarco, de Leonardo y de Einstein.
Todavía no sabemos seguro cuántos sistemas planetarios hay
además del nuestro, pero parece que su abundancia es grande. En
nuestra vecindad inmediata no hay uno solo sino en cierto sentido
cuatro: Júpiter, Saturo y Urano disponen cada cual de un sistema de
satélites que por sus tamaños relativos y el espaciamiento de las
lunas se parecen mucho a los planetas que giran alrededor del Sol.
Una extrapolación de las estadísticas de estrellas dobles cuya masa
respectiva es muy dispar sugiere que casi todas las estrellas solita-
rias como el Sol deberían tener compañeros planetarios.
Todavía no podemos ver directamente los planetas de otras es-
trellas, porque son diminutos puntos de luz sumergidos en el brillo
de sus soles locales. Pero estamos consiguiendo detectar la in-
fluencia gravitatoria de un planeta invisible sobre una estrella ob-
servada. Imaginemos una estrella así con un movimiento propio
importante que durante décadas se va desplazando sobre el fondo
de las constelaciones más distantes; y con un planeta grande, por
ejemplo de la masa de Júpiter, cuyo plano orbital esté por casuali-
dad alineado formando un ángulo recto con nuestra visual. Cuan-
do el planeta oscuro está desde nuestra perspectiva a la derecha de
la estrella, la estrella se verá arrastrada un poco a la derecha, y al
revés si el planeta está a la izquierda. En consecuencia el curso de
la estrella quedará alterado o perturbado y en lugar de ser una lí-
nea recta será una línea ondulada. Las interacciones complejas de las
tres estrellas en el sistema de Alpha Centauri harían muy difícil
la búsqueda de un compañero de poca masa. Incluso en el caso de
la Estrella de Barnard la investigación es penosa, buscando des-
plazamientos microscópicos de posición sobre placas fotográficas
Viajes a través del espacio y del tiempo 211
expuestas en un telescopio a lo largo de décadas. Se han llevado a
cabo dos intentos de este tipo para encontrar planetas alrededor de
la Estrella de Barnard, y según algunos criterios ambos intentos han
tenido éxito e indican la presencia de dos o más planetas de masa
joviana moviéndose en una órbita (calculada por la tercera ley de
Kepler) algo más cercana a su estrella de lo que Júpiter y Saturno
están con respecto al Sol. Pero, por desgracia, los dos conjuntos de
observaciones parecen mutuamente incompatibles. Es posible que
se haya descubierto un sistema planetario alrededor de la Estrella de
Barnard, pero para una demostración sin ambigüedades hay que
esperar otros estudios.
Están en desarrollo otros métodos para detectar planetas alrede-
dor de las estrellas, entre ellos uno que consiste en ocultar artifi-
cialmente la luz deslumbradora de la estrella poniendo un disco en-
frente de un telescopio espacial o bien utilizando el borde oscuro de
la Luna como disco a propósito: de este modo la luz reflejada por el
planeta ya no queda tapada por el brillo de la estrella próxima y
emerge. En las próximas décadas debemos contar con respuestas
definitivas y saber cuáles son de entre los centenares de estrellas
más próximas las que tienen compañeros planetarios grandes.
En años recientes, las observaciones infrarrojas han revelado la
presencia de un cierto número de nubes de gas y de polvo en forma
de disco, probablemente preplanetarias, alrededor de algunas estre-
llas próximas. Mientras tanto algunos estudios teóricos provocati-
vos han sugerido que los sistemas planetarios son una banalidad
galáctica. Un conjunto de investigaciones con computadora ha
examinado la evolución de un disco plano de gas y de polvo en con-
densación como los que se suponen que dan origen a estrellas y pla-
netas. Se inyectan pequeñas masas de materia las primeras con-
densaciones del disco dentro de la nube a intervalos aleatorios.
Un mundolunar y un planeta más pro-
metedor para la vida alrededor de una
estrella cerca de la nebulosa de la
Cabeza de caballo, a 1 500 años luz de
distancia. La exploración de un siste-
ma así sólo seria un objetiv o posible
para la humanidad si se desarrollaran
naves espaciales capaces de desplazar-
se a una velocidad próxima a la de la
luz. (Pintura de Dav id Egge, 1 97 8.)
212 Cosmos
Estas masas acumulan por acreción partículas de polvo a medi-
da que se mueven. Cuando su tamaño es suficiente atraen tam-
bién gravitatoriamente al gas, principalmente hidrógeno, de la nu-
be. Cuando dos masas de éstas chocan, el programa de la compu-
tadora las deja unidas. El proceso continúa hasta que todo el gas y
el polvo se han gastado de este modo. Los resultados dependen de
las condiciones iniciales, especialmente de la distribución de la
densidad de gas y de polvo con la distancia al centro de la nube.
Pero dentro de una gama de condiciones iniciales plausibles se ge-
neran sistemas planetarios –unos diez planetas, de tipo terrestre
cerca de la estrella, de tipo joviano en el exterior– que presentan
un aspecto semejante a los nuestros. En otras circunstancias no
hay planetas, sólo una multitud de asteroides; o pueden generarse
planetas jovianos cerca de la estrella; o un planeta joviano puede
acumular tanto gas y polvo que se convierta en una estrella, origi-
nando un sistema estelar binario. Todavía es demasiado pronto
para estar seguros, pero parece que podremos encontrar una es-
pléndida variedad de sistemas planetarios por toda la Galaxia, y
con una frecuencia elevada, porque creemos que todas las estrellas
deben de proceder de estas nubes de gas y polvo. Puede haber un
centenar de miles de millones de sistemas planetarios en la Ga-
laxia esperando que los exploren.
Ninguno de estos mundos será idéntico a la Tierra. Unos cuan-
tos serán acogedores; la mayoría nos parecerán hostiles. Muchos
serán maravillosamente bellos. En algunos mundos habrá muchos
soles en el cielo diurno, muchas lunas en los cielos de la noche, o
tendrán grandes sistemas de anillos de partículas cruzando de
horizonte a horizonte. Algunas lunas estarán tan próximas a su
planeta que surgirán en lo alto de los cielos cubriendo la mitad del
firmamento. Y algunos mundos tendrán como panorámica una
vasta nebulosa gaseosa, los restos de una estrella normal que fue y
ya no es. En todos estos cielos, ricos en constelaciones distantes y
exóticas, habrá una débil estrella amarilla, quizás apenas visible a
simple vista, quizás visible únicamente a través del telescopio: la
estrella madre de una flota de transportes interestelares que ex-
plorarán esta diminuta región de la gran galaxia Vía Láctea.
Como hemos visto, los temas del espacio y del tiempo están in-
terrelacionados. Los mundos y las estrellas nacen, viven y mueren
como las personas. La vida de un ser humano se mide en décadas,
la vida del Sol es cien millones de veces más larga. Comparados
con una estrella somos algo efímero, como criaturas fugaces que
viven toda su vida en el transcurso de un solo día. Desde el punto
de vista de un ser efímero los seres humanos somos imperturba-
bles, aburridos, casi totalmente inconmovibles, dando apenas una
ligera indicación de que hacemos algo alguna vez. Desde el punto
de vista de una estrella, un ser humano es un diminuto relampa-
guee, uno de los miles de millones de breves vidas que parpadean
tenuemente sobre la superficie de una esfera extrañamente fría,
anómalamente sólida, exóticamente remota, hecha de silicato y de
hierro.
En todos estos mundos del espacio hay una secuencia de acontecimien-
tos, hay hechos que determinarán sus futuros. Y en nuestro pequeño
planeta, este momento de la historia es un punto crítico de bifurcación
tan importante como la confrontación de los científicos jonios con los
místicos hace 2 500 años. Lo que hagamos con nuestro mundo en esta
época se propagará a través de los siglos y determinará de modo eficaz el
destino de nuestros descendientes y su suerte,si llega, entre las estrellas.
Viajes a través del espacio y del tiempo 213
Un planeta sin aire en un sistema estelar binario. Todos los objetos proy ectan dos sombras,antirrojoy antiazul (pintura de David
Hardy).David A.Hardy, de Eldesafío de las estrellas (Rand McNally).
214 Cosmos
Un planeta hipotético en el sistema de Pleyone. Pleyone, que
forma parte del cúmulo estelar de las Pléyades, gira tan rápi-
damente que ha quedado distorsionado en forma oblonga, y
la sustancia estelar se está vertiendo al espacio a lo largo del
ecuador estelar.Pintura de Don Dixon. (©Don Dixon. 1974.)
Una binaria de contacto, una gigante roja y una enana azul;
esta última está sufriendo una explosión de nova. El aconte-
cimiento ha asolado el paisaje planetario (pintura de David
Hardy). © David Hardy, de El desafio de las estrellas (Rand
McNally).
Un planeta en órbita alrededor de un cúmuloestelar globular.Pintura de Don Dixon. (©Don Dixon, 1978.)
Viajes a través del espacio y del tiempo 215
Un planeta hipotético alrededor de una binaria de contacto; las dos estrellas pierden sus atmósferas estelares en el espacio
siguiendola forma de una gran espiral que orbita a las dos estrellas (pintura de David Hardy). ©David A.Hardy, de Eldesafío
de las estrellas (Rand McNally).
Las Pléy ades de noche desde una caverna de hieloen un hipoteticoplaneta cercano. El cúmuloestelar de las Pléyades se formo
recientemente,y por lotantose trata de un mundomuy joven.(Pintura de DavidEgge.)
La estrella más cercana: el Sol v isto a la luz de helio ionizado en el ultravioleta lejano. La prominencia solar que se proyecta
arriba a la derecha se extiendemomentáneamenteunos 300000kilómetros dentrodel espaciohasta que vuelve a caer sobre el
gas ardiente que es la superficie visible del Sol. Las manchas más pequeñas de gas caliente visibles en esta imagen de la super-
ficie solar tienen aproximadamente el tamañode la Tierra.Fotografía del Skylab 4.(Cedida por la NASA.)
Capítulo IX
Las vidas
de las estrellas
[Ra, el dios Sol] abrió sus dos ojos y proyectó luz sobre Egipto, separó la noche
del día. Los dioses salieron de su boca y la humanidad de sus ojos. Todas las
cosas nacieron de él, el niño que brilla en el loto y cuyos rayos dan vida a todos
los seres.
Conjuro del Egipto tolemaico
Dios es capaz de crear partículas de materia de distintos tamaños y formas... y
quizás de densidades y fuerzas distintas, y de este modo puede variar las leyes
de la naturaleza, y hacer mundos de tipos diferentes en partes diferentes del
universo. Y o por lo menos no veo en esto nada contradictorio.
ISAAC NEWTON, óptica
Teníamos el cielo allá arriba, todo tachonado de estrellas, y solíamos tumbamos
en el suelo y mirar hacia arriba, y discutir si las hicieron o si acontecieron sin
más.
MARK TWAIN, Huckleberry Finn
Tengo... una terrible necesidad... ¿diré la palabra?... de religión. Entonces salgo
por la noche y pinto las estrellas.
VINCENT VAN GOGH
218 Cosmos
Átomos en movimiento: una película de las
perturbaciones creadas en un fondo de
carbono (que aparece azul-negro) por los
mov imientos aleatorios de átomos de ura-
nio (que aparecen en rojo). Demócrito
hubiese disfrutado con esta película. (Cedi-
da por Albert Crewe, Universidad de Chica-
go.)
PARA HACER UNA TARTA DE MANZANA necesitamos harina, manza-
nas, una pizca de esto y de aquello y el calor del horno. Los in-
gredientes están constituidos por átomos: carbono, oxígeno,
hidrógeno y unos cuantos más. ¿De dónde provienen estos áto-
mos? Con excepción del hidrógeno, todos están hechos en estre-
llas. Una estrella es una especie de cocina cósmica dentro de la
cual se cuecen átomos de hidrógeno y se forman átomos más pe-
sados. Las estrellas se condensan a partir de gas y de polvo inter-
estelares los cuales se componen principalmente de hidrógeno.
Pero el hidrógeno se hizo en el Big Bang, la explosión que inició
el Cosmos. Para poder hacer una tarta de manzana a partir de ce- ro
hay que inventar primero el universo.
Supongamos que cogemos una tarta de manzana y la cortamos
por la mitad; tomemos una de las dos partes y cortémosla por la
mitad; y continuemos así con el espíritu de Demócrito. ¿Cuántos
cortes habrá que dar hasta llegar a un átomo solo? La respuesta es
unos noventa cortes sucesivos. Como es lógico no hay cuchillo
lo bastante afilado, la tarta se desmigaja y en todo caso el átomo
sería demasiado pequeño para verlo sin aumento. Pero éste es el
sistema para llegar a él.
La naturaleza del átomo se entendió por primera vez en la Uni-
versidad de Cambridge en Inglaterra en los cuarenta y cinco años
centrados en 1910: uno de los sistemas seguidos fue disparar co-
ntra átomos piezas de átomos y observar cómo rebotaban. Un
átomo típico tiene una especie de nube de electrones en su exte-
rior. Los electrones están cargados eléctricamente, como su
nombre indica. La carga se califica arbitrariamente de negativa.
Los electrones determinan las propiedades químicas del átomo: el
brillo del oro, la sensación fría del hierro, la estructura cristalina
del diamante de carbono. El núcleo está dentro, en lo profundo
del átomo, oculto muy por debajo de la nube de electrones, y se
compone generalmente de protones cargados positivamente y de
neutrones eléctricamente neutros. Los átomos son muy peque-
ños: un centenar de millones de átomos puestos uno detrás de
otro ocuparían una longitud igual a la punta del dedo meñique.
Pero el núcleo es cien mil veces más pequeño todavía, lo que ex-
plica en cierto modo que se tardara tanto en descubrirlo.1 Sin em-
bargo, la mayor parte de la masa de un átomo está en su núcleo;
los electrones comparados con él no son más que nubes de pelusi-
lla en movimiento. Los átomos son en su mayor parte espacio va-
cío. La materia se compone principalmente de nada.
Yo estoy hecho de átomos. Mi codo, que descansa sobre la mesa
que tengo delante, está hecho de átomos. La mesa está hecha de
átomos. Pero si los átomos son tan pequeños y vacíos y si los nú-
cleos son todavía más pequeños, ¿por qué me sostiene la mesa?
¿A qué se debe, como solía decir Arthur Eddington, que los nú-
cleos que forman mi codo no se deslicen sin esfuerzo a través de
los núcleos que forman la mesa? ¿Por qué no acabo de bruces en
el suelo? ¿O cayendo directamente a través de la Tierra?
1 . Se había pensado antes que los protones estaban distribuidos uniforme-
mente a través de la nube de electrones, y no concentrados en un núcleo de
carga positiva en el centro. Ernest Rutherford descubrió en Cambridge el nú-
cleo cuando algunas de las partículas de bombardeo rebotaron en la dirección
en que habían llegado. Rutherford comentó: "Era el acontecimientomás increí-
ble que había presenciadoen mí vida. Era casi tan increíble como si al disparar
un proyectil(de cañón)de 1 5pulgadas contra una delgada hoja de papelrebota-
ra y v olv iera hacía él."
Las vidas de las estrellas 219
La respuesta es la nube de electrones. La pared exterior de un áto-
mo de mi codo tiene una carga eléctrica negativa. Lo mismo sucede
con todos los átomos de la mesa. Pero las cargas negativas se repe-
len. Mi codo no se desliza a través de la mesa porque los átomos
tienen electrones alrededor de su núcleo y porque las fuerzas eléctri-
cas son fuertes. La vida cotidiana depende de la estructura del áto-
mo. Si apagamos estas cargas eléctricas todo se hundirá en forma de
polvo fino e invisible. Sin fuerzas eléctricas, ya no habría cosas en el
universo: sólo nubes difusas de electrones, de protones y de neutro-
nes, y esferas gravitando de partículas elementales, restos informes de
los mundos.
Si nos proponemos cortar una tarta de manzana y continuar más
allá de un átomo solo, nos enfrentamos con una infinidad de lo muy
pequeño. Y cuando miramos el cielo nocturno nos enfrentamos con
una infinidad de lo muy grande. Estas infinidades representan una
regresión sin fin que continúa, no para llegar muy lejos, sino para
seguir sin tener nunca fin. Si uno se pone entre dos espejos por
ejemplo en una barbería verá un gran número de imágenes de sí
mismo, cada una reflexión de otra. No podemos ver una infinidad
de imágenes porque los espejos no están perfectamente planos ni
alineados, porque la luz no se desplaza a una velocidad infinita, y
porque estamos en medio. Cuando hablamos del infinito hablamos
de una cifra superior a cualquier número por grande que sea.
El matemático norteamericano Edward Kasner pidió en una oca-
sión a su sobrino de nueve años que inventara un nombre para un
número muy grande: diez elevado a cien (10100), un uno seguido por
cien ceros. El niño le llamó un gugol. He aquí el número: 10 000
000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000
000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000
000 000 000 000. Cada uno de nosotros puede hacer números
muy grandes y darles nombres extraños. Inténtalo. Tiene un cierto
encanto, especialmente si la edad de uno resulta ser nueve años.
Si un gugol parece grande, consideremos un gugolple. Es diez ele-
vado a la potencia de un gugol: es decir un uno seguido por un gugol
de ceros. Como comparación, el número total de átomos en nuestro
cuerpo es aproximadamente 1028, y el número total de partículas
elementales –protones y neutrones y electrones– en el universo
observable es aproximadamente 1080. Si el universo fuera, por
ejemplo, una masa sólida2 de neutrones, de modo que no quedara
ningún espacio vacío, sólo habría unos 10128 neutrones en su inter-
ior, bastante más que un gugol pero algo trivialmente pequeño com-
parado con un gugolple. Y sin embargo estos números, el gugol y el
gugolple, no se acercan a la idea de infinito, ni la rozan. Un gugolple
está exactamente a la misma distancia del infinito que el número
uno. Podríamos intentar escribir un gugolple, pero es una ambición
sin salida. Una hoja de papel lo suficientemente grande para poder
escribir en ella explícitamente todos los ceros de un gugolple no se
2. La idea de este cálculo es muy antigua. Las frases iniciales de El calculador
de arena de Arquímedes dicen: "Hay algunos, Rey Gelon, que piensan que el
número de granos de arena es una multitud infinita: y cuando hablo de arena
no me refiero solamente a la que existe por Siracusa y el resto de Sicilia, sino a
la que se encuentra en todas las regiones, tanto habitadas como deshabitadas.
También hay algunos que si bien no lo consideran infinito, creen que no se ha
expresado ningún número lo bastante grande para superar a esta multitud de
granos."Arquímedes pasa luegonosólo a nombrar el númerosinoa calcularlo.
Más tarde se pregunta el númerode granos de arena que cabrían unoaliadodel
otro en el universo entonces conocido. Su estimación es de 1063, que corres-
ponde por una curiosa coincidencia a unos 1083 átomos.
220 Cosmos
Átomos del mineral marcasita, aumenta-
dos 4.5 millones de v eces con un micros-
copio que utiliza luz visible y rayos X. La
marcasita es un cristal donde se repite la
unidad FeS2: Fe indica hierro y está repre-
sentado por las manchas grandes, S indica
azufre y está representado por los pares de
puntos pequeños que flanquean cada áto-
mo de hierro. (Cedida por el Instituto
Profesor Martin J. Buerger, Instituto de
Tecnología de Massachussets. )
podría meter dentro del universo conocido. Afortunadamente hay
un método más simple y muy conciso para escribir un gugolple.
10(10)100; e incluso para escribir infinito: (pronunciado “infinito”).
En una tarta de manzana quemada, la mayor parte de lo negro es
carbono. Con noventa cortes llegaríamos a un átomo de carbono,
con seis protones y seis neutrones en su núcleo y seis electrones en
la nube exterior. Si fuéramos a extraer un fragmento del núcleo –
por ejemplo con dos protones y dos neutrones en él– no sería el
núcleo de un átomo de carbono, sino el núcleo de un átomo de
helio. Este corte o fisión de los núcleos atómicos tiene lugar en las
armas nucleares y en las centrales nucleares convencionales, aun-
que allí no se rompen átomos de carbono. Si hacemos el corte
número noventa y uno de la tarta de manzana, si cortamos un nú-
cleo de carbono, no obtenemos un trozo más pequeño de carbono,
sino algo distinto: un átomo con propiedades químicas completa-
mente diferentes. Si cortamos un átomo transmutamos los ele-
mentos.
Pero supongamos que seguimos adelante. Los átomos están
compuestos de protones, neutrones y electrones. ¿Podemos cortar
un protón? Si bombardeamos protones con otras partículas ele-
mentales a grandes energías otros protones, por ejemplo empe-
zamos a vislumbrar unidades más fundamentales que se ocultan
dentro del protón. Los físicos proponen actualmente que las lla-
madas partículas elementales como los protones y los neutrones
están compuestas en realidad por partículas más elementales, lla-
madas quarks, que se presentan en una variedad de colores y de
sabores, tal como se han denominado sus propiedades en un con-
movedor intento por hacer algo más familiar el mundo subnu-
clear. ¿Son los quarks los elementos constitutivos últimos de la
materia, o también ellos están compuestos por partículas más pe-
queñas y más elementales? ¿Llegaremos alguna vez al final en
nuestra comprensión de la naturaleza de la materia, o hay una re-
gresión infinita hacia partículas cada vez más fundamentales? Éste
es uno de los grandes problemas sin resolver de la ciencia.
En los laboratorios medievales se perseguía la transmutación de
los elementos: una actividad llamada alquimia. Muchos alquimis-
tas creían que toda la materia era una mezcla de cuatro sustancias
elementales: agua, aire, tierra y fuego, una antigua especulación
jónica. Alterando por ejemplo las proporciones relativas de tierra
y de fuego sería posible, pensaban ellos, cambiar el cobre en oro.
En esta actividad pululaban fraudes encantadores, timadores co-
mo Cagliostro y el conde de Saint-Germain, que pretendían no só-
lo transmutar los elementos sino poseer también el secreto de la
inmortalidad. A veces se ocultaba el oro en una varilla con un fal- so
fondo de modo que aparecía milagrosamente en un crisol al fi-
nal de alguna ardua demostración experimental. La nobleza euro-
pea, con el señuelo del dinero y de la inmortalidad, acabó transfi-
riendo grandes sumas a los practicantes de este dudoso arte. Pero
hubo alquimistas más serios, como Paracelso e incluso Isaac New-
ton. El dinero no se malgastó totalmente: se descubrieron nuevos
elementos químicos, como el fósforo, el antimonio y el mercurio.
De hecho el origen de la química moderna puede relacionarse di-
rectamente con estos experimentos.
Hay noventa y nueve tipos químicamente distintos de átomos
existentes de modo natural. Se les llama elementos químicos, y
hasta hace poco no había más que esto en nuestro planeta, aunque
Las vidas de las estrellas 221
se encuentran principalmente combinados formando moléculas. El
agua es una molécula formada por átomos de hidrógeno y de oxíge-
no. El aire está formado principalmente por los átomos nitróge-
no (N), oxígeno (O), carbono (C), hidrógeno (H) y argón (Ar), en las
formas moleculares N2, O2 CO2, H2O y Ar. La misma Tierra es una
mezcla muy rica de átomos, principalmente silicio,3 oxígeno, alu-
minio, magnesio y hierro. El fuego no está compuesto en absoluto de
elementos químicos. Es un plasma radiante en el cual la alta
temperatura ha arrancado algunos de los electrones de sus núcleos.
Ninguno de los cuatro antiguos elementos jonios y alquímicos es
un elemento en el sentido moderno: uno es una molécula, dos son
mezclas de moléculas, y el último es un plasma.
Desde la época de los alquimistas se han ido descubriendo cada vez
más elementos, tendiendo a ser los descubiertos últimamente los
más raros. Muchos son familiares: los que constituyen la Tierra de
modo primario, o los que son fundamentales para la vida. Algunos
son sólidos, algunos gases y hay dos (el bromo y el mercurio) que
son líquidos a temperatura ambiente. Los científicos los ordenan
convencionalmente por orden de complejidad. El más simple, el
hidrógeno, es el elemento 1, y el más complejo, el uranio, es el ele-
mento 92. Otros elementos son menos familiares: hafnio, erbio,
diprosio y praseodimio, por ejemplo, que no los encontramos con
demasiada frecuencia en la vida cotidiana. Podemos decir que cuan- to
más familiar nos resulta un elemento más abundante es. La Tie-
rra contiene gran cantidad de hierro y bastante poca de itrio. Como es
lógico hay excepciones a esta regia, como el oro o el uranio, ele-
mentos apreciados por convenciones económicas o juicios estéticos
arbitrarios, o porque tienen notables aplicaciones prácticas.
El que los átomos están compuestos por tres tipos de partículas
elementales protones, neutrones y electrones es un descubrimiento
relativamente reciente. El neutrón no se descubrió hasta 1932. La
física y la química modernas han reducido la complejidad del mun-
do sensible a una simplicidad asombrosa: tres unidades reunidas de
maneras distintas lo forman esencialmente todo.
Los neutrones, como hemos dicho y como su nombre sugiere, no
llevan carga eléctrica. Los protones tienen una carga positiva y los
electrones una carga negativa igual. La atracción entre cargas
opuestas de electrones y de protones es lo que mantiene unido al
átomo. Puesto que cada átomo es eléctricamente neutro, el número
3. El silicio es un átomo. La silicona es una molécula, una de las miles de
millones de v ariedades distintas que contienen silicio. El silicio y la silicona
tienen propiedades y aplicaciones diferentes.
Representación de una parte de los 92
elementos químicos presentes de modo
natural en la naturaleza. Cada elemento
tiene en rojoel númeroatómico(igual al
númerode protones, o de electrones). El
número de neutrones de cada elemento
está en negro. El pesoatómicoes igual al
númerode protones más neutrones en el
núcleo atómico. En las presiones y tem-
peraturas típicas de la tierra algunos
elementos son sólidos (por ejemplo,
selenio, número atómico 34), otros lí-
quidos (bromo, 35) y otros gaseosos
(kriptón,36). (Fotografía, Bill Ray.)
222 Cosmos
La superficie turbulenta del Sol. Aparece en ella la granulación,provincias solares en las que el gas caliente sube y se hunde.Cada
célula turbulenta tiene un diámetrode unos 1 000 kilómetros, la distancia de Paris a Kiev. Fotografía en luzamarilla ordinaria del
observ atoriode Pic du Midi, Francia.
Las vidas de las estrellas 223
de protones en el núcleo tiene que ser exactamente igual al número
de electrones en la nube de electrones. La química de un átomo de-
pende únicamente del número de electrones, que es igual al número
de protones y que se llama número atómico. La química no es más
que números, idea que le habría gustado a Pitágoras. Si eres un
átomo con un protón eres hidrógeno; con dos, helio; con tres, litio;
con cuatro, berilio; con cinco, boro; con seis, carbono; con siete,
nitrógeno; con ocho, oxígeno, y así sucesivamente hasta 92 proto-
nes, en cuyo caso tu nombre es uranio.
Las cargas iguales (cargas del mismo signo) se repelen fuertemen-
te. Lo podemos imaginar como una intensa aversión mutua contra
los de la propia especie, un poco como si el mundo estuviese densa-
mente poblado por anacoretas y misántropos. Los electrones repe-
len a los electrones. Los protones repelen a los protones. ¿Cómo es
posible entonces que el núcleo se mantenga unido? ¿Por qué no sal-
ta instantáneamente por los aires? Porque hay otra fuerza de la na-
turaleza: no la gravedad, ni la electricidad, sino la fuerza nuclear de
acción próxima que actúa como un conjunto de ganchos que actúan
y sujetan sólo cuando los protones y los neutrones se acercan mucho
y consiguen superar la repulsión eléctrica entre los protones. Los
neutrones, que contribuyen con sus fuerzas nucleares de atracción y
no con fuerzas eléctricas de repulsión, proporcionan una especie de
pegamento que contribuye a mantener unido el núcleo. Los eremi-
tas que anhelaban la soledad han quedado encadenados a sus gru-
ñones compañeros y mezclados con otros más propensos a la amabi-
lidad indiscriminado y voluble.
Primer plano de un grupo de manchas
solares en luz roja de hidrógeno. Las man-
chas solares son regiones relativamente
más frías, con intensos campos magnéti-
cos. Las "espículas" oscuras adyacentes
están ordenadas por el magnetismo local,
como las limaduras de hierro por un imán.
Las "play as" brillantes adyacentes están
relacionadas con la aparición de grandes
tormentas llamadas erupciones solares.
(Cedida por el observatoriosolar Big Bear.)
La fotosfera del Sol, la región de la atmós-
fera solar desde la cual se radia al espacio
la luz visible ordinaria. Esta fotografía se
tomó cerca de un máximo en la actividad
de las manchas solares, que se repite cada
1 1.2 años. En estos momentos pueden
v erse hasta 100 manchas solares separa-
das. Son más oscuras que su entorno por-
que están a unos 2 000 °C menos de tem-
peratura. Galileo descubrió por primera
v ez las manchas solares, aunque si las
condiciones son favorables, por ejemplo al
ponerse el sol, pueden v erse a simple vista.
Cedida por Gary Chapman,observatoriode
San Fernando, Universidad del estado de
California, Northridge.
224 Cosmos
Una forma viva y su estrella. A través de un
telescopio equipado con un filtro que sólo
deje pasar la luz roja emitida por el gas
hidrógeno caliente, las manchas solares
aparecen oscuras. En primer término,
sobre una montaña, un ser humano exul-
tante. (Cedida por la Administración Na-
cional del Océano y la Atmósfera. Fotogra-
fía de Joseph Sutorick.)
Dos protones y dos neutrones forman el núcleo de un átomo de
helio, que resulta ser muy estable. Tres núcleos de helio forman un
núcleo de carbono; cuatro, oxígeno; cinco, neón; seis, magne-
sio; siete, silicio; ocho, azufre y así sucesivamente. Cada vez que
añadimos uno o más protones y neutrones suficientes para man-
tener unido el núcleo, hacemos un elemento químico nuevo. Si
restamos un protón y tres neutrones del mercurio hacemos oro, el
sueño de los antiguos alquimistas. Más allá del uranio hay otros
elementos que no existen de modo natural en la Tierra. Los sinte-
tizan los hombres y en la mayoría de los casos se fragmentan rá-
pidamente. Uno de ellos el elemento 94, se llama plutonio y es
una de las sustancias más tóxicas conocidas. Por desgracia se
desintegra bastante lentamente.
¿De dónde proceden los elementos existentes de modo natural?
Podríamos imaginar una creación separada de cada especie ató-
mica. Pero el universo en su totalidad y en casi todas partes está
formado por un 99% de hidrógeno y de helio,4 los dos elementos
más simples. De hecho el helio se detectó en el Sol antes de ser
descubierto en la Tierra, de ahí su nombre (de Helios, uno de los
dioses sol de Grecia). ¿Es posible que los demás elementos quími-
cos hayan evolucionado de algún modo a partir de hidrógeno y de
helio? Para equilibrar la repulsión eléctrica hay que aproximar
4. La Tierra constituye una excepción, porque nuestro hidrógeno primordial,
sujeto muy débilmente por la atracción gravitatoria relativamente baja del pla-
neta, ha escapadoy a en su mayor parte al espacio. Júpiter con su gravedad más
intensa ha conservado por lomenos gran parte de su complemento original del
elemento más ligero.
Las vidas de las estrellas 225
mucho las piezas de materia nuclear de modo que entren en acción
las fuerzas nucleares de corto alcance. Esto sólo puede suceder a
temperaturas muy altas, cuando las partículas se mueven con tanta
velocidad que la fuerza repulsiva no tiene tiempo de actuar: tempe-
raturas de decenas de millones de grados. En la naturaleza estas
temperaturas tan elevadas y sus correspondientes presiones sólo se
dan de modo corriente en los interiores de las estrellas.
Hemos examinado nuestro Sol, la estrella más próxima, en varias
longitudes de onda, desde las ondas de radio hasta la luz visible
normal y los rayos X, radiaciones que proceden únicamente de las
capas más exteriores. El Sol no es exactamente una piedra al rojo
vivo, como pensó Anaxágoras, sino una gran bola gaseosa de hidró-
geno y de helio, que brilla por su elevada temperatura, del mismo
modo que un atizador brilla si se le pone al rojo. Anaxágoras tenía
razón, por lo menos en parte. Las violentas tempestades solares
producen erupciones brillantes que perturban las comunicaciones
de radio en la Tierra; y penachos inmensos y arqueados de gas ca-
liente, guiados por el campo magnético del Sol, las prominencias
solares, que dejan enana a la Tierra. Las manchas solares, visibles a
veces a simple vista al ponerse el sol, son regiones más frías donde la
intensidad del campo magnético es más elevada. Toda esta activi-
dad incesante desbordada y turbulenta se da en la superficie visible,
relativamente fría. Sólo vemos unas temperaturas de unos 6 000
ºC. Pero el interior oculto del Sol donde se genera la luz solar está a
40 millones de grados.
Las estrellas y sus planetas acompañantes nacen debido al colapso
gravitatorio de una nube de gas y de polvo interestelares. La coli-
sión de las moléculas gaseosas en el interior de la nube la calienta
hasta el punto en el cual el hidrógeno empieza a fundirse dando
helio: cuatro núcleos de hidrógeno se combinan y forman un núcleo
de helio, con la emisión simultánea de un fotón de rayos gamma. El
fotón sufre absorciones y emisiones por parte de la materia situada
encima suyo y se va abriendo paso paulatinamente hacia la superfi- cie
de la estrella, perdiendo energía en cada paso, y llegando al final
después de una épica jornada que ha durado un millón de años has-
ta la superficie, donde emerge en forma de luz visible y es radiado
hacia el espacio. La estrella empieza a funcionar. El colapso gravi-
tatorio de la nube preestelar ha quedado detenido. El peso de las
capas exteriores de la estrella está sostenido ahora por las tempera-
turas y presiones elevadas generadas en las reacciones nucleares del
interior. El Sol ha estado en esta situación estable durante los últi-
mos cinco mil millones de años. Reacciones termonucleares como
las que tienen lugar en una bomba de hidrógeno proporcionan ener-
gía al Sol gracias a una explosión contenida y continua, que convier-
te unos cuatrocientos millones de toneladas (4 × 1014 g) de hidróge-
no en helio cada segundo. Cuando de noche miramos hacia lo alto y
contemplamos las estrellas todo lo que vemos está brillando debido
a fusiones nucleares distantes.
En la dirección de la estrella Deneb, en la constelación del Cisne,
hay una enorme superburbuja brillante de gas muy caliente, produ-
cida probablemente por explosiones de supernovas (las muertes de
estrellas) cerca del centro de la burbuja. En la periferia, la materia
interestelar se ve comprimida por la onda de choque de la superno-
va, poniendo en marcha nuevas generaciones de colapsos de nubes y
de formación de estrellas. En este sentido las estrellas tienen pa-
dres; y como a veces sucede entre los hombres, un padre puede mo
226 Cosmos
rir cuando nace el niño.
Las estrellas, como el Sol, nacen en lotes, en grandes complejos de
nubes comprimidas como la Nebulosa de Orión. Estas nubes
vistas desde el exterior parecen oscuras y tenebrosas. Pero en el
interior están iluminadas brillantemente por las estrellas calien-
tes que están naciendo (pág. 230). Más tarde las estrellas mar-
chan de la guardería y se buscan la vida en la Vía Láctea como
adolescentes estelares rodeadas todavía por mechones de nebulo-
sidad incandescente, residuos de su gas amniótico, que permane-
cen unidos todavía gravitatoriamente a ellas. Las Pléyades (pág.
231) constituyen un ejemplo próximo. Como en las familias
humanas, las estrellas que maduran viajan lejos de casa, y los
Bucles de gas caliente e ionizadosobre una
región solar activa que se ven obligados a
seguir las líneas de fuerza magnética loca-
les, como las limaduras de hierro en el
campo de un imán. Esta foto del Skylab se
tomóen luzdel ultravioleta lejano. Esta luz
queda absorbida fácilmente por la atmós-
fera de la Tierra, y por lo tanto estas foto-
grafías sólo pueden tomarse desde satélites
terrestres o sondas interplanetarias.
hermanos se ven muy poco. En algún punto de la Galaxia hay es-
trellas quizás docenas de estrellas que son hermanas del Sol,
formadas a partir del mismo complejo nebular, hace unos cinco
mil millones de años. Pero no sabemos qué estrellas son. Podrí- an
estar perfectamente al otro lado de la Vía Láctea.
La conversión del hidrógeno en helio en el centro del Sol no só-
lo explica el brillo del Sol con fotones de luz visible; también pro-
duce un resplandor de un tipo más misterioso y fantasmal: El Sol
brilla débilmente con neutrinos, que, como los fotones, no pesan
nada y se desplazan a la velocidad de la luz. Pero los neutrinos no
son fotones. No son un tipo de luz. Los neutrinos tienen el mis-
mo momento angular intrínseco, o espín, que los protones, los
electrones y los neutrones; en cambio, los fotones tienen el doble de
espín. La materia es transparente para los neutrinos, que
Las vidas de las estrellas 227
Agujero en la corona del Sol. Alrededor de la fotosfera solar está la delgada atmósfera exterior del Sol, a una temperatura de un
millón de grados, que cambia su forma con el ciclosolar de 11,2 años. La corona se v e aquí en rayos X blandos comoun halorojo
alrededor del Sol. El agujerode la corona está en el centroy tiene forma de bota. Los protones y electrones del v ientosolar esca-
pan por estos agujeros en su camino hacia los planetas y el espaciointerestelar. Foto obtenida por el Skylab. (Cedida por la NA-
SA.)
228 Cosmos
La muerte de la Tierra y del Sol. Dentro de varios miles de millones de años, habrá un último día perfecto (arriba a
la izquierda). Luego, durante un período de millones de años, el Sol se hinchará, la Tierra se calentará, muchas
formas vivas se extinguirán y el borde del mar retrocederá (arriba a la derecha).Los océanos se ev aporarán rápida-
Las vidas de las estrellas 229
mente (abajo a la izquierda) y la atmósfera escapará al espacio. A medida que el Sol evolucione para convertirse
en una gigante roja ( abajo a la derecha) la Tierra se convertirá en un lugar seco, estéril y sin aire. Al final el Sol
casi llenará el cieloy quizás se trague la Tierra.(Pinturas de Adolf Schaller.)
230 Cosmos
La nebulosa Trífida en la constelación de
Sagitario, a varios miles de años luz de
distancia. Las estrellas incrustadas en la
nebulosa inducen al gas a brillar. La may o-
ría de las estrellas que vemos aquí están
relacionadas con la nebulosa, pero están
situadas entre ella y nosotros. Las pistas
oscuras dentro de la nebulosa están com-
puestas de polvo interestelar. (Cedida por
los observ atorios Hale.)
La nebulosa de Orión, el mayor complejo
de gas y polvo conocido en la galaxia Vía
Láctea. La primera persona que resolvió
estrellas individuales en la región interior
de esta nebulosa fue Christiaan Huygens
en 1 656. El gas es excitado por la luz de
estrellas calientes y jóvenes, formadas
recientemente, quizás de sólo 25000
años de edad. La nebulosa puede verse
hoy en día a simple vista. ¿La conocieron
nuestros antepasados de hace 100 000
años? (Cedida por los observatorios Ha-
le.)
atraviesan casi sin esfuerzo tanto la Tierra como el Sol. Sólo una
diminuta fracción de ellos queda detenida por la materia inter-
puesta. Cuando levanto mis ojos hacia el Sol, durante un segundo
pasan por ellos mil millones de neutrinos. Como es lógico no
quedan detenidos en la retina, como les sucede a los fotones nor-
males, sino que continúan sin que nada les moleste y atraviesan
toda mi cabeza. Lo curioso es que si de noche miro hacia el suelo,
hacia la parte donde debería estar el Sol (si no hubiese interpues- ta
la Tierra), pasa por mi ojo un número casi exactamente igual
de neutrinos solares que fluyen a través de esta Tierra interpuesta
tan transparente para los neutrinos como una placa de cristal es
transparente para la luz visible.
Si nuestro conocimiento del interior solar es tan completo como
imaginamos, y si además entendemos la física nuclear que origina
los neutrinos, deberíamos poder calcular con bastante precisión
los neutrinos solares que debería recibir un área dada –como la
de mi ojo– en una unidad dada de tiempo, por ejemplo un se-
gundo. La confirmación experimental del cálculo es mucho más
difícil. Los neutrinos pasan directamente a través de la Tierra y
es imposible atrapar un neutrino dado. Pero si su número es
grande, una pequeña fracción entrará en interacción con la mate-
ria, y si las circunstancias son apropiadas podrá detectarse. Los
neutrinos pueden convertir en raras ocasiones a los átomos de
cloro en átomos de argón, átomos con el mismo número total de
protones y de neutrones. Para detectar el flujo solar predicho de
neutrinos se necesita una cantidad inmensa de cloro, y en conse-
cuencia unos físicos norteamericanos vertieron grandes cantida-
des de líquido detergente en la Mina Homestake de Lea, en Dako-
ta del Sur. Se microfiltra luego el cloro para descubrir el argón de
reciente producción. Cuanto más argón se detecta, más neutrinos
se supone que han pasado. Estos experimentos indican que el Sol
es más débil en neutrinos de lo que los cálculos predicen.
Esto supone un misterio real todavía no resuelto. El bajo flujo de
neutrinos solares desde luego no pone en peligro nuestro con-
cepto de la nucleosíntesis estelar, pero no hay duda que significa
algo importante. Las explicaciones propuestas van desde la hipó-
tesis de que los neutrinos se desintegran durante su trayecto en-
tre el Sol y la Tierra hasta la idea de que los fuegos nucleares en el
interior solar han quedado provisionalmente interrumpidos y que
en nuestra época la luz solar se genera parcialmente por una lenta
contracción gravitatoria. Pero la astronomía de neutrinos es muy
nueva. De momento estamos asombrados por haber creado un
instrumento que pueda atisbar directamente el corazón ardiente
del Sol. A medida que aumente la sensibilidad del telescopio de
neutrinos, será posible, quizás, sondear la fusión nuclear en los
interiores profundos de estrellas cercanas.
Pero la fusión del hidrógeno no puede continuar indefinidamen-
te: en el Sol o en cualquier otra estrella hay una cantidad limitada
de hidrógeno combustible en su caliente interior. El destino de
una estrella, el final de su ciclo vital depende mucho de su masa
inicial. Si una estrella, después de haber perdido en el espacio
una cantidad determinada de su masa, conserva de dos a tres ve-
ces la masa del Sol, finaliza su ciclo vital de un modo impresio-
nantemente distinto al del Sol. Pero el destino del Sol ya es de
por sí espectacular. Cuando todo el hidrógeno central haya reac-
cionado y formado helio, dentro de cinco o seis mil millones de
Las vidas de las estrellas 231
años a partir de ahora, la zona de fusión del hidrógeno irá migrando
lentamente hacia el exterior, formando una cáscara en expansión de
reacciones termonucleares, hasta que alcance el lugar donde las
temperaturas son inferiores a unos diez millones de grados. Enton-
ces, la fusión del hidrógeno se apagará. Mientras tanto, la gravedad
propia del Sol obligará a una renovada contracción de su núcleo rico
en helio y a un aumento adicional de las temperaturas y presiones
interiores. Los núcleos de helio quedarán apretados más densamen-
te todavía, llegando incluso a pegarse los unos a los otros porque los
ganchos de sus fuerzas nucleares de corto alcance habrán entrado en
acción a pesar de la mutua repulsión eléctrica. La ceniza se conver-
tirá en combustible y el Sol se disparará de nuevo iniciando una se-
gunda ronda de reacciones de fusión.
Este proceso generará los elementos carbono y nitrógeno, y pro-
porcionará energía adicional para que el Sol continúe brillando du-
rante un tiempo limitado. Una estrella es un fénix destinado a le-
vantarse durante un tiempo de sus cenizas.5 El Sol, bajo la influen-
cia combinada de la fusión del hidrógeno en una delgada cáscara
lejos del interior solar y de la fusión del helio a alta temperatura en
el núcleo, experimentará un cambio importante: su exterior se ex-
pandirá y se enfriará. El Sol se convertirá en una estrella gigante
roja, con una superficie visible tan alejada de su interior que la gra-
vedad en su superficie será débil y su atmósfera se expandirá hacia
el espacio como una especie de vendaval estelar. Cuando este Sol
rubicundo e hinchado se haya convertido en un gigante rojo envol-
verá y devorará a los planetas Mercurio y Venus, y probablemente
también a la Tierra. El sistema solar interior residirá entonces de-
ntro el Sol.
Dentro de miles de millones de años habrá un último día perfecto en
la Tierra. Luego, el Sol irá enrojeciendo e hinchándose lentamen-
te y presidirá una Tierra que estará abrasándose incluso en los po-
los. Los casquetes de hielo polar en el Ártico y en el Antártico se
fundirán inundando las costas del mundo. Las altas temperaturas
oceánicas liberarán más vapor de agua en el aire, aumentando la
nebulosidad, protegiendo a la Tierra de la luz solar y aplazando un
poco el final. Pero la evolución solar es inexorable. Llegará un mo-
mento en que los océanos entrarán en ebullición, la atmósfera se
evaporará y se perderá en el espacio y una catástrofe de proporcio-
nes inmensas e inimaginables asolará nuestro planeta.6 Mientras
tanto, es casi seguro que los seres humanos habrán evolucionado
hacia algo muy diferente. Quizás nuestros descendientes serán capa-
ces de controlar o de moderar la evolución estelar. 0 quizás se limi-
tarán a coger los trastos y marcharse a Marte, a Europa o a Titán, o
quizás, al final, como imaginó Robert Goddard, decidirán buscarse
un planeta deshabitado en algún sistema planetario joven y prome-
tedor.
Las Pléy ades en la constelación de Tauro,
examinadas por primera vez con el teles-
copio por Galileo. El espectro de la nebu-
losidad azul es el mismo que el de las
estrellas cercanas, demostrando que la
nebulosidad es polvo, que refleja la luz de
estrellas acabadas de formar. Las estrellas
más brillantes, situadas a unos 400 años
luz de distancia, recibieron por parte de
los antiguos griegos el nombre de las hijas
de Atlas, el titán que sostenía los cielos.
(Cedida por los observatorios Hale.)
La nebulosa de Roseta, que parece una
nebulosa planetaria, pero que está rela-
cionada con muchas estrellas y nocon una
sola; estas estrellas son calientes y jóv enes
(tienen menos de un millón de años),
mientras que la estrella central en una
nebulosa planetaria suele ser caliente pero
de miles de millones de años de edad. La
presión de la radiación procedente de las
estrellas centrales está empujando el gas
rojo de hidrógeno hacia el espacio. (Cedi-
5. Las estrellas de masa superior al Sol consiguen temperaturas centrales superio-
res y presiones en sus fases evolutivas tardías. Son capaces de levantarse de sus
cenizas más de una vez, utilizando el carbono y el oxígeno como combustible para
sintetizar elementos todav ía más pesados.
da por los observ atorios Hale.)
6. Los aztecas predijeron una época en la que "la Tierra se habrá cansado, cuando
la semilla de la tierra se haya agotado". Creían que aquel día el Sol caería del firma-
mentoy las estrellas saltarían de los cielos.
232 Cosmos
Una auténtica nebulosa planetaria en la
constelación de Acuario, compuesta por
una cáscara delgada de hidrógeno caliente
que se desplaza hacia fuera. Estas nebulo-
sas suelen tener unos cuantos años luz de
diámetro y se expanden a unos 50 kilóme-
tros por segundo a partir de una estrella
central que tiene una temperatura superfi-
cial de más de 1 00 000 grados. Dentro de
cinco mil millones de años, al final de la
fase de gigante roja en la evolución de
nuestro Sol, el sistema solar puede presen-
tar de lejos este aspecto. (Cedida por los
observ atorios Hale.)
Fotografía de una pintura mural Anasazi
en la cara inferior de un saliente de la
región de cañones de Nuevo México. La
pintura es de mediados del siglo once y
probablemente describe la supernov a de
1 054 en su situación correcta en relación a
la luna creciente cuando fue descubierta.
(Fotografía, Bill Ray.)
La ceniza estelar del Sol sólo puede reutilizarse como combusti-
ble hasta cierto punto. Llegará un momento en que todo el inter-
ior solar sea carbono y oxígeno, cuando ya a las temperaturas y
presiones dominantes no pueda ocurrir ninguna reacción nuclear
más. Cuando el helio central se haya gastado casi del todo, el in-
terior del Sol continuará su aplazado colapso, las temperaturas
aumentarán de nuevo poniendo en marcha una última onda de
reacciones nucleares y expandiendo la atmósfera solar un poco
más. El Sol, en su agonía de muerte, pulsará lentamente, expan-
diéndose y contrayéndose con un período de unos cuantos mile-
nios, hasta acabar escupiendo su atmósfera al espacio en forma
de una o más cáscaras concéntricas de gas. El interior solar, ca-
liente y sin protección, inundará la cáscara con luz ultravioleta
induciendo una hermosa fluorescencia roja y azul que se extende-
rá más allá de la órbita de Plutón. Quizás la mitad de la masa del
Sol se perderá de este modo. El sistema solar se llenará entonces
de un resplandor misterioso: el fantasma del Sol viajando hacia el
exterior.
Cuando miramos a nuestro alrededor, en el pequeño rincón de
Vía Láctea que ocupamos, vemos muchas estrellas rodeadas por
cáscaras esféricas de gas incandescente, las nebulosas planetarias.
(No tienen nada que ver con planetas, pero algunas recordaban,
en telescopios menos perfeccionados, los discos azules y verdes de
Urano y de Neptuno.) Presentan la forma de anillos, pero esto es
debido a que vemos más su periferia que su centro, como las
pompas de jabón. Cada nebulosa planetario señala la presencia de
una estrella in extremis. Cerca de la estrella central puede haber
una corte de mundos muertos, los restos de planetas que antes
estaban llenos de vida y que ahora privados de aire y de océanos,
están bañados en una luminosidad fantasmal. Los res- tos del Sol,
el núcleo solar desnudo, envuelto primero en su nebu- losa
planetario, serán una pequeña estrella caliente, que emitirá su
calor al espacio y que habrá quedado colapsada hasta poseer una
densidad inimaginable en la Tierra, más de una tonelada en una
cucharadita de té. Miles de millones de años más tarde el Sol se
convertirá en una enana blanca degenerada, enfriándose como todos
estos puntos de luz que vemos en los centros de nebulosas
planetarias que pierden sus altas temperaturas superficiales y lle-
gan a su estado final, el de una enana negra oscura y muerta.
Dos estrellas de idéntica masa evolucionarán más o menos pa-
ralelamente. Pero una estrella de masa superior gastará más rá-
pidamente su combustible nuclear, se convertirá antes en una gi-
gante roja e iniciará primero el descenso final hacia una enana
blanca. Tendría que haber, y así se comprueba, muchos casos de
estrellas binarias en los que una componente es una gigante roja y
la otra una enana blanca. Algunos de estos pares están tan
próximos que se tocan, y una atmósfera solar incandescente fluye
de la hinchada gigante roja a la compacta enana blanca y tiende a
caer en una provincia concreta de la superficie de la enana blanca.
El hidrógeno se acumula, comprimido a presiones y temperaturas
cada vez más elevadas por la intensa gravedad de la enana blanca,
hasta que la atmósfera robada a la gigante roja sufre reacciones
termonucleares y la enana blanca experimenta una breve erup-
ción que la hace brillar. Una binaria de este tipo se llama una no-
va y tiene un origen muy distinto al de una supernova. Las novas se
dan únicamente en sistemas binarios y reciben su energía de la
Las vidas de las estrellas 233
fusión del hidrógeno; las supernovas se dan en estrellas solas y reci-
ben su energía de la fusión del silicio.
Los átomos sintetizados en los interiores de las estrellas acaban
normalmente devueltos al gas interestelar. Las gigantes rojas finali-
zan con sus atmósferas exteriores expulsadas hacia el espacio; las
nebulosas planetarias son las fases finales de estrellas de tipo solar
que hacen saltar su tapadera. Las supernovas expulsan violenta-
mente gran parte de su masa al espacio. Los átomos devueltos son,
como es lógico, los que se fabrican más fácilmente en las reacciones
termonucleares de los interiores de las estrellas: el hidrógeno se
fusiona dando helio, el helio da carbono, el carbono da oxígeno, y
después en estrellas de gran masa, y por sucesivas adiciones de más
núcleos de helio, se construyen neón, magnesio, silicio, azufre, etc.:
adiciones que se realizan por pasos, dos protones y dos neutrones en
cada paso hasta llegar al hierro. La fusión directa del silicio genera
también hierro: un par de átomos de silicio cada uno con veintiocho
protones y neutrones se funden a una temperatura de miles de mi-
llones de grados y hacen un átomo de hierro con cincuenta y seis
protones y neutrones.
Todos éstos son elementos químicos familiares. Sus nombres nos
suenan. Estas reacciones nucleares no generan fácilmente erbio,
hafnio, diprosio, praseodimio o itrio, sino los elementos que cono-
cemos de la vida diaria, elementos devueltos al gas interestelar,
donde son recogidos en una generación subsiguiente de colapso de
nube y formación de estrella y planeta. Todos los elementos de la
Tierra, excepto el hidrógeno y algo de helio, se cocinaron en una
especie de alquimia estelar hace miles de millones de años en estre-
llas que ahora son quizás enanas blancas inconspicuas al otro lado
de la galaxia Vía Láctea. El nitrógeno de nuestro ADN, el calcio de
nuestros dientes, el hierro de nuestra sangre, el carbono de nuestra.
tartas de manzana se hicieron en los interiores de estrellas en proce-
so de colapso. Estamos hechos, pues, de sustancia estelar.
Algunos de los elementos más raros se generan en la misma explo-
sión de supernova. El hecho de que tengamos una relativa abun-
dancia de oro y' de uranio en la Tierra se debe únicamente a que
hubo muchas explosiones de supernovas antes de que se formara el
sistema solar. Otros sistemas planetarios pueden tener cantidades
diferentes de nuestros elementos raros. ¿Existen quizás planetas
cuyos habitantes exhiben, orgullosos, pendientes de niobio y braza-
letes de protactinio, mientras que el oro es una curiosidad de labora-
torio? ¿Mejorarían nuestras vidas si el oro y el uranio fueran tan
oscuros y poco importantes en la Tierra como el praseodimio?
El origen y la evolución de la vida están relacionados del modo más
íntimo con el origen y evolución de las estrellas. En primer lugar la
materia misma de la cual estamos compuestos, los átomos que
hacen posible la vida fueron generados hace mucho tiempo y muy
lejos de nosotros en estrellas rojas gigantes. La abundancia relativa
de los elementos químicos que se encuentran en la Tierra se corres-
ponde con tanta exactitud con la abundancia relativa de átomos ge-
nerados en las estrellas, que no es posible dudar mucho de que las
gigantes rojas y las supernovas son los hornos y crisoles en los cua-
les se forjó la materia. El Sol es una estrella de segunda o tercera
generación. Toda la materia de su interior, toda la materia que ve-
mos a nuestro alrededor, ha pasado por uno o dos ciclos previos de
alquimia estelar. En segundo lugar, la existencia de algunas varie-
dades de átomos pesados en la Tierra sugiere que hubo una explo
La nebulosa Cangrejo en Tauro, a 6 000
años luz de distancia; está formada por los
restos de la explosión de la supernova
presenciada en el año 1054 en la Tierra.
Sus filamentos se están desenmarañandoa
unos 1 1 00 kilómetros por segundo. Des-
pués de casi un mileniode expansión toda-
v ía está perdiendo en el espacio 100 000
v eces más energía por segundo que el Sol.
En su núcleohay una estrella de neutrones
condensada, un pulsar que destella unas
30 v eces por segundo. El períodose conoce
con mucha precisión. El 28 de junio de
1 969 el período era de 0.033099324 se-
gundos, e iba disminuyendo a un ritmo de
unos 0.0012 segundos por siglo. La corres-
pondiente pérdida de energía rotacional es
suficiente para explicar el brillode la nebu-
losa. El Cangrejo es rico en elementos
pesados que está devolviendo al espacio
para futuras generaciones de formación de
estrellas. (Cedida por los observ atorios
Hale.)
La nebulosa del Velo, parte de un antiguo
resto esférico de supernova, llamado Bucle
del Cisne. La explosión de supernova que
lo formó ocurrió hace unos 50 000 años.
Todav ía se está expandiendo a unos 100
kilómetros por segundo, y brilla por las
colisiones con el gas y el polv ointerestelar.
Los átomos del Velo se v an frenando con
estas colisiones y acabarán formandoparte
del medio interestelar. (Cedida por los
observ atorios Hale.)
234 Cosmos
La galaxia Vía Láctea vista de canto y de
cara, indicándose en ella la posición del Sol
y de las supernovas históricas. Las estrellas
de gran masa tienden a estar situadas en el
plano de la galaxia y por lo tanto sus pro-
ductos finales, las supernovas, también
están allí. Pero el polvo oscurecedor tam-
bién se concentra en el plano galáctico, y
las supernovas tienden a ser visibles única-
mente a distancias relativamente próxi-
mas: no se han registrado nunca explosio-
nes de éstas al otroladode la galaxia, aun-
que no hay duda de que ocurrieron. La
explosión que hizo la nebulosa del Cangre-
jo y la supernova de Tycho de 1 572 ocu-
rrieron en brazos espirales galácticos exte-
riores a la posición del Sol. La supernova
de Kepler de 1 604 ocurrió cerca del centro
de la galaxia, pero fue visible desde la Tie-
rra porque estaba encima del plano galác-
tico y relativamente libre de polvo oscure-
cedor. El diámetro de la galaxia es de unos
1 00 000 años luz. (Cedidos por Scientific
American. De Historical Supernovas, por
F. Richard Stephenson y David H. Clark.©
1 976 de Scientific American, Inc. Todos los
derechos reservados )
La Gran Nube de Magallanes, una galaxia
satélite de la Vía Láctea, pequeña e irregu-
lar. Como en todas las galaxias también
aquí hay explosiones de supernovas. Se
captó un estallido sin precedentes de rayos
X y rayos gammas provenientes de una
pequeña región del cielo correspondiente
al restode supernova N49 en la Gran Nube
de Magallanes el 5 de marzo de 1 979, ca-
sualmente el día en que el Voyager 1 se
encontrócon el sistema de Júpiter. (Cedida
por el observ atorio de Yerkes, Universidad
de Chicago.)
sión de supernova cerca de nosotros poco antes de formarse el
sistema solar. Pero es improbable que se tratara de una simple
coincidencia; lo más probable es que la onda de choque produci-
da por la supernova comprimiera el gas y el polvo interestelar y
pusiera en marcha la condensación del sistema solar. En tercer
lugar, cuando el Sol empezó a brillar, su radiación ultravioleta
inundó la atmósfera de la Tierra; su calor generó relámpagos, y
estas fuentes de energía fueron la chispa de las complejas molé-
culas orgánicas que condujeron al origen de la vida. En cuarto
lugar, la vida en la Tierra funciona casi exclusivamente a base de
luz solar. Las plantas recogen los fotones y convierten la energía
solar en energía química. Los animales parasitan a las plantas.
La agricultura es simplemente la recogida sistemática de luz so-
lar, que se sirve de las plantas como de involuntarios interme-
diarios. Por lo tanto casi todos nosotros estamos accionados por
el Sol. Finalmente, los cambios hereditarios llamados mutacio-
nes proporcionan la materia prima de la evolución. Las muta-
ciones, entre las cuales la naturaleza selecciona su nuevo catálo-
go de formas vivas, son producidas en parte por rayos cósmicos:
partículas de alta energía proyectadas casi a la velocidad de la
luz en las explosiones de supernovas. La evolución de la vida en
la Tierra es impulsada en parte por las muertes espectaculares
de soles remotos y de gran masa.
Supongamos que llevamos un contador Geiger y un trozo de mi
Las vidas de las estrellas 235
neral de uranio a algún lugar situado en las profundidades de la Tie-
rra: por ejemplo una mina de oro o un tubo de lava, o una caverna
excavada a través de la Tierra por un río de roca fundida. El sensible
contador suena cuando está expuesto a rayos gamma o a partículas
cargadas de alta energía como protones y núcleos de helio. Si lo
acercamos al mineral de uranio, que está emitiendo núcleos de helio
por una desintegración nuclear espontánea, el contaje, el número de
chasquidos del contador por minuto, aumenta espectacularmente.
Si metemos el mineral de uranio dentro de un bote pesado de plo-
mo, el contaje disminuye sustancialmente; el plomo ha absorbido la
radiación del uranio. Pero todavía pueden oírse algunos chasquidos.
Una fracción del contaje restante procede de la radiactividad natural de
las paredes de la caverna. Pero hay más chasquidos de lo que esta
radiactividad explica. Algunos son causados por partículas car- gadas
de alta energía que entran por el tejado. Estamos escuchando los rayos
cósmicos, producidos en otra era en las profundidades del espacio.
Los rayos cósmicos, principalmente protones y electrones, han estado
bombardeando la Tierra durante toda la historia de la vida en
nuestro planeta. Una estrella se destruye a sí misma a miles de años
luz de distancia y produce rayos cósmicos que viajan en es- piral por
la galaxia Vía Láctea durante millones de años hasta que por puro
accidente algunos de ellos chocan con la Tierra y con nues- tro material
hereditario. Quizás algunos pasos clave en el desarrollo del código
genético, o la explosión del Cámbrico, o la estación bípe- da de
nuestros antepasados, fueron iniciados por los rayos cósmicos. El 4 de
junio del año 1054, astrónomos chinos anotaron la presen-
cia de lo que ellos llamaban estrella invitada en la constelación de
Tauro, el Toro. Una estrella no vista nunca hasta entonces se hizo
más brillante que cualquier otra estrella del cielo. A medio mundo
de distancia, en el suroeste norteamericano, había entonces una
cultura superior, rica en tradición astronómico, que también pre-
senció esta nueva y brillante estrella.7 La datación con el carbono 14
de los restos de un fuego de carbón nos permiten saber que a me
7 . También se dieron cuenta de ella observadores musulmanes. Pero no hay ni
una palabra alrespectoen todas las crónicas de Europa.
Fases posteriores de la ev olución estelar.
La atmósfera estelar luminosa de una
binaria de contacto fluye de la estrella
gigante roja (izquierda) al disco de acre-
ción alrededor de una estrella pulsar de
neutrones (derecha). El disco brilla en
rayos X y otras radiaciones en el punto
de contacto. (Pintura de Don Dav is.)
La muerte de un sistema solar. Perspec-
tiv as esquemáticas de la pérdida de
atmósferas planetarias y vaporización de
mundos cuando el sol local se convierte
en una supernova. Las ondas de choque
que v emos propagarse más allá del sis-
tema local comprimen el gas y el polvo
interestelares, y provoca la formación de
nuevos sistemas planetarios. (Pinturas
de Adolf Schaller,Rick Sternbach y John
Allison. )
236 Cosmos
Influencia de la gravedad en la materia y la luz. Alicia, la
Liebre de marzo, el Sombrerero chiflado y el Gato de
Cheshire de Alicia en el País de las Maravillas de Lewis
Carroll están tomandotranquilamente el té en condiciones
normales de gravedad terrestre (a) iguales a 1 g. El rayode
luz de la linterna de la derecha no es desv iado por la gra-
v edad de la Tierra. Cuando nos acercamos a 0 g, el menor
mov imiento proyecta a nuestros amigos dando piruetas
por el espacio (b,c); el té toma la forma de grandes gotas
esféricas flotantes. Cuando volvemos a 1 g, Alicia y sus
compañeros regresan a la Tierra y se produce una breve
lluvia de té (d). A v arios ges de gravedad, no pueden ni
mov erse (e,f), peroel rayode luznose v e afectado. Cuando
alcanzamos los 1 00 000 ges todo el paisaje queda aplasta-
do y plano. A mil millones de ges, la gravedad desvía per-
ceptiblemente la luz,y a varios miles de millones de ges, la
luz v uelve a caer al suelo (g). En este momento la intensa
gravedad ha convertido el País de las Maravillas en un
agujeronegro.(Dibujos inspirados en Tennielpor Brown.)
Las vidas de las estrellas 237
diados del siglo once algunos anasazi, antecesores de los actuales
hopi, vivían bajo una plataforma saliente en el actual Nuevo Méjico.
Parece que uno de ellos dibujó en la pared, protegida por el saliente
de la intemperie, un dibujo de la nueva estrella. Su posición en rela-
ción a la luna creciente habría sido exactamente tal como la dibuja-
ron. Hay también la impresión de una mano, quizás la firma del
artista.
Esta estrella notable, a 5 000 años luz de distancia, se denomina
actualmente la Supernova Cangrejo, porque a un astrónomo, siglos
más tarde, le pareció ver, inexplicablemente, un cangrejo cuando
observaba los restos de la explosión a través de su telescopio. La
Nebulosa Cangrejo está formada por los restos de una estrella de
gran masa que autoexplotó. La explosión se vio en la Tierra a simple
vista durante tres meses. Era fácilmente visible a plena luz del día, y
con su luz se podía leer de noche. Una supernova se da en una ga-
laxia, como promedio, una vez por siglo. Durante la vida de una
galaxia típica, unos diez mil millones de años, habrán explotado un
centenar de millones de estrellas: un número grande, pero que en
definitiva sólo afecta a una de cada mil estrellas. En la Vía Láctea,
después del acontecimiento de 1054, hubo una supernova observada
en 1572, y descrita por Tycho Brahe, y otra poco después en 1604
descrita por Johannes Kepler.8 Por desgracia no se ha observado
ninguna explosión de supernova en nuestra Galaxia después de la
invención del telescopio, y los astrónomos han tenido que reprimir
su impaciencia durante algunos siglos.
Las supernovas se observan actualmente de modo rutinario en
otras galaxias. Entre mis candidatas para escoger la frase que
asombraría más profundamente a un astrónomo de principios de
siglo tengo la siguiente sacada de un artículo de David Helfand y
Knox Long en el número del 5 de diciembre de 1979 de la revista
británica Nature: El 5 de marzo de 1979, nueve naves espaciales
interplanetarias de la red de sensores de estallidos registraron un
estallido muy intenso de rayos X y rayos gamma y lo localizaron me-
diante determinaciones del tiempo de vuelo en una posición coinci-
dente con el resto de supernova N49 de la Gran Nube de Magalla-
nes. (La Gran Nube de Magallanes, llamada así porque el primer
habitante del hemisferio Norte que se dio cuenta de ella fue Maga-
llanes, es una pequeña galaxia satélite de la Vía Láctea, a 180 000
años luz de distancia. Como puede suponerse hay también una Pe-
queña Nube de Magallanes.) Sin embargo, en el mismo número de
Nature, E. P. Mazets y sus colegas del Instituto Ioffe, de Leningrado,
que observaron esta fuente con el detector de estallidos de rayos
gamma a bordo de las naves espaciales Venera 11 y 12 en camino
para aterrizar en Venus, afirman que lo que se está observando es un
pulsar eruptivo a sólo unos centenares de años luz de distancia. A
pesar de ser la posición tan coincidente, Helfand y Long no insisten
en que el estallido de rayos gamma esté asociado con los restos de la
supernova. Consideran caritativamente muchas alternativas, inclu
El mando de una máquina mágica de
gravedad con la que podríamos esco-
ger la aceleración local debida a la
gravedad. El v alor normal en la super-
ficie de la Tierra es 1 g. En el otro
extremo del di al empezamos a
aproximamos a las fuerzas gravitato-
rias que hacen estrellas de neutrones y
agujeros negros.
8. Kepler publicóen 1 606 un librotituladoDe Stella Nova ("Sobre la estrella nue-
v a") en el cual se pregunta si una supernova es el resultadode alguna concatenación
casual de átomos en los cielos. Nos presenta "... no mi opinión sino la de mi mujer:
Ay er, cuando estaba cansado de escribir, me llamaron para cenar y me sirvieron la
ensalada que había pedido. «Me parece ---dije- que si hubiesen estado volando por
los aires durante toda la eternidad platos de peltre, hojas de lechuga, granos de sal,
gotas de agua, vinagre, aceite y rodajas de huevos, sería posible al final que se re-
uniera todo por casualidad y formara una ensalada». «Sí –respondió mi amada–
pero no una ensalada tan preciosa como la que y o he hecho.»”
238 Cosmos
Fotografía del cielo en rayos X, con la fuen-
te brillante Cygnus X-1 (en el centro), pro-
bablemente un agujero negro. Imagen del
Observ atorio Astrofísico de Alta Energía 2,
en órbita terrestre. (Cedida por Ricardo
Giacconi y la NASA. )
Representación esquemática de la distor-
sión de un espacio plano por un objeto
de gran masa, que ayuda a entender la
grav itación y los agujeros negros.
yendo la posibilidad sorprendente de que la fuente esté situada
dentro del sistema solar. Quizás sea el escape de una nave estelar
extraterrestre que emprende su largo viaje de regreso. Pero una
hipótesis más simple es una llamarada de los fuegos estelares de
N49: estamos seguros de que las supernovas existen.
El destino del sistema solar interior cuando el Sol se convierta en
una gigante roja ya es bastante triste. Pero, por lo menos, los pla-
netas no quedarán derretidos y arrugados por la acción de una su-
pernova en erupción. Este destino está reservado a planetas si-
tuados cerca de estrellas de mayor masa que el Sol. Puesto que es-
tas estrellas con temperaturas y presiones superiores gastan más
rápidamente sus reservas de combustible nuclear, sus tiempos de
vida son mucho más breves que el Sol. Una estrella de masa diez
veces superior a la del Sol puede convertir establemente hidrógeno en
helio durante sólo unos cuantos millones de años antes de pa- sar
brevemente a reacciones nucleares más exóticas. Por lo tanto es
casi seguro que no se dispone de tiempo suficiente para que
evolucionen formas avanzadas de vida en cualquiera de los plane- tas
acompañantes; y sería raro que seres de otros mundos puedan llegar
a conocer que su estrella se convertirá en una supernova: si viven el
tiempo suficiente para comprender a las supernovas es
improbable que su estrella llegue a serlo nunca.
La fase previa esencial para una explosión de supernova es la ge-
neración de un núcleo de hierro de gran masa por fusión de silicio.
Los electrones libres del interior estelar, sometidos a una presión
enorme, se ven obligados a fundirse con los protones de los nú-
cleos de hierro cancelándose entonces las cargas eléctricas iguales
y opuestas; el interior de la estrella se convierte en un único y gi-
gantesco núcleo atómico que ocupa un volumen mucho menor que
los electrones y núcleos de hierro que lo precedieron. El núcleo
sufre una violenta implosión, el exterior rebota y se produce una
explosión de supernova. Una supernova puede ser más brillante
que el resplandor combinado de todas las demás estrellas de la ga-
laxia en la cual está metida. Todas estas estrellas supergigantes
azules y blancas que han salido apenas del cascarón en Orión están
destinadas dentro de unos cuantos millones de años a convertirse
en supernovas y a formar un castillo continuado de fuegos artifi-
ciales cósmicos en la constelación del cazador.
La terrible explosión de una supernova proyecta al espacio la
mayor parte de la materia de la estrella precursora: un poco de
hidrógeno residual y helio y cantidades importantes de otros áto-
mos, carbono y silicio, hierro y aluminio. Queda un núcleo de
neutrones calientes, sujetos entre sí por fuerzas nucleares, for-
mando un único núcleo atómico de gran masa con un peso atómi-
co aproximado de 1056, es decir un sol de unos treinta kilómetros
de diámetro; un fragmento estelar diminuto, encogido, denso y
marchito, una estrella de neutrones en rotación rápida. A medida
que el núcleo de una gigante roja de gran masa entra en colapso
para formar así una estrella de neutrones, va girando más rápida-
mente. La estrella de neutrones en el centro de la Nebulosa Can-
grejo es un núcleo atómico inmenso, del tamaño de Manhattan,
que gira treinta veces por segundo. Su poderoso campo magnéti-
co, amplificado durante el colapso, atrapa las partículas cargadas
de modo parecido al campo magnético mucho más débil de Júpi-
ter. Los electrones en el campo magnético en rotación emiten una
radiación en forma de haz no sólo en las frecuencias de radio, si
Las vidas de las estrellas 239
no también en luz visible. Si la Tierra está situada casualmente en la
dirección del haz de este faro cósmico, vemos un destello en cada
rotación. Por este motivo se denomina pulsar a la estrella. Los pul-
sars, parpadeando y haciendo tic tac como un metrónomo cósmico,
marcan el tiempo mucho mejor que un reloj ordinario de gran preci-
sión. El cronometraje a largo plazo de los destellos de radio de al-
gunas pulsar, por ejemplo de una llamada PSR 0329 + 54 sugiere
que estos objetos pueden tener uno o más compañeros planetarios
pequeños. Quizás sea concebible que un planeta sobreviva la evolu-
ción de una estrella convertida al final en pulsar, o quizás el planeta
fue capturado más tarde. Me pregunto qué aspecto tendrá el cielo
desde la superficie de un planeta así.
La materia de una estrella de neutrones pesa, si tomamos de ella
una cucharadita de té, más o menos lo mismo que una montaña co-
rriente: pesa tanto que si sujetáramos un trozo de esta materia y
luego lo soltáramos (no nos quedaría otra alternativa), podría pasar
sin esfuerzo a través de la Tierra como hace una piedra que cae por
el aire, se abriría por sí solo un agujero a través de nuestro planeta y
emergería por el otro lado de la Tierra. Los habitantes de aquel la-
do, que estarían dando un paseo u ocupándose de sus cosas, verían
salir disparado del suelo un pequeño fragmento de estrella de neu-
trones que se pararía a una cierta altura y volvería de nuevo al fondo
de la Tierra, ofreciendo así, por lo menos, algo de diversión a su ru-
tina diaria. Si cayera del espacio cercano un trozo de materia de
estrella de neutrones y la Tierra estuviera girando debajo suyo, pe-
netraría repetidamente a través de ella y perforaría centenares de
miles de agujeros en su cuerpo en rotación antes de que detuviera su
movimiento la fricción con el interior de nuestro planeta. Antes de
pararse definitivamente en el centro de la Tierra, el interior de nues-
tro planeta presentaría brevemente el aspecto de un queso suizo,
hasta que el flujo subterráneo de roca y de metal curase las heridas.
No importa que se desconozcan en la Tierra fragmentos grandes de
materia de estrellas de neutrones, porque los fragmentos más pe-
queños están en todas partes. El poder asombroso de la estrella de
neutrones nos acecha en el núcleo de cada átomo, oculto en cada
cucharilla de té y en cada lirón, en cada hálito del aire, en cada tarta
de manzana. La estrella de neutrones nos infunde respeto hacia las
cosas corrientes.
Una estrella como el Sol finalizará sus días como una gigante roja y
luego como una enana blanca, tal como hemos visto. Una estrella en
proceso de colapso con masa doble a la del Sol se convertirá en una
supernova y luego en una estrella de neutrones. Pero una estrella de
masa superior, que después de pasar por la fase de supernova quede
con la masa, por ejemplo de cinco soles, tiene ante sí un destino to-
davía más notable: su gravedad la convertirá en un agujero negro.
Supongamos que dispusiéramos de una máquina mágica de grave-
dad: un aparato que nos permitiera controlar la gravedad de la Tie-
rra, girando por ejemplo una aguja. Al principio la aguja está en 1 g 9
Bajorrelieve con estrellas de cinco pun-
tas de las ruinas de un templo faraónico
en Dendera, Egipto. (Foto de Ann Dru-
y an.)
9. 1 g es la aceleración que experimentan los objetos que caen en la Tierra, casi 10
metros por segundo cada segundo. Una roca al caer alcanzará una velocidad de 1 0
metros por segundo al cabo de un segundo de caída, 20 metros por segundo des-
pués de dos segundos, y así sucesivamente hasta que llegue al sueloo que su v eloci-
dad deje de aumentar por la fricción del aire. En un mundode aceleración gravitato-
ria mucho mayor, los cuerpos al caer aumentarían su velocidad en cantidades co-
rrespondientemente mayores. En un mundo con una aceleración de 1 0 g una roca
caería a 10 × 10 m/seg o casi 1 00 m/seg después del primer segundo, 200 m/seg
después del siguiente segundo,etc. Un pequeñoresbalón podría ser fatal. Hay que
240 Cosmos
Motiv os del Sol y las estrellas en las tum-
bas reales del Vallede los Rey es en la orilla
occidental del Nilo, cerca de Luxor, Egipto.
Arriba: Los rayos del Sol caen a través del
espacio sobre lo que parece ser una repre-
sentación de la Tierra esférica. En medio:
El escarabajo, cuyo ciclo vital representaba
para los antiguos egipcios una metáfora de
los procesos cíclicos de la naturaleza, en
especial el retorno diario del Sol. Abajo:
Los dioses de las estrellas, que en algunas
tumbas están alineados por centenares.
(Fotografías del autor.)
y todo se comporta como estamos acostumbrados a ver. Los ani-
males y las plantas de la Tierra y las estructuras de nuestros edifi-
cios han evolucionado o se han diseñado para 1 g. Si la gravedad
fuera mucho menor podría haber formas altas y delgadas que no
caerían ni quedarían aplastadas por su propio peso. Si la gravedad
fuese muy superior, las plantas, los animales y la arquitectura ten-
drían que ser bajos y rechonchos para no sufrir el colapso gravita-
torio. Pero incluso en un campo de gravedad de bastante intensi-
dad la luz se desplazaría en línea recta, como hace desde luego en
la vida corriente.
Consideremos (véase ilustración de la página 236) un posible
grupo típico de seres terrestres. Cuando disminuimos la gravedad,
las cosas pesan menos. Cerca de 0 g el movimiento más ligero
proyecta a nuestros amigos por los aires flotando y dando tumbos.
El té vertido fuera de la taza, o cualquier otro líquido, forma glóbu-
los esféricos palpitantes en el aire: la tensión superficial del líquido
supera a la gravedad. Hay por todas partes bolas de té. Si marca-
mos de nuevo en el aparato 1 g provocamos una lluvia de té.
Cuando aumentamos algo la gravedad, de 1 g a 3 o 4 g, por ejem-
plo, todos quedan inmovilizados: se requiere un esfuerzo enorme
incluso para mover una pierna. Sacamos por compasión a nues-
tros amigos del dominio de la máquina de la gravedad antes de
poner la aguja en gravedades más altas todavía. El haz de luz de
una linterna sigue una línea perfectamente recta (según la preci-
sión de nuestras observaciones) cuando la gravedad es de unos
cuantos g, al igual que a 0 g. A 1 000 g el haz es todavía recto, pero
los árboles han quedado aplastados y aplanados; a 100 000 g las
rocas se aplastan por su propio peso. Al final no queda ningún su-
perviviente excepto el gato de Cheshire, por una dispensa especial.
Cuando la gravedad se acerca a mil millones de g sucede algo to-
davía más extraño. El haz de luz que hasta ahora subía directo
hacia el cielo empieza a curvarse. Incluso la luz queda afectada
por intensas aceleraciones gravitatorias. Si aumentamos todavía
más la gravedad, la luz no puede levantarse y cae al suelo cerca de
nosotros. Ahora el gato cósmico de Cheshire ha desaparecido, sólo
queda su sonrisa gravitatoria.
Cuando la gravedad es lo bastante elevada no deja escapar nada, ni
siquiera la luz. Un lugar así recibe el nombre de agujero negro.
Es una especie de gato cósmico de Cheshire enigmáticamente indi-
ferente a lo que le rodea. Cuando la densidad y la gravedad alcan-
zan un valor suficientemente elevado el agujero negro parpadea y
desaparece de nuestro universo. Por esto se llama agujero negro:
no puede escapar luz alguna de él. Es posible que en su interior,
con tanta luz atrapada, las cosas presenten una atractiva ilumina-
ción. Aunque un agujero negro sea invisible desde el exterior, su
presencia gravitatoria puede ser palpable. Si no vamos con cuida-
do, en un viaje interestelar podemos ser arrastrados de modo irre-
vocable y nuestros cuerpos quedar estirados desagradablemente
formando un hilo largo y delgado. Pero la materia que se iría con
escribir siempre la aceleración debida a la gravedad con g minúscula, para distin-
guirla de la constante newtoniana de la gravitación, G, que es una medida de la
intensidad de la gravedad en cualquier lugar del universo, y nosimplemente en el
mundo o sol que estamos discutiendo. (La relación newtoniana de estas dos can-
tidades es F = mg = GMm/r2; g = GM/r2 , donde F es la fuerza gravitatoria, M es
la masa del planeta o estrella, m es la masa del objeto que cae, y r es la distancia
de este objetoal centrodel planeta oestrella.)
Las vidas de las estrellas 241
centrando en forma de disco alrededor del agujero negro nos ofrece-
ría un espectáculo digno de recordar, en el caso improbable de que
sobreviviéramos a la excursión.
Las reacciones termonucleares en el interior solar sostienen las ca-
pas exteriores del Sol y aplazan durante miles de millones de años
un colapso gravitatorio catastrófico. En el caso de las enanas blan-
cas la presión de los electrones arrancados de sus núcleos sostiene la
estrella. En el caso de las estrellas de neutrones la presión de los
neutrones compensa la gravedad. Pero en el caso de una estrella
anciana que ha sobrevivido a las explosiones de supernova y a otras
impetuosidades y cuya masa es varias veces superior a la del Sol, no
hay fuerzas conocidas que puedan impedir el colapso. La estrella se
encoge increíblemente, gira, enrojece y desaparece. Una estrella con
una masa veinte veces superior a la del Sol se encogerá hasta tener el
tamaño del Gran Los Ángeles; la aplastante gravedad llega a ser de
1010 g, y la estrella se desliza por una fisura que ella misma ha creado
en el continuo del espacio tiempo y desaparece de nuestro universo.
Los agujeros negros fueron imaginados por primera vez por el as-
trónomo inglés John Michell en 1783. Pero la idea parecía tan ex-
travagante que se ignoró de modo general hasta hace muy poco,
cuando ante el asombro de muchos, incluyendo a muchos astróno-
mos, se descubrieron pruebas concretas de la existencia de agujeros
negros en el espacio. La atmósfera de la Tierra es opaca a los rayos
X. Para poder determinar si los objetos astronómicos emiten luz de
una longitud de onda tan corta hay que transportar el telescopio de
rayos X sobre la atmósfera. El primer observatorio de rayos X fue
un admirable esfuerzo internacional, orbitado por los Estados Uni-
dos a partir de una plataforma italiana de lanzamiento en el océano
índico, ante la costa de Kenya, y bautizado con el nombre de Uhuru,
palabra swahili que significa libertad. En 1971 Uhuru descubrió una
fuente notable de rayos X en la constelación del Cisne, que se apaga-
ba y se encendía miles de veces por segundo. La fuente, llamada
Cygnus X-1 tiene que ser por lo tanto muy pequeña. Sea cual fuere
la razón del parpadeo, la información necesaria para encender y
apagar la fuente no puede cruzar Cyg X-1 a velocidad superior a la
de la luz, 300 000 km/seg. Por lo tanto Cyg X-1 no puede ser mayor
que [300 000 km./seg] x [(1/1 000)seg] = 300 kilómetros de diáme-
tro. Un objeto del tamaño de un asteroide es una fuente brillante y
parpadeante de rayos X visible a distancias interestelares. ¿Qué ob-
jeto podría ser éste? Cyg X-1 está en el mismo punto preciso del
espacio que una estrella supergigante azul y caliente, que en luz visi-
ble demuestra poseer una compañera cercana pero invisible, de gran
masa, que la atrae gravitatoriamente primero en una dirección y
luego en otra. La masa de la compañera es unas diez veces la del
Sol. La supergigante es una fuente improbable de rayos X, y resulta
tentador identificar a la compañera deducida gracias a la luz visible
como la fuente detectada de rayos X. Pero un objeto invisible que
pese diez veces más que el Sol y cuyo volumen se haya reducido por
colapso al de un asteroide sólo puede ser un agujero negro. Es pro-
bable que los rayos X se generen por fricción en el disco de gas y de
polvo acumulado por acreción alrededor de Cyg X-1 y procedente de
su compañera supergigante. Otras estrellas llamadas V861 Scorpii,
GX 339-4, SS433 y Circinus X-2 son también candidatas para aguje-
ros negros. Cassiopeia A es el resto de una supernova cuya luz tuvo
que haber llegado a la Tierra en el siglo diecisiete, cuando había aquí un
número considerable de astrónomos. Sin embargo, nadie infor
242 Cosmos
mó de la explosión. Quizás, como sugiere I. S. Shklovskii, hay allí
oculto un agujero negro que se comió el núcleo estelar en explo-
sión y amortiguó los fuegos de la supernova. Los telescopios en el
espacio son los medios idóneos para comprobar todos estos cabos
y fragmentos de datos que pueden ser la pista, el rastro del legen-
dario agujero negro.
Un buen sistema para comprender los agujeros negros es pensar
en la curvatura del espacio. Consideremos una superficie bidi-
mensional plana, flexible y con líneas, como un trozo de papel de
grafo hecho de caucho. Si soltamos encima una pequeña masa, la
superficie se deforma formando un hoyo. Una canica gira alrede-
dor del hoyo en una órbita semejante a la de un planeta alrededor
del Sol. En esta interpretación, que debemos a Einstein, la grave-
dad es una distorsión en el tejido del espacio. Vemos en nuestro
ejemplo que un espacio bidimensional ha quedado deformado por
una masa dando una tercera dimensión física. Imaginemos que
vivimos en un universo tridimensional deformado localmente por
materia que lo convierte en una cuarta dimensión física que no
podemos percibir directamente. Cuanto mayor sea la masa local,
más intensa será la gravedad local y más hondo el hoyo, la distor-
sión o deformación del espacio. El agujero negro es en esta analo-
gía una especie de pozo sin fondo. ¿Qué le sucede a una persona
que cae en él? Vista desde el exterior se necesitaría una cantidad
infinita de tiempo para caer dentro, porque todos los relojes de es-
ta persona mecánicos y biológicos se percibirían como relojes pa-
rados. Pero desde el punto de vista de esta persona, todos los relo- jes
continuarían funcionando normalmente. Si pudiese sobrevivir
a las mareas gravitatorias y al flujo de radiación, y si el agujero ne-
gro estuviera en rotación (una hipótesis probable) es muy posible
que esta persona pudiera emerger en otra parte del espacio tiem-
po: en algún otro lugar del espacio y en algún otro momento del
tiempo. Se ha sugerido seriamente la existencia de estas galerías
en el espacio, como las que hace un gusano en una manzana, aun-
que no se ha demostrado en absoluto que existan. ¿Es posible que
los túneles de gravedad proporcionen una especie de metro inter-
estelar o intergaláctico que nos permita desplazamos a lugares in-
accesibles mucho más rápidamente que del modo normal? ¿Pue-
den servir de máquinas del tiempo estos agujeros negros, trans-
portándonos al pasado remoto o al futuro distante? El hecho de
estar discutiendo estas ideas aunque sea de modo semiserio de-
muestra lo surrealista que puede ser el mundo.
Somos hijos del Cosmos en el sentido más profundo de la pala-
bra. Pensemos en el calor del Sol que sentimos sobre el rostro en
un día despejado de verano; pensemos en lo peligroso que es mirar
directamente al Sol: reconocemos su poder desde 150 millones de
Kilómetros de distancia. ¿Qué sentiríamos en su abrasadora su-
perficie autoluminosa o sumergidos en el corazón de sus fuegos
nucleares? El Sol nos calienta y nos alimenta y nos permite ver.
Fecundó la Tierra. Tiene un poder que supera la experiencia
humana. Los pájaros saludan la salida del Sol con un éxtasis au-
dible. Incluso algunos organismos unicelulares saben la manera
de nadar hacia la luz. Nuestros antepasados adoraron el Sol,10 y
no eran tontos, ni mucho menos. Y sin embargo el Sol es una es-
trella ordinaria, incluso mediocre. Si tenemos que adorar a un po-
der superior a nosotros, ¿no tiene sentido reverenciar el Sol y las
estrellas? Oculto dentro de toda investigación astronómico, a ve
Las vidas de las estrellas 243
La galaxia Via Lactea amaneciendo sobre
un océano de otro mundo, a gran altura
sobre el plano galáctico. (Pintura de Adolf
Schaller.)
ces enterrado tan profundamente que el mismo investigador no se
da cuenta de su presencia, hay siempre una especie de temor reve-
renciar.
La Galaxia es un continente inexplorado lleno de seres exóticos de
dimensiones estelares. Hemos llevado a cabo un reconocimiento
preliminar y hemos encontrado a algunos de sus habitantes. Unos
cuantos se parecen a seres que ya conocemos. Otros son de una ra-
reza que supera nuestras más desenfrenadas fantasías. Pero nuestra
exploración apenas ha empezado. Los antiguos viajes de explora-
ción sugieren que muchos de los habitantes más interesantes del
continente galáctico continúan siendo por ahora desconocidos e
imposibles de imaginar. No muy lejos de la Galaxia hay, de modo
casi seguro, planetas situados en órbita alrededor de estrellas de las
Nubes de Magallanes y de los cúmulos globulares que rodean la Vía
Láctea. Estos mundos proporcionarían un panorama imponente de
la Galaxia amaneciendo: una forma enorme en espiral con 400 000
millones de habitantes estelares, con nubes de gas en proceso de
colapso, con sistemas planetarios condensándose, con supergigantes
luminosas, con estrellas estables de media edad, con gigantes rojas,
con enanas blancas, nebulosas planetarias, novas, supernovas, estre-
llas de neutrones y agujeros negros. Desde este mundo quedaría
bien claro, como ya empieza a serlo para nosotros, que nuestra ma-
teria, nuestra forma y gran parte de nuestro carácter está determi-
nado por la profunda relación existente entre la vida y el Cosmos.
1 0. El primitivo pictógrafo de dios en sumerio era un asterisco, el símbolo de las
estrellas. La palabra azteca que significa dios era Teotl, y su glifo era una representa-
ción del Sol. Los cielos se llamaban Teoatl: el mar dios, el océanocósmico.
La Danza de la Creación. El dios hindú Shiva en su manifestación comoSeñor de la Danza, baila la Danza de la Creación. La au-
reola de fuego(el prabhamandala) de este bronce Chola del siglodécimorepresenta el ritmodel universoy emana de un pedes-
tal de loto, símbolohindú de la iluminación. Shiva danza sobre la forma postrada del apasma-rapurusa, símbolode la ignoran-
cia humana. La manoderecha posterior lleva el damaru, un pequeñotambor que simboliza la creación. La manoizquierda pos-
terior tiene el agni, el fuegode la destrucción. La manoizquierda anterior está en la posición gajahasta ("troncode elefante"). La
mano derecha anterior se sostiene en el gesto abhaya-mundra (literalmente, "no te asustes"). (Cedida por el museo Norton Si-
mon, Pasadena,California.El bronce se dev olverá a la India.)
Capítulo X
El filo
de la eternidad
Hay una cosa formada confusamente,
Nacida antes que el Cielo y la Tierra.
Silenciosa y vacía
Está sola y no cambia,
gira y no se cansa.
Es capaz de ser la madre del mundo.
No conozco su nombre
y por lo tanto le llamo El camino.
Le doy el nombreimprovisado de Lo Grande.
Siendo grande se le puede describirtambién como retrocediendo,
si retrocede se le puede describircomo remoto
si es remoto se le puede describir retornando.
LAO TSE, Tao Te-ching; China, hacia el 600 a. de. C
Hay un camino en lo alto, visible en los cielos transparentes, llamado la Vía Láctea,
que resplandece con brillo propio. Los dioses van por ella a la morada del gran To-
nante y su residencia real... Allí los famosos y poderosos habitantes del cielo han
sentado sus reales. Ésta es la región que podría atreverme a llamar la [Vía] palatina
del Gran Cielo.
OVIDIO, Metamorfosis; Roma, siglo primero
Algunos necios declaran que un Creador hizo el mundo. La doctrina de que el
mundo fue creado es equivocada y hay que rechazarla.
Si Dios creó el mundo, ¿dónde estaba Él antes de la creación?... ¿Cómo pudo haber
hecho Dios el mundo sin materiales? Si dices que los hizo primero y luego hizo el
mundo te enfrentas con una regresión infinita...
Has de saber que el mundo es increado, como el mismo tiempo, sin principio ni fin.
Y que se basa en los principios...
Mahapurana (La Gran Leyenda), Jinasena,India,siglo noveno
246 Cosmos
La galaxia Remolino, M51 (objetonúme-
ro 51 del catálogo de Charles Messier),
llamada también NGC 5194. William
Parsons, tercer barón de Rosse, descu-
brióen 1 845 la estructura espiral de esta
"nebulosa", la primera galaxia cuya
estructura fue observada. Está a trece
millones de años luz de distancia, y la
está distorsionandogravitatoriamente su
pequeño e irregular compañero galácti-
co, NGC 51 95 (abajo). (Cedida por los
Observ atorios Hale.)
La gran galaxia de Andrómeda, M31 , es el
objeto más distante del Cosmos v isible
desde la Tierra a simple vista. Tiene por lo
menos siete brazos en espiral y se parece a
nuestra propia Vía Láctea.Forma parte del
Grupo Local de galaxias, y está a unos 2.3
millones de años luz de distancia. Alrede-
dor de M31 orbitan dos galaxias elípticas
enanas, NGC 205 y encima mismode la es-
piral, M32. (Cedida por los observatorios
Hale.)
HACE DIEZ MIL O VEINTE MIL MILLONES DE AÑOS, sucedió algo, la
Gran Explosión (big bang), el acontecimiento que inició nuestro
universo. Por qué sucedió esto es el misterio mayor que conoce-
mos. Lo que está razonablemente claro es que sucedió. Toda la
materia y la energía presentes actualmente en el universo estaba
concentrada con una densidad muy elevada –una especie de
huevo cósmico, que recuerda los mitos de la creación de muchas
culturas– quizás en un punto matemático sin ninguna dimen-
sión. No es que toda la materia y la energía del universo estuvie-
ran apretadas en un pequeño rincón del universo actual, sino que
el universo entero, materia y energía y el espacio que llenan, ocu-
paba un volumen muy pequeño. No quedaba mucho espacio para
que sucedieran cosas allí.
El universo inició con aquella titánica explosión cósmica una
expansión que ya no ha cesado. Es engañoso describir la expan-
sión del universo como una especie de burbuja ensanchándose,
vista desde el exterior. Por definición nada de lo que podamos
conocer estuvo nunca fuera. Es mejor imaginarlo desde dentro,
quizás con unas líneas formando retículo y adheridas al tejido en
movimiento del espacio expandiéndose uniformemente en todas
direcciones. A medida que el espacio se iba estirando, la materia
y la energía del universo se iban expandiendo con el espacio y se
enfriaban rápidamente. La radiación de la bola de fuego cósmica,
que tanto entonces como ahora llenaba el universo, fue despla-
zándose a través del espectro: de los rayos X a la luz ultravioleta;
pasó luego por los colores en arco iris del espectro visible; llegó al
infrarrojo y a las regiones de radio. Los restos de esta bola de
fuego, la radiación cósmica de fondo que emana de todas las par-
tes del cielo, pueden detectarse hoy en día mediante radiotelesco-
pios. En el universo primitivo el espacio estaba brillantemente
iluminado. A medida que el tiempo pasaba el tejido del espacio
continuó expandiéndose, la radiación se enfrió y el espacio se vol-
vió por primera vez oscuro, en la luz visible ordinaria, tal como
ahora es.
El primitivo universo estaba lleno de radiación y de un plénum
de materia, al principio hidrógeno y helio, formado a partir de las
partículas elementales en la densa bola de fuego primigenio.
Había muy poco que ver, suponiendo que hubiese alguien para
contemplarlo. Luego empezaron a crecer pequeñas bolsas de gas,
pequeñas inuniformidades. Se formaron zarcillos de vastas y su-
tiles nubes de gas, colonias de cosas grandes que se movían pesa-
damente, girando lentamente, haciéndose cada vez más brillan-
tes, cada cual como una especie de bestia que al final contendría
cien mil millones de puntos brillantes. Se habían formado las es-
tructuras reconocibles mayores del universo. Las estamos viendo
hoy. Nosotros mismos habitamos algún rincón perdido de una de
ellas. Las llamamos galaxias.
Unos mil millones de años después del big bang, la distribución
de materia en el universo se había hecho algo grumosa, quizás
porque el mismo big bang no había sido perfectamente uniforme.
La materia estaba empaquetada más densamente en estos gru-
mos que en otras partes. Su gravedad atraía hacia ellos cantida-
des sustanciales del cercano gas, nubes en crecimiento de hidró-
geno y de helio que estaban destinadas a convertirse en cúmulos
de galaxias. Una inuniformidad inicial muy pequeña basta para
producir condensaciones sustanciales mucho después.
El filo de la eternidad 247
A medida que el colapso gravitatorio continuaba, las galaxias pri-
mordiales empezaron a girar cada vez más rápido, debido a la con-
servación del momento angular. Algunas se aplanaron, aplastándo-
se a lo largo del eje de rotación donde la gravedad no queda com-
pensada por la fuerza centrífuga. Se convirtieron así en las primeras
galaxias espirales, grandes ruedas de materia girando en el espacio
abierto. Otras protogalaxias con gravedad más débil o con menor
rotación inicial se aplanaron muy poco y se convirtieron en las pri-
meras galaxias elípticas. Hay galaxias similares, como salidas del
mismo molde por todo el Cosmos, debido a que estas simples leyes
de la naturaleza la gravedad y la conservación del momento angular
son iguales en todo el universo. La física que actúa en la caída de los
cuerpos y en las piruetas de los patinadores sobre hielo, aquí en el
macrocosmos de la Tierra, hace galaxias allá arriba, en el macro-
cosmos del universo.
Dentro de las galaxias en nacimiento había nubes mucho más pe-
queñas que experimentaban también el colapso gravitatorio; las
temperaturas interiores se hicieron muy elevadas, se iniciaron reac-
ciones termonucleares, y se encendieron las primeras estrellas. Las
estrellas jóvenes, calientes y de gran masa evolucionaron rápida-
mente, derrochando sin cuidado su capital de hidrógeno combusti-
ble, y acabaron pronto sus vidas en explosiones brillantes de super-
nova, que devolvían la ceniza termonuclear helio, carbono, oxígeno
y elementos más pesados al gas interestelar para generaciones sub-
siguientes de formación de estrellas. Las explosiones de supernova
de las primitivas estrellas de gran masa produjeron ondas de choque
sucesivas y sobrepuestas en el gas adyacente, comprimiendo el me-
dio intergaláctico y acelerando la generación de cúmulos de galaxias.
La gravedad es oportunista y amplifica incluso pequeñas condensa-
ciones de materia. Las ondas de choque de las supernovas pueden
haber contribuido a las acreciones de materia en cualquier escala.
Se había iniciado la épica de la evolución cósmica, una jerarquía en
la condensación de materia a partir del gas del big bang: cúmulos de
galaxias, galaxias, estrellas, planetas y eventualmente vida e inte-
ligencia capaz de comprender un poco el elegante proceso responsa-
ble de su origen.
Los cúmulos de galaxias llenan hoy en día el universo. Algunos
son colecciones insignificantes y modestas de unas cuantas docenas
de galaxias. El llamado cariñosamente grupo local contiene sólo
dos grandes galaxias de un cierto tamaño: la Vía Láctea y M31. Otros
cúmulos contienen hordas inmensas de miles de galaxias en mutuo
abrazo gravitatorio. Algunos indicios dan para el cúmulo de Virgo
decenas de miles de galaxias.
A la escala mayor habitamos un universo de galaxias, quizás un
centenar de miles de millones de ejemplos exquisitos de arquitectu-
ra y de decadencia cósmicas, que manifiestan tanto el orden como el
desorden: espirales normales, encaradas formando diversos ángulos
con nuestra visual terrestre (si están de cara vemos los brazos en
espiral, si están de canto la faja central de gas y de polvo donde se
forman los brazos); espirales barradas con un río de gas y de polvo y
de estrellas atravesando su centro; galaxias elípticas gigantes, ma-
jestuosas, que contienen más de un billón de estrellas y que han cre-
cido tanto porque se han tragado y se han fundido con otras ga-
laxias; toda una plétora de elípticas enanas, las miniaturas galácti-
cas, cada una de las cuales contiene unos miserables millones de
soles; una variedad inmensa de misteriosas irregulares, que de
NGC 1 47, una galaxia elíptica pequeña
acompaña a M31. Contiene quizás mil
millones de soles. Desde los planetas de
algunas de estas estrellas se tiene una
maravillosa visión de M31. (Cedida por
los observ atorios Hale.)
La galaxia Sombrero, M1 04 (llamada tam-
bién NGC 4594 ). Los brazos en espiral,
marcados por pistas de polv o, están estre-
chamente arrollados alrededor de su nú-
cleo de estrellas. Está a unos 40 millones
de años luz de distancia, más allá de las
estrellas de la constelación de Virgo, y
puede contener un billón de soles. Nuestra
galaxia espiral, Vía Láctea, vista de canto
desde una distancia comparable, tendría el
aspecto de M1 04 (Cedida por los observ a-
torios Hale.)
248 Cosmos
M81 , otra galaxia espiral cercana como la
Vía Láctea; está a siete millones de años
luzde distancia y noforma parte del Grupo
Local. Nov emos esta galaxia ni de canto ni
de cara sino en un ángulo oblicuo. Las
galaxias están orientadas al azar con res-
pecto a nuestra visual. (Cedida por los
observ atorios Bale.)
Una galaxia espiral vista de canto. NGC
891 tiene un núcleo mucho menos promi-
nente que M 1 04 (p. 247), y en compara-
ción con ella pistas de polvo mucho menos
prominentes en los brazos en espiral. Las
estrellas de su alrededor están en el primer
plano, dentro de nuestra galaxia. (Cedida
por los observ atorios Hale.)
muestran que en el mundo de las galaxias hay lugares en los que
desgraciadamente algo ha ido mal; y galaxias que orbitan una al-
rededor de otra, tan próximas que sus bordes se curvan por la gra-
vedad de sus compañeras y en algunos casos saltan gravitatoria-
mente estelas de gas y de estrellas que forman un puente entre las
galaxias.
Algunos cúmulos tienen sus galaxias dispuestas en una geome-
tría esférica carente de ambigüedad; se componen principalmente
de elípticas, están dominadas a menudo por una elíptica gigante,
el presunto caníbal galáctico. Otros cúmulos, con una geometría
bastante más desordenada, tienen un número relativamente mu-
cho mayor de espirales y de irregulares. Las colisiones galácticas
deforman el aspecto de un cúmulo inicialmente esférico y pueden
contribuir también a la génesis de espirales y de irregulares a par-
tir de elípticas. La forma y abundancia de las galaxias tienen una
historia que contarnos sobre acontecimientos antiguos a la mayor
escala posible, una historia que apenas estamos empezando a leer. El
desarrollo de las computadoras rápidas ha permitido llevar a
cabo experimentos numéricos sobre el movimiento colectivo de
miles o de decenas de miles de puntos, cada uno de los cuales re-
presenta una estrella y está sometido a la influencia gravitatoria de
todos los demás puntos. En algunos casos se forman por si mis-
mos brazos en espiral en una galaxia que ha quedado ya aplanada
en forma de disco. A veces se puede producir un brazo en espiral
por el encuentro gravitatorio de dos galaxias, cada una compuesta
desde luego por miles de millones de estrellas. El gas y el polvo
esparcidos de modo difuso a través de estas galaxias entrarán en
colisión y se calentará. Pero cuando dos galaxias entran en coli-
sión, las estrellas pasan tranquilamente unas al lado de otras, co-
mo balas a través de un enjambre de abejas, porque una galaxia
está compuesta en su mayor parte de nada y los espacios entre las
estrellas son vastos. Sin embargo, la configuración de las galaxias
puede quedar severamente deformada. Un impacto directo de una
galaxia sobre otra puede enviar a las estrellas que la constituyen
disparadas y desparramándose por el espacio intergaláctico, des-
haciendo así la galaxia. Cuando una galaxia pequeña choca de ca-
ra contra otra mayor puede producir uno de los tipos más hermo-
sos de las raras irregulares: una galaxia anular de miles de años luz
de diámetro, dibujándose sobre el terciopelo del espacio interga-
láctico. Es una salpicadura en el estanque galáctico, una configu-
ración temporal de estrellas desorganizadas, una galaxia con una
pieza central desgajada.
Los borrones carentes de estructura de las galaxias irregulares,
los brazos de las galaxias en espiral y los toros de las galaxias anu-
lares se mantienen únicamente durante unas pocas imágenes de la
película cósmica, luego se disipan y a menudo se forman de nuevo.
Nuestra idea de las galaxias como cuerpos rígidos y pesados está
equivocada. Son estructuras fluidas con 100 000 millones de
componentes estelares. Al igual que un ser humano, que es una
colección de 100 billones de células, que normalmente está en un
estado continuo entre la síntesis y la decadencia y que es más que
la suma de sus partes, así es una galaxia.
La frecuencia de suicidios entre las galaxias es alta. Algunos
ejemplos próximos a decenas o centenares de años luz de distancia
son fuentes potentes de rayos X, de radiación infrarrojo y de ondas de
radio; tienen núcleos muy luminosos y su brillo fluctúa en esca
El filo de la eternidad 249
las temporales de semanas. Algunas presentan chorros de radia-
ción, penachos de miles de años luz de longitud y discos de polvo
sustancialmente desorganizados. Estas galaxias se están haciendo
estallar a sí mismas. Se sospecha la existencia de agujeros negros
con masas de millones a miles de millones superiores a la del Sol en
los núcleos de algunas galaxias elípticas gigantes como NGC 651 y
M87. Hay algo que tiene una masa muy grande, que es muy denso y
muy pequeño y que está haciendo tic tac y ronroneando en el inter-
ior de M87, en una región más pequeña que el sistema solar. Se
infiere de todo esto que allí hay un agujero negro. A miles de millo-
nes de años luz de distancia hay objetos todavía más tumultuosos,
los quasars, que pueden ser las explosiones colosales de galaxias
jóvenes, los acontecimientos de mayor potencia en la historia del
universo desde el mismo big bang.
La palabra “quasar” es un acrónimo de “quasi stellar radio sour-
ce”, fuente de radio cuasi-estelar. Cuando se descubrió que no todos
eran potentes fuentes de radio, se les denominó QSO (objetos cuasi-
estelares). Su apariencia es estelar y se pensó de modo natural que
eran estrellas situadas dentro de nuestra galaxia. Pero las observa
NGC 7 217 en la constelación de Pegaso.
Los brazos en espiral están estrechamente
enrollados alrededor del núcleo galáctico.
Desde una distancia mucho mayor esta
galaxia podría parecer un punto de luz
semejante a una estrella. Las galaxias muy
distantes no son fácilmente reconocibles
por su forma. (Cedida por los observato-
rios Hale.)
NGC 1 300, una espiral barrada. Un tercio
aproximadamente de las galaxias en
espiral tienen una "barra" v isible de gas,
polv oy estrellas,quees una extensión del
núcleo de los brazos en espiral. Parece
ser que la barra gira como un cuerpo
sólido, al igual que el núcleo. Todas las
espirales conocidas giran dejando atrás
los brazos, y no al rev és.
Dos representaciones esquemáticas de
quasars en el centro de galaxias de gran
masa. Arriba, un disco de gas y polvo en
acreción rodea un agujero negro invisible
que está girando. A lo largo de los chorros
se proy ecta material a una velocidad cer-
cana a la de la luz. Abajo, una masa en
condensación de miles de millones de soles
aumenta su rotación y refuerza su campo
magnético. (Pinturas de Adolf Schaller.)
250 Cosmos
La galaxia de mayor masa conocida, M87
es una galaxia elíptica gigante cerca del
centro del gran cúmulo de galaxias en
Virgo, a unos 40 millones de años luz de
distancia. Apenas hay gas y polvo en las
regiones centrales, porque todo se ha con-
v ertido en estrellas o se ha disipado en el
espacio. Este objeto de aspecto inofensivo
es la tercera fuente más brillante de ondas
de radio del cielo, después del Sol y la
Luna, y una de las fuentes más brillantes
de rayos X. Las estimaciones de su masa
v an de billones de soles a un centenar de
billones. El núcleo está proyectando un
chorro de gas de 1 00 000 años luz de lon-
gitud; este núcleo puede contener un agu-
jeronegrode gran masa.M87 está rodeada
por miles de cúmulos estelares globulares,
algunos de los cuales pueden verse en la
fotografía. (Cedida por los observatorios
Hale.)
ciones espectroscópicas de su desplazamiento hacia el rojo (ver
más adelante) demuestran que es probable que estén a distancias
inmensas de nosotros. Parece que participan vigorosamente en la
expansión del universo, y que algunos retroceden con respecto a
nosotros a más del 90% de la velocidad de la luz. Si están muy
alejadas, han de ser intrínsecamente muy brillantes para que
puedan ser visibles a tales distancias; algunas son tan brillantes
como mil supernovas explotando a la vez. Como sucede con Cyg
X-1, sus rápidas fluctuaciones demuestran que su enorme brillo
está confinado a un volumen muy pequeño, en este caso inferior
al tamaño del sistema solar. Ha de haber procesos notables cau-
santes de las vastas cantidades de energía que emite un quasar.
Entre las explicaciones propuestas están: 1) los quasars son ver-
siones monstruo de los pulsar, con un núcleo de masa enorme en
rotación muy rápida asociado a un fuerte campo magnético; 2) los
quasars se deben a colisiones múltiples de millones de estrellas
densamente empaquetadas en el núcleo galáctico, explosiones
que arrancan las capas exteriores y exponen a plena vista las tem-
peraturas de mil millones de grados del interior de las estrellas de
gran masa; 3) idea relacionada con la anterior, los quasars son ga-
laxias en las que las estrellas están empaquetadas tan densamente
que una explosión de supernova en una estrella arranca las capas
exteriores de otra y la convierte también en supernova produ-
ciendo una reacción estelar en cadena; 4) los quasars reciben su
energía de la aniquilación mutua y violenta de materia y de anti-
materia que de algún modo se ha conservado en el quasar hasta el
presente; 5) un quasar es la energía liberada cuando gas, polvo y
estrellas caen en un inmenso agujero negro en el núcleo de estas
galaxias, agujero que quizás es a su vez el resultado de eras de co-
lisión y coalescencia de agujeros negros más pequeños; y 6) los
quasars son agujeros blancos , la otra cara de los agujeros negros,
la caída en embudo y eventual emergencia ante nuestros ojos de
la materia que se pierde en una multitud de agujeros negros de
otras partes del universo, o incluso de otros universos.
Al considerar los quasars nos enfrentamos con profundos miste-
rios. Sea cual fuere la causa de una explosión de quasar, algo pa-
rece claro: un acontecimiento tan violento ha de provocar estra-
gos increíbles. En cada explosión de quasar pueden quedar to-
talmente destruidos millones de mundos, algunos con vida y con
inteligencia para comprender lo que está sucediendo. El estudio
de las galaxias revela un orden y una belleza universales. Tam-
bién nos muestra una violencia caótica a una escala hasta ahora
insospechada. Es notable que vivamos en un universo que permi-
te la vida. También es notable que vivamos en un universo que
destruye galaxias, estrellas y mundos. El universo no parece ni
benigno ni hostil, simplemente indiferente a las preocupaciones
de seres tan insignificantes como nosotros.
Incluso una galaxia tan bien educada como la Vía Láctea tiene
sus estremecimientos y sus contorsiones. Las observaciones de
radio muestran dos nubes enormes de gas hidrógeno, suficientes
para hacer miles de soles, que salen disparadas del núcleo galácti-
co, como si allí tuviera lugar de vez en cuando una explosión sua-
ve. Un observatorio astronómico de alta energía en órbita terres-
tre ha descubierto que el núcleo galáctico es una fuente intensa de
una línea espectral particular de rayos gamma, lo cual concuerda
con la idea de que allí hay oculto un agujero negro de gran masa.
El filo de la eternidad 251
Las galaxias como la Vía Láctea pueden representar una media
edad estable en una secuencia evolutiva continua, que incluye en su
adolescencia violenta a quasars y galaxias en explosión: los quasars
están tan distantes que los vemos en plena juventud, tal como eran
hace miles de millones de años.
Las estrellas de la Vía Láctea se mueven con una gracia sistemáti- ca.
Los cúmulos globulares se precipitan a través del plano galáctico
y salen por el otro lado, donde reducen su velocidad y se aceleran de
nuevo. Si pudiésemos seguir el movimiento de estrellas individuales
agitándose alrededor del plano galáctico parecería una olla de palo-
mitas de maíz. Nunca hemos visto cambiar de modo significativo la
forma de una galaxia, simplemente porque se necesita mucho tiem-
po para que lo haga. La Vía Láctea da una vuelta cada doscientos
cincuenta millones de años. Si aceleráramos este movimiento ve-
ríamos que la Galaxia es una entidad dinámica, casi orgánica, pare-
cida en cierto modo a un organismo multicelular. Cualquier fotogra-
fía astronómico de una galaxia no es más que una instantánea de
una fase de su solemne movimiento y evolución.1 La región interior
de una galaxia gira como un cuerpo sólido. Pero más lejos, las pro-
vincias exteriores giran cada vez más lentamente cumpliendo, como
los planetas alrededor de] Sol, la tercera ley de Kepler. Los brazos
tienen tendencia a enrollarse alrededor de] núcleo formando una
espiral cada vez más apretada, y el gas y el polvo se acumulan en
formas espirales de densidad creciente, que a su vez son lugares
adecuados para la formación de estrellas jóvenes, calientes y brillan-
tes, las estrellas que perfilan los brazos en espiral. Estas estrellas
brillan unos diez millones de años aproximadamente, un período
correspondiente a sólo el 5% de una rotación galáctico. Pero cuando
Centauro A (NGC 5128) constituye quizás
la colisión de una galaxia elíptica gigante y
de una galaxia espiral cuyos brazos des-
trozados estamos v iendo de canto. Ac-
tualmente se suele considerar más bien
como una elíptica gigante, con un escaso
complementode gas y de polvo, y comple-
tamente rodeada por un disco de gas y de
polv o, y quizás algunas estrellas. Es una
fuente intensa de ondas de radio, que
surgen de dos grandes lóbulos orientados
en ángulo recto con el disco de polvo;
también rayos X y rayos gamma. Las
rápidas fluctuaciones en la emisión de
rayos X pueden deberse a que un agujero
negro gigante oculto en su centro se está
engullendo cúmulos enteros de estrellas.
Centauro A está a 14 millones de años luz
de distancia; sus lóbulos de radio tienen
una longitud de 3 millones de años luz.
(Cedida por los observatorios Hale.)
1 . Estonoes del todo cierto. El ladopróximode una galaxia está a decenas de miles
de años luz más cerca de nosotros que el lado lejano; por lo tanto vemos la parte
anterior tal como era decenas de miles de años antes que la parte posterior. Pero los
acontecimientos típicos de la dinámica galáctica ocupan decenas de millones de
años, por lo tanto el error que supone imaginar una galaxia inmovilizada en un mo-
mento del tiempo es pequeño.
252 Cosmos
El efecto Doppler. Una fuente estacionaria
de sonido o de luz emite un conjunto de
ondas esféricas. Si la fuente está movién-
dose de derecha a izquierda, emite ondas
esféricas que se van centrando progresi-
v amente en los puntos indicados del 1 al 6.
Pero un observador situado en B ve las
ondas estiradas, mientras que un observa-
dor en A las v e apretadas. Una fuente que
se aleja se v e desplazada hacia el rojo (las
longitudes de onda resultan más largas) y
una fuente que se acerca se ve desplazada
hacia el azul (las longitudes de onda resul-
tan más cortas). El efecto Doppler es la
clav e de la cosmlogía.
las estrellas que marcan el perfil de un brazo espiral se han que-
mado, se forman inmediatamente detrás de ellas nuevas estrellas y
sus nebulosas asociadas, y la forma en espiral persiste. Las estre-
llas que dan el perfil de los brazos no sobreviven ni a una sola ro-
tación galáctica; sólo permanece la forma de la espiral.
La velocidad de una estrella dada alrededor del centro de la Ga-
laxia no suele ser la misma que la de una forma espiral. El Sol ha
entrado y ha salido con frecuencia de los brazos en espiral durante
las veinte vueltas que ha dado a la Vía Láctea a 200 kilómetros por
segundo. El Sol y los planetas pasan en promedio cuarenta millo-
nes de años en un brazo en espiral, ochenta millones fuera, otros
cuarenta dentro, etc. Los brazos en espiral marcan la región don-
de se está formando la última cosecha de estrellas acabadas de in-
cubar, pero no necesariamente la región donde resulta que hay es-
trellas de media edad como el Sol. En esta época nosotros vivimos
entre brazos en espiral.
Es lógico imaginar que el paso periódico del sistema solar a tra-
vés de los brazos en espiral haya tenido consecuencias importantes
para nosotros. Hace diez millones de años el Sol emergió del
complejo llamado Cinturón Gould del brazo espiral de Orión, que
está ahora a algo menos de mil años luz de distancia. (Hacia el in-
terior del brazo de Orión está el brazo de Sagitario, hacia el exte-
rior el brazo de Perseo.) Cuando el Sol pasa por un brazo espiral la
posibilidad de que se meta entre nebulosas gaseosas y nubes de
polvo interestelar, y de que encuentre objetos de masa subestelar,
es mayor que ahora. Se ha sugerido que las eras glaciales mayores
de nuestro planeta, que se repiten cada cien millones de años
aproximadamente, pueden deberse a la interposición de materia
interestelar entre el Sol y la Tierra. W. Napier y S. Clube han pro-
puesto que algunas de las lunas, asteroides, cometas y anillos cir-
cumplanetarios del sistema solar fueron antes objetos que vagaban
libremente por el espacio interestelar hasta que fueron capturados
por el Sol cuando penetró en el brazo espiral de Orión. La idea es
intrigante, aunque quizás no muy probable. Pero puede compro-
barse. Lo único que necesitamos es tomar una muestra, por ejem-
plo, de Fobos o de un cometa y examinar sus isótopos del magne-
sio. La relativa abundancia de los isótopos del magnesio (todos los
cuales comparten el mismo número de protones, pero tienen nú-
meros diferentes de neutrones) depende de la secuencia precisa de
acontecimientos estelares de nucleosíntesis, incluyendo el calen-
dario de explosiones de supernovas cercanas, que produjo cual-
quier muestra concreta de magnesio. En un rincón diferente de la
Galaxia tuvo que haber ocurrido una secuencia diferente de acon-
tecimientos y debería predominar una relación diferente de isóto-
pos de magnesio.
El descubrimiento del big bang y de la recesión de las galaxias se
basó en un tópico de la naturaleza llamado el efecto Doppler. Es-
tamos acostumbrados a notario en la física del sonido. Un con-
ductor de automóvil toca la bocina cuando pasa por nuestro lado.
Dentro del coche el conductor oye un sonido constante de tono fi-
jo. Pero fuera del coche nosotros oímos un cambio característico
del tono. El sonido de la bocina pasa para nosotros de las frecuen-
cias altas a la bajas. Un coche de carreras a 200 kilómetros por
hora va casi a una quinta parte de la velocidad del sonido. El soni-
do es una sucesión de ondas en el aire, una cresta y un valle, una
cresta y un valle. Cuanto más juntas están las ondas, más alta es la
El filo de la eternidad 253
frecuencia o tono; cuanto más separadas están las ondas, más grave
el tono. Si el coche se aleja a gran velocidad de nosotros, estira las
ondas de sonido, desplazándolas desde nuestro punto de vista a un
tono más grave y produciendo el sonido característico que todos
conocemos. Si el coche viniera hacia nosotros las ondas sonoras se
apretarían, la frecuencia aumentaría, y sentiríamos un gemido agu-
do. Si supiéramos el tono normal de la bocina cuando el coche está
en reposo podríamos deducir a ciegas su velocidad, a partir del cam-
bio de tono.
La luz es también una onda. Al contrario del sonido se desplaza
perfectamente bien en el vacío. El efecto Doppler actúa también
aquí. Si por algún motivo el automóvil en lugar de sonido emitiera
por delante y por detrás un haz de luz amarilla pura, la frecuencia de
la luz aumentaría ligeramente al acercarse el coche y disminuiría
ligeramente al alejarse. El efecto sena imperceptible a velocidades
ordinarias. Sin embargo si el coche corriera a una fracción conside-
rable de la velocidad de la luz, podríamos observar que el color de la
luz cambia hacia a una frecuencia superior, es decir hacia el azul
cuando el coche se nos acerca, y hacia frecuencias inferiores, es decir
hacia el rojo, cuando el coche se aleja. Un objeto que se nos acerca a
velocidades muy altas se nos presenta con el color de sus líneas es-
pectrales desplazadas hacia el azul. Un objeto que se aleja a veloci-
dades muy altas tiene sus líneas espectrales desplazadas hacia el
rojo.2 Este desplazamiento hacia el rojo, observado en las líneas es-
pectrales de galaxias distantes e interpretado de acuerdo con el efec-
to Doppler, es la clave de la cosmología.
En los primeros años de este siglo se estaba construyendo en el
monte Wilson, que dominaba lo que eran entonces los cielos trans-
parentes de Los Ángeles, el telescopio más grande del mundo desti-
nado a descubrir el desplazamiento hacia el rojo de galaxias remo-
tas. Había que transportar a la cima de la montaña grandes piezas
del telescopio, un trabajo adecuado para recuas de mulas. Un joven
mulero llamado Milton Humason ayudaba a transportar equipo me-
cánico y óptico, científicos, ingenieros y signatarios montaña arriba.
Humason conducía montado a caballo la columna de mulas, llevan-
do a su terrier blanco puesto de pie detrás de la silla con sus patas
delanteras sobre los hombros de Humason. Era un hombre útil para
todo, que mascaba tabaco, gran jugador de cartas y lo que entonces
se llamaba especialista en señoras. Su educación formal no había
pasado del octavo grado. Pero era brillante y curioso, y de natural
inquisitivo, interesado por el equipo que había transportado laborio
Galaxias en colisión a unos 50 millones de
años luz de distancia. NGC 4038 y NGC
4039 son probablemente galaxias que fue-
ron normales y que ahora están emergien-
do de un encuentrogravitatorio. Es eviden-
te que sus interiores han quedado desor-
ganizados. Cuando estas galaxias se foto-
grafían con exposiciones más largas, los
detalles interiores desaparecen y destacan
zarcillos de luz largos y curvados apenas
v isibles en esta imagen. Los zarcillos están
compuestos por mil millones de estrellas
esparcidas por el espacio intergaláctico y
explican el nombre dado a estos dos obje-
tos: "Las antenas". Esta colisión duró des-
de el principioalfinalmás de cien millones
de años. (Cedida por los observ atorios
Hale.)
NGC2623, otro ejemplo de galaxias en
colisión con v astas estelas de estrellas
esparcidas por el espacio intergaláctico.
(Cedida por los observatorios Hale.)
2. El objetoen sí puede tener cualquier color, inclusoazul.El desplazamientohacia
el rojo significa que cada raya espectral aparece en longitudes de onda más largas
que si el objeto está en descanso; la magnitud del desplazamiento hacia el rojo es
proporcional tanto a la velocidad como a la longitud de onda de la línea espectral
cuando el objeto está en descanso.
254 Cosmos
El Quintetode Stephan. Un grupo de cinco
galaxias que parecen estar en interacción
descubierto en 1877, el año en que Schia-
parelli "descubrió" canales en Marte, y que
plantean un enigma algo semejante. Se
cree que cuatro de ellas están a unos 250
millones de años luz de distancia. Tienen
v elocidades de recesión idénticas (6000
kilómetros por segundo ), según se deduce
del desplazamiento al rojo de sus líneas
espectrales, exceptoNGC 7 320, debajo a la
izquierda ( que tiene una v elocidad Dop-
pler de 800 kilómetros por segundo). Si
NGC 7 320 está realmente conectada por
un puente de estrellas con las demás ga-
laxias, el argumento de observación en
fav or de un universo en expansión pasaría
algunos apuros. Pero datos recientes inde-
pendientes sugieren que NGC 7320 está
realmente mucho más cerca de nosotros y
que la conexión con las demás ga1axias es
aparente. (© Association of Univ ersities
for Research in Astronomy, Inc., observ a-
torio de Kilt Peak.)
Cúmulo de galaxias llamado a veces Sexte-
to de Sey fert. Todos los miembros tienen
aquí el mismo desplazamiento al rojo,
excepto la galaxia que parece una espiral
de cara, la cual tiene un desplazamiento al
rojo cuatro veces superior a las demás. El
Quintetode Stephan y el Sextetode Seyfert
son quizás las regiones más grandes del
Cosmos bautizadas por personas con nom-
bres de personas. (Cedida por los observa-
torios Hale.)
samente a las alturas. Humason hacía compañía a la hija de uno
de los ingenieros del observatorio, el cual veía con reserva que su
hija saliera con un joven cuya ambición no pasaba de ser mulero.
De este modo Humason se encargó de trabajos diversos en el ob-
servatorio: ayudante del electricista, portero y fregaba los suelos
del telescopio que había ayudado a construir. Una noche, según
cuenta la historia, el ayudante del telescopio se puso enfermo y pi-
dieron a Humason si podía ayudarles. Demostró tanta destreza y
cuidado con los instrumentos que pronto se convirtió en operador
permanente del telescopio y ayudante de observación.
Después de la primera guerra mundial llegó a Monte Wilson Ed-
win Hubble, que pronto iba a ser famoso: una persona brillante,
refinada, sociable fuera de la comunidad astronómico, con un
acento inglés adquirido en su único año con la beca Rhodes en Ox-
ford. Fue Hubble quien proporcionó la demostración definitiva de
que las nebulosas espirales eran en realidad .l universos islas,
agregados distantes de cantidades enormes de estrellas, como
nuestra propia galaxia Vía Láctea; había descubierto la candela es-
telar estándar necesaria para medir las distancias a las galaxias.
Hubble y Humason se llevaron espléndidamente, formando una
pareja, quizás impredecible, que trabajaba conjuntamente y de
modo armonioso en el telescopio. Siguieron una indicación del as-
trónomo V. M. Slipher del observatorio Lowell, y empezaron a
medir los espectros de galaxias distantes. Pronto quedó claro que
Humason era más capaz de obtener espectros de alta cualidad de
galaxias distantes que cualquier astrónomo profesional del mun-
do. Se convirtió en miembro de plantilla del observatorio Monte
Wilson, aprendió muchos de los elementos científicos básicos de
su obra y murió acompañado por el respeto de la comunidad as-
tronómico.
La luz de una galaxia es la suma de la luz emitida por los miles de
millones de estrellas que contiene. Cuando la luz abandona estas
estrellas algunas frecuencias o colores son absorbidas por los áto-
mos de las capas más exteriores de las estrellas. Las líneas resul-
tantes permiten afirmar que unas estrellas situadas a millones de
años luz de nosotros contienen los mismos elementos químicos
que nuestro Sol y que las estrellas cercanas. Humason y Hubble
descubrieron asombrados que los espectros de todas las galaxias
distantes estaban desplazados hacia el rojo y, algo más asombroso
todavía, que cuanto más distaba una galaxia, más desplazadas
hacia el rojo estaban sus líneas espectrales.
La explicación más obvia del desplazamiento hacia el rojo se ba-
saba en el efecto Doppler: las galaxias se estaban alejando de noso-
tros; cuanto más distante estaba la galaxia mayor era la velocidad
de recesión. Pero, ¿por qué tenían que estar huyendo de nosotros
las galaxias? ¿Era posible que nuestra situación en el universo tu-
viera algo especial, como si la Vía Láctea hubiese llevado a cabo,
por inadvertencia, algún acto ofensivo en la vida social de las ga-
laxias? Lo más probable era que el universo mismo se estuviera
expandiendo y arrastrando a las galaxias consigo. Cada vez estaba
más claro que Humason y Hubble habían descubierto el big bang:
si no el origen del universo por lo menos su encarnación más re-
ciente.
Casi toda la cosmología moderna y especialmente la idea de un
universo en expansión y de un big bang se basa en la idea de que
el desplazamiento hacia el rojo de las galaxias lejanas es un efecto
El filo de la eternidad 255
Doppler y se debe a su velocidad de recesión. Pero hay otros tipos
de desplazamientos hacia el rojo en la naturaleza. Hay, por ejemplo,
el desplazamiento hacia el rojo gravitatorio, en el cual la luz que sale
de un campo gravitatorio intenso ha de hacer tanto trabajo para es-
capar de él que pierde energía durante el proceso, proceso que un
observador distante percibe como un desplazamiento de la luz hacia
longitudes de onda más largas y colores más rojos. Nosotros supo-
nemos que puede haber agujeros negros de gran masa en los centros
de algunas galaxias, y por lo tanto, esta es una explicación imagina-
ble de sus desplazamientos hacia el rojo. Sin embargo, las líneas
espectrales concretas que se observan son a menudo características
de un gas muy tenue y difuso y no de la densidad increíblemente
elevada que ha de prevalecer en las proximidades de los agujeros
negros. O bien el desplazamiento hacia el rojo podría ser un efecto
Doppler debido, no a la expansión general del universo, sino a una
explosión galáctica más modesta y local. Pero en este caso lo lógico
sería que hubiese tantos fragmentos de la explosión acercándose a
nosotros como alejándose, tantos desplazamientos hacia el azul co-
mo hacia el rojo. Sin embargo, lo que vemos son casi exclusivamen-
te desplazamientos hacia el rojo, sea cual fuere el objeto distante
más allá del grupo local hacia el cual apuntamos el telescopio.
Persiste sin embargo la sospecha entre algunos astrónomos de que
quizás no todo sea correcto cuando a partir de los desplazamientos
hacia el rojo de las galaxias y el efecto Doppler se deduce que el uni-
verso se está expandiendo. El astrónomo Halto Arp ha descubierto
casos enigmáticos e inquietantes en los que una galaxia y un quasar,
o un par de galaxias, que aparentemente están asociadas de modo
físico, tienen desplazamientos hacia el rojo muy diferentes. A veces
parece observarse un puente de gas, de polvo y de estrellas que las
Una porción del Cúmulo de galaxias de
Hércules, con unos 300 miembros co-
nocidos, que se aleja de nuestra región
del Cosmos a unos 1 0 000 kilómetros
por segundo. En esta fotografía hay más
galaxias (distantes más de 300 millones
de años luz) que estrellas en primer
término, pertenecientes a nuestra ga-
laxia Vía Láctea. Si el Cúmulo de Hércu-
les no está v olandoen pedazos es preciso
que contenga cincov eces más masa de la
que v emos en sus galaxias para mante-
nerla pegada gravitatoriamente. Si este
"defecto de masa" fuera un elemento
corriente del espaciointergaláctico, seria
una contribución importante para cerrar
el universo. (Cedida por los observato-
rios Hale.)
256 Cosmos
Nuevas estrellas están naciendo en el
"puente" que conecta dos galaxias (ESo
B1 38-IG29, 30). Imagen en falso color
realzada por computadora. (Cedida por
Arthur Hoag y el observatorio nacional
de Kitt Peak. )
Milton Humason, astrónomo (1 891-
1 957). (Cedida por los observ atorios
Hale.)
conecta. Si el desplazamiento hacia el rojo se debe a la expansión
del universo, desplazamientos hacia el rojo diferentes implican
distancias muy distintas. Pero dos galaxias que están físicamente
conectadas no pueden presentar una separación muy grande entre sí,
separación que en algunos casos es de mil millones de años luz.
Los escépticos afirman que la asociación es puramente estadística:
que, por ejemplo, una galaxia brillante próxima y un quasar más
distante, que tienen respectivamente desplazamientos hacia el rojo
muy diferentes y velocidades de recesión muy distintas también,
han podido quedar alineados por puro accidente en nuestra visual,
y que no tienen una asociación física real. Estas alineaciones esta-
dísticas pueden darse por casualidad de vez en cuando. El debate
se centra en si el número de coincidencias es superior al que cabría
esperar por acción del azar. Arp señala otros casos en los que una
galaxia con un desplazamiento hacia el rojo pequeño está flan-
queada por dos quasars de desplazamiento hacia el rojo grande y
casi idéntico. El cree que los quasars no están a distancias cosmo-
lógicas, sino que son proyectados a izquierda y a derecha por la ga-
laxia de primer plano; y que los desplazamientos hacia el rojo son
el resultado de algún mecanismo hasta ahora inexplorado. Los es-
cépticos replican con la alineación coincidente y con la interpreta-
ción convencional de Hubble Humason sobre los desplazamientos
hacia el rojo. Si Arp está en lo cierto, los mecanismos exóticos
propuestos para explicar la fuente de energía de los quasars dis-
tantes –reacciones en cadena de supernovas, agujeros negros de
masa extraordinaria y otros semejantes– resultarían innecesarios.
Los quasars no tendrían que ser muy distantes. Pero se precisará
otro mecanismo exótico para explicar el desplazamiento hacia el
rojo. En todo caso algo muy extraño está pasando en las profun-
didades del espacio.
La recesión aparente de las galaxias, con el desplazamiento
hacia el rojo interpretado de acuerdo con el efecto Doppler, no es
la única prueba en favor del big bang. Una prueba independiente
y muy persuasiva deriva de la radiación de fondo cósmica de cuer- po
negro, la débil estática en las ondas de radio que proviene muy
uniformemente de todas las direcciones del Cosmos y que tiene la
intensidad precisa que hay que esperar en nuestra época si proce-
de de la radiación fuertemente enfriada del big bang. Pero tam-
bién aquí hay algo intrigante. Las observaciones con una antena
de radio sensible volando encima de la atmósfera de la Tierra en
un avión U-2 han demostrado que la radiación de fondo es en
primera aproximación de igual intensidad en todas las direccio-
nes: como si la bola de fuego del big bang se expandiera con mu-
cha uniformidad, y origen del universo tuviera una simetría muy
precisa. Pero si se examina con una precisión más fina la radia-
ción de fondo resulta que tiene una simetría imperfecta. Hay un
pequeño efecto sistemático que podría comprenderse si la entera
galaxia Vía Láctea (y probablemente otros miembros del grupo lo-
cal) estuviera volando hacia el cúmulo de galaxias Virgo a más de
600 kilómetros por segundo. A esta velocidad llegaremos allí en
diez mil millones de años, y la astronomía extragaláctica será en-
tonces bastante más fácil. El cúmulo de Virgo es ya la colección de
galaxias más rica que conocemos, repleta de espirales, elípticas e
irregulares, un estuche lleno de joyas en el cielo. Pero ¿por qué
tendríamos que ir disparados hacia allí? George Smoot y sus cole-
gas, que hicieron estas observaciones de gran altitud, sugieren que
El filo de la eternidad 257
la Vía Láctea es arrastrada gravitatoriamente hacia el centro del cú-
mulo de Virgo; que el cúmulo tiene muchas más galaxias de las que se
han detectado hasta ahora, y algo más asombroso, que el cúmulo
es de proporciones inmensas y se extiende a través de mil o dos mil
millones de años luz de espacio. El mismo universo observable tiene
sólo unas cuantas decenas de miles de millones de años luz de diá-
metro, y si hay un vasto supercúmulo en el grupo de Virgo, quizás
haya otro supercúmulo a distancias mucho mayores, que por lo tan-
to son más difíciles de detectar. Parece ser que en la vida del univer-
so no ha habido tiempo suficiente para que una inuniformidad gra-
vitatoria inicial haya podido recoger la cantidad de masa que parece
contener el supercúmulo de Virgo. Por ello Smoot llega a decir que
el big bang fue mucho menos uniforme de lo que sugieren sus de-
más observaciones, que la distribución original de material en el
universo era muy desigual. (Hay que esperar un cierto grado de des-
igualdad, incluso es preciso que ésta haya existido para comprender
la condensación de las galaxias, pero una desigualdad a esta escala
constituye una sorpresa.) Quizás la paradoja puede resolverse ima-
ginando dos o más big bangs casi simultáneos.
Si el cuadro general de un universo en expansión y de un big bang
es correcto, tenemos que enfrentamos con preguntas aún más difíci-
les. ¿Cómo eran las condiciones en la época del big bang? ¿Qué su-
cedió antes? ¿Había un diminuto universo carente de toda materia y
luego la materia se creó repentinamente de la nada? ¿Cómo sucede
una cosa así? Es corriente en muchas culturas responder que Dios
creó el universo de la nada. Pero esto no hace más que aplazar la
cuestión. Si queremos continuar valientemente con el tema, la pre-
gunta siguiente que debemos formular es evidentemente de dónde
viene Dios. Y si decidimos que esta respuesta no tiene contestación
¿por qué no nos ahorramos un paso y decidimos que el origen del
universo tampoco tiene respuesta? 0 si decimos que Dios siempre ha
existido, ¿por qué no nos ahorramos un paso y concluimos diciendo
que el universo ha existido siempre?
Cada cultura tiene un mito sobre el mundo antes de la creación, y
sobre la creación del mundo, a menudo mediante la unión sexual de
los dioses o la incubación de un huevo cósmico. En general se supo-
ne, de modo ingenuo, que el universo sigue el precedente humano o
animal. He aquí, por ejemplo, cinco pequeños extractos de tales
mitos, en niveles diferentes de sofisticación, procedentes de la cuen-
ca del Pacífico:
Al principio de todo, las cosas estaban descansando en una noche
perpetua:la nochelo oprimía todo como una maleza impenetrable.
El mito del Gran Padre
del pueblo aranda de Australia Central
Todo estaba en suspenso, todo en calma, todo silencioso; todo inmó-
vil y tranquilo;y los espacios del cielo estaban vacíos.
El Popol Vuh de los mayas quiché
Na Arean estaba sentado solo en el espacio como una nube que flota
en la nada. No dormía porque no había el sueño; no tenía hambre
porque todavía no había hambre. Estuvo así durante mucho tiempo,
hasta que se le ocurrió una idea. Se dijo a sí mismo: Voy a hacer una
cosa.
Mito de Maia, islas Gilbert
Antigua imagen china de la creación con
dos dobles hélices entrelazadas, represen-
tando la interacción de los contrarios, que
da por resultado la Creación. Detrás de los
dioses creadores hay imágenes de conste-
laciones. (Cedida por el Museo de Bellas
Artes, Boston.)
La concepción budista tántrica del ""Ser
puro" en forma de "'huevo del mundo".
El huevo al ser fertilizado se diferencia
en una "fuerza vital" femenina en el
centro y una energía activadora mascu-
lina (las líneas divisorias). Emerge la
v ida consciente. Fotografía de Ajit Moo-
kerjee en Tantra: The lndian Cult o!
Ecstasy de Philip Rawson. (© 1973 de
Thames & Hudson Ltd. Reproducidocon
permiso de Thames & Hudson, Londres
y Nuev a York.)
258 Cosmos
Una pintura huichol de cera de abejas e
hilaza procedente de México, que describe
la Creación. Vemos en esta imagen a los
primeros seres. Las cinco serpientes son
las Madres del Agua y representan las
aguas terrestres. A la derecha aparece la
primera planta, con flores masculinas y
femeninas. A la izquierda el Padre Sol está
flanqueadopor la estrella del Alba. (Cedida
por Peter Furst, Delmar, Nuev a York.)
Hubo primero el gran huevo cósmico. Dentro del huevo había el
caos, y flotando en el caos estaba Pan Gu, el No desarrollado, el
Embrión divino. Y Pan Gu salió rompiendo el huevo, cuatro veces
más grande que cualquier hombre actual, con un martillo y un cin-
cel en la mano con los cuales dio forma al mundo.
Mitos de Pan Gu, China, hacia el siglo tercero
Antes de que el cielo y la tierra hubiesen tomado forma todo era
vago y amorfo... Lo que era claro y ligero se desplazó hacia arriba
para convertirse en el cielo, mientras que lo pesado y turbio se so-
lidificó para convertirse en tierra. Fue muy fácil que el material
puro y fino se reuniera, pero muy difícil que el material pesado y
turbio se solidificara. Por eso el cielo quedó completado primero y
la tierra tomó su forma después. Cuando el cielo y la tierra se unie-
ron en vacuidad y todo era una simplicidad tranquila, las cosas lle-
garon al Ser sin ser creadas. Esta fue la Gran Unidad. Todas las
cosas salieron de esta Unidad pero todas se hicieron diferentes.
Huainan Zi, China, hacia el siglo I a. de C.
La v isión tradicional judeo-cristiana de la
creación del Cosmos. Dios (arriba) crea la
Tierra y sus habitantes (los primeros hom-
bres, Adán y Eva, están en el centro).Alrede-
dor de la Tierra hay pájaros, nubes, el Sol, la
Luna y las estrellas, encima de ella están "las
aguas del firmamento". De la Biblia de Mar-
tín Lutero publicada por Hans Luft, Witten-
berg, 1 534.
Estos mitos demuestran la audacia humana. La diferencia prin-
cipal entre ellos y nuestro mito moderno científico del big bang es
que la ciencia se autoexamina y que podemos llevar a cabo expe-
rimentos y observaciones para comprobar nuestras ideas. Pero es-
tas otras historias de creación son merecedoras de nuestro pro-
fundo respeto.
Toda cultura humana se alegra de la existencia de ciclos en la Na-
turaleza. Se pensó entonces que estos ciclos no podían existir si la
voluntad de los dioses no lo hubiese querido así. Y si hay ciclos en
los años del hombre, ¿no podría haber también ciclos en las eras
de los dioses? La religión hindú es la única de las grandes les del
mundo que inculca la idea de que el mismo Cosmos está sujeto a
un número de muertes y de renacimientos inmenso, de hecho infi-
nito. Es la única religión en la que las escalas temporales corres-
ponden, sin duda por casualidad, a las de la cosmología científica
moderna. Sus ciclos van de nuestro día y noche corrientes hasta
un día y una noche de Brahma, que dura 8 640 millones de años,
más tiempo que la edad de la Tierra o del Sol y una mitad aproxi-
madamente del tiempo transcurrido desde el big bang. Y hay to-
davía escalas de tiempo más largas.
Hay en esta religión el concepto profundo y atrayente de que el
universo no es más que el sueño de un dios que después de cien
años de Brahma se disuelve en un sueño sin sueños. El universo
se disuelve con él hasta que después de otro siglo de Brahma, se
remueve, se recompone y empieza de nuevo a soñar el gran sueño
El filo de la eternidad 259
cósmico. Mientras tanto, y en otras partes, hay un número infinito
de otros universos, cada uno con su propio dios soñando el sueño
cósmico. Estas grandes ideas están atemperadas por otra quizás
más grande todavía. Se dice que quizás los hombres no son los sue-
ños de los dioses, sino que los dioses son los sueños de los hombres.
En la India hay muchos dioses y cada dios tiene muchas manifes-
taciones. Los bronces chola creados en el siglo undécimo, presentan
varias encarnaciones diferentes del dios Shiva. La más elegante y
sublime de ellas es una representación de la creación del universo al
principio de cada ciclo cósmico, motivo conocido por la danza cós-
mica de Shiva. El dios, llamado en esta manifestación Nataraja, el
Rey de la Danza, tiene cuatro manos. En la mano superior derecha
hay un tambor cuyo sonido es el sonido de la creación. En la supe-
rior izquierda una lengua de fuego, recordando que el universo aca-
bado de crear ahora, quedará destruido totalmente dentro de miles
de millones de años.
Me gusta pensar que estas imágenes profundas y hermosas son
una especie de premonición de las ideas astronómicas modernas.3
Es muy probable que el universo haya estado expansionándose des-
de el big bang, pero no está en absoluto claro que continúe expan-
sionándose indefinidamente. La expansión puede hacerse cada vez
más lenta hasta detenerse e invertirse. Si hay menos de una cierta
cantidad crítica de materia en el universo, la gravitación de las ga-
laxias en recesión será insuficiente para detener la expansión, y el
universo continuará su fuga para siempre. Pero si hay más materia
de la que podemos ver escondida por ejemplo en agujeros negros o
en gas caliente pero invisible entre las galaxias el universo se man-
tendrá unido gravitatoriamente y sufrirá una sucesión muy india de
ciclos, una expansión seguida por una contracción, universo sobre
universos, Cosmos sin fin. Si vivimos en un universo oscilatorio de
este tipo, el big bang no es la creación del Cosmos, sino simplemen-
te el final del ciclo anterior, la destrucción de la última encarnación
del Cosmos.
Es posible que ninguna de estas modernas cosmologías sea total-
mente de nuestro agrado. En una de ellas el universo fue creado de
algún modo hace diez o veinte mil millones de años y se expande
indefinidamente, huyendo las galaxias unas de otras hasta que la
última desaparezca más allá del horizonte cósmico. Entonces los
astrónomos galácticos se quedan sin ocupación, las estrellas se en-
frían y mueren, la misma materia degenera y el universo se convier-
te en una niebla fina y fría de partículas elementales. En la otra el
universo es oscilante, el Cosmos carece de principio y de fin, y esta-
mos en medio de un ciclo infinito de muertes y renacimientos cós-
micos sin que escape ninguna información por las cúspides de la
oscilación. Nada se filtra de las galaxias, estrellas, planetas, formas
de vida o civilizaciones que evolucionaron en la encarnación anterior
del universo, ni pasa por la cúspide o se insinúa más allá del big
bang, para que podamos conocerlo en nuestro universo actual. El
destino del universo en ambas cosmologías puede parecer algo de-
primente, pero podemos consolarnos con las escalas temporales en
Pintura navaja de arena. “El Padre Cielo
y la Madre Tierra." Dentro de la imagen
negra del Padre Cielo a la izquierda
están las diversas constelaciones, entre
ellas, en el centro, la Osa Mayor. La
Madre Tierra, a la derecha, contiene en
su interior las cuatroplantas sagradas de
los navajos: judías, maíz, tabaco y cala-
bacero. Arriba a la derecha hay un mur-
ciélago con una bolsa de la medicina (el
pequeño "diamante amarillo" que repre-
senta el "bien"). (Cedidopor el museode
arte de Denv er, Denv er, Colo rado.)
Pintura huichol que muestra el origen del
Sol. En la parte superior izquierda el Sol
todav ía no nato es saludado por la Diosa
Tierra,mientras que su hijodispara flechas a
la rueda solar poco antes de su sacrificioy
transformación en la deidad solar. La
forma con rayas en la parte inferior iz-
3. Las fechas de las inscripciones mayas también ahondan profundamente en el
pasado y a veces en el futuro lejano. Una inscripción se refiere a una época de hace
más de un millón de años y otra se refiere quizás a hechos de hace 400 millones de
años, aunque los especialistas mayas discuten esta cifra. Los acontecimientos recor-
dados pueden ser míticos, pero las escalas temporales son prodigiosas. Un milenio
antes de que los europeos estuvieran dispuestos a despojarse de la idea bíblica de que
el mundo tenía unos cuantos miles de años de edad, los mayas estaban pensando en
millones y los indios en miles de millones.
quierda es el lago occidental al cual des-
ciende el muchacho en su viaje subterrá-
neo hacia el este y la primera salida del sol.
(Cedida por Peter Furst, Delmar, Nueva
York.)
260 Cosmos
Reproducción moderna de un antiguo y
común motivo egipcio de la Creación. En
esta descripción, Shu, el dios de la luz y del
aire (con los brazos lev antados), separa a
Nut, la diosa del cielo, de Geb, el dios de la
Tierra, reclinado debajo. Deidades meno-
res prestan su ayuda. La figura de halcón
ala izquierda es Horus, el dios del Bajo
Egipto, identificado más tarde con el fa-
raón reinante. (Pintura de Brown.)
Imagen dogon de la Creación procedente
de la República de Mali y que presenta a
Nommo, un dios fálico de la Creación,
sorprendido en el instante de metamor-
fosearse en un cocodrilo. (Cedida por
Lester Wunderman, Nuev a York.)
juego. Estos acontecimientos ocuparán decenas de miles de mi-
llones de años, o más. Los seres humanos y nuestros descendien-
tes, sean cuales fueren, pueden conseguir muchas cosas en dece-
nas de miles de millones de años, antes de que el Cosmos muera.
Si el universo oscila realmente se plantean cuestiones todavía
más extrañas. Algunos científicos piensan que cuando la expan-
sión va seguida por la contracción, cuando los espectros de las ga-
laxias distantes están todos desplazados hacia el azul, la causali-
dad quedará invertida y los efectos precederán a las causas. Pri-
mero las ondas se propagan a partir de un punto de la superficie
de agua y luego tiro la piedra en el estanque. Primero la linterna
da luz y luego la enciendo. No podemos aspirar a entender lo que
esta inversión de la causalidad significa. ¿Nacerán las personas de
aquella época en la tumba y morirán en la matriz? ¿Irá el tiempo
hacia atrás? ¿Tienen algún sentido estas cuestiones?
Los científicos se preguntan qué sucede en las cúspides, en la
transición de la contracción a la expansión de un universo oscilan-
te. Algunos piensan que las leyes de la naturaleza se reordenan al
azar, que el tipo de física y de química que ordena este universo
representa únicamente un caso de una gama infinita de posibles
leyes naturales. Si las leyes de la naturaleza quedan reordenadas
de modo impredecible en las cúspides, es una coincidencia real-
mente extraordinaria que precisamente ahora la máquina tragape-
rras cósmica haya sacado un universo que es consistente con noso-
tros. 4
¿Vivimos en un universo que se expande indefinidamente o en
un universo en el cual hay un conjunto infinito de ciclos? Hay
maneras de decidirlo: haciendo un censo preciso de la cantidad to-
tal de materia en el universo, o bien observando el borde del Cos-
mos.
Los radiotelescopios pueden detectar objetos muy débiles y muy
distantes. Cuando profundizamos en el espacio también nuestra
vista retrocede en el tiempo. El quasar más cercano está quizás a
quinientos millones de años luz de distancia. El más alejado pue-
de estar a diez o doce o más miles de millones. Pero si vemos un
objeto situado a doce mil millones de años luz de distancia, lo ve-
mos tal como era hace doce mil millones de años. Mirando hacia
la profundidad del espacio miramos también hacia el pasado leja-
no, hacia el horizonte del universo, hacia la época del big bang.
El Dispositivo de Muy Gran Amplitud (Very Large Array: VLA) es un
conjunto de veintisiete radiotelescopios separados en una re-
gión remota de Nuevo México. Es un dispositivo en fase: los teles-
copios individuales están conectados electrónicamente como si
4. Las ley es de la naturaleza no pueden reordenarse aleatoriamente en las cúspi-
des. Si el universo ha pasado ya por muchas oscilaciones, muchas leyes posibles de
la gravedad serían ya tan débiles, que el universo, sea cual fuere la expansión inicial
dada, nose mantendría unido. Una vezel universotropieza en una ley gravitatoria de
este tipo, se descompone y ya no tiene oportunidad de experimentar ninguna otra
oscilación, otra cúspide y otroconjuntode ley es naturales. Por lotanto, del hechode
que el universo existe podemos deducir o bien una edad finita, o bien una severa
restricción sobre los tipos de leyes de la naturaleza permitidas en cada oscilación. Si
las ley es de la naturaleza no son reordenadas aleatoriamente en las cúspides, ha de
haber una regularidad, un conjunto de reglas que determina qué leyes son permisi-
bles y cuáles no. Un conjuntoasí de reglas comprendería una nueva física que domi-
naría la física existente. Nuestro lenguaje está empobrecido, parece que no tenga un
nombre adecuado para una física nueva de este tipo. Tanto la "parafísica" como la
"metafísica" se han utilizado ya para otras actividades bastante distintas y muy pro-
bablemente irrelevantes.Quizás serviría "transfísica".
El filo de la eternidad 261
fueran un único telescopio del mismo tamaño que sus elementos
más alejados, como si fuera un radiotelescopio de decenas de kiló-
metros de diámetro. El VLA es capaz de resolver o de discriminar
detalles finos en las regiones de radio del espectro, de modo compa-
rable a lo que pueden hacer los telescopios terrestres más grandes
en la región óptica del espectro.
A veces estos radiotelescopios se conectan con telescopios en la
otra cara de la Tierra formando una línea base comparable al diáme-
tro de la Tierra: en cierto sentido un telescopio tan grande como el
planeta. En el futuro podremos situar telescopios en la órbita de la
Tierra, al otro lado del Sol, formando de modo efectivo un radiote-
lescopio tan grande como el sistema solar interior.
Estos telescopios podrán revelar la estructura interna y la natura-
leza de los quasars. Quizás se descubra una candela estándar de
quasar y se puedan determinar sus distancias con independencia de
sus desplazamientos hacia el rojo. Si entendemos la estructura y el
desplazamiento hacia el rojo de los quasars más distantes quizás
podamos ver si la expansión del universo fue más rápida hace miles
de millones de años, si la expansión está perdiendo ímpetu, si el
universo llegará algún día a entrar en colapso.
Los radiotelescopios modernos son de una sensibilidad exquisita;
un quasar distante es tan débil que su radiación detectada suma
quizás una mil billonésima de watio. La cantidad total de energía
procedente del exterior del sistema solar y recibida conjuntamente
por todos los radiotelescopios del planeta Tierra es menor que la
energía de un solo copo de nieve al chocar contra el suelo. Los ra-
dioastrónomos, cuando detectan la radiación cósmica de fondo,
cuando cuentan los quasars, cuando buscan señales inteligentes
procedentes del espacio, trabajan con cantidades de energía que
apenas puede decirse que estén ahí.
Alguna materia, especialmente la materia de las estrellas, brilla
con luz visible y es fácil de ver. Otra materia, por ejemplo el gas y el
polvo de las afueras de las galaxias no se detecta tan fácilmente. No
emite luz visible, aunque parece emitir ondas de radio. Este es un
motivo por el cual para descifrar los misterios cósmicos hay que uti-
lizar instrumentos exóticos y frecuencias distintas de la luz visible a
la cual nuestro ojo es sensible. Observatorios en órbita terrestre
Algunos de los radiotelescopios del Dis-
positiv ode Muy Gran Amplitud en Soco-
rro, Nuevo Méjico, manejado por el
Observ atorio Nacional de Radioastro-
nomía. Los telescopios se desplazan
sobre v ías de tren; su separación deter-
mina la resolución de la imagen de radio
resultante. (Fotografía, Bill Ray .)
262 Cosmos
Representación convencional en dos di-
mensiones de un cubo.
Representación convencional en tres di-
mensiones de un teseracto ohipercubo ( el
modelo tridimensional ha quedado reduci-
do una dimensión más sobre esta página).
Imagen de radio de la galaxia elíptica NGC
3266. Imagen en falso color del Dispositi-
v ode Muy Gran Amplitud.
descubrieron un intenso brillo de rayos X entre las galaxias. Al
principio se pensó que era hidrógeno intergaláctico caliente, una
cantidad inmensa nunca vista antes, quizás suficiente para cerrar
el Cosmos y garantizar que nos encontramos encerrados en un
universo oscilante. Pero observaciones más recientes de Ricardo
Giacconi pueden haber resuelto este brillo de rayos X en puntos
individuales, que son quizás una horda inmensa de quasars dis-
tantes. Contribuyen también al universo con una masa anterior-
mente desconocida. Cuando se haya completado el repertorio
cósmico y se haya sumado toda la masa de todas las galaxias, qua-
sars, agujeros negros, hidrógeno intergaláctico, ondas gravitato-
rias y habitantes todavía más exóticos del espacio, sabremos el ti-
po de universo que habitamos.
A los astrónomos, cuando discuten la estructura a gran escala
del Cosmos, les gusta decir que el espacio es curvo, o que el Cos-
mos carece de centro, o que el universo es finito pero ilimitado.
¿De qué están hablando? Imaginemos que habitamos un país ex-
traño donde todos somos perfectamente planos. De acuerdo con
Edwin Abbott, un estudioso de Shakespeare que vivió en la Ingla-
terra victoriana, le llamaremos Flatland. Algunos somos cuadra-
dos; algunos son triángulos, algunos tienen formas más complejas.
Entramos y salimos muy atareados de nuestros edificios planos
ocupados en nuestros negocios y nuestras diversiones planas. To-
do el mundo en Flatland tiene anchura y longitud pero carece de
altura. Conocemos la derecha izquierda y el delante atrás, pero no
tenemos ni idea, ni pizca de comprensión por el arriba-abajo. Pe-
ro los matemáticos planos sí lo entienden. Ellos nos dicen: “Todo
es muy fácil. Imagina el derecha-izquierda. Imagina el delante
atrás. ¿Sigues? Imagina ahora otra dimensión que forma ángulo
recto con las otras dos.” Y nosotros decimos: “¿Pero de qué nos
hablas? ¿Cómo puede formar ángulo recto con las otras dos? Sólo
hay dos dimensiones. Enséñanos esta tercera dimensión. ¿Dónde
está?” Y los matemáticos, desanimados, se largan. Nadie escucha
El filo de la eternidad 263
a los matemáticos. Todo ser plano de Flatland ve a otro cuadrado
como un corto segmento de línea, el lado del cuadrado que está más
cerca de él. Para poder ver el otro lado del cuadrado ha de dar un
corto paseo. Pero el interior del cuadrado permanece eternamente
misterioso, a no ser que algún terrible accidente o una autopsia rom-
pan los lados y deje expuestas las partes interiores.
Un día un ser tridimensional, por ejemplo en forma de pera, llega
a Flatland y se queda mirándolo desde arriba. Al ver que un cua-
drado especialmente atractivo y de aire sociable entra en su casa
plana, la pera decide en un gesto de amistad interdimensional salu-
darlo. “¿Cómo estás?”, le dice el visitante de la tercera dimensión.
“Soy un visitante de la tercera dimensión.” El desgraciado cuadrado
mira por toda su casa que está cerrada y no ve a nadie. Peor todavía:
se imagina que el saludo que entra desde arriba es una emanación
de su propio cuerpo plano, una voz de su interior. La familia ha es-
tado siempre algo charada, piensa quizás para darse ánimos.
La pera, exasperada al ver que la toman por una aberración psico-
lógica, desciende a Flatland. Pero un ser tridimensional sólo puede
existir parcialmente en Flatland, sólo puede verse una sección de él,
sólo los puntos de contacto con la superficie plana de Flatland. Una
pera deslizándose por Flatland aparecería primero como un punto y
luego como rodajas cada vez mayores y aproximadamente circula-
res. El cuadrado ve que aparece un punto en una habitación cerrada
de su mundo bidimensional que crece lentamente hasta formar casi
un círculo. Un ser de forma extraña y cambiante ha surgido de la
nada.
La pera, desairada, irritada por la obtusidad de los muy planos da un
golpe al cuadrado y lo proyecta por los aires revoloteando y dan-
do vueltas por esta misteriosa tercera dimensión. Al principio el
cuadrado es incapaz de entender lo que está sucediendo: es algo que
escapa totalmente a su experiencia. Pero al final se da cuenta de que
está viendo Flatland desde una perspectiva especial: desde “arriba”.
Puede ver el interior de habitaciones cerradas. Puede ver el interior
de sus congéneres planos. Está contemplando su universo desde
una perspectiva única y arrolladora. El viaje por otra dimensión
ofrece como una ventaja adicional una especie de visión con rayos X.
Al final nuestro cuadrado desciende lentamente hasta la superficie
como una hoja que cae. Desde el punto de vista de sus compañeros
de Flatland desapareció inexplicablemente de una habitación cerra-
da y luego se materializó penosamente de la nada. “Por Dios”, le
dicen, “¿qué te ha pasado?” “Me parece”, contesta él mecánica-
mente, “que estuve arriba”. Le dan unos golpecitos en los costados y le
consuelan. La familia siempre tuvo visiones.
En estas contemplaciones interdimensionales no tenemos que
limitamos a las dos dimensiones. Podemos imaginar, siguiendo a
Abbott, un mundo de una dimensión, donde cada cual es un seg-
mento de línea, o incluso el mundo mágico de los animales de cero
dimensiones, los puntos. Pero quizás sea más interesante la cues-
tión de las dimensiones superiores. ¿Podría existir una cuarta di-
mensión física? 5
Estudio del cielo profundo en rayos X
(arriba) dentro de la constelación de
Eridano, llevado a cabo por el Observa-
torioAstrofísicode Alta Energía Einstein
en órbita terrestre. La misma región en
luz v isible aparece debajo, con indica-
ción de tres quasars. (Cedido por Ricar-
do Giacconi y la NASA.)
5. Si existiera un ser cuadridimensional podría aparecer y desmaterializarse a vo-
luntad en nuestro universo tridimensional, cambiar su forma de modo notable, sa-
carnos de habitaciones cerradas y hacernos aparecer de la nada. También podría
sacamos lode dentroa fuera. Hay varias maneras posibles de sacarnos lode dentro
a fuera: lo menos agradable equivaldría a quedar con nuestras vísceras y nuestros
órganos internos en el exterior y el Cosmos entero–gas intergalácticoincandescente,
galaxias, planetas,todo– en el interior. Noestoy segurode que la idea me guste.
264 Cosmos
Podemos imaginar que generamos un cubo de la siguiente ma-
nera: Tomemos un segmento de línea de una cierta longitud y
desplacémoslo una longitud igual en ángulo recto a sí mismo.
Tenemos un cuadrado. Desplacemos el cuadrado una longitud
igual en ángulos rectos a sí mismo y tendremos un cubo. Sabe-
mos que este cubo proyecta una sombra, que dibujamos normal-
mente en forma de dos cuadrados con sus vértices conectados. Si
examinamos la sombra de un cubo en dos dimensiones, nos da-
mos cuenta de que no todas las líneas aparecen iguales, y de que
no todos los ángulos son ángulos rectos. El objeto tridimensional no
ha quedado perfectamente representado en su transfiguración
a dos dimensiones. Este es el coste que hay que pagar por perder
una dimensión en la proyección geométrica: no derecha izquier-
da, no delante atrás, no arriba abajo, sino simultáneamente en
ángulos rectos a todas estas direcciones. No puedo decir qué di-
rección es ésta pero puedo imaginarme que existe. En este caso
habremos generado un hipercubo cuadridimensional, llamado
también teseracto. No puedo enseñar un teseracto, porque esta-
mos encerrados en tres dimensiones. Pero lo que puedo enseñar es
la sombra en tres dimensiones de un teseracto. Se parece a dos
cubos anidados, con todos los vértices conectados por líneas. Pe- ro
en el teseracto real de cuatro dimensiones todas las líneas ten-
drán longitud igual y todos los ángulos serán ángulos rectos.
Imaginemos un universo igual que Flatland, con la excepción de que,
sin que sus habitantes lo sepan, su universo bidimensional está
curvado a través de una tercera dimensión física. Cuando los
habitantes de Flatland hacen excursiones cortas, su universo les
resulta suficientemente plano. Pero si uno de ellos hace un paseo
lo bastante largo por lo que él imagina ser una línea perfectamen-
te recta, descubre un gran misterio: a pesar de no haber llegado a
ninguna barrera ni de haber en ningún momento dado la vuelta,
ha acabado de algún modo llegando al lugar de donde partió. Su
universo bidimensional tiene que haber sido deformado, doblado
o curvado a través de una misteriosa tercera dimensión. Él no
puede imaginar esta tercera dimensión, pero puede deducirla. Si
sumamos en esta historia una dimensión a todas las citadas te-
nemos una situación que puede ser válida para nosotros.
¿Dónde está el centro del Cosmos? ¿Tiene el universo algún
borde? ¿Qué hay detrás de él? En un universo bidimensional,
curvado a través de una tercera dimensión no hay centro, por lo
menos no lo hay sobre la superficie de una esfera. El centro de
este universo no está en este universo; está situado inaccesible-
mente en la tercera dimensión, dentro de la esfera. Aunque en la
superficie de la esfera el área está limitada, este universo carece
de borde: es finito pero ilimitado. Y la pregunta: ¿qué hay más
allá? carece de sentido. Los seres planos no pueden por sí solos
escapar de sus dos dimensiones.
Si incrementamos por uno todas las dimensiones citadas tene-
mos una situación que puede ser válida para nosotros: el universo
como una hiperesfera cuadridimensional sin centro ni borde, y
sin nada más allá. ¿A qué se debe que todas las galaxias parece
que huyan de nosotros? La hiperesfera se está expandiendo a
partir de un punto como si se hinchara un balón cuadridimensio-
nal, creando a cada instante más espacio en el universo. En algún
momento posterior al inicio de la expansión, las galaxias se con-
densan y son transportadas hacia el exterior sobre la superficie de
El filo de la eternidad 265
la hiperesfera. Hay astrónomos en cada galaxia, y la luz que ven
también está atrapada en la superficie curva de la hiperesfera. A
medida que la esfera se expande, un astrónomo de cualquier galaxia
pensará que todas las demás galaxias huyen de él. No hay marcos de
referencia privilegiados. 6 Cuanto más lejos está la galaxia más rá-
pidamente retrocede. Las galaxias están incrustadas, sujetas al es-
pacio, y el tejido del espacio se está expansionando. Y la respuesta a
la pregunta ¿en qué parte del universo presente ocurrió el big bang?
es clara: en todas partes.
Si hay insuficiente materia para impedir que el universo continúe
expandiéndose indefinidamente ha de tener una forma abierta, cur-
vada como una silla de montar, con una superficie que se extienda al
infinito en nuestra analogía tridimensional. Si hay suficiente mate-
ria, tiene una forma cerrada, curvada como una esfera en nuestra
analogía tridimensional. Si el universo está cerrado, la luz está atra-
pada en su interior. En los años 1920 unos observadores encontra-
ron en una dirección opuesta a M31 un par distante de galaxias espi-
rales. Se preguntaron si era posible que estuviesen viendo la Vía
Láctea y M31 desde la otra dirección: como si viéramos nuestro co-
gote gracias a la luz que ha circunnavegado el universo. Sabemos
ahora que el universo es mucho mayor de lo que se imaginaba en los
años 1920. La luz tardaría más de la edad del universo en circunna-
vegarlo. Y las galaxias son más jóvenes que el universo. Pero si el
Cosmos está cerrado y la luz no puede escapar de él, puede ser per-
fectamente correcto describir el universo como un agujero negro. Si
queremos saber qué aspecto tiene el interior de un agujero negro
miremos a nuestro alrededor.
Hemos mencionado antes la posibilidad de que existan galerías
para ir de un lugar a otro del universo sin cubrir la distancia inter-
media: a través de un agujero negro. Podemos imaginar estas gale-
rías como tubos a través de una cuarta dimensión física. No sabe-
mos que existan estas galerías. Pero suponiendo que existan ¿han
de acabar siempre desembocando en otro lugar de nuestro universo?
¿O es posible que las galerías conecten con otros universos, con lu-
gares que de otro modo serían siempre inaccesibles para nosotros?
Nada se opone a que existan muchos más universos. Quizás están en
cierto sentido anidados uno dentro del otro.
Hay una idea extraña, atrayente, evocativa, una de las conjeturas
más exquisitas de la ciencia o de la religión. Es una idea totalmente
indemostrada; quizás no llegue a demostrarse nunca. Pero excita
enormemente. Se nos dice que existe una jerarquía infinita de uni-
versos, de modo que si penetramos en una partícula elemental, por
ejemplo un electrón de nuestro universo, se nos revelaría como un
universo enteramente cerrado. Dentro de él, organizadas como el
equivalente local de galaxias y estructuras más pequeñas, hay un
número inmenso de otras partículas elementales mucho más dimi-
nutas, que a su vez son universos en el nivel siguiente, y así indefini-
damente: una regresión infinita hacia abajo, sin fin. Y lo mismo
hacia arriba. Nuestro universo familiar de galaxias y estrellas, pla-
netas y personas, sería una única partícula elemental en el siguiente
universo superior, el primer paso de otra regresión infinita.
6. La idea de que el universo presenta más o menos el mismo aspecto lo miremos
desde donde lo miremos fue propuesta por primera vez, según creo, por Giordano
Bruno.
266 Cosmos
El filo de la eternidad 267
Esta es la única idea religiosa que conozco que supera a la del nú-
mero sin fin de universo cíclico infinitamente viejo de la cosmología
hindú. ¿Qué aspecto tendrían estos otros universos? ¿Estarían cons-
truidos sobre leyes físicas distintas? ¿Tendrían estrellas y galaxias y
mundos, o algo muy distinto? ¿Podrían ser compatibles con alguna
forma de vida inimaginablemente distinta? Para entrar en él ten-
dríamos que penetrar en cierto modo en una cuarta dimensión físi-
ca: la empresa desde luego no es fácil, pero quizás un agujero negro
nos abriría el camino. Es posible que existan pequeños agujeros
negros en la cercanía del Sol. Después de balanceamos en el borde de
la eternidad, saltaríamos fuera...
Regresión infinita.Representación del pasode un universoal de magnitud siguiente
en un Cosmos con una regresión infinita de universos anidados unodentrodel otro.
Ningún univ erso es el nuestro. (Pintura de John Lomberg. )
Un ser inteligente: Una ballena yubarta irrumpe en la superficie de las aguas del estrechoFrederick, Alaska,veranode 1 979. Las
ballenas yubartas destacan por sus saltos notables y por sus extraordinarias comunicaciones. Una ballena yubarta pesa en pro-
medio 50 toneladas, y tiene 15 metros de largo. Sus cerebros son mucho mayores que los de las personas. (Cedida por Dan
McSweeny .)
Capítulo XI
La persistencia
de la memoria
Una vez determinados los destinos de Cielo y Tierra, habiendo recibido zanjas y ca-
nales su curso adecuado, establecidas ya las orillas del Tigris y del Eufrates,
¿qué nos queda por hacer?
¿qué más tenemos que crear?
Oh Anunaki, grandes dioses del cielo, ¿qué nos queda por hacer?
Narración asiria de la creación del hombre, 800 a. de C.
Cuando él, sea cual fuere de los dioses, hubo dispuesto ordenadamente de este mo-
do y resuelto aquella masa caótica, y la hubo reducido,resuelta de este modo, a par-
tes cósmicas, empezó moldeando la Tierra como una bola poderosa para que su
forma fuera la misma por todos lados... Y para que ninguna región careciera de sus
formas propias de vida animada, las estrellas y las formas divinas ocuparon el suelo
del cielo, el mar correspondió a los peces relucientes para que fuera su hogar, la
Tierra recibió a los animales y el aire móvil a los pájaros... Luego nació el Hom-
bre:... todos los animales van con la cabeza baja y fijan su mirada en el suelo, pero
él dio al Hombre un rostro levantado y le ordenó que estuviera erecto y que elevara
sus ojos al cielo.
OVIDIO, Metamorfosis, siglo primero
270 Cosmos
EN LA GRAN OSCURIDAD CÓSMICA HAY incontables estrellas y plane-
tas más jóvenes y más viejos que nuestro sistema solar. Aunque
por ahora no podamos estar seguros de ello, los mismos procesos
que provocaron la evolución de la vida y de la inteligencia en la
Tierra tendrían que estar actuando en todo el Cosmos. Es posible
que sólo en la galaxia Vía Láctea haya un millón de mundos habi-
tados por seres muy diferentes de nosotros y mucho más avanza-
dos. Saber muchas cosas no es lo mismo que ser inteligente; la
inteligencia no es solamente información, sino también juicio, la
manera de coordinar y hacer uso de la información. A pesar de
todo, la cantidad de información a la que tenemos acceso es un
índice de nuestra inteligencia. La medida, la unidad de informa-
ción, es algo llamado bit (dígito binario). Es una respuesta sí o
no a una pregunta no ambigua. Para determinar si una lámpara
está encendida o apagada se necesita un único bit de información.
Para designar una de las veintiséis letras del alfabeto latino se ne-
cesitan cinco bits (25 = 2 × 2 × 2 × 2 × 2 = 32, que es más que
26). El contenido de información verbal de este libro es algo infe-
rior a diez millones de bits, 107 . El número total de bits que ca-
racteriza un programa de televisión de una hora de duración es de
unos 1012. La información en forma de palabras e imágenes de los
diferentes libros de todas las bibliotecas de la Tierra es de unos
1016 o 1011 bits. 1 No hay duda que mucha de esta información es
redundante. Una cifra así calibra de modo basto lo que los hom-
bres saben. Pero en otros lugares, en otros mundos, donde la vida
ha evolucionado miles de millones de años antes que en la Tierra,
quizás sepan 1020 bits o 1030, y no más información, sino una in-
formación significativamente distinta.
Consideremos un planeta raro entre estos millones de mundos
habitados por inteligencias avanzadas, el único de su sistema con
un océano superficial de agua líquida. En este rico medio am-
biente acuático, viven muchos seres relativamente inteligentes:
algunos con ocho apéndices para coger cosas, otros que se comu-
nican entre sí actuando sobre un intrincado sistema de manchas
brillantes y oscuras en sus cuerpos; incluso pequeños e inteligen-
tes seres de tierra firme que hacen breves incursiones por el
océano en naves de madera o de metal. Pero nosotros buscamos
a las inteligencias dominantes, a los seres más maravillosos del
planeta, los dueños sensibles y graciosos del océano profundo, a
las grandes ballenas.
Son los animales más grandes 2 que hayan evolucionado nunca
sobre el planeta Tierra, mucho mayores que los dinosaurios. Una
ballena azul adulta puede tener treinta metros de longitud y pesar
150 toneladas. Muchas ballenas, especialmente las ballenas yu-
bartas, son animales que pacen plácidamente, recorriendo vastos
volúmenes de océano en búsqueda de los animales con que se
apacientan; otros comen pescado y pequeños crustáceos. Las ba-
llenas son unos recién llegados al océano. Hace sólo setenta mi-
llones de años sus antepasados eran mamíferos carnívoros que
migraron por pasos lentos de la tierra al océano. Entre las balle
1 . Por lo tanto todos los libros del mundo no contienen más información que la
emitida en video en una sola ciudad americana importante en un solo año. Pero
notodos los bits tienen igualvalor.
2. Algunos árboles de secoy a son de mayor masa que cualquier ballena.
La persistencia de la memoria 271
nas las madres dan de mamar y se ocupan tiernamente de sus vásta-
gos. Éstos tienen una infancia larga durante la cual los adultos ense-
ñan a los jóvenes. El juego es un pasatiempo típico. Todo esto es
característico de los mamíferos, e importante para el desarrollo de
seres inteligentes.
El mar es poco transparente. La vista y el olfato, que son muy úti-
les para los mamíferos en tierra, no sirven de mucho en las profun-
didades del océano. Los antepasados de las ballenas que contaban
en estos sentidos para localizar una pareja o una cría o un predador
no dejaron mucha descendencia. La evolución perfeccionó otro mé-
todo que funciona maravillosamente bien y es un elemento esencial
para entender a las ballenas: el sentido del sonido. Algunos sonidos
de ballenas reciben el nombre de canciones, pero todavía ignoramos
su naturaleza y significado reales. Ocupan una amplia banda de
frecuencias, pasando muy por debajo del sonido más grave que el
oído humano puede oír o detectar. Una canción típica de ballena
dura quizás quince minutos; las más largas, una hora. A menudo se
repite de modo idéntico, compás por compás, medida por medida,
nota por nota. A veces un grupo de ballenas abandona sus aguas
invernales en medio de una canción y seis meses más tarde vuelven
y continúan exactamente en la nota correcta como si no hubiese
habido interrupción. Las ballenas tienen muy buena memoria. Es
más frecuente que al regresar haya cambiado la vocalización. Apa-
recen nuevas canciones en el hit parade de los cetáceos.
Con mucha frecuencia los miembros del grupo cantan juntos la
misma canción. La pieza, por algún consenso mutuo, por algún sis-
tema de composición colectiva, va cambiando de mes en mes, len-
tamente y de modo predecible. Estas vocalizaciones son complejas.
Si enunciamos las canciones de la ballena yubarta como un lenguaje
tonal, el contenido total de información, el número de bits de infor-
mación de estas canciones es de unos 106 bits, el mismo contenido
de información más o menos que la Ilíada o la Odisea. No sabemos
de qué pueden hablar las ballenas o sus primos los delfines. No dis-
ponen de órganos de manipulación, no construyen obras de ingenie-
ría, pero son seres sociales. Cazan, nadan, pescan, pacen, retozan,
copulan, juegan, huyen de los predadores. Quizás tengan mucho de
qué hablar.
El principal peligro de las ballenas es un recién llegado, un animal
escalador que sólo recientemente y gracias a la tecnología se ha
hecho competente en los océanos, un ser que se denomina a sí mis-
mo humano. Durante el 99.99% de las historia de las ballenas, no
había hombres dentro o sobre el océano profundo. Durante este pe
Las "canciones" de la ballena yubarta
registradas en un espectrógrafo de má-
quina. En cada línea el tiempo corre
horizontalmente y la frecuencia del so-
nido v a de las notas bajas a las notas
altas, verticalmente. Las líneas casi v er-
ticales representan glissandos, siguiendo
la escala musicalde v arias octavas. Estas
grabaciones hidrofónicas fueron llev a-
das a cabo bajo el agua por F. Watling-
ton, de la Estación Palisades Sofar, Ber-
mudas, el 28 de abril de 1964. Roger
Pay ne comenta: "Las canciones que
grabamos en 1964 y en 1969 son tan
diferentes como Beethoven de los Bea-
tles. "En su opinión la música (de balle-
nas) de los años sesenta era más bella
que la de los setenta. (Cedido por la
Asociación Americana para el Progreso
de la Ciencia. )
272 Cosmos
La biblioteca genética del virus T7 . Este
hilo corto de ADN contiene unos v einte
genes con todolo que este organismo ha de
saber para invadir una bacteria y apoderar-
se totalmente de la célula huésped. La
información, escrita en lenguaje de ADN a
través de la secuencia de nucleótidos, in-
cluye instrucciones para duplicar sus ins-
trucciones de ADN y su cabeza y cola pro-
teínica, y para hacer uso de la maquinaria
química de la bacteria atacada. La célula
bacterialdeja de ser una fábrica para hacer
más bacterias y se convierte en una fábrica
para hacer más T7 . (De la obra DNA Repli-
cation de Arthur Komberg,W. H. Freeman
and Company , 1 980. © 1 980.)
ríodo las ballenas crearon por evolución su extraordinario sistema
de audiocomunicación. Las ballenas yubartas, por ejemplo, emi-
ten sonidos muy altos a una frecuencia de unos veinte hertz, cerca
de la octava más baja del teclado de un piano. (Un hertz es una
unidad de frecuencia sonora que representa una onda de sonido,
una cresta y un valle, entrando en nuestro oído cada segundo.) Es-
tos sonidos de tan baja frecuencia apenas son absorbidos en el
océano. El biólogo norteamericano Roger Payne ha calculado que
utilizando el canal de sonido del océano profundo, dos ballenas
podrían comunicarse entre sí a veinte hertz esencialmente en
cualquier punto del mundo. Una podría estar a lo largo de la Pla-
taforma de Hielo de Ross, en la Antártida, y comunicarse con otra
en las Aleutianas. Quizás las ballenas durante la mayor parte de
su historia han dispuesto de una red de comunicaciones global.
Quizás cuando están separadas a 15 000 kilómetros de distancia
sus vocalizaciones son canciones de amor, emitidas con toda la es-
peranza hacia la vastitud del piélago.
Durante decenas de millones de años estos seres enormes, inteli-
gentes y comunicativos han evolucionado sin tener, de hecho,
enemigos naturales. Luego el desarrollo del buque a vapor en el
siglo diecinueve introdujo una siniestra fuente de polución sonora.
A medida que los buques comerciales y militares se han hecho más
abundantes, el ruido del fondo de los océanos, especialmente en la
frecuencia de veinte hertz, se ha hecho perceptible. Las ballenas,
que se comunicaban a través de los océanos, han tenido que expe-
rimentar dificultades cada vez mayores. La distancia a través de la
cual podían comunicar tuvo que disminuir continuamente. Hace
doscientos años, una distancia típica a través de la cual las yubar-
tas podían comunicarse era quizás de 10 000 kilómetros. Hoy en
día la cifra correspondiente es quizás de unos pocos centenares de
kilómetros. ¿Saben las ballenas sus respectivos nombres? ¿Pueden
reconocerse como individuos a base sólo de los sonidos? Hemos
segregado a las ballenas de nosotros. Unos seres que se comunica-
ron de modo efectivo durante decenas de millones de años han
quedado reducidos de modo efectivo al silencio. 3
Y hemos hecho cosas aún peores, porque todavía persiste un
tráfico con los cuerpos muertos de las ballenas. Hay hombres que
cazan y sacrifican ballenas y venden los productos en el mercado
para fabricar lápices de labios o lubricante industrial. Muchas
naciones entienden que el asesinato sistemático de tales seres in-
teligentes es monstruoso, pero el tráfico continúa, promovido
principalmente por el Japón, Noruega y la Unión Soviética. Los
seres humanos, como especie, estamos interesados en comunicar
con inteligencias extraterrestres. ¿No sería un buen principio me-
jorar la comunicación con las inteligencias terrestres, con otros
seres humanos de culturas y lenguajes diferentes, con los grandes
3. Hay un curioso contrapunto de esta historia. El canal de radio preferido en la
comunicación interestelar con otras civilizaciones técnicas está próximo a una
frecuencia de 1 420 millones de hertz, marcada por una línea espectral de radio
del hidrógeno, el átomomás abundantedel universo. Estamos empezandoahora a
escuchar en este puntopara captar señales de origen inteligentes. Perola banda de
frecuencia está siendoinvadida cada vezmás por el tráfico de comunicaciones civil
y militar de la Tierra, y no sólo el manejado por las grandes potencias. Estamos
llenando de interferencias el canal interestelar. El crecimiento incontrolado de la
tecnología de radio terrestre puede impedir que establezcamos una comunicación
fácil con seres inteligentes de mundos distantes. Sus canciones pueden quedar sin
respuesta porque no disponemos de la voluntad necesaria para controlar nuestra
polución de radiofrecuencia y escucharlas.
La persistencia de la memoria 273
simios, con los delfines y especialmente con estos dueños inteligen-
tes de las profundidades, las grandes ballenas?
Una ballena para poder vivir ha de saber hacer muchas cosas. Este
conocimiento está almacenado en sus genes y en sus cerebros. La
información genética explica cómo convertir el plancton en grasa de
ballena, o cómo aguantar la respiración en una zambullida que la
lleva a un kilómetro por debajo de la superficie. La información en
los cerebros, la información aprendida incluye, por ejemplo, quién
es tu madre, o el significado de la canción que estás escuchando
ahora. La ballena, como todos los demás animales de la Tierra, tie-
ne una biblioteca de genes y una biblioteca de cerebro.
El material genético de la ballena, como el material genético de los
seres humanos, está hecho de ácidos nucleicos, estas moléculas ex-
traordinarias, capaces de reproducirse a partir de los bloques cons-
tructivos químicos que las envuelven y de convertir la información
hereditaria en acción. Por ejemplo, una enzima de ballena, idéntica
a la que tenemos en cada célula de nuestro cuerpo, se llama hexo-
quinasa, el primero de más de dos docenas de pasos mediados por
enzimas y necesarios para convertir una molécula de azúcar obteni-
do del plancton de la dieta de la ballena en un poco de energía: qui-
zás una contribución a una única nota de baja frecuencia en la músi-
ca de la ballena.
La información almacenada en la doble hélice del ADN de una ba-
llena o de un hombre o de cualquier otra bestia o planta de la Tierra
está escrita en un lenguaje de cuatro letras: los cuatro tipos distintos
de nucleótidos, los componentes moleculares que forman el ADN.
¿Cuántos bits de información contiene el material hereditario de
formas de vida distintas? ¿Cuántas respuestas sí/no a las diversas
preguntas biológicas están escritas en el lenguaje de la vida? Un
virus necesita unos 10 000 bits, equivalentes aproximadamente a la
cantidad de información de esta página. Pero la información vírica
es simple, extraordinariamente compacta y eficiente. Para leerla
hay que prestar mucha atención. Son las instrucciones que necesita
para infectar otros organismos y para reproducirse: las únicas cosas
que los virus son capaces de hacer. Una bacteria utiliza aproxima-
damente un millón de bits de información, unas cien páginas impre-
sas. Las bacterias tienen que hacer bastantes más cosas que los vi-
rus. Al contrario que los virus no son parásitas completas. Las bac-
terias tienen que ganarse la vida. Y una ameba unicelular que nada
libremente es mucho más sofisticado; tiene unos cuatrocientos mi-
llones de bits en su ADN, y se precisarían unos ochenta volúmenes
de quinientas páginas para hacer otra ameba.
Una ballena o un ser humano necesitan unos cinco mil millones de
bits. Si escribiéramos, por ejemplo en inglés, los 5 × 109 bits de in
Una pequeña región de la biblioteca gené-
tica de un hombre o de una ballena, si
estuviera disponible en forma de libros
normales y no codificada en los ácidos
nucleicos. Cada título corresponde a un
conjunto completo de funciones que los
organismos han de llevar acabo experta-
mente sin mediación alguna de sus cere-
bros. Las instrucciones en los genes son
libros "prácticos". (Fotografía Edwardo
Castañeda.)
274 Cosmos
H
+
La persistencia de la memoria 275
Una diminuta fracción de la información existente en la biblioteca genética: los primeros pasos en la digestión del azúcar glu-
cosa. Cada v értice de los hexágonos que representan la glucosa y el pentágonoque representa la fructosa, está ocupadopor un
átomo de carbono. La molécula de seis carbonos fructosa-l ,6-difosfatasa se descompone en dos fragmentos de tres carbonos.
Cada paso químico es orquestado cuidadosamente y presidido por una enzima concreta, cuyo nombre aparece encima de las
flechas. La molécula de ATPproporciona la energía necesaria para impulsar esta compleja actividadquímica. Entran dos molé-
culas de ATPy salen cuatro(porque hay dos fragmentos de tres carbonos); se obtiene una ganancia de energía. Los organismos
como las ballenas y las personas que respiran aire combinan luego el piruvato (abajo a la derecha) con el oxígeno extraen
todav ía más energía. Esta bomba química de ev olución compleja impul sa gran parte de la v ida en la Tierra.
276 Cosmos
formación de nuestra enciclopedia de la vida –en el núcleo de ca-
da una de nuestras células– llenarían un millar de volúmenes.
Cada una de nuestras cien billones de células contiene una biblio-
teca completa con las instrucciones necesarias para hacer todas
nuestras partes. Cada célula de nuestro cuerpo proviene, por su-
cesivas divisiones celulares, de una única célula, un óvulo fertiliza-
do generado por nuestros padres. Cada vez que esta célula se divi-
dió en los numerosos pasos embriológicos recorridos para fabri-
camos, el conjunto original de instrucciones genéticas fue duplica-
do con gran fidelidad. De este modo las células de nuestro hígado
tienen algún conocimiento no utilizado sobre la manera de fabri-
car nuestras células óseas, y al revés. La biblioteca genética con-
tiene todo lo que nuestro cuerpo sabe hacer por sí mismo. La an-
tigua información está escrita con un detalle exhaustivo, cuidado- so,
redundante: cómo reír, cómo estornudar, cómo caminar, cómo
reconocer formas, cómo reproducirse, cómo digerir una manzana.
Las instrucciones de los primeros pasos en la digestión del azúcar de
una manzana, si estuviesen expresados en el lenguaje de la
química, tendrían el aspecto del esquema de las páginas 274 y 275. El
proceso necesario para comerse una manzana es inmensa- mente
complicado. De hecho, si tuviese que sintetizar todas mis enzimas,
si tuviera que recordar y dirigir conscientemente todos los pasos
necesarios para sacar energía de la comida, probable- mente
moriría de hambre. Pero incluso las bacterias hacen una glucólisis
anaeróbica, gracias a la cual las manzanas se pudren: hora del
almuerzo para los microbios. Ellos, nosotros y todos los seres
intermedios poseemos muchas instrucciones genéticas simi- lares.
Nuestras bibliotecas genéticas separadas tienen muchas co- sas en
común, lo cual es otro recordatorio de nuestra común herencia
evolutiva. Nuestra tecnología sólo puede duplicar una diminuta
fracción de la intrincada bioquímica que nuestros cuer- pos llevan a
cabo sin esfuerzo: apenas hemos empezado a estudiar estos procesos.
Sin embargo, la evolución ha dispuesto de miles
de millones de años de práctica. El ADN lo sabe.
Pero supongamos que lo que tuviésemos que hacer fuese tan
complicado que fueran insuficientes incluso varios miles de millo-
nes de bits de información. Supongamos que el medio ambiente
estuviese cambiando tan rápidamente que la enciclopedia genética
precodificada que sirvió perfectamente hasta entonces ya no fuera
del todo adecuada. En este caso no sería suficiente ni una biblio-
teca genética de 1 000 volúmenes. Es por esto que tenemos cere-
bros.
Como todos nuestros órganos el cerebro ha evolucionado, ha
aumentado su complejidad y su contenido informativo a lo largo
de millones de años. Su estructura refleja todas las fases por las
que ha pasado. El cerebro evolucionó de dentro a fuera. En lo
hondo está la parte más antigua, el tallo encefálico, que dirige las
funciones biológicas básicas, incluyendo los ritmos de la vida, los
latidos del corazón y la respiración. Según un concepto provocati-
vo de Paul MacLean, las funciones superiores del cerebro evolu-
cionaron en tres fases sucesivas. Coronando el tallo encefálico es-
tá el complejo R, la sede de la agresión, del ritual, de la territoria-
lidad y de la jerarquía social, que evolucionó hace centenares de
millones de años en nuestros antepasados reptilianos. En lo pro-
fundo de nuestro cráneo hay algo parecido al cerebro de un coco-
drilo. Rodeando el complejo R está el sistema límbico del cerebro
La persistencia de la memoria 277
de los mamíferos, que evolucionó hace decenas de millones de años
en antepasados que eran mamíferos pero que todavía no eran pri-
mates. Es una fuente importante de nuestros estados de ánimo y
emociones, de nuestra preocupación y cuidado por los jóvenes.
Y finalmente en el exterior, viviendo en una tregua incómoda con
los cerebros más primitivos situados debajo, está la corteza cerebral,
que evolucionó hace millones de años en nuestros antepasados pri-
mates. La corteza cerebral, donde la materia es transformada en
consciencia, es el punto de embarque de todos los viajes cósmicos.
Comprende más de las dos terceras partes y es el reino de la intui-
ción y del análisis crítico. Es aquí donde tenemos ideas e inspira-
ciones, donde leemos y escribimos, donde hacemos matemáticas y
componemos música. La corteza regula nuestras vidas conscientes.
Es lo que distingue a nuestra especie, la sede de nuestra humanidad.
La civilización es un producto de la corteza cerebral.
El lenguaje del cerebro no es el lenguaje del ADN de los genes. Lo
que sabemos está ahora codificado en células llamadas neuronas:
elementos de conexión electroquímica, microscópicos, en general de
unas centésimas de milímetro de diámetro. Cada uno de nosotros
tiene quizás un centenar de miles de millones de neuronas, cifra
comparable al número de estrellas en la galaxia Vía Láctea. Muchas
neuronas tienen miles de conexiones con sus vecinas. Hay aproxi-
madamente cien billones, 1014, de estas conexiones en la corteza del
cerebro humano.
Charles Sherrington imaginó las actividades de la corteza cerebral
al despertar:
[La corteza] se convierte ahora en un campo chispeante de
puntos de luz destellando rítmicamente con trenes de chis-
pas que se desplazan afanosamente por todas partes. El ce-
rebro se está despertando y con él retorna la mente. Es como
si la Vía Láctea iniciase alguna danza cósmica. [La corteza] se
transforma rápidamente en un telar encantado donde millo-
nes de lanzaderas veloces tejen una forma en disolución,
siempre una forma con sentido, pero nunca permanente, una
armonía de subformas desplazándose. Ahora, a medida que
el cuerpo se despierta, subformas de esta gran armonía de
actividad descienden hacia las rutas no iluminadas del [cere-
bro inferior].
Rosarios de chispas destellantes y en movimiento conectan
sus enlaces. Esto significa que el cuerpo se ha levantado y se
está enfrentando con su día de vigilia.
Incluso en el sueño el cerebro está pulsando, palpitando y deste-
llando con el complejo negocio de la vida humana: soñar, recordar,
imaginar cosas. Nuestros pensamientos, visiones y fantasías poseen
una realidad física. Si nos encogiéramos al nivel de las neuronas,
podríamos presenciar formas elaboradas, intrincadas y evanescen-
tes. Una podría ser la chispa de un recuerdo o el olor de lilas en un
camino campestre de nuestra infancia. Otra podría ser un ansioso
boletín enviado a todos los puntos: “¿Dónde he dejado mis llaves?”
Hay muchos valles en las montañas de la mente, circunvoluciones
que aumentan mucho la superficie disponible en la corteza cerebral
para almacenar información en un cráneo de tamaño limitado. La
neuroquímica del cerebro es asombrosamente activa, son los circui-
tos de una máquina más maravillosa que todo lo que han inventado
La biblioteca del cerebro: tres perspecti-
v as del cerebro humano, que almacena
quizás cien billones de bits de informa-
ción en una masa de unos 1 400 gramos.
La fotografía superior de la página ante-
rior muestra los dos hemisferios de la
corteza cerebral, conectados por un
ancho haz de fibras nerviosas. Las cir-
cunvoluciones en la corteza cerebral
sirv en para aumentar la superficie del
cerebro dentro de un volumen fijo. De-
bajo hay una perspectiva de la base del
cerebro del hombre. La corteza cerebral
es una parte tan importante del cerebro
que resulta parcialmente visible incluso
en esta perspectiva: porciones de los
lóbulos frontal y temporal en la parte
superior de esta fotografía. Los compo-
nentes cerebrales más visibles aquí son
los más primitivos: los que controlan el
ritmo cardíaco, la temperatura corporal,
el tacto, el dolor y cosas semejantes. En
esta página vemos una perspectiva obli-
cua. Incluso con esta orientación el
complejo R -que rodea el tallo encefáli-
co- y el sistema límbico quedan ocultos
en gran parte en el interior del cerebro.
(Fotografías de estudio de Fried, Paul y
Scheibel. Fotografiados por Peter
Duong. Cedidas por Arnold Scheibel,
Instituto de Investigación del Cerebro,
UCLA.)
278 Cosmos
Un cúmulo de neuronas en el cerebro
humano.La amplificación de esta micro-
fotografía electrónica de rastreo es de 1 5
000 aumentos. La biblioteca cerebral se
almacena, se procesa y se consulta en
estas conexiones neurónicas. (Fotografí-
as de estudio de Fried, Paul y Scheibel.
Fotografiados por Peter Duong. Cedidas
por Arnold Scheibel, Instituto de Inves-
tigación del Cerebro, UCLA.)
los hombres. Pero no hay pruebas de que su funcionamiento se
deba a algo más que a las 1014 conexiones neurales que construyen
una arquitectura elegante de la consciencia. El mundo del pensa-
miento está dividido más o menos en dos hemisferios. El hemisfe- rio
derecho de la corteza cerebral se ocupa principalmente del re-
conocimiento de formas, la intuición, la sensibilidad, las intuicio-
nes creadoras. El hemisferio izquierdo preside el pensamiento ra-
cional, analítico y crítico. Estas son las fuerzas duales, las oposi-
ciones esenciales que caracterizan el pensamiento humano. Pro-
porcionan conjuntamente los medios tanto para generar ideas co-
mo para comprobar su validez. Existe un diálogo continuo entre
los dos hemisferios canalizado a través de un haz inmenso de ner-
vios, el cuerpo calloso, el puente entre la creatividad y el análisis,
dos elementos necesarios para comprender el mundo.
El contenido de información del cerebro humano expresado en
bits es probablemente comparable al número total de conexiones
entre las neuronas: unos cien billones (1014) de bits. Si por ejem-
plo escribiéramos en inglés esta información llenaría unos veinte
millones de volúmenes, como en las mayores bibliotecas del mun- do.
En el interior de la cabeza de cada uno de nosotros hay el
equivalente a veinte millones de libros. El cerebro es un lugar muy
grande en un espacio muy pequeño. La mayoría de los libros del
cerebro están en la corteza cerebral. En el sótano están las funcio-
nes de las que dependían principalmente nuestros antepasados
remotos: agresión, crianza de los hijos, miedo, sexo, la voluntad de
seguir ciegamente a los líderes. Algunas de las funciones cerebra- les
superiores –lectura, escritura, lenguaje– parecen localizadas en
lugares concretos de la corteza cerebral. En cambio las memo- rias
están almacenadas de modo redundante en muchos puntos. Si
existiera la telepatía, una de sus maravillas sería la oportunidad de
leer los libros de las cortezas cerebrales de nuestros seres que- ridos.
Pero no hay pruebas seguras de la telepatía, y la comunica- ción de
este tipo de información continúa siendo tarea de artistas y
escritores.
El cerebro hace mucho más que recordar. Compara, sintetiza,
analiza, genera abstracciones. Tenemos que inventar muchas más
cosas de las que nuestros genes pueden conocer. Por esto la bi-
blioteca del cerebro es unas diez mil veces mayor que la biblioteca
de los genes. Nuestra pasión por aprender, evidente en el compor-
tamiento de cualquier bebé, es la herramienta de nuestra supervi-
vencia. Las emociones y las formas ritualizadas de comportamien-
to están incrustadas profundamente en nosotros. Forman parte
de nuestra humanidad. Pero no son característicamente huma-
nas. Muchos otros animales tienen sentimientos. Lo que distin-
gue a nuestra especie es el pensamiento. La corteza cerebral es
una liberación. Ya no necesitamos estar encerrados en las formas
de comportamiento heredadas genéticamente de las lagartijas y
los babuinos. Cada uno de nosotros es responsable en gran medi-
da de lo que se introduce en nuestro cerebro, de lo que acabamos
valorando y sabiendo cuando somos adultos. Sin estar ya a mer-
ced del cerebro reptiliano, podemos cambiamos a nosotros mis-
mos.
La mayoría de las grandes ciudades del mundo han ido creciendo de
cualquier modo, poco a poco, respondiendo a las necesidades
del momento; muy raramente se trata de una ciudad planeada pa-
ra el futuro remoto. La evolución de una ciudad es como la evolu
La persistencia de la memoria 279
ción del cerebro: se desarrolla a partir de un pequeño centro y crece
y cambia lentamente, dejando que continúen funcionando muchas
partes antiguas. La evolución no dispone de sistemas para derribar
el interior antiguo del cerebro a causa de sus imperfecciones y susti-
tuirlo por algo de fabricación más moderna. El cerebro ha de fun-
cionar durante la renovación. Por esto el tallo encefálico está rodea- do
por el complejo R, luego por el sistema límbico y finalmente por
la corteza cerebral. Las partes viejas están encargadas de demasia-
das funciones fundamentales para que puedan ser reemplazadas.
Continúan pues funcionando, jadeantes, pasadas de moda y a veces
contraproducentemente, pero son una consecuencia necesaria de
nuestra evolución.
En la ciudad de Nueva York la disposición de muchas de las calles
importantes data del siglo diecisiete, la bolsa del siglo dieciocho, las
conducciones de agua del diecinueve, la red de energía eléctrica del
veinte. La disposición podría ser más eficiente si todos los servicios
cívicos estuvieran construidos en paralelo y fueran sustituidos pe-
riódicamente (por este motivo los incendios desastrosos las grandes
conflagraciones de Londres y de Chicago por ejemplo a veces consti-
tuyen una ayuda para la planificación urbana). Pero la lenta acumu-
lación de nuevas funciones permite que la ciudad funcione de modo
más o menos continuo a lo largo de los siglos. En el siglo diecisiete
se pasaba con transbordador de Brooklyn a Manhattan a través del río
Este. En el siglo diecinueve se dispuso de la tecnología necesaria
para construir un puente colgante sobre el río. Se construyó preci-
samente donde había la terminal del transbordador, porque la ciu-
dad era propietaria del terreno y porque había ya rutas urbanas
principales que convergían sobre el servicio preexistente de trans-
bordador. Más tarde, cuando fue posible construir un túnel debajo
del río, también se construyó en el mismo lugar por idénticos moti-
vos, y también porque durante la construcción del puente se habían
instalado pequeños precursores de túneles, luego abandonados, los
llamados caissons. Este aprovechamiento y reestructuración de
sistemas previos para nuestros objetivos se parece mucho al sistema
seguido por la evolución biológica.
Cuando nuestros genes no pudieron almacenar toda la informa-
ción necesaria para la supervivencia, inventamos lentamente los
cerebros. Pero luego llegó el momento, hace quizás diez mil años, en
el que necesitamos saber más de lo que podía contener adecuada
La constelación del camello. De Abd al-
Rahman al Sufi al Kitab al-Kawakib
Wa 's Suwar Razi ("Libro de estrellas y
constelaciones"), Persia, 1632. (Cedida
por la Colección Spencer, Biblioteca
Pública de Nueva York, Fundaciones
Astor, Lenox y Tilden. Fotografía Bill
Ray .)
280 Cosmos
Cuatroadquisiciones tempranas de la biblioteca de libros humanos. Arriba, dos páginas de Sphaera Mundi de Joannes de Sacro
Bosco. Publicado por Erhard Ratdult, Venecia, 1485. Se discute el origen de los eclipses lunares y solares. Arriba en la página
siguiente, la ascensión de Mahoma sobre Buraq.Del manuscritoturcodel siglodieciséis Da verSi yar-e Nabi ("Vida del Profeta")
de Mustafá ibn Yusuf. Debajo, ilustración sobre tela de cosmología y cosmografía jainista. Publicada en Gujarat, India, en el siglo
dieciséis. Debajo, en la página siguiente, la constelación de Acuario, el Aguador. De De Sideribus Tractatus por Caius Hygnius,
Italia, hacia 1450. Todos los libros cedidos por la Colección Spencer, Biblioteca Pública de Nueva York,Fundaciones Astor, Lenox
y Tilden.(Fotografía Bill Ray.)
La persistencia de la memoria 281
mente un cerebro. De este modo aprendimos a acumular enormes
cantidades de información fuera de nuestros cuerpos. Según cree-
mos somos la única especie del planeta que ha inventado una me-
moria comunal que no está almacenada ni en nuestros genes ni en
nuestros cerebros. El almacén de esta memoria se llama biblioteca.
Un libro se hace a partir de un árbol. Es un conjunto de partes
planas y flexibles (llamadas todavía “hojas”) impresas con signos de
pigmentación oscura. Basta echarle un vistazo para oír la voz de
otra persona que quizás murió hace miles de años. El autor habla a
través de los milenios de modo claro y silencioso, dentro de nuestra
cabeza, directamente a nosotros. La escritura es quizás el mayor de
los inventos humanos, un invento que une personas, ciudadanos de
épocas distantes, que nunca se conocieron entre sí. Los libros rom-
pen las ataduras del tiempo, y demuestran que el hombre puede
hacer cosas mágicas.
Algunos de los primeros autores escribieron sobre barro. La escri-
tura cuneiforme, el antepasado remoto del alfabeto occidental, se
inventó en el Oriente próximo hace unos 5 000 años. Su objetivo
era registrar datos: la compra de grano, la venta de terrenos, los
triunfos del rey, los estatutos de los sacerdotes, las posiciones de las
estrellas, las plegarias a los dioses. Durante miles de años, la escri-
tura se grabó con cincel sobre barro y piedra, se rascó sobre cera,
corteza o cuero, se pintó sobre bambú o papiro o seda; pero siempre
una copia a la vez y, a excepción de las inscripciones en monumen-
tos, siempre para un público muy reducido. Luego, en China, entre
los siglos segundo y sexto se inventó el papel, la tinta y la impresión
con bloques tallados de madera, lo que permitía hacer muchas co-
pias de una obra y distribuirla. Para que la idea arraigara en una
Europa remota y atrasada se necesitaron mil años. Luego, de repen-
te, se imprimieron libros por todo el mundo. Poco antes de la in-
vención del tipo móvil, hacia 1450 no había más de unas cuantas
docenas de miles de libros en toda Europa, todos escritos a mano;
tantos como en China en el año 100 a. de C., y una décima parte delos
existentes en la gran Biblioteca de Alejandría. Cincuenta años
después, hacia 1500, había diez millones de libros impresos. La cul-
tura se había hecho accesible a cualquier persona que pudiese leer.
La magia estaba por todas partes.
Más recientemente los libros se han impreso en ediciones masivas
y económicas, sobre todo los libros en rústica. Por el precio de una
cena modesta uno puede meditar sobre la decadencia y la caída del
Imperio romano, sobre el origen de las especies, la interpretación de
los sueños, la naturaleza de las cosas. Los libros son como semillas.
Pueden estar siglos aletargados y luego florecer en el suelo menos
prometedor.
Las grandes bibliotecas del mundo contienen millones de volúme-
nes, el equivalente a unos 1014 bits de información en palabras, y
quizás a 1015 en imágenes. Esto equivale a diez mil veces más infor-
mación que la de nuestros genes, y unas diez veces más que la de
nuestro cerebro. Si acabo un libro por semana sólo leeré unos pocos
miles de libros en toda mi vida, una décima de un uno por ciento del
contenido de las mayores bibliotecas de nuestra época. El truco
consiste en saber qué libros hay que leer. La información en los li-
bros no está preprogramada en el nacimiento, sino que cambia cons-
tantemente, está enmendada por los acontecimientos, adaptada al
mundo. Han pasado ya veintitrés siglos desde la fundación de la
Biblioteca alejandrina. Si no hubiese libros, ni documentos escritos,
282 Cosmos
Dos páginas de un manuscrito tai del
siglo diecinueve sobre astrología y astro-
nomía. (Cedidas por la Colección Spen-
cer, Biblio- teca Pública de Nueva York,
Fundaciones Astor, Lenox y Tilden.
Fotografías Bill Rav .)
pensemos qué prodigioso intervalo de tiempo serían veintitrés si-
glos. Con cuatro generaciones por siglo, veintitrés siglos ocupan
casi un centenar de generaciones de seres humanos. Si la infor-
mación se pudiese transmitir únicamente de palabra, de boca en
boca, qué poco sabríamos sobre nuestro pasado, qué lento sería
nuestro progreso. Todo dependería de los descubrimientos anti-
guos que hubiesen llegado accidentalmente a nuestros oídos, y de
lo exacto que fuese el relato. Podría reverenciarse la información
del pasado, pero en sucesivas transmisiones se iría haciendo cada
vez más confusa y al final se perdería. Los libros nos permiten via-
jar a través del tiempo, explotar la sabiduría de nuestros antepa-
sados. La biblioteca nos conecta con las intuiciones y los conoci-
mientos extraídos penosamente de la naturaleza, de las mayores
mentes que hubo jamás, con los mejores maestros, escogidos por
todo el planeta y por la totalidad de nuestra historia, a fin de que
nos instruyan sin cansarse, y de que nos inspiren para que haga-
mos nuestra propia contribución al conocimiento colectivo de la
especie humana. Las bibliotecas públicas dependen de las contri-
buciones voluntarias. Creo que la salud de nuestra civilización,
nuestro reconocimiento real de la base que sostiene nuestra cultu-
ra y nuestra preocupación por el futuro, se pueden poner a prueba
por el apoyo que prestemos a nuestras bibliotecas.
Si la Tierra iniciara de nuevo su carrera con todos sus rasgos físi-
cos repetidos, es muy improbable que volviera a emerger algo pa-
recido a un ser humano. El proceso evolutivo se caracteriza por
una poderosa aleatoriedad. El choque de un rayo cósmico con un
gene diferente, la producción de una mutación distinta, puede te-
ner consecuencias pequeñas de entrada, pero consecuencias pro-
fundas más tarde. La casualidad puede jugar un papel poderoso
en biología, como lo hace en historia. Cuanto más atrás ocurran
los acontecimientos críticos, más poderosa puede ser su influencia
sobre el presente.
Consideremos por ejemplo nuestras manos. Todos tenemos cin- co
dedos, incluyendo un pulgar oponible. Nos van muy bien. Pero
creo que nos irían igual de bien con seis dedos incluyendo un pul-
gar, o con cuatro dedos incluyendo un pulgar, o quizás con cinco
dedos y dos pulgares. No hay nada intrínsecamente superior en
nuestra configuración particular de dedos, que consideramos
normalmente como algo natural e inevitable. Tenemos cinco de-
dos porque descendemos de un pez del devónico que tenía cinco
falanges o huesos en sus aletas. Si hubiésemos descendido de un
pez con cuatro o seis falanges, tendríamos cuatro o seis dedos en
cada mano y lo consideraríamos perfectamente natural. Utiliza-
mos una aritmética de base diez únicamente porque tenemos diez
dedos en nuestras manos. 4 Si la disposición hubiese sido distinta,
utilizaríamos base ocho o base doce para la aritmética y relegaría-
mos la base diez a las nuevas matemáticas. Creo que lo mismo es
válido para aspectos más esenciales de nuestro ser: nuestro mate-
rial hereditario, nuestra bioquímica interna, nuestra forma, esta-
tura, sistemas de órganos, amores y odios, pasiones y desespera-
ciones, ternuras y agresión, incluso nuestros procesos analíticos:
todos los cuales son, por lo menos en parte, el resultado de acci-
dentes aparentemente menores en nuestra historia evolutiva in
4. La aritmética basada en el número 5 o 1 0 parece tan evidente que la antigua
palabra griega que equivalía a “contar” era literalmente “hacer cinco”.
La persistencia de la memoria 283
mensamente larga. Quizás si una libélula menos se hubiese ahogado
en los pantanos del carbonífero, los organismos inteligentes de
nuestro planeta tendrían hoy en día plumas y enseñarían a sus jóve-
nes en nidadas de grajas. La estructura de la causalidad evolutiva es un
tejido de una complejidad asombrosa; nuestra comprensión es
tan incompleta que nos hace humildes.
Hace exactamente sesenta y cinco millones de años nuestros an-
tepasados eran los mamíferos menos atractivos de todos: seres con
el tamaño y la inteligencia de topos o musarañas arbóreas. Se
hubiese precisado un biólogo muy audaz para imaginar que estos
animales llegarían eventualmente a producir un linaje que domina-
ría actualmente la Tierra. La Tierra estaba llena entonces de lagar-
tos de pesadilla; terribles, los dinosaurios, seres de inmenso éxito
que llenaban virtualmente todos los nichos ecológicos. Había repti-
les que nadaban, reptiles que volaban y reptiles –algunos con la
estatura de un edificio de seis pisos– que tronaban sobre la faz de la
Tierra. Algunos tenían cerebros bastante grandes, una postura erec-
ta y dos pequeñas piernas frontales bastante parecidas a manos que
utilizaban para cazar mamíferos pequeños y rápidos probablemente
entre ellos a nuestros distantes antepasados para hacer una cena
con ellos. Si estos dinosaurios hubiesen sobrevivido, quizás la espe- cie
inteligente dominante hoy en día en nuestro planeta tendría cua- tro
metros de altura con piel verde y dientes aguzados, y la forma
humana se consideraría una fantasía pintoresca en la ciencia ficción de
los saurios. Pero los dinosaurios no sobrevivieron. Todos ellos y
muchas de las demás especies de la Tierra, quizás la mayoría, que-
daron destruidos en un acontecimiento catastrófico. 5 Pero no las
musarañas arbóreas. No los mamíferos. Ellos sobrevivieron.
Nadie sabe qué barrió a los dinosaurios. Una idea evocadora pro-
pone que fue una catástrofe cósmica, la explosión de una supernova
cercana, una supernova como la que produjo la Nebulosa Cangrejo.
Si hubiese habido por casualidad una supernova a diez o veinte años
luz del sistema solar hace unos sesenta y cinco millones de años,
habría esparcido por el espacio un flujo intenso de rayos cósmicos, y
algunos de estos rayos habrían penetrado la envoltura aérea de la
Tierra y habrían quemado el nitrógeno de la atmósfera. Los óxidos
de nitrógeno generados así habrían eliminado la capa protectora de
ozono de la atmósfera, incrementando el flujo de radiación solar
ultravioleta en la superficie y friendo y mutando la gran cantidad de
organismos imperfectamente protegidos contra una luz ultravioleta
La constelación Cáncer de la obra de Julius
Schiller Coelum Stillatum Christianum
Concauum (páginas 72-73). Este libro,
publicadoen el monasterioAugusta Vinde-
licorum en Alemania en 1627, fue un inten-
to fracasado por eliminar la mitología
"pagana" de los cielos. Aquí el autor ha
sustituido Cáncer por San Juan el Evange-
lista. (Cedida por la Colección Spencer,
Biblioteca Pública de Nueva York, Funda-
ciones Astor, Lenox y Tilden. Fotografía
Bill Ray .)
5. Un análisis reciente sugiere que el 96% de todas las especies oceánicas puede
haber muerto en aquella época. Después de un porcentaje tan enorme de extinción,
los organismos de hoy sólo pueden haber evolucionado partiendo de una muestra
pequeña y poco representativa de los organismos que vivieron a fines de la época
mesozoica.
284 Cosmos
Primera página con el título de la
edición en folio de las Obras de Sha-
kespeare publicada en Londres en
1 623. (Cedida por la División de Li-
bros Raros de la Biblioteca Pública de
Nueva York, Fundaciones Astor, Le-
nox y Tilden. Fotografía Bill Ray .l
Calendario astrológico indonesio de Palin-
tangatan, impreso sobre lino en Bali, siglo
diecinueve. (Cedido por la Colección Spen-
cer, Biblioteca Pública de Nueva York,
Fundaciones Astor, Lenox y Tilden.)
intensa. Algunos de estos organismos pueden haber sido elemen-
tos básicos de la dieta de los dinosaurios.
Sea cual fuere, el desastre que eliminó a los dinosaurios del esce-
nario mundial eliminó también la presión sobre los mamíferos.
Nuestros antepasados ya no tuvieron que vivir a la sombra de rep-
tiles voraces. Nos diversificamos de modo exuberante y floreci-
mos. Hace veinte millones de años nuestros antepasados inmedia-
tos probablemente todavía vivían en los árboles. Más tarde se ba-
jaron porque los bosques retrocedieron durante una gran era gla-
cial y fueron sustituidos por sabanas herbosas. No es muy bueno
estar adaptado de modo perfecto a vivir en los árboles si quedan
muy pocos árboles. Muchos primates arbóreos debieron desapa-
recer con los bosques. Unos cuantos se ganaron a duras penas la
existencia en el suelo y sobrevivieron. Y una de estas líneas evolu-
cionó y se convirtió en nosotros. Nadie sabe la causa de este cam-
bio climático. Puede haber sido una pequeña variación de la lu-
minosidad intrínseca del Sol o de la órbita de la Tierra; o erupcio-
nes volcánicas masivas que inyectaron polvo fino en la estratosfe-
ra, la cual reflejó entonces más luz solar al espacio y enfrió la Tie-
rra. Puede haberse debido a cambios en la circulación general de
los océanos. 0 quizás al paso del Sol a través de una nube de polvo
galáctico. Sea cual fuere la causa, vemos de nuevo hasta qué punto
está ligada nuestra existencia a acontecimientos astronómicos y
geológicos casuales.
Después de bajar de los árboles, evolucionamos hasta una postu- ra
erecta; nuestras manos quedaron libres; poseíamos una visión
binocular excelente; habíamos adquirido pues muchas de las con-
diciones previas para hacer herramientas. Ahora, poseer un cere-
bro grande y comunicar pensamientos complejos suponía una ven-
taja real. Es mejor ser listo que tonto si todo lo demás no varía.
Los seres inteligentes pueden resolver mejor los problemas, vivir
más tiempo y dejar más descendencia; hasta la invención de las
armas nucleares la inteligencia ayudaba de modo poderoso a la
supervivencia. En nuestra historia le tocó a una horda de peque-
ños mamíferos peludos que se ocultaba de los dinosaurios, que co-
lonizó las cimas de los árboles y que luego se esparció por el suelo
para domesticar el fuego, inventar la escritura, construir observa-
torios y lanzar vehículos espaciales. Si las cosas hubiesen sido algo
distintas, podrían haber sido otros seres cuya inteligencia y habili-
dad manipuladora los habría llevado a logros comparables. Quizás
los listos dinosaurios bípedos, o los mapaches o las nutrias o el ca-
lamar. Sería bonito saber hasta qué punto pueden ser diferentes
otras inteligencias; por esto estudiamos las ballenas y los grandes
simios. Podemos estudiar historia y antropología cultural para en-
teramos un poco de qué tipo de civilizaciones distintas son posi-
bles. Pero todos nosotros –las ballenas, los simios, las personas–
estamos emparentados demasiado estrechamente. Mientras nues-
tros estudios se limiten a una o dos líneas evolutivas en un único
planeta, continuaremos ignorando la gama y esplendor posibles de
otras inteligencias y de otras civilizaciones.
En otro planeta, con una secuencia distinta de procesos aleato-
rios para conseguir una diversidad hereditaria y con un medio
ambiente diferente para seleccionar combinaciones concretas de
genes, las posibilidades de encontrar seres que sean físicamente
muy semejantes a nosotros creo que son casi nulas. Las probabili-
dades de encontrar otra forma de inteligencia no lo son. Sus cere
La persistencia de la memoria 285
bros pueden muy bien haber evolucionado de dentro hacia fuera.
Pueden tener elementos de conexión análogos a nuestras neuronas.
Pero las neuronas pueden ser muy diferentes; quizás superconduc-
tores que funcionan a temperaturas muy bajas en lugar de aparatos
orgánicos que funcionan a temperatura ambiente, en cuyo caso su
velocidad de pensamiento sería 107 veces superior a la nuestra. O
quizás el equivalente de las neuronas en otros mundos no está en
contacto físico directo, sino comunicándose por radio, de modo que
un único ser inteligente podría estar distribuido entre muchos orga-
nismos diferentes, o incluso muchos planetas distintos, cada uno
con una parte de la inteligencia total, cada uno contribuyendo por
radio a una inteligencia mucho mayor que él mismo. 6 Puede haber
planetas en los que los seres inteligentes tengan unas 1014 conexio-
nes neurales como nosotros. Pero puede haber lugares donde el
número sea 1024 o 1034. Me pregunto qué pueden saber estos seres.
Porque habitamos el mismo universo que ellos y por lo tanto tene-
mos que compartir información sustancial. Si pudiésemos entrar en
contacto, en sus cerebros habría muchas cosas que serían de gran
interés para nosotros. Pero lo contrario también es cierto. Creo que
las inteligencias extraterrestres incluso seres que han evolucionado
bastante más que nosotros estarán interesadas en nosotros, en lo
que sabemos, en lo que pensamos, en la estructura de nuestros cere-
bros, en el curso de nuestra evolución, en nuestras perspectivas de
futuro.
Si hay seres inteligentes en los planetas de estrellas bastante
próximas, ¿es posible que sepan de nosotros? ¿Es posible que ten-
gan alguna idea de la larga progresión evolutiva, desde los genes a
los cerebros y a las bibliotecas, que ha ocurrido en el oscuro planeta
Tierra? Si estos extraterrestres se quedan en casa, hay por lo menos
dos maneras posibles para enterarse de nuestra existencia. Una
sería escuchar con grandes radiotelescopios. Durante miles de mi-
llones de años habrían oído solamente una débil e intermitente está-
tica de radio provocada por los relámpagos y los electrones y proto-
nes silbando atrapados dentro del campo magnético de la Tierra.
Luego, hace menos de un siglo, las ondas de radio que salen de la
Tierra se habrán vuelto más potentes, más intensas, menos pareci-
das a ruidos y más semejantes a señales. Los habitantes de la Tierra
La muerte de los dinosaurios. Una hipó-
tesis astronómica la atribuye a la explo-
sión de una supernova cercana, que en
esta pintura de Don Davis aparece en el
cielo a la derecha. Otra hipótesis supone
que un gran asteroide chocó contra la
Tierra; los escombros finos del impacto
se mantuvieron en la estratosfera, redu-
jeron la luz solar disponible para las
plantas que los dinosaurios comían, y
enfriaron la Tierra. Estos dos aconteci-
mientos debieron suceder por lo menos
una vez a lo largo de centenares de mi-
llones de años. La extinción de los repti-
les inteligentes bípedos dejó el escenario
libre para la evolución de los mamíferos
y de los humanos.
6. En ciertosentidouna integración por radiode este tipode individuos separados
está empezandoa darse en el planeta Tierra.
286 Cosmos
han descubierto al final la comunicación por radio. Hoy en día hay
un vasto tráfico de comunicaciones internacionales por radio, tele-
visión y radar. En algunas frecuencias de radio la Tierra se ha
convertido con mucho en el objeto más brillante, la fuente de radio
más potente del sistema solar, más brillante que Júpiter, más bri-
llante que el Sol. Una civilización extraterrestre que siguiera la
emisión de radio de la Tierra y recibiera estas señales no podría
dejar de pensar que algo interesante está ocurriendo aquí en los
últimos tiempos.
A medida que la Tierra gira, nuestros transmisores de radio más
potentes barren lentamente el cielo. Un radioastrónomo en un
planeta de otra estrella estaría en disposición de calcular la longi-
tud del día en la Tierra a base de los tiempos de aparición y des-
aparición de nuestras señales. Algunas de nuestras fuentes más
potentes son transmisores de radar; unos cuantos se utilizan para
la astronomía de radar, para sondear con dedos de radio las super-
ficies de los planetas cercanos. El tamaño del haz de radar proyec-
tado contra el cielo es mucho mayor que el tamaño de los planetas,
y gran parte de la señal se va más lejos, fuera del sistema solar y
hacia las profundidades del espacio interestelar, a disposición de
cualquier receptor sensible que pueda estar a la escucha. La ma-
yoría de las transmisiones de radar sirven objetivos militares; ras-
trean los cielos temiendo constantemente un lanzamiento masivo
de misiles con cabezas nucleares, un augurio con quince minutos
de adelanto del fin de la civilización humana. El contenido infor-
mativo de estos pulsos es negligible: una sucesión de formas nu-
méricas sencillas codificadas en forma de bips.
En general la fuente más difundida y perceptible de transmisio-
nes de radio procedentes de la Tierra son nuestros programas de
televisión. Puesto que la Tierra gira, algunas emisoras de televi-
sión aparecerán en un horizonte de la Tierra mientras las otras
desaparecen por el otro. Habrá un revoltijo confuso de progra-
mas. Una civilización avanzada en un planeta de una estrella cer-
cana podría incluso separarlos y ordenarlos. Los mensajes repeti-
dos con mayor frecuencia serían las sintonías de las emisoras y los
llamamientos en favor de la compra de detergentes, desodorantes,
tabletas contra la jaqueca, automóviles y productos petrolíferos.
Los mensajes más obvios serían los transmitidos simultáneamente
por muchas emisoras en muchas zonas temporales: por ejemplo
discursos en tiempos de crisis internacional por el presidente de
los Estados Unidos o por el primer ministro de la Unión Soviética.
Los contenidos obtusos de la televisión comercial y los integumen-
tos de las crisis internacionales y de las guerras intestinas dentro
de la familia humana son los mensajes principales sobre la vida en
la Tierra que seleccionamos para emitir hacia el Cosmos. ¿Qué
pueden pensar de nosotros?
Es imposible hacer regresar estos programas de televisión. No
hay manera de enviar un mensaje más rápido que les dé alcance y
revise la transmisión anterior. Nada puede ir a velocidad mayor
que la de la luz. La transmisión en gran escala de programas de
televisión en el planeta Tierra no se inició hasta fines de los años
1940. Por lo tanto hay un frente de onda esférico centrado en la
Tierra que se expande a la velocidad de la luz que contiene a How-
dy Doody, el discurso de las Damas del entonces vicepresidente
Richard M. Nixon y las inquisiciones televisadas del senador Jo-
seph McCarthy. Puesto que estas transmisiones se emitieron hace
La persistencia de la memoria 287
sólo unas décadas, están a sólo unas decenas de años luz de distan-
cia de la Tierra. Si la civilización más próxima está más lejos toda-
vía, podemos respirar tranquilos un rato. En todo caso confío que
encuentren estos programas incomprensibles.
Las dos naves espaciales Voyager van camino de las estrellas. Lle-
van cada una un disco fonográfico de cobre con un cartucho, una
aguja y en una cubierta de aluminio del disco instrucciones para su
uso. Enviamos algo sobre nuestros genes, algo sobre nuestros cere-
bros, y algo sobre nuestras bibliotecas a otros seres que podrían es-
tar surcando el mar del espacio interestelar. Pero no quisimos en-
viar primariamente información científica. Cualquier civilización
capaz de interceptar al Voyager en las profundidades del espacio
interestelar, con sus transmisores muertos hace mucho tiempo, sa-
brá mucha más ciencia que nosotros. Quisimos en cambio decir a
todos estos seres algo sobre lo que parece ser exclusivo de nosotros.
Los intereses de la corteza cerebral y del sistema límbico están bien
representados; el complejo R menos. Aunque los receptores quizás
no sepan ninguno de los lenguajes de la Tierra, incluimos saludos en
sesenta idiomas humanos, y además saludos de las ballenas yubar-
tas. Enviamos fotografías de hombres de todas las partes del mundo
que cuidan de sus semejantes, que aprenden, que fabrican herra-
mientas y arte, y que se enfrentan con problemas. Hay una hora y
media de música exquisita procedente de muchas culturas, música
que expresa nuestra sensación de soledad cósmica, nuestro deseo de
acabar con nuestro aislamiento, nuestras ansias de entrar en contac-
to con otros seres del Cosmos. Y hemos enviado grabaciones de los
sonidos que se habrían oído en nuestro planeta desde los primeros
días, antes del origen de la vida, hasta la evolución de la especie
humana y de nuestra más reciente tecnología, en pleno crecimiento.
Es, como los sonidos de cualquier ballena yubarta, una especie de
canción de amor lanzada a la vastitud de las profundidades. Muchas
partes de nuestro mensaje, quizás la mayoría, serán indescifrables.
Pero lo hemos enviado porque era importante intentarlo.
De acuerdo con este espíritu incluimos en la nave espacial Voya-
ger los pensamientos y sensaciones de una persona, la actividad
eléctrica de su cerebro, corazón, ojos y músculos, que se grabaron
durante una hora, se transcribieron en sonido, se comprimieron en
el tiempo y se incorporaron al disco. En cierto sentido hemos lanza-
do al Cosmos una transcripción directa de los pensamientos y sensa-
ciones de un ser humano en el mes de junio del año 1977 en el plane-
ta Tierra. Quizás los receptores no sacarán nada de él, o pensarán
que es una grabación de un pulsar, porque se parece a ella de un
modo superficial. 0 quizás una civilización increíblemente más
avanzada que nosotros será capaz de descifrar estos pensamientos y
sensaciones grabadas y de apreciar nuestros esfuerzos por compar-
tirnos con ellos.
La información de nuestros genes es muy vieja: la edad de gran
parte de ella es de millones de años, algunas partes tienen miles de
millones de años. En cambio la información de nuestros libros tiene
como máximo unos miles de años de edad, y la de nuestros cerebros
es de sólo unas décadas. La información de más larga vida no es la
información característicamente humana. Debido a la erosión de la
Tierra nuestros monumentos y artefactos no sobrevivirán, en el cur- so
natural de los acontecimientos, hasta un futuro distante. Pero el
disco Voyager está viajando hacia el exterior del sistema solar. La
erosión en el espacio interestelar debida principalmente a rayos
288 Cosmos
La persistencia de la memoria 289
cósmicos y a los impactos de granos de polvo es tan lenta que la
información en el disco durará mil millones de años. Los genes, los
cerebros y los libros codifican la información de modo distinto y
persisten a través del tiempo a un ritmo diferente. Pero la persis-
tencia de la memoria de la especie humana será mucho más larga
que los surcos metálicos impresos del disco interestelar Voyager.
El mensaje Voyager se desplaza a una lentitud desesperante. Es el
objeto más rápido lanzado nunca por la especie humana, pero tarda-
rá decenas de miles de años en recorrer la distancia que nos separa
de la estrella más próxima. Cualquier programa de televisión atra-
viesa en horas la distancia que el Voyager ha cubierto en años. Una
transmisión de televisión que acaba de estar ahora mismo en el aire,
en unas cuantas horas dará alcance a la nave espacial Voyager en la
región de Saturno, y más allá, y continuará su carrera hacia las es-
trellas. Si va en la correspondiente dirección alcanzará Alpha Cen-
tauri en algo más de cuatro años. Si dentro de unas décadas o de
unos siglos alguien en el espacio exterior oye nuestras emisiones de
televisión, espero que piense bien de nosotros, porque somos el pro-
ducto de quince mil millones de años de evolución cósmica, la me-
tamorfosis local de la materia en consciencia. Nuestra inteligencia
nos ha dotado recientemente de poderes terribles. No está todavía
claro que tengamos la sabiduría necesaria para evitar nuestra propia
destrucción. Pero muchos de nosotros están luchando duro por
conseguirlo. Confiamos que muy pronto, en la perspectiva del tiem-
po cósmico, habremos unificado pacíficamente nuestro planeta con
una organización que respete la vida de todo ser vivo que lo habita, y
que esté dispuesta a dar el siguiente gran paso, convertirse en parte
de una sociedad galáctica de civilizaciones en comunicación.
El disco interestelar Voyager.Las dos naves espaciales Voyager, después de explorar
los planetas gigantes, abandonarán el sistema solar, y por ello llevan mensajes diri-
gidos a cualquier civilización interestelar que pueda encontrarlos. La cubierta del
disco (arriba)da instrucciones en notación científica para tocar el discoe indicacio-
nes sobre la posición y época actual de la Tierra. Dentroestá el disco(abajo). Dura-
rá milmillones de años.
El mensaje interestelar de Arecibo. El
día 1 6 de noviembre de 1974 se transmi-
tió una señal de radio desde el observ a-
torio de Arecibo hacia el cúmulo globu-
lar M1 3,que dista unos 25 000 años luz,
lejos del plano de la galaxia Vía Láctea.
La señal contenía 1 679 bits de informa-
ción. Pero1 679 = 73× 23,es el producto
de dos números primos, lo cual sugiere
ordenar los bits en una matriz de 7 3 x
23, que da esta imagen. La fila superior
establece una convención para contar en
binario; la segunda especifica los núme-
ros atómicos de los elementos químicos
hidrógeno, carbono, nitrógeno, oxígeno
y fósforo, de los cuales estamos com-
puestos (capítulo 9). Los bloques v erde
y azul representan en estos términos, de
modo respectivo y numérico, el espinazo
del ADN formado por nucleótidos y
fosfato de azúcar (capítulo 2 ). El bloque
blanco vertical representa el número de
nucleótidos en los genes del ser rojo,
cuya población total es el número de la
derecha, y cuya estatura está indicada
por el número de su izquierda (en uni-
dades de la longitud de onda de la trans-
misión, 12.6 centímetros). El sistema
planetario de este ser está en amarillo, y
su tercer planeta tiene alguna importan-
cia especial. En violeta está el radioteles-
copio que transmitió el mensaje. Su
tamaño viene dado entre las líneas hori-
zontales. (Cedido por el observatorio de
Arecibo; Centro Nacional de Astronomía
y de la Ionosfera, Universidad de Cor-
nell.)
Capítulo XII
Enciclopedia
galáctica
“¿Tú qué eres?¿De dónde viniste? Nunca vi nada semejante a ti.” El Cuervo Crea-
dor miró al Hombre y... se sorprendió de que esteextraño y nuevo ser fuera tan
parecido a él.
Mito esquimal de la creación
El cielo ha sido fundado,
La Tierra ha sido fundada,
¿Quién ha de vivir ahora, oh dioses?
Crónica azteca, La historia de los Reinos
Sé que algunos dirán que soy demasiado atrevido con estas afirmaciones sobre los
planetas, y que subimos allí a través de muchas probabilidades, y si por casualidad
una de ellas es falsa y contraria a lo supuesto, arruinaría como un mal fundamento
todo el edificio, y lo haría caer por los suelos. Pero... si suponemos, tal como hici-
mos, que la Tierra es uno de los planetas, de dignidad y honor igual al resto, ¿quién
se atrevería a decir que no puede encontrarse en otro lugar nadie que disfrute del
glorioso espectáculo de las obras de la naturaleza?¿O que si hubiese otros especta-
dores que nos acompañan nosotros deberíamos ser los únicos que han entrado a
fondo en sus secretos y su conocimiento?
CHRISTIAAN HUYGENS, Nuevas conjeturas referentes a los mundos planetarios,
sus habitantes y sus producciones, hacia 1690
El autor de la Naturaleza ha hecho imposible que en nuestro estado actual tenga-
mos alguna comunicación desde esta tierra con los demás grandes cuerpos del uni-
verso; y es posible que haya cortado de igual modo toda comunicación entre los
demás planetas, y entre los diferentes sistemas... Observamos en todos ellos cosas
suficientes para provocar nuestra curiosidad, pero no para satisfacerla... No parece
conforme con la sabiduría que resplandece a través de toda la naturaleza suponer
que deberíamos ver tan lejos y que nuestra curiosidad debería ser excitada hasta tal
punto... sólo para quedar defraudado al final... Esto nos conduce, pues, de modo
natural a considerar nuestro estado actual sólo como el alba o inicio de nuestra
existencia, como un estado de preparación o de examen para futuros avances...
COLIN MACLAURIN, 1748
292 Cosmos
Jean François Champollion (1790-1832),
que descifró los jeroglíficos egipcios.
Retrato de Leon Cogniet, 1831. (Cedido
por el Louv re, Réunion des musées na-
tionaux, París.)
No puede haber un lenguaje más universal y más simple, más libre de
errores y de oscuridades... más digno de expresar las relaciones invaria-
bles de las cosas naturales [que las matemáticas]. Interpreta [todos los
fenómenos] con el mismo lenguaje, como si quisiera atestiguar la uni-
dad y simplicidad del plan del universo, y hacer aún más evidente este
orden inalterable que preside todas las causas naturales.
JOSEPH FOURIER, Teoría analítica del color, 1822
HEMOS LANZADO CUATRO NAVES A LAS ESTRELLAS, los Pioneers 10 y
11 y los Voyagers 1 y 2. Son vehículos atrasados y primitivos que,
comparados con las inmensas distancias interestelares, se mue-
ven con la lentitud de una persecución de pesadilla. Pero en el fu-
turo lo haremos mejor. Nuestras naves irán más rápidas. Se
habrán estudiado objetivos interestelares, y más tarde o más
temprano nuestras naves espaciales tendrán tripulaciones huma-
nas. En la galaxia Vía Láctea debe haber muchos planetas millo-
nes de años más viejos que la Tierra, y algunos miles de millones
de años más viejos. ¿Es posible que no nos hayan visitado? En
todos los miles de millones de años que han pasado desde el ori-
gen de nuestro planeta, ¿no hubo nunca una nave forastera pro-
cedente de una civilización distante que estudiara nuestro mundo
desde arriba, y que se posara lentamente en la superficie para que
lo observaran libélulas iridiscentes, reptiles apáticos, primates
chillones u hombres asombrados? La idea es muy natural. Se le
ha ocurrido a cualquiera que se haya planteado, aunque sólo sea
de paso, la cuestión de la vida inteligente en el universo. ¿Pero ha
sucedido esto realmente? El tema crítico es la cualidad de las
pruebas aportadas, que hay que escrutar de modo riguroso y es-
céptico, no lo que suena plausible, no el testimonio sin pruebas de
uno o dos autoproclamados testigos. De acuerdo con estas nor-
mas no hay casos seguros de visitas extraterrestres, a pesar de to-
das las afirmaciones sobre ovnis y sobre antiguos astronautas que
a veces hacen pensar que nuestro planeta está inundado de hués-
pedes no invitados. Yo desearía que no fuera así. Hay algo irre-
sistible en el descubrimiento de una simple muestra, quizás de
una compleja inscripción, y mucho mejor si contiene la clave para
comprender una civilización extraña y exótica. Es una atracción
que los hombres ya hemos sentido en otras ocasiones.
En 1801 un físico llamado Joseph Fourier 1 era el prefecto de un
departement de Francia llamado Isère. Mientras inspeccionaba
las escuelas de su provincia, Fourier descubrió a un chico de once
años cuya notable inteligencia y perspicacia con las lenguas orien-
tales le había ganado ya la atención admirada de los estudiosos.
Fourier le invitó a casa para charlar un rato. El chico quedó fas-
cinado por la colección que Fourier poseía de objetos egipcios, re-
unidos durante la expedición napoleónica en la que él se había
encargado de catalogar los monumentos astronómicos de aquella
antigua civilización. Las inscripciones jeroglíficos provocaron
una sensación de maravilla en el chico. “¿Pero, qué significan?”,
preguntó. “Nadie lo sabe”, fue la respuesta. El nombre del chico
era Jean François Champollion. Entusiasmado por el misterio
1 . Fourier es famoso actualmente por su estudio de la propagación del calor en
los sólidos, utilizado hoy en día para comprender las propiedades de las superfi-
cies de los planetas, y por sus investigaciones sobre las ondas y otros movimientos
periódicos: rama de las matemáticas llamada análisis de Fourier.
Enciclopedia galáctica 293
del lenguaje que nadie podía leer, se convirtió en un magnífico lin-
güista y se sumergió apasionadamente en la antigua escritura egip-
cia. En aquella época, Francia estaba inundada de objetos egipcios,
robados por Napoleón y puestos luego a disposición de los estudio-
sos occidentales. Se publicó la descripción de la expedición y el jo-
ven Champollion la devoró. Cuando Champollion era adulto triunfó
al fin: se cumplieron sus ambiciones de niño y descifró de modo bri-
llante los antiguos jeroglíficos egipcios. Pero hasta 1828, veintisiete
años después de su entrevista con Fourier, Champollion no puede
desembarcar en Egipto, el país de sus sueños. Allí navegó río arriba
hasta El Cairo, siguiendo el curso del Nilo, y rindiendo homenaje a
la cultura en cuyo desciframiento había trabajado tan duramente.
Era una expedición en el tiempo, una visita a una civilización extra-
ña:
Llegamos finalmente a Dendera en la tarde del 16. Había una
luna magnífica y estábamos a sólo una hora de los Templos.
¿Podría resistir la tentación? Se lo pregunto al más frío de los
mortales... Las órdenes del momento fueron cenar y partir in-
mediatamente: solos y sin guías, pero armados hasta los dien-
tes cruzamos los campos... al fin el Templo apareció ante noso-
tros... Se podía medir bien, pero era imposible dar una idea de
su grandeza, que unía la gracia y la majestad en grado superla-
tivo. Estuvimos allí dos horas en éxtasis, corriendo a través de
las enormes salas... y tratando de leer las inscripciones exterio-
res a la luz de la luna. No regresamos al barco hasta las tres de
la madrugada, para volver al Templo a las siete... Lo que había
sido magnífico a la luz de la luna continuaba siéndolo cuando
la luz del sol nos reveló todos sus detalles... En Europa no so-
mos más que enanos y no hay nación antigua o moderna que
haya concebido el arte de la arquitectura en un estilo tan su-
blime, grande e imponente como los antiguos egipcios. Lo or-
denaron todo para que sirviera a personas de treinta metros de
altura.
Champollion estaba encantado al ver que podía leer casi sin es-
fuerzo las inscripciones de las paredes y columnas de Karnak en
Dendera y en todo Egipto. Muchos antes que él habían intentado
sin conseguirlo descifrar los hermosos jeroglíficos, palabra que sig-
nifica esculturas sagradas. Algunos estudiosos creyeron que era
una especie de código de figuras, rico en metáforas turbias, la mayo-
ría sobre ojos y líneas onduladas, escarabajos, abejorros y pájaros,
especialmente pájaros. Dominaba la confusión. Hubo quienes de
Las ruinas de Karnak. Portada de Descri
tion de l'Egypte, que Napoleón hizo
publicar en 1809 después de su expedi-
ción a Egipto. (Cedida por Colecciones
Especiales de UCLA.)
El templo de Dendera, inundado par-
cialmente por las arenas del desierto.
Las columnas muestran la cabeza de la
diosa Hathor. De Description de l'Egyp-
te. (Cedida por Colecciones Especiales
de UCLÁ .)
294 Cosmos
La piedra de Rosetta, hecha de basalto
legro de un metro de altura (arriba)
muestra a misma inscripción en jeroglí-
ficos egipcios, demótico y griego. Cada
cartucho en el texto jeroglífico (encima
del dedo, en el centro) corresponde al
nombre de Tolomeo (Ptolemaios) en el
texto griego (encima del dedo, abajo).
ducían que los egipcios eran colonos del antiguo Egipto. Otros lle-
garon a la conclusión opuesta. Se publicaron enormes volúmenes en
folio de traducciones espúreas. Un intérprete echó una ojeada
a la piedra de Rosetta, cuya inscripción jeroglífico todavía no se
había descifrado, y anunció instantáneamente su significado. Dijo
que el rápido desciframiento le permitía “evitar los errores siste-
máticos que produce invariablemente la reflexión prolongada”.
Dijo que se conseguían mejores resultados si no se pensaba dema-
siado. Como sucede actualmente con la búsqueda de vida extrate-
rrestre, la especulación sin freno de los aficionados había ahuyen-
tado del campo a muchos profesionales.
Champollion se opuso a la idea de que los jeroglíficos fueran
simples metáforas pictóricas. En lugar de esto, y ayudado por una
idea brillante del físico inglés Thomas Young, procedió del modo
siguiente: La piedra de Rosetta había sido descubierta en 1799 por
un soldado francés que trabajaba en las fortificaciones de la ciudad
de Rashid situada en el Delta del Nilo, ciudad que los europeos,
que en general ignoraban el árabe, llamaron Rosetta. Era una losa
de un templo antiguo que contenía un mensaje que parecía idénti-
co en tres escrituras diferentes: con jeroglíficos en la parte supe-
rior, con una especie de jeroglífico en cursiva llamado demótico en
medio, y como clave del conjunto, en griego en la parte inferior.
Champollion, que dominaba el griego antiguo, leyó que la piedra
había recibido aquella inscripción para conmemorar la coronación
de Tolomeo V Epifanes, en la primavera del año 196 a. de C. En
aquella ocasión el rey dejó en libertad a presos políticos, rebajó
impuestos, hizo donaciones a los templos, perdonó a rebeldes, me-
joró la preparación militar y en definitiva hizo todo lo que harían
los gobernantes modernos cuando tienen intención de permanecer
en su cargo.
El texto griego menciona Tolomeo muchas veces. Aproximada-
mente en los mismos puntos del texto jeroglífico hay un conjunto
de símbolos rodeados por un oval o cartucho. Champollion razonó
que aquello muy probablemente denotaba también a Tolomeo. Si
eso era cierto, la escritura no podía ser fundamentalmente picto-
gráfica o metafórica, sino que la mayoría de los símbolos tenían
que corresponder a letras o sílabas. Champollion tuvo también la
presencia de ánimo de contar el número de palabras griegas y el
número de jeroglíficos individuales en los supuestos textos equiva-
lentes. Los primeros eran mucho menos numerosos, lo cual suge-
ría que los jeroglíficos eran principalmente letras y sílabas. Pero
¿qué jeroglíficos correspondían a qué letras? Por fortuna Cham-
pollion disponía de un obelisco excavado en File, que incluía el je-
roglífico equivalente al nombre griego de Cleopatra. Los dos car-
tuchos de Tolomeo y Cleopatra reordenados para poderlos leer de
izquierda a derecha aparecen en la página 296. Tolomeo empieza
con P en griego (Ptolemaios); el primer símbolo del cartucho es un
cuadrado. Cleopatra tiene una P como quinta letra, y en el cartu-
cho de Cleopatra hay el mismo cuadrado en la quinta posición. Se
trata de una P. La cuarta letra de Tolomeo es una L ¿está represen-
tada por el león? La segunda letra de Cleopatra es una L, y en el
jeroglífico vuelve a parecer un león. El águila es una A, que apare-
ce dos veces en Cleopatra, como era de esperar. Se está perfilando
un sistema claro. Una parte significativa de los jeroglíficos egip-
cios son un simple código de sustitución. Pero no todo jeroglífico es
una letra o una sílaba. Algunos son pictogramas. El final del
Enciclopedia galáctica 295
Los restos del Antiguo Egipto. Encima a la
izquierda, una estela faraónica cubierta por
las hierbas, en el Valle de los Rey es (fotogra-
fía del autor). Arriba a la derecha, los Colo-
sos de Memnon, guardianes de un gran tem-
plo mortuoriode Amenofis III. El templofue
desmontadoy aprovechado para la construc-
ción hace 1 900 años. Las acuarelas muestran el aspectoque tenían en el siglodiecinueve los antiguos edificios egipcios, algunos
parcialmente enterrados en la arena. Acuarelas encargadas por el Rey de Prusia, FedericoIV. (De R. Lepsius, Denkmaeler... aus
Aegypten, 1 849-1859.)
296 Cosmos
Transliteración de un cartuchode Tolomeo
de la piedra de Rosetta y de unode Cleopa-
tra del obelisco de File.
cartucho de Tolomeo significa “Viviente para siempre, amado del
dios Ptah”. El semicírculo y el huevo al final de Cleopatra es un
ideograma convencional que significa hija de Isis. La mezcla de
letras y de pictogramas causó algunos problemas a los primeros
intérpretes.
Visto retrospectivamente parece casi fácil. Pero tuvieron que pa-
sar muchos siglos para descubrirlo, y quedaba mucho trabajo por
hacer, especialmente para descifrar los jeroglíficos de épocas muy
anteriores. Los cartuchos eran la clave dentro de la clave, como si
los faraones de Egipto hubiesen rodeado con una línea sus propios
nombres para facilitar la tarea a los egiptólogos de dos mil años
más tarde. Champollion se paseó por la Sala hipóstila de Karnak
leyendo tranquilamente las inscripciones que habían intrigado a
todo el mundo, respondiendo él mismo a la pregunta que de niño
había hecho a Fourier. ¡Qué placer debió causar abrir este canal
unilateral de comunicación con otra civilización, permitir que una
cultura muda durante milenios hablara de su historia, magia, me-
dicina, religión, política y filosofía!
Hoy en día estamos buscando mensajes de una civilización anti-
gua y exótica, escondida de nosotros no sólo en el tiempo, sino
también en el espacio. Si llegáramos a recibir un mensaje de ra-
dio de una civilización extraterrestre, ¿cómo podríamos com-
prenderlo? Esta inteligencia extraterrestre será elegante, comple-
ja, internamente coherente y absolutamente extraña. Como es ló-
gico los extraterrestres desearán enviamos un mensaje lo más
comprensible posible. Pero, ¿cómo se consigue esto? ¿Hay algo
comparable a una piedra de Rosetta interestelar? Creemos que sí
existe. Creemos que hay un lenguaje común que han de tener las
civilizaciones técnicas, por diferentes que sean. Este lenguaje
común es la ciencia y las matemáticas. Las leyes de la naturaleza
son idénticas en todas partes. Las formas de los espectros de es-
trellas y galaxias lejanas son las mismas que las del Sol o las de
experimentos adecuados de laboratorio: no sólo existen los mis-
mos elementos químicos en todas partes del universo, sino que
las mismas leyes de la mecánica cuántica que gobiernan la absor-
ción y emisión de radiación por los átomos son válidas en todas
partes. Las galaxias distantes que giran una alrededor de la otra
siguen las mismas leyes de la física gravitatoria que gobiernan el
movimiento de la caída de una manzana en la Tierra, o la ruta del
Voyager hacia las estrellas. Las estructuras de la naturaleza son
las mismas en todas partes. Un mensaje interestelar destinado a
que lo comprenda una civilización emergente debería ser fácil de
descifrar.
No esperamos encontrar una civilización técnica avanzada en
ningun otro planeta de nuestro sistema solar. Si estuviera atrasa
Enciclopedia galáctica 297
da sólo un poco con relación a nosotros –por ejemplo 10 000 años–
no dispondría de ningún tipo de tecnología avanzada; si estuviera un
poco más avanzada que nosotros –que estamos explorando ya el
sistema solar– sus representantes deberían estar ya entre nosotros.
Para comunicar con otras civilizaciones necesitamos un método que
no sólo sea adecuado para distancias interplanetarias, sino también
para distancias interestelares. Lo ideal sería que el método fuese
económico, para poder enviar a coste muy bajo enormes cantidades
de información; rápido, para hacer posible un diálogo interestelar; y
obvio, de modo que cualquier civilización tecnológica, sea cual fuere
su camino evolutivo, lo descubra pronto. Es sorprendente, pero este
método existe. Se llama radioastronomía.
El mayor observatorio semiorientable de radio/radar del planeta
Tierra es la instalación de Arecibo, que la Universidad de Cornell
opera para la Fundación Nacional de Ciencia. Está situado en el
remoto interior dé la isla de Puerto Rico y tiene un diámetro de 305
metros, siendo su superficie reflectante una sección de una esfera
aplicada a un valle preexistente en forma de olla. Recibe las ondas
de radio de las profundidades del espacio y las enfoca en la antena
de alimentación situada muy por encima del disco, que a su vez está
conectada electrónicamente con la sala de control, donde la señal es
analizada. A su vez, cuando el telescopio se utiliza como transmisor
de radar, el brazo de alimentación puede emitir una señal hacia el
disco, que la refleja al espacio. El observatorio de Arecibo se ha uti-
lizado para la búsqueda de señales inteligentes procedentes de civili-
zaciones del espacio y en una sola ocasión para transmitir un men-
saje a M13, un cúmulo globular distante de estrellas, y dejar claro, al
menos para nosotros, que disponemos de capacidad técnica para
participar en los dos extremos de un diálogo interestelar.
El observatorio de Arecibo podría transmitir en un período de
pocas semanas a un observatorio comparable de un planeta de una
estrella próxima toda la Encyclopaedia Britannica. Las ondas de
radio se desplazan a la velocidad de la luz, 10 000 veces más rápido
que un mensaje incluido en nuestra nave espacial más veloz. Los
radiotelescopios generan en gamas estrechas de onda señales tan
intensas que pueden detectarse a distancias interestelares inmensas.
El observatorio de Arecibo podría comunicarse con un radiotelesco-
pio idéntico situado en un planeta a 15 000 años luz de distancia, a
medio camino del centro de la galaxia Vía Láctea, si supiéramos
exactamente hacia dónde dirigirlo. Y la radioastronomía es una tec-
nología natural. Prácticamente toda atmósfera planetario, sea cual
fuere su composición, tendría que ser parcialmente transparente a
las ondas de radio. Los mensajes de radio no sufren mucha absor-
ción o dispersión por el gas situado entre las estrellas, del mismo
El observ atorio de radio/radar de Areci-
bo en Puerto Rico. El disco hemisférico
reflector está coronado por los brazos de
alimentación sostenidos por tres grandes
obeliscos, dos de los cuales aparecen
deformados en la foto de la izquierda,
tomada por Bill Ray con una lente de ojo
de pez al nivelde los paneles que forman
el disco. (Cedidas por el CentroNacional
de Astronomía y de la Ionosfera, Univer-
sidad de Cornell.)
298 Cosmos
modo que una emisora de radio de San Francisco puede oírse fá-
cilmente en Los Ángeles aunque la contaminación haya reducido
allí la visibilidad en las longitudes de onda ópticas a unos pocos ki-
lómetros. Hay muchas fuentes cósmicas de radio que son natura- les
y que no tienen ninguna relación con vida inteligente: pulsars y
quasars, los cinturones de radiación de los planetas y las atmósfe-
ras exteriores de las estrellas; en las primeras fases del desarrollo
local de la radioastronomía hay fuentes brillantes de radio a des-
cubrir en casi cada planeta. Además la radio representa una frac-
ción importante del espectro electromagnético. Cualquier tecno-
logía capaz de detectar radiaciones de cualquier longitud de onda
tendría que descubrir con bastante rapidez la parte de radio del
espectro.
Puede haber otros métodos efectivos de comunicación que ten-
gan méritos importantes: las naves interestelares, los lásers ópti-
cos o infrarrojos, los neutrinos pulsados, las ondas de gravedad
moduladas, o algún otro tipo de transmisión que no descubrire-
mos ni en mil años. Las civilizaciones avanzadas pueden haberse
graduado mucho más allá de la radio en sus propias comunicacio-
nes. Pero la radio es potente, barata, rápida y sencilla. Sabrán que
una civilización atrasada como la nuestra que desea recibir mensa-
jes de los cielos es probable que recurra primero a la tecnología de
radio. Quizás tendrán que sacar con ruedas los radiotelescopios
de su Museo de Tecnología Antigua. Si tuviéramos que recibir un
mensaje de radio, por lo menos tendríamos algo de qué hablar: de
radioastronomía.
Pero, ¿hay alguien ahí fuera con quien hablar? ¿Es posible,
habiendo una tercera parte o una mitad de un billón de estrellas
en nuestra galaxia Vía Láctea, que la nuestra sea la única acompa-
ñada por un planeta habitado? Es mucho más probable que las ci-
vilizaciones técnicas sean una trivialidad, que la galaxia esté pul-
sando y vibrando con sociedades avanzadas, y por lo tanto que no
esté muy lejos la cultura de este tipo más próxima: quizás esté
transmitiendo con antenas instaladas en un planeta de una estrella
visible a simple vista, en la casa de al lado. Quizás cuando mira-
mos el cielo nocturno, cerca de uno de esos débiles puntos de luz
hay un mundo en el cual alguien muy distinto de nosotros esté
contemplando distraídamente una estrella que nosotros llamamos
Sol y acariciando, sólo por un momento, una insultante especula-
ción.
Es muy difícil estar seguros. Puede haber impedimentos graves
en la evolución de una civilización técnica. Los planetas pueden
ser más raros de lo que pensamos. Quizás el origen de la vida no
es tan fácil como sugieren nuestros experimentos de laboratorio.
Quizás la evolución de formas avanzadas de vida sea improbable.
O quizás las formas de vida compleja evolucionan fácilmente pero
la inteligencia y las sociedades técnicas requieren un conjunto im-
probable de coincidencias: del mismo modo que la evolución de la
especie humana dependió del fallecimiento de los dinosaurios y de
la recesión de los bosques en la era glacial; de aquellos árboles so-
bre los cuales nuestros antepasados se rascaban y se sorprendían
vagamente de algo. 0 quizás las civilizaciones nacen de modo repe-
tido e inexorable, en innumerables planetas de la Vía Láctea, pero
son en general inestables; de modo que sólo una pequeña fracción
consigue sobrevivir a su tecnología y la mayoría sucumben a la co-
dicia y a la ignorancia, a la contaminación y a la guerra nuclear.
Enciclopedia galáctica 299
Es posible continuar explorando este gran tema y hacer una esti-
mación basta de N, el número de civilizaciones técnicas avanzadas en
la Galaxia. Definimos una civilización avanzada como una civili-
zación capaz de tener radioastronomía. Se trata desde luego de una
definición de campanario, aunque esencial. Puede haber innumera-
bles mundos en los que los habitantes sean perfectos lingüistas o
magníficos poetas pero radioastrónomos indiferentes. No oiremos
nada de ellos. N puede escribirse como el producto o multiplicación
de unos cuantos factores, cada uno de los cuales es un filtro y, por
otro lado, cada uno ha de tener un cierto tamaño para que haya un
número grande de civilizaciones:
N*, número de estrellas en la galaxia Vía Láctea;
fp, fracción de estrellas que tienen sistemas planetarios,
ne, número de planetas en un sistema dado que son ecológi-
camente adecuados para la vida,
fl , fracción de planetas adecuados de por sí en los que la
vida nace realmente,
fi , fracción de planetas habitados en los que una forma in-
teligente de vida evoluciona,
fc, fracción de planetas habitados por seres inteligentes en
los que se desarrolla una civilización técnica comunica-
tiva; y
fL, fracción de una vida planetario agraciada con una civili-
zación técnica.
Esta ecuación escrita se lee N = N* fp ne fl fi fc fL. Todas las efes son
fracciones que tienen valores entre 0 y 1; e irán reduciendo el valor
elevado de N*.
Para derivar N hemos de estimar cada una de estas cantidades.
Conocemos bastantes cosas sobre los primeros factores de la ecua-
ción, el número de estrellas y de sistemas planetarios. Sabemos muy
poco sobre los factores posteriores relativos a la evolución de la inte-
ligencia o a la duración de la vida de las sociedades técnicas. En
estos casos nuestras estimaciones serán poco más que suposiciones.
Os invito, si estáis en desacuerdo con las estimaciones que doy, a
proponer vuestras propias cifras y ver cómo afectan al número de
civilizaciones avanzadas de la Galaxia. Una de las grandes virtudes
de esta ecuación, debida originalmente a Frank Drake, de Cornell, es
que incluye temas que van desde la astronomía estelar y planetario
hasta la química orgánica, la biología evolutiva, la historia, la políti-
ca y la psicología anormal. La ecuación de Drake abarca por sí sola
gran parte del Cosmos.
Conocemos N*, el número de estrellas en la galaxia Vía Láctea, bas-
tante bien, por recuentos cuidadosos de estrellas en regiones del
cielo, pequeñas pero representativas. Es de unos cuantos centenares
de miles de millones; algunas estimaciones recientes lo sitúan en 4 ×
1011. Muy pocas de estas estrellas son del tipo de gran masa y corta
vida que despilfarran sus reservas de combustible nuclear. La gran
mayoría tienen vidas de miles de millones de años o más durante los
cuales brillan de modo estable proporcionando una fuente de ener-
gía adecuada para el origen y evolución de la vida de planetas cerca-
nos.
Hay pruebas de que los planetas son un acompañamiento frecuen-
te de la formación de estrellas. Tenemos los sistemas de satélites de
300 Cosmos
Júpiter, Saturno y Urano, que son como sistemas solares en mi-
niatura; las teorías del origen de los planetas; los estudios de estre-
llas dobles; las observaciones de los discos de acreción alrededor
de estrellas, y algunas investigaciones preliminares de las pertur-
baciones gravitatorias de estrellas cercanas. Muchas estrellas, qui-
zás la mayoría, pueden tener planetas. Consideramos que la frac-
ción de estrellas que tienen planetas, es aproximadamente de 113.
Entonces el número total de sistemas planetarios en la galaxia se-
ría N* fp ≈ 1.3 x 1011 (el símbolo ≈ significa “aproximadamente
igual a”). Si cada sistema tuviera diez planetas, como el nuestro, el
número total de mundos en la Galaxia sería de más de un billón,
un vasto escenario para el drama cósmico.
En nuestro propio sistema solar hay varios cuerpos que pueden
ser adecuados para algún tipo de vida: la Tierra seguro, y quizás
Marte, Titán y Júpiter. Una vez la vida nace, tiende a ser muy
adaptable y tenaz. Tiene que haber muchos ambientes diferentes
adecuados para la vida en un sistema planetario dado. Pero esco-
jamos de modo conservador ne = 2. Entonces el número de plane-
tas en la Galaxia adecuados para la vida resulta:
N* fp ne ≈ 3 × 1011.
Los experimentos demuestran que la base molecular de la vida,
los bloques constructivos de moléculas capaces de hacer copias de
sí mismas, se constituye de modo fácil en las condiciones cósmicas
más corrientes. Ahora pisamos un terreno menos seguro; puede
haber por ejemplo impedimentos en la evolución del código gené-
tico, aunque yo creo que esto es improbable después de miles de
millones de años de química primigenio. Escogemos fl ≈ 1/3, im-
plicando con esto que el número total de planetas en la Vía Láctea
en los cuales la vida ha hecho su aparición por lo menos una vez es
N* fp ne fl ≈ 1 × 1011, un centenar de miles de millones de mundos
habitados. Esta conclusión es de por sí notable. Pero todavía no
hemos acabado.
La elección de fi y de fc es más difícil. Por una parte tuvieron que
darse muchos pasos individualmente improbables en la evolución
biológica y en la historia humana para que se desarrollara nuestra
inteligencia y tecnología actuales. Por otra parte tiene que haber
muchos caminos muy diferentes que desemboquen en una civili-
zación avanzada de capacidades específicas. Tengamos en cuenta
la dificultad aparente que para la evolución de grandes organismos
supone la explosión del cámbrico, y escojamos fi × fc = 1/100; es
decir que sólo un uno por ciento de los planetas en los cuales nace
la vida llegan a producir una civilización técnica. Esta estimación
representa un punto medio entre opiniones científicas opuestas.
Enciclopedia galáctica 301
Algunos piensan que el proceso equivalente al que va de la
emergencia de los trilobites a la domesticación del fuego se da de
modo fulminante en todos los sistemas planetarios; otros
piensan que aunque se disponga de diez o de quince mil millo-
nes de años, la evolución de civilizaciones técnicas es impro-
bable. Se trata de un tema que no permite muchos experimen-
tos mientras nuestras investigaciones estén limitadas a un úni-
co planeta. Multiplicando todos estos factores obtenemos N* fp
ne fl fi fc ≈ 1 × 109, mil millones de planetas donde han apare-
cido por lo menos una vez civilizaciones técnicas. Pero esto es
muy distinto a afirmar que hay mil millones de planetas en los
que ahora existe una civilización técnica. Para ello tenemos
que estimar también fL.
¿Qué porcentaje de la vida de un planeta está marcado por
una civilización técnica? La Tierra ha albergado una civiliza-
ción técnica caracterizada por la radioastronomía desde hace
sólo unas décadas, y su vida total es de unos cuantos miles de
millones de años. Por lo tanto, si nos limitamos a nuestro pla-
neta fL por ahora inferior a 1/108, una millonésima de uno por
ciento. No está excluido en absoluto que nos destruyamos
mañana mismo. Supongamos que éste fuera un caso típico, y
la destrucción tan completa que ninguna civilización técnica
más o de la especie humana o de otra especie cualquiera fuera
capaz de emerger en los cinco mil millones de años más o me-
nos que quedan antes de que el Sol muera. Entonces N = N* fp
ne fl fi fc ≈ 10 y en cualquier momento dado sólo habría una
reducida cantidad, un puñado, una miseria de civilizaciones
técnicas en la Galaxia, y su número se mantendría continua-
mente a medida que las sociedades emergentes sustituirían a
las que acababan de autoinmolarse. El número N podría in-
cluso ser de sólo 1. Si las civilizaciones tienden a destruirse
poco después de alcanzar la fase tecnológica, quizás no haya
nadie con quien podamos hablar aparte de nosotros mismos, y
esto no lo hacemos de modo muy brillante. Las civilizaciones
tardarían en nacer miles de millones de años de tortuosa evo-
lución, y luego se volatilizarían en un instante de imperdona-
ble negligencia.
Pero consideremos la alternativa, la perspectiva de que por lo
menos algunas civilizaciones aprendan a vivir con una alta
tecnología; que las contradicciones planteadas por los capri-
chos de la pasada evolución cerebral se resuelvan de modo
consciente y no conduzcan a la autodestrucción; o que, aunque
se produzcan perturbaciones importantes, queden invertidas
302 Cosmos
en los miles de millones de años siguientes de evolución biológica.
Estas sociedades podrían vivir hasta alcanzar una próspera vejez,
con unas vidas que se medirían quizás en escalas temporales evo-
lutivas de tipo geológico o estelar. Si el uno por ciento de las civili-
zaciones pueden sobrevivir a su adolescencia tecnológica, escoger
la ramificación adecuada en este punto histórico crítico y conse-
guir la madurez, entonces fL ≈ 1 / 100, N ≈ 107 , y el número de ci-
vilizaciones existentes en la Galaxia es de millones. Por lo tanto, si
bien nos preocupa la posible falta de confianza en la estimación de
los primeros factores de la ecuación de Drake, que dependen de la
astronomía, la química orgánica y la biología evolutiva, la princi-
pal incertidumbre afecta a la economía y la política y lo que en la
Tierra denominamos naturaleza humana. Parece bastante claro
que si la autodestrucción no es el destino predominante de las civi-
lizaciones galácticas, el cielo está vibrando suavemente con men-
sajes de las estrellas.
Estas estimaciones son excitantes. Sugieren que la recepción de un
mensaje del espacio es, incluso sin descifrarlo, un signo pro-
fundamente esperanzador. Significa que alguien ha aprendido a
vivir con la alta tecnología; que es posible sobrevivir a la adoles-
cencia tecnológica. Esta razón, con toda independencia del conte-
nido del mensaje, proporciona por sí sólo una poderosa justifica-
ción para la búsqueda de otras civilizaciones.
Si hay millones de civilizaciones distribuidas de modo más o me-
nos casual a través de la Galaxia, la distancia a la más próxima es
de unos doscientos años luz. Incluso a la velocidad de la luz un
mensaje de radio tardaría dos siglos en llegar desde allí. Si hubié-
semos iniciado nosotros el diálogo, sería como si Johannes Kepler
hubiese preguntado algo y nosotros recibiéramos ahora la respues-
ta. Es más lógico que escuchemos en lugar de enviar mensajes,
sobre todo porque, al ser novicios en radioastronomía, tenemos
que estar relativamente atrasados y la civilización transmisora
avanzada. Como es lógico, si una civilización estuviera más avan-
zada, las posiciones se invertirían.
Estamos en las primeras fases de la búsqueda por radio de otras
civilizaciones en el espacio. En una fotografía óptica de un campo
denso de estrellas, hay centenares de miles de estrellas. Si nos ba-
samos en nuestras estimaciones más optimistas, una de ellas es
sede de una civilización avanzada. Pero ¿cuál? ¿Hacia qué estrella
tenemos que apuntar nuestros radiotelescopios? Hasta ahora, de
los millones de estrellas que pueden señalar la localización de civi-
lizaciones avanzadas, sólo hemos examinado por radio unos pocos
millares. Hemos llevado a cabo una décima parte de un uno por
ciento del esfuerzo necesario. Pero una investigación seria, rigu-
rosa y sistemática no puede tardar. Los pasos preparatorios están ya
en marcha, tanto en los Estados
Unidos como en la Unión Soviética. Es algo relativamente barato:
el coste de una unidad naval de tamaño intermedio –por ejem-
plo un moderno destructor– sería suficiente para pagar un pro-
grama de una década de duración en busca de inteligencias extra-
terrestres.
Los encuentros benevolentes no han sido lo normal en la historia
humana, cuando los contactos transculturales han sido directos y
físicos, cosa muy diferente de la recepción de una señal de radio,
un contacto tan suave como un beso. Sin embargo, es instructivo
examinar uno o dos casos del pasado, por lo menos para calibrar
Enciclopedia galáctica 303
nuestras expectativas: entre las épocas de las revoluciones nortea-
mericana y francesa, Luis XVI de Francia organizó una expedición al
océano Pacífico, un viaje con objetivos científicos, geográficos, eco-
nómicos y nacionalistas. El comandante era el conde de La Pérouse, un
explorador de fama que había luchado a favor de los Estados
Unidos en su guerra de Independencia. Enjulio de 1786, casi un año
después de hacerse a la mar, alcanzó en la costa de Alaska un lugar
llamado hoy Bahía Lituya. El puerto le encantó y escribió sobre él:
“Ningún puerto del universo podría ofrecer más ventajas.” La Pé-
rouse, en este lugar ejemplar, escribió:
Observé la presencia de algunos salvajes, que hacían señales de
amistad desplegando y ondeando capas blancas y diferentes
pieles. Algunas de las canoas de estos indios estaban pescando
en la bahía... [Nos] rodeaban continuamente las canoas de los
salvajes, quienes nos ofrecían pescado, pieles de nutria y de
otros animales y diversos artículos menores de vestir a cambio
de nuestro hierro. Nos sorprendió mucho observar que pare-
cían muy acostumbrados a traficar, y que regateaban con noso-
tros con tanta habilidad como cualquier comerciante europeo.
Los nativos americanos pedían cada vez más a cambio de sus mer-
cancías. Recurrieron también al robo, sobre todo de objetos de hie-
rro, con la consiguiente irritación de La Pérouse, pero en una oca-
sión robaron los uniformes de oficiales de la marina francesa que
ellos habían ocultado debajo de sus almohadones cuando dormían
por la noche rodeados de guardias armados: una hazaña digna de
Harry Houdini. La Pérouse cumplía sus órdenes reales de compor-
tarse pacíficamente, pero se quejó de que los nativos creyesen que
podíamos aguantarlo todo. Su sociedad le inspiraba desdén, pero no se
causó ningún daño serio por parte de una cultura a la otra. La
Pérouse, después de aprovisionar sus dos buques, partió de la Bahía de
Lituya, para no regresar jamás. La expedición se perdió en el sur del
Pacífico en 1788; perecieron La Pérouse y todos los miembros de
su tripulación excepto uno. 2
Exactamente un siglo después Cowee, un jefe de los tlingit, relató
al antropólogo canadiense G. T. Emmons una historia del primer
encuentro de sus antepasados con el hombre blanco, una narración
transmitida únicamente de palabra. Los tlingit no tenían documen-
tos escritos, ni Cowee había oído hablar nunca de La Pérouse. He
aquí una paráfrasis de la historia de Cowee:
A fines de una primavera, un grupo importante de tlingit se
aventuró hacia Yakutat, al norte, para comerciar con cobre. El
hierro era aún más precioso, pero no había modo de conse-
guirlo. Al entrar cuatro canoas en la Bahía de Lituya fueron
tragadas por las olas. Mientras los supervivientes acampaban
y lloraban a sus compañeros perdidos, dos objetos extraños
2. Cuando La Pérouse estaba seleccionando en Francia la tripulación para su
buque, hubomuchos jóvenes brillantes que solicitaron ansiosamente formar parte
en ella, pero que fueron rechazados. Uno de ellos era un oficial corso de artillería
llamado Napoleón Bonaparte. Fue éste un punto de bifurcación interesante en la
historia del Mundo. Si La Pérouse hubiese admitido a Bonaparte, quizás no se
hubiese descubierto nunca la piedra de Rosetta, Champo1lion no hubiese podido
descifrar los jeroglíficos egipcios, y nuestra historia reciente hubiese podidohaber
cambiado de modo significativ o en muchos aspectos importantes.
304 Cosmos
entraron en la Bahía. Nadie sabía qué eran. Parecían gran-
des pájaros negros con inmensas alas blancas. Los tlingit
creían que el mundo había sido creado por un gran pájaro
que a menudo tomaba la forma de un cuervo, un pájaro que
había liberado al Sol, la Luna y las estrellas de las cajas don-
de estaban prisioneros. Mirar el Cuervo equivalía a quedar
convertido en piedra. Los tlingit, asustados, huyeron al bos-
que y se escondieron. Pero al cabo de un tiempo, al ver que
Los habitantes tlingit de Port Français
(actualmente Bahía Lituya, Alaska) donde
lean François de Galaup, conde de La Pé-
rouse (1741-hacia 1788) tomó tierra en
1 786. (De la obra de L. M. A. D. Milet-Mu-
reau Voyage de La Pérouse autour du
monde, 1797.)
no habían sufrido ningún daño, algunos con más iniciativa se
arrastraron hasta fuera y arrollaron hojas de yaro en forma de
primitivos telescopios creyendo que esto les impediría
convertirse en piedra. A través de la hoja de col parecía que
los grandes pájaros estaban plegando sus alas y que rebaños
de pequeños mensajeros negros salían de sus cuerpos y se
arrastraban sobre sus plumas.
Entonces un viejo guerrero, casi ciego, reunió a su gente y
anunció que su vida se había cumplido hacía tiempo; estaba
decidido, en bien de todos, a comprobar si el Cuervo quería
convertir a sus hijos en piedra. Se puso su traje de piel de
nutria, se metió en su canoa y le llevaron remando hacia el
Cuervo, dentro del mar. Se encaramó encima suyo y oyó ex-
trañas voces. Su vista debilitada apenas le permitía distin-
guir la gran cantidad de formas negras que se movían ante él.
Quizás eran cuervos. Cuando regresó sin daño su gente se
amontonó a su alrededor admirada de verle vivo. Le tocaron
y le olieron para ver si era realmente él. Después de pensarlo
mucho, el anciano se convenció de que aquello no era el dios
cuervo que les visitaba sino una canoa gigante construida por
personas. Las figuras negras no eran cuervos sino personas
de un tipo distinto. Convenció a los tlingit, quienes se deci-
dieron a visitar los buques y a intercambiar sus pieles por
muchos artículos extraños, especialmente hierro.
Enciclopedia galáctica 305
Los tlingit habían preservado en su tradición oral una relación
absolutamente reconocible y exacta de su primer encuentro, casi
totalmente pacífico, con una cultura extraña. 3 Si algún día entra-
mos en contacto con una civilización extraterrestre más avanzada,
¿será el encuentro esencialmente pacífico, aunque poco intenso,
como el de los franceses con los tlingit, o seguirá otro prototipo más
terrible, en el cual la sociedad algo más avanzada destruye a la so-
ciedad técnicamente más atrasada? A principios del siglo dieciséis
floreció en el México central una alta civilización. Los aztecas tenían
una arquitectura monumental, un sistema elaborado de registro de
datos, un arte exquisito y un calendario astronómico superior a
cualquiera de Europa. El artista Albrecht Dürer, al ver los objetos
que llegaron con los primeros buques cargados de tesoros mexica-
nos, escribió en agosto de 1520: “No había visto nunca nada que me
alegrara tanto el corazón. He visto... un sol totalmente de oro de
una braza entera de ancho [el calendario astronómico azteca]; tam-
bién una luna totalmente de plata, de igual tamaño... también dos
habitaciones llenas de todo tipo de armamento, armaduras y otras
armas admirables, todas las cuales son más hermosas de ver que
maravillas.” Los intelectuales quedaron asombrados por los libros
aztecas, que según dijo uno de ellos, se parecen casi a los egipcios.
Hernán Cortés describió su capital, Tenochtitlán, como una de las
ciudades más bellas del mundo... Las actividades y comportamiento
Visión azteca de la conquista de México,
siglo dieciséis. Los caballos y las armas de
fuego, incluyendo "el gran cañón Lombar-
do" fueron elementos importantes en la
completa derrota infligida por Cortés. Del
Lienzo Tlaxcala. (Cedida por Colecciones
Especiales UCLA.)
3. La historia de Cowee, el jefe tlingit, demuestra que puede conservarse durante
generaciones, incluso en una cultura preliteraria, una narración reconocible del
contacto con una civilización avanzada. Si la Tierra hubiese sido visitada hace cen-
tenares o millares de años por una civilización extraterrestre avanzada, aunque la
cultura contactada hubiese sido preliteraria podríamos esperar con bastante con-
fianza quese hubiese conservadoalguna forma reconocible de este contacto. Perono
hay ni un solo caso de una leyenda fechada de modo seguro en épocas anteriores
pretecnológicas que pueda interpretarse únicamente como un contacto con una
civ ilización extraterrestre.
306 Cosmos
de la gente están a un nivel casi tan elevado como en España, y su
organización y ordenación son iguales. Si consideramos que estos
pueblos son bárbaros, privados del conocimiento de Dios v de la
comunicación con otras naciones civilizadas, es notable ver todo lo
que poseen. Dos años después de escribir estas palabras Cortés
destruyó totalmente Tenochtitlán junto con el resto de la civiliza-
ción azteca. He aquí una relación azteca:
Moctezuma [el emperador azteca] quedó conmovido, horro-
rizado por lo que oyó. Quedó muy perplejo por su comida,
pero lo que le hizo casi desmayarse fue la historia del gran
cañón lombardo que obedeciendo a los españoles, lanzaba
una descarga que retumbaba al salir. El ruido debilitaba y
mareaba a quien lo oía. Salía de él una especie de piedra, se-
guida por una lluvia de fuego y de chispas. El humo era as-
fixiante, tenía un olor que mareaba, fétido. Y cuando el dis-
paro daba contra una montaña la hacía pedazos, la disolvía.
Reducía un árbol a aserrín: el árbol desaparecía como lleva-
do por un soplo... Cuando contaron todo esto a Moctezuma
quedó aterrorizado. Se sintió enfermo. El corazón le fallaba.
Continuaron llegando más informes: “No somos tan fuertes
como ellos”, dijeron a Moctezuma. “No somos nada comparados
El Sol mira impasible mientras los con-
quistadores y sus aliados mexicanos -uno
de ellos con el tocado ceremonial de un
pájaro acuático- hacen una carnicería con
los aztecas mal armados y desmoralizados.
Del Lienzo Tlaxcala. (Cedida por Coleccio-
nes Especiales UCLA.)
con ellos”. Los españoles empezaron a recibir el nombre de “Dio-
ses llegados de los Cielos”. Sin embargo, los aztecas no se hacían
ilusiones sobre los españoles, a los que describían con estas pala-
bras:
Se apoderaban del oro como si fueran monos, con el rostro
congestionado. Era evidente que su sed de oro no tenía lími-
tes: querían atiborrarse de oro como cerdos. Iban hurgando
Enciclopedia galáctica 307
por todas partes, se llevaban los gallardetes de oro y los trasla-
daban de un lado a otro, agarrándolos para que no se les esca-
paran, balbuceando, contándose necedades unos a otros.
Pero sus intuiciones sobre el carácter español no les sirvieron para
defenderse. En 1517 se había visto en México un gran cometa. Moc-
tezuma, obsesionado por la leyenda del retorno del dios azteca
Quetzalcóatl en forma de hombre de piel blanca, que llegaría por el
mar oriental, ejecutó rápidamente a sus astrólogos. No habían pre-
dicho el cometa, ni lo habían explicado. Moctezuma, convencido del
inminente desastre, se volvió distante y melancólico. Una partida
armada de 400 europeos y sus aliados nativos, ayudados por la su-
perstición de los aztecas y por su propia y superior tecnología venció
y destruyó totalmente una alta civilización de un millón de personas.
Los aztecas no habían visto nunca un caballo; no había caballos en el
Nuevo Mundo. Ellos no habían aplicado la metalurgia del hierro a la
guerra. No habían inventado las armas de fuego. Y sin embargo la
distancia tecnológica que los separaba de los españoles no era muy
grande, quizás de unos cuantos siglos.
Somos necesariamente la sociedad técnica más atrasada de la Ga-
laxia. Una sociedad más atrasada ya no dispondría de radioastro-
nomía. Si la triste experiencia del conflicto cultural en la Tierra fue-
ra la norma en la Galaxia, parece que nos tendrían que haber des-
truido ya, quizás después de expresar una cierta admiración por
Shakespeare, Bach y Vermeer. Pero no ha sido así. Quizás las in-
tenciones de los extraterrestres son de una benignidad a toda prue-
ba, más afín a La Pérouse que a Cortés. ¿O quizás a pesar de todas
las pretensiones sobre ovnis y antiguos astronautas, nuestra civiliza-
ción no ha sido descubierta todavía?
Por una parte hemos afirmado que si hay una fracción, incluso pe-
queña, de civilizaciones técnicas que aprenden a vivir consigo mis-
mo y con sus armas de destrucción masiva, tendría que haber ac-
tualmente un número enorme de civilizaciones avanzadas en la Ga-
laxia. Tenemos ya vuelos interestelares lentos, y pensamos que el
vuelo interestelar rápido es un objetivo posible de la especie huma-
na. Por otra parte afirmamos que no hay pruebas creíbles sobre
visitas a la Tierra, ahora o antes. ¿No es esto una contradicción? Si
la civilización más cercana está digamos a 200 años luz de distancia,
se necesitan sólo 200 años para ir hasta allí a una velocidad cercana
a la de la luz. Incluso a uno por ciento de la velocidad de la luz, los
seres procedentes de civilizaciones cercanas podrían haber llegado
durante la tenencia de la Tierra por la humanidad. ¿Por qué no es-
tán ya aquí? Hay muchas respuestas posibles. Quizás somos los
primeros, aunque esto está en contradicción con la herencia de Aris-
tarco y de Copérnico. Alguna civilización técnica tiene que ser la
primera en emerger en la historia de la Galaxia. Quizás estamos
equivocados al creer que hay por lo menos alguna civilización que
evita la autodestrucción. Quizás haya algún problema imprevisto
que se opone al vuelo espacial; aunque a velocidades muy inferiores
a las de la luz parece difícil entender en qué consistiría un impedi-
mento de este tipo. 0 quizás estén ya aquí, pero ocultos por respeto a
alguna Lex Galáctica, a alguna ética de no interferencia con civiliza-
ciones emergentes. Podemos imaginárnoslos curiosos y desapasio-
nados, observándonos, como nosotros observaríamos un cultivo
bacteriano en un plato de agar, preguntándose si también en este
año conseguiremos evitar la autodestrucción.
308 Cosmos
Representación esquemática de una civili-
zación técnica avanzada que reconstruye
su sistema solar formando una cáscara
esférica de materia que rodea el Sol local
para que la valiosa luz solar no se pierda
casi toda en el espacio. Pintura de Jon
Lomberg.
Pero hay otra explicación que es consistente con todo lo que sa-
bemos. Si hace una gran cantidad de años emergió a 200 años luz de
distancia una civilización avanzada viajera de las estrellas y no
estuvo antes aquí, no tendría motivos para pensar que en la Tie-
rra haya algo especial. No hay objeto de la tecnología humana, ni
siquiera transmisiones de radio a la velocidad de la luz, que haya
tenido tiempo de recorrer 200 años luz. Desde su punto de vista
todos los sistemas estelares próximos tienen más o menos igual
atractivo para la exploración o la colonización. 4
Una civilización técnica emergente, después de explorar su sis-
tema planetario original y de desarrollar el vuelo espacial interes-
telar, empezaría a explorar de modo lento y por tanteo las estre-
llas cercanas. Algunas estrellas carecerán de planetas adecuados:
quizás todos serán mundos gaseosos gigantes o diminutos aste-
roides. Otros contarán con un séquito de planetas adecuados, pe-
ro algunos estarán ya habitados o la atmósfera será venenosa o el
clima inconfortable. En muchos casos los colonos tendrán que
cambiar un mundo –o como diríamos en casa, terraformarlo–
para hacerlo más adecuado y benigno. La reingenierización de un
planeta exigirá tiempo. Ocasionalmente se descubrirá o se colo-
nizará un mundo favorable de entrada. La utilización de los re-
cursos planetarios para construir localmente naves interestelares
será un proceso lento. Al final una misión de exploración y colo-
nización en segunda generación partirá hacia estrellas no visita-
das todavía. Y de este modo una civilización podrá abrirse paso
lentamente entre los mundos, como una enredadera.
Es posible que en una época posterior, con colonias de tercer
orden u orden superior desarrollando nuevos mundos, se descu-
brirá otra civilización independiente en expansión. Es muy posi-
ble que hubiera ya contactos por radio o por otros medios remo-
tos. Los recién llegados podrían ser un tipo diferente de sociedad
colonial. Es imaginable que dos civilizaciones en expansión de
exigencias planetarias diferentes se ignoren mutuamente, y que
4. Puede haber muchas motivaciones para ir a las estrellas. Si nuestro Sol o una
estrella próxima estuviera a punto de convertirse en supernova, un programa im-
portante de v uelos espaciales interestelares podría convertirse de repente en algo
atractivo. Si estuviéramos muy avanzados y se descubriera que el núcleogaláctico
iba a estallar de modo inminente, podría generarse incluso un interés serio por el
v uelo espacial transgaláctico o intergaláctico. Estos fenómenos cósmicos violentos
ocurren con la suficiente frecuencia para que no sean raras las civilizaciones nó-
madas viajeras del espacio. Incluso así, su llegada hasta nosotros continúa siendo
improbable.
Enciclopedia galáctica 309
Una gran nube de estrellas en la constelación de Sagitario, en la dirección del centrode la galaxia Vía Láctea.Las pistas de polvo
oscurecedor contienen moléculas orgánicas; algunas contienen estrellas en las primeras fases de formación. En esta fotografía
hay unos diez millones de estrellas. Según las estimaciones del presente capítulo, una de ellas es el sol de una civilización más
av anzada que la nuestra. (Cedida por los observ atorios Hale.)
310 Cosmos
Tres instantáneas de una película que
muestra la difusión, a través de una
pequeña región de la galaxia, de una
civ ilización viajera del espacio intereste-
lar, capaz de desplazarse recorriendo
únicamente en cada misión unos cuan-
tos años luz. Funda entonces una colonia
local que con posterioridad organiza
nuevas misiones. (Animación de Dov
Jacobson.)
sus formas afiligranadas de expansión se entrelacen sin entrar en
conflicto. Ambas podrían cooperar en la exploración de una pro-
vincia de la Galaxia. Incluso civilizaciones próximas podrían pa-sar
millones de años en empresas coloniales de ese tipo, conjun- tas o
separadas, sin tropezar nunca con un oscuro sistema solar. Ninguna
civilización puede probablemente sobrevivir a una fase de viajes
espaciales si no limita antes su número. Cualquier so- ciedad con
una notable explosión de población se verá obligada a dedicar todas
sus energías y su habilidad técnica a alimentar y cuidar de la
población de su planeta de origen. Esta conclusión es muy potente y
no se basa en absoluto en la idiosincrasia de una civilización
concreta. En cualquier planeta, sea cual fuere su bio- logía o su
sistema social, un aumento exponencial de población se tragará
todos los recursos. En cambio, toda civilización que se dedique a
una exploración y colonización interestelar seria tiene que haber
practicado durante muchas generaciones un crecimien-
to cero de población o algo muy próximo a él. Pero una civiliza-
ción con un ritmo lento en el crecimiento de su población necesi-
tará largo tiempo para colonizar muchos mundos, aunque des-
pués de encontrar algún fértil Edén se levanten las restricciones
que impiden un crecimiento rápido de la población.
Mi colega William Newman y yo hemos calculado que si hubiese
emergido hace un millón de años una civilización de viajeros es-
paciales con un ritmo de crecimiento lento de la población a dos-
cientos años luz de distancia y se hubiese extendido hacia el exte-
rior colonizando en su camino los mundos adecuados, hasta aho-
ra no estarían entrando sus naves estelares de exploración en
nuestro sistema solar. Si la civilización más próxima es más joven
de lo indicado, todavía no nos habrían alcanzado. Una esfera de
doscientos años luz de radio contiene 200 000 soles y quizás un
número comparable de mundos de posible colonización. Nuestro
sistema solar sería descubierto accidentalmente, si el proceso si-
gue un desarrollo normal, después de haberse colonizado 200
000 mundos más, y entonces se comprobaría que contiene una
civilización indígena.
¿Qué significa que una civilización tenga un millón de años de
edad? Tenemos radiotelescopios y naves espaciales desde hace
unas cuantas décadas; nuestra civilización técnica tiene unos
cuantos centenares de años de edad, las ideas científicas de tipo
moderno unos cuantos milenios, los seres humanos evoluciona-
ron en este planeta hace sólo unos millones de años. Si una civili-
zación sigue un ritmo semejante en cierto modo a nuestro actual
progreso técnico, una edad de millones de años significa estar
mucho más avanzados de nosotros que nosotros de un bebé bos-
quimano o de un macaco. ¿Podríamos captar siquiera su presen-
cia? ¿Estaría interesada en la colonización o en el vuelo intereste-
lar una sociedad que nos llevara un millón de años de adelanto?
La gente tiene su vida limitada en el tiempo por algún motivo. Un
progreso enorme en las ciencias biológicas y médicas permitiría
descubrir este motivo y aplicar los remedios correspondientes.
¿Es posible que la razón de nuestro interés por el vuelo espacial
sea que nos permite en cierto modo perpetuamos más allá de
nuestras vidas limitadas? ¿Podría una civilización compuesta por
seres fundamentalmente inmortales considerar la exploración in-
terestelar como algo en el fondo propio de niños? Quizás todavía no
nos han visitado porque las estrellas están esparcidas de modo
Enciclopedia galáctica 311
tan abundante en las profundidades del espacio que una civilización
próxima, antes de llegar, ya ha alterado sus motivaciones explorado-
ras o ha evolucionado dando formas que no podemos detectar.
Un tema estándar de la ciencia ficción y de la literatura sobre ov-
nis es suponer que los extraterrestres son más o menos capaces de lo
mismo que nosotros. Quizás disponen de un tipo distinto de nave
espacial o de un cañón de rayos, pero en las batallas y a la ciencia
ficción le gusta describir batallas entre civilizaciones ellos y nosotros
estamos más o menos igualados. De hecho es casi imposible que dos
civilizaciones galácticas entren en interacción al mismo nivel. En
cualquier enfrentamiento una de ellas dominará de modo absoluto a
la otra. Un millón de años son muchos años. Si llegara una civiliza-
ción avanzada a nuestro sistema solar, seríamos totalmente impo-
tentes ante ella. Su ciencia y su tecnología superarían en mucho a la
nuestra. Es inútil preocuparse sobre las posibles intenciones malé-
volas de una civilización avanzada con la cual podríamos entrar en
contacto. Es muy probable que el solo hecho de que hayan sobrevi-
vido tanto tiempo demuestra que han aprendido a vivir con ellos
mismos y con los demás. Quizás el miedo a un contacto extraterres-
tre sea una simple proyección de nuestro retraso, una expresión de
nuestra consciencia culpable ante nuestra historia pasada: los estra-
gos causados en civilizaciones que estaban sólo algo más atrasadas
que las nuestras. Recordemos a Colón y los arawaks, a Cortés y los
aztecas, incluso el destino de los tlingit en las generaciones posterio-
res a La Pérouse. Lo recordarnos y nos preocupamos. Pero si una
armada interestelar aparece en los cielos yo predigo que será muy
acomodaticio.
Es mucho más probable un tipo de contacto muy diferente: el caso
que ya hemos discutido en el cual nosotros recibimos un mensaje
rico y complejo, probablemente por radio, procedente de otra civili-
zación en el espacio, pero con la cual y por lo menos durante un
tiempo no entramos en contacto físico. En este caso la civilización
transmisora no dispone de medios para saber si hemos recibido el
mensaje. Si encontramos el contenido ofensivo o atemorizador, no
estamos obligados a contestar. Pero si el mensaje contiene informa-
ción valiosa, las consecuencias para nuestra civilización serán asom-
brosas: penetrar en la ciencia y la tecnología de los extraterrestres,
su arte, música, política, ética, filosofía y religión, y sobre todo con-
seguir una desprovincialización profunda de la condición humana.
Veremos qué cosas más son posibles.
Creo que la comprensión del mensaje interestelar será la parte más
fácil del problema, porque compartiremos ideas científicas y mate-
máticas con cualquier otra civilización. La parte difícil será conven-
cer al Congreso de los EE. UU. o al Consejo de ministros de la URSS
de que dé fondos para la búsqueda de inteligencias extraterrestres. 5
Quizás las civilizaciones puedan dividirse en el fondo en dos grandes
categorías: en una de ellas los científicos no consiguen convencer a
los no científicos para que autoricen la búsqueda de inteligencias
extraterrestres, y las energías se dirigen exclusivamente hacia de-
ntro, nadie pone en duda las percepciones convencionales y la so-
ciedad titubea y se repliega abandonando las estrellas; y en la otra
categoría es aceptada ampliamente la gran visión del contacto con
Una civilización colonial interestelar,
que se difunde de un sistema estelar a
otr6 dando saltos relativamente cortos
(verde) se encuentra con otra civiliza-
ción (rojo) capaz de realizar viajes más
largos. (Animación de Dov Jacobson.)
5. O a otros organismos nacionales. Consideremos esta declaración de un portavoz
del departamento británico de Defensa reproducida por el Observer de Londres el
26 de febrerode 1 978: "Cualquier mensaje transmitidodesde el espacioexterior está
bajola responsabilidad de la BBC y del Post Office. A ellos corresponde la responsa-
bilidad de detectar las emisiones ilegales. "
312 Cosmos
Mundos hipotéticos de la Encyclopaedia Galactica. Arriba derecha e izquierda: Un planeta y sus dos lunas con sus superficies
destruidas por una explosión de una supernova cercana. Centro izquierda y derecha: Un mundo oceánico semejante a la Tierra
con dos grandes lunas.Abajoizquierda:Un planeta terrestre con grandes obras de ingeniería visibles en su ladonocturno. Es una
civ ilización algo más avanzada que nosotros y que podría enviar nuestro primer mensaje interestelar de radio. Abajo a la dere-
cha: Una civilización todavía más avanzada que construye un sistema habitable en anilloalrededor de su planeta madre. (Pintu-
ras, respectiv amente, de Rick Sternbach, Dav id Egge, Rick Sternbach, Dav id Egge, John Allison y Jon Lomberg.)
Enciclopedia galáctica 313
314 Cosmos
Resumen posible de una civilización técni-
ca de reciente emergencia sacado de la
Encyclopaedia Galactica. (Por Jon Lom-
berg y el autor.)
otras civilizaciones y se emprende una búsqueda de gran enverga-
dura.
Ésta es una de las pocas empresas humanas en la cual incluso
un fracaso es un éxito. Si lleváramos a cabo una búsqueda riguro- sa
de señales de radio extraterrestres que abarcara millones de es-
trellas y al final no oyéramos nada, podríamos concluir diciendo
que las civilizaciones galácticas son como máximo muy raras, y ca-
libraríamos nuestro lugar en el universo. El hecho demostraría
elocuentemente lo raros que son los seres vivientes de nuestro
planeta, y subrayaría de un modo inigualado en la historia huma-
na el valor individual de cada ser humano. Si tuviéramos éxito, la
historia de nuestra especie y de nuestro planeta cambiaría para
siempre.
Sería fácil para los extraterrestres hacer un mensaje interestelar
artificial carente de ambigüedad. Por ejemplo los primeros núme-
ros primos, los números que sólo son divisibles por ellos mismos y
por la unidad son 1, 2, 3, 5, 7, 11, 13, 17, 19, 23. Es muy improbable
que cualquier proceso físico natural pueda transmitir mensajes de
radio que sólo contenga números primos. Si recibiéramos un
mensaje de este tipo deduciríamos que allí fuera hay una civiliza-
ción que por lo menos se entusiasma con los números primos. Pe- ro
el caso más probable es que la comunicación interestelar sea
Enciclopedia galáctica 315
una especie de palimsesto, como los palimsestos de antiguos escrito-
res que no disponían de papiro o piedra suficiente y sobreponían sus
mensajes a los ya existentes. Quizás en una frecuencia adyacente o
con un ritmo más rápido habrá otro mensaje que será una especie de
texto elemental, de introducción al lenguaje del discurso intereste-
lar. El texto elemental se irá repitiendo una y otra vez porque la
civilización transmisora no sabrá en absoluto cuándo empezaremos
a sintonizar el mensaje. Y luego, a un nivel más profundo del palim-
sesto, por debajo de la señal de sintonía y del texto elemental, habrá
el mensaje real. La tecnología de la radio permite que este mensaje
sea increíblemente rico. Quizás cuando lo sintonicemos nos encon-
traremos a mitad del volumen 3 267 de la Encyclopaedia Galactica.
Descubriremos entonces la naturaleza de otras civilizaciones.
Habrá muchas, compuestas cada cual por organismos asombrosa-
mente diferentes de cualquier organismo de nuestro planeta. Su
visión del universo será algo distinta. Tendrán diferentes funciones
artísticas y sociales. Estarán interesadas en cosas que nunca imagi-
namos. Al comparar nuestro conocimiento con el suyo, creceremos
de modo inmenso. Y después de distribuir la información recién
adquirida dentro de la memoria de una computadora, estaremos en
disposición de ver qué tipo de civilización vivió en qué lugar de la
Galaxia. Imaginemos una gran computadora galáctica, un almacén
de información, más o menos al día, sobre la naturaleza y activida-
des de todas las civilizaciones de la galaxia Vía Láctea, una gran bi-
blioteca de la vida en el Cosmos. Quizás entre las materias conteni-
das en la Encyclopaedia Galactica haya un conjunto de resúmenes
sobre estas civilizaciones, con una información enigmática, tentado-
ra, evocativa, incluso después de haber conseguido traducirla.
Al final, y después de haber esperado todo el tiempo que hubiése-
mos querido, nos decidiríamos a contestar. Transmitiríamos alguna
información sobre nosotros –sólo lo básico para empezar– que
sería el inicio de un largo diálogo interestelar, diálogo que nosotros
empezaríamos, pero que, a causa de las vastas distancias del espacio
interestelar y de la velocidad finita de la luz, sería continuado por
nuestros remotos descendientes. Y algún día, en un planeta de una
estrella muy distante, un ser muy diferente de nosotros solicitará un
ejemplar de la última edición de la Encyclopaedia Galactica y reci-
birá un poco de información sobre la última sociedad que entró en la
comunidad de civilizaciones galácticas.
Un emisario de la Tierra: el Apolo 14 dispuesto para su lanzamiento nocturno a la Luna. El mismo cohete y la misma tecnología
nuclear que, mal utilizada, puede provocar un holocausto global, puede llevarnos también a los planetas y las estrellas. (Foto de
Dennis Milon.)
Capítulo XIII
¿Quién
habla en nombre
de la Tierra?
¿Por qué motivo tendría que ocuparmeen buscar los secretos de las estrellas si ten-
go continuamente, ante mis ojos a la muerte y a la esclavitud?
Pregunta planteada a Pitágoras por Anaxímenes
(hacia 600 a. de C.), según MONTAIGNE
Qué vastitud la de estos orbes y qué poco considerable es comparada con ellos la
Tierra, el teatro sobre el cual se juegan todos nuestros poderosos designios, todas
nuestras navegaciones, y todas nuestras guerras. Una consideración muy pertinen-
te, y materia de reflexión para los reyes y príncipes que sacrifican las vidas de tan-
tas personas sólo para halagar su ambición y convertirse en dueños de algún la-
mentable rincón de este pequeño lugar.
CHRISTIA AN HUYGENS, Nuevas conjeturas referentes
a los mundos planetarios, sus habitantes y sus producciones, hacia 1690
“Al mundo entero –agregó nuestro Padre el Sol–, doy mi luz y mi resplandor, doy
calor a los hombres cuando tienen frío; hago que sus campos fructifiquen y que su
ganado se multiplique;cada día que paso doy la vuelta al mundo para estarmás en-
terado de las necesidades del hombre y para satisfacer estas necesidades. Seguid
mi ejemplo.”
Mito inca incluido en los Comentarios reales
de GARCILASO DE LA VEGA, 1556
Miramos hacia el pasado a través de millones incontables de años, y vemos la gran
voluntad de vivir que lucha por salir del fango situado entre las mareas, que lucha
de forma en forma y de poder en poder, que se arrastra por el suelo y luego camina
con confianza sobre él, que lucha de generación en generación por dominar el aire,
que se insinúa en las tinieblas de lo profundo; la vemos levantarse contra sí misma
con rabia y hambre y cambiar su forma por otra nueva, contemplamos cómo se nos
acerca y se hace más parecida a nosotros, cómo se expande, se elabora a sí misma,
318 Cosmos
persigue su objetivo inexorable e inconcebible, hasta alcanzamos al final
y latir su ser a través de nuestros cerebros y nuestras arterias... Es posi-
ble creer que todo el pasado no es más que el principio de un principio, y
que todo lo que es y ha sido es sólo el crepúsculo del alba. Es posible
creer que todo lo conseguido por la mente humana no es sino el sueño
antes del despertar... Surgirán... de nuestro linaje mentes que volverán
su atención a nosotros en nuestra pequeñez y nos conocerán mejor de lo
que nos conocemos nosotros. Llegará un día, un día en la sucesión infi-
nita de días, en que seres, seres que están ahora latentes en nuestros
pensamientos y escondidos en nuestros lomos, se erguirán sobre esta
tierra como uno se yergue sobre un escambel y reirán y con sus manos
alcanzarán las estrellas.
H. G. WELLS, “El descubrimiento del futuro”
Nature, 65,326(1902)
EL COSMOS NO FUE DESCUBIERTO HASTA AYER. Durante un millón de
años era evidente para todos que aparte de la Tierra no había
ningún otro lugar. Luego, en la última décima parte de un uno por
ciento de la vida de nuestra especie, en el instante entre Aris- tarco y
nosotros, nos dimos cuenta de mala gana de que no éra- mos el
centro ni el objetivo del universo, sino que vivíamos sobre un
mundo diminuto y frágil perdido en la inmensidad y en la
eternidad, a la deriva por un gran océano cósmico punteado aquí
y allí por centenares de miles de millones de galaxias y por mil
millones de billones de estrellas. Sondeamos valientemente en
las aguas y descubrimos que el océano nos gustaba, que resonaba
con nuestra naturaleza. Algo en nosotros reconoce el Cosmos
como su hogar. Estamos hechos de ceniza de estrellas. Nuestro
origen y evolución estuvieron ligados a distantes acontecimientos
cósmicos. La exploración del Cosmos es un viaje para autodescu-
brirnos.
Como ya sabían los antiguos creadores de mitos, somos hijos
tanto del cielo como de la Tierra. En nuestra existencia sobre este
planeta hemos acumulado un peligroso equipaje evolutivo, pro-
pensiones hereditarias a la agresión y al ritual, sumisión a los lí-
deres y hostilidad hacia los forasteros, un equipaje que plantea
algunas dudas sobre nuestra supervivencia. Pero también hemos
adquirido compasión para con los demás, amor hacia nuestros
hijos y hacia los hijos de nuestros hijos, el deseo de aprender de la
historia, y una inteligencia apasionada y de altos vuelos: herra-
mientas evidentes para que continuemos sobreviviendo y prospe-
rando. No sabemos qué aspectos de nuestra naturaleza predomi-
narán, especialmente cuando nuestra visión y nuestra compren-
sión de las perspectivas están limitadas exclusivamente a la Tie-
rra, o lo que es peor a una pequeña parte de ella. Pero allí arriba,
en la inmensidad del Cosmos, nos espera una perspectiva inesca-
pable. Por ahora no hay signos obvios de inteligencias extrate-
rrestres, y esto nos hace preguntamos si las civilizaciones como la
nuestra se precipitan siempre de modo implacable y directo hacia
la autodestrucción. Las fronteras nacionales no se distinguen
cuando miramos la Tierra desde el espacio. Los chauvinismos ét-
nicos o religiosos o nacionales son algo difíciles de mantener
cuando vemos nuestro planeta como un creciente azul y frágil que
se desvanece hasta convertirse en un punto de luz sobre el bastión
¿Quién habla en nombre de la Tierra? 319
La Gran Cadena del Ser. Entre átomos y copos de nieve a la escala de lo muy pequeño, y soles y galaxias a la escala de lo muy
grande,los hombres estamos tomandoconciencia de nuestrolugar en el Cosmos. (Pintura de Jon Lomberg.)
320 Cosmos
y la ciudadela de las estrellas. Viajar ensancha nuestras perspec-
tivas.
Hay mundos en los que nunca nació la vida. Hay mundos que
quedaron abrasados y arruinados por catástrofes cósmicas. No-
sotros hemos sido afortunados: estamos vivos, somos poderosos,
el bienestar de nuestra civilización y de nuestra especie está en
nuestras manos. Si no hablamos nosotros en nombre de la Tie-
rra, ¿quién lo hará? Si no nos preocupamos nosotros de nuestra
supervivencia, ¿quién lo hará?
La especie humana está emprendiendo ahora una gran aventura
que si tiene éxito será tan importante como la colonización de la
tierra o el descenso de los árboles. Estamos rompiendo de modo
vacilante y en vía de prueba las trabas de la Tierra: metafórica-
mente al enfrentamos con las admoniciones de los cerebros más
primitivos de nuestro interior y domarlos, físicamente al viajar a
los planetas y escuchar los mensajes de las estrellas. Estas dos
empresas están ligadas indisolublemente. Creo que cada una de
ellas es condición necesaria para la otra. Pero nuestras energías
se dirigen mucho más hacia la guerra. Las naciones, hipnotizadas
por la desconfianza mutua, sin casi nunca preocuparse por la es-
pecie o por el planeta, se preparan para la muerte. Y lo que
hacemos es tan horroroso que tendemos a no pensar mucho en
ello. Pero es imposible que resolvamos algo que no tomamos en
consideración.
Toda persona capaz de pensar teme la guerra nuclear, y todo es-
tado tecnológico la está planeando. Cada cual sabe que es una lo-
cura, y cada nación tiene una excusa. Hay una siniestra cadena
de causalidad: los alemanes estaban trabajando en la bomba al
principio de la segunda guerra mundial, y los americanos tuvie-
ron que hacer una antes que ellos. Si los americanos tienen la
bomba, los soviéticos deben tenerla también, y luego los británi-
cos, los franceses, los chinos, los indios, los pakistaníes... Hacia
finales del siglo veinte muchas naciones habían reunido armas
nucleares. Eran fáciles de idear. El material fisionable podía ro-
barse de los reactores nucleares. Las armas nucleares se convir-
tieron casi en una industria de artesanía nacional.
Las bombas convencionales de la segunda guerra mundial reci-
bieron el calificativo de revientamanzanas. Se llenaban con vein-
te toneladas de TNT y podían destruir una manzana de casas de
una ciudad. Todas las bombas lanzadas sobre todas las ciudades
en la segunda guerra mundial sumaron unos dos millones de to-
neladas, dos megatones, de TNT: Coventry y Rotterdam, Dresde y
Tokio, toda la muerte que llovió de los cielos entre 1939 y 1945,
un centenar de miles de revientamanzanas, dos megatones. A fi-
nes del siglo veinte, dos megatones era la energía que se liberaba
en la explosión de una sola bomba termonuclear más o menos del
montón: una bomba con la fuerza destructiva de la segunda gue-
rra mundial. Pero hay cientos de miles de armas nucleares.
Hacia la novena década del siglo veinte los misiles estratégicos y
las fuerzas de bombarderos de la Unión Soviética y de los Estados
Unidos apuntaban sus cabezas de guerra a más de 15 000 objeti-
vos designados. No había lugar seguro en todo el planeta. La
energía contenida en estas armas, en estos genios de la muerte
que esperaban pacientemente que alguien restregara las lámpa-
ras, era superior a 10 000 megatones: pero con toda su destruc-
ción concentrada de modo eficiente, no a lo largo de seis años si
¿Quién habla en nombre de la Tierra? 321
no en unas pocas horas, un revientamanzanas para cada familia del
planeta, una segunda guerra mundial nuclear cada segundo durante
toda una tarde de ocio.
Las causas inmediatas de muerte por un ataque nuclear son la on- da
explosiva, que pueden aplanar edificios fuertemente reforzados a
muchos kilómetros de distancia, la tempestad de fuego, los rayos
gamma y los neutrones que fríen de modo efectivo las entrañas de
un transeúnte. Una alumna de escuela que sobrevivió al ataque nu-
clear norteamericano contra Hiroshima, el acontecimiento que puso
final a la segunda guerra mundial, escribió este relato de primera
mano:
A través de una oscuridad como el fondo del infierno podía oír
las voces de las demás estudiantes que llamaban a sus madres.
Y en la base del puente, dentro de una gran cisterna que habí-
an excavado, estaba una madre llorando, aguantando por en-
cima de su cabeza un bebé desnudo quemado por todo el cuer-
po, de color rojo brillante. Y otra madre estaba llorando y so-
llozando mientras daba su pecho quemado a su bebé. En la
cisterna las estudiantes estaban de pie asomando sólo las cabe-
zas encima del agua, con las dos manos apretadas mientras
gritaban y chillaban implorando y llamando a sus padres. Pero
todas las personas que pasaban sin excepción, estaban heridas
y no había nadie, no había nadie a quien pedir ayuda. Y el pelo
chamuscado en las cabezas de las personas estaba rizado y
blancuzco y cubierto de polvo. No parecía que fueran perso-
nas, que fueran seres de este mundo.
La explosión de Hiroshima, al contrario de la subsiguiente explo-
sión de Nagasaki, fue una explosión en el aire muy por encima de la
Precipitación radiactiva en una guerra
nuclear. Estos puntos de lanzamiento de
misiles balísticos intercontinentales
Titán y Minuteman en el Medio oeste
norteamericano son, de entre 15 000
objetivos de un intercambio nuclear
completo, objetivos probables para un
ataque de superficie con un par de armas
termonucleares de un megatón. La ener-
gía liberada por estas dos únicas explo-
siones sería igual a toda la destrucción
causada en todo el mundo por toda la
av iación de la segunda guerra mundial.
La nube de escombros radiactivos sería
empujada por los v ientos dominantes
hacia la costa oriental de los Estados
Unidos, siguiendo el mismo camino de
los escombros v olcánicos del monte
Santa Helena después de su erupción de
1 980. El contorno exterior de la curva
incluye el área donde los fallecimientos
debidos únicamente a la precipitación
radiactiva superarían el 50 por ciento.
Horrores comparables sufriría la Unión
Sov iética por la explosión de dos bombas
de un megatón, por ejemplo en Ucrania
occidental. (Cedido por Scientific Ameri-
can. De Limited Nuclear War por Sid-
ney D. Drell y Frank Von Hippel. © de
Scientific American. Todos los derechos
reserv adas.)
322 Cosmos
superficie, de modo que la lluvia radiactiva fue insignificante. Pe-
ro el 1 de marzo de 1954 una prueba con armas termonucleares en
Bikini, en las islas Marshall, detonó a un rendimiento superior al
esperado. Se depositó una gran nube radiactiva sobre el pequeño
atolón de Rongalap, a 150 kilómetros de distancia, donde los habi-
tantes compararon la explosión a un Sol levantándose por el Oes-
te. Unas horas más tarde la ceniza radiactiva cayó sobre Rongalap
como nieve. La dosis media recibida fue de sólo 175 rads, algo in-
ferior a la mitad de la dosis necesaria para matar a una persona
normal. El atolón estaba lejos de la explosión y no murieron mu-
chas personas. Como es lógico, el estroncio radiactivo que comie-
ron se concentró en sus huesos y el yodo radiactivo se concentró
en sus tiroides. Dos tercios de los niños y un tercio de los adultos
desarrollaron más tarde anormalidades tiroideas, retraso en el
crecimiento y tumores malignos. Los habitantes de las islas Mars-
hall recibieron a cambio cuidados médicos especializados.
El rendimiento de la bomba de Hiroshima fue de sólo trece kilo-
tones, el equivalente a trece millares de toneladas de TNT. El ren-
dimiento de la prueba de Bikini fue de quince megatones. En un
intercambio nuclear completo, en el paroxismo de la guerra ter-
monuclear, caerían en todo el mundo el equivalente a un millón de
bombas de Hiroshima. Si se aplica el porcentaje de mortalidad de
Hiroshima de unas cien mil personas muertas por cada arma de
trece kilotones, sería suficiente para matar a cien mil millones de
personas. Pero a fines del siglo veinte había menos de cinco mil
millones de personas en el planeta. Desde luego que en un inter-
cambio de este tipo no todo el mundo morirá por la explosión y la
tormenta de fuego, la radiación y la precipitación radiactiva, aun-
que esta precipitación dura algo más de tiempo: el 90 por ciento
del estroncio 90 se habrá desintegrado en 96 años, el 90 por ciento
del cesio 137 en 100 años, el 90 por ciento del yodo 131 en sólo un
mes.
Los supervivientes vivirán consecuencias más sutiles de la gue-
rra. Un intercambio nuclear completo quemará el nitrógeno de la
parte superior del aire, convirtiéndolo en óxidos de nitrógeno, que
a su vez destruirán una porción significativa del ozono en la alta
atmósfera, con lo que ésta admitirá una dosis intensa de radiación
solar ultravioleta. 1 Este aumento en el flujo ultravioleta se man-
tendrá durante años. Producirá cáncer de la piel, preferentemente
en personas de piel clara. Y algo más importante: afectará la eco-
logía de nuestro planeta de un modo desconocido. La luz ultravio-
leta destruye las cosechas. Muchos microorganismos morirán, no
sabemos cuáles ni cuántos, o cuáles podrán ser las consecuencias.
No sabemos si los organismos muertos estarán precisamente en la
base de una vasta pirámide ecológica sobre cuya cima nos balan-
ceamos nosotros.
El polvo introducido en el aire en un intercambio nuclear com-
pleto reflejará la luz solar y enfriará un poco la Tierra. Basta un
pequeño enfriamiento para que las consecuencias en la agricultura
sean desastrosas. Los pájaros mueren más fácilmente por la ra-
diación que los insectos. Las plagas de insectos y los desórdenes
1 . El proceso es semejante, pero mucho más peligroso, que la destrucción de
capa de ozono por los gases propulsores fluorocarbónicos de los botes de spray
con aerosol, que por ellohan sidoprohibidos por algunas naciones; y semejante al
proceso imaginado para explicar la extinción de los dinosaurios después de una
explosión de supernov a a unas docenas de años luz de distancia.
¿Quién habla en nombre de la Tierra? 323
agrícolas adicionales que les seguirán serán una consecuencia pro-
bable de una guerra nuclear. Hay otro tipo de plaga preocupante: la
plaga de los bacilos es endémica en toda la Tierra. A fines del siglo
veinte los hombres no fallecían mucho a consecuencia de la plaga, y
no porque ésta faltara, sino porque la resistencia era elevada. Sin
embargo, la radiación producida en una guerra nuclear debilita el
sistema inmunológico del cuerpo, entre sus muchos otros efectos,
provocando una disminución de nuestra capacidad para resistir a la
enfermedad. A plazo más largo hay mutaciones, nuevas variedades
de microbios y de insectos que podrían causar todavía más proble-
mas a cualquier superviviente humano de un holocausto nuclear; y
quizás al cabo de un tiempo cuando ya ha pasado el tiempo suficien-
te para que se recombinen y se expresen las mutaciones recesivas,
haya nuevas y horrorizantes variedades de personas. La mayoría de
estas mutaciones al expresarse serán letales. Unas cuantas no. Y
luego habrá otras agonías: la pérdida de los seres queridos, las le-
giones de quemados, ciegos y mutilados; enfermedades, plagas, ve-
nenos radiactivos de larga vida en el aire y en el agua, la amenaza de
los tumores y de los niños nacidos muertos y malformados; la au-
sencia de cuidados médicos, la desesperada sensación de una civili-
zación destruida por nada, el conocimiento de que podíamos habe-
río impedido y no lo hicimos.
L. F. Richardson era un meteorólogo británico interesado en la
guerra. Quería comprender sus causas. Hay paralelos intelectuales
entre la guerra y el tiempo atmosférico. Los dos son complejos. Los
dos presentan regularidades, implicando con ello que no son fuerzas
implacables sino sistemas naturales que pueden comprenderse y
controlarse. Para comprender la meteorología global hay que reunir
primero un gran conjunto de datos meteorológicos; hay que descu-
brir cómo se comporta realmente el tiempo. Richardson decidió que
el sistema para llegar a comprender la guerra tenía que ser el mis-
mo. Por consiguiente reunió datos sobre centenares de guerras
acaecidas en nuestro pobre planeta entre 1820 y 1945.
Los resultados de Richardson se publicaron póstumamente en una
obra llamada Las estadísticas de las disputas mortales. Richardson
estaba interesado en saber el tiempo que hay que esperar para que
una guerra se lleve un número determinado de víctimas y para ello
definió un índice, M, la magnitud de una guerra, la medición del
número de muertes inmediatas que causa. Una guerra de magnitud
M = 3 podría ser una simple escaramuza, que mataría sólo a mil
personas (103). M = 5 o M = 6 denotan guerras más serias, en las
que mueren cien mil (105) personas o un millón (106). Las guerras
mundiales primera y segunda tuvieron magnitudes superiores. Ri-
chardson descubrió que cuantas más personas morían en una guerra
menos probable era que ocurriera, y más tiempo pasaría antes de
presenciarla, del mismo modo que las tormentas violentas son me-
nos frecuentes que un chaparrón. A partir de sus datos podemos
construir un gráfico (pág. 326) que muestra el tiempo promedio que
habría que haber esperado durante el siglo y medio pasado para
presenciar una guerra de magnitud M.
Richardson propuso que si se prolonga la curva hasta valores muy
pequeños de M, llegando a M = 0, ésta predice de modo aproximado
la incidencia mundial de los asesinatos; en algún lugar del mundo
alguien es asesinado cada cinco minutos. Según él los asesinatos
individuales y las guerras en gran escala son los dos extremos de un
continuo, una curva ininterrumpida. Se deduce no sólo en un senti
324 Cosmos
¿Quién habla en nombre de la Tierra? 325
La siniestra forma de la guerra nuclear: dos explosiones nucleares. Izquierda: Fotografía a gran velocidad de la onda explosiva en
expansión de un arma nuclear de fisión. Obsérvense los árboles en silueta.(Cedida por Harold Edgerton, Institutode Tecnología de
Massachusetts.)Derecha: La nube en forma de hongode una explosión termonuclear envía las futuras precipitaciones radiactivas a
la estratosfera,donde permanecen años. (Cedida por el Departamentode Energía de EE.UU.)
326 Cosmos
Diagrama de Richardson. El eje horizon-
tal muestra la magnitud de una guerra
(M=5 significa 105 personas muertas;
M=1 0 significa 1010, es decir, toda la
población del planeta). El eje vertical
indica el tiempo que hay que esperar
para que estalle una guerra de magnitud
M. La curva se basa en los datos de Ri-
chardson referentes a guerras entre 1820
y 1 945. Una extrapolación sencilla sugie-
re que se necesitarán unos milaños para
llegar a M=10 (1 820 + 1 000 = 2 820).
Pero la proliferación de armas nucleares
ha desplazado probablemente la curva
hacia la zona sombreada, y el tiempo de
espera para el Juicio Final puede ser
angustiosamente corto. La forma de la
curva de Richardson es controlable por
nosotros, pero sólo si los hombres están
dispuestos a asumir el desarme nuclear y
a reestructurar profundamente la comu-
nidad planetaria.
do trivial sino también según creo en un sentido psicológico muy
profundo que la guerra es un asesinato escrito en mayúscula.
Cuando nuestro bienestar se ve amenazado, cuando se ven desa-
fiadas nuestras ilusiones sobre nosotros mismos, tendremos –por
lo menos algunos– a estallar en rabias asesinas. Y cuando las
mismas provocaciones se aplican a estados nacionales, también
ellos estallan a veces en rabias asesinas, que fomentan con dema-
siada frecuencia los que buscan el poder o el provecho personales.
Pero a medida que la tecnología del asesinato mejora y que au-
menta el castigo de la guerra, hay que hacer que muchas personas
sientan simultáneamente rabias asesinas para poder pasar revista
a una guerra importante. Pero esto puede generalmente arreglar-
se, porque los órganos de comunicación de masas están a menudo
en manos del Estado. (La guerra nuclear es la excepción. Puede
ponerla en marcha un número muy reducido de personas.)
Tenemos aquí un conflicto entre nuestras pasiones y lo que a ve-
ces se llama nuestra mejor naturaleza; entre la parte antigua repti-
liana y profunda de nuestro cerebro, el complejo R, encargado de
las rabias asesinas, y las partes del cerebro mamíferas y humanas
evolucionadas más recientemente, el sistema límbico y la corteza
cerebral. Cuando los hombres vivían en pequeños grupos, cuando
nuestras armas eran relativamente modestas, un guerrero por ra-
bioso que estuviera sólo podía matar a unas cuantas personas. A
medida que nuestra tecnología mejoró, mejoraron también los
medios de guerra. En el mismo breve intervalo también nosotros
hemos mejorado. Hemos atemperado con la razón nuestras iras,
frustraciones y desesperaciones. Hemos mejorado a una escala
planetario injusticias que hasta hace poco eran globales y endémi-
cas. Pero nuestras armas pueden matar ahora miles de millones
de personas. ¿Hemos mejorado lo bastante rápido? ¿Estamos en-
señando la razón del modo más eficaz posible? ¿Hemos estudiado
valientemente las causas de la guerra?
Lo que se llama a menudo la estrategia de la disuasión nuclear
¿Quién habla en nombre de la Tierra? 327
se caracteriza por basarse en el comportamiento de nuestros antepa-
sados no humanos. Henry Kissinger, un político contemporáneo,
escribió: “La disuasión depende sobre todo de criterios psicológicos.
Para lograr la disuasión un bluff tomado en serio es más útil que una
amenaza seria interpretada como un bluff.” Sin embargo, un efecti-
vo bluff nuclear incluye posturas ocasionales de irracionalidad, un
distanciamiento de los horrores de la guerra nuclear. De este modo
el enemigo potencial se ve tentado a someterse en los puntos en dis-
puta en lugar de desencadenar una confrontación real, que el aura
de irracionalidad ha hecho plausible. El riesgo principal al adoptar
una pose creíble de irracionalidad es que para tener éxito en el en-
gaño hay que ser muy bueno. Al cabo de un rato uno se acostumbra.
Y deja de ser un engaño.
El equilibrio global de terror, promovido por los Estados Unidos y
la Unión Soviética, tiene como rehenes a los ciudadanos de la Tierra.
Cada parte traza unos límites a la conducta permisible de la otra. El
enemigo potencial recibe la seguridad de que transgredir el límite
supone una guerra nuclear. Sin embargo, la definición del límite va
cambiando con el tiempo. Cada parte ha de tener confianza en que
la otra entiende los nuevos límites. Cada parte está tentada de au-
mentar su ventaja militar, pero no de forma tan pronunciada que
alarme seriamente al otro. Cada parte explora continuamente los
límites de la tolerancia de la otra, como los vuelos de bombarderos
nucleares sobre los desiertos árticos, la crisis de los misiles en Cuba,
las pruebas de armas antisatélite, las guerras de Vietnam y Afganis-
tán: unas cuantas partidas de una lista larga y dolorosa. El equili-
brio global de terror es un equilibrio muy delicado. Depende de que
las cosas no se estropeen, de que no se cometan errores, de que las
pasiones reptilianas no se exciten seriamente.
Volvemos pues a Richardson. En el diagrama la línea continua es
el tiempo que hay que esperar para una guerra de magnitud M, es
decir el tiempo medio que tendríamos que esperar para presenciar
una guerra que mate a 10M personas (donde M representa el número de
ceros después del uno en nuestra aritmética exponencial usual).
Aparece también como una barra vertical a la derecha del diagrama
la población mundial en años recientes, que alcanzó mil millones de
personas (M = 9) hacia 1835 y que es ahora de unos 4 500 millones
de personas (M = 9.7). Cuando la curva de Richardson intersecta a
la barra vertical tenemos especificado el tiempo que hay que esperar
para el día del Juicio final, los años que transcurrirán hasta que la
población de la Tierra sea destruida en una gran guerra. De acuerdo
con la curva de Richardson y la extrapolación más simple sobre el
crecimiento futuro de la población humana, las dos curvas no se
cortan hasta el siglo treinta, más o menos y el Juicio final queda
aplazado.
Pero la segunda guerra mundial fue de magnitud 7.7 y murieron en
ella unos cincuenta millones de personas, personal militar y no
combatientes. La tecnología de la muerte avanzó de modo siniestro.
Se usaron por primera vez armas nucleares. Hay pocos indicios de
que las motivaciones y las propensiones hacia la guerra hayan dis-
minuido desde entonces, y tanto las armas convencionales como las
nucleares se han hecho mucho más mortíferas. Por lo tanto la parte
superior de la curva de Richardson se está desplazando hacia abajo
en una cantidad desconocida. Si su nueva posición ha quedado en
algún punto de la región sombreada de la figura, disponemos sola-
mente de unas cuantas décadas más hasta el día del Juicio final.
328 Cosmos
Una comparación más detallada de la incidencia de las guerras
antes y después de 1945 podría esclarecer esta cuestión. El tema
no es en absoluto trivial.
Es ésta otra manera sencilla de decir lo que ya sabemos desde
hace décadas: el desarrollo de las armas nucleares y sus sistemas
de entrega provocarán más tarde o más temprano un desastre
global. Muchos de los científicos norteamericanos y europeos
emigrados que desarrollaron las primeras armas nucleares que-
daron anonadados por el demonio que habían dejado suelto en
el mundo. Apelaron en favor de la abolición global de las armas
nucleares. Pero nadie les hizo caso: la perspectiva de una venta-
ja estratégica nacional galvanizó tanto a la URSS como a los Es-
tados Unidos y empezó la carrera de armas nucleares.
Durante el mismo período hubo un floreciente tráfico interna-
cional de las devastadoras armas no nucleares que se califican
tímidamente de convencionales. En los últimos veinticinco
años, el comercio internacional de armas ha subido desde 300
millones de dólares a mucho más de 20 000 millones, cifra ésta
corregida de inflación. En los años entre 1950 y 1968, para los
cuales parece que se dispone de buenas estadísticas, hubo, en
promedio y en todo el mundo, varios accidentes por año con par-
ticipación de armas nucleares, aunque quizás no más de una o
dos explosiones nucleares accidentales. Los grupos de presión
armamentista de la Unión Soviética, de los Estados Unidos y de
otras naciones son grandes y poderosos. En los Estados Unidos
incluyen a empresas importantes, famosas por sus productos ca-
si hogareños. Según una estimación, los beneficios de las em-
presas que fabrican armas militares son de un 30% a un 50% su-
periores a los de empresas en un mercado civil igualmente tec-
nológico pero competitivo. Aumentos de coste en los sistemas
de armas militares son aceptados en una escala que sería inacep-
table en la esfera civil. En la Unión Soviética los recursos, cali-
dad, atención y cuidados prodigados a la producción militar con-
trastan fuertemente con lo poco que queda para los bienes de
consumo. Según algunas estimaciones casi la mitad de los cien-
tíficos y altos tecnólogos de la Tierra están empleados de modo
total o parcial en cuestiones militares. Quienes participan en el
desarrollo y fabricación de armas de destrucción masiva reciben
salarios, participación en el poder e incluso si es posible honores
públicos en los niveles más altos existentes en sus sociedades
respectivas. El secreto que envuelve el desarrollo de armas, lle-
vado a extremos extravagantes en la Unión Soviética, implica
que las personas con estos empleos casi nunca tienen que acep-
tar la responsabilidad de sus acciones. Están protegidos y son
anónimos. El secreto militar hace que lo militar sea en cualquier
sociedad el sector más difícil de controlar por los ciudadanos. Si
ignoramos lo que hacen, es muy difícil detenerlos. Los premios
son tan sustanciosos, y los grupos de presión militares de países
hostiles mantienen un abrazo mutuo tan siniestro, que al final el
mundo descubre que se está deslizando hacia la destrucción de-
finitiva de la empresa humana.
Cada gran potencia tiene alguna justificación ampliamente di-
fundida para conseguir y almacenar armas de destrucción masi-
va, a menudo incluyendo un recordatorio reptiliano del supuesto
carácter y de los defectos culturales de enemigos potenciales (al
contrario de nosotros, gente sana), o de las intenciones de los
¿Quién habla en nombre de la Tierra? 329
demás, y nunca de las nuestras, de conquistar el mundo. Cada na-
ción parece tener su conjunto de posibilidades prohibidas, en las
que hay que prohibir a toda costa que sus ciudadanos y partidarios
piensen seriamente. En la Unión Soviética están el capitalismo,
Dios, y la renuncia a la soberanía nacional; en los Estados Unidos, el
socialismo, el ateísmo y la renuncia a la soberanía nacional. Sucede
lo mismo en todo el mundo.
¿Cómo explicaríamos la carrera global de armas a un observador
extraterrestre desapasionado? ¿Cómo justificaríamos los desarrollos
desestabilizadores más recientes de los satélites matadores, las ar-
mas con rayos de partículas, lásers, bombas de neutrones, misiles de
crucero, y la propuesta de convertir áreas equivalentes a pequeños
países en zonas donde esconder misiles balísticas intercontinentales
entre centenares de señuelos? ¿Afirmaremos que diez mil cabezas
nucleares con sus correspondientes objetivos pueden aumentar
nuestras perspectivas de supervivencia? ¿Qué informe presentaría-
mos sobre nuestra administración del planeta Tierra? Hemos oído
las racionalizaciones que aducen las superpotencias nucleares. Sa-
bemos quién habla en nombre de las naciones. Pero ¿quién habla en
nombre de la especie humana? ¿Quién habla en nombre de la Tie-
rra?
Unas dos terceras partes de la masa del cerebro humano están en
la corteza cerebral, dedicada a la intuición y a la razón. Los hombres
hemos evolucionado de modo gregario. Nos encanta la compañía de
los demás; nos preocupamos los unos de los otros. Cooperamos. El
altruismo forma parte de nuestro ser. Hemos descifrado brillante-
mente algunas estructuras de la Naturaleza. Tenemos motivaciones
suficientes para trabajar conjuntamente y somos capaces de idear el
sistema adecuado. Si estamos dispuestos a incluir en nuestros cál-
culos una guerra nuclear y la destrucción total de nuestra sociedad
global emergente, ¿no podríamos también imaginar la reestructura-
ción total de nuestras sociedades? Desde una perspectiva extrate-
rrestre está claro que nuestra civilización global está a punto de fra-
casar en la tarea más importante con que se enfrenta: la preserva
La atmósfera superior del planeta Tierra,
v ista al anochecer. Una guerra nuclear
total destruiría parcialmente la capa
protectora de ozono y la estratosfera se
llenaría de escombros radiactivos. Un
v isitantede otromundopreferiría quizás
pasar de largo. {Cedida por la NASA.)
330 Cosmos
ción de las vidas y del bienestar de los ciudadanos del planeta. ¿No
deberíamos pues estar dispuestos a explorar vigorosamente en ca- da
nación posibles cambios básicos del sistema tradicional de
hacer las cosas, un rediseño fundamental de las instituciones eco-
nómicas, políticas, sociales y religiosas?
Enfrentados con una alternativa tan inquietante, nos sentimos
tentados continuamente a minimizar la gravedad del problema, de
afirmar que quienes se inquietan por el día del Juicio son unos
alarmistas; de asegurar que los cambios fundamentales en nues-
tras instituciones no son prácticos o están en contra de la “natura-
leza humana”, como si la guerra nuclear fuera práctica, o como si
sólo hubiera una naturaleza humana. Una guerra nuclear a toda
escala no se ha dado nunca. Se supone de algún modo que según
esto no se dará nunca. Pero sólo podemos pasar una vez por esta
experiencia. En aquel momento será demasiado tarde para refor-
mular la estadística.
Los Estados Unidos son uno de los pocos gobiernos que apoyan
realmente una agencia destinada a invertir el curso de la carrera
de armamentos. Pero los presupuestos comparados del Departa-
mento de Defensa (1 5 3 000 millones de dólares por año en 1980)
y de la Agencia para el Control de Armas y el Desarme (18 millones de
dólares por año) nos recuerdan la importancia relativa que
hemos asignado a las dos actividades. ¿No gastaría más dinero una
sociedad racional en comprender y prevenir que en prepararse pa-
ra la siguiente guerra? Es posible estudiar las causas de la guerra.
Actualmente nuestra comprensión de ella es limitada, probable-
mente porque los presupuestos de desarme desde la época de Sar-
gón de Akkad han sido entre inefectivos e inexistentes. Los mi-
crobiólogos y los médicos estudian las enfermedades principal-
mente para curar a las personas. Raramente se dedican a hacer
propaganda del patógeno. Estudiamos la guerra como si fuera una
enfermedad de la infancia, como la denominó Einstein de modo
pertinente. Hemos alcanzado el punto en que la proliferación de
las armas nucleares y la resistencia contra el desarme nuclear
amenazan a todas y cada una de las personas del planeta. Ya no
hay intereses especiales o casos especiales. Nuestra supervivencia
depende de que comprometamos nuestra inteligencia y nuestros
recursos en una escala masiva para asumir nuestro propio destino,
para garantizar que la curva de Richardson no se desplace hacia la
derecha.
Nosotros, los rehenes nucleares –todos los pueblos de la Tierra–
tenemos que educarnos sobre la guerra convencional y nuclear.
Luego tenemos que educar a nuestros gobiernos. Tenemos que
aprender la ciencia y la tecnología que proporcionan las únicas
herramientas concebibles de nuestra supervivencia. Tenemos que
estar dispuestos a desafiar valientemente la sabiduría convencio-
nal social, política, económica y religiosa. Tenemos que hacer to-
dos los esfuerzos posibles para comprender que nuestros compa-
ñeros, que los ciudadanos de todo el mundo, son humanos. No
hay duda que estos pasos son difíciles. Pero como replicó Einstein
muchas veces cuando alguien rechazaba sus sugerencias por no
prácticas o no consistentes con la naturaleza humana: ¿Qué otra
alternativa hay?
Es característico de los mamíferos que acaricien a sus hijos, con
el hocico o con las manos, que los abracen, los soben, los mimen,
¿Quién habla en nombre de la Tierra? 331
los cuiden y los amen, un comportamiento que es esencialmente
desconocido entre los reptiles. Si es realmente cierto que el comple-
jo R y el sistema límbico viven en una tregua incómoda dentro de
nuestros cráneos y que continúan compartiendo sus antiguas predi-
lecciones, podríamos esperar que la indulgencia paterna animara
nuestras naturalezas de mamífero y que la ausencia de afecto físico
impulsara el comportamiento reptiliano. Algunas pruebas apuntan
en este sentido. Harry y Margaret Harlow han descubierto en expe-
riencias de laboratorio que los monos criados enjaulas y físicamente
aislados aunque pudiesen ver, oír y oler a sus compañeros simios
desarrollaban toda una gama de características taciturnas, retiradas,
autodestructivas y en definitiva anormales. Se observa lo mismo en
los hijos de personas que se han criado sin afecto físico
–normalmente en instituciones– donde es evidente que sufren mu-
cho.
El neurosicólogo James W. Prescott ha llevado a cabo un análisis
estadístico transcultural sorprendente de 400 sociedades preindus-
triales y ha descubierto que las culturas que derrochan afecto físico
en sus hijos tienden a no sentir inclinación por la violencia. Incluso
las sociedades en las que no se acaricia mucho a los niños desarro-
llan adultos no violentos siempre que no repriman la actividad
sexual de los adolescentes. Prescott cree que las culturas con pre-
disposición a la violencia están compuestas por individuos a los que
se ha privado de los placeres del cuerpo durante por lo menos una
de las dos fases críticas de la vida, la infancia y la adolescencia. Allí
donde se fomenta el cariño físico, son apenas visibles el robo, la reli-
gión organizada y las ostentaciones envidiosas de riqueza; donde se
castiga físicamente a los niños tiende a haber esclavitud, homicidios
frecuentes, torturas y mutilaciones de los enemigos, cultivo de la
inferioridad de la mujer, y la creencia en uno o más seres sobrenatu-
rales que intervienen en la vida diaria.
No comprendemos de modo suficiente la conducta humana para
estar seguros de los mecanismos en que se basan estas relaciones,
aunque podemos suponerlos. Pero las correlaciones son significati-
vas. Prescott escribe: “La probabilidad de que una sociedad se
vuelva físicamente violenta si es físicamente cariñosa con sus hijos y
tolera el comportamiento sexual premarital es del dos por ciento. La
probabilidad de que esta relación sea causal es de 125000 contra
uno. No conozco otra variable del desarrollo que tenga un grado tan
elevado de validez predictiva.” Los niños tienen hambre de afecto
físico; los adolescentes sienten un fuerte impulso hacia la actividad
sexual. Si los jóvenes pudiesen decidir quizás se desarrollarían so-
ciedades en las que los adultos tolerarían poco la agresión, la territo
Madres sustitutas para monos. Las crías
de mono, si pueden escoger entre dos
madres sustitutas ―una estructura de
alambre equipada con una botella de
leche, y la misma estructura cubierta de
paño y con una botella de leche― esco-
gen sin dudar esta última.Los hombres y
los demás primates tienen una necesi-
dad, genéticamente determinada, de
interacción social y de amor y calor físi-
cos. (Cedida por Harry F. Harlow, Labo-
ratorio de Primates de la Universidad de
Wisconsin.)
332 Cosmos
rialidad, el ritual y la jerarquía social (aunque en el curso de su
crecimiento los niños podrían muy bien experimentar estos
comportamientos reptilianos). Si Prescott está en lo cierto, en
una era de armas nucleares y de contraceptivos eficientes, los
abusos contra los niños y la represión sexual severa son críme-
nes contra la humanidad. Está claro que se necesita ahondar
más en esta tesis provocativa. Mientras tanto cada uno de noso-
tros puede contribuir de modo personal y no polémico al futuro
del mundo abrazando tiernamente a nuestros niños.
Si las inclinaciones hacia la esclavitud y el racismo, la misogi-
nia y la violencia están relacionadas –tal como sugieren el carác-
ter individual y la historia humana, así como los estudios trans-
culturales–, queda margen para un poco de optimismo. Todos
estamos rodeados por cambios recientes y fundamentales de la
sociedad. En los dos últimos siglos se ha eliminado casi del to-
do, en una revolución que ha conmovido a todo el planeta, la ab-
yecta esclavitud, con sus miles o más años de vida. Las mujeres,
tratadas durante milenios con aire protector, privadas tradicio-
nalmente de poder político y económico real, se están convir-
tiendo paulatinamente, incluso en las sociedades más atrasadas,
en compañeras iguales de los hombres. Por primera vez en la
historia moderna, se consiguió detener grandes guerras de agre-
sión gracias en parte a la revulsión experimentada por los ciuda-
danos de las naciones agresoras. Las antiguas exhortaciones en
bien del fervor nacionalista y del orgullo patriotero han empeza-
do a perder su efectividad. Los niños reciben un trato mejor en
todo el mundo, quizás gracias al aumento del nivel de vida. En
unas pocas décadas han empezado a producirse cambios globa-
les radicales en la dirección precisa para la supervivencia huma-
na. Se está desarrollando una nueva consciencia que reconoce
que somos una especie.
“La superstición es cobardía ante lo Divino”, escribió Teofras-
to, que vivió durante la fundación de la Biblioteca de Alejandría.
Habitamos un universo donde los átomos se fabrican en los cen-
tros de las estrellas, donde cada segundo nacen mil soles, donde
la vida nace entre estallidos gracias a la luz solar y a los relámpa-
gos en los aires y las aguas de planetas jóvenes; donde la materia
prima de la evolución biológica se fabrica a veces en la explosión
de una estrella a medio camino del centro de la Vía Láctea, don-
de una cosa tan bella como una galaxia se forma cien mil millo-
nes de veces: un Cosmos de quasars y de quarks, de copos de
nieve y de luciérnagas, donde puede haber agujeros negros y
otros universos y civilizaciones extraterrestres cuyos mensajes
de radio pueden estar alcanzando en este momento la Tierra.
¡Qué pálidas son en comparación con esto las pretensiones de la
superstición y de la seudociencia! ¡Qué importante es que haga-
mos progresar y comprendamos la ciencia, esta empresa caracte-
rísticamente humana!
Cada aspecto de la naturaleza revela un profundo misterio y
provoca en nosotros una sensación de maravilla y de reverencia.
Teofrasto estaba en lo cierto. Quienes se asustan del universo tal
como es, quienes proclaman un conocimiento inexistente y con-
ciben un Cosmos centrado en los seres humanos, preferirán los
consuelos pasajeros de la superstición. En vez de enfrentarse
con el mundo, lo evitan. Pero quienes tienen el valor de explorar
el tejido y la estructura del Cosmos, incluso cuando defiere de
¿Quién habla en nombre de la Tierra? 333
modo profundo de sus deseos y prejuicios, penetrarán en sus miste-
rios más profundos.
No hay ninguna otra especie en la Tierra que haga ciencia. Hasta
ahora es una invención totalmente humana, que evolucionó por se-
lección natural en la corteza cerebral por una sola razón: porque
funciona. No es perfecta. Puede abusarse de ella. Es sólo una
herramienta. Pero es con mucho la mejor herramienta de que dis-
ponemos, que se autocorrige, que sigue funcionando, que se aplica a
todo. Tiene dos reglas. Primera: no hay verdades sagradas; todas
las suposiciones se han de examinar críticamente; los argumentos de
autoridad carecen de valor. Segunda: hay que descartar o revisar
todo lo que no cuadre con los hechos. Tenemos que comprender el
Cosmos tal como es y no confundir lo que es con lo que queremos
que sea. Lo obvio es a veces falso, lo inesperado es a veces cierto.
Las personas comparten en todas partes los mismos objetivos cuan-
do el contexto es lo suficientemente amplio. Y el estudio del Cosmos
proporciona el contexto más amplio posible. La actual cultura glo-
bal es una especie de arrogante advenedizo. Llega a la escena plane-
tario siguiendo a otros actos que han tenido lugar durante cuatro mil
quinientos millones de años, y después de echar un vistazo a su al-
rededor, en unos pocos miles de años, se declara en posesión de ver-
dades eternas. Pero en un mundo que está cambiando tan de prisa
como el nuestro, esto constituye una receta para el desastre. No es
imaginable que ninguna nación, ninguna religión, ningún sistema
económico, ningún sistema de conocimientos tenga todas las res-
puestas para nuestra supervivencia. Ha de haber muchos sistemas
sociales que funcionarían mucho mejor que los existentes hoy en
día. Nuestra tarea, dentro de la tradición científica, es encontrarlos.
Sólo en un punto de la historia pasada hubo la promesa de una.
civilización científica brillante. Era beneficiaria del Despertar jóni-
co, y tenía su ciudadela en la Biblioteca de Alejandría, donde hace 2
000 años las mejores mentes de la antigüedad establecieron las ba-
ses del estudio sistemático de la matemática, la física, la biología, la
Reconstrucción de los armarios de la
Gran Biblioteca de Alejandría. En su
época de máximo esplendor contenía
más de medio millón de volúmenes, casi
todos los cuales se han perdido irreme-
diablemente.
astronomía, la literatura, la geografía y la medicina. Todavía esta-
mos construyendo sobre estas bases. La Biblioteca fue construida y
sostenida por los Tolomeos, los reyes griegos que heredaron la por
334 Cosmos
ción egipcia del imperio de Alejandro Magno. Desde la época de
su creación en el siglo tercero a. de C. hasta su destrucción siete si-
glos más tarde, fue el cerebro y el corazón del mundo antiguo.
Alejandría era la capital editorial del planeta. Como es lógico no
había entonces prensas de imprimir. Los libros eran caros, cada
uno se copiaba a mano. La Biblioteca era depositaria de las copias
más exactas del mundo. El arte de la edición crítica se inventó allí. El
Antiguo Testamento ha llegado hasta nosotros principalmente a
través de las traducciones griegas hechas en la Biblioteca de Ale-
jandría. Los Tolomeos dedicaron gran parte de su enorme riqueza
a la adquisición de todos los libros griegos, y de obras de África,
Persia, la India, Israel y otras partes del mundo. Tolomeo III
Evergetes quiso que Atenas le dejara prestados los manuscritos
originales o las copias oficiales de Estado de las grandes tragedias
antiguas de Sófocles, Esquilo y Eurípides. Estos libros eran para
los atenienses una especie de patrimonio cultural; algo parecido a
las copias manuscritas originales y a los primeros folios de Sha-
kespeare en Inglaterra. No estaban muy dispuestos a dejar salir de
sus manos ni por un momento aquellos manuscritos. Sólo acepta-
ron dejar en préstamo las obras cuando Tolomeo hubo garantiza-
do su devolución con un enorme depósito de dinero. Pero Tolo-
meo valoraba estos rollos más que el oro o la plata. Renunció ale-
gremente al depósito y encerró del mejor modo que pudo los ori-
ginales en la Biblioteca. Los irritados atenienses tuvieron que con-
tentarse con las copias que Tolomeo, un poco avergonzado, no
mucho, les regaló. En raras ocasiones un Estado ha apoyado con
tanta avidez la búsqueda del conocimiento.
Los Tolomeos no se limitaron a recoger el conocimiento conoci-
do, sino que animaron y financiaron la investigación científica y de
este modo generaron nuevos conocimientos. Los resultados fue-
ron asombrosos: Eratóstenes calculó con precisión el tamaño de la
Tierra, la cartografió, y afirmó que se podía llegar a la India nave-
gando hacia el oeste desde España. Hiparco anticipó que las estre-
llas nacen, se desplazan lentamente en el transcurso de los siglos y
al final perecen; fue el primero en catalogar las posiciones y mag-
nitudes de las estrellas y en detectar estos cambios. Euclides creó
un texto de geometría del cual los hombres aprendieron durante
veintitrés siglos, una obra que ayudaría a despertar el interés de la
ciencia en Kepler, Newton y Einstein. Galeno escribió obras bási-
cas sobre el arte de curar y la anatomía que dominaron la medici-
na hasta el Renacimiento. Hubo también, como hemos dicho, mu-
chos más.
Alejandría era la mayor ciudad que el mundo occidental había
visto jamás. Gente de todas las naciones llegaban allí para vivir,
comerciar, aprender. En un día cualquiera sus puertos estaban
atiborrados de mercaderes, estudiosos y turistas. Era una ciudad
donde griegos, egipcios, árabes, sirios, hebreos, persas, nubios, fe-
nicios, italianos, galos e íberos intercambiaban mercancías e ideas.
Fue probablemente allí donde la palabra cosmopolita consiguió
tener un sentido auténtico: ciudadano, no de una sola nación, sino
del Cosmos. 2 Ser un ciudadano del Cosmos...
Es evidente que allí estaban las semillas del mundo moderno.
¿Qué impidió que arraigaran y florecieran? ¿A qué se debe que Oc
2. La palabra cosmopolita fue inventada por Diógenes, el filósofo racionalista y
críticode Platón.
¿Quién habla en nombre de la Tierra? 335
cidente se adormeciera durante mil años de tinieblas hasta que Co-
lón y Copérnico y sus contemporáneos redescubrieron la obra hecha en
Alejandría? No puedo daros una respuesta sencilla. Pero lo que
sí sé es que no hay noticia en toda la historia de la Biblioteca de que
alguno de los ilustres científicos y estudiosos llegara nunca a desa-
fiar seriamente los supuestos políticos, económicos y religiosos de su
sociedad. Se puso en duda la permanencia de las estrellas, no la
justicia de la esclavitud. La ciencia y la cultura en general estaban
reservadas para unos cuantos privilegiados. La vasta población de la
ciudad no tenía la menor idea de los grandes descubrimientos que
tenían lugar dentro de la Biblioteca. Los nuevos descubrimientos no
fueron explicados ni popularizados. La investigación les benefició
poco. Los descubrimientos en mecánica y en la tecnología del vapor
se aplicaron principalmente a perfeccionar las armas, a estimular la
superstición, a divertir a los reyes. Los científicos nunca captaron el
potencial de las máquinas para liberar a la gente. 3 Los grandes lo-
gros intelectuales de la antigüedad tuvieron pocas aplicaciones prác-
ticas inmediatas. La ciencia no fascinó nunca la imaginación de la
multitud. No hubo contrapeso al estancamiento, al pesimismo, a la
entrega más abyecta al misticismo. Cuando al final de todo, la
chusma se presentó para quemar la Biblioteca no había nadie capaz de
detenerla.
El último científico que trabajó en la Biblioteca fue una matemáti-
ca, astrónomo, física y jefe de la escuela neoplatónica de filosofía: un
extraordinario con unto de logros para cualquier individuo de cual-
quier época. Su nombre era Hipatia. Nació en el año 370 en Ale-
jandría. Hipatia, en una época en la que las mujeres disponían de
pocas opciones y eran tratadas como objetos en propiedad, se movió
libremente y sin afectación por los dominios tradicionalmente mas-
culinos. Todas las historias dicen que era una gran belleza. Tuvo
muchos pretendientes pero rechazó todas las proposiciones matri-
moniales. La Alejandría de la época de Hipatia –bajo dominio ro-
mano desde hacía ya tiempo– era una ciudad que sufría graves ten-
siones. La esclavitud había agotado la vitalidad de la civilización
clásica. La creciente Iglesia cristiana estaba consolidando su poder e
intentando extirpar la influencia y la cultura paganas. Hipatia esta-
ba sobre el epicentro de estas poderosas fuerzas sociales. Cirilo, el
arzobispo de Alejandría, la despreciaba por la estrecha amistad que
ella mantenía con el gobernador romano y porque era un símbolo de
cultura y de ciencia, que la primitiva Iglesia identificaba en gran
parte con el paganismo. A pesar del grave riesgo personal que ello
suponía, continuó enseñando y publicando, hasta que en el año 415,
cuando iba a trabajar, cayó en manos de una turba fanática de feli-
greses de Cirilo. La arrancaron del carruaje, rompieron sus vestidos
y, armados con conchas marinas, la desollaron arrancándole la car-
ne de los huesos. Sus restos fueron quemados, sus obras destruidas,
su nombre olvidado. Cirilo fue proclamado santo.
La gloria de la Biblioteca de Alejandría es un recuerdo lejano. Sus
últimos restos fueron destruidos poco después de la muerte de
Hipatia. Era como si toda la civilización hubiese sufrido una opera-
ción cerebral infligida por propia mano, de modo que quedaron ex
Línea temporal de algunas de las perso-
nas, máquinas y acontecimientos descri-
tos en esta obra.La máquina de Anticite-
ra era una calculadora astronómica
desarrollada en la antigua Grecia. Herón
de Alejandría experimentó con motores
de v apor. El v acío en la mitad del dia-
grama constituye una gran oportunidad
que la especie humana desaprov echó.
3. Con la única excepción de Arquímedes, quien durante su estancia en la Bibliote-
ca alejandrina inventó el tomillo de agua, que se usa todavía hoy en Egipto para
regar los campos de cultivo. Pero también él consideró estos aparatos mecánicos
como algo muy por debajo de la dignidad de la ciencia.
336 Cosmos
tinguidos irrevocablemente la mayoría de sus memorias, descu-
brimientos, ideas y pasiones. La pérdida fue incalculable. En al-
gunos casos sólo conocemos los atormentadores títulos de las
obras que quedaron destruidas. En la mayoría de los casos no
conocemos ni los títulos ni los autores. Sabemos que de las 123
obras teatrales de Sófocles existentes en la Biblioteca sólo sobre-
vivieron siete. Una de las siete es Edipo rey. Cifras similares
son válidas para las obras de Esquilo y de Eurípides. Es un poco
como si las únicas obras supervivientes de un hombre llamado
William Shakespeare fueran Coriolano y Un cuento de invierno,
pero supiéramos que había escrito algunas obras más, descono-
cidas por nosotros pero al parecer apreciadas en su época, obras
tituladas Hamlet, Macbeth, Julio César, El rey Lear, Romeo y
Julieta.
No queda ni un solo rollo procedente del contenido físico de
aquella gloriosa Biblioteca. En la moderna Alejandría pocas per-
sonas poseen una apreciación aguda, y mucho menos un cono-
cimiento detallado de la Biblioteca alejandrina o de la gran civi-
lización egipcia que la precedió durante miles de años. Aconte-
cimientos más recientes y otros imperativos culturales han to-
mado la primacía. Lo propio es cierto en todo el mundo. El con-
tacto que tenemos con nuestro pasado es muy tenue. Y sin em-
bargo, a cuatro pasos de los restos del Serapeo hay recuerdos de
muchas civilizaciones: esfinges enigmáticas del Egipto faraónico,
una gran columna erigida al emperador romano Diocleciano por
un lacayo provincial porque impidió que los ciudadanos de Ale-
jandría murieran totalmente de hambre; una iglesia cristiana,
muchos minaretes, y el sello de la civilización industrial moder-
na: bloques de apartamentos, automóviles, autobuses, suburbios
urbanos, una torre de enlace de microondas. Hay un millón de
hilos del pasado entretejidos formando las cuerdas y cables del
mundo moderno.
Nuestros logros se basan en los logros de 40 000 generaciones de
predecesores humanos nuestros, de los cuales, excepto una
diminuta fracción, ignoramos el nombre y los olvidamos. De vez en
cuando damos por azar con una civilización importante, como
la antigua cultura de Ebla, que floreció hace sólo unos miles de
años y sobre la cual lo ignorábamos todo. ¡Qué ignorantes somos
de nuestro pasado! Inscripciones, papiros, libros, enlazan a la
especie humana a través del tiempo y nos permiten oír las voces
dispersas y los gritos lejanos de nuestros hermanos y hermanas,
de nuestros antepasados. ¡Y qué placer reconocer que se parecen
tanto a nosotros!
Hemos dedicado la atención de este libro a algunos de nues-
tros antepasados cuyos nombres se han perdido: Eratóstenes,
Demócrito, Aristarco, Hipatia, Leonardo, Kepler, Newton, Huy-
gens, Champollion, Humason, Goddard, Einstein, todos perte-
necientes a la cultura occidental, porque la civilización científica
que está emergiendo en nuestro planeta es principalmente una
civilización occidental; pero todas las culturas –China, India, Á-
frica occidental, América central– han hecho contribuciones im-
portantes a nuestra sociedad global y tuvieron sus pensadores
semanales. Gracias a los avances tecnológicos en comunicacio-
nes, nuestro planeta está en las fases finales del proceso que lo
convertirá al galope en una sociedad global única y entrelazada.
Si podemos conseguir la integración de la Tierra sin borrar las
¿Quién habla en nombre de la Tierra? 337
diferencias culturales ni destruirnos, habremos logrado una gran
cosa.
Cerca del lugar que ocupó la Biblioteca alejandrina hay actual-
mente una esfinge sin cabeza esculpida en la época del faraón
Horemheb, en la dinastía dieciocho, un milenio antes de Alejandro.
Desde este cuerpo leonino se ve fácilmente una moderna torre de
enlace por microondas. Entre ellos corre el hilo ininterrumpido de
la historia de la especie humana. De la esfinge a la torre hay un ins-
tante de tiempo cósmico: un momento dentro de los quince mil mi-
llones de años, más o menos, que han transcurrido desde el big
bang. Los vientos del tiempo se han llevado casi todo rastro del pa-
so del universo de entonces al de ahora. Las pruebas de la evolución
cósmica han quedado asoladas de modo más absoluto que los rollos
de papiro de la Biblioteca alejandrina. Y sin embargo, gracias al
valor y a la inteligencia, hemos llegado a vislumbrar algo de este
camino serpenteante por el cual han avanzado nuestros antepasados
y nosotros mismos.
El Cosmos careció de forma, durante un número desconocido de
eras que siguieron a la efusión explosiva de materia y energía del big
bang. No había galaxias, ni planetas, ni vida. En todas partes había
una oscuridad profunda e impenetrable, átomos de hidrógeno en el
vacío. Aquí y allí estaban creciendo imperceptiblemente acumula-
ciones más densas de gas, se estaban condensando globos de mate-
ria: gotas de hidrógeno de masa superior a soles. Dentro de estos
globos de gas se encendió por primera vez el fuego nuclear latente
en la materia. Nació una primera generación de estrellas que inun-
dó el Cosmos de luz. No había todavía en aquellos tiempos planetas
que pudieran recibir la luz, ni seres vivientes que admiraran el res-
plandor de los cielos. En el profundo interior de los hornos estelares
la alquimia de la fusión nuclear creó elementos pesados, las cenizas de
la combustión del hidrógeno, los materiales atómicos para cons-
truir futuros planetas y formas vivas. Las estrellas de gran masa
agotaron pronto sus reservas de combustible nuclear. Sacudidas por
explosiones colosales, retornaron la mayor parte de su sustancia al
tenue gas de donde se habían condensado. Allí, en las nubes oscuras
y exuberantes entre las estrellas, se estaban formando nuevas gotas
constituidas por muchos elementos, generaciones posteriores de
estrellas que estaban naciendo. Cerca de ellas crecieron gotas más
pequeñas, cuerpos demasiado pequeños para encender el fuego nu-
clear, pequeñas gotas en la niebla estelar que seguían su camino
para formar los planetas. Y entre ellos había un mundo pequeño de
piedra y de hierro, la Tierra primitiva.
La Tierra, después de coagularse y de calentarse, liberó los gases de
metano, amoníaco, agua e hidrógeno que habían quedado encerra-
dos en su interior, y formó la atmósfera primitiva y los primeros
océanos. Luz estelar procedente del Sol bañó y calentó la Tierra
primigenio, provocó tempestades, generó relámpagos y truenos. Los
volcanes se desbordaron de lava. Estos procesos fragmentaron las
moléculas de la atmósfera primitiva; los fragmentos se juntaron de
nuevo dando formas cada vez más complejas, que se disolvieron en
los primitivos océanos. Al cabo de un tiempo los mares alcanzaron
la consistencia de una sopa caliente y diluida. Se organizaron molé-
culas, y se dio impulso a complejas reacciones químicas, sobre la
superficie de arcillas. Y un día surgió una molécula que por puro
accidente fue capaz de fabricar copias bastas de sí misma a partir de las
demás moléculas del caldo. A medida que pasaba el tiempo sur
338 Cosmos
gían moléculas autorreproductoras más complicadas y precisas.
El cedazo de la selección natural favoreció las combinaciones más
aptas para ser reproducidas de nuevo. Las que copiaban mejor
producían más copias. Y el primitivo caldo oceánico se fue dilu-
yendo a medida que se consumía y se transformaba en condensa-
ciones complejas de moléculas orgánicas autorreproductoras. La
vida había empezado de modo paulatino e imperceptible.
Evolucionaron plantas unicelulares, y la vida empezó a generar su
propio alimento. La fotosíntesis transformó la atmósfera. Se
inventó el sexo. Formas que antes vivían libres se agruparon para
constituir una célula compleja con funciones especializadas. Evo-
lucionaron los receptores químicos, y el Cosmos pudo catar y oler.
Organismos unicelulares evolucionaron dando colonias multicelu-
lares, que elaboraban sus diversas partes transformándolas en sis-
temas de órganos especializados. Evolucionaron ojos y oídos, y
ahora el Cosmos podía ver y oír. Las plantas y los animales descu-
brieron que la tierra podía sostener la vida. Los organismos zum-
baban, se arrastraban, barrenaban, rodaban, se deslizaban, se agi-
taban, temblaban, escalaban y flotaban. Bestias colosales hacían
resonar las junglas humeantes. Emergieron pequeñas criaturas,
nacidas vivas y no en recipientes de cáscara dura, con un fluido
parecido a los primeros océanos que les recorrían las venas. So-
brevivieron gracias a su rapidez y a su astucia. Y luego, hace sólo
un momento, unos determinados animales arbóreos se bajaron de
los árboles y se dispersaron. Su postura se hizo erecta y se enseña-
ron a sí mismos el uso de herramientas, domesticaron otros ani-
males, plantas y el fuego, e idearon el lenguaje. La ceniza de la al-
quimia estelar estaba emergiendo ahora en forma de consciencia.
A un ritmo cada vez más acelerado inventó la escritura, las ciuda-
des, el arte y la ciencia y envió naves espaciales a los planetas y a
las estrellas. Éstas son algunas de las cosas que los átomos de
hidrógeno hacen si se les da quince mil millones de años de evolu-
ción cósmica.
Suena como un mito épico, y con razón. Pero es simplemente
una descripción de la evolución cósmica tal como la ciencia de
nuestro tiempo nos la revela. Somos difíciles de conseguir y un
peligro para nosotros mismos. Pero cualquier historia de la evolu-
ción cósmica demuestra con claridad que todas las criaturas de la
Tierra, lo último que ha manufacturado la industria del hidrógeno
galáctico, son seres dignos de aprecio. En otras partes pueden
haber otras transmutaciones de la materia, igualmente asombro-
sas, y por esto intentamos captar, esperanzados, un zumbido en el
cielo.
Hemos sostenido la idea peculiar de que una persona o una so-
ciedad algo diferente de nosotros, seamos quienes seamos, es algo
extraño o raro, de lo cual hay que desconfiar o que ha de repug-
narnos. Pensemos en las connotaciones negativas de palabras
como forastero o extranjero. Y sin embargo los monumentos y
culturas de cada una de nuestras civilizaciones representan sim-
plemente maneras diferentes del ser humano. Un visitante extra-
terrestre que estudiara las diferencias entre los seres humanos y
sus sociedades, encontraría estas diferencias triviales en compara-
ción con las semejanzas. Es posible que el Cosmos esté poblado
por seres inteligentes. Pero la lección darviniana es clara: no
habrá humanos en otros lugares. Solamente aquí. Sólo en este
pequeño planeta. Somos no sólo una especie en peligro sino una
¿Quién habla en nombre de la Tierra? 339
especie rara. En la perspectiva cósmica cada uno de nosotros es
precioso. Si alguien está en desacuerdo contigo, déjalo vivir. No
encontrarás a nadie parecido en cien mil millones de galaxias.
La historia humana puede entenderse como un lento despertar a la
consciencia de que somos miembros de un grupo más amplio. Al
principio nos debimos lealtad a nosotros mismos y a nuestra familia
inmediata, luego a bandas de cazadores-recolectores nómadas, luego
a tribus, pequeños asentamientos, estados-ciudad, naciones. Hemos
ampliado el círculo de las personas a las cuales amamos. Hemos
organizado ahora lo que calificamos modestamente de superpoten-
cias, que incluyen grupos de personas de orígenes étnicos y culturas
divergentes que en cierto sentido trabajan unidas; lo cual es desde
luego una experiencia humanizadora y formadora del carácter. Para
poder sobrevivir tenemos que ampliar todavía más el ámbito de
nuestra lealtad para incluir a la comunidad humana entera, a todo el
planeta Tierra. Muchos de los que gobiernan las naciones encuen-
tran desagradable una idea así. Temerán perder poder. Tendremos
ocasión de oír muchos discursos sobre traición y deslealtad. Las
naciones Estado ricas tendrán que compartir su riqueza con las po-
bres. Pero nuestra alternativa, como dijo H. G. Wells en un contexto
diferente, es claramente o el universo o nada.
Hace unos pocos millones de años no había hombres. ¿Quién es-
tará aquí dentro de unos cuantos millones de años? En los 4 600
millones de años de la historia de nuestro planeta puede decirse que
nunca salió nada de él. Pero ahora diminutas naves espaciales ex-
ploradoras sin tripulación procedentes de la Tierra se están despla-
zando, relucientes y elegantes, a través del sistema solar. Hemos
llevado a cabo un reconocimiento preliminar de veinte mundos, en-
tre ellos todos los planetas visibles a simple vista, todas estas lumi-
narias nocturnas y errantes que provocaron en nuestros antepasa-
dos el deseo de comprender y el éxtasis. Si sobrevivimos, nuestra
época será famosa por dos motivos: porque en este momento peli-
groso de la adolescencia técnica conseguimos evitar la autodestruc-
ción, y porque es ésta la época en que iniciamos nuestro camino
hacia las estrellas.
La elección es dura e irónica. Los mismos cohetes impulsores
utilizados para lanzar sondas a los planetas están instalados y a pun-
to para enviar cabezas de guerra nucleares a las naciones. Las fuen-
tes radiactivas de energía en los Viking y Voyager derivan de la
misma tecnología que fabrica armas nucleares. Las técnicas de ra-
dio y de radar utilizadas para seguir y guiar misiles balísticas y para
defenderse contra ataques se utilizan también para controlar y diri-
gir las naves espaciales hacia los planetas y para escuchar señales de
civilizaciones cercanas a otras estrellas. Si utilizamos estas tecnolo-
gías para destruimos, es seguro que no nos aventuraremos más
hacia los planetas y las estrellas. Pero la inversa es también cierta.
Si continuamos hacia los planetas y las estrellas, nuestro chauvinis-
mo recibirá un golpe más. Ganaremos una perspectiva cósmica.
Reconoceremos que nuestras exploraciones sólo pueden llevarse a
cabo en beneficio de toda la gente que habita el planeta Tierra. In-
vertiremos nuestras energías en una empresa dedicada no a la
muerte sino a la vida: la expansión de nuestra comprensión de la
Tierra y de sus habitantes y la búsqueda de vida en otros lugares. La
exploración espacial –con tripulación y sin ella– utiliza muchas de
las mismas capacidades tecnológicas y organizativas, y exige las
mismas cualidades de valor y de osadía que la empresa de la guerra.
340 Cosmos
Exploración por radar de dos mundos. La superficie de Venus, envuelta perpetuamente por las nubes, se revela por primera vez a
escala global en estos mapas. Los datos fueron obtenidos por el vehículo orbital Pioneer Venus, que transmitió una señal de radar
por encima mismo de las nubes de Venus a la superficie inferior; luego detectó la señal reflejada. El planeta presenta montañas,
cráteres y dos grandes continentes elevados (en color naranja) Ishtar Terra y Aphrodite Terra. Arriba a la derecha aparece una vi-
sión artística de Ishtar Terra.Las naves espaciales Venera 9 y 10 aterrizaron cerca de Beta Regio. Los espacios negros son regiones
que todavía no se han explorado por radar. Un aparato parecido de radar, destinado a la exploración de Venus, se puso a prueba
sobre las junglas cubiertas de nubes de Guatemala y Belize,en la Tierra.El arqueólogoR. E. W. Adams descubriócon gran sorpresa
¿Quién habla en nombre de la Tierra? 341
(centro, derecha) una red intrincada de líneas rectas y curvas, desconocidas antes, que investigada luego sobre el terreno
resultóser un sistema de canales de los antiguos mayas (250a. de C. a 900).Son invisibles en las fotografías ordinarias de la
misma zona (abajo, derecha). Con esto queda explicado el misterio de cómo los mayas mantenían una alta civilización de
v arios millones de personas. Algunos historiadores creen que todas las altas civilizaciones de la Tierra empezaron con la
construcción de una red de canales (véase capítulo 5). La exploración de otros mundos sirve de muchas maneras para com-
prender mejor al nuestro. (Cedidas por la NASA.)
342 Cosmos
El presupuesto anual de las ciencias del
espacio en los Estados Unidos desde la
fundación de la NASA. Se han corregido
las cifras de inflación, convirtiéndolas en
dólares de 1 961. El aumento experimen-
tadoa principios de los años 1 970 refleja
el desarrollo de la misión Viking a Mar-
te. Un programa vigorosode exploración
planetaria y la búsqueda por radio de
inteligencias extraterrestres costaría en
estas unidades un dólar aproximada-
mente al año por cada ciudadano de los
EE. UU.
Si llegara una época de auténtico desarme antes de la guerra nu-
clear, estas exploraciones permitirán que los grupos de presión
militar e industrial de las grandes potencias se comprometan al fi-
nal en una empresa intachable. Los intereses comprometidos en
la preparación de la guerra podrían reinvertirse fácilmente en la
exploración del Cosmos.
Un programa razonable –y a pesar de todo ambicioso– de ex-
ploración sin tripulaciones de los planetas es caro. La tabla de la
página 342 muestra el presupuesto de las ciencias espaciales en los
Estados Unidos. Los gastos comparables de la Unión Soviética
son unas cuantas veces superiores. Estas sumas representan uni-
das el equivalente de dos o tres submarinos nucleares por década,
o los costes adicionales no previstos de un único sistema de ar-
mamento en un solo año. En el último trimestre de 1979 el coste del
programa de construcción del avión U.S.F./A-18 aumentó en 5
100 millones de dólares, y el del F-16 en 3 400 millones. Se ha
gastado bastante menos en los programas planetarios no tripula-
dos de los Estados Unidos y de la Unión Soviética, conjuntamente
y desde su inicio, que en los vergonzosos derroches del bombardeo
de los EE.UU. sobre Camboya entre 1970 y 1975, una decisión de
política nacional que costo 7 000 millones de dólares. El coste to-
tal de una misión como la del Viking a Marte o la del Voyager al
sistema solar exterior es inferior a la de la invasión soviética de Af-
ganistán en 1979 1980. El dinero gastado en la exploración espa-
cial, gracias al empleo técnico y al estímulo que supone para la alta
tecnología, tiene un efecto multiplicador sobre la economía. Un
estudio sugiere que por cada dólar gastado en los planetas retor-
nan siete dólares a la economía nacional. Y sin embargo, hay mu-
chas misiones importantes y totalmente factibles que no se han in-
tentado por falta de fondos: entre ellas vehículos terrestres para
que exploren la superficie de Marte, una cita cometaria, sondas de
aterrizaje en Titán y una búsqueda a plena escala de señales de ra-
dio procedentes de otras civilizaciones del espacio.
El coste de proyectos importantes del espacio –por ejemplo ba-
ses permanentes en la Luna o la exploración humana de Marte–
es tan grande que no creo que se intenten en un futuro muy cerca-
no si no conseguimos progresos espectaculares en el desarme nu-
clear y “convencional”. Incluso en este caso es probable que haya
necesidades más urgentes en la Tierra. Pero no dudo que si evi
¿Quién habla en nombre de la Tierra? 343
Dos huellas humanas. Arriba, en Tanzania, hace 3.6 millones de años. Abajo, en el Mare Tranquilitatis, 1969. (Cedida por
Mary Leakey y la NationalGeographic Society,y por la NASA.)
344 Cosmos
¿Quién habla en nombre de la Tierra? 345
tamos la autodestrucción, más tarde o más temprano llevaremos a
cabo estas misiones. Es casi imposible mantener una sociedad está-
tica. Hay una especie de interés sicológico compuesto: basta una
pequeña tendencia a las economías, a volverle la espalda al Cosmos,
para que el resultado sumado al cabo de muchas generaciones sea
una decadencia señalada. Y a la inversa, basta un ligero compromi-
so para aventurarse más allá de la Tierra –en lo que siguiendo a
Colón podríamos denominar “la empresa de las estrellas”– para
que se acumule al cabo de muchas generaciones y dé una presencia
humana señalada en otros mundos, el placer de participar en el
Cosmos.
Hace unos 3.6 millones de años, en lo que es actualmente el norte de
Tanzania, un volcán entró en erupción; la nube resultante de ce-
nizas cubrió la sabana de los alrededores. En 1979 la paleoantropó-
loga Mary Leakey descubrió en estas cenizas huellas de pies, huellas
de pies que según ella son de un primitivo homínido, quizás de un
antepasado de todos nosotros, habitantes de la Tierra actual. Y a
380 000 kilómetros de distancia, en una llanura plana y seca que los
hombres en un momento de optimismo llamaron Mar de la Tranqui-
lidad, hay otra huella de pie dejada por el primer hombre que cami-
nó por otro mundo. Hemos llegado lejos en 3.6 millones de años, y
en 4 600 millones y en 15 000 millones.
Porque nosotros somos la encarnación local de Cosmos que ha cre-
cido hasta tener consciencia de sí. Hemos empezado a contemplar
nuestros orígenes: sustancia estelar que medita sobre las estrellas;
Conjuntos organizados de decenas de miles de billones de billones
de átomos que consideran la evolución de los átomos y rastrean el
largo camino a través del cual llegó a surgir la consciencia, por lo
menos aquí. Nosotros hablamos en nombre de la Tierra. Debemos
nuestra obligación de sobrevivir no sólo a nosotros sino también a
este Cosmos, antiguo y vasto, del cual procedemos.
El planeta madre de una civilización técnica emergente,que trata desesperadamente de evitar la autodestrucción. Este mundo
está siendo observado desde un puesto avanzado provisional cerca de su solitario satélite natural. La Tierra se desplaza unos
2.5 millones de kilómetros cada día alrededor del Sol; ocho veces más rápidamente todavía alrededor del centro de la galaxia
Vía Láctea, y quizás todavía el doble más de rápidoal caer la Vía Láctea hacia el cúmulode galaxias de Virgo.Hemos sidodesde
siempre viajeros del espacio. (Cedida por la NASA.)
AGRADECIMIENTOS
Además de las personas a quienes he dado ya las gracias en la introducción, estoy muy agradecido a las
muchas personas que contribuyeron generosamente con su tiempo y sus conocimientos a este libro, entre
ellos: Carol Lane, Myrna Talman y Jenny Arden; David Oyster, Richard Wells, Tom Weidlinger, Dennis
Gutiérrez, Rob McCain, Nancy Kinney, Janelle Balnicke, Judy Flannery y Susan Racho, del equipo de tele-
visión Cosmos; Nancy Inglis, Peter Mollman, Marylea O'Reilly y Jennifer Peters, de Random House; Paul
West por haberme prestado generosamente el título del Capítulo 5, y George Abell, James Allen, Barbara
Amago, Lawrence Anderson, Jonathon Arons, Ralton Arp, Asma el Bakri, J ames Blinn, Bart Bok, Zeddie
Bowen, John C. Brandt, Kenneth Brecher, Frank Bristow, John Callendar, Donald B. Campbell, Judith
Campbell, Elof Axel Carlson, Michael Carca, John Cassani, Judith Castagno, Catherine Cesarsky, Martin
Cohen, Judy- Lynn del Rey, Nicholas Devereux, Michael Devirian, Stephen Dole, Frank D. Drake, Frede-
rick C. Durant III, Richard Epstein, Von R. Eshleman, Ahmed Fahmy, Rerbert Friedman, Robert Frosch,
Jon Fukuda, Richard Gamrnon, Ricardo Giacconi, Thomas Gold, Paul Goldenberg, Peter Goldreich, Paul
Goldsmith, J. Richard Gott III, Stephen Jay Gould, Bruce Rayes, Raymond Reacock, Wulff Reintz, Arthur
Roag, Paul Rodge, Dorrit Roffieit, William Royt, Icko Iben, Mikhail Jaroszynski, Paul Jepsen, Tom Karp,
Bishun N. Khare, Charles Kohlhase, Edwin Krupp, Arthur Lane, Paul MacLean, Bruce Margon, Harold
Masursky, Linda Morabito, Edmond Momjian, Edward Moreno, Bruce Murcay, William Mumane, Thomas
A. Mutch, Kenneth Norris, Tobias Owen, Linda Paul, Roger Payne, Vahe Petrosian, James B. Pollack,
George Preston, Nancy Priest, Boris Ragent, Dianne Rennell, Michael Rowton, Allan Sandage, Fred Scarf,
Maarten Schmidt, Amold Scheibel, Eugen Shoemaker, Frank Shu, Nathan Sivin, Bradford Smith, Laurence
A. Soderblom, Ryron Spinrad, Edward Stone, Jeremy Stone, Ed Taylor, Kip S. Thome, Norman Thrower,
O. Brian Toon, Barbara Tuchman, Roger Ulrich, Richard Underwood, Peter van de Kamp, Jurrie J. Van der
Woude, Arthur Vaughn, Joseph Veverka, Relen Simpson Vishniac, Dorothy Vitaliano, Robert Wago-
ner, Pete Waller, Josephine Walsh, Kent Weeks, Donald Yeomans, Stephen Yerazunis, Louise Gray Young,
Rarold Zirin, y la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio (NASA). Agradezco también la
ayuda fotográfica especial prestada por Edwardo Castañeda y Billy.
Apéndice 1
LA REDUCCIÓN AL ABSURDO Y LA RAÍZ CUADRADA DE DOS
El argumento pitagórico original sobre la irracionalidad de la raíz cuadrada de 2 dependía de una clase de
argumento llamado reducción al absurdo: suponemos de entrada la verdad de una afirmación, seguimos
sus consecuencias y desembocamos en una contradicción, lo que nos permite determinar su falsedad.
Tomemos un ejemplo moderno y consideremos el aforismo del gran físico del siglo veinte, Niels Bohr: "Lo
contrario de cualquier gran idea es otra gran idea." Si la afirmación fuera cierta sus consecuencias podrí-
an ser como mínimo algo peligrosas. Consideremos por ejemplo lo contrario de la Regla de Oro evangéli-
ca, o de las prescripciones contra la mentira, o del precepto “no mataras”. Consideremos pues si el mismo
aforismo de Bohr es en sí una gran idea. Si así es, la afirmación contraria, "l0 contrario de cualquier gran
idea no es una gran idea" también debe ser cierta. Hemos llegado entonces a una reducción al absurdo. Si
la afirmación contraria es falsa podemos dejar de lado el aforismo porque ha confesado claramente que
no es una gran idea.
Presentamos aquí una versión moderna de la demostración de la irracionalidad de la raíz cuadrada de 2
utilizando la reducción al absurdo y un álgebra sencilla en lugar de la demostración exclusivamente geo-
métrica descubierta por los pitagóricos. El estilo del argumento, el modo de pensar, son por lo menos tan
interesantes como la conclusión:
Consideremos un cuadrado cuyos lados tienen una longitud unidad (un centímetro, un metro, un año luz,
lo que sea). La línea diagonal BC divide al cuadrado en dos triángulos, cada uno de los cuales contiene un
ángulo recto. En estos triángulos rectángulos es valido el teorema de Pitágoras: 12 + 12 = x2. Pero 12 + 12 =
12 + 12 = 2, por lo tanto x2 = 2 y escribiremos x = √2, raíz cuadrada de dos. Supongamos que √2 sea un
número racional: √2 = p/q , donde p y q son números enteros. Pueden ser tan grandes como queramos y
representar los números enteros que queramos. Podemos exigir desde luego que no tengan factores co-
munes. Si quisiéramos afirmar por ejemplo que √2 = 14/10, eliminaríamos el factor común 2 y escribi-
ríamos p = 7 y q = 5, no p = 14 y q = 10. Hay que eliminar cualquier factor común de numerador y deno-
minador antes de empezar. Tenemos para escoger un número infinito de pes y de qus. Si elevamos al
cuadrado los dos términos de la ecuación √2 = p/q , obtenemos 2 = p2/q2, y luego multiplicando ambos
términos de 'la ecuación por q2 llegamos a:
p2 = 2q2 (Ecuación 1)
Por lo tanto p2 es algún número multiplicado por 2. Es decir que p2 es un número par. Pero el cuadrado
de cualquier número impar es también impar (12 = 1, 32 = 9, 52 = 25, 72 = 49, etc.). Por lo tanto también
p ha de ser par, y podemos escribir p = 2s, siendo s algún entero. Si sustituimos este valor de p en la ecua-
ción (1) obtenemos:
p2 = (2s)2 = 4s2 = 2q2
Dividiendo ambos miembros de esta última igualdad por 2, obtenemos:
q2 = 2s2
Por lo tanto q2 es también un número par y se deduce por el mismo argumento utilizado con p que q tam- bién
es un número par. Pero si p y q son ambos números pares, ambos divisibles por 2, no se redujeron a
su mínimo común denominador, lo cual contradice uno de nuestros supuestos. Reducción al absurdo. El
argumento no puede decirnos que esté prohibido reducir los factores comunes, que 14/10 esté permitido
y en cambio 7/5 no lo esté. Luego el supuesto inicial ha de ser erróneo; p y q no pueden ser números en-
teros, y √2 es irracional. De hecho √2 = 1.4142135...
¡Qué conclusión más asombrosa e inesperada! ¡Qué demostración más elegante! Sin embargo los pita-
góricos se sintieron obligados a ocultar este gran descubrimiento.
Apéndice 2
LOS CINCO SÓLIDOS PITAGÓRICOS
Un polígono (que significa en griego "de muchos ángulos") regular es una figura bidimensional con un
cierto número n de lados iguales. Si n = 3, el polígono es un triángulo equilátero; si n = 4 es un cuadrado;
si n = 5 es un pentágono, etc. Un poliedro (que significa en griego "de muchas caras") es una figura tridi-
mensional cuyas caras son todas polígonos: un cubo, por ejemplo, cuyas caras son 6 cuadrados. Un polie-
dro simple, o sólido regular, es un poliedro sin agujeros. Un hecho fundamental en la obra de los pitagóri-
cos y de Johannes Kepler es que sólo hay y puede haber 5 sólidos regulares. La demostración más fácil
deriva de una relación descubierta mucho después por Descartes y por Leonhard Euler que relaciona el
número de caras, C, el número de aristas, A y el número de vértices, V, de un sólido regular
V – A + C = 2 (Ecuación 2)
En un cubo, por ejemplo, hay 6 caras (C= 6), y 8 vértices (V = 8),8 – A + 6 = 2, 14 – A = 2, y A = 12; la
ecuación (2) predice que el cubo tiene 12 aristas, y así es. Puede consultarse una demostración geométrica
sencilla de la ecuación (2) en la obra de Courant y Robbins citada en la bibliografía. A partir de la ecua-
ción (2) podemos demostrar que sólo hay cinco sólidos regulares.
Toda arista de un sólido regular es compartida por los lados de dos polígonos adyacentes. Imaginemos
de y nuevo el cubo en el cual cada arista hace de frontera entre dos cuadrados. Si contamos todos los la- dos
de todas las caras de un poliedro, nC, habremos contado dos veces todas las aristas. Por lo tanto
nC = 2A (Ecuación 3)
Sea r el número de aristas que convergen en cada vértice. En un cubo r = 3. También ahora cada arista
conecta dos vértices. Si contamos todos los vértices, rV, habremos contado del mismo modo dos veces ca-
da arista. Por lo tanto,
rV = 2ª (Ecuación 4)
Si sustituimos los valores de V y C de las ecuaciones (3) y (4), en la ecuación (2) obtenemos
2A 2A
A 2
r n
Si dividimos ambos términos de esta ecuación por 2A, tendremos
1 1 1 1



(Ecuación 5)
n r 2 A
Sabemos que n es 3 o más, porque el polígono más simple es el triángulo, con tres lados. Sabemos tam-
bién que r es 3 o más, porque en un vértice dado de un poliedro se encuentran por lo menos 3 caras. Si
tanto n como r fueran simultáneamente más de 3, el primer término de la ecuación (5) sería inferior a
2/3, y la ecuación no podría satisfacerse para cualquier valor positivo de A. Por lo tanto, y gracias a otro
argumento basado en la reducción al absurdo, o bien n = 3 y r vale 3 o más, o bien r= 3 y n vale 3 o más.
Si n = 3, la ecuación (5) se convierte en (1/3)+ (1/r) = (1/2)+ (1/A), o bien:
1 1 1


(Ecuación 6)
r A 6
Es decir, que en este caso r sólo puede ser igual a 3, 4 o 5. (Si A valiese 6 o más, la ecuación no se cumpli-
ría.) Ahora bien, n = 3, r= 3 designa un sólido en el cual convergen en cada vértice 3 triángulos. La ecua-
ción (6) dice que este sólido tiene 6 aristas, la ecuación (3) que tiene 4 caras, la ecuación (4) que tiene 4
vértices. Es evidente que se trata de la pirámide o tetraedro; si n = 3, r = 4 tenemos un sólido con 8 caras
en el cual convergen en cada vértice 4 triángulos, el octaedro; y si n = 3, r = 5 tenemos un sólido con 20
caras y con 5 triángulos convergiendo en cada vértice, el icosaedro (véase las figuras de la página 58).
Si r= 3, la ecuación (5) se convierte en:
1 1 1

n A 6
y utilizando argumentos semejantes n sólo puede ser igual a 3, 4 o 5. Si n = 3 tenemos de nuevo el tetrae-
dro; si n = 4 tenemos un sólido cuyas caras son 6 cuadrados, el cubo; y si n = 5 el sólido tiene 12 caras
formadas por pentágonos, el dodecaedro (véase las figuras de la página 184).
No hay más valores enteros posibles de n y r, y por lo tanto sólo hay 5 sólidos regulares, conclusión de-
ducida de la matemática más abstracta y bella, y que como hemos visto tuvo un impacto muy profundo
sobre los asuntos prácticos de la humanidad.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
(Las obras científicas de carácter más técnico llevan asterisco)
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Carl sagan Cosmos - parte 2

  • 1.
    El espinzazo dela noche, pintura de Jon Lomberg que describe una metáfora sobre la naturaleza de la Vía Láctea contada por el puebloiKung de la República de Botswana.
  • 2.
    Capítulo VII El espinazo dela noche Llegaron a un agujero redondo en el cielo... que resplandecía como el fuego. Esto, dijo el Cuervo, era una estrella. Mito esquimal de la creación Preferiría comprender una sola causa que ser Rey de Persia. DEMÓCRITO DE ABDERA Pero Aristarco de Samos sacó un libro conteniendo algunas hipótesis, en el cual las premisas conducían al resultado de que el tamaño del universo es muchas veces superior a lo que ahora recibe este nombre. Sus hipótesis son que las estrellas fijas y el Sol se mantienen inmóviles, que la Tierra gira alrededor del Sol en la circunfe- rencia de un círculo, con el Sol situado en el centro de la órbita, y que la esfera de las estrellas fijas, situada alrededor del mismo centro que el Sol, es tan grande que el círculo en el cual supone que gira la Tierra está en la misma proporción a la dis- tancia de las estrellas fijas que el centro de la esfera a su superficie. ARQUÍMEDES, El calculador de arena Si se diera una fiel relación de las ideas del Hombre sobre la Divinidad, se vería obligado a reconocer que la palabra dioses se ha utilizado casi siempre para expre- sar las causas ocultas, remotas, desconocidas, de los efectos que presenciaba; que aplica este término cuando la fuente de lo natural, la fuente de las causas conocidas, deja de ser visible: tan pronto como pierde el hilo de estas causas, o tan pronto co- mo su mente se ve incapaz de seguir la cadena, resuelve la dificultad, da por termi- nada su investigación, y lo atribuye a sus dioses... Así pues, cuando atribuye a sus dioses la producción de algún fenómeno... ¿hace algo más, de hecho, que sustituir la oscuridad de su mente por un sonido que se ha acostumbrado a oír con un temor reverencial? PAUL HEINRICH DIETRICH, barón Von Holbach, Systéme de la Nature, Londres 1770
  • 3.
    168 Cosmos CUANDO YOERA PEQUEÑO VIVÍA en la sección de Bensonhurst de Brooklyn, en la ciudad de Nueva York. Conocía a fondo todo mi vecindario inmediato, los edificios, los palomares, los patios, las escalinatas de entrada, los descampados, los olmos, las barandas ornamentales, los vertederos de carbón y las paredes para jugar al frontón, entre ellas la fachada de ladrillo de un teatro llamado Loew's Stillwell, que era inmejorable. Sabía dónde vivía mucha gente: Bruno y Dino, Ronald y Harvey, Sandy, Bemie, Danny, Jackie y Myra. Pero pasadas unas pocas travesías, al norte de la calle 86, con su retumbante tráfico de coches y su tren elevado, se extendía un territorio extraño y desconocido, que quedaba fuera de mis vagabundeas. Sabía yo tanto de aquellas zonas como de Marte. Aunque me fuera pronto a la cama, en invierno se podía ver a veces las estrellas. Me las miraba y las veía parpadeantes y leja- nas; me preguntaba qué eran. Se lo preguntaba a niños mayores y a adultos, quienes se limitaban a contestar: “Son luces en el cie- lo, chaval.” Yo ya veía que eran luces en el cielo, pero ¿qué eran? ¿Eran sólo lamparitas colgando de lo alto? ¿Para qué estaban allí? Me inspiraban una especie de pena: era un tópico cuya extrañeza de algún modo no afectaba a mis indiferentes compañeros. Tenía que haber alguna respuesta más profunda. Cuando tuve la edad correspondiente mis padres me dieron mi primera tarjeta de lector. Creo que la biblioteca estaba en la calle 85, un territorio extraño. Pedí inmediatamente a la bibliotecaria algo sobre las estrellas. Ella volvió con un libro de fotografías con los retratos de hombres y mujeres cuyos nombres eran Clark Ga- ble y Jean Harlow. Yo me quejé, y por algún motivo que entonces no entendí ella sonrió y me buscó otro libro: el libro que yo que- ría. Lo abrí ansiosamente y lo leí hasta encontrar la respuesta: el libro decía algo asombroso, una idea enorme. Decía que las estre- llas eran soles, pero soles que estaban muy lejos. El Sol era una estrella, pero próxima a nosotros. Imaginemos que cogemos el Sol y lo vamos alejando hasta que- dar convertido en un puntito parpadeante de luz. ¿A qué distancia habría que desplazarlo? En aquel entonces yo desconocía la no- ción de tamaño angular. Desconocía la ley del cuadrado inverso para la propagación de la luz. No tenía ni la más remota posibili- dad de calcular la distancia a las estrellas. Pero podía afirmar que si las estrellas eran soles, tenían que estar a una distancia muy grande: más lejos que la calle 85, más lejos que Manhattan, más lejos probablemente que Nueva Jersey. El Cosmos era mucho mayor de lo que yo había supuesto. Más tarde leí otra cosa asombrosa. La Tierra, que incluye a Brooklyn, es un planeta, y gira alrededor del Sol. Hay otros pla- netas. También giran alrededor del Sol; algunos están cerca de él y otros más lejos. Pero los planetas no brillan por su propia luz, como le sucede al Sol. Se limitan a reflejar la luz del Sol. Si uno se sitúa a una gran distancia le será imposible ver la Tierra. y los demás planetas; quedarán convertidos en puntos luminosos muy débiles perdidos en el resplandor del Sol. Bueno, en este caso, pensé yo, lo lógico era que las demás estrellas también tuvieran planetas, planetas que todavía no hemos detectado, y algunos de estos planetas deberían tener vida (¿por qué no?), una especie de vida probablemente diferente de la vida que conocemos aquí, en Brooklyn. Decidí pues que yo sería astrónomo, que aprendería
  • 4.
    El espinazo dela noche 169 cosas sobre las estrellas y los planetas y que si me era posible iría a visitarlos. Tuve la inmensa fortuna de contar con unos padres y con algunos maestros que apoyaron esta ambición rara, y de vivir en esta época, el primer momento en la historia de la humanidad en que empeza- mos a visitar realmente otros mundos y a efectuar un reconocimien- to a fondo del Cosmos. Si hubiese nacido en otra época muy ante- rior, por grande que hubiese sido mi dedicación no hubiese entendi- do qué son las estrellas y los planetas. No habría sabido que hay otros soles y otros mundos. Es éste uno de los mayores secretos, un secreto arrancado a la naturaleza después de un millón de años de paciente observación y de especulación audaz por parte de nuestros antepasados. ¿Qué son las estrellas? Preguntas de este tipo son tan naturales como la sonrisa de un niño. Siempre las hemos formulado. Nuestra época se diferencia en que por fin conocemos algunas de las res- puestas. Los libros y las bibliotecas constituyen medios fáciles para descubrir las respuestas. En biología hay un principio de aplicación poderosa, aunque imperfecta, que se llama recapitulación: en el de- sarrollo embrionario de cada uno de nosotros vamos siguiendo los pasos de la historia evolutiva de la especie. Creo que en nuestros propios desarrollos intelectuales existe también una especie de re- capitulación. Seguimos inconscientemente los pasos de nuestros antepasados remotos. Imaginemos una época anterior a la ciencia, una época anterior a las bibliotecas. Imaginemos una época situada a cientos de miles de años en el pasado. Éramos más o menos igual de listos, igual de curiosos, igual de activos en lo social y lo sexual. Pero todavía no se habían hecho experimentos, todavía no se habían hecho inventos. Era la infancia del género Homo. Imaginemos la época en que se descubrió el fuego. ¿Cómo eran las vidas de los hombres en aquel entonces? ¿Qué eran para nuestros antepasados las estrellas? A veces pienso, fantaseando, que hubo alguien que pensaba del modo siguiente: “Comemos bayas y raíces. Nueces y hojas. Y animales muertos. Algunos son animales que encontramos. Otros los cazamos. Sabe- mos qué alimentos son buenos y cuáles son peligrosos. Si comemos algunos alimentos caemos al suelo castigados por haberlo hecho. Nuestra intención no era hacer nada malo. Pero la dedalera y la cicuta pueden matarte. Nosotros amamos a nuestros hijos y a nues- tros amigos. Les advertimos para que no coman estos alimentos.” “Cuando cazamos animales, es posible que ellos nos maten a noso- tros. Nos pueden comer. 0 pisotear. 0 comer. Lo que los animales hacen puede significar la vida y la muerte para nosotros; su compor- tamiento, los rastros que dejan, las épocas de aparejarse y de parir, las épocas de vagabundeo. Tenemos que saber todo esto. Se lo con- tamos a nuestros hijos. Ellos se lo contarán luego a los suyos.” “Dependemos de los animales. Les seguimos: sobre todo en in- vierno cuando hay pocas plantas para comer. Somos cazadores iti- nerantes y recolectores. Nos llamamos pueblo de cazadores.” “La mayoría de nosotros se pone a dormir bajo el cielo o bajo un árbol o en sus ramas. Utilizamos para vestir pieles de animal: para calentamos, para cubrir nuestra desnudez y a veces de hamaca. Cuando llevamos la piel del animal sentimos su poder. Saltamos con la gacela. Cazamos con el oso. Hay un lazo entre nosotros y los animales. Nosotros cazamos y nos comemos a los animales. Ellos nos cazan y se nos comen. Somos parte los unos de los otros.”
  • 5.
    170 Cosmos “Hacemos herramientasy conseguimos vivir. Algunos de noso- tros saben romper las rocas, escamarlas, aguzarías y pulirlas, y además encontrarlas. Algunas rocas las atamos con tendones de animal a un mango de madera y hacemos un hacha. Con el hacha golpeamos plantas y animales. Atamos otras rocas a palos largos. Si nos estamos quietos y vigilantes a veces podemos aproximamos a un animal y clavarle una lanza.” “La carne se echa a perder. A veces estamos hambrientos y procuramos no damos cuenta. A veces mezclamos hierbas con la carne mala para ocultar su gusto. Envolvemos los alimentos que no se echan a perder con trozos de piel de animal. 0 con hojas grandes. 0 en la cáscara de una nuez grande. Es conveniente guardar comida y llevarla consigo. Si comemos estos alimentos demasiado pronto, algunos morirán más tarde de hambre. Te- nemos pues que ayudarnos los unos a los otros. Por éste y por muchos otros motivos tenemos unas regias. Todos han de obede- cer las reglas. Siempre hemos tenido regias. Las reglas son sa- gradas.” “Un día hubo una tormenta con muchos relámpagos y truenos y lluvia. Los pequeños tienen miedo de las tormentas. Y a veces tengo miedo incluso yo. El secreto de la tormenta está oculto. El trueno es profundo y potente; el relámpago es breve y brillante. Quizás alguien muy poderoso esté muy irritado. Creo que ha de ser alguien que esté en el cielo.” “Después de la tormenta hubo un chisporroteo y un crujido en el bosque cercano. Fuimos a ver qué pasaba. Había una cosa bri- llante, caliente y movediza, amarilla y roja. Nunca habíamos visto cosa semejante. Ahora le llamamos 'llama'. Tiene un olor espe- cial. En cierto modo es una cosa viva. Come comida. Si se le deja come plantas y brazos de árboles, incluso árboles enteros. Es fuerte. Pero no es muy lista. Cuando acaba toda su comida se muere. Es incapaz de andar de un árbol a otro a un tiro de lanza si no hay comida por el camino. No puede andar sin comer. Pero allí donde encuentra mucha comida crece y da muchas llamas hijas.” “Uno de nosotros tuvo una idea atrevida y terrible: capturar la llama, darle un poco de comer y convertirla en amiga nuestra. Encontramos algunas ramas largas de madera dura. La llama empezó a comérselas, pero lentamente. Podíamos agarrarlas por la punta que no tenía llama. Si uno corre deprisa con una llama pequeña, se muere. Sus hijos son débiles. Nosotros no corrimos. Fuimos andando, deseándole a gritos que le fuera bien. 'No te mueras' decíamos a la llama. Los otros cazadores nos miraban con ojos asombrados.” “Desde entonces siempre la hemos llevado con nosotros. Te- nemos una llama madre para alimentar lentamente a la llama y que no muera de hambre.1 La llama es una maravilla, y además es 1 . No hay que rechazar como un concepto primitivo esta idea del fuego como una cosa v iva que hay que proteger y cuidar. Se encuentra en la raíz de muchas civ ilizaciones modernas.En cada hogar de la Grecia y la Roma antiguas y entre los brahmanes de la antigua India había un hogar y un conjunto de reglas prescritas para cuidar de la llama. De noche se cubrían los carbones con ceniza para su ais- lamiento; en la mañana se le ponía leña menuda para revivir la llama. La muerte de la llama en el hogar se consideraba equivalente a la muerte de la familia. En estas tres c1ilturas, el ritual del hogar estaba relacionadocon el cultoa los antepa- sados. Éste es el origen de la llama perpetua,un símboloutilizadoampliamenteen ceremonias religiosas, conmemorativ as, políticas y atléticas en todo el mundo.
  • 6.
    El espinazo dela noche 171 útil; no hay duda que es un regalo de seres poderosos. ¿Son los mismos que los seres enfadados de la tormenta?” “La llama nos calienta en las noches frías. Nos da luz. Hace agu- jeros en la oscuridad cuando la Luna es nueva. Podemos reparar las lanzas de noche para la caza del día siguiente. Y si no estamos can- sados podemos vemos los unos a los otros y conversar incluso en las tinieblas. Además y esto es algo muy bueno el fuego mantiene ale- jados a los animales. Porque de noche pueden hacemos daño. A veces se nos han comido incluso animales pequeños, como hienas y lobos. Ahora esto ha cambiado. Ahora la llama mantiene a raya a los animales. Les vemos aullando suavemente en la oscuridad, me- rodeando con sus ojos relucientes a la luz de la llama. La llama les asusta. Pero nosotros no estamos asustados con ella. La llama es nuestra. Cuidamos de ella. La llama cuida de nosotros.” “El cielo es importante. Nos cubre, nos habla. Cuando todavía no habíamos encontrado la llama nos estirábamos en la oscuridad y mirábamos hacia arriba, hacia todos los puntos de luz. Algunos puntos se juntaban y hacían una figura en el cielo. Uno de nosotros podía ver las figuras mejor que los demás. Él nos enseñó las figuras de estrellas y los nombres que había que darles. Nos quedábamos sentados hasta muy tarde en la noche y explicábamos historias sobre las figuras del cielo: leones, perros, osos, cazadores. Otros, cosas más extrañas. ¿Es posible que fueran las figuras de los seres podero- sos del cielo, los que hacen las tormentas cuando se enfadan?” “En general el cielo no cambia. Un año tras otro hay allí las mis- mas figuras de estrellas. La Luna crece desde nada a una tajada del- gada y hasta una bola redonda, y luego retorna a la nada. Cuando la Luna cambia, las mujeres sangran. Algunas tribus tienen reglas co- ntra el sexo en algunos días del crecimiento y la mengua de la Luna. Algunas tribus marcan en huesos de cuerno los días de la Luna o los días en que las mujeres sangran. De este modo pueden preparar planes y obedecer sus reglas. Las reglas son sagradas.” “Las estrellas están muy lejos. Cuando subimos a una montaña o escalamos un árbol no quedan más cerca. Y entre nosotros y las estrellas se interpolen nubes: las estrellas han de estar detrás de las nubes. La Luna, mientras avanza lentamente pasa delante de las estrellas. Luego se ve que las estrellas no han sufrido ningún daño. La Luna no se come las estrellas. Las estrellas han de estar detrás de la Luna. Parpadean. Hacen una luz extraña, fría, blanca, lejana. Muchas son así. Por todo el cielo. Pero sólo de noche. Me pregunto qué son.” “Estaba una noche después de encontrar la llama sentado cerca del fuego del campamento pensando en las estrellas. Me vino len- tamente un pensamiento: las estrellas son llama, pensé. Luego tuve otro pensamiento: las estrellas son fuegos de campamento que en- cienden otros cazadores de noche. Las estrellas dan una luz más pequeña que la de los fuegos de campamento. Por lo tanto han de ser fuegos de campamento muy lejanos. Ellos me preguntan: '¿Pero cómo puede haber fuegos de campamento en el cielo? ¿Por qué no caen a nuestros pies estos fuegos de campamento y estos cazadores sentados alrededor de las llamas? ¿Por qué no cae del cielo gente forastera?' ” “Son preguntas interesantes. Me preocupan. A veces pienso que el cielo es la mitad de una gran cáscara de huevo o de una gran nuez. Pienso que la gente que está alrededor de aquellos lejanos fuegos de campamento nos está mirando a nosotros, aquí abajo –pero a ellos
  • 7.
    172 Cosmos les pareceque estamos arriba–, y me dicen que estamos en su cie- lo, y se preguntan por qué no les caemos encima, si entiendes lo que digo. Pero los cazadores dicen: 'Abajo es abajo y arriba es arriba.' También esto es una buena respuesta.” “Uno de nosotros tuvo otra idea. Su idea era que la noche es una gran piel de un animal negro, tirada sobre el cielo. Hay agujeros en la piel. Nosotros miramos a través de los agujeros. Y vemos llamas. Él piensa que la llama no está solamente en los pocos luga- res donde vemos estrellas. Piensa que la llama está en todas par- tes. Cree que la llama cubre todo el cielo. Pero la piel nos la ocul- ta. Excepto en los lugares donde hay agujeros.” “Algunas estrellas se pasean. Como los animales que cazamos. Como nosotros. Si uno mira con atención durante muchos meses, ve que se han movido. Sólo hay cinco que lo hagan, como los cinco dedos de la mano. Se pasean lentamente entre las estrellas. Si la idea del fuego de campamento es cierta, estas estrellas deben ser tribus de cazadores que van errantes llevando consigo grandes fuegos. Pero no veo posible que las estrellas errantes sean aguje- ros en una piel. Si uno hace un agujero allí se queda. Un agujero es un agujero. Los agujeros no se pasean. Además tampoco me gusta que me rodee un cielo de llamas. Si la piel cayera el cielo de la noche sería brillante –demasiado brillante–, como si viéramos llamas por todas partes. Creo que un cielo de llama se nos comería a todos. Quizás hay dos tipos de seres poderosos en el cielo. Los malos, que quieren que se nos coman las llamas, y los buenos, que pusieron la piel para tener alejadas las llamas de nosotros. Debe- mos encontrar la manera de dar las gracias a los seres buenos.” “No sé si las estrellas son fuegos de campamento en el cielo. 0 agujeros en una piel a través dé los cuales la llama del poder nos mira. A veces pienso una cosa. A veces pienso una cosa distinta. En una ocasión pensé que no había fuegos de campamento ni agu- jeros, sino algo distinto, demasiado difícil para que yo lo com- prendiera.” “Apoya el cuello sobre un tronco. La cabeza caerá hacia atrás. Entonces podrás ver únicamente el cielo. Sin montañas, sin árbo- les, sin cazadores, sin fuego de campamento. Sólo cielo. A veces siento como si fuera a caer hacia el cielo. Si las estrellas son fuegos de campamento me gustaría visitar a estos otros pueblos de caza- dores: los que van errantes. Entonces siento que me gustaría caer hacia arriba. Pero si las estrellas son agujeros en una piel me en- tra miedo. No me gustaría caer por un agujero y meterme en la llama del poder.” “Me gustaría saber qué es lo cierto. No me gusta no saber.” No me imagino a muchos miembros de un grupo de cazado- res/recolectores con pensamientos de este tipo sobre las estrellas. Quizás unos cuantos pensaron así a lo largo de las edades, pero nunca se le ocurrió todo esto a una misma persona. Sin embargo, las ideas sofisticadas son corrientes en comunidades de este tipo. Por ejemplo, los bosquimanos ¡Kung2 del desierto de Kalahari, en Botswana, tienen una explicación para la Vía Láctea, que en su la- titud está a menudo encima de la cabeza. Le llaman el espinazo de la noche, como si el cielo fuera un gran animal dentro del cual vivimos nosotros. Su explicación hace que la Vía Láctea sea útil y 2. El signode admiración es un chasquidoproducidotocandocon la lengua el interior de los incisivos y pronunciandosimultáneamente la K.
  • 8.
    El espinazo dela noche 173 Reconstrucción del templo de Hera en la isla griega de Samos. Es el templo mayor de su época, con una longitud de 120 me- tros. La construcción empezóen el año530 a. de C. y continuó hasta el siglo tercero a. de C. Reproducido de Der Heratempel von Samos de Oscar Reuther (1 957 ). al mismo tiempo comprensible. Los ¡Kung creen que la Vía Láctea sostiene la noche; que a no ser por la Vía Láctea, trozos de oscuridad caerían, rompiéndose, a nuestros pies. Es una idea elegante. Las metáforas de este tipo sobre fuegos celestiales de campamento o espinazos galácticos fueron sustituidos más tarde en la mayoría de las culturas humanas por otra idea: Los seres poderosos del cielo quedaron promovidos a la categoría de dioses. Se les dieron nom- bres y parientes, y se les atribuyeron responsabilidades especiales por los servicios cósmicos que se esperaba que realizaran. Había un dios o diosa por cada motivo humano de preocupación. Los dioses hacían funcionar la naturaleza. Nada podía suceder sin su interven- ción directa. Si ellos eran felices había abundancia de comida, y los hombres eran felices. Pero si algo desagradaba a los dioses y a ve- ces bastaba con muy poco las consecuencias eran terribles: sequías, tempestades, guerras, terremotos, volcanes, epidemias. Había que propiciar a los dioses, y nació así una vasta industria de sacerdotes y de oráculos para que los dioses estuviesen menos enfadados. Pero los dioses eran caprichosos y no se podía estar seguro de lo que irían a hacer. La naturaleza era un misterio. Era difícil comprender el mundo. Poco queda del Heraion de la isla egea de Samos, una de las mara- villas del mundo antiguo, un gran templo dedicado a Hera, que había iniciado su carrera como diosa del cielo. Era la deidad patro- na de Samos, y su papel era el mismo que el de Atena en Atenas. Mucho más tarde se casó con Zeus, el jefe de los dioses olímpicos. Pasaron la luna de miel en Samos, según cuentan las viejas historias. La religión griega explicaba aquella banda difusa de luz en el cielo nocturno diciendo que era la leche de Hera que le salió a chorro de su pecho y atravesó el cielo, leyenda que originó el nombre que los occidentales utilizamos todavía: la Vía Láctea. Quizás originalmente representaba la noción importante de que el cielo nutre a la Tierra; de ser esto cierto, el significado quedó olvidado hace miles de años. Casi todos nosotros descendemos de pueblos que respondieron a los peligros de la existencia inventando historias sobre deidades impredecibles o malhumoradas. Durante mucho tiempo el instinto humano de entender quedó frustrado por explicaciones religiosas fáciles, como en la antigua Grecia, en la época de Homero, cuando, había dioses del cielo y de la Tierra, la tormenta, los océanos y el mundo subterráneo, el fuego y el tiempo y el amor y la guerra; cuan- do cada árbol y cada prado tenía su dríada y su ménade. La única columna sobreviviente de! templo de Hera en Samos. (Fotografía, Bill Ray.)
  • 9.
    174 Cosmos Mapa delMediterráneo oriental en la épo- ca clásica, mostrando las ciudades relacio- nadas con los grandes científicos antiguos. Durante miles de años los hombres estuvieron oprimidos –como lo están todavía algunos de nosotros– por la idea de que el universo es una marioneta cuyos hilos manejan un dios o dio- ses, no vistos e inescrutables. Luego, hace 2 500 años, hubo en Jonia un glorioso despertar: se produjo en Samos y en las demás colonias griegas cercanas que crecieron entre las islas y ensenadas del activo mar Egeo oriental.3 Aparecieron de repente personas que creían que todo estaba hecho de átomos; que los seres huma- nos y los demás animales procedían de formas más simples; que las enfermedades no eran causadas por demonios o por dioses; que la Tierra no era más que un planeta que giraba alrededor del Sol. Y que las estrellas estaban muy lejos de nosotros. Esta revolución creó el Cosmos del Caos. Los primitivos griegos habían creído que el primer ser fue el Caos, que corresponde a la expresión del Génesis, dentro del mismo contexto: “sin forma”. Caos creó una diosa llamada Noche y luego se unió con ella, y su descendencia produjo más tarde todos los dioses y los hombres. Un universo creado a partir de Caos concordaba perfectamente con la creencia griega en una naturaleza impredecible manejada por dioses caprichosos. Pero en el siglo sexto antes de Cristo, en 3. Causa alguna confusión,peroJonia noestá en el mar Jónico; este mar recibió su nombre de colonos jonios procedentes de la costa del mar Jónico.
  • 10.
    El espinazo dela noche 175 Jonia, se desarrolló un nuevo concepto, una de las grandes ideas de la especie humana. El universo se puede conocer, afirmaban los antiguos jonios, porque presenta un orden interno: hay regularida- des en la naturaleza que permiten revelar sus secretos. La naturale- za no es totalmente impredecible; hay reglas a las cuales ha de obe- decer necesariamente. Este carácter ordenado y admirable del uni- verso recibió el nombre de Cosmos. Pero, ¿por qué todo esto en Jonia, en estos paisajes sin pretensio- nes, pastorales, en estas islas y ensenadas remotas del Mediterráneo oriental? ¿Por qué no en las grandes ciudades de la India o de Egip- to, de Babilonia, de China o de Centroamérica? China tenía una tradición astronómica vieja de milenios; inventó el papel y la im- prenta, cohetes, relojes, seda, porcelana y flotas oceánicas. Sin em- bargo, algunos historiadores atinan que era una sociedad demasiado tradicionalista, poco dispuesta a adoptar innovaciones. ¿Por qué no la India, una cultura muy rica y con dotes matemáticas? Debido según dicen algunos historiadores a una fascinación rígida con la idea de un universo infinitamente viejo condenado a un ciclo sin fin de muertes y nuevos nacimientos, de almas y de universos, en el cual no podía suceder nunca nada fundamentalmente nuevo. ¿Por qué no las sociedades mayas y aztecas, que eran expertas en astronomía y estaban fascinadas, como los indios, por los números grandes? Por- que, declaran algunos historiadores, les faltaba la aptitud o el impul- so para la invención mecánica. Los mayas y los aztecas no llegaron ni a inventar la rueda, excepto en juguetes infantiles. Los jonios tenían varias ventajas. Jonia es un reino de islas. El aislamiento, aunque sea incompleto, genera la diversidad. En aque- lla multitud de islas diferentes había toda una variedad de sistemas políticos. Faltaba una única concentración de poder que pudiera imponer una conformidad social e intelectual en todas las islas. Aquello hizo posible el libre examen. La promoción de la supersti- ción no se consideraba una necesidad política. Los jonios, al contra- rio que muchas otras culturas, estaban en una encrucijada de civili- zaciones, y no en uno de los centros. Fue en Jonia donde se adaptó por primera vez el alfabeto fenicio al uso griego y donde fue posible una amplia alfabetización. La escritura dejó de ser un monopolio de sacerdotes y escribas. Los pensamientos de muchos quedaron a disposición de ser considerados y debatidos. El poder político esta- ba en manos de mercaderes, que promovían activamente la tecnolo- gía sobre la cual descansaba la prosperidad. Fue en el Mediterráneo oriental donde las civilizaciones africana, asiática y europea, inclu- yendo a las grandes culturas de Egipto y de Mesopotamia, se encon- traron y se fertilizaron mutuamente en una confrontación vigorosa y tenaz de prejuicios, lenguajes, ideas y dioses. ¿Qué hace uno cuando se ve enfrentado con varios dioses distintos, cada uno de los cuales reclama el mismo territorio? El Marduk babilonio y el Zeus griego eran considerados, cada uno por su parte, señores del cielo y reyes de los dioses. Uno podía llegar a la conclusión de que Marduk y Zeus eran de hecho el mismo dios. Uno podía llegar también a la conclusión, puesto que ambos tenían atributos muy distintos, que uno de los dos había sido inventado por los sacerdotes. Pero si in- ventaron uno, ¿por qué no los dos? Y así fue como nació la gran idea, la comprensión de que podía haber una manera de conocer el mundo sin la hipótesis de un dios; que podía haber principios, fuerzas, leyes de la naturaleza, que per- mitieran comprender el mundo sin atribuir la caída de cada gorrión
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    176 Cosmos Pomo depuerta en forma de mano en la plaza de la ciudad de Mili, en la actual Samos. El respeto por el trabajo manual fue una de las claves del Despertar Jónico centrado en Samos, de los siglos sexto al cuarto antes de Cristo. (Foto de Ann Dru- y an.) a la intervención directa de Zeus. Creo que China, la India y Centroamérica, de haber dispuesto de algo más de tiempo, habrían tropezado también con la ciencia. Las culturas no se desarrollan con ritmos idénticos ni evolucionan marcando el paso. Nacen en tiempos diferentes y progresan a ritmos distintos. La visión científica del mundo funciona tan bien, explica tantas cosas y resuena tan armoniosamente con las partes más avanzadas de nuestro cerebro que a su debido tiempo, según creo, casi todas las culturas de la Tierra, dejadas con sus propios recursos, habrían descubierto la ciencia. Alguna cultura tenía que llegar primero. Resultó que fue Jonia el lugar donde nació la ciencia. Esta gran revolución en el pensamiento humano se inició entre los años 600 y 400 a. de C. La clave de esta revolución fue la ma- no. Algunos de los brillantes pensadores jonios eran hijos de ma- rineros, de campesinos y de tejedores. Estaban acostumbrados a hurgar y a reparar, al contrario de los sacerdotes y de los escribas de otras naciones que, criados en el lujo, no estaban dispuestos a ensuciarse las manos. Rechazaron la superstición y elaboraron maravillas. En muchos casos sólo disponemos de relaciones se- cundarias o indirectas sobre lo sucedido. Las metáforas que se utilizaban entonces pueden ser oscuras para nosotros. Es casi se- guro que hubo un esfuerzo consciente unos siglos después para eliminarlas nuevas concepciones. Las figuras señeras de esta re- volución eran hombres de nombre griego, que en su mayor parte nos suenan extraños, pero que fueron los pioneros auténticos del desarrollo de nuestra civilización y de nuestra humanidad. El primer científico jonio fue Tales de Mileto, una ciudad de Asia separada por un estrecho canal de agua de la isla de Samos. Había viajado hasta Egipto y dominaba los conocimientos babiló- nicos. Se dice que predijo un eclipse solar. Aprendió la manera de medir la altura de una pirámide a partir de la longitud de su sombra y el ángulo del Sol sobre el horizonte, método utilizado hoy en día para determinar la altura de las montañas de la Luna. Fue el primero que demostró teoremas geométricos como los que Euclides codificó tres siglos después: por ejemplo la proposición
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    El espinazo dela noche 177 de que los ángulos en la base de un triángulo isósceles son iguales. Hay una evidente continuidad en el esfuerzo intelectual desde Tales hasta Euclides hasta la compra por Isaac Newton de los Elementos de geometría en la Feria de Stourbridge en 1663 (véase página 68), el acontecimiento que precipitó la ciencia y la tecnología modernas. Tales intentó comprender el mundo sin invocar la intervención de los dioses. Creía, como los babilonios, que el mundo había sido an- tes agua. Los babilonios para explicar la tierra firme añadían que Marduk puso una estera sobre la superficie de las aguas y amontonó tierra encima de ella.4 Tales tenía una idea semejante, pero como señala Benjamín Farrington, dejó fuera a Marduk. Sí, todo había sido antes agua, pero la Tierra se formó a partir de los océanos por un proceso natural, semejante, pensaba, a la sedimentación que había observado en el delta del Nilo. Pensaba que el agua era un principio común subyacente a toda la materia, como podríamos hablar hoy de los electrones, los protones, los neutrones o los quarks. Lo importante no es que la conclusión de Tales fuera co- rrecta o no, sino el método utilizado: El mundo no fue hecho por los dioses, sino por la labor de fuerzas materiales en interacción dentro de la naturaleza. Tales trajo de Babilonia y de Egipto las semillas de las nuevas ciencias de la astronomía y la geometría, ciencias que brotarían y crecerían en el suelo fértil de Jonia. Se sabe muy poco sobre la vida personal de Tales, pero Aristóteles cuenta en su Política una anécdota reveladora: Se le reprochaba [a Tales] su pobreza, la cual demostraba que al parecer la filosofía no sirve de nada. Según la historia, su capacidad [para interpretar los cielos] le permitió saber en pleno invierno que en el año siguiente habría una gran cosecha de aceitunas; como disponía de algo de dinero, depositó unas sumas reservándose el uso de todas las prensas de aceite de Quíos y de Mileto, que alquiló a bajo precio porque nadie pujó contra él. Cuando llegó la época de la cosecha y había mucha necesidad de utilizarlas todas, las alquiló al precio que quiso y reunió mucho dinero. De este modo demostró al mundo que los filósofos pueden hacerse ricos fácilmente si lo desean, pero que su ambición es de otro tipo. Fue famoso también por su sabiduría política; animó con éxito a los milesios a que opusieran resistencia a la asimilación por el reino de Creso, rey de Lidia, y propuso sin éxito una federación de todos los estados insulares de Jonia para que se opusieran a los lidios. 4. Hay algunas pruebas de que el antecedente, los primitivos mitos sumerios de la creación, constituían en su mayor parte explicaciones naturalistas, codificadas más tarde hacia el 1000a. de C. en el Enuma elish ("Cuandoen loalto", las prime- ras palabras del poema), pero en aquel entonces los dioses habían sustituido ya a la naturaleza, y el mito presenta una teogonía, no una cosmogonía. El Enuma elish recuerda los mitos japoneses y ainu en los que el Cosmos, fangoso al princi- pio, es batidopor las alas de un pájaro que separan la tierra del agua. Un mito fiji de la creación dice: "Rokomautu creó la tierra. La sacó del fondo del océano a grandes puñados y la acumuló apilándola aquí y allí. Esto son las islas Fiji." La destilación de la tierra a partir del agua es una idea bastante natural en pueblos insulares y navegantes.
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    178 Cosmos El túnelde Eupalinos, que atraviesa el monte Ampeloen Samos. Herodoto lo des- cribe como una de las tres grandes obras de la ingeniería griega (las otras dos, el templo de Hera y la escollera del actual puerto de Pitagorion, también se constru- y eron en la isla de Samos). Concluido por los esclavos de Polícrates hacia et 525 a.. de C. Anaximandro de Mileto, que era amigo y colega de Tales, fue una de las primeras personas de quien sabemos que llevó a cabo un experimento. Examinando la sombra móvil proyectada por un palo vertical determinó con precisión la longitud del año y de las estaciones. Los hombres habían utilizado durante eras los palos para golpearse y lancearse entre sí. Anaximandro los utilizó para medir el tiempo. Fue la primera persona en Grecia que construyó un reloj de sol, un mapa del mundo conocido y un globo celeste que mostraba las formas de las constelaciones. Creía que el Sol, la Luna y las estrellas estaban constituidas por el fuego que se ve- ía a través de agujeros en movimiento en la cúpula del cielo, idea probablemente mucho más antigua. Sostuvo la idea notable de que la Tierra no está suspendida de los cielos o sostenida por ellos, sino que se mantiene a sí misma en el centro del universo; puesto que equidistaba de todos los puntos de la “esfera celeste”, no había ninguna fuerza que pudiese desplazarla. Afirmaba que al nacer estamos tan desvalidos, que si los prime- ros niños hubiesen quedado abandonados y solos en el mundo habrían muerto inmediatamente. Anaximandro dedujo de esto que los seres humanos procedían de otros animales cuyos hijos nacen más resistentes: Propuso el origen espontáneo de la vida en el barro, siendo los primeros animales peces cubiertos de espinas. Algunos descendientes de estos peces abandonaron luego el agua y se adentraron en tierra firme, donde evolucionaron dando otros animales mediante transmutaciones de una forma a otra. Creía en un número infinito de mundos, todos habitados, y todos suje- tos a ciclos de disolución y de regeneración. Y san Agustín se que- ja tristemente de que “ni él ni Tales atribuyeron la causa de toda esta incesante actividad a una mente divina”. En el año 540 a. de C., más o menos, llegó al poder en la isla de Samos un tirano llamado Polícrates. Parece que empezó su carre- ra como proveedor de comida y que luego pasó a la piratería in- ternacional. Polícrates fue un mecenas generoso de las artes, las ciencias y la ingeniería. Pero oprimió a su pueblo; hizo la guerra a sus vecinos y tenía fundados motivos para temer una invasión. Por consiguiente rodeó su capital con una gran muralla, de unos seis kilómetros de largo, cuyos restos se conservan todavía. Or- denó la construcción de un gran túnel que llevara agua de una fuente distante a través de las fortificaciones. Tiene un kilómetro de longitud y atraviesa una montaña. Se hicieron dos catas a am- bos lados que coincidieron casi a la perfección en el centro. El proyecto tardó unos quince años en ser completado, y quedó co- mo testamento de la ingeniería civil de la época y como indicación de la extraordinaria capacidad práctica de los jonios. Pero hay otro aspecto más siniestro de esta empresa: lo construyeron en parte esclavos encadenados, muchos capturados por los buques piratas de Polícrates. Esta fue la época de Teodoro, el ingeniero maestro de la época, a quien los griegos atribuyen la invención de la llave, de la regla, de la escuadra, del nivel, del tomo, de la fundición de bronce y de la calefacción central. ¿Por qué no hay monumentos dedicados a es- te hombre? Quienes soñaban y especulaban con las leyes de la naturaleza también conversaban con los tecnólogos y los ingenie- ros. A menudo eran las mismas personas. Los teóricos y los prácticos eran unos. Hacia la misma época, en la isla próxima de Cos, Hipócrates es
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    El espinazo dela noche 179 taba fundando su famosa tradición médica, apenas recordada hoy en día por el juramento hipocrático. Fue una escuela de medicina prác- tica y eficiente, basada, según insistió Hipócrates, en los equivalen- tes contemporáneos de la física y de la química.5 Pero también tuvo su aspecto teórico. Hipócrates escribió en su obra Sobre la antigua medicina: “Los hombres creen que la epilepsia es divina, simple- mente porque no la entienden. Pero si llamaran divino a todo lo que no entienden, realmente las cosas divinas no tendrían fin.” Con el tiempo, la influencia jonia y el método experimental se ex- tendieron a la Grecia continental, a Italia, a Sicilia. Era una época en la que apenas nadie creía en el aire. Se conocía desde luego la respiración, y se creía que el viento era el aliento de los dioses. Pero la idea de aire como una sustancia estática, material, pero invisible, no existía. El primer experimento documentado con aire fue reali- zado por un médico6 llamado Empédocles, que floreció hacia el 450 a. de C. Algunas historias dicen que se calificó a sí mismo de dios. Pero quizás fue su inteligencia lo que le hizo pasar ante los otros por un dios. Creía que la luz se desplaza a gran velocidad pero no a una velocidad infinita. Enseñó que en otras épocas había habido una variedad mucho mayor de seres vivientes en la Tierra, pero que mu- chas razas de seres “debieron haber sido incapaces de generar y continuar su especie. Porque en el caso de todas las especies exis- tentes, la inteligencia o el valor o la rapidez los han protegido y pre- servado desde los inicios de su existencia”. Empédocles, como Anaximandro y Demócrito (ver a continuación), al intentar explicar de este modo la hermosa adaptación de los organismos a sus medios ambientes, se anticipó en ciertos aspectos a la gran idea de Darwin de la evolución por selección natural. Empédocles llevó a cabo su experimento con un cacharro domésti- co que la gente había estado utilizando desde hacía siglos, la llamada clepsidra o ladrón de agua, que servía de cucharón de cocina. Se trata de una esfera de cobre con un cuello abierto y pequeños aguje- ros en el fondo que se llena sumergiéndola en el agua. Si se saca del agua con el cuello sin tapar el agua se sale por los agujeros formando una pequeña ducha. Pero si se saca correctamente, tapando con el pulgar el cuello, el agua queda retenida dentro de la esfera hasta que uno levanta el dedo. Si uno trata de llenarlo con el cuello tapado el agua no entra. Ha de haber alguna sustancia material que impida el paso del agua. No podemos ver esta sustancia. ¿De qué se trata? Empédocles afirmó que sólo podía ser aire. Una cosa que somos incapaces de ver puede ejercer una presión, puede frustrar mi deseo de llenar el cacharro con agua si dejo tontamente el dedo sobre el cuello. Empédocles había descubierto lo invisible. Pensó que el aire tenía que ser materia tan finamente dividida que era imposible ver- la. Se dice que Empédocles murió en un ataque apoteósico arrojándo- se a la lava ardiente de la caldera de la cima del gran volcán Etna. Pero yo pienso a veces que debió resbalar durante una expedición audaz y pionera propia de la geofísica observacional. Reconstrucción moderna de la clepsidra o "ladrón de agua", con la cual Empédo- cles dedujo que el aire se componía de innumerables y finas partículas. (Foto- grafía, Bill Ray .) 5. Y de la astrología, que casi todos consideraban entonces como una ciencia. Hipócrates escribe en un pasaje típico: "Hay que precaverse también contra las sali- das de las estrellas, especialmente de la estrella Can [Sirio], luego de Arturo, y tam- bién contra la puesta de las Pléy ades." 6. El experimento se llevó a cabo para apoyar una teoría de la circulación de la sangre totalmente equivocada, perola innovación importante es la idea de llevar a caboun experimentopara comprobar la naturaleza.
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    180 Cosmos Estos indicios,este soplo sobre la existencia de los átomos, fue explotado mucho más a fondo por un hombre llamado Demócri- to, procedente de la lejana colonia jónica de Abdera en el norte de Grecia. Abdera era una especie de ciudad chiste. Si en el año 430 a. de C. uno contaba una historia sobre alguien de Abdera las car- cajadas estaban aseguradas. Era en cierto modo el Brooklyn de la época. Demócrito creía que había que disfrutar y comprender to- do lo de la vida; comprender y disfrutar eran una misma cosa. Dijo que “una vida sin regocijo es un largo camino sin una posa- da”. Demócrito podía haber nacido en Abdera, pero no era tonto. Creía que se habían formado espontáneamente a partir de la ma- teria difusa del espacio un gran número de mundos, para evolu- cionar y más tarde decaer. En una época en la que nadie sabía de la existencia de cráteres de impacto, Demócrito pensó que los mundos a veces entran en colisión; creyó que algunos mundos erraban solos por la oscuridad del espacio, mientras que otros iban acompañados por varios soles y lunas; que algunos mundos estaban habitados, mientras que otros no tenían ni plantas ni animales ni agua; que las formas más simples de vida nacieron de una especie de cieno primordial. Enseñó que la percepción –la razón por la cual pienso, por ejemplo, que tengo una pluma en la mano– era un proceso puramente físico y mecanicista; que el pensamiento y la sensación eran atributos de la materia reunida de un modo suficientemente fino y complejo, y no de algún espíri- tu infundido por los dioses en la materia. Demócrito inventó la palabra átomo, que en griego significa que no puede cortarse. Los átomos eran las partículas últimas, que frustraban indefinidamente nuestros intentos por reducirlas a piezas más pequeñas. Dijo que todo está hecho de una reunión de átomos, juntados intrincadamente. Incluso nosotros. “Nada existe –dijo–, aparte de átomos y el vacío.” Cuando cortamos una manzana, el cuchillo ha de pasar a través de espacios vacíos entre los átomos, afirmaba Demócrito. Si no hubiese estos espacios vacíos, este vacío, el cuchillo toparía con los átomos impenetrables y no podríamos cortar la manzana. Cortemos por ejemplo una tajada de un cono y comparemos las secciones de las dos piezas. ¿Son las áreas que han quedado al descubierto iguales? No, afirmaba Demócrito. La inclinación del cono obliga a que una cara del corte tenga una sección ligeramen- te más pequeña que la otra. Si las dos áreas fueran exactamente iguales tendríamos un cilindro, no un cono. Por afilado que esté el cuchillo, las dos piezas tienen secciones de corte desiguales: ¿Por qué? Porque a la escala de lo muy pequeño, la materia pre- senta una granulosidad determinada e irreductible. Demócrito identificó esta escala fina de granulosidad con el mundo de los átomos. Sus argumentos no eran los que utilizamos actualmente, pero eran sutiles y elegantes, derivados de la vida diaria. Y sus conclusiones eran fundamentalmente correctas. Demócrito, en un ejercicio parecido, imaginó el cálculo del vo- lumen de un cono o de una pirámide mediante un número muy grande de placas muy finas una encima de la otra, y cuyo tamaño disminuía de la base hasta el vértice. De este modo formulaba el problema que en matemáticas se denomina teoría de los límites. Estaba llamando a la puerta del cálculo diferencial e integral, la herramienta fundamental para comprender el mundo y que según
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    El espinazo dela noche 181 los documentos escritos de que disponemos no se descubrió hasta la época de Isaac Newton. Quizás si la obra de Demócrito no hubiese quedado casi totalmente destruida, hubiese existido el cálculo dife- rencial hacia la época de Cristo.7 Thomas Wright se maravillaba en 1750 de que Demócrito hubiese creído que la Vía Láctea está compuesta principalmente por estrellas sin resolver: “Mucho antes de que la astronomía hubiese sacado beneficio de las ciencias ópticas mejoradas, él vio por así decirlo con los ojos de la razón, penetrando en el infinito tan lejos como hicie- ron luego los astrónomos más capaces en tiempos más ventajosos.” La mente de Demócrito se elevó hacia lo alto dejando atrás la Leche de Hera y el Espinazo de la Noche. Parece ser que Demócrito fue personalmente algo raro. Las muje- res, los niños y el sexo le desconcertaban, en parte porque quitaban tiempo para pensar. Pero valoraba la amistad, consideró el buen humor como el objetivo de la vida y dedicó una importante investi- gación filosófica al origen y naturaleza del entusiasmo. Vía ó hasta Atenas para visitar a Sócrates y descubrió entonces que era dema- siado tímido para presentarse. Fue amigo íntimo de Hipócrates. La belleza y elegancia del mundo físico le inspiraban reverencia. Creía que la pobreza en una democracia era preferible a la riqueza en una tiranía. Creía que las religiones dominantes en su época eran malas y que no existían ni almas inmortales ni dioses inmortales: “Nada existe, aparte de átomos y el vacío.” No hay noticia de que Demócrito fuera perseguido por sus opinio- nes; pero en definitiva procedía de Abdera. Sin embargo, la breve tradición de tolerancia ante las ideas no convencionales empezó a erosionarse en su época y luego a hundirse. Se llegó a castigar a las personas que tenían ideas insólitas. En los billetes griegos actuales de cien dracmas hay un retrato de Demócrito. Pero sus ideas fueron suprimidas, y se consiguió rebajar fuertemente el nivel de su in- fluencia sobre la historia. Los místicos empezaron a ganar la parti- da. Anaxágoras fue un experimentalista jónico que floreció hacia el 450 a. de C. y que vivió en Atenas. Era un hombre rico, indiferente ante su riqueza y apasionado por la ciencia. Cuando le preguntaron cuál era el objetivo de su vida contestó: “la investigación del Sol, de la Luna y de los cielos”, respuesta digna de un astrónomo auténtico. Llevó a cabo un inteligente experimento en el que una sola gota de líquido blanco, como crema, no pudo aclarar de modo perceptible el contenido de un gran jarro de líquido oscuro, como vino. Dedujo de ello que había cambios deducibles por experimento pero demasiado sutiles para ser percibidos directamente por los sentidos. Anaxágoras no era tan radical como Demócrito, ni mucho menos. Ambos eran completos materialistas, en el sentido no de valorar las posesiones, sino de creer que la materia proporcionaba por sí sola el sostén del mundo. Anaxágoras creía en una sustancia mental espe- cial, y negaba la existencia de átomos. Creía que los hombres somos más inteligentes que los demás animales a causa de nuestras manos, idea ésta muy jónica. Fue la primera persona que afirmó claramente que la Luna brilla con luz reflejada, y en consecuencia ideó una teoría de las fases de la Luna. Esta doctrina era tan peligrosa que el manuscrito que la con- tenía tuvo que circular en secreto, como un samizdat ateniense. No 7 . Más tarde Eudoxo y Arquímedes hicieron brecha también en las fronteras del cálculodiferencial.
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    182 Cosmos Un recientebillete griego de 1 00 dracmas con un átomo simbólico (litio), un retrato de Demócrito, y un moderno instituto griego de investigación nuclear que lleva el nombre de Demócrito. iba de acuerdo con los prejuicios de la época explicar las fases o eclipses de la Luna por la geometría relativa de la Tierra, la Luna y el brillo propio del Sol. Aristóteles, dos generaciones más tarde, se contentó afanando que estas cosas se debían a que la naturaleza de la Luna consistía en tener fases y eclipses: un simple juego de pa- labras, una explicación que no explica nada. La creencia dominante era que el Sol y la Luna eran dioses. Anaxágoras afirmaba que el Sol y las estrellas eran piedras ardien- tes. No sentimos el calor de las estrellas porque están demasiado lejos. También creía que la Luna tenía montañas (cierto) y habi- tantes (falso). Sostenía que el Sol era tan grande que probable- mente superaba en tamaño al Peloponeso, aproximadamente la tercera parte meridional de Grecia. Sus críticos consideraron esta evaluación excesiva y absurda. Anaxágoras fue llevado a Atenas por Pericles, su dirigente, en la época de mayor gloria, pero también el hombre cuyas acciones provocaron la guerra del Peloponeso, que destruyó la democracia ateniense. A Pericles le encantaban la filosofía y la ciencia, y Anaxágoras fue uno de sus principales confidentes. Algunos pien- san que Anaxágoras contribuyó de modo significativo con este pa- pel a la grandeza de Atenas. Pero Pericles tenía problemas políti- cos. Era demasiado poderoso para que lo atacaran directamente y sus enemigos atacaban a las personas próximas a él. Anaxágoras fue condenado y encarcelado por el crimen religioso de impiedad: porque había enseñado que la Luna estaba constituida por materia ordinaria, que era un lugar, y que el Sol era una piedra al rojo en el cielo. El obispo John Wilkins comentó en 1638 refiriéndose a es- tos atenienses: “Estos idólatras celosos [consideraban] que era una gran blasfemia que su Dios fuera una piedra, y sin embargo, tenían tan poco sentido en su adoración de los ídolos que conver- tían a una piedra en su Dios.” Parece ser que Pericles organizó la salida de Anaxágoras de la prisión, pero ya era demasiado tarde. En Grecia la corriente había cambiado de dirección, aunque la tra- dición jónica continuara luego en Alejandría, Egipto, doscientos años más tarde. En los libros de historia de la filosofía se suele calificar “preso- cráticos” a los grandes científicos, desde Tales hasta Demócrito y Anaxágoras, como si su misión principal hubiese consistido en ocupar la fortaleza filosófica hasta la llegada de Sócrates, Platón y Aristóteles, y quizás influir algo sobre ellos. De hecho los antiguos jonios representan una tradición diferente y muy contrapuesta, una tradición que está más de acuerdo con la ciencia moderna. Su influencia se ejerció de modo intenso solamente durante dos o tres siglos, y esto fue una pérdida irreparable para todos los hombres que vivieron entre el Despertar jonio y el Renacimiento italiano. Quizás la persona más influyente relacionada con Samos fue Pi- tágoras,8 un contemporáneo de Polícrates en el siglo sexto a. de C. Según la tradición local vivió durante un tiempo en una cueva en el monte Kerkis de Samos, y fue la primera persona en la historia del mundo que dedujo que la Tierra es una esfera. Quizás lo afir- mó por analogía con la Luna o con el Sol, o quizás observó la som 8. El siglosextoa. de C. fue una época de notable fermentación intelectual y espiri- tual en todoel planeta. Nosolamente fue la época de Tales, Anaximandro, Pitágoras y otros en Jonia, sino también la época del faraón egipcio Necao que hizo circunna- v egar el África, de Zoroastroen Persia, de Confucioy Lao-Tse en China,de los profe- tas judíos en Israel, Egipto y Babilonia, y de Gautama Buda en la India. Es difícil creer que todas estas actividades notenían ninguna relación entre sí.
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    bra curva dela Tierra sobre la Luna durante un eclipse lunar, o qui- zás reconoció que cuando los buques partían de Samos y retrocedían más allá del horizonte, lo último que desaparecía eran sus mástiles. Él o sus discípulos descubrieron el teorema de Pitágoras: la suma de los cuadrados de los lados más cortos de un triángulo recto es igual al cuadrado del lado más largo. Pitágoras no se limitó a enu- merar ejemplos de este teorema; desarrolló un método de deducción matemática para demostrarlo de modo general. La moderna tradi- ción de la argumentación matemática, esencial para toda la ciencia, le debe mucho a Pitágoras. Fue el primero en utilizar la palabra Cosmos para indicar un universo bien ordenado y armonioso, un mundo capaz de ser entendido por el hombre. Muchos jonios creían que la armonía subyacente del universo era accesible a la observación y al experimento, método éste que domina la ciencia actual. Sin embargo, Pitágoras empleó un método muy distinto. Enseñó que las leyes de la naturaleza podían deducirse por el puro pensamiento. El y sus seguidores no fueron fundamental- mente experimentalistas.9 Eran matemáticos. Y eran místicos con- vencidos. Según dice Bertrand Russell en un pasaje quizás poco caritativo, Pitágoras “fundó una religión, los principios más impor- tantes de la cual eran la transmigración de las almas y lo pecamino- so que es comer judías. Su religión estaba encarnada en una orden religiosa, que en algunas ocasiones consiguió el control del Estado y fundó un gobierno de santos. Pero quienes no querían regenerarse anhelaban las judías y más tarde o más temprano se rebelaron”. El espinazo de la noche 183 Antigua moneda de Sarnos del siglo terce- ro a. de C. con una representación de Pitá- goras y la leyenda griega "Pitágoras de Sa- mos". (Reproducido por cortesía de los ad- ministradores del MuseoBritánico.) 9. Aunque hubo algunas excepciones que agradecemos. Parece que la fascinación pitagórica por las razones de números enteros en las armonías musicales se basan claramente en la observación, o incluso en experimentos con los sonidos emitidos pulsando cuerdas. Empédocles era por lo menos en parte un pitagórico. Uno de los discípulos de Pitágoras, Alcmeón, es la primera persona de quien se sabe que disec- cionóun cuerpohumano; distinguióentre arterias y venas,fue el primeroen descu- brir el nervioópticoy las trompas de Eustaquio, e identificóel cerebrocomola sede del intelecto (afirmación discutida luego por Aristóteles, quien puso la inteligencia en el corazón, y más tarde revivida por Herófilo de Calcedonia). También fundó la ciencia de la embriología. Peroel gustode Alcmeón por loimpuronofue comparti- do por la mayoría de sus colegas pitagóricos de épocas posteriores.
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    184 Cosmos Los cincosólidos perfectos de Pitágoras y Platón sobre una repisa en el exterior de una cueva situada en la cima del monte Kerkis, en Samos, donde según la tradición local v ivió Pitágoras. Los sólidos que des- cansan sobre la repisa son (de izquierda a derecha) el tetraedro, el cubo, el octaedroy el icosaedro. Encima del cubo que repre- senta la tierra está el dodecaedro, que los pitagóricos asociaban místicamente con los cielos. Los pitagóricos se deleitaban con la certeza de la demostración matemática, la sensación de un mundo puro e incontaminado ac- cesible al intelecto humano, un Cosmos en el cual los lados de triángulos rectángulos obedecen de modo perfecto a relaciones matemáticas simples. Esto contrastaba de modo acentuado con la desordenada realidad del mundo de cada día. Creían haber vis- lumbrado en sus matemáticas una realidad perfecta, un reino de los dioses, del cual nuestro mundo familiar es sólo un reflejo im- perfecto. En la famosa parábola de la caverna Platón imaginó unos prisioneros amarrados que sólo veían las sombras de los pa- santes y que creían que estas sombras eran reales, sin llegar nun- ca a suponer la compleja realidad que descubrirían con sólo girar la cabeza. Los pitagóricos iban a influir intensamente a Platón y más tarde a la cristiandad. Ellos no defendían la libre confrontación de puntos de vista con- trarios, sino que al igual que todas las religiones ortodoxas practi- caban una rigidez que les impedía corregir sus errores. Cicerón escribió: En la discusión lo que debe exigirse no es tanto el peso de la autoridad como la fuerza de los argumentos. De hecho, la autoridad de quienes profesan la enseñanza es a menu- do un obstáculo positivo para quienes desean aprender; para saldar la cuestión, dejan de utilizar su propio juicio y aceptan lo que consideran como el veredicto del maestro escogido. En realidad no me siento en disposición de aceptar la práctica atribuida tradicionalmente a los pita- góricos, quienes preguntados sobre los fundamentos de cualquier afirmación que hacían en un debate se dice que solían responder: “El Maestro lo dijo”, donde “el Maes- tro” es Pitágoras. Tan poderosa era una opinión ya deci- dida, que hacía prevalecer una autoridad carente del apo- yo de la razón. Los pitagóricos estaban fascinados por los sólidos regulares, ob- jetos tridimensionales simétricos con caras que son todas un solo polígono regular. El cubo es el ejemplo más sencillo, porque tiene por lados a seis cuadrados. Hay un número infinito de polígonos regulares, pero sólo hay cinco sólidos regulares. (La demostración de esta afirmación, que constituye un ejemplo famoso de razona- miento matemático, se da en el apéndice 1.) Resulta que por algún motivo el conocimiento de un sólido llamado dodecaedro, que tiene por lados a doce pentágonos, pareció peligroso a los pitagó- ricos. El sólido estaba relacionado místicamente con el Cosmos. Los cuatro sólidos regulares restantes fueron identificados de al- gún modo con los cuatro “elementos” que en aquel entonces se suponía que constituían el mundo: tierra, fuego, aire y agua. Pen- saron pues que el quinto sólido regular sólo podía corresponder a la sustancia de los cuerpos celestiales (este concepto de una quin- ta esencia ha dado origen a la palabra quintaesencia). Había que ocultar a las personas vulgares la existencia del dodecaedro. Los pitagóricos, enamorados de los números enteros, creyeron que todas las cosas podían derivarse de ellos, empezando por to- dos los demás números. Se produjo una crisis en esta doctrina cuando descubrieron que la raíz cuadrada de dos (la razón entre la diagonal y el lado de un cuadrado) era irracional, es decir que
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    El espinazo dela noche 185 √2 no puede expresarse de modo preciso como la razón de dos nú- meros enteros determinados, por grandes que fueran estos núme- ros. Este descubrimiento (reproducido en el apéndice 1) se llevó a cabo utilizando irónicamente como herramienta el teorema de Pitá- goras. Irracional significaba en principio que un número no podía expresarse como una razón. Pero para los pitagóricos llegó a supo- ner algo amenazador, un indicio de que su concepción del mundo podía carecer de sentido, lo cual es el otro sentido que tiene hoy la palabra “irracional”. En vez de compartir estos importantes descu- brimientos matemáticos, los pitagóricos callaron el conocimiento de √2 y del dodecaedro. El mundo exterior no tenía que saber nada de esto.10 Todavía hoy hay científicos opuestos a la popularización de la ciencia; creen que hay que reservar el conocimiento sagrado para los cultos, sin dejar que lo mancille la comprensión del público. Los pitagóricos creyeron que la esfera era perfecta, porque todos los puntos de su superficie están a la misma distancia del centro. Los círculos también eran perfectos. Y los pitagóricos insistieron en que los planetas se movían siguiendo caminos circulares a velocida- des constantes. Al parecer creían que no era muy decoroso que un Planeta se moviera más lento o más rápido en puntos diferentes de la órbita; el movimiento no circular era en cierto modo un movi- miento defectuoso, impropio de los planetas, los cuales por ser libres con respecto a la Tierra se consideraban “perfectos”. Los pros y los contras de la tradición pitagórica pueden verse cla- ramente en la obra de Johannes Kepler (capítulo 3). La idea pitagó- rica de un mundo perfecto y místico, que los sentidos no podían per- cibir, fue aceptada fácilmente por los primitivos cristianos y fue elemento integral de la formación temprana de Kepler. Por una par- te, Kepler estaba convencido de que en la naturaleza existían armo- nías matemáticas (en una ocasión escribió que “el universo estaba marcado con los adornos de las proporciones armónicas”), de que ha de haber relaciones numéricas sencillas que determinen el movi- miento de los planetas. Por otra parte, y siguiendo también a los pitagóricos, creyó durante largo tiempo que el único movimiento admisible era el circular uniforme. Comprobó repetidamente que los movimientos observados de los planetas no podían explicarse de este modo y lo intentó una y otra vez. Pero al contrario que muchos pitagóricos, Kepler creía en las observaciones y en los experimentos en el mundo real. Al final, observaciones detalladas del movimiento aparente de los planetas le obligaron a abandonar la idea de los ca- minos circulares y a comprender que los planetas seguían elipses. La atracción ejercida por la doctrina pitagórica inspiró a Kepler en su búsqueda de la armonía del movimiento planetario, y al mismo tiempo fue un obstáculo para él. Un desdén por todo lo práctico inundó el mundo antiguo. Platón animó a los astrónomos a pensar en los cielos, pero a no perder el tiempo observándolos. Aristóteles creía que “los de clase inferior son esclavos por naturaleza, y lo mejor para ellos como para todos los inferiores es que estén bajo el dominio de un amo... El esclavo comparte la vida de su amo; el artesano está relacionado con él me- nos estrechamente, y sólo llega a la excelencia de modo proporcional cuando se hace esclavo. La clase más vil de mecánico tiene una es- clavitud especial y separada”. Plutarco escribió: “No se sigue nece- sariamente que si la obra te encanta con su gracia, el que la hizo sea 1 0. Un pitagórico llamado Hipaso publicó el secreto de la "esfera con doce pentá- gonos", el dodecaedro. Al morir más tarde en un naufragio, se dice que sus compa- ñeros pitagóricos ponderaron la justicia del castigo. Su libronoha sobrevivido.
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    186 Cosmos merecedor deaprecio.” La opinión de Jenofonte era: “Las artes llamadas mecánicas tienen un estigma social y es lógico que me- rezcan la deshonra de nuestras ciudades.” A consecuencia de tales actitudes, el método experimental jónico brillante y prometedor fue en gran parte abandonado durante dos mil años. Sin experi- mentación no hay posibilidad de escoger entre hipótesis contradic- torias, es imposible que la ciencia avance. La infección antiempí- rica de los pitagóricos sobrevive incluso hoy. Pero, ¿por qué? ¿De dónde vino esta aversión al experimento? El historiador de la ciencia Benjamín Farrington ha dado una ex- plicación de la decadencia de la ciencia antigua: La tradición mer- cantil que desembocó en la ciencia jónica, también desembocó en una economía de esclavos. La posesión de esclavos abría el cami- no a la riqueza y al poder. Las fortificaciones de Polícrates fueron construidas por esclavos. Atenas en la época de Pericles, Platón y Aristóteles tenía una vasta población de esclavos. Todas las gran- des formulaciones atenienses sobre la democracia eran válidas únicamente para unos pocos privilegiados. La tarea característica de los esclavos es el trabajo manual. Pero la experimentación científica es trabajo manual, trabajo del cual los propietarios de esclavos prefieren mantenerse alejados; pero los únicos que dis- ponen de ocio para dedicarse a la ciencia son los propietarios de esclavos, llamados cortésmente gentil hombres en algunas socie- dades. Por lo tanto, casi nadie se dedicó a la ciencia. Los jonios eran perfectamente capaces de construir máquinas bastante ele- gantes. Pero la disponibilidad de esclavos minó la motivación económica necesaria para el desarrollo de la tecnología. De este modo la tradición mercantil contribuyó al gran despertar jonio de hacia el 600 a. de C., y es posible que debido a la esclavitud haya sido también la causa de su decadencia unos dos siglos después. El caso tiene su ironía. Tendencias semejantes se observan en todo el mundo. El punto culminante de la astronomía china indígena se produjo hacia 1280, con la obra de Guo Shoujing, quien se sirvió de una línea ba- se observacional de 1 500 años y mejoró los instrumentos astro- nómicos y las técnicas matemáticas de cálculo. Se cree en general que la astronomía china sufrió después una rápida decadencia. Nathan Sivin cree que esto se debe en parte “a un aumento en la rigidez de la elites, de modo que las personas educadas se sentían menos inclinadas a sentir curiosidad por las técnicas y menos dis- puestas a valorar la ciencia como una dedicación digna de un caba- llero”. La ocupación de astrónomo se convirtió en un cargo here- ditario, sistema éste inconciliable con el avance de la materia. Además, “la responsabilidad por la evolución de la astronomía quedó centrada en la corte imperial, y se dejó principalmente en manos de técnicos extranjeros”, sobre todo de jesuitas, que habían presentado a Euclides y Copé mico a los asombrados chinos, pero que al producirse la censura de este último tenían interés en dis- frazar y suprimir la cosmología heliocéntrica. Quizás la ciencia nació muerta en las civilizaciones india, maya y azteca por motivos idénticos a los de su decadencia en Jonia, la omnipresencia de la economía esclavista. Un problema básico en el actual Tercer Mundo (político) es que las clases educadas tienden a ser los hijos de los ricos, interesados en mantener el status quo, o bien no acos- tumbrados a trabajar con sus manos o a poner en duda la sabidu- ría convencional. La ciencia ha arraigado allí con mucha lentitud.
  • 22.
    El espinazo dela noche 187 Platón y Aristóteles se sentían confortables en una sociedad escla- vista. Dieron justificaciones para la opresión. Estuvieron al servicio de tiranos. Enseñaron la alienación del cuerpo separado del alma (ideal muy natural en una sociedad esclavista); separaron la materia del pensamiento; divorciaron a la Tierra de los cielos: divisiones éstas que iban a dominar el pensamiento occidental durante más de veinte siglos. Platón, quien creía que “todas las cosas están llenas de dioses”, utilizó concretamente la metáfora de la esclavitud para conectar su política con su cosmología. Se dice que propuso quemar todas las obras de Demócrito (formuló una recomendación semejan- te para las obras de Homero), quizás porque Demócrito no aceptaba la existencia de almas inmortales o de dioses inmortales o el misti- cismo pitagórico, o porque creían en un número infinito de mundos. No sobrevive ni una sola obra de los setenta y tres libros que se dice escribió Demócrito. Todo lo que conocemos son fragmentos, princi- palmente sobre ética, y relaciones de segunda mano. Lo mismo su- cedió con las obras de casi todos los demás antiguos científicos jo- nios. Pitágoras y Platón, al reconocer que el Cosmos es cognoscible y que hay una estructura matemática subyacente en la naturaleza, hicieron avanzar mucho la causa de la ciencia. Pero al suprimir los hechos inquietantes, al creer que había que reservar la ciencia para una pe- queña elite, al expresar su desagrado por la experimentación, al abrazar el misticismo y aceptar fácilmente las sociedades esclavistas, hicieron retroceder la empresa del hombre. Después de un sueño místico en el cual yacían enmoheciéndose las herramientas del exa- men científico, el método jonio, transmitido en algunos casos a tra Vidas aproximadas de científicos jonios y griegos entre el siglo séptimo a. de C. y el siglo quinto. La decadencia de la ciencia griega queda marcada por la escasezrelati- v a de científicos en la tabla después del siglo primero a. de C.
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    188 Cosmos vés delos sabios de la Biblioteca de Alejandría, fue al final redes- cubierto. El mundo occidental despertó de nuevo. La experimen- tación y la investigación abierta se hicieron otra vez respetables. Se leyeron de nuevo libros y fragmentos olvidados. Leonardo, Co- lón y Copé mico fueron inspirados por esta antigua tradición grie- ga o siguieron independientemente parte de sus huellas. En nues- tra época hay mucha ciencia jónica, aunque falte en política y en religión, y hay en grado considerable un valeroso libre examen. Pero también hay supersticiones detestables y ambigüedades éti- cas mortales. Llevamos la marca de antiguas contradicciones. Los platónicos y sus sucesores cristianos sostenían la idea pecu- liar de que la Tierra estaba viciada y de que era en cierto modo re- pugnante mientras que los cielos eran perfectos y divinos. La idea fundamental de que la Tierra es un planeta, de que somos ciuda- danos del universo, fue rechazada y olvidada. Aristarco fue el primero en sostener esta idea. Aristarco, nacido en Samos tres si- glos después de Pitágoras, fue uno de los últimos científicos jonios. En su época el centro de la ilustración intelectual se había despla- zado a la gran Biblioteca de Alejandría. Aristarco fue la primera persona que afirmó que el centro del sistema planetario está en el Sol y no en la Tierra, que todos los planetas giran alrededor del Sol y no de la Tierra. Es típico que sus escritos sobre esta cuestión se hayan perdido. Dedujo a partir del tamaño de la sombra de la Tie- rra sobre la Luna durante un eclipse lunar que el Sol tenía que ser mucho mayor que la Tierra y que además tenía que estar a una distancia muy grande. Quizás esto le hizo pensar que era absurdo que un cuerpo tan grande como el Sol girara alrededor de un cuer- po tan pequeño como la Tierra. Puso al Sol en el centro, hizo que la Tierra girara sobre su eje una vez al día y que orbitara el Sol una vez al año. Ésta es la misma idea que asociamos con el nombre de Copérni- co, a quien Galileo llamó restaurador y confirmador, no inventor, de la hipótesis heliocéntrica.11 Durante la mayor parte de los 1 800 años que separan a Aristarco de Copé mico nadie conoció la dispo- sición correcta de los planetas, a pesar de haber sido expuesta de modo perfectamente claro en el 280 a. de C. La idea escandalizó a algunos de los contemporáneos de Aristarco. Hubo gritos, como los dedicados a Anaxágoras, a Bruno y a Galileo, pidiendo que se les condenara por impiedad. La resistencia contra Aristarco y Co- pé mico, una especie de egocentrismo en la vida diaria, continúa vivo entre nosotros: todavía decimos que el Sol se levanta y que el Sol, se pone. Han pasado 2 200 años desde Aristarco y nuestro lenguaje todavía pretende que la Tierra no gira. La distancia existente entre los planetas cuarenta millones de ki- lómetros de la Tierra a Venus en el momento de máxima aproxi- mación, seis mil millones de kilómetros hasta Plutón habría asombrado a aquellos griegos que se escandalizaban ante la afir- mación de que el Sol pudiera ser tan grande como el Peloponeso. 1 1. Copérnico pudo haber sacado su idea de una lectura de Aristarco. Los textos clásicos que se habían descubiertorecientemente estaban provocandogran agitación en las universidades italianas cuando Copérnico cursó allí su carrera de medicina. Copérnico, en el manuscrito de su obra, mencionó la prioridad de Aristarco, pero omitióla cita antes de que el libropasara a la impresión. Copérnicoescribióen una carta al papa PabloIII: "Según Cicerón,Nicetas había creídoque la Tierra estaba en mov imiento... Según Plutarco [que discute Aristarco]... otros sostuvieron la misma opinión. Por lo tanto cuando hube concebido a partir de esto la correspondiente posibilidad, empecé y o también a meditar sobre la mov ilidad de la Tierra."
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    El espinazo dela noche 189 Era algo natural imaginar el sistema solar como una cosa más com- pacta y local. Si levanto un dedo delante de los ojos y lo examino primero con el ojo izquierdo y luego con el derecho parece despla- zarse sobre el fondo lejano. Cuanto más cerca ponga el dedo más parecerá desplazarse. Puedo estimar la distancia de mi dedo mi- diendo este desplazamiento aparente, o paralaje. Si mis ojos estu- viesen más separados, el dedo parecería desplazarse bastante más. Cuanto más larga es la línea base a partir de la cual hacemos dos observaciones, mayor es el paralaje y mejor podremos medir la dis- tancia a objetos remotos. Pero nosotros vivimos en una plataforma en movimiento, la Tierra, que cada seis meses va de un extremo a otro de su órbita, una distancia de 300 000 000 km. Si observamos con una separación de seis meses objetos celestiales inmóviles, esta- remos en disposición de medir distancias muy grandes. Aristarco sospechó que las estrellas eran soles distantes. Puso al Sol entre las estrellas fijas. La falta de un paralaje estelar detestable a medida que la Tierra se desplazaba sugería que las estrellas estaban mucho más lejos que el Sol. Antes de la invención del telescopio, el parala- je, incluso de las estrellas más próximas, era demasiado pequeño para ser detectado. El primer paralaje de una estrella no se midió hasta el siglo diecinueve. Quedó claro entonces, aplicando directa- mente la geometría griega que las estrellas estaban a años luz de distancia. Hay otro sistema para medir la distancia a las estrellas que los jo- nios eran perfectamente capaces de descubrir, aunque por lo visto no hicieron uso de él. Todos sabemos que cuanto más lejos está un objeto más pequeño parece. Esta proporcionalidad inversa entre el tamaño aparente y la distancia es la base de la perspectiva en el arte y la fotografía. Por lo tanto, cuanto más lejos estamos del Sol más pequeño y oscuro aparece. ¿A qué distancia tendríamos que estar del Sol para que pareciera tan pequeño y oscuro como una estrella? O bien de modo equivalente, ¿qué tamaño ha de tener un pequeño fragmento del Sol para que sea del mismo brillo que una estrella? Christiaan Huygens llevó a cabo un primer experimento para res- ponder a esta cuestión, muy en la onda de la tradición jonia. Huy- gens practicó pequeños agujeros en una placa de latón, puso la placa contra el Sol y se preguntó cuál era el agujero cuyo brillo equivalía al de la brillante estrella S¡rio, brillo que recordaba de la noche ante- rior. El agujero resultó ser12 1/28 000 del tamaño aparente del Sol. Dedujo: o por lo tanto que Sirio tenía que estar 28 000 veces más lejos de nosotros que el Sol, o sea aproximadamente a medio año luz de distancia. Es difícil recordar el brillo que tiene una estrella mu- chas horas después de haberla visto, pero Huygens lo recordó muy bien. Si hubiese sabido que el brillo de Sirio era intrínsecamente superior al del Sol, hubiese dado con una respuesta casi exacta: Sirio está a 8.8 años luz de distancia. El hecho de que Aristarco y Huy- gens utilizaran datos imprecisos y consiguieran respuestas imperfec- tas apenas importa. Explicaron sus métodos tan claramente que si luego se disponía de mejores observaciones podían derivarse res- puestas más precisas. Entre las épocas de Aristarco y de Huygens los hombres dieron respuesta a la pregunta que me había excitado tanto cuando yo era un chico que crecía en Brooklyn: ¿Qué son las estrellas? La respues 1 2. Huygens utilizó además una cuenta de cristal para reducir la cantidad de luz que pasaba por el agujero.
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    190 Cosmos Reconstrucción simplede la placa de latón perforada utilizada por Christiaan Huy- gens en el siglo diecisiete para determinar la distancia a las estrellas. (Fotografía, Bill Ray . ) ta es que las estrellas son soles poderosos a años luz de distancia en la vastitud del espacio interestelar. El gran legado de Aristarco es éste: ni nosotros ni nuestros pla- netas disfrutamos de una posición privilegiada en la naturaleza. Desde entonces esta intuición se ha aplicado hacia lo alto, hacia las estrellas y hacia nuestro entorno, hacia muchos subconjuntos de la familia humana, con gran éxito y una oposición invariable. Ha causado grandes avances en astronomía, física, biología, an- tropología, economía y política. Me pregunto si su extrapolación social es una razón principal que explica los intentos para supri- mirla. El legado de Aristarco se ha extendido mucho más allá del reino de las estrellas. A fines del siglo dieciocho, William Herschel, músico y astrónomo de Jorge III de Inglaterra, completó un pro- yecto destinado a cartografiar los cielos estrellados y descubrió que había al parecer un número igual de estrellas en todas direc- ciones en el plano o faja de la Vía Láctea; dedujo razonablemente de esto que estábamos en el centro de la Galaxia. 13 Poco antes de la primera guerra mundial, Harlow Shapley, de Missouri, ideó una técnica para medir las distancias de los cúmulos globulares, estos deliciosos conjuntos esféricos de estrellas que parecen en- jambres de abejas. Shapley había descubierto una candela estelar estándar, una estrella notable por su variabilidad, pero que tenía siempre el mismo brillo intrínseco. Shapley comparó la disminu- ción en el brillo de tales estrellas presentes en cúmulos globulares con su brillo real, deducido de representantes cercanos, y de este modo pudo calcular su distancia: del mismo modo en un campo podemos estimar la distancia a que se encuentra una linterna de brillo intrínseco conocido a partir de la débil luz que llega a noso- tros, es decir siguiendo en el fondo el método de Huygens. Sha 1 3. Esta posición supuestamente privilegiada de la Tierra en el centro de lo que entonces se consideraba el universo conocido, inspiró a A. R. Wallace la opinión antiaristarquiana expuesta en su obra El lugar del hombre en el universo (1903) de que nuestro planeta podía ser el único habitado.
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    El espinazo dela noche 191 pley descubrió que los cúmulos globulares no estaban centrados alrededor de las proximidades solares sino más bien alrededor de una región distante de la Vía Láctea, en la dirección de la constela- ción de Sagitario, el Arquero. Pensó que era muy probable que los cúmulos globulares utilizados en esta investigación, casi un cente- nar, estuviesen orbitando y rindiendo homenaje al centro masivo de la Vía Láctea. Shapley tuvo el valor en 1915 de proponer que el sistema solar es- taba en las afueras y no cerca del núcleo de nuestra galaxia. Hers- chel se había equivocado a causa de la gran cantidad de polvo oscu- recedor que hay en la dirección de Sagitario; le era imposible cono- cer el número enorme de estrellas situadas detrás. Actualmente está muy claro que vivimos a unos 30 000 años luz del núcleo galáctico, en los bordes de un brazo espiral, donde la densidad local de estre- llas es relativamente reducida. Quizás haya seres viviendo en un planeta en órbita alrededor de una estrella central de uno de los cú- mulos globulares de Shapley, o de una estrella situada en el núcleo. Estos seres quizás nos compadezcan por el puñado de estrellas visi- bles a simple vista que tenemos, mientras que sus cielos están in- cendiados con ellas. Cerca del centro de la Vía Láctea serían visibles a simple vista millones de estrellas brillantes, mientras que nosotros sólo tenemos unos miserables miles. Podría ponerse nuestro Sol u otros soles, pero no habría nunca noche. Hasta bien entrado el siglo veinte, los astrónomos creían que sólo había una galaxia en el Cosmos, la Vía Láctea, aunque en el siglo dieciocho Thomas Wright, de Durban, e Immanuel Kant, de Königs- berg, tuvieron separadamente la premonición de que las exquisitas formas luminosas espirales que se veían a través del telescopio eran otras galaxias. Kant sugirió explícitamente que M31 en la constela- ción de Andrómeda era otra Vía Láctea, compuesta por un número enorme de estrellas, y propuso dar a estos objetos la denominación evocativa e inolvidable de universos islas. Algunos científicos juga- ron con la idea de que las nebulosas espirales no eran universos islas distantes sino nubes cercanas de gas interestelar en condensación, quizás en camino de convertirse en sistemas solares. Para compro- bar la distancia de las nebulosas espirales, se necesitaba una clase de estrellas variables intrínsecamente mucho más brillantes que pro- porcionara una nueva candela estándar. Se descubrió que estas es- trellas, identificadas en M31 por Edwin Hubble en 1924, eran alar- mantemente débiles, y que por lo tanto M31 estaba a una distancia prodigiosa de nosotros, distancia que hoy se calcula en algo más de dos millones de años luz. Pero si M31 estaba a tal distancia no podía ser una nube de simples dimensiones interestelares, tenía que ser mucho mayor: una galaxia inmensa por derecho propio. Y las de- más galaxias, más débiles, debían estar todavía a distancias mayo- res, un centenar de miles de millones de ejemplares esparcidas a través de la oscuridad hasta las fronteras del Cosmos conocido. Los hombres en todos los momentos de su existencia han buscado su lugar en el Cosmos. En la infancia de nuestra especie (cuando nuestros antepasados contemplaban las estrellas con aire distraído), entre los científicos jonios de la Grecia antigua, y en nuestra propia época, nos ha fascinado esta pregunta: ¿Dónde estamos? ¿Quiénes somos? Descubrimos que vivimos en un planeta insignificante de una estrella ordinaria perdida entre dos brazos espirales en las afue- ras de una galaxia que es un miembro de un cúmulo poco poblado Representación esquemática de la Vía Láctea vista de canto, rodeada por un enjambre de cúmulos estelares globula- res, cada uno de los cuales contiene entre cien mil y diez millones de estre- llas. A esta escala el Sol y la Tierra están situados cerca del borde exterior de los brazos en espiral, sobresaliendo del núcleo galáctico. (Pintura de Jon Lom- berg.)
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    192 Cosmos Los cúmulosestelares globulares gravitan alrededor del centromasivode la galaxia Vía Láctea y lodemarcan. Muchos están situa- dos en un gran halo esférico de estrellas y cúmulos estelares que envuelven nuestra galaxia espiral. Unos pocos, como los de la foto, se concentran hacia el núcleogaláctico. El cielo, vistodesde los planetas de unocualquiera de estos soles, estaría llameando con estrellas. La designación de estos cúmulos globulares es NGC 6522 y NGC 6528, siendo NGC la abreviatura de "New General Catalog" (Nuevo Catálogo General), una compilación de cúmulos y de galaxias. Era nuevo cuando se compiló por primera vez en 1 888. (Cedida por el observatorionacionalde Kitt Peak. ©Association of Universities for Research in Astronomy, Inc.)
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    El espinazo dela noche 193 de galaxias arrinconado en algún punto perdido de un universo en el cual hay muchas más galaxias que personas. Esta perspectiva es una valerosa continuación de nuestra tendencia a construir y poner a prueba modelos mentales de los cielos; el Sol en forma de piedra al rojo vivo, las estrellas como llama celestial y la Galaxia como el espi- nazo de la noche. Desde Aristarco, cada paso en nuestra investigación nos ha ido ale- jando del escenario central del drama cósmico. No hemos dispuesto de mucho tiempo para asimilar estos nuevos descubrimientos. Los hallazgos de Shapley y de Hubble tuvieron lugar cuando ya vivían muchas personas que todavía están entre nosotros. Hay quien de- plora secretamente estos grandes descubrimientos, porque conside- ra que cada paso ha sido una degradación, porque en lo más íntimo de su corazón anhela todavía un universo cuyo centro, foco y fulero sea la Tierra. Pero para poder tratar con el Cosmos primero tene- mos que entenderlo, aunque nuestras esperanzas de disfrutar de un status preferencial conseguido de balde se vean contravenidas en el mismo proceso. Una condición previa esencial para mejorar nuestra vecindad es comprender dónde vivimos. También ayuda saber el aspecto que presentan otros barrios. Si deseamos que nuestro pla- neta sea importante hay algo que podemos hacer para contribuir a ello. Hacemos importante a nuestro mundo gracias al valor de nues- tras preguntas y a la profundidad de nuestras respuestas. Nos embarcamos en nuestro viaje cósmico con una pregunta for- mulada por primera vez en la infancia de nuestra especie y repetida en cada generación con una admiración inalterada: ¿Qué son las estrellas? Explorar es algo propio de nuestra naturaleza. Empeza- mos como pueblo errante, y todavía lo somos. Estuvimos demasia- do tiempo en la orilla del océano cósmico. Ahora estamos a punto para zarpar hacia las estrellas.
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    Un hipotéticoplaneta heladoenel sistema de la nebulosa anular de la Lira. La estrella central se ha despojadode su atmósfera exterior produciendo una cáscara de gas brillante y multicolor en lenta expansión. Este sistema, que está a una distancia de nosotros de 1 500 años luz,es un objetivopara la exploración humana en un futurodistante. (Pintura de David Egge,1979.)
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    Capítulo VIII Viajes a travésdel espacio y del tiempo Nadie ha vivido más tiempo que un niño muerto, y Matusalén 1 murió joven. El Cielo y la Tierra son tan viejos como yo, y las diez mil cosas son una sola. ZHUANG ZI, hacia el 300 a. de C. Hemos amado con demasiado fervor a las estrellas para temer a la noche. (Epitafio en la lápida mortuoria de dos astrónomos aficionados.) Las estrellas garabatean en nuestros ojos heladas epopeyas, cantos resplandecien- tes del espacio inconquistado. HART CRANE, El puente 1 . De hechoPeng Zi, el equivalente chino.
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    196 Cosmos La OsaMayor vista desde la Tierra De lado Desde atrás La Osa May or, vista desde la Tierra (arri- ba), de lado (en el centro) y desde detrás (abajo). Veríamos las dos últimas perspec- tiv as si pudiésemos desplazarnos a los puntos de v ista respectivos, a unos 150 años luzde distancia. LAS SUBIDAS Y BAJADAS del rompiente se deben en parte a las ma- reas. La Luna y el Sol están a gran distancia, pero su influencia gravitatoria es muy real y perceptible aquí en la Tierra. La playa nos recuerda el espacio. Granos finos de arena, todos ellos de tamaño más o menos uniforme, producidos a partir de rocas ma- yores después de eras de empujones y roces, de abrasión y ero- sión, de movimientos impulsados también, a través de las olas y del tiempo atmosférico, por la Luna y el Sol. La playa nos recuer- da también el tiempo. El mundo es mucho más antiguo que la especie humana. Un puñado de arena contiene unos 10 000 granos, un número superior al de las estrellas que podemos ver a simple vista en una noche despejada. Pero el número de estrellas que podemos ver es sólo una mínima fracción del número de estrellas que existen. Las que nosotros vemos de noche son un pequeño resumen de las estrellas más cercanas. En cambio el Cosmos tiene una riqueza que supera toda medida: el número total de estrellas en el univer- so es mayor que todos los granos de arena de todas las playas del planeta Tierra. A pesar de los esfuerzos de los antiguos astrónomos y astrólo- gos por poner figuras en el cielo, una constelación no es más que una agrupación arbitraria de estrellas, compuesta de estrellas in- trínsecamente débiles que nos parecen brillantes porque están cerca, y de estrellas intrínsecamente más brillantes que están algo más distantes. Puede decirse con una precisión muy grande que todos los puntos de la Tierra están a igual distancia de cualquier estrella. A esto se debe que las formas que adoptan las estrellas en una constelación dada no cambien cuando nos desplazamos por ejemplo del Asia central soviética al Medio oeste norteameri- cano. Desde el punto de vista astronómico, la URSS y los Estados Unidos están en el mismo lugar. Las estrellas de cualquier cons- telación están tan lejos que no podemos reconocerlas como una configuración tridimensional mientras permanecemos atados a la Tierra. La distancia media entre las estrellas es de unos cuantos años luz, y recordemos que un año luz es diez billones de kilóme- tros. Para que cambien las formas de las constelaciones tenemos que viajar distancias comparables a las que separan a las estre- llas; debemos aventuramos a través de años luz. Así nos parecerá que algunas estrellas cercanas se salen de la constelación y que otras se introducen en ella, y su configuración cambiará especta- cularmente. Hasta el momento nuestra tecnología es totalmente incapaz de llevar a cabo estos magníficos viajes interestelares, por lo menos con una duración razonable. Pero podemos enseñar a nuestras computadoras las posiciones tridimensionales de todas las estre- llas cercanas, y pedirles que se nos lleven en un pequeño viaje, por ejemplo para circunnavegar el conjunto de estrellas brillantes que constituyen la Osa Mayor, y observar entonces el cambio de las constelaciones. Para relacionar las estrellas de las constela- ciones típicas utilizamos los diagramas usuales de punto y raya. A medida que cambiamos de perspectiva, vemos que sus formas aparentes sufren deformaciones pronunciadas. Los habitantes de los planetas de estrellas distantes contemplan en sus cielos noc- turnos constelaciones muy distintas de las nuestras: otros tests de Rorschach para otras mentes. Quizás dentro de unos cuantos si- glos una nave espacial de la Tierra recorrerá realmente estas dis
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    Viajes a travésdel espacio y del tiempo 197 tancias a una velocidad notable y verá nuevas constelaciones que ningún hombre ha visto hasta ahora, excepto a través de una com- putadora. El aspecto de las constelaciones cambia no sólo en el espacio sino también en el tiempo; no sólo al cambiar nuestra posición sino tam- bién al dejar que transcurra un tiempo suficientemente largo. A veces las estrellas se desplazan conjuntamente en grupo o en cúmu- lo; a veces, una estrella sola puede moverse muy rápidamente con relación a sus compañeras. Puede suceder que una de estas estrellas abandone una constelación y entre en otra. A veces, un miembro de un sistema de dos estrellas explota, rompiendo las trabas gravita- cionales que mantenían atada a su compañera, la cual sale disparada hacia el espacio con su anterior velocidad orbital, un disparo de honda en el cielo. Además las estrellas nacen, las estrellas evolucio- nan, las estrellas mueren. Si esperamos lo suficiente aparecerán nuevas estrellas y desaparecerán estrellas viejas. Las figuras del cielo se funden lentamente y van cambiando. Las constelaciones han cambiado incluso en el transcurso de la vida de la especie humana: unos cuantos millones de años. Conside- remos la actual configuración de la Osa Mayor, o Carro. Nuestra computadora nos puede trasladar no sólo por el espacio sino tam- bién por el tiempo. Si pasamos hacia atrás la película de la Osa Ma- yor, y dejamos que las estrellas se muevan, nos encontramos que hace un millón de años su aspecto era muy distinto. La Osa Mayor se parecía entonces más bien a una lanza. Si una máquina del tiem- po nos soltara abruptamente en una edad desconocida del pasado remoto, podríamos en principio determinar la época por la configu- ración de las estrellas: si la Osa Mayor es como una lanza, tenemos que estar a mediados del pleistoceno. También podemos pedir al computador que pase hacia delante la película de una constelación. Consideremos Leo, el León. El zodía- co es una faja de doce constelaciones que parece envolver el cielo en la zona que recorre aparentemente el Sol a lo largo del año. La raíz de la palabra es la misma que la de zoo, porque a las constelaciones zodiacales, como Leo, se han atribuido principalmente nombres de animales. Dentro de un millón de años Leo se parecerá todavía me- nos a un león que ahora. Quizás nuestros remotos descendientes le llamarán la constelación del radiotelescopio, aunque sospecho que dentro de un millón de años el radiotelescopio habrá quedado más superado que la lanza con punta de piedra en la actualidad. La constelación (no zodiacal) de Orión, el cazador, está perfilada por cuatro estrellas brillantes y cortada por una línea diagonal de tres estrellas que representan el cinturón del cazador. Las estrellas más débiles que penden del cinturón son, según el test proyectivo de la astronomía convencional, la espada de Orión. La estrella central de la espada no es en realidad una estrella sino una gran nube de gas, llamada la Nebulosa de Orión, en la que están naciendo muchas estrellas. Muchas de las estrellas de Orión son estrellas jóvenes y calientes que evolucionan rápidamente y acaban sus días en colosa- les explosiones cósmicas llamadas supernovas. Nacen y mueren en períodos de decenas de millones de años. Si hiciéramos pasar rápi- damente hacia el futuro la película de Orión, en la computadora ob- tendríamos un efecto sorprendente, los nacimientos y muertes es- pectaculares de muchas de sus estrellas, que resplandecen de pronto y mueren en un parpadeo como luciérnagas en la noche. Imágenes generadas por computadora de la Osa Mayor tal como se hubiese visto desde la Tierra hace un millón de años, y hace medio millón de años. Su aspecto actual es el del dibujo inferior.
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    198 Cosmos Dibujo generadopor computadora de la constelación Leo, tal como aparece ahora (arriba) y tal como aparecerá vista desde nuestro planeta dentro de un millón de años. La vecindad del Sol, los alrededores inmediatos del Sol en el espacio, incluye el sistema estelar más próximo, Alpha Centauri. Se trata en realidad de un sistema triple, en el que dos estrellas giran una alrededor de la otra y una tercera estrella, Próxima Centauri, está orbitando el primer par a una distancia discreta. En algunas posiciones de su órbita Próxima es la estrella conocida más próxima al Sol: de ahí su nombre. La mayoría de estrellas en el cielo forman parte de sistemas estelares dobles o múltiples. Nuestro solitario Sol es en cierto modo una anomalía. La segunda estrella más brillante de la constelación de Andró- meda, llamada Beta Andromedae, está a setenta y cinco años luz de distancia. La luz mediante la cual la vemos se ha pasado seten- ta y cinco años atravesando las tinieblas del espacio interestelar en su largo viaje hasta la Tierra. Si ocurriera el hecho improbable de que Beta Andromedae hubiera volado en mil pedazos el martes pasado no lo sabríamos hasta dentro de setenta y cinco años, por- que esta interesante información que viaja a la velocidad de la luz necesitaría setenta y cinco años para cruzar las enormes distan- cias interestelares. Cuando la luz con la cual vemos ahora a esta estrella inició su largo viaje, el joven Albert Einstein, que trabaja- ba en la oficina suiza de patentes, había acabado de publicar aquí en la Tierra su histórica teoría de la relatividad espacial. El espacio y el tiempo están entretejidos. No podemos mirar hacia el espacio sin mirar hacia atrás en el tiempo. La luz se des- plaza con mucha rapidez. Pero el espacio está muy vacío y las es- trellas están muy separadas. Distancias de setenta y cinco años luz o inferiores son muy pequeñas comparadas con otras distan- cias de la astronomía. Del Sol al centro de la Vía Láctea hay 30 000 años luz. De nuestra galaxia a la galaxia espiral más cercana, M31, también en la constelación de Andrómeda, hay 2 000 000 años luz. Cuando la luz que vemos actualmente de M31 partió de allí hacia la Tierra no había hombres en nuestro planeta, aunque nuestros antepasados estaban evolucionando rápidamente hacia nuestra forma actual. La distancia de la Tierra a los quasars más remotos es de ocho o diez mil millones de años luz. Los vemos tal como eran antes de la acumulación que creó la Tierra, antes de que se formara la Vía Láctea. Esta situación no es exclusiva de los objetos astronómicos, pero sólo los objetos astronómicos están a suficiente distancia para que la velocidad finita de la luz resulte importante. Si uno mira a una amiga a tres metros de distancia en la otra punta de la habi- tación no la ve como es “ahora” , sino tal como “era” hace una centésima de millonésima de segundo: (3m) / (3 × 108 m / seg.) = 1 / (108 / seg.) = 10-8 seg., es decir una centésima de microsegun- do. En este cálculo nos hemos limitado a dividir la distancia por la velocidad para obtener el tiempo transcurrido. Pero la diferen- cia entre tu amiga ahora y ahora menos una cien millonésima de segundo es demasiado pequeña para que cuente. En cambio si miramos un quasar a ocho mil millones de años luz de distancia, el hecho de que la estemos mirando tal como era hace ocho mil millones de años puede ser muy importante. (Por ejemplo algu- nos piensan que los quasar son fenómenos explosivos que pueden darse con probabilidad en la historia primitiva de las galaxias. En este caso, cuanto más distante esté la galaxia, más temprana es la fase de su historia que estamos observando, y más probable es que la veamos como un quasar. De hecho el número de quasars
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    Viajes a travésdel espacio y del tiempo 199 aumenta cuando observamos a distancias superiores a unos cinco mil millones de años.) Las dos naves espaciales interestelares Voyager, las máquinas más rápidas que se hayan lanzado nunca desde la Tierra, se están despla- zando ahora a una diez milésima parte de la velocidad de la luz. Necesitarían 40 000 años para situarse a la distancia de la estrella más próxima. ¿Tenemos alguna esperanza de abandonar la Tierra y de atravesar distancias inmensas para llegar aunque sólo sea a Próxima Centauri al cabo de períodos convenientes de tiempo? ¿Po- demos hacer algo para aproximarnos a la velocidad de la luz? ¿Esta- remos algún día en disposición de ir a velocidad superior a ella? Quien se hubiese paseado por el agradable paisaje campestre de la Toscana en los años 1890, hubiese podido encontrarse, quizás, con un adolescente de cabellos algo largos que había dejado la escuela y que iba de camino a Pavía. Sus maestros en Alemania le habían ase- gurado que no llegaría nunca a nada, que sus preguntas destruían la disciplina de la clase, y que lo mejor era que se fuera. En conse- cuencia se fue de la escuela y se dedicó a vagabundear por el norte de Italia disfrutando de una libertad que le permitía meditar sobre materias alejadas de los temas que le habían obligado a estudiar en su muy disciplinada escuela prusiana. Su nombre era Albert Eins- tein y sus meditaciones cambiaron el mundo. Einstein se había sentido fascinado por la obra de Bernstein El Li- bro popular de Ciencia natural, una obra de divulgación científica que describía en su primera página la increíble velocidad de la elec- tricidad a través de los hilos y de la luz a través del espacio. Él se preguntó qué aspecto tendría el mundo si uno pudiese desplazarse sobre una onda de luz. ¡Viajar a la velocidad de la luz! ¡Qué pensa- miento atractivo y fascinante para un chico de excursión por una carretera en el campo salpicado e inundado con la luz del Sol! Si uno se desplazaba sobre una onda de luz, era imposible saber que estaba sobre ella: si uno partía sobre la cresta de una onda, perma- necería sobre la cresta y perdería toda noción de que aquello era una Albert Einstein (1879-1955 ). Retrato de Jean-Leon Huens, @ National Geograp- hic Society. Su interés latente por la ciencia se despertóa los doce años al leer un libro de divulgación científica que le regaló un estudiante indigente llamado Max Talmey, al que los padres de Eins- tein habían invitado a cenar en un acto de caridad y compasión.
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    200 Cosmos La paradojade la simultaneidad en relativi- dad especial. El observador está mirando desde el brazo meridional de un cruce. Un ciclista se acerca desde el norte a una veloci- dad indicada por la flecha de trazo continuo. La luz reflejada por el ciclista se acerca al observ ador a una velocidad más alta, indica- da por la flecha de trazos. Un coche se acerca al cruce desde el oeste a una v elocidad indi- cada por la flecha de trazo continuo, y una luzse refleja de él hacia el ser a una velocidad dada por la correspondiente flecha de trazos. Si fuera correcto sumar la v elocidad del ci- clista a la velocidad de la luz (puesto que el ciclista se aproxima al observador), la luz del ciclista llegaría antes que la luzdel coche, y lo que tanto el ciclista como el conductor del coche v en como un choque evitado en el último momento es presenciado de modo muy distinto por el observador. Experimen- tos cuidadosos demuestran que no es esto lo que sucede. La paradoja sólo se nota si la bicicleta se desplaza a una velocidad muy próxima ala de la luz. La solución de la para- doja consiste en afirmar que la velocidad de la luzha de ser independiente de la v elocidad del objeto en mov imiento. onda. Algo raro sucede a la velocidad de la luz. Cuanto más pen- saba Einstein sobre estos temas más inquietantes se hacían. Pare- ce que las paradojas surgen por doquier si uno puede desplazarse a la velocidad de la luz. Se habían dado por ciertas algunas ideas sin haberlas pensado con suficiente cuidado. Einstein planteó preguntas sencillas que podían haber sido formuladas siglos atrás. Por ejemplo, ¿qué significa exactamente que dos acontecimientos son simultáneos? Supongamos que voy en bicicleta y me acerco hacia ti. Al acer- carme a un cruce estoy a punto de chocar, o así me lo parece, con un carro arrastrado por un caballo. Hago una ese y consigo por los pelos que no me atropelle. Ahora imaginemos de nuevo este acon- tecimiento y supongamos que el carro y la bicicleta van a velocida- des cercanas a la de la luz. Tú estás mirando desde el fondo de la carretera y el carro se desplaza en ángulo recto a tu visual. Tú ves que me acerco hacia ti gracias a la luz solar que reflejo. ¿No es ló- gico que mi velocidad se añada a la velocidad de la luz, de modo que mi imagen te llegaría mucho antes que la imagen del carro? ¿No deberías verme hacer una ese antes de ver llegar al carro? ¿Es posible que el carro y yo nos acerquemos simultáneamente al cru- ce desde mi punto de vista pero no desde el tuyo? ¿Es posible que yo evite por los pelos la colisión con el carro pero que tú me veas dar una ese alrededor de nada y continuar pedaleando alegremen- te hacia la ciudad de Vinci? Estas preguntas son curiosas y sutiles. Ponen en tela de juicio lo evidente. Es comprensible que nadie pensara en ellas antes que Einstein. A partir de preguntas tan elementales Einstein elaboró una revisión fundamental de nuestro concepto del mundo, una revolución en la física. Para poder comprender el mundo, para evitar paradojas lógicas de este tipo al desplazamos a velocidades elevadas, hay que obede- cer algunas reglas, algunos mandamientos de la naturaleza. Eins- tein codificó estas reglas en la teoría especial de la relatividad. La luz (reflejada o emitida) por un objeto se desplaza a idéntica velo- cidad tanto si el objeto se mueve como si está estacionario: No sumarás tu velocidad a la velocidad de la luz. Además, ningún objeto material puede desplazarse a velocidad superior a la de la luz: No te desplazarás a la velocidad de la luz ni a velocidad su- perior. No hay nada en física que te impida desplazarte a una ve- locidad tan próxima a la de la luz como quieras; el 99.9% de la ve- locidad de la luz sería un buen tanto. Pero por mucho que lo in- tentes no conseguirás nunca ganar este último punto decimal. Pa- ra que el mundo sea consistente desde el punto de vista lógico ha de haber una velocidad cósmica limite. De no ser así uno tendría la posibilidad de alcanzar la velocidad que deseara sumando velo- cidades sobre una plataforma en movimiento. Los europeos a principios de siglo solían creer en marcos de re- ferencia privilegiados: que la cultura o la organización política alemana, o francesa o británica era mejor que la de otros países; que los europeos eran superiores a otros pueblos que habían teni- do la fortuna de ser colonizados. Se rechazaba de este modo o se ignoraba la aplicación social y política de las ideas de Aristarco y de Copérnico. El joven Einstein se rebeló contra el concepto de marcos de referencia privilegiados en física y lo propio hizo en po- lítica. En un universo lleno de estrellas que salían proyectadas en todas direcciones no había lugar alguno que estuviera en reposo, ninguna estructura desde la cual contemplar el universo que fuera
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    Viajes a travésdel espacio y del tiempo 201 superior a otra estructura cualquiera. Éste es el significado de la palabra relatividad. La idea es muy sencilla, a pesar de sus adornos mágicos: al observar el universo cualquier lugar es tan bueno como otro cualquiera. Las leyes de la naturaleza han de ser idénticas con independencia de quien las describa. De ser cierto esto y sería in- creíble que nuestra localización insignificante en el Cosmos tuviera algo especial, se deduce que uno no puede desplazarse a velocidad superior a la de la luz. Cuando oímos el restallido de un látigo se debe a que su punta se está desplazando a una velocidad superior a la del sonido, creando una onda de choque, un pequeño búa sónico. El trueno tiene un origen semejante. Se creía, antes, que los aviones no podrían ir a velocidad superior a la del sonido. Hoy en día el vuelo supersónico es algo trivial. Pero la barrera de la luz es distinta de la barrera del sonido. No se trata simplemente de un problema de ingeniería, co- mo el que resuelve el avión supersónico. Se trata de una ley funda- mental de la naturaleza, tan básica como la gravedad. Y no hay fe- nómenos en nuestra experiencia como el restallido de un látigo o el estampido de un trueno que sugieran la posibilidad de desplazarse en un vacío a velocidad superior a la de la luz. Por el contrario, hay una gama muy amplia de experiencias con aceleradores nucleares y relojes atómicos por ejemplo que concuerdan de modo cuantitativo y preciso con la relatividad especial. Los problemas de la simultaneidad no se aplican al sonido como se aplican a la luz, porque el sonido se propaga a través de algún medio material, normalmente el aire. La onda sonora que nos llega cuando un amigo está hablando es el movimiento de moléculas en el aire. En cambio la luz se desplaza en un vacío. Hay restricciones sobre la manera de desplazarse las moléculas de aire que no son válidas en un vacío. La luz del Sol nos llega a través del espacio vacío interme- dio, pero por mucho que nos esforcemos no podemos oír el crepitar de las manchas solares o el estallido de las erupciones solares. Se había creído, en la época anterior a la relatividad, que la luz se pro- pagaba a través de un medio especial que llenaba todo el espacio, llamado éter luminífero. Pero el famoso experimento de Michelson Morley demostró que este éter era inexistente. A veces oímos hablar de cosas que pueden desplazarse a velocidad superior a la de la luz. Se pone como ejemplo, a veces, algo llamado la velocidad del pensamiento. Esta idea es de una tontería excep- cional: sobre todo teniendo en cuenta que la velocidad de los impul- sos a través de las neuronas de nuestros cerebros es más o menos la misma que la de un carro de burro. El hecho de que los hombres hayan sido lo suficientemente listos para idear la relatividad de- muestra que pensamos bien, pero no creo que podamos enorgulle- cemos de pensar rápido. Sin embargo los impulsos eléctricos en las computadoras modernas van casi a la velocidad de la luz. La relatividad especial, elaborada totalmente por Einstein a sus veinticinco años, está confirmada por todos los experimentos reali- zados para comprobarla. Quizás mañana alguien inventará una teo- ría consistente con todo lo que ya sabemos y que salva las paradojas de la simultaneidad, evita marcos de referencia privilegiados y per- mite además ir a velocidad superior a la de la luz. Pero lo dudo mu- cho. La prohibición de Einstein contra un desplazamiento más rá- pido que la luz puede chocar con nuestro sentido común. Pero, ¿por qué tenemos que confiar al tratar este tema en nuestro sentido co- mún? ¿Puede condicionar nuestra experiencia a 10 kilómetros por Una señal de tráfico erigida brevemente en la ciudad italiana de Vinci. Dice: "Bienv enidos a Vinci. Límite de la velo- cidad de la luz, 40 kilómetros [por hora]."(Fotografía, Ann Druvan. )
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    202 Cosmos Bustode LeonardodaVinci (1452-1519) en el museo Leonardo, Vinci. (Foto del au- tor.) hora las leyes de la naturaleza válidas a 300 000 kilómetros por segundo? La relatividad pone límites a lo que los hombres pueden llegar a hacer en último extremo. Pero no se le pide al universo que esté en perfecta armonía con la ambición humana. La relatividad especial aparta de nuestras ma- nos un sistema posible para alcanzar las estrellas: la nave que viaja a velocidad superior a la de la luz. Pero sugiere de modo tentador otro método totalmente inesperado. Supongamos, siguiendo a George Gamow, que hay un lugar don- de la velocidad de la luz no tiene su valor real de 300 000 kilóme- tros por segundo, sino un valor muy modesto: 40 kilómetros por hora, y además un valor que todos obedecen (no hay penas por conculcar las leyes de la naturaleza, porque nadie comete críme- nes: la naturaleza se regula a sí misma y se limita a organizar las cosas de modo que sea imposible transgredir sus prohibiciones). Imaginemos que nos estamos acercando a la velocidad de la luz conduciendo un scooter. (La relatividad abunda en frases que em- piezan con “Imaginemos...” Einstein llamó a este tipo de ejerci- cios Gedankenexperiment, experimento mental.) A medida que nuestra velocidad aumenta empezamos a ver por detrás de los ob- jetos que adelantamos. Si estamos mirando con la cabeza dirigida rígidamente hacia delante, las cosas que estaban detrás irán apa- reciendo dentro del campo delantero de visión. Al acercamos a la velocidad de la luz, el mundo toma desde nuestro punto de vista, un aspecto muy raro: todo acaba comprimido en una pequeña ven- tana circular que está constantemente delante de nosotros. Desde el punto de vista de un observador estacionario, la luz que noso- tros reflejamos se enrojece cuando partimos y se azulea cuando volvemos. Si nos desplazamos hacia el observador a una velocidad cercana a la de la luz nos vemos envueltos en un fantástico res- plandor cromático: nuestra emisión infrarrojo normalmente invi- sible se desplazará hacia las longitudes de onda visibles, más cor- tas. Nos quedaremos comprimidos en la dirección del movimien- to, nuestra masa aumentará, y el tiempo, nuestra sensación del tiempo, se hará más lento, lo que constituye una extraordinaria consecuencia de este desplazamiento próximo a la velocidad de la luz llamada dilatación temporal. Pero desde el punto de vista de un observador que se desplazara con nosotros –alguien de paque- te– ninguno de estos efectos serían percibidos. Estas predicciones peculiares y a primera vista sorprendentes de la relatividad especial son ciertas en un sentido más profundo que cualquier otra cosa en física. Dependen de nuestro movimiento relativo. Pero son reales, no ilusiones ópticas. Pueden demostrar- se mediante simples matemáticas, casi todas con álgebra de pri- mer curso, y por lo tanto las puede entender cualquier persona educada. También están de acuerdo con muchos experimentos. Relojes muy precisos transportados en aviones retrasan un poco en comparación con relojes estacionarios. Los aceleradores nu- cleares están diseñados de modo que tengan en cuenta el aumento de masa producido por el aumento de velocidad; y si no se tuviera esto en cuenta las partículas aceleradas chocarían con las paredes del aparato, y no habría manera de experimentar mucho en física nuclear. Una velocidad es una distancia dividida por un tiempo. Al aproximamos a la velocidad de la luz no podemos sumar sim- plemente las velocidades, como solemos hacer en el mundo de ca- da día, y los conceptos familiares de espacio absoluto y de tiempo
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    Viajes a travésdel espacio y del tiempo 203 absoluto independiente de nuestro movimiento relativo han de hacerse a un lado. Por esto nos encogemos. Por esto se produce una dilatación temporal. Al viajar a una velocidad próxima a la de la luz uno apenas enveje- ce, pero los amigos y los parientes que se han quedado en casa si- guen envejeciendo a su ritmo normal. ¡Qué diferencia pues entre una persona que vuelve de un viaje relativista y sus amigos, que han envejecido décadas, por ejemplo, mientras él apenas ha envejecido! Un viaje a velocidad próxima a la de la luz es una especie de elixir de la vida. Puesto que el tiempo va más lento a una velocidad cercana a la de la luz, la relatividad especial nos proporciona un medio para alcanzar las estrellas. ¿Pero es posible desde el punto de vista de la ingeniería práctica viajar a una velocidad próxima a la de la luz? ¿Es realizable una nave estelar? La Toscana no fue solamente la caldera donde se cocieron algunas de las ideas del joven Albert Einstein; fue también la patria de otro gran genio que vivió 400 años antes, Leonardo da Vinci, a quien le encantaba encaramarse a las colinas toscanas y contemplar la tierra desde gran altura, como si estuviera planeando como un pájaro. Fue él quien dibujó las primeras perspectivas aéreas de paisajes, ciuda- des y fortificaciones. Leonardo, entre sus muchos intereses y reali- zaciones pintura, escultura, anatomía, geología, historia natural, ingeniería militar y civil tenía una gran pasión: idear y fabricar una máquina que pudiese volar. Trazó dibujos, construyó modelos, fa- bricó prototipos de tamaño natural, pero ninguno de ellos funcionó. No existía en aquel entonces un motor suficientemente potente y ligero. Sin embargo, los diseños eran brillantes y animaron a los ingenieros de futuros tiempos. El mismo Leonardo quedó muy des- animado por estos fracasos. Pero no era culpa suya, porque estaba atrapado en el siglo quince. Sucedió un caso semejante en 1939 cuando un grupo de ingenieros que había tomado el nombre de Sociedad Interplanetaria Británica diseñó una nave para trasladar personas a la Luna, utilizando la tec- nología de 1939. La nave no era en absoluto idéntica al diseño de la nave espacial Apolo que llevó a cabo exactamente esta misión tres décadas después, pero sugería que algún día una misión a la Luna podía ser una posibilidad práctica de ingeniería. Hoy en día disponemos de diseños preliminares de naves capaces de llevar personas a las estrellas. No está previsto que ninguna de estas naves parta directamente de la Tierra. Se trata de construirlas en una órbita terrestre, a partir de la cual zarparán hacia sus largos viajes interestelares. Uno de ellos recibió el nombre de Proyecto Orión, el de la constelación, recordando así que el objetivo último de la nave son las estrellas. Orión se movía impulsado por explosiones de bombas de hidrógeno, armas nucleares, contra una placa de iner- cia, proporcionando cada explosión una especie de puf-puf, como si fuera una enorme canoa nuclear en el espacio. Orión parece total- mente práctico desde el punto de vista de su ingeniería.Por su misma naturaleza produciría grandes cantidades de deshechos ra- diactivos, pero si se calculaba bien la misión esto sólo sucedería en las soledades del espacio interplanetario o interestelar. Orión se estuvo desarrollando seriamente en los Estados Unidos hasta la fir- ma del tratado internacional que prohíbe hacer estallar armas nu- cleares en el espacio. Creo que fue una gran lástima. La nave espa- cial Orión es el mejor destino que puedo imaginar para las armas nucleares. Dos diseños de máquinas v oladoras debidos a Leonardo. Arriba: modelo de un helicóptero helical del Museo Leo- nardo, Vinci. Este diseño inspiró a Igor Sikorsky el desarrollo del moderno heli- cóptero. Abajo: página de los cuadernos de Leonardo, con el texto en su "escritu- ra espejo", mostrando el diseño de un semiornitóptero en el cual el ala inte- rior fija es un cuerpo ascensional aero- dinámicoy la punta del ala batía. Fue un cambio importante en relación a la idea inicial de Leonardo de que un vehículo más pesado que el aire necesitaba alas que batieran comolas de un pájaro. Este diseño influyó en los planeadores sus- pendidos de Lilienthalde 1 891-1896, que precedieron inmediatamente a los inv en- tos de Wilbur y Orville Wright. El cua- derno fue escrito entre 1 47 9 y 1 500.
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    204 Cosmos Naves estelares:Anteproyectos muy esquemáticos de tres diseños propuestos seriamente para el vuelo espacial interestelar. Los tres utilizan un tipou otrode fusión nuclear.Orion está arriba, Daedalus abajoy el Bussard Ramjet en la página siguiente. En principio sólo el Ramjet podría desplazarze a velocidad suficiente próxima a la de la luz para que fuera válida la dilatación temporal de la relatividad especial. El área de recogida efectiva, a la derecha, de materia interestelar tendría que ser mucho mayor de loindicado.(Anteprovectos de diseños existentes por Rick Sternbach. )
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    Viajes a travésdel espacio y del tiempo 205 Tres proyectos de naves estelares: Orion (Theodore Tay- lor, Freeman Dyson y otros) arriba a la izquierda; Daedalus (Sociedad Interplanetaria Británica), arriba a la derecha; Ramjet Interestelar (R. W. Bussard y otros), debajo. (Pin- turas de Rick Sternbach.)
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    206 Cosmos El proyectoDaedalus es un diseño reciente de la Sociedad In- terplanetaria Británica. Para construirlo hay que disponer de un reactor nuclear de fusión: algo mucho más seguro y eficiente que las actuales centrales nucleares. Todavía no tenemos reactores de fusión, pero se confía en tenerlos en las próximas décadas. Orión y Daedalus podrían desplazarse a un diez por ciento de la veloci- dad de la luz. Un viaje a Alpha Centauri, a 4.3 años luz de distan- cia, precisaría de cuarenta y tres años, un plazo inferior a una vida humana. Estas naves no podrían ir a una velocidad suficiente- mente próxima a la de la luz para que se notara la dilatación tem- poral de la relatividad especial. Aunque hagamos proyecciones optimistas sobre el desarrollo de nuestra tecnología, no parece probable que Orión, Daedalus y otras naves de su ralea puedan construirse antes de la mitad del siglo veintiuno, aunque si lo de- seáramos Orión se podría construir ahora. Hay que encontrar algo distinto para poder emprender viajes más allá de las estrellas más próximas. Quizás Orión y Daedalus podrían servir de naves multigeneracionales, de modo que sólo llegarían a un planeta de otra estrella los descendientes remotos de los que partieron unos siglos antes. 0 quizás se descubra un sistema seguro de hibernar personas que permita congelar a los viajeros del espacio y despertarlos siglos después. Estas naves es- telares no relativistas, por enormemente caras que sean, parecen en cambio de diseño, construcción y uso relativamente fácil en comparación con naves estelares que se desplacen a velocidades cercanas a las de la luz. Hay otros sistemas estelares accesibles a la especie humana, pero sólo después de grandes esfuerzos. El vuelo espacial interestelar rápido con la velocidad de la nave aproximándose a la de la luz no es un objetivo para dentro de un siglo sino para dentro de mil o diez mil años. Pero en principio es posible. R. W. Bussard ha propuesto una especie de nave interes- telar a reacción que va recogiendo la materia difusa, principal- mente átomos de hidrógeno, que están flotando entre las estre- llas, la acelera en un motor de fusión y la expulsa por detrás. El hidrógeno serviría tanto de combustible como de masa de reac- ción. Pero en el espacio profundo sólo hay un átomo en cada diez centímetros cúbicos aproximadamente, es decir en un volumen del tamaño de un racimo de uvas. Para que el reactor funcione se necesita un área frontal de recogida de centenares de kilómetros de diámetro. Cuando la nave alcanza velocidades relativistas, los átomos de hidrógeno se desplazarán en relación a la nave a una velocidad cercana a la de la luz. Si no se toman precauciones, adecuadas, la nave y sus pasajeros se freirán por la acción de es- tos rayos cósmicos inducidos. Una solución propuesta se basa en privar con un láser a los átomos interestelares de sus electrones y de este modo dejarlos eléctricamente cargados mientras están to- davía a una cierta distancia; un campo magnético muy potente desviaría entonces a los átomos cargados hacia la pantalla de re- cogida y lejos del resto de la nave. El esfuerzo de ingeniería que esto supone es de una escala sin precedentes hasta ahora en la Tierra. Estamos hablando de motores del tamaño de pequeños mundos. Pero dediquemos un momento a pensar en esta nave. La Tierra nos atrae gravitatoriamente con una cierta fuerza, que si estamos cayendo experimentamos en forma de aceleración. Si caemos de un árbol cosa que debió sucederles a muchos de nuestros antepa
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    Viajes a travésdel espacio y del tiempo 207 sados protohumanos bajaremos a plomo cada vez más de prisa y nuestra velocidad de caída aumentará en diez metros por segundo cada segundo. Esta aceleración que caracteriza a la fuerza de la gra- vedad que nos mantiene sobre la superficie de la Tierra, se llama 1 g, donde g es la gravedad de la Tierra. Con aceleraciones de 1 g nos sentimos a gusto; hemos crecido con 1 g. Si viviéramos en una nave interestelar que pudiese acelerar a 1 g, nos encontraríamos en un ambiente perfectamente natural. De hecho uno de los rasgos más importantes de la teoría general de la relatividad, teoría posterior debida a Einstein, es la equivalencia entre las fuerzas gravitatorias y las fuerzas que sentiríamos en una nave espacial en aceleración. Después de un año de estar en el espacio con una aceleración conti- nua de 1 g tendríamos una velocidad próxima a la de la luz: (0.01 km/seg2) × (3 × 107 seg) = 3 × 105 km/seg. Supongamos que una nave espacial acelera a 1 g, acercándose cada vez más a la velocidad de la luz hasta el punto medio del viaje; y que luego se le da la vuelta y desacelera a 1 g hasta llegar a su destino. Durante la mayor parte del viaje la velocidad sería muy próxima a la de la luz y el tiempo se haría enormemente lento. Un objetivo para una misión de cercanías y un sol con posibles planetas es la estrella de Barnard, situada a unos seis años luz de distancia. Se podría lle- gar a ella en unos ocho años medidos por el reloj de a bordo; al cen- tro de la Vía Láctea, en veintiún años; M31, la galaxia de Andróme- da, en veintiocho años. No hay duda que quienes se quedaran en la Tierra verían las cosas de modo distinto. En lugar de veintiún años para llegar al centro de la Galaxia medirán un tiempo transcurrido de 30 000 años. Cuando volvamos a casa no quedarán muchos amigos para damos la bienvenida. En principio un viaje así con los puntos decimales más próximos todavía a la velocidad de la luz nos permitiría dar la vuelta al universo conocido en unos cincuenta y seis años de tiempo de la nave. Regresaríamos a decenas de miles de millones de años en el futuro, y encontraríamos la Tierra conver- tida en un montón de ceniza y al Sol muerto. El vuelo espacial rela- tivista hace el universo accesible a las civilizaciones avanzadas, pero únicamente a quienes participan en el viaje. No parece que haya ningún modo de conseguir que la información llegue a los que se quedaron en casa a una velocidad superior a la de la luz. Es probable que los diseños de Orión, Daedalus y el Ramjet Bus- sard estén más alejados de la nave interestelar auténtica que algún día construiremos que los modelos de Leonardo de nuestros actua- les transportes supersónicos. Pero si conseguimos no destruimos creo que algún día nos aventuraremos hacia las estrellas. Cuando hayamos explorado todo nuestro sistema solar, nos harán señas los planetas de otras estrellas. El viaje espacial y el viaje por el tiempo están relacionados. Pode- mos viajar rápido por el espacio porque viajamos rápido hacia el futuro. Pero, y del pasado, ¿qué? ¿Podemos volver al pasado y cam- biarlo? ¿Podemos lograr que los hechos se desarrollen de modo dis- tinto a lo que dicen los libros de historia? Nos estamos desplazando continuamente hacia el futuro a una velocidad de un día por día. Con naves espaciales relativistas podríamos ir hacia el futuro a ma- yor velocidad. Pero muchos físicos creen que un viaje al pasado es imposible. Según ellos, aunque dispusiéramos de un aparato capaz de ir hacia atrás en el tiempo, no podríamos hacer nada importante. Si alguien viaja al pasado e impide que sus padres se casen, evitará haber nacido, lo cual es en cierto modo una contradicción, porque es
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    208 Cosmos Siete sistemassolares generados por el programa de computadora ACCRETE, y un sistema real,el nuestro(B). Las distan- cias de los planetas a sus estrellas están indicadas en el eje horizontal inferior (1 unidad astronómica = 150 000 000 de kilómetros). Las masas de los planetas se indican en unidades de la masa de la Tie- rra. Los planetas terrestres están dibuja- dos como círculos rellenos, los planetas jov ianos como círculos vacíos. Los siste- mas A y C son muy semejantes al nuestro, con planetas terrestres cercanos a la estre- lla y planetas jovianos más alejados. El sistema D tiene la disposición inversa. En E y F los planetas terrestres y jovianos están intercalados. En G se han producido planetas jovianos de gran masa, y en H el quinto planeta es tan grande que se ha conv ertidoen estrella y la configuración es la de un sistema estelar doble. Basados en cálculos de Stephen Dole, Richard Isaac- man y el autor. evidente que este alguien existe. Como sucede con la demostra- ción de la irracionalidad de √2, o en la discusión de la simultanei- dad en relatividad espacial, se trata de un argumento que permite dudar de la premisa porque la conclusión parece absurda. Pero otros físicos proponen la posible coexistencia, una al lado de otra, de dos historias alternativas, dos realidades igualmente válidas: la que uno conoce y otra en la que uno no ha nacido nun- ca. Quizás el tiempo tiene muchas dimensiones potenciales, aun- que estemos condenados a experimentar sólo una de ellas. Su- pongamos que pudiéramos ir al pasado y cambiarlo, persuadiendo por ejemplo a la reina Isabel para que no diera su apoyo a Cristó- bal Colón. Esto equivale a poner en marcha una secuencia diferente de acontecimientos históricos, que quienes hemos abandonado en nuestra línea temporal no llegarán a conocer nunca. Si fuese posi- ble este tipo de viaje temporal podría existir en cierto modo cual- quier historia alternativa imaginable. La historia es en su mayor parte un haz complejo de hilos pro- fundamente entretejidos, fuerzas sociales, culturales y económicas difíciles de desenredar. Los acontecimientos pequeños, imprede- cibles y casuales que en número incontable van fluyendo conti- nuamente, no tienen a menudo consecuencias de largo alcance. Pero algunos acontecimientos, los que tienen lugar en interseccio- nes críticas o puntos de ramificación, pueden cambiar el aspecto de la historia. Puede haber casos en los que resulte posible provo- car cambios profundos mediante ajustes relativamente triviales.
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    Viajes a travésdel espacio y del tiempo 209 Cuanto más lejos esté situado en el pasado este acontecimiento más poderosa podrá ser su influencia: porque el brazo de la palanca del tiempo se hace más largo. Un virus de poliomielitis es un diminuto microorganismo. Cada día topamos con muchos de ellos. Pero por suerte es un hecho raro que nos infecten y provoquen esta temida enfermedad. Franklin D. Roosevelt, el presidente número treinta y dos de los Estados Unidos, tuvo la polio. Se trata de una enfermedad que deja lisiado y quizás esto hizo que Roosevelt sintiera una mayor compasión por los des- validos; o quizás aumentó sus ansias de éxito. Si la personalidad de Roosevelt hubiese sido distinta, o si no hubiese tenido nunca la am- bición de llegar a presidente de los Estados Unidos, es posible que la gran depresión de los años 1930, la segunda guerra mundial y el desarrollo de las armas nucleares hubiesen tenido un desenlace dis- tinto. El futuro del mundo hubiese podido cambiar. Pero un virus es una cosa insignificante, que mide sólo una millonésima de centí- metro. Apenas es nada. Supongamos en cambio que nuestro viajero del tiempo hubiese convencido a la reina Isabel de que la geografía de Colón era erró- nea, de que según la estimación por Eratóstenes de la circunferencia de la Tierra Colón no podía alcanzar nunca el Asia. Es casi seguro que en unas pocas décadas otro europeo se habría presentado y habría zarpado hacia el Nuevo Mundo. Las mejoras en la navega- ción, el incentivo del comercio de las especias y la competencia entre las potencias europeas rivales hacían más o menos inevitable el des- cubrimiento de América. Como es lógico, hoy no existiría una na- ción llamada Colombia, ni el Distrito de Columbia ni Columbus, Ohio, ni la Universidad de Columbia en las Américas. Pero el curso general de la historia podría haber sido más o menos el mismo. Pa- ra poder afectar el futuro de modo profundo es probable que un via- jero del tiempo tuviese que haber intervenido en un número deter- minado de acontecimientos cuidadosamente escogidos, a fin de cambiar el tejido de la historia. Es una hermosa fantasía explorar estos mundos que nunca fueron. Si los visitáramos podríamos entender realmente cómo funciona la historia; la historia podría convertirse en una ciencia experimental. Si no hubiese vivido nunca una persona aparentemente decisiva por ejemplo Platón, o Pablo, o Pedro el Grande ¿cómo sería de diferente el mundo? ¿Qué pasaría si la tradición científica de los antiguos griegos jonios hubiese sobrevivido y florecido? Hubiese sido preciso que muchas de las fuerzas sociales de la época fuesen distintas, entre ellas la creencia dominante de que la esclavitud era natural y justifi- cada. Pero ¿qué hubiese sucedido si aquella luz que nacía en el Me- diterráneo oriental hace 2 500 años no se hubiese quedado parpa- deante? ¿Qué pasaría si la ciencia y el método experimental y la dig- nidad de los oficios y las artes mecánicas hubiesen sido cultivados vigorosamente 2 000 años antes de la Revolución Industrial? ¿Qué pasaría si se hubiese apreciado de modo más general el poder de este nuevo modo de pensar? A veces imagino que podríamos haber- nos ahorrado diez o veinte siglos. Quizás las contribuciones de Leo- nardo hubiesen llegado hace mil años y las de Albert Einstein hace quinientos años. Como es lógico en esta otra Tierra Leonardo y Einstein no habrían nacido nunca. Todo hubiese sido demasiado distinto. En cada eyaculación hay centenares de millones de células espermáticas, de las cuales sólo una puede fertilizar un óvulo y pro- ducir un miembro de la siguiente generación de seres humanos. Representación simbólica del viaje por el tiempo. Máquina del Tiempo construida para la película de George Pal basada en la historia de H. G. Wells. (Fotografía, Ed- wardo Castañeda.) Sello emitido coincidiendo con la Exposi- ción Colombina de 1892, donde aparece Cristóbal Colón presentando sus argumen- tos geográficos y económicos a la reina Isabel. ¿Qué gran viaje de descubrimiento estará en marcha en el año1992,cuando se cumpla el quinientos aniversario del des- cubrimiento de América por Colón?
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    210 Cosmos Una bombillaeléctrica, que representa una estrella distante, y una pequeña esfera que representa un compañero planetario ca- rente de luz propia. Las estrellas son tan brillantes que los planetas normalmente se perderían del todo en su resplandor. Al eclipsar artificialmente la luzde la estre- lla con un disco de ocultación en primer plano (o con la superficie lunar) el planeta que brilla con luz reflejada se v e mejor. Cuando la estrella queda totalmente ocul- ta, el planeta emerge de su resplandor. Observ aciones repetidas de este tipo po- drían determinar la posición, movimiento y quizás otras propiedades de un planeta no descubierto hasta entonces. (Las tres fotografias son de Bill Ray .) Pero el decidir qué esperma conseguirá fertilizar un óvulo depende de los factores más mínimos e insignificantes, tanto internos como externos. Habría bastado un cambio en una pequeña cosa hace 2 500 años para que ninguno de nosotros estuviera aquí. Habría miles de millones de otras personas viviendo en nuestro lugar. Si el espíritu jonio hubiese vencido, creo que nosotros un noso- tros diferente, desde luego estaríamos ya aventurándonos en las estrellas. Nuestras primeras naves de exploración a Alpha Centau- ri y a la Estrella de Barnard, a Sirio y a Tau Ceti habrían regresado haría ya mucho tiempo. Se estarían construyendo en órbita terres- tre grandes flotas de transportes interestelares: naves sin tripula- ción de reconocimiento, naves de línea para inmigrantes, inmen- sas naves comerciales para surcar los mares del espacio. Sobre to- das estas naves habría símbolos y escritura. Mirando más de cerca podríamos observar que el lenguaje era griego. Y quizás el símbo- lo en la proa de una de las primeras naves estelares sería un dode- caedro, con la inscripción: “Nave Estelar Teodoro del Planeta Tie- rra”. En la línea temporal de nuestro mundo las cosas han ido algo más lentas. No estamos listos aún para las estrellas. Pero quizás en un siglo o dos más, cuando todo el sistema solar esté explorado, habremos puesto también nuestro planeta en orden, y tendremos la voluntad, los recursos y el conocimiento técnico para ir a las es- trellas. Habremos examinado ya desde grandes distancias la di- versidad de otros sistemas planetarios, algunos muy parecidos al nuestro y algunos muy distintos. Sabremos qué estrellas tenemos que visitar. Nuestras máquinas y nuestros descendientes se aden- trarán entonces por los años luz, hijos auténticos de Tales y de Aristarco, de Leonardo y de Einstein. Todavía no sabemos seguro cuántos sistemas planetarios hay además del nuestro, pero parece que su abundancia es grande. En nuestra vecindad inmediata no hay uno solo sino en cierto sentido cuatro: Júpiter, Saturo y Urano disponen cada cual de un sistema de satélites que por sus tamaños relativos y el espaciamiento de las lunas se parecen mucho a los planetas que giran alrededor del Sol. Una extrapolación de las estadísticas de estrellas dobles cuya masa respectiva es muy dispar sugiere que casi todas las estrellas solita- rias como el Sol deberían tener compañeros planetarios. Todavía no podemos ver directamente los planetas de otras es- trellas, porque son diminutos puntos de luz sumergidos en el brillo de sus soles locales. Pero estamos consiguiendo detectar la in- fluencia gravitatoria de un planeta invisible sobre una estrella ob- servada. Imaginemos una estrella así con un movimiento propio importante que durante décadas se va desplazando sobre el fondo de las constelaciones más distantes; y con un planeta grande, por ejemplo de la masa de Júpiter, cuyo plano orbital esté por casuali- dad alineado formando un ángulo recto con nuestra visual. Cuan- do el planeta oscuro está desde nuestra perspectiva a la derecha de la estrella, la estrella se verá arrastrada un poco a la derecha, y al revés si el planeta está a la izquierda. En consecuencia el curso de la estrella quedará alterado o perturbado y en lugar de ser una lí- nea recta será una línea ondulada. Las interacciones complejas de las tres estrellas en el sistema de Alpha Centauri harían muy difícil la búsqueda de un compañero de poca masa. Incluso en el caso de la Estrella de Barnard la investigación es penosa, buscando des- plazamientos microscópicos de posición sobre placas fotográficas
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    Viajes a travésdel espacio y del tiempo 211 expuestas en un telescopio a lo largo de décadas. Se han llevado a cabo dos intentos de este tipo para encontrar planetas alrededor de la Estrella de Barnard, y según algunos criterios ambos intentos han tenido éxito e indican la presencia de dos o más planetas de masa joviana moviéndose en una órbita (calculada por la tercera ley de Kepler) algo más cercana a su estrella de lo que Júpiter y Saturno están con respecto al Sol. Pero, por desgracia, los dos conjuntos de observaciones parecen mutuamente incompatibles. Es posible que se haya descubierto un sistema planetario alrededor de la Estrella de Barnard, pero para una demostración sin ambigüedades hay que esperar otros estudios. Están en desarrollo otros métodos para detectar planetas alrede- dor de las estrellas, entre ellos uno que consiste en ocultar artifi- cialmente la luz deslumbradora de la estrella poniendo un disco en- frente de un telescopio espacial o bien utilizando el borde oscuro de la Luna como disco a propósito: de este modo la luz reflejada por el planeta ya no queda tapada por el brillo de la estrella próxima y emerge. En las próximas décadas debemos contar con respuestas definitivas y saber cuáles son de entre los centenares de estrellas más próximas las que tienen compañeros planetarios grandes. En años recientes, las observaciones infrarrojas han revelado la presencia de un cierto número de nubes de gas y de polvo en forma de disco, probablemente preplanetarias, alrededor de algunas estre- llas próximas. Mientras tanto algunos estudios teóricos provocati- vos han sugerido que los sistemas planetarios son una banalidad galáctica. Un conjunto de investigaciones con computadora ha examinado la evolución de un disco plano de gas y de polvo en con- densación como los que se suponen que dan origen a estrellas y pla- netas. Se inyectan pequeñas masas de materia las primeras con- densaciones del disco dentro de la nube a intervalos aleatorios. Un mundolunar y un planeta más pro- metedor para la vida alrededor de una estrella cerca de la nebulosa de la Cabeza de caballo, a 1 500 años luz de distancia. La exploración de un siste- ma así sólo seria un objetiv o posible para la humanidad si se desarrollaran naves espaciales capaces de desplazar- se a una velocidad próxima a la de la luz. (Pintura de Dav id Egge, 1 97 8.)
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    212 Cosmos Estas masasacumulan por acreción partículas de polvo a medi- da que se mueven. Cuando su tamaño es suficiente atraen tam- bién gravitatoriamente al gas, principalmente hidrógeno, de la nu- be. Cuando dos masas de éstas chocan, el programa de la compu- tadora las deja unidas. El proceso continúa hasta que todo el gas y el polvo se han gastado de este modo. Los resultados dependen de las condiciones iniciales, especialmente de la distribución de la densidad de gas y de polvo con la distancia al centro de la nube. Pero dentro de una gama de condiciones iniciales plausibles se ge- neran sistemas planetarios –unos diez planetas, de tipo terrestre cerca de la estrella, de tipo joviano en el exterior– que presentan un aspecto semejante a los nuestros. En otras circunstancias no hay planetas, sólo una multitud de asteroides; o pueden generarse planetas jovianos cerca de la estrella; o un planeta joviano puede acumular tanto gas y polvo que se convierta en una estrella, origi- nando un sistema estelar binario. Todavía es demasiado pronto para estar seguros, pero parece que podremos encontrar una es- pléndida variedad de sistemas planetarios por toda la Galaxia, y con una frecuencia elevada, porque creemos que todas las estrellas deben de proceder de estas nubes de gas y polvo. Puede haber un centenar de miles de millones de sistemas planetarios en la Ga- laxia esperando que los exploren. Ninguno de estos mundos será idéntico a la Tierra. Unos cuan- tos serán acogedores; la mayoría nos parecerán hostiles. Muchos serán maravillosamente bellos. En algunos mundos habrá muchos soles en el cielo diurno, muchas lunas en los cielos de la noche, o tendrán grandes sistemas de anillos de partículas cruzando de horizonte a horizonte. Algunas lunas estarán tan próximas a su planeta que surgirán en lo alto de los cielos cubriendo la mitad del firmamento. Y algunos mundos tendrán como panorámica una vasta nebulosa gaseosa, los restos de una estrella normal que fue y ya no es. En todos estos cielos, ricos en constelaciones distantes y exóticas, habrá una débil estrella amarilla, quizás apenas visible a simple vista, quizás visible únicamente a través del telescopio: la estrella madre de una flota de transportes interestelares que ex- plorarán esta diminuta región de la gran galaxia Vía Láctea. Como hemos visto, los temas del espacio y del tiempo están in- terrelacionados. Los mundos y las estrellas nacen, viven y mueren como las personas. La vida de un ser humano se mide en décadas, la vida del Sol es cien millones de veces más larga. Comparados con una estrella somos algo efímero, como criaturas fugaces que viven toda su vida en el transcurso de un solo día. Desde el punto de vista de un ser efímero los seres humanos somos imperturba- bles, aburridos, casi totalmente inconmovibles, dando apenas una ligera indicación de que hacemos algo alguna vez. Desde el punto de vista de una estrella, un ser humano es un diminuto relampa- guee, uno de los miles de millones de breves vidas que parpadean tenuemente sobre la superficie de una esfera extrañamente fría, anómalamente sólida, exóticamente remota, hecha de silicato y de hierro. En todos estos mundos del espacio hay una secuencia de acontecimien- tos, hay hechos que determinarán sus futuros. Y en nuestro pequeño planeta, este momento de la historia es un punto crítico de bifurcación tan importante como la confrontación de los científicos jonios con los místicos hace 2 500 años. Lo que hagamos con nuestro mundo en esta época se propagará a través de los siglos y determinará de modo eficaz el destino de nuestros descendientes y su suerte,si llega, entre las estrellas.
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    Viajes a travésdel espacio y del tiempo 213 Un planeta sin aire en un sistema estelar binario. Todos los objetos proy ectan dos sombras,antirrojoy antiazul (pintura de David Hardy).David A.Hardy, de Eldesafío de las estrellas (Rand McNally).
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    214 Cosmos Un planetahipotético en el sistema de Pleyone. Pleyone, que forma parte del cúmulo estelar de las Pléyades, gira tan rápi- damente que ha quedado distorsionado en forma oblonga, y la sustancia estelar se está vertiendo al espacio a lo largo del ecuador estelar.Pintura de Don Dixon. (©Don Dixon. 1974.) Una binaria de contacto, una gigante roja y una enana azul; esta última está sufriendo una explosión de nova. El aconte- cimiento ha asolado el paisaje planetario (pintura de David Hardy). © David Hardy, de El desafio de las estrellas (Rand McNally). Un planeta en órbita alrededor de un cúmuloestelar globular.Pintura de Don Dixon. (©Don Dixon, 1978.)
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    Viajes a travésdel espacio y del tiempo 215 Un planeta hipotético alrededor de una binaria de contacto; las dos estrellas pierden sus atmósferas estelares en el espacio siguiendola forma de una gran espiral que orbita a las dos estrellas (pintura de David Hardy). ©David A.Hardy, de Eldesafío de las estrellas (Rand McNally). Las Pléy ades de noche desde una caverna de hieloen un hipoteticoplaneta cercano. El cúmuloestelar de las Pléyades se formo recientemente,y por lotantose trata de un mundomuy joven.(Pintura de DavidEgge.)
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    La estrella máscercana: el Sol v isto a la luz de helio ionizado en el ultravioleta lejano. La prominencia solar que se proyecta arriba a la derecha se extiendemomentáneamenteunos 300000kilómetros dentrodel espaciohasta que vuelve a caer sobre el gas ardiente que es la superficie visible del Sol. Las manchas más pequeñas de gas caliente visibles en esta imagen de la super- ficie solar tienen aproximadamente el tamañode la Tierra.Fotografía del Skylab 4.(Cedida por la NASA.)
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    Capítulo IX Las vidas delas estrellas [Ra, el dios Sol] abrió sus dos ojos y proyectó luz sobre Egipto, separó la noche del día. Los dioses salieron de su boca y la humanidad de sus ojos. Todas las cosas nacieron de él, el niño que brilla en el loto y cuyos rayos dan vida a todos los seres. Conjuro del Egipto tolemaico Dios es capaz de crear partículas de materia de distintos tamaños y formas... y quizás de densidades y fuerzas distintas, y de este modo puede variar las leyes de la naturaleza, y hacer mundos de tipos diferentes en partes diferentes del universo. Y o por lo menos no veo en esto nada contradictorio. ISAAC NEWTON, óptica Teníamos el cielo allá arriba, todo tachonado de estrellas, y solíamos tumbamos en el suelo y mirar hacia arriba, y discutir si las hicieron o si acontecieron sin más. MARK TWAIN, Huckleberry Finn Tengo... una terrible necesidad... ¿diré la palabra?... de religión. Entonces salgo por la noche y pinto las estrellas. VINCENT VAN GOGH
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    218 Cosmos Átomos enmovimiento: una película de las perturbaciones creadas en un fondo de carbono (que aparece azul-negro) por los mov imientos aleatorios de átomos de ura- nio (que aparecen en rojo). Demócrito hubiese disfrutado con esta película. (Cedi- da por Albert Crewe, Universidad de Chica- go.) PARA HACER UNA TARTA DE MANZANA necesitamos harina, manza- nas, una pizca de esto y de aquello y el calor del horno. Los in- gredientes están constituidos por átomos: carbono, oxígeno, hidrógeno y unos cuantos más. ¿De dónde provienen estos áto- mos? Con excepción del hidrógeno, todos están hechos en estre- llas. Una estrella es una especie de cocina cósmica dentro de la cual se cuecen átomos de hidrógeno y se forman átomos más pe- sados. Las estrellas se condensan a partir de gas y de polvo inter- estelares los cuales se componen principalmente de hidrógeno. Pero el hidrógeno se hizo en el Big Bang, la explosión que inició el Cosmos. Para poder hacer una tarta de manzana a partir de ce- ro hay que inventar primero el universo. Supongamos que cogemos una tarta de manzana y la cortamos por la mitad; tomemos una de las dos partes y cortémosla por la mitad; y continuemos así con el espíritu de Demócrito. ¿Cuántos cortes habrá que dar hasta llegar a un átomo solo? La respuesta es unos noventa cortes sucesivos. Como es lógico no hay cuchillo lo bastante afilado, la tarta se desmigaja y en todo caso el átomo sería demasiado pequeño para verlo sin aumento. Pero éste es el sistema para llegar a él. La naturaleza del átomo se entendió por primera vez en la Uni- versidad de Cambridge en Inglaterra en los cuarenta y cinco años centrados en 1910: uno de los sistemas seguidos fue disparar co- ntra átomos piezas de átomos y observar cómo rebotaban. Un átomo típico tiene una especie de nube de electrones en su exte- rior. Los electrones están cargados eléctricamente, como su nombre indica. La carga se califica arbitrariamente de negativa. Los electrones determinan las propiedades químicas del átomo: el brillo del oro, la sensación fría del hierro, la estructura cristalina del diamante de carbono. El núcleo está dentro, en lo profundo del átomo, oculto muy por debajo de la nube de electrones, y se compone generalmente de protones cargados positivamente y de neutrones eléctricamente neutros. Los átomos son muy peque- ños: un centenar de millones de átomos puestos uno detrás de otro ocuparían una longitud igual a la punta del dedo meñique. Pero el núcleo es cien mil veces más pequeño todavía, lo que ex- plica en cierto modo que se tardara tanto en descubrirlo.1 Sin em- bargo, la mayor parte de la masa de un átomo está en su núcleo; los electrones comparados con él no son más que nubes de pelusi- lla en movimiento. Los átomos son en su mayor parte espacio va- cío. La materia se compone principalmente de nada. Yo estoy hecho de átomos. Mi codo, que descansa sobre la mesa que tengo delante, está hecho de átomos. La mesa está hecha de átomos. Pero si los átomos son tan pequeños y vacíos y si los nú- cleos son todavía más pequeños, ¿por qué me sostiene la mesa? ¿A qué se debe, como solía decir Arthur Eddington, que los nú- cleos que forman mi codo no se deslicen sin esfuerzo a través de los núcleos que forman la mesa? ¿Por qué no acabo de bruces en el suelo? ¿O cayendo directamente a través de la Tierra? 1 . Se había pensado antes que los protones estaban distribuidos uniforme- mente a través de la nube de electrones, y no concentrados en un núcleo de carga positiva en el centro. Ernest Rutherford descubrió en Cambridge el nú- cleo cuando algunas de las partículas de bombardeo rebotaron en la dirección en que habían llegado. Rutherford comentó: "Era el acontecimientomás increí- ble que había presenciadoen mí vida. Era casi tan increíble como si al disparar un proyectil(de cañón)de 1 5pulgadas contra una delgada hoja de papelrebota- ra y v olv iera hacía él."
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    Las vidas delas estrellas 219 La respuesta es la nube de electrones. La pared exterior de un áto- mo de mi codo tiene una carga eléctrica negativa. Lo mismo sucede con todos los átomos de la mesa. Pero las cargas negativas se repe- len. Mi codo no se desliza a través de la mesa porque los átomos tienen electrones alrededor de su núcleo y porque las fuerzas eléctri- cas son fuertes. La vida cotidiana depende de la estructura del áto- mo. Si apagamos estas cargas eléctricas todo se hundirá en forma de polvo fino e invisible. Sin fuerzas eléctricas, ya no habría cosas en el universo: sólo nubes difusas de electrones, de protones y de neutro- nes, y esferas gravitando de partículas elementales, restos informes de los mundos. Si nos proponemos cortar una tarta de manzana y continuar más allá de un átomo solo, nos enfrentamos con una infinidad de lo muy pequeño. Y cuando miramos el cielo nocturno nos enfrentamos con una infinidad de lo muy grande. Estas infinidades representan una regresión sin fin que continúa, no para llegar muy lejos, sino para seguir sin tener nunca fin. Si uno se pone entre dos espejos por ejemplo en una barbería verá un gran número de imágenes de sí mismo, cada una reflexión de otra. No podemos ver una infinidad de imágenes porque los espejos no están perfectamente planos ni alineados, porque la luz no se desplaza a una velocidad infinita, y porque estamos en medio. Cuando hablamos del infinito hablamos de una cifra superior a cualquier número por grande que sea. El matemático norteamericano Edward Kasner pidió en una oca- sión a su sobrino de nueve años que inventara un nombre para un número muy grande: diez elevado a cien (10100), un uno seguido por cien ceros. El niño le llamó un gugol. He aquí el número: 10 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000. Cada uno de nosotros puede hacer números muy grandes y darles nombres extraños. Inténtalo. Tiene un cierto encanto, especialmente si la edad de uno resulta ser nueve años. Si un gugol parece grande, consideremos un gugolple. Es diez ele- vado a la potencia de un gugol: es decir un uno seguido por un gugol de ceros. Como comparación, el número total de átomos en nuestro cuerpo es aproximadamente 1028, y el número total de partículas elementales –protones y neutrones y electrones– en el universo observable es aproximadamente 1080. Si el universo fuera, por ejemplo, una masa sólida2 de neutrones, de modo que no quedara ningún espacio vacío, sólo habría unos 10128 neutrones en su inter- ior, bastante más que un gugol pero algo trivialmente pequeño com- parado con un gugolple. Y sin embargo estos números, el gugol y el gugolple, no se acercan a la idea de infinito, ni la rozan. Un gugolple está exactamente a la misma distancia del infinito que el número uno. Podríamos intentar escribir un gugolple, pero es una ambición sin salida. Una hoja de papel lo suficientemente grande para poder escribir en ella explícitamente todos los ceros de un gugolple no se 2. La idea de este cálculo es muy antigua. Las frases iniciales de El calculador de arena de Arquímedes dicen: "Hay algunos, Rey Gelon, que piensan que el número de granos de arena es una multitud infinita: y cuando hablo de arena no me refiero solamente a la que existe por Siracusa y el resto de Sicilia, sino a la que se encuentra en todas las regiones, tanto habitadas como deshabitadas. También hay algunos que si bien no lo consideran infinito, creen que no se ha expresado ningún número lo bastante grande para superar a esta multitud de granos."Arquímedes pasa luegonosólo a nombrar el númerosinoa calcularlo. Más tarde se pregunta el númerode granos de arena que cabrían unoaliadodel otro en el universo entonces conocido. Su estimación es de 1063, que corres- ponde por una curiosa coincidencia a unos 1083 átomos.
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    220 Cosmos Átomos delmineral marcasita, aumenta- dos 4.5 millones de v eces con un micros- copio que utiliza luz visible y rayos X. La marcasita es un cristal donde se repite la unidad FeS2: Fe indica hierro y está repre- sentado por las manchas grandes, S indica azufre y está representado por los pares de puntos pequeños que flanquean cada áto- mo de hierro. (Cedida por el Instituto Profesor Martin J. Buerger, Instituto de Tecnología de Massachussets. ) podría meter dentro del universo conocido. Afortunadamente hay un método más simple y muy conciso para escribir un gugolple. 10(10)100; e incluso para escribir infinito: (pronunciado “infinito”). En una tarta de manzana quemada, la mayor parte de lo negro es carbono. Con noventa cortes llegaríamos a un átomo de carbono, con seis protones y seis neutrones en su núcleo y seis electrones en la nube exterior. Si fuéramos a extraer un fragmento del núcleo – por ejemplo con dos protones y dos neutrones en él– no sería el núcleo de un átomo de carbono, sino el núcleo de un átomo de helio. Este corte o fisión de los núcleos atómicos tiene lugar en las armas nucleares y en las centrales nucleares convencionales, aun- que allí no se rompen átomos de carbono. Si hacemos el corte número noventa y uno de la tarta de manzana, si cortamos un nú- cleo de carbono, no obtenemos un trozo más pequeño de carbono, sino algo distinto: un átomo con propiedades químicas completa- mente diferentes. Si cortamos un átomo transmutamos los ele- mentos. Pero supongamos que seguimos adelante. Los átomos están compuestos de protones, neutrones y electrones. ¿Podemos cortar un protón? Si bombardeamos protones con otras partículas ele- mentales a grandes energías otros protones, por ejemplo empe- zamos a vislumbrar unidades más fundamentales que se ocultan dentro del protón. Los físicos proponen actualmente que las lla- madas partículas elementales como los protones y los neutrones están compuestas en realidad por partículas más elementales, lla- madas quarks, que se presentan en una variedad de colores y de sabores, tal como se han denominado sus propiedades en un con- movedor intento por hacer algo más familiar el mundo subnu- clear. ¿Son los quarks los elementos constitutivos últimos de la materia, o también ellos están compuestos por partículas más pe- queñas y más elementales? ¿Llegaremos alguna vez al final en nuestra comprensión de la naturaleza de la materia, o hay una re- gresión infinita hacia partículas cada vez más fundamentales? Éste es uno de los grandes problemas sin resolver de la ciencia. En los laboratorios medievales se perseguía la transmutación de los elementos: una actividad llamada alquimia. Muchos alquimis- tas creían que toda la materia era una mezcla de cuatro sustancias elementales: agua, aire, tierra y fuego, una antigua especulación jónica. Alterando por ejemplo las proporciones relativas de tierra y de fuego sería posible, pensaban ellos, cambiar el cobre en oro. En esta actividad pululaban fraudes encantadores, timadores co- mo Cagliostro y el conde de Saint-Germain, que pretendían no só- lo transmutar los elementos sino poseer también el secreto de la inmortalidad. A veces se ocultaba el oro en una varilla con un fal- so fondo de modo que aparecía milagrosamente en un crisol al fi- nal de alguna ardua demostración experimental. La nobleza euro- pea, con el señuelo del dinero y de la inmortalidad, acabó transfi- riendo grandes sumas a los practicantes de este dudoso arte. Pero hubo alquimistas más serios, como Paracelso e incluso Isaac New- ton. El dinero no se malgastó totalmente: se descubrieron nuevos elementos químicos, como el fósforo, el antimonio y el mercurio. De hecho el origen de la química moderna puede relacionarse di- rectamente con estos experimentos. Hay noventa y nueve tipos químicamente distintos de átomos existentes de modo natural. Se les llama elementos químicos, y hasta hace poco no había más que esto en nuestro planeta, aunque
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    Las vidas delas estrellas 221 se encuentran principalmente combinados formando moléculas. El agua es una molécula formada por átomos de hidrógeno y de oxíge- no. El aire está formado principalmente por los átomos nitróge- no (N), oxígeno (O), carbono (C), hidrógeno (H) y argón (Ar), en las formas moleculares N2, O2 CO2, H2O y Ar. La misma Tierra es una mezcla muy rica de átomos, principalmente silicio,3 oxígeno, alu- minio, magnesio y hierro. El fuego no está compuesto en absoluto de elementos químicos. Es un plasma radiante en el cual la alta temperatura ha arrancado algunos de los electrones de sus núcleos. Ninguno de los cuatro antiguos elementos jonios y alquímicos es un elemento en el sentido moderno: uno es una molécula, dos son mezclas de moléculas, y el último es un plasma. Desde la época de los alquimistas se han ido descubriendo cada vez más elementos, tendiendo a ser los descubiertos últimamente los más raros. Muchos son familiares: los que constituyen la Tierra de modo primario, o los que son fundamentales para la vida. Algunos son sólidos, algunos gases y hay dos (el bromo y el mercurio) que son líquidos a temperatura ambiente. Los científicos los ordenan convencionalmente por orden de complejidad. El más simple, el hidrógeno, es el elemento 1, y el más complejo, el uranio, es el ele- mento 92. Otros elementos son menos familiares: hafnio, erbio, diprosio y praseodimio, por ejemplo, que no los encontramos con demasiada frecuencia en la vida cotidiana. Podemos decir que cuan- to más familiar nos resulta un elemento más abundante es. La Tie- rra contiene gran cantidad de hierro y bastante poca de itrio. Como es lógico hay excepciones a esta regia, como el oro o el uranio, ele- mentos apreciados por convenciones económicas o juicios estéticos arbitrarios, o porque tienen notables aplicaciones prácticas. El que los átomos están compuestos por tres tipos de partículas elementales protones, neutrones y electrones es un descubrimiento relativamente reciente. El neutrón no se descubrió hasta 1932. La física y la química modernas han reducido la complejidad del mun- do sensible a una simplicidad asombrosa: tres unidades reunidas de maneras distintas lo forman esencialmente todo. Los neutrones, como hemos dicho y como su nombre sugiere, no llevan carga eléctrica. Los protones tienen una carga positiva y los electrones una carga negativa igual. La atracción entre cargas opuestas de electrones y de protones es lo que mantiene unido al átomo. Puesto que cada átomo es eléctricamente neutro, el número 3. El silicio es un átomo. La silicona es una molécula, una de las miles de millones de v ariedades distintas que contienen silicio. El silicio y la silicona tienen propiedades y aplicaciones diferentes. Representación de una parte de los 92 elementos químicos presentes de modo natural en la naturaleza. Cada elemento tiene en rojoel númeroatómico(igual al númerode protones, o de electrones). El número de neutrones de cada elemento está en negro. El pesoatómicoes igual al númerode protones más neutrones en el núcleo atómico. En las presiones y tem- peraturas típicas de la tierra algunos elementos son sólidos (por ejemplo, selenio, número atómico 34), otros lí- quidos (bromo, 35) y otros gaseosos (kriptón,36). (Fotografía, Bill Ray.)
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    222 Cosmos La superficieturbulenta del Sol. Aparece en ella la granulación,provincias solares en las que el gas caliente sube y se hunde.Cada célula turbulenta tiene un diámetrode unos 1 000 kilómetros, la distancia de Paris a Kiev. Fotografía en luzamarilla ordinaria del observ atoriode Pic du Midi, Francia.
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    Las vidas delas estrellas 223 de protones en el núcleo tiene que ser exactamente igual al número de electrones en la nube de electrones. La química de un átomo de- pende únicamente del número de electrones, que es igual al número de protones y que se llama número atómico. La química no es más que números, idea que le habría gustado a Pitágoras. Si eres un átomo con un protón eres hidrógeno; con dos, helio; con tres, litio; con cuatro, berilio; con cinco, boro; con seis, carbono; con siete, nitrógeno; con ocho, oxígeno, y así sucesivamente hasta 92 proto- nes, en cuyo caso tu nombre es uranio. Las cargas iguales (cargas del mismo signo) se repelen fuertemen- te. Lo podemos imaginar como una intensa aversión mutua contra los de la propia especie, un poco como si el mundo estuviese densa- mente poblado por anacoretas y misántropos. Los electrones repe- len a los electrones. Los protones repelen a los protones. ¿Cómo es posible entonces que el núcleo se mantenga unido? ¿Por qué no sal- ta instantáneamente por los aires? Porque hay otra fuerza de la na- turaleza: no la gravedad, ni la electricidad, sino la fuerza nuclear de acción próxima que actúa como un conjunto de ganchos que actúan y sujetan sólo cuando los protones y los neutrones se acercan mucho y consiguen superar la repulsión eléctrica entre los protones. Los neutrones, que contribuyen con sus fuerzas nucleares de atracción y no con fuerzas eléctricas de repulsión, proporcionan una especie de pegamento que contribuye a mantener unido el núcleo. Los eremi- tas que anhelaban la soledad han quedado encadenados a sus gru- ñones compañeros y mezclados con otros más propensos a la amabi- lidad indiscriminado y voluble. Primer plano de un grupo de manchas solares en luz roja de hidrógeno. Las man- chas solares son regiones relativamente más frías, con intensos campos magnéti- cos. Las "espículas" oscuras adyacentes están ordenadas por el magnetismo local, como las limaduras de hierro por un imán. Las "play as" brillantes adyacentes están relacionadas con la aparición de grandes tormentas llamadas erupciones solares. (Cedida por el observatoriosolar Big Bear.) La fotosfera del Sol, la región de la atmós- fera solar desde la cual se radia al espacio la luz visible ordinaria. Esta fotografía se tomó cerca de un máximo en la actividad de las manchas solares, que se repite cada 1 1.2 años. En estos momentos pueden v erse hasta 100 manchas solares separa- das. Son más oscuras que su entorno por- que están a unos 2 000 °C menos de tem- peratura. Galileo descubrió por primera v ez las manchas solares, aunque si las condiciones son favorables, por ejemplo al ponerse el sol, pueden v erse a simple vista. Cedida por Gary Chapman,observatoriode San Fernando, Universidad del estado de California, Northridge.
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    224 Cosmos Una formaviva y su estrella. A través de un telescopio equipado con un filtro que sólo deje pasar la luz roja emitida por el gas hidrógeno caliente, las manchas solares aparecen oscuras. En primer término, sobre una montaña, un ser humano exul- tante. (Cedida por la Administración Na- cional del Océano y la Atmósfera. Fotogra- fía de Joseph Sutorick.) Dos protones y dos neutrones forman el núcleo de un átomo de helio, que resulta ser muy estable. Tres núcleos de helio forman un núcleo de carbono; cuatro, oxígeno; cinco, neón; seis, magne- sio; siete, silicio; ocho, azufre y así sucesivamente. Cada vez que añadimos uno o más protones y neutrones suficientes para man- tener unido el núcleo, hacemos un elemento químico nuevo. Si restamos un protón y tres neutrones del mercurio hacemos oro, el sueño de los antiguos alquimistas. Más allá del uranio hay otros elementos que no existen de modo natural en la Tierra. Los sinte- tizan los hombres y en la mayoría de los casos se fragmentan rá- pidamente. Uno de ellos el elemento 94, se llama plutonio y es una de las sustancias más tóxicas conocidas. Por desgracia se desintegra bastante lentamente. ¿De dónde proceden los elementos existentes de modo natural? Podríamos imaginar una creación separada de cada especie ató- mica. Pero el universo en su totalidad y en casi todas partes está formado por un 99% de hidrógeno y de helio,4 los dos elementos más simples. De hecho el helio se detectó en el Sol antes de ser descubierto en la Tierra, de ahí su nombre (de Helios, uno de los dioses sol de Grecia). ¿Es posible que los demás elementos quími- cos hayan evolucionado de algún modo a partir de hidrógeno y de helio? Para equilibrar la repulsión eléctrica hay que aproximar 4. La Tierra constituye una excepción, porque nuestro hidrógeno primordial, sujeto muy débilmente por la atracción gravitatoria relativamente baja del pla- neta, ha escapadoy a en su mayor parte al espacio. Júpiter con su gravedad más intensa ha conservado por lomenos gran parte de su complemento original del elemento más ligero.
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    Las vidas delas estrellas 225 mucho las piezas de materia nuclear de modo que entren en acción las fuerzas nucleares de corto alcance. Esto sólo puede suceder a temperaturas muy altas, cuando las partículas se mueven con tanta velocidad que la fuerza repulsiva no tiene tiempo de actuar: tempe- raturas de decenas de millones de grados. En la naturaleza estas temperaturas tan elevadas y sus correspondientes presiones sólo se dan de modo corriente en los interiores de las estrellas. Hemos examinado nuestro Sol, la estrella más próxima, en varias longitudes de onda, desde las ondas de radio hasta la luz visible normal y los rayos X, radiaciones que proceden únicamente de las capas más exteriores. El Sol no es exactamente una piedra al rojo vivo, como pensó Anaxágoras, sino una gran bola gaseosa de hidró- geno y de helio, que brilla por su elevada temperatura, del mismo modo que un atizador brilla si se le pone al rojo. Anaxágoras tenía razón, por lo menos en parte. Las violentas tempestades solares producen erupciones brillantes que perturban las comunicaciones de radio en la Tierra; y penachos inmensos y arqueados de gas ca- liente, guiados por el campo magnético del Sol, las prominencias solares, que dejan enana a la Tierra. Las manchas solares, visibles a veces a simple vista al ponerse el sol, son regiones más frías donde la intensidad del campo magnético es más elevada. Toda esta activi- dad incesante desbordada y turbulenta se da en la superficie visible, relativamente fría. Sólo vemos unas temperaturas de unos 6 000 ºC. Pero el interior oculto del Sol donde se genera la luz solar está a 40 millones de grados. Las estrellas y sus planetas acompañantes nacen debido al colapso gravitatorio de una nube de gas y de polvo interestelares. La coli- sión de las moléculas gaseosas en el interior de la nube la calienta hasta el punto en el cual el hidrógeno empieza a fundirse dando helio: cuatro núcleos de hidrógeno se combinan y forman un núcleo de helio, con la emisión simultánea de un fotón de rayos gamma. El fotón sufre absorciones y emisiones por parte de la materia situada encima suyo y se va abriendo paso paulatinamente hacia la superfi- cie de la estrella, perdiendo energía en cada paso, y llegando al final después de una épica jornada que ha durado un millón de años has- ta la superficie, donde emerge en forma de luz visible y es radiado hacia el espacio. La estrella empieza a funcionar. El colapso gravi- tatorio de la nube preestelar ha quedado detenido. El peso de las capas exteriores de la estrella está sostenido ahora por las tempera- turas y presiones elevadas generadas en las reacciones nucleares del interior. El Sol ha estado en esta situación estable durante los últi- mos cinco mil millones de años. Reacciones termonucleares como las que tienen lugar en una bomba de hidrógeno proporcionan ener- gía al Sol gracias a una explosión contenida y continua, que convier- te unos cuatrocientos millones de toneladas (4 × 1014 g) de hidróge- no en helio cada segundo. Cuando de noche miramos hacia lo alto y contemplamos las estrellas todo lo que vemos está brillando debido a fusiones nucleares distantes. En la dirección de la estrella Deneb, en la constelación del Cisne, hay una enorme superburbuja brillante de gas muy caliente, produ- cida probablemente por explosiones de supernovas (las muertes de estrellas) cerca del centro de la burbuja. En la periferia, la materia interestelar se ve comprimida por la onda de choque de la superno- va, poniendo en marcha nuevas generaciones de colapsos de nubes y de formación de estrellas. En este sentido las estrellas tienen pa- dres; y como a veces sucede entre los hombres, un padre puede mo
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    226 Cosmos rir cuandonace el niño. Las estrellas, como el Sol, nacen en lotes, en grandes complejos de nubes comprimidas como la Nebulosa de Orión. Estas nubes vistas desde el exterior parecen oscuras y tenebrosas. Pero en el interior están iluminadas brillantemente por las estrellas calien- tes que están naciendo (pág. 230). Más tarde las estrellas mar- chan de la guardería y se buscan la vida en la Vía Láctea como adolescentes estelares rodeadas todavía por mechones de nebulo- sidad incandescente, residuos de su gas amniótico, que permane- cen unidos todavía gravitatoriamente a ellas. Las Pléyades (pág. 231) constituyen un ejemplo próximo. Como en las familias humanas, las estrellas que maduran viajan lejos de casa, y los Bucles de gas caliente e ionizadosobre una región solar activa que se ven obligados a seguir las líneas de fuerza magnética loca- les, como las limaduras de hierro en el campo de un imán. Esta foto del Skylab se tomóen luzdel ultravioleta lejano. Esta luz queda absorbida fácilmente por la atmós- fera de la Tierra, y por lo tanto estas foto- grafías sólo pueden tomarse desde satélites terrestres o sondas interplanetarias. hermanos se ven muy poco. En algún punto de la Galaxia hay es- trellas quizás docenas de estrellas que son hermanas del Sol, formadas a partir del mismo complejo nebular, hace unos cinco mil millones de años. Pero no sabemos qué estrellas son. Podrí- an estar perfectamente al otro lado de la Vía Láctea. La conversión del hidrógeno en helio en el centro del Sol no só- lo explica el brillo del Sol con fotones de luz visible; también pro- duce un resplandor de un tipo más misterioso y fantasmal: El Sol brilla débilmente con neutrinos, que, como los fotones, no pesan nada y se desplazan a la velocidad de la luz. Pero los neutrinos no son fotones. No son un tipo de luz. Los neutrinos tienen el mis- mo momento angular intrínseco, o espín, que los protones, los electrones y los neutrones; en cambio, los fotones tienen el doble de espín. La materia es transparente para los neutrinos, que
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    Las vidas delas estrellas 227 Agujero en la corona del Sol. Alrededor de la fotosfera solar está la delgada atmósfera exterior del Sol, a una temperatura de un millón de grados, que cambia su forma con el ciclosolar de 11,2 años. La corona se v e aquí en rayos X blandos comoun halorojo alrededor del Sol. El agujerode la corona está en el centroy tiene forma de bota. Los protones y electrones del v ientosolar esca- pan por estos agujeros en su camino hacia los planetas y el espaciointerestelar. Foto obtenida por el Skylab. (Cedida por la NA- SA.)
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    228 Cosmos La muertede la Tierra y del Sol. Dentro de varios miles de millones de años, habrá un último día perfecto (arriba a la izquierda). Luego, durante un período de millones de años, el Sol se hinchará, la Tierra se calentará, muchas formas vivas se extinguirán y el borde del mar retrocederá (arriba a la derecha).Los océanos se ev aporarán rápida-
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    Las vidas delas estrellas 229 mente (abajo a la izquierda) y la atmósfera escapará al espacio. A medida que el Sol evolucione para convertirse en una gigante roja ( abajo a la derecha) la Tierra se convertirá en un lugar seco, estéril y sin aire. Al final el Sol casi llenará el cieloy quizás se trague la Tierra.(Pinturas de Adolf Schaller.)
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    230 Cosmos La nebulosaTrífida en la constelación de Sagitario, a varios miles de años luz de distancia. Las estrellas incrustadas en la nebulosa inducen al gas a brillar. La may o- ría de las estrellas que vemos aquí están relacionadas con la nebulosa, pero están situadas entre ella y nosotros. Las pistas oscuras dentro de la nebulosa están com- puestas de polvo interestelar. (Cedida por los observ atorios Hale.) La nebulosa de Orión, el mayor complejo de gas y polvo conocido en la galaxia Vía Láctea. La primera persona que resolvió estrellas individuales en la región interior de esta nebulosa fue Christiaan Huygens en 1 656. El gas es excitado por la luz de estrellas calientes y jóvenes, formadas recientemente, quizás de sólo 25000 años de edad. La nebulosa puede verse hoy en día a simple vista. ¿La conocieron nuestros antepasados de hace 100 000 años? (Cedida por los observatorios Ha- le.) atraviesan casi sin esfuerzo tanto la Tierra como el Sol. Sólo una diminuta fracción de ellos queda detenida por la materia inter- puesta. Cuando levanto mis ojos hacia el Sol, durante un segundo pasan por ellos mil millones de neutrinos. Como es lógico no quedan detenidos en la retina, como les sucede a los fotones nor- males, sino que continúan sin que nada les moleste y atraviesan toda mi cabeza. Lo curioso es que si de noche miro hacia el suelo, hacia la parte donde debería estar el Sol (si no hubiese interpues- ta la Tierra), pasa por mi ojo un número casi exactamente igual de neutrinos solares que fluyen a través de esta Tierra interpuesta tan transparente para los neutrinos como una placa de cristal es transparente para la luz visible. Si nuestro conocimiento del interior solar es tan completo como imaginamos, y si además entendemos la física nuclear que origina los neutrinos, deberíamos poder calcular con bastante precisión los neutrinos solares que debería recibir un área dada –como la de mi ojo– en una unidad dada de tiempo, por ejemplo un se- gundo. La confirmación experimental del cálculo es mucho más difícil. Los neutrinos pasan directamente a través de la Tierra y es imposible atrapar un neutrino dado. Pero si su número es grande, una pequeña fracción entrará en interacción con la mate- ria, y si las circunstancias son apropiadas podrá detectarse. Los neutrinos pueden convertir en raras ocasiones a los átomos de cloro en átomos de argón, átomos con el mismo número total de protones y de neutrones. Para detectar el flujo solar predicho de neutrinos se necesita una cantidad inmensa de cloro, y en conse- cuencia unos físicos norteamericanos vertieron grandes cantida- des de líquido detergente en la Mina Homestake de Lea, en Dako- ta del Sur. Se microfiltra luego el cloro para descubrir el argón de reciente producción. Cuanto más argón se detecta, más neutrinos se supone que han pasado. Estos experimentos indican que el Sol es más débil en neutrinos de lo que los cálculos predicen. Esto supone un misterio real todavía no resuelto. El bajo flujo de neutrinos solares desde luego no pone en peligro nuestro con- cepto de la nucleosíntesis estelar, pero no hay duda que significa algo importante. Las explicaciones propuestas van desde la hipó- tesis de que los neutrinos se desintegran durante su trayecto en- tre el Sol y la Tierra hasta la idea de que los fuegos nucleares en el interior solar han quedado provisionalmente interrumpidos y que en nuestra época la luz solar se genera parcialmente por una lenta contracción gravitatoria. Pero la astronomía de neutrinos es muy nueva. De momento estamos asombrados por haber creado un instrumento que pueda atisbar directamente el corazón ardiente del Sol. A medida que aumente la sensibilidad del telescopio de neutrinos, será posible, quizás, sondear la fusión nuclear en los interiores profundos de estrellas cercanas. Pero la fusión del hidrógeno no puede continuar indefinidamen- te: en el Sol o en cualquier otra estrella hay una cantidad limitada de hidrógeno combustible en su caliente interior. El destino de una estrella, el final de su ciclo vital depende mucho de su masa inicial. Si una estrella, después de haber perdido en el espacio una cantidad determinada de su masa, conserva de dos a tres ve- ces la masa del Sol, finaliza su ciclo vital de un modo impresio- nantemente distinto al del Sol. Pero el destino del Sol ya es de por sí espectacular. Cuando todo el hidrógeno central haya reac- cionado y formado helio, dentro de cinco o seis mil millones de
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    Las vidas delas estrellas 231 años a partir de ahora, la zona de fusión del hidrógeno irá migrando lentamente hacia el exterior, formando una cáscara en expansión de reacciones termonucleares, hasta que alcance el lugar donde las temperaturas son inferiores a unos diez millones de grados. Enton- ces, la fusión del hidrógeno se apagará. Mientras tanto, la gravedad propia del Sol obligará a una renovada contracción de su núcleo rico en helio y a un aumento adicional de las temperaturas y presiones interiores. Los núcleos de helio quedarán apretados más densamen- te todavía, llegando incluso a pegarse los unos a los otros porque los ganchos de sus fuerzas nucleares de corto alcance habrán entrado en acción a pesar de la mutua repulsión eléctrica. La ceniza se conver- tirá en combustible y el Sol se disparará de nuevo iniciando una se- gunda ronda de reacciones de fusión. Este proceso generará los elementos carbono y nitrógeno, y pro- porcionará energía adicional para que el Sol continúe brillando du- rante un tiempo limitado. Una estrella es un fénix destinado a le- vantarse durante un tiempo de sus cenizas.5 El Sol, bajo la influen- cia combinada de la fusión del hidrógeno en una delgada cáscara lejos del interior solar y de la fusión del helio a alta temperatura en el núcleo, experimentará un cambio importante: su exterior se ex- pandirá y se enfriará. El Sol se convertirá en una estrella gigante roja, con una superficie visible tan alejada de su interior que la gra- vedad en su superficie será débil y su atmósfera se expandirá hacia el espacio como una especie de vendaval estelar. Cuando este Sol rubicundo e hinchado se haya convertido en un gigante rojo envol- verá y devorará a los planetas Mercurio y Venus, y probablemente también a la Tierra. El sistema solar interior residirá entonces de- ntro el Sol. Dentro de miles de millones de años habrá un último día perfecto en la Tierra. Luego, el Sol irá enrojeciendo e hinchándose lentamen- te y presidirá una Tierra que estará abrasándose incluso en los po- los. Los casquetes de hielo polar en el Ártico y en el Antártico se fundirán inundando las costas del mundo. Las altas temperaturas oceánicas liberarán más vapor de agua en el aire, aumentando la nebulosidad, protegiendo a la Tierra de la luz solar y aplazando un poco el final. Pero la evolución solar es inexorable. Llegará un mo- mento en que los océanos entrarán en ebullición, la atmósfera se evaporará y se perderá en el espacio y una catástrofe de proporcio- nes inmensas e inimaginables asolará nuestro planeta.6 Mientras tanto, es casi seguro que los seres humanos habrán evolucionado hacia algo muy diferente. Quizás nuestros descendientes serán capa- ces de controlar o de moderar la evolución estelar. 0 quizás se limi- tarán a coger los trastos y marcharse a Marte, a Europa o a Titán, o quizás, al final, como imaginó Robert Goddard, decidirán buscarse un planeta deshabitado en algún sistema planetario joven y prome- tedor. Las Pléy ades en la constelación de Tauro, examinadas por primera vez con el teles- copio por Galileo. El espectro de la nebu- losidad azul es el mismo que el de las estrellas cercanas, demostrando que la nebulosidad es polvo, que refleja la luz de estrellas acabadas de formar. Las estrellas más brillantes, situadas a unos 400 años luz de distancia, recibieron por parte de los antiguos griegos el nombre de las hijas de Atlas, el titán que sostenía los cielos. (Cedida por los observatorios Hale.) La nebulosa de Roseta, que parece una nebulosa planetaria, pero que está rela- cionada con muchas estrellas y nocon una sola; estas estrellas son calientes y jóv enes (tienen menos de un millón de años), mientras que la estrella central en una nebulosa planetaria suele ser caliente pero de miles de millones de años de edad. La presión de la radiación procedente de las estrellas centrales está empujando el gas rojo de hidrógeno hacia el espacio. (Cedi- 5. Las estrellas de masa superior al Sol consiguen temperaturas centrales superio- res y presiones en sus fases evolutivas tardías. Son capaces de levantarse de sus cenizas más de una vez, utilizando el carbono y el oxígeno como combustible para sintetizar elementos todav ía más pesados. da por los observ atorios Hale.) 6. Los aztecas predijeron una época en la que "la Tierra se habrá cansado, cuando la semilla de la tierra se haya agotado". Creían que aquel día el Sol caería del firma- mentoy las estrellas saltarían de los cielos.
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    232 Cosmos Una auténticanebulosa planetaria en la constelación de Acuario, compuesta por una cáscara delgada de hidrógeno caliente que se desplaza hacia fuera. Estas nebulo- sas suelen tener unos cuantos años luz de diámetro y se expanden a unos 50 kilóme- tros por segundo a partir de una estrella central que tiene una temperatura superfi- cial de más de 1 00 000 grados. Dentro de cinco mil millones de años, al final de la fase de gigante roja en la evolución de nuestro Sol, el sistema solar puede presen- tar de lejos este aspecto. (Cedida por los observ atorios Hale.) Fotografía de una pintura mural Anasazi en la cara inferior de un saliente de la región de cañones de Nuevo México. La pintura es de mediados del siglo once y probablemente describe la supernov a de 1 054 en su situación correcta en relación a la luna creciente cuando fue descubierta. (Fotografía, Bill Ray.) La ceniza estelar del Sol sólo puede reutilizarse como combusti- ble hasta cierto punto. Llegará un momento en que todo el inter- ior solar sea carbono y oxígeno, cuando ya a las temperaturas y presiones dominantes no pueda ocurrir ninguna reacción nuclear más. Cuando el helio central se haya gastado casi del todo, el in- terior del Sol continuará su aplazado colapso, las temperaturas aumentarán de nuevo poniendo en marcha una última onda de reacciones nucleares y expandiendo la atmósfera solar un poco más. El Sol, en su agonía de muerte, pulsará lentamente, expan- diéndose y contrayéndose con un período de unos cuantos mile- nios, hasta acabar escupiendo su atmósfera al espacio en forma de una o más cáscaras concéntricas de gas. El interior solar, ca- liente y sin protección, inundará la cáscara con luz ultravioleta induciendo una hermosa fluorescencia roja y azul que se extende- rá más allá de la órbita de Plutón. Quizás la mitad de la masa del Sol se perderá de este modo. El sistema solar se llenará entonces de un resplandor misterioso: el fantasma del Sol viajando hacia el exterior. Cuando miramos a nuestro alrededor, en el pequeño rincón de Vía Láctea que ocupamos, vemos muchas estrellas rodeadas por cáscaras esféricas de gas incandescente, las nebulosas planetarias. (No tienen nada que ver con planetas, pero algunas recordaban, en telescopios menos perfeccionados, los discos azules y verdes de Urano y de Neptuno.) Presentan la forma de anillos, pero esto es debido a que vemos más su periferia que su centro, como las pompas de jabón. Cada nebulosa planetario señala la presencia de una estrella in extremis. Cerca de la estrella central puede haber una corte de mundos muertos, los restos de planetas que antes estaban llenos de vida y que ahora privados de aire y de océanos, están bañados en una luminosidad fantasmal. Los res- tos del Sol, el núcleo solar desnudo, envuelto primero en su nebu- losa planetario, serán una pequeña estrella caliente, que emitirá su calor al espacio y que habrá quedado colapsada hasta poseer una densidad inimaginable en la Tierra, más de una tonelada en una cucharadita de té. Miles de millones de años más tarde el Sol se convertirá en una enana blanca degenerada, enfriándose como todos estos puntos de luz que vemos en los centros de nebulosas planetarias que pierden sus altas temperaturas superficiales y lle- gan a su estado final, el de una enana negra oscura y muerta. Dos estrellas de idéntica masa evolucionarán más o menos pa- ralelamente. Pero una estrella de masa superior gastará más rá- pidamente su combustible nuclear, se convertirá antes en una gi- gante roja e iniciará primero el descenso final hacia una enana blanca. Tendría que haber, y así se comprueba, muchos casos de estrellas binarias en los que una componente es una gigante roja y la otra una enana blanca. Algunos de estos pares están tan próximos que se tocan, y una atmósfera solar incandescente fluye de la hinchada gigante roja a la compacta enana blanca y tiende a caer en una provincia concreta de la superficie de la enana blanca. El hidrógeno se acumula, comprimido a presiones y temperaturas cada vez más elevadas por la intensa gravedad de la enana blanca, hasta que la atmósfera robada a la gigante roja sufre reacciones termonucleares y la enana blanca experimenta una breve erup- ción que la hace brillar. Una binaria de este tipo se llama una no- va y tiene un origen muy distinto al de una supernova. Las novas se dan únicamente en sistemas binarios y reciben su energía de la
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    Las vidas delas estrellas 233 fusión del hidrógeno; las supernovas se dan en estrellas solas y reci- ben su energía de la fusión del silicio. Los átomos sintetizados en los interiores de las estrellas acaban normalmente devueltos al gas interestelar. Las gigantes rojas finali- zan con sus atmósferas exteriores expulsadas hacia el espacio; las nebulosas planetarias son las fases finales de estrellas de tipo solar que hacen saltar su tapadera. Las supernovas expulsan violenta- mente gran parte de su masa al espacio. Los átomos devueltos son, como es lógico, los que se fabrican más fácilmente en las reacciones termonucleares de los interiores de las estrellas: el hidrógeno se fusiona dando helio, el helio da carbono, el carbono da oxígeno, y después en estrellas de gran masa, y por sucesivas adiciones de más núcleos de helio, se construyen neón, magnesio, silicio, azufre, etc.: adiciones que se realizan por pasos, dos protones y dos neutrones en cada paso hasta llegar al hierro. La fusión directa del silicio genera también hierro: un par de átomos de silicio cada uno con veintiocho protones y neutrones se funden a una temperatura de miles de mi- llones de grados y hacen un átomo de hierro con cincuenta y seis protones y neutrones. Todos éstos son elementos químicos familiares. Sus nombres nos suenan. Estas reacciones nucleares no generan fácilmente erbio, hafnio, diprosio, praseodimio o itrio, sino los elementos que cono- cemos de la vida diaria, elementos devueltos al gas interestelar, donde son recogidos en una generación subsiguiente de colapso de nube y formación de estrella y planeta. Todos los elementos de la Tierra, excepto el hidrógeno y algo de helio, se cocinaron en una especie de alquimia estelar hace miles de millones de años en estre- llas que ahora son quizás enanas blancas inconspicuas al otro lado de la galaxia Vía Láctea. El nitrógeno de nuestro ADN, el calcio de nuestros dientes, el hierro de nuestra sangre, el carbono de nuestra. tartas de manzana se hicieron en los interiores de estrellas en proce- so de colapso. Estamos hechos, pues, de sustancia estelar. Algunos de los elementos más raros se generan en la misma explo- sión de supernova. El hecho de que tengamos una relativa abun- dancia de oro y' de uranio en la Tierra se debe únicamente a que hubo muchas explosiones de supernovas antes de que se formara el sistema solar. Otros sistemas planetarios pueden tener cantidades diferentes de nuestros elementos raros. ¿Existen quizás planetas cuyos habitantes exhiben, orgullosos, pendientes de niobio y braza- letes de protactinio, mientras que el oro es una curiosidad de labora- torio? ¿Mejorarían nuestras vidas si el oro y el uranio fueran tan oscuros y poco importantes en la Tierra como el praseodimio? El origen y la evolución de la vida están relacionados del modo más íntimo con el origen y evolución de las estrellas. En primer lugar la materia misma de la cual estamos compuestos, los átomos que hacen posible la vida fueron generados hace mucho tiempo y muy lejos de nosotros en estrellas rojas gigantes. La abundancia relativa de los elementos químicos que se encuentran en la Tierra se corres- ponde con tanta exactitud con la abundancia relativa de átomos ge- nerados en las estrellas, que no es posible dudar mucho de que las gigantes rojas y las supernovas son los hornos y crisoles en los cua- les se forjó la materia. El Sol es una estrella de segunda o tercera generación. Toda la materia de su interior, toda la materia que ve- mos a nuestro alrededor, ha pasado por uno o dos ciclos previos de alquimia estelar. En segundo lugar, la existencia de algunas varie- dades de átomos pesados en la Tierra sugiere que hubo una explo La nebulosa Cangrejo en Tauro, a 6 000 años luz de distancia; está formada por los restos de la explosión de la supernova presenciada en el año 1054 en la Tierra. Sus filamentos se están desenmarañandoa unos 1 1 00 kilómetros por segundo. Des- pués de casi un mileniode expansión toda- v ía está perdiendo en el espacio 100 000 v eces más energía por segundo que el Sol. En su núcleohay una estrella de neutrones condensada, un pulsar que destella unas 30 v eces por segundo. El períodose conoce con mucha precisión. El 28 de junio de 1 969 el período era de 0.033099324 se- gundos, e iba disminuyendo a un ritmo de unos 0.0012 segundos por siglo. La corres- pondiente pérdida de energía rotacional es suficiente para explicar el brillode la nebu- losa. El Cangrejo es rico en elementos pesados que está devolviendo al espacio para futuras generaciones de formación de estrellas. (Cedida por los observ atorios Hale.) La nebulosa del Velo, parte de un antiguo resto esférico de supernova, llamado Bucle del Cisne. La explosión de supernova que lo formó ocurrió hace unos 50 000 años. Todav ía se está expandiendo a unos 100 kilómetros por segundo, y brilla por las colisiones con el gas y el polv ointerestelar. Los átomos del Velo se v an frenando con estas colisiones y acabarán formandoparte del medio interestelar. (Cedida por los observ atorios Hale.)
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    234 Cosmos La galaxiaVía Láctea vista de canto y de cara, indicándose en ella la posición del Sol y de las supernovas históricas. Las estrellas de gran masa tienden a estar situadas en el plano de la galaxia y por lo tanto sus pro- ductos finales, las supernovas, también están allí. Pero el polvo oscurecedor tam- bién se concentra en el plano galáctico, y las supernovas tienden a ser visibles única- mente a distancias relativamente próxi- mas: no se han registrado nunca explosio- nes de éstas al otroladode la galaxia, aun- que no hay duda de que ocurrieron. La explosión que hizo la nebulosa del Cangre- jo y la supernova de Tycho de 1 572 ocu- rrieron en brazos espirales galácticos exte- riores a la posición del Sol. La supernova de Kepler de 1 604 ocurrió cerca del centro de la galaxia, pero fue visible desde la Tie- rra porque estaba encima del plano galác- tico y relativamente libre de polvo oscure- cedor. El diámetro de la galaxia es de unos 1 00 000 años luz. (Cedidos por Scientific American. De Historical Supernovas, por F. Richard Stephenson y David H. Clark.© 1 976 de Scientific American, Inc. Todos los derechos reservados ) La Gran Nube de Magallanes, una galaxia satélite de la Vía Láctea, pequeña e irregu- lar. Como en todas las galaxias también aquí hay explosiones de supernovas. Se captó un estallido sin precedentes de rayos X y rayos gammas provenientes de una pequeña región del cielo correspondiente al restode supernova N49 en la Gran Nube de Magallanes el 5 de marzo de 1 979, ca- sualmente el día en que el Voyager 1 se encontrócon el sistema de Júpiter. (Cedida por el observ atorio de Yerkes, Universidad de Chicago.) sión de supernova cerca de nosotros poco antes de formarse el sistema solar. Pero es improbable que se tratara de una simple coincidencia; lo más probable es que la onda de choque produci- da por la supernova comprimiera el gas y el polvo interestelar y pusiera en marcha la condensación del sistema solar. En tercer lugar, cuando el Sol empezó a brillar, su radiación ultravioleta inundó la atmósfera de la Tierra; su calor generó relámpagos, y estas fuentes de energía fueron la chispa de las complejas molé- culas orgánicas que condujeron al origen de la vida. En cuarto lugar, la vida en la Tierra funciona casi exclusivamente a base de luz solar. Las plantas recogen los fotones y convierten la energía solar en energía química. Los animales parasitan a las plantas. La agricultura es simplemente la recogida sistemática de luz so- lar, que se sirve de las plantas como de involuntarios interme- diarios. Por lo tanto casi todos nosotros estamos accionados por el Sol. Finalmente, los cambios hereditarios llamados mutacio- nes proporcionan la materia prima de la evolución. Las muta- ciones, entre las cuales la naturaleza selecciona su nuevo catálo- go de formas vivas, son producidas en parte por rayos cósmicos: partículas de alta energía proyectadas casi a la velocidad de la luz en las explosiones de supernovas. La evolución de la vida en la Tierra es impulsada en parte por las muertes espectaculares de soles remotos y de gran masa. Supongamos que llevamos un contador Geiger y un trozo de mi
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    Las vidas delas estrellas 235 neral de uranio a algún lugar situado en las profundidades de la Tie- rra: por ejemplo una mina de oro o un tubo de lava, o una caverna excavada a través de la Tierra por un río de roca fundida. El sensible contador suena cuando está expuesto a rayos gamma o a partículas cargadas de alta energía como protones y núcleos de helio. Si lo acercamos al mineral de uranio, que está emitiendo núcleos de helio por una desintegración nuclear espontánea, el contaje, el número de chasquidos del contador por minuto, aumenta espectacularmente. Si metemos el mineral de uranio dentro de un bote pesado de plo- mo, el contaje disminuye sustancialmente; el plomo ha absorbido la radiación del uranio. Pero todavía pueden oírse algunos chasquidos. Una fracción del contaje restante procede de la radiactividad natural de las paredes de la caverna. Pero hay más chasquidos de lo que esta radiactividad explica. Algunos son causados por partículas car- gadas de alta energía que entran por el tejado. Estamos escuchando los rayos cósmicos, producidos en otra era en las profundidades del espacio. Los rayos cósmicos, principalmente protones y electrones, han estado bombardeando la Tierra durante toda la historia de la vida en nuestro planeta. Una estrella se destruye a sí misma a miles de años luz de distancia y produce rayos cósmicos que viajan en es- piral por la galaxia Vía Láctea durante millones de años hasta que por puro accidente algunos de ellos chocan con la Tierra y con nues- tro material hereditario. Quizás algunos pasos clave en el desarrollo del código genético, o la explosión del Cámbrico, o la estación bípe- da de nuestros antepasados, fueron iniciados por los rayos cósmicos. El 4 de junio del año 1054, astrónomos chinos anotaron la presen- cia de lo que ellos llamaban estrella invitada en la constelación de Tauro, el Toro. Una estrella no vista nunca hasta entonces se hizo más brillante que cualquier otra estrella del cielo. A medio mundo de distancia, en el suroeste norteamericano, había entonces una cultura superior, rica en tradición astronómico, que también pre- senció esta nueva y brillante estrella.7 La datación con el carbono 14 de los restos de un fuego de carbón nos permiten saber que a me 7 . También se dieron cuenta de ella observadores musulmanes. Pero no hay ni una palabra alrespectoen todas las crónicas de Europa. Fases posteriores de la ev olución estelar. La atmósfera estelar luminosa de una binaria de contacto fluye de la estrella gigante roja (izquierda) al disco de acre- ción alrededor de una estrella pulsar de neutrones (derecha). El disco brilla en rayos X y otras radiaciones en el punto de contacto. (Pintura de Don Dav is.) La muerte de un sistema solar. Perspec- tiv as esquemáticas de la pérdida de atmósferas planetarias y vaporización de mundos cuando el sol local se convierte en una supernova. Las ondas de choque que v emos propagarse más allá del sis- tema local comprimen el gas y el polvo interestelares, y provoca la formación de nuevos sistemas planetarios. (Pinturas de Adolf Schaller,Rick Sternbach y John Allison. )
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    236 Cosmos Influencia dela gravedad en la materia y la luz. Alicia, la Liebre de marzo, el Sombrerero chiflado y el Gato de Cheshire de Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll están tomandotranquilamente el té en condiciones normales de gravedad terrestre (a) iguales a 1 g. El rayode luz de la linterna de la derecha no es desv iado por la gra- v edad de la Tierra. Cuando nos acercamos a 0 g, el menor mov imiento proyecta a nuestros amigos dando piruetas por el espacio (b,c); el té toma la forma de grandes gotas esféricas flotantes. Cuando volvemos a 1 g, Alicia y sus compañeros regresan a la Tierra y se produce una breve lluvia de té (d). A v arios ges de gravedad, no pueden ni mov erse (e,f), peroel rayode luznose v e afectado. Cuando alcanzamos los 1 00 000 ges todo el paisaje queda aplasta- do y plano. A mil millones de ges, la gravedad desvía per- ceptiblemente la luz,y a varios miles de millones de ges, la luz v uelve a caer al suelo (g). En este momento la intensa gravedad ha convertido el País de las Maravillas en un agujeronegro.(Dibujos inspirados en Tennielpor Brown.)
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    Las vidas delas estrellas 237 diados del siglo once algunos anasazi, antecesores de los actuales hopi, vivían bajo una plataforma saliente en el actual Nuevo Méjico. Parece que uno de ellos dibujó en la pared, protegida por el saliente de la intemperie, un dibujo de la nueva estrella. Su posición en rela- ción a la luna creciente habría sido exactamente tal como la dibuja- ron. Hay también la impresión de una mano, quizás la firma del artista. Esta estrella notable, a 5 000 años luz de distancia, se denomina actualmente la Supernova Cangrejo, porque a un astrónomo, siglos más tarde, le pareció ver, inexplicablemente, un cangrejo cuando observaba los restos de la explosión a través de su telescopio. La Nebulosa Cangrejo está formada por los restos de una estrella de gran masa que autoexplotó. La explosión se vio en la Tierra a simple vista durante tres meses. Era fácilmente visible a plena luz del día, y con su luz se podía leer de noche. Una supernova se da en una ga- laxia, como promedio, una vez por siglo. Durante la vida de una galaxia típica, unos diez mil millones de años, habrán explotado un centenar de millones de estrellas: un número grande, pero que en definitiva sólo afecta a una de cada mil estrellas. En la Vía Láctea, después del acontecimiento de 1054, hubo una supernova observada en 1572, y descrita por Tycho Brahe, y otra poco después en 1604 descrita por Johannes Kepler.8 Por desgracia no se ha observado ninguna explosión de supernova en nuestra Galaxia después de la invención del telescopio, y los astrónomos han tenido que reprimir su impaciencia durante algunos siglos. Las supernovas se observan actualmente de modo rutinario en otras galaxias. Entre mis candidatas para escoger la frase que asombraría más profundamente a un astrónomo de principios de siglo tengo la siguiente sacada de un artículo de David Helfand y Knox Long en el número del 5 de diciembre de 1979 de la revista británica Nature: El 5 de marzo de 1979, nueve naves espaciales interplanetarias de la red de sensores de estallidos registraron un estallido muy intenso de rayos X y rayos gamma y lo localizaron me- diante determinaciones del tiempo de vuelo en una posición coinci- dente con el resto de supernova N49 de la Gran Nube de Magalla- nes. (La Gran Nube de Magallanes, llamada así porque el primer habitante del hemisferio Norte que se dio cuenta de ella fue Maga- llanes, es una pequeña galaxia satélite de la Vía Láctea, a 180 000 años luz de distancia. Como puede suponerse hay también una Pe- queña Nube de Magallanes.) Sin embargo, en el mismo número de Nature, E. P. Mazets y sus colegas del Instituto Ioffe, de Leningrado, que observaron esta fuente con el detector de estallidos de rayos gamma a bordo de las naves espaciales Venera 11 y 12 en camino para aterrizar en Venus, afirman que lo que se está observando es un pulsar eruptivo a sólo unos centenares de años luz de distancia. A pesar de ser la posición tan coincidente, Helfand y Long no insisten en que el estallido de rayos gamma esté asociado con los restos de la supernova. Consideran caritativamente muchas alternativas, inclu El mando de una máquina mágica de gravedad con la que podríamos esco- ger la aceleración local debida a la gravedad. El v alor normal en la super- ficie de la Tierra es 1 g. En el otro extremo del di al empezamos a aproximamos a las fuerzas gravitato- rias que hacen estrellas de neutrones y agujeros negros. 8. Kepler publicóen 1 606 un librotituladoDe Stella Nova ("Sobre la estrella nue- v a") en el cual se pregunta si una supernova es el resultadode alguna concatenación casual de átomos en los cielos. Nos presenta "... no mi opinión sino la de mi mujer: Ay er, cuando estaba cansado de escribir, me llamaron para cenar y me sirvieron la ensalada que había pedido. «Me parece ---dije- que si hubiesen estado volando por los aires durante toda la eternidad platos de peltre, hojas de lechuga, granos de sal, gotas de agua, vinagre, aceite y rodajas de huevos, sería posible al final que se re- uniera todo por casualidad y formara una ensalada». «Sí –respondió mi amada– pero no una ensalada tan preciosa como la que y o he hecho.»”
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    238 Cosmos Fotografía delcielo en rayos X, con la fuen- te brillante Cygnus X-1 (en el centro), pro- bablemente un agujero negro. Imagen del Observ atorio Astrofísico de Alta Energía 2, en órbita terrestre. (Cedida por Ricardo Giacconi y la NASA. ) Representación esquemática de la distor- sión de un espacio plano por un objeto de gran masa, que ayuda a entender la grav itación y los agujeros negros. yendo la posibilidad sorprendente de que la fuente esté situada dentro del sistema solar. Quizás sea el escape de una nave estelar extraterrestre que emprende su largo viaje de regreso. Pero una hipótesis más simple es una llamarada de los fuegos estelares de N49: estamos seguros de que las supernovas existen. El destino del sistema solar interior cuando el Sol se convierta en una gigante roja ya es bastante triste. Pero, por lo menos, los pla- netas no quedarán derretidos y arrugados por la acción de una su- pernova en erupción. Este destino está reservado a planetas si- tuados cerca de estrellas de mayor masa que el Sol. Puesto que es- tas estrellas con temperaturas y presiones superiores gastan más rápidamente sus reservas de combustible nuclear, sus tiempos de vida son mucho más breves que el Sol. Una estrella de masa diez veces superior a la del Sol puede convertir establemente hidrógeno en helio durante sólo unos cuantos millones de años antes de pa- sar brevemente a reacciones nucleares más exóticas. Por lo tanto es casi seguro que no se dispone de tiempo suficiente para que evolucionen formas avanzadas de vida en cualquiera de los plane- tas acompañantes; y sería raro que seres de otros mundos puedan llegar a conocer que su estrella se convertirá en una supernova: si viven el tiempo suficiente para comprender a las supernovas es improbable que su estrella llegue a serlo nunca. La fase previa esencial para una explosión de supernova es la ge- neración de un núcleo de hierro de gran masa por fusión de silicio. Los electrones libres del interior estelar, sometidos a una presión enorme, se ven obligados a fundirse con los protones de los nú- cleos de hierro cancelándose entonces las cargas eléctricas iguales y opuestas; el interior de la estrella se convierte en un único y gi- gantesco núcleo atómico que ocupa un volumen mucho menor que los electrones y núcleos de hierro que lo precedieron. El núcleo sufre una violenta implosión, el exterior rebota y se produce una explosión de supernova. Una supernova puede ser más brillante que el resplandor combinado de todas las demás estrellas de la ga- laxia en la cual está metida. Todas estas estrellas supergigantes azules y blancas que han salido apenas del cascarón en Orión están destinadas dentro de unos cuantos millones de años a convertirse en supernovas y a formar un castillo continuado de fuegos artifi- ciales cósmicos en la constelación del cazador. La terrible explosión de una supernova proyecta al espacio la mayor parte de la materia de la estrella precursora: un poco de hidrógeno residual y helio y cantidades importantes de otros áto- mos, carbono y silicio, hierro y aluminio. Queda un núcleo de neutrones calientes, sujetos entre sí por fuerzas nucleares, for- mando un único núcleo atómico de gran masa con un peso atómi- co aproximado de 1056, es decir un sol de unos treinta kilómetros de diámetro; un fragmento estelar diminuto, encogido, denso y marchito, una estrella de neutrones en rotación rápida. A medida que el núcleo de una gigante roja de gran masa entra en colapso para formar así una estrella de neutrones, va girando más rápida- mente. La estrella de neutrones en el centro de la Nebulosa Can- grejo es un núcleo atómico inmenso, del tamaño de Manhattan, que gira treinta veces por segundo. Su poderoso campo magnéti- co, amplificado durante el colapso, atrapa las partículas cargadas de modo parecido al campo magnético mucho más débil de Júpi- ter. Los electrones en el campo magnético en rotación emiten una radiación en forma de haz no sólo en las frecuencias de radio, si
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    Las vidas delas estrellas 239 no también en luz visible. Si la Tierra está situada casualmente en la dirección del haz de este faro cósmico, vemos un destello en cada rotación. Por este motivo se denomina pulsar a la estrella. Los pul- sars, parpadeando y haciendo tic tac como un metrónomo cósmico, marcan el tiempo mucho mejor que un reloj ordinario de gran preci- sión. El cronometraje a largo plazo de los destellos de radio de al- gunas pulsar, por ejemplo de una llamada PSR 0329 + 54 sugiere que estos objetos pueden tener uno o más compañeros planetarios pequeños. Quizás sea concebible que un planeta sobreviva la evolu- ción de una estrella convertida al final en pulsar, o quizás el planeta fue capturado más tarde. Me pregunto qué aspecto tendrá el cielo desde la superficie de un planeta así. La materia de una estrella de neutrones pesa, si tomamos de ella una cucharadita de té, más o menos lo mismo que una montaña co- rriente: pesa tanto que si sujetáramos un trozo de esta materia y luego lo soltáramos (no nos quedaría otra alternativa), podría pasar sin esfuerzo a través de la Tierra como hace una piedra que cae por el aire, se abriría por sí solo un agujero a través de nuestro planeta y emergería por el otro lado de la Tierra. Los habitantes de aquel la- do, que estarían dando un paseo u ocupándose de sus cosas, verían salir disparado del suelo un pequeño fragmento de estrella de neu- trones que se pararía a una cierta altura y volvería de nuevo al fondo de la Tierra, ofreciendo así, por lo menos, algo de diversión a su ru- tina diaria. Si cayera del espacio cercano un trozo de materia de estrella de neutrones y la Tierra estuviera girando debajo suyo, pe- netraría repetidamente a través de ella y perforaría centenares de miles de agujeros en su cuerpo en rotación antes de que detuviera su movimiento la fricción con el interior de nuestro planeta. Antes de pararse definitivamente en el centro de la Tierra, el interior de nues- tro planeta presentaría brevemente el aspecto de un queso suizo, hasta que el flujo subterráneo de roca y de metal curase las heridas. No importa que se desconozcan en la Tierra fragmentos grandes de materia de estrellas de neutrones, porque los fragmentos más pe- queños están en todas partes. El poder asombroso de la estrella de neutrones nos acecha en el núcleo de cada átomo, oculto en cada cucharilla de té y en cada lirón, en cada hálito del aire, en cada tarta de manzana. La estrella de neutrones nos infunde respeto hacia las cosas corrientes. Una estrella como el Sol finalizará sus días como una gigante roja y luego como una enana blanca, tal como hemos visto. Una estrella en proceso de colapso con masa doble a la del Sol se convertirá en una supernova y luego en una estrella de neutrones. Pero una estrella de masa superior, que después de pasar por la fase de supernova quede con la masa, por ejemplo de cinco soles, tiene ante sí un destino to- davía más notable: su gravedad la convertirá en un agujero negro. Supongamos que dispusiéramos de una máquina mágica de grave- dad: un aparato que nos permitiera controlar la gravedad de la Tie- rra, girando por ejemplo una aguja. Al principio la aguja está en 1 g 9 Bajorrelieve con estrellas de cinco pun- tas de las ruinas de un templo faraónico en Dendera, Egipto. (Foto de Ann Dru- y an.) 9. 1 g es la aceleración que experimentan los objetos que caen en la Tierra, casi 10 metros por segundo cada segundo. Una roca al caer alcanzará una velocidad de 1 0 metros por segundo al cabo de un segundo de caída, 20 metros por segundo des- pués de dos segundos, y así sucesivamente hasta que llegue al sueloo que su v eloci- dad deje de aumentar por la fricción del aire. En un mundode aceleración gravitato- ria mucho mayor, los cuerpos al caer aumentarían su velocidad en cantidades co- rrespondientemente mayores. En un mundo con una aceleración de 1 0 g una roca caería a 10 × 10 m/seg o casi 1 00 m/seg después del primer segundo, 200 m/seg después del siguiente segundo,etc. Un pequeñoresbalón podría ser fatal. Hay que
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    240 Cosmos Motiv osdel Sol y las estrellas en las tum- bas reales del Vallede los Rey es en la orilla occidental del Nilo, cerca de Luxor, Egipto. Arriba: Los rayos del Sol caen a través del espacio sobre lo que parece ser una repre- sentación de la Tierra esférica. En medio: El escarabajo, cuyo ciclo vital representaba para los antiguos egipcios una metáfora de los procesos cíclicos de la naturaleza, en especial el retorno diario del Sol. Abajo: Los dioses de las estrellas, que en algunas tumbas están alineados por centenares. (Fotografías del autor.) y todo se comporta como estamos acostumbrados a ver. Los ani- males y las plantas de la Tierra y las estructuras de nuestros edifi- cios han evolucionado o se han diseñado para 1 g. Si la gravedad fuera mucho menor podría haber formas altas y delgadas que no caerían ni quedarían aplastadas por su propio peso. Si la gravedad fuese muy superior, las plantas, los animales y la arquitectura ten- drían que ser bajos y rechonchos para no sufrir el colapso gravita- torio. Pero incluso en un campo de gravedad de bastante intensi- dad la luz se desplazaría en línea recta, como hace desde luego en la vida corriente. Consideremos (véase ilustración de la página 236) un posible grupo típico de seres terrestres. Cuando disminuimos la gravedad, las cosas pesan menos. Cerca de 0 g el movimiento más ligero proyecta a nuestros amigos por los aires flotando y dando tumbos. El té vertido fuera de la taza, o cualquier otro líquido, forma glóbu- los esféricos palpitantes en el aire: la tensión superficial del líquido supera a la gravedad. Hay por todas partes bolas de té. Si marca- mos de nuevo en el aparato 1 g provocamos una lluvia de té. Cuando aumentamos algo la gravedad, de 1 g a 3 o 4 g, por ejem- plo, todos quedan inmovilizados: se requiere un esfuerzo enorme incluso para mover una pierna. Sacamos por compasión a nues- tros amigos del dominio de la máquina de la gravedad antes de poner la aguja en gravedades más altas todavía. El haz de luz de una linterna sigue una línea perfectamente recta (según la preci- sión de nuestras observaciones) cuando la gravedad es de unos cuantos g, al igual que a 0 g. A 1 000 g el haz es todavía recto, pero los árboles han quedado aplastados y aplanados; a 100 000 g las rocas se aplastan por su propio peso. Al final no queda ningún su- perviviente excepto el gato de Cheshire, por una dispensa especial. Cuando la gravedad se acerca a mil millones de g sucede algo to- davía más extraño. El haz de luz que hasta ahora subía directo hacia el cielo empieza a curvarse. Incluso la luz queda afectada por intensas aceleraciones gravitatorias. Si aumentamos todavía más la gravedad, la luz no puede levantarse y cae al suelo cerca de nosotros. Ahora el gato cósmico de Cheshire ha desaparecido, sólo queda su sonrisa gravitatoria. Cuando la gravedad es lo bastante elevada no deja escapar nada, ni siquiera la luz. Un lugar así recibe el nombre de agujero negro. Es una especie de gato cósmico de Cheshire enigmáticamente indi- ferente a lo que le rodea. Cuando la densidad y la gravedad alcan- zan un valor suficientemente elevado el agujero negro parpadea y desaparece de nuestro universo. Por esto se llama agujero negro: no puede escapar luz alguna de él. Es posible que en su interior, con tanta luz atrapada, las cosas presenten una atractiva ilumina- ción. Aunque un agujero negro sea invisible desde el exterior, su presencia gravitatoria puede ser palpable. Si no vamos con cuida- do, en un viaje interestelar podemos ser arrastrados de modo irre- vocable y nuestros cuerpos quedar estirados desagradablemente formando un hilo largo y delgado. Pero la materia que se iría con escribir siempre la aceleración debida a la gravedad con g minúscula, para distin- guirla de la constante newtoniana de la gravitación, G, que es una medida de la intensidad de la gravedad en cualquier lugar del universo, y nosimplemente en el mundo o sol que estamos discutiendo. (La relación newtoniana de estas dos can- tidades es F = mg = GMm/r2; g = GM/r2 , donde F es la fuerza gravitatoria, M es la masa del planeta o estrella, m es la masa del objeto que cae, y r es la distancia de este objetoal centrodel planeta oestrella.)
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    Las vidas delas estrellas 241 centrando en forma de disco alrededor del agujero negro nos ofrece- ría un espectáculo digno de recordar, en el caso improbable de que sobreviviéramos a la excursión. Las reacciones termonucleares en el interior solar sostienen las ca- pas exteriores del Sol y aplazan durante miles de millones de años un colapso gravitatorio catastrófico. En el caso de las enanas blan- cas la presión de los electrones arrancados de sus núcleos sostiene la estrella. En el caso de las estrellas de neutrones la presión de los neutrones compensa la gravedad. Pero en el caso de una estrella anciana que ha sobrevivido a las explosiones de supernova y a otras impetuosidades y cuya masa es varias veces superior a la del Sol, no hay fuerzas conocidas que puedan impedir el colapso. La estrella se encoge increíblemente, gira, enrojece y desaparece. Una estrella con una masa veinte veces superior a la del Sol se encogerá hasta tener el tamaño del Gran Los Ángeles; la aplastante gravedad llega a ser de 1010 g, y la estrella se desliza por una fisura que ella misma ha creado en el continuo del espacio tiempo y desaparece de nuestro universo. Los agujeros negros fueron imaginados por primera vez por el as- trónomo inglés John Michell en 1783. Pero la idea parecía tan ex- travagante que se ignoró de modo general hasta hace muy poco, cuando ante el asombro de muchos, incluyendo a muchos astróno- mos, se descubrieron pruebas concretas de la existencia de agujeros negros en el espacio. La atmósfera de la Tierra es opaca a los rayos X. Para poder determinar si los objetos astronómicos emiten luz de una longitud de onda tan corta hay que transportar el telescopio de rayos X sobre la atmósfera. El primer observatorio de rayos X fue un admirable esfuerzo internacional, orbitado por los Estados Uni- dos a partir de una plataforma italiana de lanzamiento en el océano índico, ante la costa de Kenya, y bautizado con el nombre de Uhuru, palabra swahili que significa libertad. En 1971 Uhuru descubrió una fuente notable de rayos X en la constelación del Cisne, que se apaga- ba y se encendía miles de veces por segundo. La fuente, llamada Cygnus X-1 tiene que ser por lo tanto muy pequeña. Sea cual fuere la razón del parpadeo, la información necesaria para encender y apagar la fuente no puede cruzar Cyg X-1 a velocidad superior a la de la luz, 300 000 km/seg. Por lo tanto Cyg X-1 no puede ser mayor que [300 000 km./seg] x [(1/1 000)seg] = 300 kilómetros de diáme- tro. Un objeto del tamaño de un asteroide es una fuente brillante y parpadeante de rayos X visible a distancias interestelares. ¿Qué ob- jeto podría ser éste? Cyg X-1 está en el mismo punto preciso del espacio que una estrella supergigante azul y caliente, que en luz visi- ble demuestra poseer una compañera cercana pero invisible, de gran masa, que la atrae gravitatoriamente primero en una dirección y luego en otra. La masa de la compañera es unas diez veces la del Sol. La supergigante es una fuente improbable de rayos X, y resulta tentador identificar a la compañera deducida gracias a la luz visible como la fuente detectada de rayos X. Pero un objeto invisible que pese diez veces más que el Sol y cuyo volumen se haya reducido por colapso al de un asteroide sólo puede ser un agujero negro. Es pro- bable que los rayos X se generen por fricción en el disco de gas y de polvo acumulado por acreción alrededor de Cyg X-1 y procedente de su compañera supergigante. Otras estrellas llamadas V861 Scorpii, GX 339-4, SS433 y Circinus X-2 son también candidatas para aguje- ros negros. Cassiopeia A es el resto de una supernova cuya luz tuvo que haber llegado a la Tierra en el siglo diecisiete, cuando había aquí un número considerable de astrónomos. Sin embargo, nadie infor
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    242 Cosmos mó dela explosión. Quizás, como sugiere I. S. Shklovskii, hay allí oculto un agujero negro que se comió el núcleo estelar en explo- sión y amortiguó los fuegos de la supernova. Los telescopios en el espacio son los medios idóneos para comprobar todos estos cabos y fragmentos de datos que pueden ser la pista, el rastro del legen- dario agujero negro. Un buen sistema para comprender los agujeros negros es pensar en la curvatura del espacio. Consideremos una superficie bidi- mensional plana, flexible y con líneas, como un trozo de papel de grafo hecho de caucho. Si soltamos encima una pequeña masa, la superficie se deforma formando un hoyo. Una canica gira alrede- dor del hoyo en una órbita semejante a la de un planeta alrededor del Sol. En esta interpretación, que debemos a Einstein, la grave- dad es una distorsión en el tejido del espacio. Vemos en nuestro ejemplo que un espacio bidimensional ha quedado deformado por una masa dando una tercera dimensión física. Imaginemos que vivimos en un universo tridimensional deformado localmente por materia que lo convierte en una cuarta dimensión física que no podemos percibir directamente. Cuanto mayor sea la masa local, más intensa será la gravedad local y más hondo el hoyo, la distor- sión o deformación del espacio. El agujero negro es en esta analo- gía una especie de pozo sin fondo. ¿Qué le sucede a una persona que cae en él? Vista desde el exterior se necesitaría una cantidad infinita de tiempo para caer dentro, porque todos los relojes de es- ta persona mecánicos y biológicos se percibirían como relojes pa- rados. Pero desde el punto de vista de esta persona, todos los relo- jes continuarían funcionando normalmente. Si pudiese sobrevivir a las mareas gravitatorias y al flujo de radiación, y si el agujero ne- gro estuviera en rotación (una hipótesis probable) es muy posible que esta persona pudiera emerger en otra parte del espacio tiem- po: en algún otro lugar del espacio y en algún otro momento del tiempo. Se ha sugerido seriamente la existencia de estas galerías en el espacio, como las que hace un gusano en una manzana, aun- que no se ha demostrado en absoluto que existan. ¿Es posible que los túneles de gravedad proporcionen una especie de metro inter- estelar o intergaláctico que nos permita desplazamos a lugares in- accesibles mucho más rápidamente que del modo normal? ¿Pue- den servir de máquinas del tiempo estos agujeros negros, trans- portándonos al pasado remoto o al futuro distante? El hecho de estar discutiendo estas ideas aunque sea de modo semiserio de- muestra lo surrealista que puede ser el mundo. Somos hijos del Cosmos en el sentido más profundo de la pala- bra. Pensemos en el calor del Sol que sentimos sobre el rostro en un día despejado de verano; pensemos en lo peligroso que es mirar directamente al Sol: reconocemos su poder desde 150 millones de Kilómetros de distancia. ¿Qué sentiríamos en su abrasadora su- perficie autoluminosa o sumergidos en el corazón de sus fuegos nucleares? El Sol nos calienta y nos alimenta y nos permite ver. Fecundó la Tierra. Tiene un poder que supera la experiencia humana. Los pájaros saludan la salida del Sol con un éxtasis au- dible. Incluso algunos organismos unicelulares saben la manera de nadar hacia la luz. Nuestros antepasados adoraron el Sol,10 y no eran tontos, ni mucho menos. Y sin embargo el Sol es una es- trella ordinaria, incluso mediocre. Si tenemos que adorar a un po- der superior a nosotros, ¿no tiene sentido reverenciar el Sol y las estrellas? Oculto dentro de toda investigación astronómico, a ve
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    Las vidas delas estrellas 243 La galaxia Via Lactea amaneciendo sobre un océano de otro mundo, a gran altura sobre el plano galáctico. (Pintura de Adolf Schaller.) ces enterrado tan profundamente que el mismo investigador no se da cuenta de su presencia, hay siempre una especie de temor reve- renciar. La Galaxia es un continente inexplorado lleno de seres exóticos de dimensiones estelares. Hemos llevado a cabo un reconocimiento preliminar y hemos encontrado a algunos de sus habitantes. Unos cuantos se parecen a seres que ya conocemos. Otros son de una ra- reza que supera nuestras más desenfrenadas fantasías. Pero nuestra exploración apenas ha empezado. Los antiguos viajes de explora- ción sugieren que muchos de los habitantes más interesantes del continente galáctico continúan siendo por ahora desconocidos e imposibles de imaginar. No muy lejos de la Galaxia hay, de modo casi seguro, planetas situados en órbita alrededor de estrellas de las Nubes de Magallanes y de los cúmulos globulares que rodean la Vía Láctea. Estos mundos proporcionarían un panorama imponente de la Galaxia amaneciendo: una forma enorme en espiral con 400 000 millones de habitantes estelares, con nubes de gas en proceso de colapso, con sistemas planetarios condensándose, con supergigantes luminosas, con estrellas estables de media edad, con gigantes rojas, con enanas blancas, nebulosas planetarias, novas, supernovas, estre- llas de neutrones y agujeros negros. Desde este mundo quedaría bien claro, como ya empieza a serlo para nosotros, que nuestra ma- teria, nuestra forma y gran parte de nuestro carácter está determi- nado por la profunda relación existente entre la vida y el Cosmos. 1 0. El primitivo pictógrafo de dios en sumerio era un asterisco, el símbolo de las estrellas. La palabra azteca que significa dios era Teotl, y su glifo era una representa- ción del Sol. Los cielos se llamaban Teoatl: el mar dios, el océanocósmico.
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    La Danza dela Creación. El dios hindú Shiva en su manifestación comoSeñor de la Danza, baila la Danza de la Creación. La au- reola de fuego(el prabhamandala) de este bronce Chola del siglodécimorepresenta el ritmodel universoy emana de un pedes- tal de loto, símbolohindú de la iluminación. Shiva danza sobre la forma postrada del apasma-rapurusa, símbolode la ignoran- cia humana. La manoderecha posterior lleva el damaru, un pequeñotambor que simboliza la creación. La manoizquierda pos- terior tiene el agni, el fuegode la destrucción. La manoizquierda anterior está en la posición gajahasta ("troncode elefante"). La mano derecha anterior se sostiene en el gesto abhaya-mundra (literalmente, "no te asustes"). (Cedida por el museo Norton Si- mon, Pasadena,California.El bronce se dev olverá a la India.)
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    Capítulo X El filo dela eternidad Hay una cosa formada confusamente, Nacida antes que el Cielo y la Tierra. Silenciosa y vacía Está sola y no cambia, gira y no se cansa. Es capaz de ser la madre del mundo. No conozco su nombre y por lo tanto le llamo El camino. Le doy el nombreimprovisado de Lo Grande. Siendo grande se le puede describirtambién como retrocediendo, si retrocede se le puede describircomo remoto si es remoto se le puede describir retornando. LAO TSE, Tao Te-ching; China, hacia el 600 a. de. C Hay un camino en lo alto, visible en los cielos transparentes, llamado la Vía Láctea, que resplandece con brillo propio. Los dioses van por ella a la morada del gran To- nante y su residencia real... Allí los famosos y poderosos habitantes del cielo han sentado sus reales. Ésta es la región que podría atreverme a llamar la [Vía] palatina del Gran Cielo. OVIDIO, Metamorfosis; Roma, siglo primero Algunos necios declaran que un Creador hizo el mundo. La doctrina de que el mundo fue creado es equivocada y hay que rechazarla. Si Dios creó el mundo, ¿dónde estaba Él antes de la creación?... ¿Cómo pudo haber hecho Dios el mundo sin materiales? Si dices que los hizo primero y luego hizo el mundo te enfrentas con una regresión infinita... Has de saber que el mundo es increado, como el mismo tiempo, sin principio ni fin. Y que se basa en los principios... Mahapurana (La Gran Leyenda), Jinasena,India,siglo noveno
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    246 Cosmos La galaxiaRemolino, M51 (objetonúme- ro 51 del catálogo de Charles Messier), llamada también NGC 5194. William Parsons, tercer barón de Rosse, descu- brióen 1 845 la estructura espiral de esta "nebulosa", la primera galaxia cuya estructura fue observada. Está a trece millones de años luz de distancia, y la está distorsionandogravitatoriamente su pequeño e irregular compañero galácti- co, NGC 51 95 (abajo). (Cedida por los Observ atorios Hale.) La gran galaxia de Andrómeda, M31 , es el objeto más distante del Cosmos v isible desde la Tierra a simple vista. Tiene por lo menos siete brazos en espiral y se parece a nuestra propia Vía Láctea.Forma parte del Grupo Local de galaxias, y está a unos 2.3 millones de años luz de distancia. Alrede- dor de M31 orbitan dos galaxias elípticas enanas, NGC 205 y encima mismode la es- piral, M32. (Cedida por los observatorios Hale.) HACE DIEZ MIL O VEINTE MIL MILLONES DE AÑOS, sucedió algo, la Gran Explosión (big bang), el acontecimiento que inició nuestro universo. Por qué sucedió esto es el misterio mayor que conoce- mos. Lo que está razonablemente claro es que sucedió. Toda la materia y la energía presentes actualmente en el universo estaba concentrada con una densidad muy elevada –una especie de huevo cósmico, que recuerda los mitos de la creación de muchas culturas– quizás en un punto matemático sin ninguna dimen- sión. No es que toda la materia y la energía del universo estuvie- ran apretadas en un pequeño rincón del universo actual, sino que el universo entero, materia y energía y el espacio que llenan, ocu- paba un volumen muy pequeño. No quedaba mucho espacio para que sucedieran cosas allí. El universo inició con aquella titánica explosión cósmica una expansión que ya no ha cesado. Es engañoso describir la expan- sión del universo como una especie de burbuja ensanchándose, vista desde el exterior. Por definición nada de lo que podamos conocer estuvo nunca fuera. Es mejor imaginarlo desde dentro, quizás con unas líneas formando retículo y adheridas al tejido en movimiento del espacio expandiéndose uniformemente en todas direcciones. A medida que el espacio se iba estirando, la materia y la energía del universo se iban expandiendo con el espacio y se enfriaban rápidamente. La radiación de la bola de fuego cósmica, que tanto entonces como ahora llenaba el universo, fue despla- zándose a través del espectro: de los rayos X a la luz ultravioleta; pasó luego por los colores en arco iris del espectro visible; llegó al infrarrojo y a las regiones de radio. Los restos de esta bola de fuego, la radiación cósmica de fondo que emana de todas las par- tes del cielo, pueden detectarse hoy en día mediante radiotelesco- pios. En el universo primitivo el espacio estaba brillantemente iluminado. A medida que el tiempo pasaba el tejido del espacio continuó expandiéndose, la radiación se enfrió y el espacio se vol- vió por primera vez oscuro, en la luz visible ordinaria, tal como ahora es. El primitivo universo estaba lleno de radiación y de un plénum de materia, al principio hidrógeno y helio, formado a partir de las partículas elementales en la densa bola de fuego primigenio. Había muy poco que ver, suponiendo que hubiese alguien para contemplarlo. Luego empezaron a crecer pequeñas bolsas de gas, pequeñas inuniformidades. Se formaron zarcillos de vastas y su- tiles nubes de gas, colonias de cosas grandes que se movían pesa- damente, girando lentamente, haciéndose cada vez más brillan- tes, cada cual como una especie de bestia que al final contendría cien mil millones de puntos brillantes. Se habían formado las es- tructuras reconocibles mayores del universo. Las estamos viendo hoy. Nosotros mismos habitamos algún rincón perdido de una de ellas. Las llamamos galaxias. Unos mil millones de años después del big bang, la distribución de materia en el universo se había hecho algo grumosa, quizás porque el mismo big bang no había sido perfectamente uniforme. La materia estaba empaquetada más densamente en estos gru- mos que en otras partes. Su gravedad atraía hacia ellos cantida- des sustanciales del cercano gas, nubes en crecimiento de hidró- geno y de helio que estaban destinadas a convertirse en cúmulos de galaxias. Una inuniformidad inicial muy pequeña basta para producir condensaciones sustanciales mucho después.
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    El filo dela eternidad 247 A medida que el colapso gravitatorio continuaba, las galaxias pri- mordiales empezaron a girar cada vez más rápido, debido a la con- servación del momento angular. Algunas se aplanaron, aplastándo- se a lo largo del eje de rotación donde la gravedad no queda com- pensada por la fuerza centrífuga. Se convirtieron así en las primeras galaxias espirales, grandes ruedas de materia girando en el espacio abierto. Otras protogalaxias con gravedad más débil o con menor rotación inicial se aplanaron muy poco y se convirtieron en las pri- meras galaxias elípticas. Hay galaxias similares, como salidas del mismo molde por todo el Cosmos, debido a que estas simples leyes de la naturaleza la gravedad y la conservación del momento angular son iguales en todo el universo. La física que actúa en la caída de los cuerpos y en las piruetas de los patinadores sobre hielo, aquí en el macrocosmos de la Tierra, hace galaxias allá arriba, en el macro- cosmos del universo. Dentro de las galaxias en nacimiento había nubes mucho más pe- queñas que experimentaban también el colapso gravitatorio; las temperaturas interiores se hicieron muy elevadas, se iniciaron reac- ciones termonucleares, y se encendieron las primeras estrellas. Las estrellas jóvenes, calientes y de gran masa evolucionaron rápida- mente, derrochando sin cuidado su capital de hidrógeno combusti- ble, y acabaron pronto sus vidas en explosiones brillantes de super- nova, que devolvían la ceniza termonuclear helio, carbono, oxígeno y elementos más pesados al gas interestelar para generaciones sub- siguientes de formación de estrellas. Las explosiones de supernova de las primitivas estrellas de gran masa produjeron ondas de choque sucesivas y sobrepuestas en el gas adyacente, comprimiendo el me- dio intergaláctico y acelerando la generación de cúmulos de galaxias. La gravedad es oportunista y amplifica incluso pequeñas condensa- ciones de materia. Las ondas de choque de las supernovas pueden haber contribuido a las acreciones de materia en cualquier escala. Se había iniciado la épica de la evolución cósmica, una jerarquía en la condensación de materia a partir del gas del big bang: cúmulos de galaxias, galaxias, estrellas, planetas y eventualmente vida e inte- ligencia capaz de comprender un poco el elegante proceso responsa- ble de su origen. Los cúmulos de galaxias llenan hoy en día el universo. Algunos son colecciones insignificantes y modestas de unas cuantas docenas de galaxias. El llamado cariñosamente grupo local contiene sólo dos grandes galaxias de un cierto tamaño: la Vía Láctea y M31. Otros cúmulos contienen hordas inmensas de miles de galaxias en mutuo abrazo gravitatorio. Algunos indicios dan para el cúmulo de Virgo decenas de miles de galaxias. A la escala mayor habitamos un universo de galaxias, quizás un centenar de miles de millones de ejemplos exquisitos de arquitectu- ra y de decadencia cósmicas, que manifiestan tanto el orden como el desorden: espirales normales, encaradas formando diversos ángulos con nuestra visual terrestre (si están de cara vemos los brazos en espiral, si están de canto la faja central de gas y de polvo donde se forman los brazos); espirales barradas con un río de gas y de polvo y de estrellas atravesando su centro; galaxias elípticas gigantes, ma- jestuosas, que contienen más de un billón de estrellas y que han cre- cido tanto porque se han tragado y se han fundido con otras ga- laxias; toda una plétora de elípticas enanas, las miniaturas galácti- cas, cada una de las cuales contiene unos miserables millones de soles; una variedad inmensa de misteriosas irregulares, que de NGC 1 47, una galaxia elíptica pequeña acompaña a M31. Contiene quizás mil millones de soles. Desde los planetas de algunas de estas estrellas se tiene una maravillosa visión de M31. (Cedida por los observ atorios Hale.) La galaxia Sombrero, M1 04 (llamada tam- bién NGC 4594 ). Los brazos en espiral, marcados por pistas de polv o, están estre- chamente arrollados alrededor de su nú- cleo de estrellas. Está a unos 40 millones de años luz de distancia, más allá de las estrellas de la constelación de Virgo, y puede contener un billón de soles. Nuestra galaxia espiral, Vía Láctea, vista de canto desde una distancia comparable, tendría el aspecto de M1 04 (Cedida por los observ a- torios Hale.)
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    248 Cosmos M81 ,otra galaxia espiral cercana como la Vía Láctea; está a siete millones de años luzde distancia y noforma parte del Grupo Local. Nov emos esta galaxia ni de canto ni de cara sino en un ángulo oblicuo. Las galaxias están orientadas al azar con res- pecto a nuestra visual. (Cedida por los observ atorios Bale.) Una galaxia espiral vista de canto. NGC 891 tiene un núcleo mucho menos promi- nente que M 1 04 (p. 247), y en compara- ción con ella pistas de polvo mucho menos prominentes en los brazos en espiral. Las estrellas de su alrededor están en el primer plano, dentro de nuestra galaxia. (Cedida por los observ atorios Hale.) muestran que en el mundo de las galaxias hay lugares en los que desgraciadamente algo ha ido mal; y galaxias que orbitan una al- rededor de otra, tan próximas que sus bordes se curvan por la gra- vedad de sus compañeras y en algunos casos saltan gravitatoria- mente estelas de gas y de estrellas que forman un puente entre las galaxias. Algunos cúmulos tienen sus galaxias dispuestas en una geome- tría esférica carente de ambigüedad; se componen principalmente de elípticas, están dominadas a menudo por una elíptica gigante, el presunto caníbal galáctico. Otros cúmulos, con una geometría bastante más desordenada, tienen un número relativamente mu- cho mayor de espirales y de irregulares. Las colisiones galácticas deforman el aspecto de un cúmulo inicialmente esférico y pueden contribuir también a la génesis de espirales y de irregulares a par- tir de elípticas. La forma y abundancia de las galaxias tienen una historia que contarnos sobre acontecimientos antiguos a la mayor escala posible, una historia que apenas estamos empezando a leer. El desarrollo de las computadoras rápidas ha permitido llevar a cabo experimentos numéricos sobre el movimiento colectivo de miles o de decenas de miles de puntos, cada uno de los cuales re- presenta una estrella y está sometido a la influencia gravitatoria de todos los demás puntos. En algunos casos se forman por si mis- mos brazos en espiral en una galaxia que ha quedado ya aplanada en forma de disco. A veces se puede producir un brazo en espiral por el encuentro gravitatorio de dos galaxias, cada una compuesta desde luego por miles de millones de estrellas. El gas y el polvo esparcidos de modo difuso a través de estas galaxias entrarán en colisión y se calentará. Pero cuando dos galaxias entran en coli- sión, las estrellas pasan tranquilamente unas al lado de otras, co- mo balas a través de un enjambre de abejas, porque una galaxia está compuesta en su mayor parte de nada y los espacios entre las estrellas son vastos. Sin embargo, la configuración de las galaxias puede quedar severamente deformada. Un impacto directo de una galaxia sobre otra puede enviar a las estrellas que la constituyen disparadas y desparramándose por el espacio intergaláctico, des- haciendo así la galaxia. Cuando una galaxia pequeña choca de ca- ra contra otra mayor puede producir uno de los tipos más hermo- sos de las raras irregulares: una galaxia anular de miles de años luz de diámetro, dibujándose sobre el terciopelo del espacio interga- láctico. Es una salpicadura en el estanque galáctico, una configu- ración temporal de estrellas desorganizadas, una galaxia con una pieza central desgajada. Los borrones carentes de estructura de las galaxias irregulares, los brazos de las galaxias en espiral y los toros de las galaxias anu- lares se mantienen únicamente durante unas pocas imágenes de la película cósmica, luego se disipan y a menudo se forman de nuevo. Nuestra idea de las galaxias como cuerpos rígidos y pesados está equivocada. Son estructuras fluidas con 100 000 millones de componentes estelares. Al igual que un ser humano, que es una colección de 100 billones de células, que normalmente está en un estado continuo entre la síntesis y la decadencia y que es más que la suma de sus partes, así es una galaxia. La frecuencia de suicidios entre las galaxias es alta. Algunos ejemplos próximos a decenas o centenares de años luz de distancia son fuentes potentes de rayos X, de radiación infrarrojo y de ondas de radio; tienen núcleos muy luminosos y su brillo fluctúa en esca
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    El filo dela eternidad 249 las temporales de semanas. Algunas presentan chorros de radia- ción, penachos de miles de años luz de longitud y discos de polvo sustancialmente desorganizados. Estas galaxias se están haciendo estallar a sí mismas. Se sospecha la existencia de agujeros negros con masas de millones a miles de millones superiores a la del Sol en los núcleos de algunas galaxias elípticas gigantes como NGC 651 y M87. Hay algo que tiene una masa muy grande, que es muy denso y muy pequeño y que está haciendo tic tac y ronroneando en el inter- ior de M87, en una región más pequeña que el sistema solar. Se infiere de todo esto que allí hay un agujero negro. A miles de millo- nes de años luz de distancia hay objetos todavía más tumultuosos, los quasars, que pueden ser las explosiones colosales de galaxias jóvenes, los acontecimientos de mayor potencia en la historia del universo desde el mismo big bang. La palabra “quasar” es un acrónimo de “quasi stellar radio sour- ce”, fuente de radio cuasi-estelar. Cuando se descubrió que no todos eran potentes fuentes de radio, se les denominó QSO (objetos cuasi- estelares). Su apariencia es estelar y se pensó de modo natural que eran estrellas situadas dentro de nuestra galaxia. Pero las observa NGC 7 217 en la constelación de Pegaso. Los brazos en espiral están estrechamente enrollados alrededor del núcleo galáctico. Desde una distancia mucho mayor esta galaxia podría parecer un punto de luz semejante a una estrella. Las galaxias muy distantes no son fácilmente reconocibles por su forma. (Cedida por los observato- rios Hale.) NGC 1 300, una espiral barrada. Un tercio aproximadamente de las galaxias en espiral tienen una "barra" v isible de gas, polv oy estrellas,quees una extensión del núcleo de los brazos en espiral. Parece ser que la barra gira como un cuerpo sólido, al igual que el núcleo. Todas las espirales conocidas giran dejando atrás los brazos, y no al rev és. Dos representaciones esquemáticas de quasars en el centro de galaxias de gran masa. Arriba, un disco de gas y polvo en acreción rodea un agujero negro invisible que está girando. A lo largo de los chorros se proy ecta material a una velocidad cer- cana a la de la luz. Abajo, una masa en condensación de miles de millones de soles aumenta su rotación y refuerza su campo magnético. (Pinturas de Adolf Schaller.)
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    250 Cosmos La galaxiade mayor masa conocida, M87 es una galaxia elíptica gigante cerca del centro del gran cúmulo de galaxias en Virgo, a unos 40 millones de años luz de distancia. Apenas hay gas y polvo en las regiones centrales, porque todo se ha con- v ertido en estrellas o se ha disipado en el espacio. Este objeto de aspecto inofensivo es la tercera fuente más brillante de ondas de radio del cielo, después del Sol y la Luna, y una de las fuentes más brillantes de rayos X. Las estimaciones de su masa v an de billones de soles a un centenar de billones. El núcleo está proyectando un chorro de gas de 1 00 000 años luz de lon- gitud; este núcleo puede contener un agu- jeronegrode gran masa.M87 está rodeada por miles de cúmulos estelares globulares, algunos de los cuales pueden verse en la fotografía. (Cedida por los observatorios Hale.) ciones espectroscópicas de su desplazamiento hacia el rojo (ver más adelante) demuestran que es probable que estén a distancias inmensas de nosotros. Parece que participan vigorosamente en la expansión del universo, y que algunos retroceden con respecto a nosotros a más del 90% de la velocidad de la luz. Si están muy alejadas, han de ser intrínsecamente muy brillantes para que puedan ser visibles a tales distancias; algunas son tan brillantes como mil supernovas explotando a la vez. Como sucede con Cyg X-1, sus rápidas fluctuaciones demuestran que su enorme brillo está confinado a un volumen muy pequeño, en este caso inferior al tamaño del sistema solar. Ha de haber procesos notables cau- santes de las vastas cantidades de energía que emite un quasar. Entre las explicaciones propuestas están: 1) los quasars son ver- siones monstruo de los pulsar, con un núcleo de masa enorme en rotación muy rápida asociado a un fuerte campo magnético; 2) los quasars se deben a colisiones múltiples de millones de estrellas densamente empaquetadas en el núcleo galáctico, explosiones que arrancan las capas exteriores y exponen a plena vista las tem- peraturas de mil millones de grados del interior de las estrellas de gran masa; 3) idea relacionada con la anterior, los quasars son ga- laxias en las que las estrellas están empaquetadas tan densamente que una explosión de supernova en una estrella arranca las capas exteriores de otra y la convierte también en supernova produ- ciendo una reacción estelar en cadena; 4) los quasars reciben su energía de la aniquilación mutua y violenta de materia y de anti- materia que de algún modo se ha conservado en el quasar hasta el presente; 5) un quasar es la energía liberada cuando gas, polvo y estrellas caen en un inmenso agujero negro en el núcleo de estas galaxias, agujero que quizás es a su vez el resultado de eras de co- lisión y coalescencia de agujeros negros más pequeños; y 6) los quasars son agujeros blancos , la otra cara de los agujeros negros, la caída en embudo y eventual emergencia ante nuestros ojos de la materia que se pierde en una multitud de agujeros negros de otras partes del universo, o incluso de otros universos. Al considerar los quasars nos enfrentamos con profundos miste- rios. Sea cual fuere la causa de una explosión de quasar, algo pa- rece claro: un acontecimiento tan violento ha de provocar estra- gos increíbles. En cada explosión de quasar pueden quedar to- talmente destruidos millones de mundos, algunos con vida y con inteligencia para comprender lo que está sucediendo. El estudio de las galaxias revela un orden y una belleza universales. Tam- bién nos muestra una violencia caótica a una escala hasta ahora insospechada. Es notable que vivamos en un universo que permi- te la vida. También es notable que vivamos en un universo que destruye galaxias, estrellas y mundos. El universo no parece ni benigno ni hostil, simplemente indiferente a las preocupaciones de seres tan insignificantes como nosotros. Incluso una galaxia tan bien educada como la Vía Láctea tiene sus estremecimientos y sus contorsiones. Las observaciones de radio muestran dos nubes enormes de gas hidrógeno, suficientes para hacer miles de soles, que salen disparadas del núcleo galácti- co, como si allí tuviera lugar de vez en cuando una explosión sua- ve. Un observatorio astronómico de alta energía en órbita terres- tre ha descubierto que el núcleo galáctico es una fuente intensa de una línea espectral particular de rayos gamma, lo cual concuerda con la idea de que allí hay oculto un agujero negro de gran masa.
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    El filo dela eternidad 251 Las galaxias como la Vía Láctea pueden representar una media edad estable en una secuencia evolutiva continua, que incluye en su adolescencia violenta a quasars y galaxias en explosión: los quasars están tan distantes que los vemos en plena juventud, tal como eran hace miles de millones de años. Las estrellas de la Vía Láctea se mueven con una gracia sistemáti- ca. Los cúmulos globulares se precipitan a través del plano galáctico y salen por el otro lado, donde reducen su velocidad y se aceleran de nuevo. Si pudiésemos seguir el movimiento de estrellas individuales agitándose alrededor del plano galáctico parecería una olla de palo- mitas de maíz. Nunca hemos visto cambiar de modo significativo la forma de una galaxia, simplemente porque se necesita mucho tiem- po para que lo haga. La Vía Láctea da una vuelta cada doscientos cincuenta millones de años. Si aceleráramos este movimiento ve- ríamos que la Galaxia es una entidad dinámica, casi orgánica, pare- cida en cierto modo a un organismo multicelular. Cualquier fotogra- fía astronómico de una galaxia no es más que una instantánea de una fase de su solemne movimiento y evolución.1 La región interior de una galaxia gira como un cuerpo sólido. Pero más lejos, las pro- vincias exteriores giran cada vez más lentamente cumpliendo, como los planetas alrededor de] Sol, la tercera ley de Kepler. Los brazos tienen tendencia a enrollarse alrededor de] núcleo formando una espiral cada vez más apretada, y el gas y el polvo se acumulan en formas espirales de densidad creciente, que a su vez son lugares adecuados para la formación de estrellas jóvenes, calientes y brillan- tes, las estrellas que perfilan los brazos en espiral. Estas estrellas brillan unos diez millones de años aproximadamente, un período correspondiente a sólo el 5% de una rotación galáctico. Pero cuando Centauro A (NGC 5128) constituye quizás la colisión de una galaxia elíptica gigante y de una galaxia espiral cuyos brazos des- trozados estamos v iendo de canto. Ac- tualmente se suele considerar más bien como una elíptica gigante, con un escaso complementode gas y de polvo, y comple- tamente rodeada por un disco de gas y de polv o, y quizás algunas estrellas. Es una fuente intensa de ondas de radio, que surgen de dos grandes lóbulos orientados en ángulo recto con el disco de polvo; también rayos X y rayos gamma. Las rápidas fluctuaciones en la emisión de rayos X pueden deberse a que un agujero negro gigante oculto en su centro se está engullendo cúmulos enteros de estrellas. Centauro A está a 14 millones de años luz de distancia; sus lóbulos de radio tienen una longitud de 3 millones de años luz. (Cedida por los observatorios Hale.) 1 . Estonoes del todo cierto. El ladopróximode una galaxia está a decenas de miles de años luz más cerca de nosotros que el lado lejano; por lo tanto vemos la parte anterior tal como era decenas de miles de años antes que la parte posterior. Pero los acontecimientos típicos de la dinámica galáctica ocupan decenas de millones de años, por lo tanto el error que supone imaginar una galaxia inmovilizada en un mo- mento del tiempo es pequeño.
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    252 Cosmos El efectoDoppler. Una fuente estacionaria de sonido o de luz emite un conjunto de ondas esféricas. Si la fuente está movién- dose de derecha a izquierda, emite ondas esféricas que se van centrando progresi- v amente en los puntos indicados del 1 al 6. Pero un observador situado en B ve las ondas estiradas, mientras que un observa- dor en A las v e apretadas. Una fuente que se aleja se v e desplazada hacia el rojo (las longitudes de onda resultan más largas) y una fuente que se acerca se ve desplazada hacia el azul (las longitudes de onda resul- tan más cortas). El efecto Doppler es la clav e de la cosmlogía. las estrellas que marcan el perfil de un brazo espiral se han que- mado, se forman inmediatamente detrás de ellas nuevas estrellas y sus nebulosas asociadas, y la forma en espiral persiste. Las estre- llas que dan el perfil de los brazos no sobreviven ni a una sola ro- tación galáctica; sólo permanece la forma de la espiral. La velocidad de una estrella dada alrededor del centro de la Ga- laxia no suele ser la misma que la de una forma espiral. El Sol ha entrado y ha salido con frecuencia de los brazos en espiral durante las veinte vueltas que ha dado a la Vía Láctea a 200 kilómetros por segundo. El Sol y los planetas pasan en promedio cuarenta millo- nes de años en un brazo en espiral, ochenta millones fuera, otros cuarenta dentro, etc. Los brazos en espiral marcan la región don- de se está formando la última cosecha de estrellas acabadas de in- cubar, pero no necesariamente la región donde resulta que hay es- trellas de media edad como el Sol. En esta época nosotros vivimos entre brazos en espiral. Es lógico imaginar que el paso periódico del sistema solar a tra- vés de los brazos en espiral haya tenido consecuencias importantes para nosotros. Hace diez millones de años el Sol emergió del complejo llamado Cinturón Gould del brazo espiral de Orión, que está ahora a algo menos de mil años luz de distancia. (Hacia el in- terior del brazo de Orión está el brazo de Sagitario, hacia el exte- rior el brazo de Perseo.) Cuando el Sol pasa por un brazo espiral la posibilidad de que se meta entre nebulosas gaseosas y nubes de polvo interestelar, y de que encuentre objetos de masa subestelar, es mayor que ahora. Se ha sugerido que las eras glaciales mayores de nuestro planeta, que se repiten cada cien millones de años aproximadamente, pueden deberse a la interposición de materia interestelar entre el Sol y la Tierra. W. Napier y S. Clube han pro- puesto que algunas de las lunas, asteroides, cometas y anillos cir- cumplanetarios del sistema solar fueron antes objetos que vagaban libremente por el espacio interestelar hasta que fueron capturados por el Sol cuando penetró en el brazo espiral de Orión. La idea es intrigante, aunque quizás no muy probable. Pero puede compro- barse. Lo único que necesitamos es tomar una muestra, por ejem- plo, de Fobos o de un cometa y examinar sus isótopos del magne- sio. La relativa abundancia de los isótopos del magnesio (todos los cuales comparten el mismo número de protones, pero tienen nú- meros diferentes de neutrones) depende de la secuencia precisa de acontecimientos estelares de nucleosíntesis, incluyendo el calen- dario de explosiones de supernovas cercanas, que produjo cual- quier muestra concreta de magnesio. En un rincón diferente de la Galaxia tuvo que haber ocurrido una secuencia diferente de acon- tecimientos y debería predominar una relación diferente de isóto- pos de magnesio. El descubrimiento del big bang y de la recesión de las galaxias se basó en un tópico de la naturaleza llamado el efecto Doppler. Es- tamos acostumbrados a notario en la física del sonido. Un con- ductor de automóvil toca la bocina cuando pasa por nuestro lado. Dentro del coche el conductor oye un sonido constante de tono fi- jo. Pero fuera del coche nosotros oímos un cambio característico del tono. El sonido de la bocina pasa para nosotros de las frecuen- cias altas a la bajas. Un coche de carreras a 200 kilómetros por hora va casi a una quinta parte de la velocidad del sonido. El soni- do es una sucesión de ondas en el aire, una cresta y un valle, una cresta y un valle. Cuanto más juntas están las ondas, más alta es la
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    El filo dela eternidad 253 frecuencia o tono; cuanto más separadas están las ondas, más grave el tono. Si el coche se aleja a gran velocidad de nosotros, estira las ondas de sonido, desplazándolas desde nuestro punto de vista a un tono más grave y produciendo el sonido característico que todos conocemos. Si el coche viniera hacia nosotros las ondas sonoras se apretarían, la frecuencia aumentaría, y sentiríamos un gemido agu- do. Si supiéramos el tono normal de la bocina cuando el coche está en reposo podríamos deducir a ciegas su velocidad, a partir del cam- bio de tono. La luz es también una onda. Al contrario del sonido se desplaza perfectamente bien en el vacío. El efecto Doppler actúa también aquí. Si por algún motivo el automóvil en lugar de sonido emitiera por delante y por detrás un haz de luz amarilla pura, la frecuencia de la luz aumentaría ligeramente al acercarse el coche y disminuiría ligeramente al alejarse. El efecto sena imperceptible a velocidades ordinarias. Sin embargo si el coche corriera a una fracción conside- rable de la velocidad de la luz, podríamos observar que el color de la luz cambia hacia a una frecuencia superior, es decir hacia el azul cuando el coche se nos acerca, y hacia frecuencias inferiores, es decir hacia el rojo, cuando el coche se aleja. Un objeto que se nos acerca a velocidades muy altas se nos presenta con el color de sus líneas es- pectrales desplazadas hacia el azul. Un objeto que se aleja a veloci- dades muy altas tiene sus líneas espectrales desplazadas hacia el rojo.2 Este desplazamiento hacia el rojo, observado en las líneas es- pectrales de galaxias distantes e interpretado de acuerdo con el efec- to Doppler, es la clave de la cosmología. En los primeros años de este siglo se estaba construyendo en el monte Wilson, que dominaba lo que eran entonces los cielos trans- parentes de Los Ángeles, el telescopio más grande del mundo desti- nado a descubrir el desplazamiento hacia el rojo de galaxias remo- tas. Había que transportar a la cima de la montaña grandes piezas del telescopio, un trabajo adecuado para recuas de mulas. Un joven mulero llamado Milton Humason ayudaba a transportar equipo me- cánico y óptico, científicos, ingenieros y signatarios montaña arriba. Humason conducía montado a caballo la columna de mulas, llevan- do a su terrier blanco puesto de pie detrás de la silla con sus patas delanteras sobre los hombros de Humason. Era un hombre útil para todo, que mascaba tabaco, gran jugador de cartas y lo que entonces se llamaba especialista en señoras. Su educación formal no había pasado del octavo grado. Pero era brillante y curioso, y de natural inquisitivo, interesado por el equipo que había transportado laborio Galaxias en colisión a unos 50 millones de años luz de distancia. NGC 4038 y NGC 4039 son probablemente galaxias que fue- ron normales y que ahora están emergien- do de un encuentrogravitatorio. Es eviden- te que sus interiores han quedado desor- ganizados. Cuando estas galaxias se foto- grafían con exposiciones más largas, los detalles interiores desaparecen y destacan zarcillos de luz largos y curvados apenas v isibles en esta imagen. Los zarcillos están compuestos por mil millones de estrellas esparcidas por el espacio intergaláctico y explican el nombre dado a estos dos obje- tos: "Las antenas". Esta colisión duró des- de el principioalfinalmás de cien millones de años. (Cedida por los observ atorios Hale.) NGC2623, otro ejemplo de galaxias en colisión con v astas estelas de estrellas esparcidas por el espacio intergaláctico. (Cedida por los observatorios Hale.) 2. El objetoen sí puede tener cualquier color, inclusoazul.El desplazamientohacia el rojo significa que cada raya espectral aparece en longitudes de onda más largas que si el objeto está en descanso; la magnitud del desplazamiento hacia el rojo es proporcional tanto a la velocidad como a la longitud de onda de la línea espectral cuando el objeto está en descanso.
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    254 Cosmos El QuintetodeStephan. Un grupo de cinco galaxias que parecen estar en interacción descubierto en 1877, el año en que Schia- parelli "descubrió" canales en Marte, y que plantean un enigma algo semejante. Se cree que cuatro de ellas están a unos 250 millones de años luz de distancia. Tienen v elocidades de recesión idénticas (6000 kilómetros por segundo ), según se deduce del desplazamiento al rojo de sus líneas espectrales, exceptoNGC 7 320, debajo a la izquierda ( que tiene una v elocidad Dop- pler de 800 kilómetros por segundo). Si NGC 7 320 está realmente conectada por un puente de estrellas con las demás ga- laxias, el argumento de observación en fav or de un universo en expansión pasaría algunos apuros. Pero datos recientes inde- pendientes sugieren que NGC 7320 está realmente mucho más cerca de nosotros y que la conexión con las demás ga1axias es aparente. (© Association of Univ ersities for Research in Astronomy, Inc., observ a- torio de Kilt Peak.) Cúmulo de galaxias llamado a veces Sexte- to de Sey fert. Todos los miembros tienen aquí el mismo desplazamiento al rojo, excepto la galaxia que parece una espiral de cara, la cual tiene un desplazamiento al rojo cuatro veces superior a las demás. El Quintetode Stephan y el Sextetode Seyfert son quizás las regiones más grandes del Cosmos bautizadas por personas con nom- bres de personas. (Cedida por los observa- torios Hale.) samente a las alturas. Humason hacía compañía a la hija de uno de los ingenieros del observatorio, el cual veía con reserva que su hija saliera con un joven cuya ambición no pasaba de ser mulero. De este modo Humason se encargó de trabajos diversos en el ob- servatorio: ayudante del electricista, portero y fregaba los suelos del telescopio que había ayudado a construir. Una noche, según cuenta la historia, el ayudante del telescopio se puso enfermo y pi- dieron a Humason si podía ayudarles. Demostró tanta destreza y cuidado con los instrumentos que pronto se convirtió en operador permanente del telescopio y ayudante de observación. Después de la primera guerra mundial llegó a Monte Wilson Ed- win Hubble, que pronto iba a ser famoso: una persona brillante, refinada, sociable fuera de la comunidad astronómico, con un acento inglés adquirido en su único año con la beca Rhodes en Ox- ford. Fue Hubble quien proporcionó la demostración definitiva de que las nebulosas espirales eran en realidad .l universos islas, agregados distantes de cantidades enormes de estrellas, como nuestra propia galaxia Vía Láctea; había descubierto la candela es- telar estándar necesaria para medir las distancias a las galaxias. Hubble y Humason se llevaron espléndidamente, formando una pareja, quizás impredecible, que trabajaba conjuntamente y de modo armonioso en el telescopio. Siguieron una indicación del as- trónomo V. M. Slipher del observatorio Lowell, y empezaron a medir los espectros de galaxias distantes. Pronto quedó claro que Humason era más capaz de obtener espectros de alta cualidad de galaxias distantes que cualquier astrónomo profesional del mun- do. Se convirtió en miembro de plantilla del observatorio Monte Wilson, aprendió muchos de los elementos científicos básicos de su obra y murió acompañado por el respeto de la comunidad as- tronómico. La luz de una galaxia es la suma de la luz emitida por los miles de millones de estrellas que contiene. Cuando la luz abandona estas estrellas algunas frecuencias o colores son absorbidas por los áto- mos de las capas más exteriores de las estrellas. Las líneas resul- tantes permiten afirmar que unas estrellas situadas a millones de años luz de nosotros contienen los mismos elementos químicos que nuestro Sol y que las estrellas cercanas. Humason y Hubble descubrieron asombrados que los espectros de todas las galaxias distantes estaban desplazados hacia el rojo y, algo más asombroso todavía, que cuanto más distaba una galaxia, más desplazadas hacia el rojo estaban sus líneas espectrales. La explicación más obvia del desplazamiento hacia el rojo se ba- saba en el efecto Doppler: las galaxias se estaban alejando de noso- tros; cuanto más distante estaba la galaxia mayor era la velocidad de recesión. Pero, ¿por qué tenían que estar huyendo de nosotros las galaxias? ¿Era posible que nuestra situación en el universo tu- viera algo especial, como si la Vía Láctea hubiese llevado a cabo, por inadvertencia, algún acto ofensivo en la vida social de las ga- laxias? Lo más probable era que el universo mismo se estuviera expandiendo y arrastrando a las galaxias consigo. Cada vez estaba más claro que Humason y Hubble habían descubierto el big bang: si no el origen del universo por lo menos su encarnación más re- ciente. Casi toda la cosmología moderna y especialmente la idea de un universo en expansión y de un big bang se basa en la idea de que el desplazamiento hacia el rojo de las galaxias lejanas es un efecto
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    El filo dela eternidad 255 Doppler y se debe a su velocidad de recesión. Pero hay otros tipos de desplazamientos hacia el rojo en la naturaleza. Hay, por ejemplo, el desplazamiento hacia el rojo gravitatorio, en el cual la luz que sale de un campo gravitatorio intenso ha de hacer tanto trabajo para es- capar de él que pierde energía durante el proceso, proceso que un observador distante percibe como un desplazamiento de la luz hacia longitudes de onda más largas y colores más rojos. Nosotros supo- nemos que puede haber agujeros negros de gran masa en los centros de algunas galaxias, y por lo tanto, esta es una explicación imagina- ble de sus desplazamientos hacia el rojo. Sin embargo, las líneas espectrales concretas que se observan son a menudo características de un gas muy tenue y difuso y no de la densidad increíblemente elevada que ha de prevalecer en las proximidades de los agujeros negros. O bien el desplazamiento hacia el rojo podría ser un efecto Doppler debido, no a la expansión general del universo, sino a una explosión galáctica más modesta y local. Pero en este caso lo lógico sería que hubiese tantos fragmentos de la explosión acercándose a nosotros como alejándose, tantos desplazamientos hacia el azul co- mo hacia el rojo. Sin embargo, lo que vemos son casi exclusivamen- te desplazamientos hacia el rojo, sea cual fuere el objeto distante más allá del grupo local hacia el cual apuntamos el telescopio. Persiste sin embargo la sospecha entre algunos astrónomos de que quizás no todo sea correcto cuando a partir de los desplazamientos hacia el rojo de las galaxias y el efecto Doppler se deduce que el uni- verso se está expandiendo. El astrónomo Halto Arp ha descubierto casos enigmáticos e inquietantes en los que una galaxia y un quasar, o un par de galaxias, que aparentemente están asociadas de modo físico, tienen desplazamientos hacia el rojo muy diferentes. A veces parece observarse un puente de gas, de polvo y de estrellas que las Una porción del Cúmulo de galaxias de Hércules, con unos 300 miembros co- nocidos, que se aleja de nuestra región del Cosmos a unos 1 0 000 kilómetros por segundo. En esta fotografía hay más galaxias (distantes más de 300 millones de años luz) que estrellas en primer término, pertenecientes a nuestra ga- laxia Vía Láctea. Si el Cúmulo de Hércu- les no está v olandoen pedazos es preciso que contenga cincov eces más masa de la que v emos en sus galaxias para mante- nerla pegada gravitatoriamente. Si este "defecto de masa" fuera un elemento corriente del espaciointergaláctico, seria una contribución importante para cerrar el universo. (Cedida por los observato- rios Hale.)
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    256 Cosmos Nuevas estrellasestán naciendo en el "puente" que conecta dos galaxias (ESo B1 38-IG29, 30). Imagen en falso color realzada por computadora. (Cedida por Arthur Hoag y el observatorio nacional de Kitt Peak. ) Milton Humason, astrónomo (1 891- 1 957). (Cedida por los observ atorios Hale.) conecta. Si el desplazamiento hacia el rojo se debe a la expansión del universo, desplazamientos hacia el rojo diferentes implican distancias muy distintas. Pero dos galaxias que están físicamente conectadas no pueden presentar una separación muy grande entre sí, separación que en algunos casos es de mil millones de años luz. Los escépticos afirman que la asociación es puramente estadística: que, por ejemplo, una galaxia brillante próxima y un quasar más distante, que tienen respectivamente desplazamientos hacia el rojo muy diferentes y velocidades de recesión muy distintas también, han podido quedar alineados por puro accidente en nuestra visual, y que no tienen una asociación física real. Estas alineaciones esta- dísticas pueden darse por casualidad de vez en cuando. El debate se centra en si el número de coincidencias es superior al que cabría esperar por acción del azar. Arp señala otros casos en los que una galaxia con un desplazamiento hacia el rojo pequeño está flan- queada por dos quasars de desplazamiento hacia el rojo grande y casi idéntico. El cree que los quasars no están a distancias cosmo- lógicas, sino que son proyectados a izquierda y a derecha por la ga- laxia de primer plano; y que los desplazamientos hacia el rojo son el resultado de algún mecanismo hasta ahora inexplorado. Los es- cépticos replican con la alineación coincidente y con la interpreta- ción convencional de Hubble Humason sobre los desplazamientos hacia el rojo. Si Arp está en lo cierto, los mecanismos exóticos propuestos para explicar la fuente de energía de los quasars dis- tantes –reacciones en cadena de supernovas, agujeros negros de masa extraordinaria y otros semejantes– resultarían innecesarios. Los quasars no tendrían que ser muy distantes. Pero se precisará otro mecanismo exótico para explicar el desplazamiento hacia el rojo. En todo caso algo muy extraño está pasando en las profun- didades del espacio. La recesión aparente de las galaxias, con el desplazamiento hacia el rojo interpretado de acuerdo con el efecto Doppler, no es la única prueba en favor del big bang. Una prueba independiente y muy persuasiva deriva de la radiación de fondo cósmica de cuer- po negro, la débil estática en las ondas de radio que proviene muy uniformemente de todas las direcciones del Cosmos y que tiene la intensidad precisa que hay que esperar en nuestra época si proce- de de la radiación fuertemente enfriada del big bang. Pero tam- bién aquí hay algo intrigante. Las observaciones con una antena de radio sensible volando encima de la atmósfera de la Tierra en un avión U-2 han demostrado que la radiación de fondo es en primera aproximación de igual intensidad en todas las direccio- nes: como si la bola de fuego del big bang se expandiera con mu- cha uniformidad, y origen del universo tuviera una simetría muy precisa. Pero si se examina con una precisión más fina la radia- ción de fondo resulta que tiene una simetría imperfecta. Hay un pequeño efecto sistemático que podría comprenderse si la entera galaxia Vía Láctea (y probablemente otros miembros del grupo lo- cal) estuviera volando hacia el cúmulo de galaxias Virgo a más de 600 kilómetros por segundo. A esta velocidad llegaremos allí en diez mil millones de años, y la astronomía extragaláctica será en- tonces bastante más fácil. El cúmulo de Virgo es ya la colección de galaxias más rica que conocemos, repleta de espirales, elípticas e irregulares, un estuche lleno de joyas en el cielo. Pero ¿por qué tendríamos que ir disparados hacia allí? George Smoot y sus cole- gas, que hicieron estas observaciones de gran altitud, sugieren que
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    El filo dela eternidad 257 la Vía Láctea es arrastrada gravitatoriamente hacia el centro del cú- mulo de Virgo; que el cúmulo tiene muchas más galaxias de las que se han detectado hasta ahora, y algo más asombroso, que el cúmulo es de proporciones inmensas y se extiende a través de mil o dos mil millones de años luz de espacio. El mismo universo observable tiene sólo unas cuantas decenas de miles de millones de años luz de diá- metro, y si hay un vasto supercúmulo en el grupo de Virgo, quizás haya otro supercúmulo a distancias mucho mayores, que por lo tan- to son más difíciles de detectar. Parece ser que en la vida del univer- so no ha habido tiempo suficiente para que una inuniformidad gra- vitatoria inicial haya podido recoger la cantidad de masa que parece contener el supercúmulo de Virgo. Por ello Smoot llega a decir que el big bang fue mucho menos uniforme de lo que sugieren sus de- más observaciones, que la distribución original de material en el universo era muy desigual. (Hay que esperar un cierto grado de des- igualdad, incluso es preciso que ésta haya existido para comprender la condensación de las galaxias, pero una desigualdad a esta escala constituye una sorpresa.) Quizás la paradoja puede resolverse ima- ginando dos o más big bangs casi simultáneos. Si el cuadro general de un universo en expansión y de un big bang es correcto, tenemos que enfrentamos con preguntas aún más difíci- les. ¿Cómo eran las condiciones en la época del big bang? ¿Qué su- cedió antes? ¿Había un diminuto universo carente de toda materia y luego la materia se creó repentinamente de la nada? ¿Cómo sucede una cosa así? Es corriente en muchas culturas responder que Dios creó el universo de la nada. Pero esto no hace más que aplazar la cuestión. Si queremos continuar valientemente con el tema, la pre- gunta siguiente que debemos formular es evidentemente de dónde viene Dios. Y si decidimos que esta respuesta no tiene contestación ¿por qué no nos ahorramos un paso y decidimos que el origen del universo tampoco tiene respuesta? 0 si decimos que Dios siempre ha existido, ¿por qué no nos ahorramos un paso y concluimos diciendo que el universo ha existido siempre? Cada cultura tiene un mito sobre el mundo antes de la creación, y sobre la creación del mundo, a menudo mediante la unión sexual de los dioses o la incubación de un huevo cósmico. En general se supo- ne, de modo ingenuo, que el universo sigue el precedente humano o animal. He aquí, por ejemplo, cinco pequeños extractos de tales mitos, en niveles diferentes de sofisticación, procedentes de la cuen- ca del Pacífico: Al principio de todo, las cosas estaban descansando en una noche perpetua:la nochelo oprimía todo como una maleza impenetrable. El mito del Gran Padre del pueblo aranda de Australia Central Todo estaba en suspenso, todo en calma, todo silencioso; todo inmó- vil y tranquilo;y los espacios del cielo estaban vacíos. El Popol Vuh de los mayas quiché Na Arean estaba sentado solo en el espacio como una nube que flota en la nada. No dormía porque no había el sueño; no tenía hambre porque todavía no había hambre. Estuvo así durante mucho tiempo, hasta que se le ocurrió una idea. Se dijo a sí mismo: Voy a hacer una cosa. Mito de Maia, islas Gilbert Antigua imagen china de la creación con dos dobles hélices entrelazadas, represen- tando la interacción de los contrarios, que da por resultado la Creación. Detrás de los dioses creadores hay imágenes de conste- laciones. (Cedida por el Museo de Bellas Artes, Boston.) La concepción budista tántrica del ""Ser puro" en forma de "'huevo del mundo". El huevo al ser fertilizado se diferencia en una "fuerza vital" femenina en el centro y una energía activadora mascu- lina (las líneas divisorias). Emerge la v ida consciente. Fotografía de Ajit Moo- kerjee en Tantra: The lndian Cult o! Ecstasy de Philip Rawson. (© 1973 de Thames & Hudson Ltd. Reproducidocon permiso de Thames & Hudson, Londres y Nuev a York.)
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    258 Cosmos Una pinturahuichol de cera de abejas e hilaza procedente de México, que describe la Creación. Vemos en esta imagen a los primeros seres. Las cinco serpientes son las Madres del Agua y representan las aguas terrestres. A la derecha aparece la primera planta, con flores masculinas y femeninas. A la izquierda el Padre Sol está flanqueadopor la estrella del Alba. (Cedida por Peter Furst, Delmar, Nuev a York.) Hubo primero el gran huevo cósmico. Dentro del huevo había el caos, y flotando en el caos estaba Pan Gu, el No desarrollado, el Embrión divino. Y Pan Gu salió rompiendo el huevo, cuatro veces más grande que cualquier hombre actual, con un martillo y un cin- cel en la mano con los cuales dio forma al mundo. Mitos de Pan Gu, China, hacia el siglo tercero Antes de que el cielo y la tierra hubiesen tomado forma todo era vago y amorfo... Lo que era claro y ligero se desplazó hacia arriba para convertirse en el cielo, mientras que lo pesado y turbio se so- lidificó para convertirse en tierra. Fue muy fácil que el material puro y fino se reuniera, pero muy difícil que el material pesado y turbio se solidificara. Por eso el cielo quedó completado primero y la tierra tomó su forma después. Cuando el cielo y la tierra se unie- ron en vacuidad y todo era una simplicidad tranquila, las cosas lle- garon al Ser sin ser creadas. Esta fue la Gran Unidad. Todas las cosas salieron de esta Unidad pero todas se hicieron diferentes. Huainan Zi, China, hacia el siglo I a. de C. La v isión tradicional judeo-cristiana de la creación del Cosmos. Dios (arriba) crea la Tierra y sus habitantes (los primeros hom- bres, Adán y Eva, están en el centro).Alrede- dor de la Tierra hay pájaros, nubes, el Sol, la Luna y las estrellas, encima de ella están "las aguas del firmamento". De la Biblia de Mar- tín Lutero publicada por Hans Luft, Witten- berg, 1 534. Estos mitos demuestran la audacia humana. La diferencia prin- cipal entre ellos y nuestro mito moderno científico del big bang es que la ciencia se autoexamina y que podemos llevar a cabo expe- rimentos y observaciones para comprobar nuestras ideas. Pero es- tas otras historias de creación son merecedoras de nuestro pro- fundo respeto. Toda cultura humana se alegra de la existencia de ciclos en la Na- turaleza. Se pensó entonces que estos ciclos no podían existir si la voluntad de los dioses no lo hubiese querido así. Y si hay ciclos en los años del hombre, ¿no podría haber también ciclos en las eras de los dioses? La religión hindú es la única de las grandes les del mundo que inculca la idea de que el mismo Cosmos está sujeto a un número de muertes y de renacimientos inmenso, de hecho infi- nito. Es la única religión en la que las escalas temporales corres- ponden, sin duda por casualidad, a las de la cosmología científica moderna. Sus ciclos van de nuestro día y noche corrientes hasta un día y una noche de Brahma, que dura 8 640 millones de años, más tiempo que la edad de la Tierra o del Sol y una mitad aproxi- madamente del tiempo transcurrido desde el big bang. Y hay to- davía escalas de tiempo más largas. Hay en esta religión el concepto profundo y atrayente de que el universo no es más que el sueño de un dios que después de cien años de Brahma se disuelve en un sueño sin sueños. El universo se disuelve con él hasta que después de otro siglo de Brahma, se remueve, se recompone y empieza de nuevo a soñar el gran sueño
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    El filo dela eternidad 259 cósmico. Mientras tanto, y en otras partes, hay un número infinito de otros universos, cada uno con su propio dios soñando el sueño cósmico. Estas grandes ideas están atemperadas por otra quizás más grande todavía. Se dice que quizás los hombres no son los sue- ños de los dioses, sino que los dioses son los sueños de los hombres. En la India hay muchos dioses y cada dios tiene muchas manifes- taciones. Los bronces chola creados en el siglo undécimo, presentan varias encarnaciones diferentes del dios Shiva. La más elegante y sublime de ellas es una representación de la creación del universo al principio de cada ciclo cósmico, motivo conocido por la danza cós- mica de Shiva. El dios, llamado en esta manifestación Nataraja, el Rey de la Danza, tiene cuatro manos. En la mano superior derecha hay un tambor cuyo sonido es el sonido de la creación. En la supe- rior izquierda una lengua de fuego, recordando que el universo aca- bado de crear ahora, quedará destruido totalmente dentro de miles de millones de años. Me gusta pensar que estas imágenes profundas y hermosas son una especie de premonición de las ideas astronómicas modernas.3 Es muy probable que el universo haya estado expansionándose des- de el big bang, pero no está en absoluto claro que continúe expan- sionándose indefinidamente. La expansión puede hacerse cada vez más lenta hasta detenerse e invertirse. Si hay menos de una cierta cantidad crítica de materia en el universo, la gravitación de las ga- laxias en recesión será insuficiente para detener la expansión, y el universo continuará su fuga para siempre. Pero si hay más materia de la que podemos ver escondida por ejemplo en agujeros negros o en gas caliente pero invisible entre las galaxias el universo se man- tendrá unido gravitatoriamente y sufrirá una sucesión muy india de ciclos, una expansión seguida por una contracción, universo sobre universos, Cosmos sin fin. Si vivimos en un universo oscilatorio de este tipo, el big bang no es la creación del Cosmos, sino simplemen- te el final del ciclo anterior, la destrucción de la última encarnación del Cosmos. Es posible que ninguna de estas modernas cosmologías sea total- mente de nuestro agrado. En una de ellas el universo fue creado de algún modo hace diez o veinte mil millones de años y se expande indefinidamente, huyendo las galaxias unas de otras hasta que la última desaparezca más allá del horizonte cósmico. Entonces los astrónomos galácticos se quedan sin ocupación, las estrellas se en- frían y mueren, la misma materia degenera y el universo se convier- te en una niebla fina y fría de partículas elementales. En la otra el universo es oscilante, el Cosmos carece de principio y de fin, y esta- mos en medio de un ciclo infinito de muertes y renacimientos cós- micos sin que escape ninguna información por las cúspides de la oscilación. Nada se filtra de las galaxias, estrellas, planetas, formas de vida o civilizaciones que evolucionaron en la encarnación anterior del universo, ni pasa por la cúspide o se insinúa más allá del big bang, para que podamos conocerlo en nuestro universo actual. El destino del universo en ambas cosmologías puede parecer algo de- primente, pero podemos consolarnos con las escalas temporales en Pintura navaja de arena. “El Padre Cielo y la Madre Tierra." Dentro de la imagen negra del Padre Cielo a la izquierda están las diversas constelaciones, entre ellas, en el centro, la Osa Mayor. La Madre Tierra, a la derecha, contiene en su interior las cuatroplantas sagradas de los navajos: judías, maíz, tabaco y cala- bacero. Arriba a la derecha hay un mur- ciélago con una bolsa de la medicina (el pequeño "diamante amarillo" que repre- senta el "bien"). (Cedidopor el museode arte de Denv er, Denv er, Colo rado.) Pintura huichol que muestra el origen del Sol. En la parte superior izquierda el Sol todav ía no nato es saludado por la Diosa Tierra,mientras que su hijodispara flechas a la rueda solar poco antes de su sacrificioy transformación en la deidad solar. La forma con rayas en la parte inferior iz- 3. Las fechas de las inscripciones mayas también ahondan profundamente en el pasado y a veces en el futuro lejano. Una inscripción se refiere a una época de hace más de un millón de años y otra se refiere quizás a hechos de hace 400 millones de años, aunque los especialistas mayas discuten esta cifra. Los acontecimientos recor- dados pueden ser míticos, pero las escalas temporales son prodigiosas. Un milenio antes de que los europeos estuvieran dispuestos a despojarse de la idea bíblica de que el mundo tenía unos cuantos miles de años de edad, los mayas estaban pensando en millones y los indios en miles de millones. quierda es el lago occidental al cual des- ciende el muchacho en su viaje subterrá- neo hacia el este y la primera salida del sol. (Cedida por Peter Furst, Delmar, Nueva York.)
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    260 Cosmos Reproducción modernade un antiguo y común motivo egipcio de la Creación. En esta descripción, Shu, el dios de la luz y del aire (con los brazos lev antados), separa a Nut, la diosa del cielo, de Geb, el dios de la Tierra, reclinado debajo. Deidades meno- res prestan su ayuda. La figura de halcón ala izquierda es Horus, el dios del Bajo Egipto, identificado más tarde con el fa- raón reinante. (Pintura de Brown.) Imagen dogon de la Creación procedente de la República de Mali y que presenta a Nommo, un dios fálico de la Creación, sorprendido en el instante de metamor- fosearse en un cocodrilo. (Cedida por Lester Wunderman, Nuev a York.) juego. Estos acontecimientos ocuparán decenas de miles de mi- llones de años, o más. Los seres humanos y nuestros descendien- tes, sean cuales fueren, pueden conseguir muchas cosas en dece- nas de miles de millones de años, antes de que el Cosmos muera. Si el universo oscila realmente se plantean cuestiones todavía más extrañas. Algunos científicos piensan que cuando la expan- sión va seguida por la contracción, cuando los espectros de las ga- laxias distantes están todos desplazados hacia el azul, la causali- dad quedará invertida y los efectos precederán a las causas. Pri- mero las ondas se propagan a partir de un punto de la superficie de agua y luego tiro la piedra en el estanque. Primero la linterna da luz y luego la enciendo. No podemos aspirar a entender lo que esta inversión de la causalidad significa. ¿Nacerán las personas de aquella época en la tumba y morirán en la matriz? ¿Irá el tiempo hacia atrás? ¿Tienen algún sentido estas cuestiones? Los científicos se preguntan qué sucede en las cúspides, en la transición de la contracción a la expansión de un universo oscilan- te. Algunos piensan que las leyes de la naturaleza se reordenan al azar, que el tipo de física y de química que ordena este universo representa únicamente un caso de una gama infinita de posibles leyes naturales. Si las leyes de la naturaleza quedan reordenadas de modo impredecible en las cúspides, es una coincidencia real- mente extraordinaria que precisamente ahora la máquina tragape- rras cósmica haya sacado un universo que es consistente con noso- tros. 4 ¿Vivimos en un universo que se expande indefinidamente o en un universo en el cual hay un conjunto infinito de ciclos? Hay maneras de decidirlo: haciendo un censo preciso de la cantidad to- tal de materia en el universo, o bien observando el borde del Cos- mos. Los radiotelescopios pueden detectar objetos muy débiles y muy distantes. Cuando profundizamos en el espacio también nuestra vista retrocede en el tiempo. El quasar más cercano está quizás a quinientos millones de años luz de distancia. El más alejado pue- de estar a diez o doce o más miles de millones. Pero si vemos un objeto situado a doce mil millones de años luz de distancia, lo ve- mos tal como era hace doce mil millones de años. Mirando hacia la profundidad del espacio miramos también hacia el pasado leja- no, hacia el horizonte del universo, hacia la época del big bang. El Dispositivo de Muy Gran Amplitud (Very Large Array: VLA) es un conjunto de veintisiete radiotelescopios separados en una re- gión remota de Nuevo México. Es un dispositivo en fase: los teles- copios individuales están conectados electrónicamente como si 4. Las ley es de la naturaleza no pueden reordenarse aleatoriamente en las cúspi- des. Si el universo ha pasado ya por muchas oscilaciones, muchas leyes posibles de la gravedad serían ya tan débiles, que el universo, sea cual fuere la expansión inicial dada, nose mantendría unido. Una vezel universotropieza en una ley gravitatoria de este tipo, se descompone y ya no tiene oportunidad de experimentar ninguna otra oscilación, otra cúspide y otroconjuntode ley es naturales. Por lotanto, del hechode que el universo existe podemos deducir o bien una edad finita, o bien una severa restricción sobre los tipos de leyes de la naturaleza permitidas en cada oscilación. Si las ley es de la naturaleza no son reordenadas aleatoriamente en las cúspides, ha de haber una regularidad, un conjunto de reglas que determina qué leyes son permisi- bles y cuáles no. Un conjuntoasí de reglas comprendería una nueva física que domi- naría la física existente. Nuestro lenguaje está empobrecido, parece que no tenga un nombre adecuado para una física nueva de este tipo. Tanto la "parafísica" como la "metafísica" se han utilizado ya para otras actividades bastante distintas y muy pro- bablemente irrelevantes.Quizás serviría "transfísica".
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    El filo dela eternidad 261 fueran un único telescopio del mismo tamaño que sus elementos más alejados, como si fuera un radiotelescopio de decenas de kiló- metros de diámetro. El VLA es capaz de resolver o de discriminar detalles finos en las regiones de radio del espectro, de modo compa- rable a lo que pueden hacer los telescopios terrestres más grandes en la región óptica del espectro. A veces estos radiotelescopios se conectan con telescopios en la otra cara de la Tierra formando una línea base comparable al diáme- tro de la Tierra: en cierto sentido un telescopio tan grande como el planeta. En el futuro podremos situar telescopios en la órbita de la Tierra, al otro lado del Sol, formando de modo efectivo un radiote- lescopio tan grande como el sistema solar interior. Estos telescopios podrán revelar la estructura interna y la natura- leza de los quasars. Quizás se descubra una candela estándar de quasar y se puedan determinar sus distancias con independencia de sus desplazamientos hacia el rojo. Si entendemos la estructura y el desplazamiento hacia el rojo de los quasars más distantes quizás podamos ver si la expansión del universo fue más rápida hace miles de millones de años, si la expansión está perdiendo ímpetu, si el universo llegará algún día a entrar en colapso. Los radiotelescopios modernos son de una sensibilidad exquisita; un quasar distante es tan débil que su radiación detectada suma quizás una mil billonésima de watio. La cantidad total de energía procedente del exterior del sistema solar y recibida conjuntamente por todos los radiotelescopios del planeta Tierra es menor que la energía de un solo copo de nieve al chocar contra el suelo. Los ra- dioastrónomos, cuando detectan la radiación cósmica de fondo, cuando cuentan los quasars, cuando buscan señales inteligentes procedentes del espacio, trabajan con cantidades de energía que apenas puede decirse que estén ahí. Alguna materia, especialmente la materia de las estrellas, brilla con luz visible y es fácil de ver. Otra materia, por ejemplo el gas y el polvo de las afueras de las galaxias no se detecta tan fácilmente. No emite luz visible, aunque parece emitir ondas de radio. Este es un motivo por el cual para descifrar los misterios cósmicos hay que uti- lizar instrumentos exóticos y frecuencias distintas de la luz visible a la cual nuestro ojo es sensible. Observatorios en órbita terrestre Algunos de los radiotelescopios del Dis- positiv ode Muy Gran Amplitud en Soco- rro, Nuevo Méjico, manejado por el Observ atorio Nacional de Radioastro- nomía. Los telescopios se desplazan sobre v ías de tren; su separación deter- mina la resolución de la imagen de radio resultante. (Fotografía, Bill Ray .)
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    262 Cosmos Representación convencionalen dos di- mensiones de un cubo. Representación convencional en tres di- mensiones de un teseracto ohipercubo ( el modelo tridimensional ha quedado reduci- do una dimensión más sobre esta página). Imagen de radio de la galaxia elíptica NGC 3266. Imagen en falso color del Dispositi- v ode Muy Gran Amplitud. descubrieron un intenso brillo de rayos X entre las galaxias. Al principio se pensó que era hidrógeno intergaláctico caliente, una cantidad inmensa nunca vista antes, quizás suficiente para cerrar el Cosmos y garantizar que nos encontramos encerrados en un universo oscilante. Pero observaciones más recientes de Ricardo Giacconi pueden haber resuelto este brillo de rayos X en puntos individuales, que son quizás una horda inmensa de quasars dis- tantes. Contribuyen también al universo con una masa anterior- mente desconocida. Cuando se haya completado el repertorio cósmico y se haya sumado toda la masa de todas las galaxias, qua- sars, agujeros negros, hidrógeno intergaláctico, ondas gravitato- rias y habitantes todavía más exóticos del espacio, sabremos el ti- po de universo que habitamos. A los astrónomos, cuando discuten la estructura a gran escala del Cosmos, les gusta decir que el espacio es curvo, o que el Cos- mos carece de centro, o que el universo es finito pero ilimitado. ¿De qué están hablando? Imaginemos que habitamos un país ex- traño donde todos somos perfectamente planos. De acuerdo con Edwin Abbott, un estudioso de Shakespeare que vivió en la Ingla- terra victoriana, le llamaremos Flatland. Algunos somos cuadra- dos; algunos son triángulos, algunos tienen formas más complejas. Entramos y salimos muy atareados de nuestros edificios planos ocupados en nuestros negocios y nuestras diversiones planas. To- do el mundo en Flatland tiene anchura y longitud pero carece de altura. Conocemos la derecha izquierda y el delante atrás, pero no tenemos ni idea, ni pizca de comprensión por el arriba-abajo. Pe- ro los matemáticos planos sí lo entienden. Ellos nos dicen: “Todo es muy fácil. Imagina el derecha-izquierda. Imagina el delante atrás. ¿Sigues? Imagina ahora otra dimensión que forma ángulo recto con las otras dos.” Y nosotros decimos: “¿Pero de qué nos hablas? ¿Cómo puede formar ángulo recto con las otras dos? Sólo hay dos dimensiones. Enséñanos esta tercera dimensión. ¿Dónde está?” Y los matemáticos, desanimados, se largan. Nadie escucha
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    El filo dela eternidad 263 a los matemáticos. Todo ser plano de Flatland ve a otro cuadrado como un corto segmento de línea, el lado del cuadrado que está más cerca de él. Para poder ver el otro lado del cuadrado ha de dar un corto paseo. Pero el interior del cuadrado permanece eternamente misterioso, a no ser que algún terrible accidente o una autopsia rom- pan los lados y deje expuestas las partes interiores. Un día un ser tridimensional, por ejemplo en forma de pera, llega a Flatland y se queda mirándolo desde arriba. Al ver que un cua- drado especialmente atractivo y de aire sociable entra en su casa plana, la pera decide en un gesto de amistad interdimensional salu- darlo. “¿Cómo estás?”, le dice el visitante de la tercera dimensión. “Soy un visitante de la tercera dimensión.” El desgraciado cuadrado mira por toda su casa que está cerrada y no ve a nadie. Peor todavía: se imagina que el saludo que entra desde arriba es una emanación de su propio cuerpo plano, una voz de su interior. La familia ha es- tado siempre algo charada, piensa quizás para darse ánimos. La pera, exasperada al ver que la toman por una aberración psico- lógica, desciende a Flatland. Pero un ser tridimensional sólo puede existir parcialmente en Flatland, sólo puede verse una sección de él, sólo los puntos de contacto con la superficie plana de Flatland. Una pera deslizándose por Flatland aparecería primero como un punto y luego como rodajas cada vez mayores y aproximadamente circula- res. El cuadrado ve que aparece un punto en una habitación cerrada de su mundo bidimensional que crece lentamente hasta formar casi un círculo. Un ser de forma extraña y cambiante ha surgido de la nada. La pera, desairada, irritada por la obtusidad de los muy planos da un golpe al cuadrado y lo proyecta por los aires revoloteando y dan- do vueltas por esta misteriosa tercera dimensión. Al principio el cuadrado es incapaz de entender lo que está sucediendo: es algo que escapa totalmente a su experiencia. Pero al final se da cuenta de que está viendo Flatland desde una perspectiva especial: desde “arriba”. Puede ver el interior de habitaciones cerradas. Puede ver el interior de sus congéneres planos. Está contemplando su universo desde una perspectiva única y arrolladora. El viaje por otra dimensión ofrece como una ventaja adicional una especie de visión con rayos X. Al final nuestro cuadrado desciende lentamente hasta la superficie como una hoja que cae. Desde el punto de vista de sus compañeros de Flatland desapareció inexplicablemente de una habitación cerra- da y luego se materializó penosamente de la nada. “Por Dios”, le dicen, “¿qué te ha pasado?” “Me parece”, contesta él mecánica- mente, “que estuve arriba”. Le dan unos golpecitos en los costados y le consuelan. La familia siempre tuvo visiones. En estas contemplaciones interdimensionales no tenemos que limitamos a las dos dimensiones. Podemos imaginar, siguiendo a Abbott, un mundo de una dimensión, donde cada cual es un seg- mento de línea, o incluso el mundo mágico de los animales de cero dimensiones, los puntos. Pero quizás sea más interesante la cues- tión de las dimensiones superiores. ¿Podría existir una cuarta di- mensión física? 5 Estudio del cielo profundo en rayos X (arriba) dentro de la constelación de Eridano, llevado a cabo por el Observa- torioAstrofísicode Alta Energía Einstein en órbita terrestre. La misma región en luz v isible aparece debajo, con indica- ción de tres quasars. (Cedido por Ricar- do Giacconi y la NASA.) 5. Si existiera un ser cuadridimensional podría aparecer y desmaterializarse a vo- luntad en nuestro universo tridimensional, cambiar su forma de modo notable, sa- carnos de habitaciones cerradas y hacernos aparecer de la nada. También podría sacamos lode dentroa fuera. Hay varias maneras posibles de sacarnos lode dentro a fuera: lo menos agradable equivaldría a quedar con nuestras vísceras y nuestros órganos internos en el exterior y el Cosmos entero–gas intergalácticoincandescente, galaxias, planetas,todo– en el interior. Noestoy segurode que la idea me guste.
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    264 Cosmos Podemos imaginarque generamos un cubo de la siguiente ma- nera: Tomemos un segmento de línea de una cierta longitud y desplacémoslo una longitud igual en ángulo recto a sí mismo. Tenemos un cuadrado. Desplacemos el cuadrado una longitud igual en ángulos rectos a sí mismo y tendremos un cubo. Sabe- mos que este cubo proyecta una sombra, que dibujamos normal- mente en forma de dos cuadrados con sus vértices conectados. Si examinamos la sombra de un cubo en dos dimensiones, nos da- mos cuenta de que no todas las líneas aparecen iguales, y de que no todos los ángulos son ángulos rectos. El objeto tridimensional no ha quedado perfectamente representado en su transfiguración a dos dimensiones. Este es el coste que hay que pagar por perder una dimensión en la proyección geométrica: no derecha izquier- da, no delante atrás, no arriba abajo, sino simultáneamente en ángulos rectos a todas estas direcciones. No puedo decir qué di- rección es ésta pero puedo imaginarme que existe. En este caso habremos generado un hipercubo cuadridimensional, llamado también teseracto. No puedo enseñar un teseracto, porque esta- mos encerrados en tres dimensiones. Pero lo que puedo enseñar es la sombra en tres dimensiones de un teseracto. Se parece a dos cubos anidados, con todos los vértices conectados por líneas. Pe- ro en el teseracto real de cuatro dimensiones todas las líneas ten- drán longitud igual y todos los ángulos serán ángulos rectos. Imaginemos un universo igual que Flatland, con la excepción de que, sin que sus habitantes lo sepan, su universo bidimensional está curvado a través de una tercera dimensión física. Cuando los habitantes de Flatland hacen excursiones cortas, su universo les resulta suficientemente plano. Pero si uno de ellos hace un paseo lo bastante largo por lo que él imagina ser una línea perfectamen- te recta, descubre un gran misterio: a pesar de no haber llegado a ninguna barrera ni de haber en ningún momento dado la vuelta, ha acabado de algún modo llegando al lugar de donde partió. Su universo bidimensional tiene que haber sido deformado, doblado o curvado a través de una misteriosa tercera dimensión. Él no puede imaginar esta tercera dimensión, pero puede deducirla. Si sumamos en esta historia una dimensión a todas las citadas te- nemos una situación que puede ser válida para nosotros. ¿Dónde está el centro del Cosmos? ¿Tiene el universo algún borde? ¿Qué hay detrás de él? En un universo bidimensional, curvado a través de una tercera dimensión no hay centro, por lo menos no lo hay sobre la superficie de una esfera. El centro de este universo no está en este universo; está situado inaccesible- mente en la tercera dimensión, dentro de la esfera. Aunque en la superficie de la esfera el área está limitada, este universo carece de borde: es finito pero ilimitado. Y la pregunta: ¿qué hay más allá? carece de sentido. Los seres planos no pueden por sí solos escapar de sus dos dimensiones. Si incrementamos por uno todas las dimensiones citadas tene- mos una situación que puede ser válida para nosotros: el universo como una hiperesfera cuadridimensional sin centro ni borde, y sin nada más allá. ¿A qué se debe que todas las galaxias parece que huyan de nosotros? La hiperesfera se está expandiendo a partir de un punto como si se hinchara un balón cuadridimensio- nal, creando a cada instante más espacio en el universo. En algún momento posterior al inicio de la expansión, las galaxias se con- densan y son transportadas hacia el exterior sobre la superficie de
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    El filo dela eternidad 265 la hiperesfera. Hay astrónomos en cada galaxia, y la luz que ven también está atrapada en la superficie curva de la hiperesfera. A medida que la esfera se expande, un astrónomo de cualquier galaxia pensará que todas las demás galaxias huyen de él. No hay marcos de referencia privilegiados. 6 Cuanto más lejos está la galaxia más rá- pidamente retrocede. Las galaxias están incrustadas, sujetas al es- pacio, y el tejido del espacio se está expansionando. Y la respuesta a la pregunta ¿en qué parte del universo presente ocurrió el big bang? es clara: en todas partes. Si hay insuficiente materia para impedir que el universo continúe expandiéndose indefinidamente ha de tener una forma abierta, cur- vada como una silla de montar, con una superficie que se extienda al infinito en nuestra analogía tridimensional. Si hay suficiente mate- ria, tiene una forma cerrada, curvada como una esfera en nuestra analogía tridimensional. Si el universo está cerrado, la luz está atra- pada en su interior. En los años 1920 unos observadores encontra- ron en una dirección opuesta a M31 un par distante de galaxias espi- rales. Se preguntaron si era posible que estuviesen viendo la Vía Láctea y M31 desde la otra dirección: como si viéramos nuestro co- gote gracias a la luz que ha circunnavegado el universo. Sabemos ahora que el universo es mucho mayor de lo que se imaginaba en los años 1920. La luz tardaría más de la edad del universo en circunna- vegarlo. Y las galaxias son más jóvenes que el universo. Pero si el Cosmos está cerrado y la luz no puede escapar de él, puede ser per- fectamente correcto describir el universo como un agujero negro. Si queremos saber qué aspecto tiene el interior de un agujero negro miremos a nuestro alrededor. Hemos mencionado antes la posibilidad de que existan galerías para ir de un lugar a otro del universo sin cubrir la distancia inter- media: a través de un agujero negro. Podemos imaginar estas gale- rías como tubos a través de una cuarta dimensión física. No sabe- mos que existan estas galerías. Pero suponiendo que existan ¿han de acabar siempre desembocando en otro lugar de nuestro universo? ¿O es posible que las galerías conecten con otros universos, con lu- gares que de otro modo serían siempre inaccesibles para nosotros? Nada se opone a que existan muchos más universos. Quizás están en cierto sentido anidados uno dentro del otro. Hay una idea extraña, atrayente, evocativa, una de las conjeturas más exquisitas de la ciencia o de la religión. Es una idea totalmente indemostrada; quizás no llegue a demostrarse nunca. Pero excita enormemente. Se nos dice que existe una jerarquía infinita de uni- versos, de modo que si penetramos en una partícula elemental, por ejemplo un electrón de nuestro universo, se nos revelaría como un universo enteramente cerrado. Dentro de él, organizadas como el equivalente local de galaxias y estructuras más pequeñas, hay un número inmenso de otras partículas elementales mucho más dimi- nutas, que a su vez son universos en el nivel siguiente, y así indefini- damente: una regresión infinita hacia abajo, sin fin. Y lo mismo hacia arriba. Nuestro universo familiar de galaxias y estrellas, pla- netas y personas, sería una única partícula elemental en el siguiente universo superior, el primer paso de otra regresión infinita. 6. La idea de que el universo presenta más o menos el mismo aspecto lo miremos desde donde lo miremos fue propuesta por primera vez, según creo, por Giordano Bruno.
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    El filo dela eternidad 267 Esta es la única idea religiosa que conozco que supera a la del nú- mero sin fin de universo cíclico infinitamente viejo de la cosmología hindú. ¿Qué aspecto tendrían estos otros universos? ¿Estarían cons- truidos sobre leyes físicas distintas? ¿Tendrían estrellas y galaxias y mundos, o algo muy distinto? ¿Podrían ser compatibles con alguna forma de vida inimaginablemente distinta? Para entrar en él ten- dríamos que penetrar en cierto modo en una cuarta dimensión físi- ca: la empresa desde luego no es fácil, pero quizás un agujero negro nos abriría el camino. Es posible que existan pequeños agujeros negros en la cercanía del Sol. Después de balanceamos en el borde de la eternidad, saltaríamos fuera... Regresión infinita.Representación del pasode un universoal de magnitud siguiente en un Cosmos con una regresión infinita de universos anidados unodentrodel otro. Ningún univ erso es el nuestro. (Pintura de John Lomberg. )
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    Un ser inteligente:Una ballena yubarta irrumpe en la superficie de las aguas del estrechoFrederick, Alaska,veranode 1 979. Las ballenas yubartas destacan por sus saltos notables y por sus extraordinarias comunicaciones. Una ballena yubarta pesa en pro- medio 50 toneladas, y tiene 15 metros de largo. Sus cerebros son mucho mayores que los de las personas. (Cedida por Dan McSweeny .)
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    Capítulo XI La persistencia dela memoria Una vez determinados los destinos de Cielo y Tierra, habiendo recibido zanjas y ca- nales su curso adecuado, establecidas ya las orillas del Tigris y del Eufrates, ¿qué nos queda por hacer? ¿qué más tenemos que crear? Oh Anunaki, grandes dioses del cielo, ¿qué nos queda por hacer? Narración asiria de la creación del hombre, 800 a. de C. Cuando él, sea cual fuere de los dioses, hubo dispuesto ordenadamente de este mo- do y resuelto aquella masa caótica, y la hubo reducido,resuelta de este modo, a par- tes cósmicas, empezó moldeando la Tierra como una bola poderosa para que su forma fuera la misma por todos lados... Y para que ninguna región careciera de sus formas propias de vida animada, las estrellas y las formas divinas ocuparon el suelo del cielo, el mar correspondió a los peces relucientes para que fuera su hogar, la Tierra recibió a los animales y el aire móvil a los pájaros... Luego nació el Hom- bre:... todos los animales van con la cabeza baja y fijan su mirada en el suelo, pero él dio al Hombre un rostro levantado y le ordenó que estuviera erecto y que elevara sus ojos al cielo. OVIDIO, Metamorfosis, siglo primero
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    270 Cosmos EN LAGRAN OSCURIDAD CÓSMICA HAY incontables estrellas y plane- tas más jóvenes y más viejos que nuestro sistema solar. Aunque por ahora no podamos estar seguros de ello, los mismos procesos que provocaron la evolución de la vida y de la inteligencia en la Tierra tendrían que estar actuando en todo el Cosmos. Es posible que sólo en la galaxia Vía Láctea haya un millón de mundos habi- tados por seres muy diferentes de nosotros y mucho más avanza- dos. Saber muchas cosas no es lo mismo que ser inteligente; la inteligencia no es solamente información, sino también juicio, la manera de coordinar y hacer uso de la información. A pesar de todo, la cantidad de información a la que tenemos acceso es un índice de nuestra inteligencia. La medida, la unidad de informa- ción, es algo llamado bit (dígito binario). Es una respuesta sí o no a una pregunta no ambigua. Para determinar si una lámpara está encendida o apagada se necesita un único bit de información. Para designar una de las veintiséis letras del alfabeto latino se ne- cesitan cinco bits (25 = 2 × 2 × 2 × 2 × 2 = 32, que es más que 26). El contenido de información verbal de este libro es algo infe- rior a diez millones de bits, 107 . El número total de bits que ca- racteriza un programa de televisión de una hora de duración es de unos 1012. La información en forma de palabras e imágenes de los diferentes libros de todas las bibliotecas de la Tierra es de unos 1016 o 1011 bits. 1 No hay duda que mucha de esta información es redundante. Una cifra así calibra de modo basto lo que los hom- bres saben. Pero en otros lugares, en otros mundos, donde la vida ha evolucionado miles de millones de años antes que en la Tierra, quizás sepan 1020 bits o 1030, y no más información, sino una in- formación significativamente distinta. Consideremos un planeta raro entre estos millones de mundos habitados por inteligencias avanzadas, el único de su sistema con un océano superficial de agua líquida. En este rico medio am- biente acuático, viven muchos seres relativamente inteligentes: algunos con ocho apéndices para coger cosas, otros que se comu- nican entre sí actuando sobre un intrincado sistema de manchas brillantes y oscuras en sus cuerpos; incluso pequeños e inteligen- tes seres de tierra firme que hacen breves incursiones por el océano en naves de madera o de metal. Pero nosotros buscamos a las inteligencias dominantes, a los seres más maravillosos del planeta, los dueños sensibles y graciosos del océano profundo, a las grandes ballenas. Son los animales más grandes 2 que hayan evolucionado nunca sobre el planeta Tierra, mucho mayores que los dinosaurios. Una ballena azul adulta puede tener treinta metros de longitud y pesar 150 toneladas. Muchas ballenas, especialmente las ballenas yu- bartas, son animales que pacen plácidamente, recorriendo vastos volúmenes de océano en búsqueda de los animales con que se apacientan; otros comen pescado y pequeños crustáceos. Las ba- llenas son unos recién llegados al océano. Hace sólo setenta mi- llones de años sus antepasados eran mamíferos carnívoros que migraron por pasos lentos de la tierra al océano. Entre las balle 1 . Por lo tanto todos los libros del mundo no contienen más información que la emitida en video en una sola ciudad americana importante en un solo año. Pero notodos los bits tienen igualvalor. 2. Algunos árboles de secoy a son de mayor masa que cualquier ballena.
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    La persistencia dela memoria 271 nas las madres dan de mamar y se ocupan tiernamente de sus vásta- gos. Éstos tienen una infancia larga durante la cual los adultos ense- ñan a los jóvenes. El juego es un pasatiempo típico. Todo esto es característico de los mamíferos, e importante para el desarrollo de seres inteligentes. El mar es poco transparente. La vista y el olfato, que son muy úti- les para los mamíferos en tierra, no sirven de mucho en las profun- didades del océano. Los antepasados de las ballenas que contaban en estos sentidos para localizar una pareja o una cría o un predador no dejaron mucha descendencia. La evolución perfeccionó otro mé- todo que funciona maravillosamente bien y es un elemento esencial para entender a las ballenas: el sentido del sonido. Algunos sonidos de ballenas reciben el nombre de canciones, pero todavía ignoramos su naturaleza y significado reales. Ocupan una amplia banda de frecuencias, pasando muy por debajo del sonido más grave que el oído humano puede oír o detectar. Una canción típica de ballena dura quizás quince minutos; las más largas, una hora. A menudo se repite de modo idéntico, compás por compás, medida por medida, nota por nota. A veces un grupo de ballenas abandona sus aguas invernales en medio de una canción y seis meses más tarde vuelven y continúan exactamente en la nota correcta como si no hubiese habido interrupción. Las ballenas tienen muy buena memoria. Es más frecuente que al regresar haya cambiado la vocalización. Apa- recen nuevas canciones en el hit parade de los cetáceos. Con mucha frecuencia los miembros del grupo cantan juntos la misma canción. La pieza, por algún consenso mutuo, por algún sis- tema de composición colectiva, va cambiando de mes en mes, len- tamente y de modo predecible. Estas vocalizaciones son complejas. Si enunciamos las canciones de la ballena yubarta como un lenguaje tonal, el contenido total de información, el número de bits de infor- mación de estas canciones es de unos 106 bits, el mismo contenido de información más o menos que la Ilíada o la Odisea. No sabemos de qué pueden hablar las ballenas o sus primos los delfines. No dis- ponen de órganos de manipulación, no construyen obras de ingenie- ría, pero son seres sociales. Cazan, nadan, pescan, pacen, retozan, copulan, juegan, huyen de los predadores. Quizás tengan mucho de qué hablar. El principal peligro de las ballenas es un recién llegado, un animal escalador que sólo recientemente y gracias a la tecnología se ha hecho competente en los océanos, un ser que se denomina a sí mis- mo humano. Durante el 99.99% de las historia de las ballenas, no había hombres dentro o sobre el océano profundo. Durante este pe Las "canciones" de la ballena yubarta registradas en un espectrógrafo de má- quina. En cada línea el tiempo corre horizontalmente y la frecuencia del so- nido v a de las notas bajas a las notas altas, verticalmente. Las líneas casi v er- ticales representan glissandos, siguiendo la escala musicalde v arias octavas. Estas grabaciones hidrofónicas fueron llev a- das a cabo bajo el agua por F. Watling- ton, de la Estación Palisades Sofar, Ber- mudas, el 28 de abril de 1964. Roger Pay ne comenta: "Las canciones que grabamos en 1964 y en 1969 son tan diferentes como Beethoven de los Bea- tles. "En su opinión la música (de balle- nas) de los años sesenta era más bella que la de los setenta. (Cedido por la Asociación Americana para el Progreso de la Ciencia. )
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    272 Cosmos La bibliotecagenética del virus T7 . Este hilo corto de ADN contiene unos v einte genes con todolo que este organismo ha de saber para invadir una bacteria y apoderar- se totalmente de la célula huésped. La información, escrita en lenguaje de ADN a través de la secuencia de nucleótidos, in- cluye instrucciones para duplicar sus ins- trucciones de ADN y su cabeza y cola pro- teínica, y para hacer uso de la maquinaria química de la bacteria atacada. La célula bacterialdeja de ser una fábrica para hacer más bacterias y se convierte en una fábrica para hacer más T7 . (De la obra DNA Repli- cation de Arthur Komberg,W. H. Freeman and Company , 1 980. © 1 980.) ríodo las ballenas crearon por evolución su extraordinario sistema de audiocomunicación. Las ballenas yubartas, por ejemplo, emi- ten sonidos muy altos a una frecuencia de unos veinte hertz, cerca de la octava más baja del teclado de un piano. (Un hertz es una unidad de frecuencia sonora que representa una onda de sonido, una cresta y un valle, entrando en nuestro oído cada segundo.) Es- tos sonidos de tan baja frecuencia apenas son absorbidos en el océano. El biólogo norteamericano Roger Payne ha calculado que utilizando el canal de sonido del océano profundo, dos ballenas podrían comunicarse entre sí a veinte hertz esencialmente en cualquier punto del mundo. Una podría estar a lo largo de la Pla- taforma de Hielo de Ross, en la Antártida, y comunicarse con otra en las Aleutianas. Quizás las ballenas durante la mayor parte de su historia han dispuesto de una red de comunicaciones global. Quizás cuando están separadas a 15 000 kilómetros de distancia sus vocalizaciones son canciones de amor, emitidas con toda la es- peranza hacia la vastitud del piélago. Durante decenas de millones de años estos seres enormes, inteli- gentes y comunicativos han evolucionado sin tener, de hecho, enemigos naturales. Luego el desarrollo del buque a vapor en el siglo diecinueve introdujo una siniestra fuente de polución sonora. A medida que los buques comerciales y militares se han hecho más abundantes, el ruido del fondo de los océanos, especialmente en la frecuencia de veinte hertz, se ha hecho perceptible. Las ballenas, que se comunicaban a través de los océanos, han tenido que expe- rimentar dificultades cada vez mayores. La distancia a través de la cual podían comunicar tuvo que disminuir continuamente. Hace doscientos años, una distancia típica a través de la cual las yubar- tas podían comunicarse era quizás de 10 000 kilómetros. Hoy en día la cifra correspondiente es quizás de unos pocos centenares de kilómetros. ¿Saben las ballenas sus respectivos nombres? ¿Pueden reconocerse como individuos a base sólo de los sonidos? Hemos segregado a las ballenas de nosotros. Unos seres que se comunica- ron de modo efectivo durante decenas de millones de años han quedado reducidos de modo efectivo al silencio. 3 Y hemos hecho cosas aún peores, porque todavía persiste un tráfico con los cuerpos muertos de las ballenas. Hay hombres que cazan y sacrifican ballenas y venden los productos en el mercado para fabricar lápices de labios o lubricante industrial. Muchas naciones entienden que el asesinato sistemático de tales seres in- teligentes es monstruoso, pero el tráfico continúa, promovido principalmente por el Japón, Noruega y la Unión Soviética. Los seres humanos, como especie, estamos interesados en comunicar con inteligencias extraterrestres. ¿No sería un buen principio me- jorar la comunicación con las inteligencias terrestres, con otros seres humanos de culturas y lenguajes diferentes, con los grandes 3. Hay un curioso contrapunto de esta historia. El canal de radio preferido en la comunicación interestelar con otras civilizaciones técnicas está próximo a una frecuencia de 1 420 millones de hertz, marcada por una línea espectral de radio del hidrógeno, el átomomás abundantedel universo. Estamos empezandoahora a escuchar en este puntopara captar señales de origen inteligentes. Perola banda de frecuencia está siendoinvadida cada vezmás por el tráfico de comunicaciones civil y militar de la Tierra, y no sólo el manejado por las grandes potencias. Estamos llenando de interferencias el canal interestelar. El crecimiento incontrolado de la tecnología de radio terrestre puede impedir que establezcamos una comunicación fácil con seres inteligentes de mundos distantes. Sus canciones pueden quedar sin respuesta porque no disponemos de la voluntad necesaria para controlar nuestra polución de radiofrecuencia y escucharlas.
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    La persistencia dela memoria 273 simios, con los delfines y especialmente con estos dueños inteligen- tes de las profundidades, las grandes ballenas? Una ballena para poder vivir ha de saber hacer muchas cosas. Este conocimiento está almacenado en sus genes y en sus cerebros. La información genética explica cómo convertir el plancton en grasa de ballena, o cómo aguantar la respiración en una zambullida que la lleva a un kilómetro por debajo de la superficie. La información en los cerebros, la información aprendida incluye, por ejemplo, quién es tu madre, o el significado de la canción que estás escuchando ahora. La ballena, como todos los demás animales de la Tierra, tie- ne una biblioteca de genes y una biblioteca de cerebro. El material genético de la ballena, como el material genético de los seres humanos, está hecho de ácidos nucleicos, estas moléculas ex- traordinarias, capaces de reproducirse a partir de los bloques cons- tructivos químicos que las envuelven y de convertir la información hereditaria en acción. Por ejemplo, una enzima de ballena, idéntica a la que tenemos en cada célula de nuestro cuerpo, se llama hexo- quinasa, el primero de más de dos docenas de pasos mediados por enzimas y necesarios para convertir una molécula de azúcar obteni- do del plancton de la dieta de la ballena en un poco de energía: qui- zás una contribución a una única nota de baja frecuencia en la músi- ca de la ballena. La información almacenada en la doble hélice del ADN de una ba- llena o de un hombre o de cualquier otra bestia o planta de la Tierra está escrita en un lenguaje de cuatro letras: los cuatro tipos distintos de nucleótidos, los componentes moleculares que forman el ADN. ¿Cuántos bits de información contiene el material hereditario de formas de vida distintas? ¿Cuántas respuestas sí/no a las diversas preguntas biológicas están escritas en el lenguaje de la vida? Un virus necesita unos 10 000 bits, equivalentes aproximadamente a la cantidad de información de esta página. Pero la información vírica es simple, extraordinariamente compacta y eficiente. Para leerla hay que prestar mucha atención. Son las instrucciones que necesita para infectar otros organismos y para reproducirse: las únicas cosas que los virus son capaces de hacer. Una bacteria utiliza aproxima- damente un millón de bits de información, unas cien páginas impre- sas. Las bacterias tienen que hacer bastantes más cosas que los vi- rus. Al contrario que los virus no son parásitas completas. Las bac- terias tienen que ganarse la vida. Y una ameba unicelular que nada libremente es mucho más sofisticado; tiene unos cuatrocientos mi- llones de bits en su ADN, y se precisarían unos ochenta volúmenes de quinientas páginas para hacer otra ameba. Una ballena o un ser humano necesitan unos cinco mil millones de bits. Si escribiéramos, por ejemplo en inglés, los 5 × 109 bits de in Una pequeña región de la biblioteca gené- tica de un hombre o de una ballena, si estuviera disponible en forma de libros normales y no codificada en los ácidos nucleicos. Cada título corresponde a un conjunto completo de funciones que los organismos han de llevar acabo experta- mente sin mediación alguna de sus cere- bros. Las instrucciones en los genes son libros "prácticos". (Fotografía Edwardo Castañeda.)
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    La persistencia dela memoria 275 Una diminuta fracción de la información existente en la biblioteca genética: los primeros pasos en la digestión del azúcar glu- cosa. Cada v értice de los hexágonos que representan la glucosa y el pentágonoque representa la fructosa, está ocupadopor un átomo de carbono. La molécula de seis carbonos fructosa-l ,6-difosfatasa se descompone en dos fragmentos de tres carbonos. Cada paso químico es orquestado cuidadosamente y presidido por una enzima concreta, cuyo nombre aparece encima de las flechas. La molécula de ATPproporciona la energía necesaria para impulsar esta compleja actividadquímica. Entran dos molé- culas de ATPy salen cuatro(porque hay dos fragmentos de tres carbonos); se obtiene una ganancia de energía. Los organismos como las ballenas y las personas que respiran aire combinan luego el piruvato (abajo a la derecha) con el oxígeno extraen todav ía más energía. Esta bomba química de ev olución compleja impul sa gran parte de la v ida en la Tierra.
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    276 Cosmos formación denuestra enciclopedia de la vida –en el núcleo de ca- da una de nuestras células– llenarían un millar de volúmenes. Cada una de nuestras cien billones de células contiene una biblio- teca completa con las instrucciones necesarias para hacer todas nuestras partes. Cada célula de nuestro cuerpo proviene, por su- cesivas divisiones celulares, de una única célula, un óvulo fertiliza- do generado por nuestros padres. Cada vez que esta célula se divi- dió en los numerosos pasos embriológicos recorridos para fabri- camos, el conjunto original de instrucciones genéticas fue duplica- do con gran fidelidad. De este modo las células de nuestro hígado tienen algún conocimiento no utilizado sobre la manera de fabri- car nuestras células óseas, y al revés. La biblioteca genética con- tiene todo lo que nuestro cuerpo sabe hacer por sí mismo. La an- tigua información está escrita con un detalle exhaustivo, cuidado- so, redundante: cómo reír, cómo estornudar, cómo caminar, cómo reconocer formas, cómo reproducirse, cómo digerir una manzana. Las instrucciones de los primeros pasos en la digestión del azúcar de una manzana, si estuviesen expresados en el lenguaje de la química, tendrían el aspecto del esquema de las páginas 274 y 275. El proceso necesario para comerse una manzana es inmensa- mente complicado. De hecho, si tuviese que sintetizar todas mis enzimas, si tuviera que recordar y dirigir conscientemente todos los pasos necesarios para sacar energía de la comida, probable- mente moriría de hambre. Pero incluso las bacterias hacen una glucólisis anaeróbica, gracias a la cual las manzanas se pudren: hora del almuerzo para los microbios. Ellos, nosotros y todos los seres intermedios poseemos muchas instrucciones genéticas simi- lares. Nuestras bibliotecas genéticas separadas tienen muchas co- sas en común, lo cual es otro recordatorio de nuestra común herencia evolutiva. Nuestra tecnología sólo puede duplicar una diminuta fracción de la intrincada bioquímica que nuestros cuer- pos llevan a cabo sin esfuerzo: apenas hemos empezado a estudiar estos procesos. Sin embargo, la evolución ha dispuesto de miles de millones de años de práctica. El ADN lo sabe. Pero supongamos que lo que tuviésemos que hacer fuese tan complicado que fueran insuficientes incluso varios miles de millo- nes de bits de información. Supongamos que el medio ambiente estuviese cambiando tan rápidamente que la enciclopedia genética precodificada que sirvió perfectamente hasta entonces ya no fuera del todo adecuada. En este caso no sería suficiente ni una biblio- teca genética de 1 000 volúmenes. Es por esto que tenemos cere- bros. Como todos nuestros órganos el cerebro ha evolucionado, ha aumentado su complejidad y su contenido informativo a lo largo de millones de años. Su estructura refleja todas las fases por las que ha pasado. El cerebro evolucionó de dentro a fuera. En lo hondo está la parte más antigua, el tallo encefálico, que dirige las funciones biológicas básicas, incluyendo los ritmos de la vida, los latidos del corazón y la respiración. Según un concepto provocati- vo de Paul MacLean, las funciones superiores del cerebro evolu- cionaron en tres fases sucesivas. Coronando el tallo encefálico es- tá el complejo R, la sede de la agresión, del ritual, de la territoria- lidad y de la jerarquía social, que evolucionó hace centenares de millones de años en nuestros antepasados reptilianos. En lo pro- fundo de nuestro cráneo hay algo parecido al cerebro de un coco- drilo. Rodeando el complejo R está el sistema límbico del cerebro
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    La persistencia dela memoria 277 de los mamíferos, que evolucionó hace decenas de millones de años en antepasados que eran mamíferos pero que todavía no eran pri- mates. Es una fuente importante de nuestros estados de ánimo y emociones, de nuestra preocupación y cuidado por los jóvenes. Y finalmente en el exterior, viviendo en una tregua incómoda con los cerebros más primitivos situados debajo, está la corteza cerebral, que evolucionó hace millones de años en nuestros antepasados pri- mates. La corteza cerebral, donde la materia es transformada en consciencia, es el punto de embarque de todos los viajes cósmicos. Comprende más de las dos terceras partes y es el reino de la intui- ción y del análisis crítico. Es aquí donde tenemos ideas e inspira- ciones, donde leemos y escribimos, donde hacemos matemáticas y componemos música. La corteza regula nuestras vidas conscientes. Es lo que distingue a nuestra especie, la sede de nuestra humanidad. La civilización es un producto de la corteza cerebral. El lenguaje del cerebro no es el lenguaje del ADN de los genes. Lo que sabemos está ahora codificado en células llamadas neuronas: elementos de conexión electroquímica, microscópicos, en general de unas centésimas de milímetro de diámetro. Cada uno de nosotros tiene quizás un centenar de miles de millones de neuronas, cifra comparable al número de estrellas en la galaxia Vía Láctea. Muchas neuronas tienen miles de conexiones con sus vecinas. Hay aproxi- madamente cien billones, 1014, de estas conexiones en la corteza del cerebro humano. Charles Sherrington imaginó las actividades de la corteza cerebral al despertar: [La corteza] se convierte ahora en un campo chispeante de puntos de luz destellando rítmicamente con trenes de chis- pas que se desplazan afanosamente por todas partes. El ce- rebro se está despertando y con él retorna la mente. Es como si la Vía Láctea iniciase alguna danza cósmica. [La corteza] se transforma rápidamente en un telar encantado donde millo- nes de lanzaderas veloces tejen una forma en disolución, siempre una forma con sentido, pero nunca permanente, una armonía de subformas desplazándose. Ahora, a medida que el cuerpo se despierta, subformas de esta gran armonía de actividad descienden hacia las rutas no iluminadas del [cere- bro inferior]. Rosarios de chispas destellantes y en movimiento conectan sus enlaces. Esto significa que el cuerpo se ha levantado y se está enfrentando con su día de vigilia. Incluso en el sueño el cerebro está pulsando, palpitando y deste- llando con el complejo negocio de la vida humana: soñar, recordar, imaginar cosas. Nuestros pensamientos, visiones y fantasías poseen una realidad física. Si nos encogiéramos al nivel de las neuronas, podríamos presenciar formas elaboradas, intrincadas y evanescen- tes. Una podría ser la chispa de un recuerdo o el olor de lilas en un camino campestre de nuestra infancia. Otra podría ser un ansioso boletín enviado a todos los puntos: “¿Dónde he dejado mis llaves?” Hay muchos valles en las montañas de la mente, circunvoluciones que aumentan mucho la superficie disponible en la corteza cerebral para almacenar información en un cráneo de tamaño limitado. La neuroquímica del cerebro es asombrosamente activa, son los circui- tos de una máquina más maravillosa que todo lo que han inventado La biblioteca del cerebro: tres perspecti- v as del cerebro humano, que almacena quizás cien billones de bits de informa- ción en una masa de unos 1 400 gramos. La fotografía superior de la página ante- rior muestra los dos hemisferios de la corteza cerebral, conectados por un ancho haz de fibras nerviosas. Las cir- cunvoluciones en la corteza cerebral sirv en para aumentar la superficie del cerebro dentro de un volumen fijo. De- bajo hay una perspectiva de la base del cerebro del hombre. La corteza cerebral es una parte tan importante del cerebro que resulta parcialmente visible incluso en esta perspectiva: porciones de los lóbulos frontal y temporal en la parte superior de esta fotografía. Los compo- nentes cerebrales más visibles aquí son los más primitivos: los que controlan el ritmo cardíaco, la temperatura corporal, el tacto, el dolor y cosas semejantes. En esta página vemos una perspectiva obli- cua. Incluso con esta orientación el complejo R -que rodea el tallo encefáli- co- y el sistema límbico quedan ocultos en gran parte en el interior del cerebro. (Fotografías de estudio de Fried, Paul y Scheibel. Fotografiados por Peter Duong. Cedidas por Arnold Scheibel, Instituto de Investigación del Cerebro, UCLA.)
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    278 Cosmos Un cúmulode neuronas en el cerebro humano.La amplificación de esta micro- fotografía electrónica de rastreo es de 1 5 000 aumentos. La biblioteca cerebral se almacena, se procesa y se consulta en estas conexiones neurónicas. (Fotografí- as de estudio de Fried, Paul y Scheibel. Fotografiados por Peter Duong. Cedidas por Arnold Scheibel, Instituto de Inves- tigación del Cerebro, UCLA.) los hombres. Pero no hay pruebas de que su funcionamiento se deba a algo más que a las 1014 conexiones neurales que construyen una arquitectura elegante de la consciencia. El mundo del pensa- miento está dividido más o menos en dos hemisferios. El hemisfe- rio derecho de la corteza cerebral se ocupa principalmente del re- conocimiento de formas, la intuición, la sensibilidad, las intuicio- nes creadoras. El hemisferio izquierdo preside el pensamiento ra- cional, analítico y crítico. Estas son las fuerzas duales, las oposi- ciones esenciales que caracterizan el pensamiento humano. Pro- porcionan conjuntamente los medios tanto para generar ideas co- mo para comprobar su validez. Existe un diálogo continuo entre los dos hemisferios canalizado a través de un haz inmenso de ner- vios, el cuerpo calloso, el puente entre la creatividad y el análisis, dos elementos necesarios para comprender el mundo. El contenido de información del cerebro humano expresado en bits es probablemente comparable al número total de conexiones entre las neuronas: unos cien billones (1014) de bits. Si por ejem- plo escribiéramos en inglés esta información llenaría unos veinte millones de volúmenes, como en las mayores bibliotecas del mun- do. En el interior de la cabeza de cada uno de nosotros hay el equivalente a veinte millones de libros. El cerebro es un lugar muy grande en un espacio muy pequeño. La mayoría de los libros del cerebro están en la corteza cerebral. En el sótano están las funcio- nes de las que dependían principalmente nuestros antepasados remotos: agresión, crianza de los hijos, miedo, sexo, la voluntad de seguir ciegamente a los líderes. Algunas de las funciones cerebra- les superiores –lectura, escritura, lenguaje– parecen localizadas en lugares concretos de la corteza cerebral. En cambio las memo- rias están almacenadas de modo redundante en muchos puntos. Si existiera la telepatía, una de sus maravillas sería la oportunidad de leer los libros de las cortezas cerebrales de nuestros seres que- ridos. Pero no hay pruebas seguras de la telepatía, y la comunica- ción de este tipo de información continúa siendo tarea de artistas y escritores. El cerebro hace mucho más que recordar. Compara, sintetiza, analiza, genera abstracciones. Tenemos que inventar muchas más cosas de las que nuestros genes pueden conocer. Por esto la bi- blioteca del cerebro es unas diez mil veces mayor que la biblioteca de los genes. Nuestra pasión por aprender, evidente en el compor- tamiento de cualquier bebé, es la herramienta de nuestra supervi- vencia. Las emociones y las formas ritualizadas de comportamien- to están incrustadas profundamente en nosotros. Forman parte de nuestra humanidad. Pero no son característicamente huma- nas. Muchos otros animales tienen sentimientos. Lo que distin- gue a nuestra especie es el pensamiento. La corteza cerebral es una liberación. Ya no necesitamos estar encerrados en las formas de comportamiento heredadas genéticamente de las lagartijas y los babuinos. Cada uno de nosotros es responsable en gran medi- da de lo que se introduce en nuestro cerebro, de lo que acabamos valorando y sabiendo cuando somos adultos. Sin estar ya a mer- ced del cerebro reptiliano, podemos cambiamos a nosotros mis- mos. La mayoría de las grandes ciudades del mundo han ido creciendo de cualquier modo, poco a poco, respondiendo a las necesidades del momento; muy raramente se trata de una ciudad planeada pa- ra el futuro remoto. La evolución de una ciudad es como la evolu
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    La persistencia dela memoria 279 ción del cerebro: se desarrolla a partir de un pequeño centro y crece y cambia lentamente, dejando que continúen funcionando muchas partes antiguas. La evolución no dispone de sistemas para derribar el interior antiguo del cerebro a causa de sus imperfecciones y susti- tuirlo por algo de fabricación más moderna. El cerebro ha de fun- cionar durante la renovación. Por esto el tallo encefálico está rodea- do por el complejo R, luego por el sistema límbico y finalmente por la corteza cerebral. Las partes viejas están encargadas de demasia- das funciones fundamentales para que puedan ser reemplazadas. Continúan pues funcionando, jadeantes, pasadas de moda y a veces contraproducentemente, pero son una consecuencia necesaria de nuestra evolución. En la ciudad de Nueva York la disposición de muchas de las calles importantes data del siglo diecisiete, la bolsa del siglo dieciocho, las conducciones de agua del diecinueve, la red de energía eléctrica del veinte. La disposición podría ser más eficiente si todos los servicios cívicos estuvieran construidos en paralelo y fueran sustituidos pe- riódicamente (por este motivo los incendios desastrosos las grandes conflagraciones de Londres y de Chicago por ejemplo a veces consti- tuyen una ayuda para la planificación urbana). Pero la lenta acumu- lación de nuevas funciones permite que la ciudad funcione de modo más o menos continuo a lo largo de los siglos. En el siglo diecisiete se pasaba con transbordador de Brooklyn a Manhattan a través del río Este. En el siglo diecinueve se dispuso de la tecnología necesaria para construir un puente colgante sobre el río. Se construyó preci- samente donde había la terminal del transbordador, porque la ciu- dad era propietaria del terreno y porque había ya rutas urbanas principales que convergían sobre el servicio preexistente de trans- bordador. Más tarde, cuando fue posible construir un túnel debajo del río, también se construyó en el mismo lugar por idénticos moti- vos, y también porque durante la construcción del puente se habían instalado pequeños precursores de túneles, luego abandonados, los llamados caissons. Este aprovechamiento y reestructuración de sistemas previos para nuestros objetivos se parece mucho al sistema seguido por la evolución biológica. Cuando nuestros genes no pudieron almacenar toda la informa- ción necesaria para la supervivencia, inventamos lentamente los cerebros. Pero luego llegó el momento, hace quizás diez mil años, en el que necesitamos saber más de lo que podía contener adecuada La constelación del camello. De Abd al- Rahman al Sufi al Kitab al-Kawakib Wa 's Suwar Razi ("Libro de estrellas y constelaciones"), Persia, 1632. (Cedida por la Colección Spencer, Biblioteca Pública de Nueva York, Fundaciones Astor, Lenox y Tilden. Fotografía Bill Ray .)
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    280 Cosmos Cuatroadquisiciones tempranasde la biblioteca de libros humanos. Arriba, dos páginas de Sphaera Mundi de Joannes de Sacro Bosco. Publicado por Erhard Ratdult, Venecia, 1485. Se discute el origen de los eclipses lunares y solares. Arriba en la página siguiente, la ascensión de Mahoma sobre Buraq.Del manuscritoturcodel siglodieciséis Da verSi yar-e Nabi ("Vida del Profeta") de Mustafá ibn Yusuf. Debajo, ilustración sobre tela de cosmología y cosmografía jainista. Publicada en Gujarat, India, en el siglo dieciséis. Debajo, en la página siguiente, la constelación de Acuario, el Aguador. De De Sideribus Tractatus por Caius Hygnius, Italia, hacia 1450. Todos los libros cedidos por la Colección Spencer, Biblioteca Pública de Nueva York,Fundaciones Astor, Lenox y Tilden.(Fotografía Bill Ray.)
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    La persistencia dela memoria 281 mente un cerebro. De este modo aprendimos a acumular enormes cantidades de información fuera de nuestros cuerpos. Según cree- mos somos la única especie del planeta que ha inventado una me- moria comunal que no está almacenada ni en nuestros genes ni en nuestros cerebros. El almacén de esta memoria se llama biblioteca. Un libro se hace a partir de un árbol. Es un conjunto de partes planas y flexibles (llamadas todavía “hojas”) impresas con signos de pigmentación oscura. Basta echarle un vistazo para oír la voz de otra persona que quizás murió hace miles de años. El autor habla a través de los milenios de modo claro y silencioso, dentro de nuestra cabeza, directamente a nosotros. La escritura es quizás el mayor de los inventos humanos, un invento que une personas, ciudadanos de épocas distantes, que nunca se conocieron entre sí. Los libros rom- pen las ataduras del tiempo, y demuestran que el hombre puede hacer cosas mágicas. Algunos de los primeros autores escribieron sobre barro. La escri- tura cuneiforme, el antepasado remoto del alfabeto occidental, se inventó en el Oriente próximo hace unos 5 000 años. Su objetivo era registrar datos: la compra de grano, la venta de terrenos, los triunfos del rey, los estatutos de los sacerdotes, las posiciones de las estrellas, las plegarias a los dioses. Durante miles de años, la escri- tura se grabó con cincel sobre barro y piedra, se rascó sobre cera, corteza o cuero, se pintó sobre bambú o papiro o seda; pero siempre una copia a la vez y, a excepción de las inscripciones en monumen- tos, siempre para un público muy reducido. Luego, en China, entre los siglos segundo y sexto se inventó el papel, la tinta y la impresión con bloques tallados de madera, lo que permitía hacer muchas co- pias de una obra y distribuirla. Para que la idea arraigara en una Europa remota y atrasada se necesitaron mil años. Luego, de repen- te, se imprimieron libros por todo el mundo. Poco antes de la in- vención del tipo móvil, hacia 1450 no había más de unas cuantas docenas de miles de libros en toda Europa, todos escritos a mano; tantos como en China en el año 100 a. de C., y una décima parte delos existentes en la gran Biblioteca de Alejandría. Cincuenta años después, hacia 1500, había diez millones de libros impresos. La cul- tura se había hecho accesible a cualquier persona que pudiese leer. La magia estaba por todas partes. Más recientemente los libros se han impreso en ediciones masivas y económicas, sobre todo los libros en rústica. Por el precio de una cena modesta uno puede meditar sobre la decadencia y la caída del Imperio romano, sobre el origen de las especies, la interpretación de los sueños, la naturaleza de las cosas. Los libros son como semillas. Pueden estar siglos aletargados y luego florecer en el suelo menos prometedor. Las grandes bibliotecas del mundo contienen millones de volúme- nes, el equivalente a unos 1014 bits de información en palabras, y quizás a 1015 en imágenes. Esto equivale a diez mil veces más infor- mación que la de nuestros genes, y unas diez veces más que la de nuestro cerebro. Si acabo un libro por semana sólo leeré unos pocos miles de libros en toda mi vida, una décima de un uno por ciento del contenido de las mayores bibliotecas de nuestra época. El truco consiste en saber qué libros hay que leer. La información en los li- bros no está preprogramada en el nacimiento, sino que cambia cons- tantemente, está enmendada por los acontecimientos, adaptada al mundo. Han pasado ya veintitrés siglos desde la fundación de la Biblioteca alejandrina. Si no hubiese libros, ni documentos escritos,
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    282 Cosmos Dos páginasde un manuscrito tai del siglo diecinueve sobre astrología y astro- nomía. (Cedidas por la Colección Spen- cer, Biblio- teca Pública de Nueva York, Fundaciones Astor, Lenox y Tilden. Fotografías Bill Rav .) pensemos qué prodigioso intervalo de tiempo serían veintitrés si- glos. Con cuatro generaciones por siglo, veintitrés siglos ocupan casi un centenar de generaciones de seres humanos. Si la infor- mación se pudiese transmitir únicamente de palabra, de boca en boca, qué poco sabríamos sobre nuestro pasado, qué lento sería nuestro progreso. Todo dependería de los descubrimientos anti- guos que hubiesen llegado accidentalmente a nuestros oídos, y de lo exacto que fuese el relato. Podría reverenciarse la información del pasado, pero en sucesivas transmisiones se iría haciendo cada vez más confusa y al final se perdería. Los libros nos permiten via- jar a través del tiempo, explotar la sabiduría de nuestros antepa- sados. La biblioteca nos conecta con las intuiciones y los conoci- mientos extraídos penosamente de la naturaleza, de las mayores mentes que hubo jamás, con los mejores maestros, escogidos por todo el planeta y por la totalidad de nuestra historia, a fin de que nos instruyan sin cansarse, y de que nos inspiren para que haga- mos nuestra propia contribución al conocimiento colectivo de la especie humana. Las bibliotecas públicas dependen de las contri- buciones voluntarias. Creo que la salud de nuestra civilización, nuestro reconocimiento real de la base que sostiene nuestra cultu- ra y nuestra preocupación por el futuro, se pueden poner a prueba por el apoyo que prestemos a nuestras bibliotecas. Si la Tierra iniciara de nuevo su carrera con todos sus rasgos físi- cos repetidos, es muy improbable que volviera a emerger algo pa- recido a un ser humano. El proceso evolutivo se caracteriza por una poderosa aleatoriedad. El choque de un rayo cósmico con un gene diferente, la producción de una mutación distinta, puede te- ner consecuencias pequeñas de entrada, pero consecuencias pro- fundas más tarde. La casualidad puede jugar un papel poderoso en biología, como lo hace en historia. Cuanto más atrás ocurran los acontecimientos críticos, más poderosa puede ser su influencia sobre el presente. Consideremos por ejemplo nuestras manos. Todos tenemos cin- co dedos, incluyendo un pulgar oponible. Nos van muy bien. Pero creo que nos irían igual de bien con seis dedos incluyendo un pul- gar, o con cuatro dedos incluyendo un pulgar, o quizás con cinco dedos y dos pulgares. No hay nada intrínsecamente superior en nuestra configuración particular de dedos, que consideramos normalmente como algo natural e inevitable. Tenemos cinco de- dos porque descendemos de un pez del devónico que tenía cinco falanges o huesos en sus aletas. Si hubiésemos descendido de un pez con cuatro o seis falanges, tendríamos cuatro o seis dedos en cada mano y lo consideraríamos perfectamente natural. Utiliza- mos una aritmética de base diez únicamente porque tenemos diez dedos en nuestras manos. 4 Si la disposición hubiese sido distinta, utilizaríamos base ocho o base doce para la aritmética y relegaría- mos la base diez a las nuevas matemáticas. Creo que lo mismo es válido para aspectos más esenciales de nuestro ser: nuestro mate- rial hereditario, nuestra bioquímica interna, nuestra forma, esta- tura, sistemas de órganos, amores y odios, pasiones y desespera- ciones, ternuras y agresión, incluso nuestros procesos analíticos: todos los cuales son, por lo menos en parte, el resultado de acci- dentes aparentemente menores en nuestra historia evolutiva in 4. La aritmética basada en el número 5 o 1 0 parece tan evidente que la antigua palabra griega que equivalía a “contar” era literalmente “hacer cinco”.
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    La persistencia dela memoria 283 mensamente larga. Quizás si una libélula menos se hubiese ahogado en los pantanos del carbonífero, los organismos inteligentes de nuestro planeta tendrían hoy en día plumas y enseñarían a sus jóve- nes en nidadas de grajas. La estructura de la causalidad evolutiva es un tejido de una complejidad asombrosa; nuestra comprensión es tan incompleta que nos hace humildes. Hace exactamente sesenta y cinco millones de años nuestros an- tepasados eran los mamíferos menos atractivos de todos: seres con el tamaño y la inteligencia de topos o musarañas arbóreas. Se hubiese precisado un biólogo muy audaz para imaginar que estos animales llegarían eventualmente a producir un linaje que domina- ría actualmente la Tierra. La Tierra estaba llena entonces de lagar- tos de pesadilla; terribles, los dinosaurios, seres de inmenso éxito que llenaban virtualmente todos los nichos ecológicos. Había repti- les que nadaban, reptiles que volaban y reptiles –algunos con la estatura de un edificio de seis pisos– que tronaban sobre la faz de la Tierra. Algunos tenían cerebros bastante grandes, una postura erec- ta y dos pequeñas piernas frontales bastante parecidas a manos que utilizaban para cazar mamíferos pequeños y rápidos probablemente entre ellos a nuestros distantes antepasados para hacer una cena con ellos. Si estos dinosaurios hubiesen sobrevivido, quizás la espe- cie inteligente dominante hoy en día en nuestro planeta tendría cua- tro metros de altura con piel verde y dientes aguzados, y la forma humana se consideraría una fantasía pintoresca en la ciencia ficción de los saurios. Pero los dinosaurios no sobrevivieron. Todos ellos y muchas de las demás especies de la Tierra, quizás la mayoría, que- daron destruidos en un acontecimiento catastrófico. 5 Pero no las musarañas arbóreas. No los mamíferos. Ellos sobrevivieron. Nadie sabe qué barrió a los dinosaurios. Una idea evocadora pro- pone que fue una catástrofe cósmica, la explosión de una supernova cercana, una supernova como la que produjo la Nebulosa Cangrejo. Si hubiese habido por casualidad una supernova a diez o veinte años luz del sistema solar hace unos sesenta y cinco millones de años, habría esparcido por el espacio un flujo intenso de rayos cósmicos, y algunos de estos rayos habrían penetrado la envoltura aérea de la Tierra y habrían quemado el nitrógeno de la atmósfera. Los óxidos de nitrógeno generados así habrían eliminado la capa protectora de ozono de la atmósfera, incrementando el flujo de radiación solar ultravioleta en la superficie y friendo y mutando la gran cantidad de organismos imperfectamente protegidos contra una luz ultravioleta La constelación Cáncer de la obra de Julius Schiller Coelum Stillatum Christianum Concauum (páginas 72-73). Este libro, publicadoen el monasterioAugusta Vinde- licorum en Alemania en 1627, fue un inten- to fracasado por eliminar la mitología "pagana" de los cielos. Aquí el autor ha sustituido Cáncer por San Juan el Evange- lista. (Cedida por la Colección Spencer, Biblioteca Pública de Nueva York, Funda- ciones Astor, Lenox y Tilden. Fotografía Bill Ray .) 5. Un análisis reciente sugiere que el 96% de todas las especies oceánicas puede haber muerto en aquella época. Después de un porcentaje tan enorme de extinción, los organismos de hoy sólo pueden haber evolucionado partiendo de una muestra pequeña y poco representativa de los organismos que vivieron a fines de la época mesozoica.
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    284 Cosmos Primera páginacon el título de la edición en folio de las Obras de Sha- kespeare publicada en Londres en 1 623. (Cedida por la División de Li- bros Raros de la Biblioteca Pública de Nueva York, Fundaciones Astor, Le- nox y Tilden. Fotografía Bill Ray .l Calendario astrológico indonesio de Palin- tangatan, impreso sobre lino en Bali, siglo diecinueve. (Cedido por la Colección Spen- cer, Biblioteca Pública de Nueva York, Fundaciones Astor, Lenox y Tilden.) intensa. Algunos de estos organismos pueden haber sido elemen- tos básicos de la dieta de los dinosaurios. Sea cual fuere, el desastre que eliminó a los dinosaurios del esce- nario mundial eliminó también la presión sobre los mamíferos. Nuestros antepasados ya no tuvieron que vivir a la sombra de rep- tiles voraces. Nos diversificamos de modo exuberante y floreci- mos. Hace veinte millones de años nuestros antepasados inmedia- tos probablemente todavía vivían en los árboles. Más tarde se ba- jaron porque los bosques retrocedieron durante una gran era gla- cial y fueron sustituidos por sabanas herbosas. No es muy bueno estar adaptado de modo perfecto a vivir en los árboles si quedan muy pocos árboles. Muchos primates arbóreos debieron desapa- recer con los bosques. Unos cuantos se ganaron a duras penas la existencia en el suelo y sobrevivieron. Y una de estas líneas evolu- cionó y se convirtió en nosotros. Nadie sabe la causa de este cam- bio climático. Puede haber sido una pequeña variación de la lu- minosidad intrínseca del Sol o de la órbita de la Tierra; o erupcio- nes volcánicas masivas que inyectaron polvo fino en la estratosfe- ra, la cual reflejó entonces más luz solar al espacio y enfrió la Tie- rra. Puede haberse debido a cambios en la circulación general de los océanos. 0 quizás al paso del Sol a través de una nube de polvo galáctico. Sea cual fuere la causa, vemos de nuevo hasta qué punto está ligada nuestra existencia a acontecimientos astronómicos y geológicos casuales. Después de bajar de los árboles, evolucionamos hasta una postu- ra erecta; nuestras manos quedaron libres; poseíamos una visión binocular excelente; habíamos adquirido pues muchas de las con- diciones previas para hacer herramientas. Ahora, poseer un cere- bro grande y comunicar pensamientos complejos suponía una ven- taja real. Es mejor ser listo que tonto si todo lo demás no varía. Los seres inteligentes pueden resolver mejor los problemas, vivir más tiempo y dejar más descendencia; hasta la invención de las armas nucleares la inteligencia ayudaba de modo poderoso a la supervivencia. En nuestra historia le tocó a una horda de peque- ños mamíferos peludos que se ocultaba de los dinosaurios, que co- lonizó las cimas de los árboles y que luego se esparció por el suelo para domesticar el fuego, inventar la escritura, construir observa- torios y lanzar vehículos espaciales. Si las cosas hubiesen sido algo distintas, podrían haber sido otros seres cuya inteligencia y habili- dad manipuladora los habría llevado a logros comparables. Quizás los listos dinosaurios bípedos, o los mapaches o las nutrias o el ca- lamar. Sería bonito saber hasta qué punto pueden ser diferentes otras inteligencias; por esto estudiamos las ballenas y los grandes simios. Podemos estudiar historia y antropología cultural para en- teramos un poco de qué tipo de civilizaciones distintas son posi- bles. Pero todos nosotros –las ballenas, los simios, las personas– estamos emparentados demasiado estrechamente. Mientras nues- tros estudios se limiten a una o dos líneas evolutivas en un único planeta, continuaremos ignorando la gama y esplendor posibles de otras inteligencias y de otras civilizaciones. En otro planeta, con una secuencia distinta de procesos aleato- rios para conseguir una diversidad hereditaria y con un medio ambiente diferente para seleccionar combinaciones concretas de genes, las posibilidades de encontrar seres que sean físicamente muy semejantes a nosotros creo que son casi nulas. Las probabili- dades de encontrar otra forma de inteligencia no lo son. Sus cere
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    La persistencia dela memoria 285 bros pueden muy bien haber evolucionado de dentro hacia fuera. Pueden tener elementos de conexión análogos a nuestras neuronas. Pero las neuronas pueden ser muy diferentes; quizás superconduc- tores que funcionan a temperaturas muy bajas en lugar de aparatos orgánicos que funcionan a temperatura ambiente, en cuyo caso su velocidad de pensamiento sería 107 veces superior a la nuestra. O quizás el equivalente de las neuronas en otros mundos no está en contacto físico directo, sino comunicándose por radio, de modo que un único ser inteligente podría estar distribuido entre muchos orga- nismos diferentes, o incluso muchos planetas distintos, cada uno con una parte de la inteligencia total, cada uno contribuyendo por radio a una inteligencia mucho mayor que él mismo. 6 Puede haber planetas en los que los seres inteligentes tengan unas 1014 conexio- nes neurales como nosotros. Pero puede haber lugares donde el número sea 1024 o 1034. Me pregunto qué pueden saber estos seres. Porque habitamos el mismo universo que ellos y por lo tanto tene- mos que compartir información sustancial. Si pudiésemos entrar en contacto, en sus cerebros habría muchas cosas que serían de gran interés para nosotros. Pero lo contrario también es cierto. Creo que las inteligencias extraterrestres incluso seres que han evolucionado bastante más que nosotros estarán interesadas en nosotros, en lo que sabemos, en lo que pensamos, en la estructura de nuestros cere- bros, en el curso de nuestra evolución, en nuestras perspectivas de futuro. Si hay seres inteligentes en los planetas de estrellas bastante próximas, ¿es posible que sepan de nosotros? ¿Es posible que ten- gan alguna idea de la larga progresión evolutiva, desde los genes a los cerebros y a las bibliotecas, que ha ocurrido en el oscuro planeta Tierra? Si estos extraterrestres se quedan en casa, hay por lo menos dos maneras posibles para enterarse de nuestra existencia. Una sería escuchar con grandes radiotelescopios. Durante miles de mi- llones de años habrían oído solamente una débil e intermitente está- tica de radio provocada por los relámpagos y los electrones y proto- nes silbando atrapados dentro del campo magnético de la Tierra. Luego, hace menos de un siglo, las ondas de radio que salen de la Tierra se habrán vuelto más potentes, más intensas, menos pareci- das a ruidos y más semejantes a señales. Los habitantes de la Tierra La muerte de los dinosaurios. Una hipó- tesis astronómica la atribuye a la explo- sión de una supernova cercana, que en esta pintura de Don Davis aparece en el cielo a la derecha. Otra hipótesis supone que un gran asteroide chocó contra la Tierra; los escombros finos del impacto se mantuvieron en la estratosfera, redu- jeron la luz solar disponible para las plantas que los dinosaurios comían, y enfriaron la Tierra. Estos dos aconteci- mientos debieron suceder por lo menos una vez a lo largo de centenares de mi- llones de años. La extinción de los repti- les inteligentes bípedos dejó el escenario libre para la evolución de los mamíferos y de los humanos. 6. En ciertosentidouna integración por radiode este tipode individuos separados está empezandoa darse en el planeta Tierra.
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    286 Cosmos han descubiertoal final la comunicación por radio. Hoy en día hay un vasto tráfico de comunicaciones internacionales por radio, tele- visión y radar. En algunas frecuencias de radio la Tierra se ha convertido con mucho en el objeto más brillante, la fuente de radio más potente del sistema solar, más brillante que Júpiter, más bri- llante que el Sol. Una civilización extraterrestre que siguiera la emisión de radio de la Tierra y recibiera estas señales no podría dejar de pensar que algo interesante está ocurriendo aquí en los últimos tiempos. A medida que la Tierra gira, nuestros transmisores de radio más potentes barren lentamente el cielo. Un radioastrónomo en un planeta de otra estrella estaría en disposición de calcular la longi- tud del día en la Tierra a base de los tiempos de aparición y des- aparición de nuestras señales. Algunas de nuestras fuentes más potentes son transmisores de radar; unos cuantos se utilizan para la astronomía de radar, para sondear con dedos de radio las super- ficies de los planetas cercanos. El tamaño del haz de radar proyec- tado contra el cielo es mucho mayor que el tamaño de los planetas, y gran parte de la señal se va más lejos, fuera del sistema solar y hacia las profundidades del espacio interestelar, a disposición de cualquier receptor sensible que pueda estar a la escucha. La ma- yoría de las transmisiones de radar sirven objetivos militares; ras- trean los cielos temiendo constantemente un lanzamiento masivo de misiles con cabezas nucleares, un augurio con quince minutos de adelanto del fin de la civilización humana. El contenido infor- mativo de estos pulsos es negligible: una sucesión de formas nu- méricas sencillas codificadas en forma de bips. En general la fuente más difundida y perceptible de transmisio- nes de radio procedentes de la Tierra son nuestros programas de televisión. Puesto que la Tierra gira, algunas emisoras de televi- sión aparecerán en un horizonte de la Tierra mientras las otras desaparecen por el otro. Habrá un revoltijo confuso de progra- mas. Una civilización avanzada en un planeta de una estrella cer- cana podría incluso separarlos y ordenarlos. Los mensajes repeti- dos con mayor frecuencia serían las sintonías de las emisoras y los llamamientos en favor de la compra de detergentes, desodorantes, tabletas contra la jaqueca, automóviles y productos petrolíferos. Los mensajes más obvios serían los transmitidos simultáneamente por muchas emisoras en muchas zonas temporales: por ejemplo discursos en tiempos de crisis internacional por el presidente de los Estados Unidos o por el primer ministro de la Unión Soviética. Los contenidos obtusos de la televisión comercial y los integumen- tos de las crisis internacionales y de las guerras intestinas dentro de la familia humana son los mensajes principales sobre la vida en la Tierra que seleccionamos para emitir hacia el Cosmos. ¿Qué pueden pensar de nosotros? Es imposible hacer regresar estos programas de televisión. No hay manera de enviar un mensaje más rápido que les dé alcance y revise la transmisión anterior. Nada puede ir a velocidad mayor que la de la luz. La transmisión en gran escala de programas de televisión en el planeta Tierra no se inició hasta fines de los años 1940. Por lo tanto hay un frente de onda esférico centrado en la Tierra que se expande a la velocidad de la luz que contiene a How- dy Doody, el discurso de las Damas del entonces vicepresidente Richard M. Nixon y las inquisiciones televisadas del senador Jo- seph McCarthy. Puesto que estas transmisiones se emitieron hace
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    La persistencia dela memoria 287 sólo unas décadas, están a sólo unas decenas de años luz de distan- cia de la Tierra. Si la civilización más próxima está más lejos toda- vía, podemos respirar tranquilos un rato. En todo caso confío que encuentren estos programas incomprensibles. Las dos naves espaciales Voyager van camino de las estrellas. Lle- van cada una un disco fonográfico de cobre con un cartucho, una aguja y en una cubierta de aluminio del disco instrucciones para su uso. Enviamos algo sobre nuestros genes, algo sobre nuestros cere- bros, y algo sobre nuestras bibliotecas a otros seres que podrían es- tar surcando el mar del espacio interestelar. Pero no quisimos en- viar primariamente información científica. Cualquier civilización capaz de interceptar al Voyager en las profundidades del espacio interestelar, con sus transmisores muertos hace mucho tiempo, sa- brá mucha más ciencia que nosotros. Quisimos en cambio decir a todos estos seres algo sobre lo que parece ser exclusivo de nosotros. Los intereses de la corteza cerebral y del sistema límbico están bien representados; el complejo R menos. Aunque los receptores quizás no sepan ninguno de los lenguajes de la Tierra, incluimos saludos en sesenta idiomas humanos, y además saludos de las ballenas yubar- tas. Enviamos fotografías de hombres de todas las partes del mundo que cuidan de sus semejantes, que aprenden, que fabrican herra- mientas y arte, y que se enfrentan con problemas. Hay una hora y media de música exquisita procedente de muchas culturas, música que expresa nuestra sensación de soledad cósmica, nuestro deseo de acabar con nuestro aislamiento, nuestras ansias de entrar en contac- to con otros seres del Cosmos. Y hemos enviado grabaciones de los sonidos que se habrían oído en nuestro planeta desde los primeros días, antes del origen de la vida, hasta la evolución de la especie humana y de nuestra más reciente tecnología, en pleno crecimiento. Es, como los sonidos de cualquier ballena yubarta, una especie de canción de amor lanzada a la vastitud de las profundidades. Muchas partes de nuestro mensaje, quizás la mayoría, serán indescifrables. Pero lo hemos enviado porque era importante intentarlo. De acuerdo con este espíritu incluimos en la nave espacial Voya- ger los pensamientos y sensaciones de una persona, la actividad eléctrica de su cerebro, corazón, ojos y músculos, que se grabaron durante una hora, se transcribieron en sonido, se comprimieron en el tiempo y se incorporaron al disco. En cierto sentido hemos lanza- do al Cosmos una transcripción directa de los pensamientos y sensa- ciones de un ser humano en el mes de junio del año 1977 en el plane- ta Tierra. Quizás los receptores no sacarán nada de él, o pensarán que es una grabación de un pulsar, porque se parece a ella de un modo superficial. 0 quizás una civilización increíblemente más avanzada que nosotros será capaz de descifrar estos pensamientos y sensaciones grabadas y de apreciar nuestros esfuerzos por compar- tirnos con ellos. La información de nuestros genes es muy vieja: la edad de gran parte de ella es de millones de años, algunas partes tienen miles de millones de años. En cambio la información de nuestros libros tiene como máximo unos miles de años de edad, y la de nuestros cerebros es de sólo unas décadas. La información de más larga vida no es la información característicamente humana. Debido a la erosión de la Tierra nuestros monumentos y artefactos no sobrevivirán, en el cur- so natural de los acontecimientos, hasta un futuro distante. Pero el disco Voyager está viajando hacia el exterior del sistema solar. La erosión en el espacio interestelar debida principalmente a rayos
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    La persistencia dela memoria 289 cósmicos y a los impactos de granos de polvo es tan lenta que la información en el disco durará mil millones de años. Los genes, los cerebros y los libros codifican la información de modo distinto y persisten a través del tiempo a un ritmo diferente. Pero la persis- tencia de la memoria de la especie humana será mucho más larga que los surcos metálicos impresos del disco interestelar Voyager. El mensaje Voyager se desplaza a una lentitud desesperante. Es el objeto más rápido lanzado nunca por la especie humana, pero tarda- rá decenas de miles de años en recorrer la distancia que nos separa de la estrella más próxima. Cualquier programa de televisión atra- viesa en horas la distancia que el Voyager ha cubierto en años. Una transmisión de televisión que acaba de estar ahora mismo en el aire, en unas cuantas horas dará alcance a la nave espacial Voyager en la región de Saturno, y más allá, y continuará su carrera hacia las es- trellas. Si va en la correspondiente dirección alcanzará Alpha Cen- tauri en algo más de cuatro años. Si dentro de unas décadas o de unos siglos alguien en el espacio exterior oye nuestras emisiones de televisión, espero que piense bien de nosotros, porque somos el pro- ducto de quince mil millones de años de evolución cósmica, la me- tamorfosis local de la materia en consciencia. Nuestra inteligencia nos ha dotado recientemente de poderes terribles. No está todavía claro que tengamos la sabiduría necesaria para evitar nuestra propia destrucción. Pero muchos de nosotros están luchando duro por conseguirlo. Confiamos que muy pronto, en la perspectiva del tiem- po cósmico, habremos unificado pacíficamente nuestro planeta con una organización que respete la vida de todo ser vivo que lo habita, y que esté dispuesta a dar el siguiente gran paso, convertirse en parte de una sociedad galáctica de civilizaciones en comunicación. El disco interestelar Voyager.Las dos naves espaciales Voyager, después de explorar los planetas gigantes, abandonarán el sistema solar, y por ello llevan mensajes diri- gidos a cualquier civilización interestelar que pueda encontrarlos. La cubierta del disco (arriba)da instrucciones en notación científica para tocar el discoe indicacio- nes sobre la posición y época actual de la Tierra. Dentroestá el disco(abajo). Dura- rá milmillones de años.
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    El mensaje interestelarde Arecibo. El día 1 6 de noviembre de 1974 se transmi- tió una señal de radio desde el observ a- torio de Arecibo hacia el cúmulo globu- lar M1 3,que dista unos 25 000 años luz, lejos del plano de la galaxia Vía Láctea. La señal contenía 1 679 bits de informa- ción. Pero1 679 = 73× 23,es el producto de dos números primos, lo cual sugiere ordenar los bits en una matriz de 7 3 x 23, que da esta imagen. La fila superior establece una convención para contar en binario; la segunda especifica los núme- ros atómicos de los elementos químicos hidrógeno, carbono, nitrógeno, oxígeno y fósforo, de los cuales estamos com- puestos (capítulo 9). Los bloques v erde y azul representan en estos términos, de modo respectivo y numérico, el espinazo del ADN formado por nucleótidos y fosfato de azúcar (capítulo 2 ). El bloque blanco vertical representa el número de nucleótidos en los genes del ser rojo, cuya población total es el número de la derecha, y cuya estatura está indicada por el número de su izquierda (en uni- dades de la longitud de onda de la trans- misión, 12.6 centímetros). El sistema planetario de este ser está en amarillo, y su tercer planeta tiene alguna importan- cia especial. En violeta está el radioteles- copio que transmitió el mensaje. Su tamaño viene dado entre las líneas hori- zontales. (Cedido por el observatorio de Arecibo; Centro Nacional de Astronomía y de la Ionosfera, Universidad de Cor- nell.)
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    Capítulo XII Enciclopedia galáctica “¿Tú quéeres?¿De dónde viniste? Nunca vi nada semejante a ti.” El Cuervo Crea- dor miró al Hombre y... se sorprendió de que esteextraño y nuevo ser fuera tan parecido a él. Mito esquimal de la creación El cielo ha sido fundado, La Tierra ha sido fundada, ¿Quién ha de vivir ahora, oh dioses? Crónica azteca, La historia de los Reinos Sé que algunos dirán que soy demasiado atrevido con estas afirmaciones sobre los planetas, y que subimos allí a través de muchas probabilidades, y si por casualidad una de ellas es falsa y contraria a lo supuesto, arruinaría como un mal fundamento todo el edificio, y lo haría caer por los suelos. Pero... si suponemos, tal como hici- mos, que la Tierra es uno de los planetas, de dignidad y honor igual al resto, ¿quién se atrevería a decir que no puede encontrarse en otro lugar nadie que disfrute del glorioso espectáculo de las obras de la naturaleza?¿O que si hubiese otros especta- dores que nos acompañan nosotros deberíamos ser los únicos que han entrado a fondo en sus secretos y su conocimiento? CHRISTIAAN HUYGENS, Nuevas conjeturas referentes a los mundos planetarios, sus habitantes y sus producciones, hacia 1690 El autor de la Naturaleza ha hecho imposible que en nuestro estado actual tenga- mos alguna comunicación desde esta tierra con los demás grandes cuerpos del uni- verso; y es posible que haya cortado de igual modo toda comunicación entre los demás planetas, y entre los diferentes sistemas... Observamos en todos ellos cosas suficientes para provocar nuestra curiosidad, pero no para satisfacerla... No parece conforme con la sabiduría que resplandece a través de toda la naturaleza suponer que deberíamos ver tan lejos y que nuestra curiosidad debería ser excitada hasta tal punto... sólo para quedar defraudado al final... Esto nos conduce, pues, de modo natural a considerar nuestro estado actual sólo como el alba o inicio de nuestra existencia, como un estado de preparación o de examen para futuros avances... COLIN MACLAURIN, 1748
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    292 Cosmos Jean FrançoisChampollion (1790-1832), que descifró los jeroglíficos egipcios. Retrato de Leon Cogniet, 1831. (Cedido por el Louv re, Réunion des musées na- tionaux, París.) No puede haber un lenguaje más universal y más simple, más libre de errores y de oscuridades... más digno de expresar las relaciones invaria- bles de las cosas naturales [que las matemáticas]. Interpreta [todos los fenómenos] con el mismo lenguaje, como si quisiera atestiguar la uni- dad y simplicidad del plan del universo, y hacer aún más evidente este orden inalterable que preside todas las causas naturales. JOSEPH FOURIER, Teoría analítica del color, 1822 HEMOS LANZADO CUATRO NAVES A LAS ESTRELLAS, los Pioneers 10 y 11 y los Voyagers 1 y 2. Son vehículos atrasados y primitivos que, comparados con las inmensas distancias interestelares, se mue- ven con la lentitud de una persecución de pesadilla. Pero en el fu- turo lo haremos mejor. Nuestras naves irán más rápidas. Se habrán estudiado objetivos interestelares, y más tarde o más temprano nuestras naves espaciales tendrán tripulaciones huma- nas. En la galaxia Vía Láctea debe haber muchos planetas millo- nes de años más viejos que la Tierra, y algunos miles de millones de años más viejos. ¿Es posible que no nos hayan visitado? En todos los miles de millones de años que han pasado desde el ori- gen de nuestro planeta, ¿no hubo nunca una nave forastera pro- cedente de una civilización distante que estudiara nuestro mundo desde arriba, y que se posara lentamente en la superficie para que lo observaran libélulas iridiscentes, reptiles apáticos, primates chillones u hombres asombrados? La idea es muy natural. Se le ha ocurrido a cualquiera que se haya planteado, aunque sólo sea de paso, la cuestión de la vida inteligente en el universo. ¿Pero ha sucedido esto realmente? El tema crítico es la cualidad de las pruebas aportadas, que hay que escrutar de modo riguroso y es- céptico, no lo que suena plausible, no el testimonio sin pruebas de uno o dos autoproclamados testigos. De acuerdo con estas nor- mas no hay casos seguros de visitas extraterrestres, a pesar de to- das las afirmaciones sobre ovnis y sobre antiguos astronautas que a veces hacen pensar que nuestro planeta está inundado de hués- pedes no invitados. Yo desearía que no fuera así. Hay algo irre- sistible en el descubrimiento de una simple muestra, quizás de una compleja inscripción, y mucho mejor si contiene la clave para comprender una civilización extraña y exótica. Es una atracción que los hombres ya hemos sentido en otras ocasiones. En 1801 un físico llamado Joseph Fourier 1 era el prefecto de un departement de Francia llamado Isère. Mientras inspeccionaba las escuelas de su provincia, Fourier descubrió a un chico de once años cuya notable inteligencia y perspicacia con las lenguas orien- tales le había ganado ya la atención admirada de los estudiosos. Fourier le invitó a casa para charlar un rato. El chico quedó fas- cinado por la colección que Fourier poseía de objetos egipcios, re- unidos durante la expedición napoleónica en la que él se había encargado de catalogar los monumentos astronómicos de aquella antigua civilización. Las inscripciones jeroglíficos provocaron una sensación de maravilla en el chico. “¿Pero, qué significan?”, preguntó. “Nadie lo sabe”, fue la respuesta. El nombre del chico era Jean François Champollion. Entusiasmado por el misterio 1 . Fourier es famoso actualmente por su estudio de la propagación del calor en los sólidos, utilizado hoy en día para comprender las propiedades de las superfi- cies de los planetas, y por sus investigaciones sobre las ondas y otros movimientos periódicos: rama de las matemáticas llamada análisis de Fourier.
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    Enciclopedia galáctica 293 dellenguaje que nadie podía leer, se convirtió en un magnífico lin- güista y se sumergió apasionadamente en la antigua escritura egip- cia. En aquella época, Francia estaba inundada de objetos egipcios, robados por Napoleón y puestos luego a disposición de los estudio- sos occidentales. Se publicó la descripción de la expedición y el jo- ven Champollion la devoró. Cuando Champollion era adulto triunfó al fin: se cumplieron sus ambiciones de niño y descifró de modo bri- llante los antiguos jeroglíficos egipcios. Pero hasta 1828, veintisiete años después de su entrevista con Fourier, Champollion no puede desembarcar en Egipto, el país de sus sueños. Allí navegó río arriba hasta El Cairo, siguiendo el curso del Nilo, y rindiendo homenaje a la cultura en cuyo desciframiento había trabajado tan duramente. Era una expedición en el tiempo, una visita a una civilización extra- ña: Llegamos finalmente a Dendera en la tarde del 16. Había una luna magnífica y estábamos a sólo una hora de los Templos. ¿Podría resistir la tentación? Se lo pregunto al más frío de los mortales... Las órdenes del momento fueron cenar y partir in- mediatamente: solos y sin guías, pero armados hasta los dien- tes cruzamos los campos... al fin el Templo apareció ante noso- tros... Se podía medir bien, pero era imposible dar una idea de su grandeza, que unía la gracia y la majestad en grado superla- tivo. Estuvimos allí dos horas en éxtasis, corriendo a través de las enormes salas... y tratando de leer las inscripciones exterio- res a la luz de la luna. No regresamos al barco hasta las tres de la madrugada, para volver al Templo a las siete... Lo que había sido magnífico a la luz de la luna continuaba siéndolo cuando la luz del sol nos reveló todos sus detalles... En Europa no so- mos más que enanos y no hay nación antigua o moderna que haya concebido el arte de la arquitectura en un estilo tan su- blime, grande e imponente como los antiguos egipcios. Lo or- denaron todo para que sirviera a personas de treinta metros de altura. Champollion estaba encantado al ver que podía leer casi sin es- fuerzo las inscripciones de las paredes y columnas de Karnak en Dendera y en todo Egipto. Muchos antes que él habían intentado sin conseguirlo descifrar los hermosos jeroglíficos, palabra que sig- nifica esculturas sagradas. Algunos estudiosos creyeron que era una especie de código de figuras, rico en metáforas turbias, la mayo- ría sobre ojos y líneas onduladas, escarabajos, abejorros y pájaros, especialmente pájaros. Dominaba la confusión. Hubo quienes de Las ruinas de Karnak. Portada de Descri tion de l'Egypte, que Napoleón hizo publicar en 1809 después de su expedi- ción a Egipto. (Cedida por Colecciones Especiales de UCLA.) El templo de Dendera, inundado par- cialmente por las arenas del desierto. Las columnas muestran la cabeza de la diosa Hathor. De Description de l'Egyp- te. (Cedida por Colecciones Especiales de UCLÁ .)
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    294 Cosmos La piedrade Rosetta, hecha de basalto legro de un metro de altura (arriba) muestra a misma inscripción en jeroglí- ficos egipcios, demótico y griego. Cada cartucho en el texto jeroglífico (encima del dedo, en el centro) corresponde al nombre de Tolomeo (Ptolemaios) en el texto griego (encima del dedo, abajo). ducían que los egipcios eran colonos del antiguo Egipto. Otros lle- garon a la conclusión opuesta. Se publicaron enormes volúmenes en folio de traducciones espúreas. Un intérprete echó una ojeada a la piedra de Rosetta, cuya inscripción jeroglífico todavía no se había descifrado, y anunció instantáneamente su significado. Dijo que el rápido desciframiento le permitía “evitar los errores siste- máticos que produce invariablemente la reflexión prolongada”. Dijo que se conseguían mejores resultados si no se pensaba dema- siado. Como sucede actualmente con la búsqueda de vida extrate- rrestre, la especulación sin freno de los aficionados había ahuyen- tado del campo a muchos profesionales. Champollion se opuso a la idea de que los jeroglíficos fueran simples metáforas pictóricas. En lugar de esto, y ayudado por una idea brillante del físico inglés Thomas Young, procedió del modo siguiente: La piedra de Rosetta había sido descubierta en 1799 por un soldado francés que trabajaba en las fortificaciones de la ciudad de Rashid situada en el Delta del Nilo, ciudad que los europeos, que en general ignoraban el árabe, llamaron Rosetta. Era una losa de un templo antiguo que contenía un mensaje que parecía idénti- co en tres escrituras diferentes: con jeroglíficos en la parte supe- rior, con una especie de jeroglífico en cursiva llamado demótico en medio, y como clave del conjunto, en griego en la parte inferior. Champollion, que dominaba el griego antiguo, leyó que la piedra había recibido aquella inscripción para conmemorar la coronación de Tolomeo V Epifanes, en la primavera del año 196 a. de C. En aquella ocasión el rey dejó en libertad a presos políticos, rebajó impuestos, hizo donaciones a los templos, perdonó a rebeldes, me- joró la preparación militar y en definitiva hizo todo lo que harían los gobernantes modernos cuando tienen intención de permanecer en su cargo. El texto griego menciona Tolomeo muchas veces. Aproximada- mente en los mismos puntos del texto jeroglífico hay un conjunto de símbolos rodeados por un oval o cartucho. Champollion razonó que aquello muy probablemente denotaba también a Tolomeo. Si eso era cierto, la escritura no podía ser fundamentalmente picto- gráfica o metafórica, sino que la mayoría de los símbolos tenían que corresponder a letras o sílabas. Champollion tuvo también la presencia de ánimo de contar el número de palabras griegas y el número de jeroglíficos individuales en los supuestos textos equiva- lentes. Los primeros eran mucho menos numerosos, lo cual suge- ría que los jeroglíficos eran principalmente letras y sílabas. Pero ¿qué jeroglíficos correspondían a qué letras? Por fortuna Cham- pollion disponía de un obelisco excavado en File, que incluía el je- roglífico equivalente al nombre griego de Cleopatra. Los dos car- tuchos de Tolomeo y Cleopatra reordenados para poderlos leer de izquierda a derecha aparecen en la página 296. Tolomeo empieza con P en griego (Ptolemaios); el primer símbolo del cartucho es un cuadrado. Cleopatra tiene una P como quinta letra, y en el cartu- cho de Cleopatra hay el mismo cuadrado en la quinta posición. Se trata de una P. La cuarta letra de Tolomeo es una L ¿está represen- tada por el león? La segunda letra de Cleopatra es una L, y en el jeroglífico vuelve a parecer un león. El águila es una A, que apare- ce dos veces en Cleopatra, como era de esperar. Se está perfilando un sistema claro. Una parte significativa de los jeroglíficos egip- cios son un simple código de sustitución. Pero no todo jeroglífico es una letra o una sílaba. Algunos son pictogramas. El final del
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    Enciclopedia galáctica 295 Losrestos del Antiguo Egipto. Encima a la izquierda, una estela faraónica cubierta por las hierbas, en el Valle de los Rey es (fotogra- fía del autor). Arriba a la derecha, los Colo- sos de Memnon, guardianes de un gran tem- plo mortuoriode Amenofis III. El templofue desmontadoy aprovechado para la construc- ción hace 1 900 años. Las acuarelas muestran el aspectoque tenían en el siglodiecinueve los antiguos edificios egipcios, algunos parcialmente enterrados en la arena. Acuarelas encargadas por el Rey de Prusia, FedericoIV. (De R. Lepsius, Denkmaeler... aus Aegypten, 1 849-1859.)
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    296 Cosmos Transliteración deun cartuchode Tolomeo de la piedra de Rosetta y de unode Cleopa- tra del obelisco de File. cartucho de Tolomeo significa “Viviente para siempre, amado del dios Ptah”. El semicírculo y el huevo al final de Cleopatra es un ideograma convencional que significa hija de Isis. La mezcla de letras y de pictogramas causó algunos problemas a los primeros intérpretes. Visto retrospectivamente parece casi fácil. Pero tuvieron que pa- sar muchos siglos para descubrirlo, y quedaba mucho trabajo por hacer, especialmente para descifrar los jeroglíficos de épocas muy anteriores. Los cartuchos eran la clave dentro de la clave, como si los faraones de Egipto hubiesen rodeado con una línea sus propios nombres para facilitar la tarea a los egiptólogos de dos mil años más tarde. Champollion se paseó por la Sala hipóstila de Karnak leyendo tranquilamente las inscripciones que habían intrigado a todo el mundo, respondiendo él mismo a la pregunta que de niño había hecho a Fourier. ¡Qué placer debió causar abrir este canal unilateral de comunicación con otra civilización, permitir que una cultura muda durante milenios hablara de su historia, magia, me- dicina, religión, política y filosofía! Hoy en día estamos buscando mensajes de una civilización anti- gua y exótica, escondida de nosotros no sólo en el tiempo, sino también en el espacio. Si llegáramos a recibir un mensaje de ra- dio de una civilización extraterrestre, ¿cómo podríamos com- prenderlo? Esta inteligencia extraterrestre será elegante, comple- ja, internamente coherente y absolutamente extraña. Como es ló- gico los extraterrestres desearán enviamos un mensaje lo más comprensible posible. Pero, ¿cómo se consigue esto? ¿Hay algo comparable a una piedra de Rosetta interestelar? Creemos que sí existe. Creemos que hay un lenguaje común que han de tener las civilizaciones técnicas, por diferentes que sean. Este lenguaje común es la ciencia y las matemáticas. Las leyes de la naturaleza son idénticas en todas partes. Las formas de los espectros de es- trellas y galaxias lejanas son las mismas que las del Sol o las de experimentos adecuados de laboratorio: no sólo existen los mis- mos elementos químicos en todas partes del universo, sino que las mismas leyes de la mecánica cuántica que gobiernan la absor- ción y emisión de radiación por los átomos son válidas en todas partes. Las galaxias distantes que giran una alrededor de la otra siguen las mismas leyes de la física gravitatoria que gobiernan el movimiento de la caída de una manzana en la Tierra, o la ruta del Voyager hacia las estrellas. Las estructuras de la naturaleza son las mismas en todas partes. Un mensaje interestelar destinado a que lo comprenda una civilización emergente debería ser fácil de descifrar. No esperamos encontrar una civilización técnica avanzada en ningun otro planeta de nuestro sistema solar. Si estuviera atrasa
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    Enciclopedia galáctica 297 dasólo un poco con relación a nosotros –por ejemplo 10 000 años– no dispondría de ningún tipo de tecnología avanzada; si estuviera un poco más avanzada que nosotros –que estamos explorando ya el sistema solar– sus representantes deberían estar ya entre nosotros. Para comunicar con otras civilizaciones necesitamos un método que no sólo sea adecuado para distancias interplanetarias, sino también para distancias interestelares. Lo ideal sería que el método fuese económico, para poder enviar a coste muy bajo enormes cantidades de información; rápido, para hacer posible un diálogo interestelar; y obvio, de modo que cualquier civilización tecnológica, sea cual fuere su camino evolutivo, lo descubra pronto. Es sorprendente, pero este método existe. Se llama radioastronomía. El mayor observatorio semiorientable de radio/radar del planeta Tierra es la instalación de Arecibo, que la Universidad de Cornell opera para la Fundación Nacional de Ciencia. Está situado en el remoto interior dé la isla de Puerto Rico y tiene un diámetro de 305 metros, siendo su superficie reflectante una sección de una esfera aplicada a un valle preexistente en forma de olla. Recibe las ondas de radio de las profundidades del espacio y las enfoca en la antena de alimentación situada muy por encima del disco, que a su vez está conectada electrónicamente con la sala de control, donde la señal es analizada. A su vez, cuando el telescopio se utiliza como transmisor de radar, el brazo de alimentación puede emitir una señal hacia el disco, que la refleja al espacio. El observatorio de Arecibo se ha uti- lizado para la búsqueda de señales inteligentes procedentes de civili- zaciones del espacio y en una sola ocasión para transmitir un men- saje a M13, un cúmulo globular distante de estrellas, y dejar claro, al menos para nosotros, que disponemos de capacidad técnica para participar en los dos extremos de un diálogo interestelar. El observatorio de Arecibo podría transmitir en un período de pocas semanas a un observatorio comparable de un planeta de una estrella próxima toda la Encyclopaedia Britannica. Las ondas de radio se desplazan a la velocidad de la luz, 10 000 veces más rápido que un mensaje incluido en nuestra nave espacial más veloz. Los radiotelescopios generan en gamas estrechas de onda señales tan intensas que pueden detectarse a distancias interestelares inmensas. El observatorio de Arecibo podría comunicarse con un radiotelesco- pio idéntico situado en un planeta a 15 000 años luz de distancia, a medio camino del centro de la galaxia Vía Láctea, si supiéramos exactamente hacia dónde dirigirlo. Y la radioastronomía es una tec- nología natural. Prácticamente toda atmósfera planetario, sea cual fuere su composición, tendría que ser parcialmente transparente a las ondas de radio. Los mensajes de radio no sufren mucha absor- ción o dispersión por el gas situado entre las estrellas, del mismo El observ atorio de radio/radar de Areci- bo en Puerto Rico. El disco hemisférico reflector está coronado por los brazos de alimentación sostenidos por tres grandes obeliscos, dos de los cuales aparecen deformados en la foto de la izquierda, tomada por Bill Ray con una lente de ojo de pez al nivelde los paneles que forman el disco. (Cedidas por el CentroNacional de Astronomía y de la Ionosfera, Univer- sidad de Cornell.)
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    298 Cosmos modo queuna emisora de radio de San Francisco puede oírse fá- cilmente en Los Ángeles aunque la contaminación haya reducido allí la visibilidad en las longitudes de onda ópticas a unos pocos ki- lómetros. Hay muchas fuentes cósmicas de radio que son natura- les y que no tienen ninguna relación con vida inteligente: pulsars y quasars, los cinturones de radiación de los planetas y las atmósfe- ras exteriores de las estrellas; en las primeras fases del desarrollo local de la radioastronomía hay fuentes brillantes de radio a des- cubrir en casi cada planeta. Además la radio representa una frac- ción importante del espectro electromagnético. Cualquier tecno- logía capaz de detectar radiaciones de cualquier longitud de onda tendría que descubrir con bastante rapidez la parte de radio del espectro. Puede haber otros métodos efectivos de comunicación que ten- gan méritos importantes: las naves interestelares, los lásers ópti- cos o infrarrojos, los neutrinos pulsados, las ondas de gravedad moduladas, o algún otro tipo de transmisión que no descubrire- mos ni en mil años. Las civilizaciones avanzadas pueden haberse graduado mucho más allá de la radio en sus propias comunicacio- nes. Pero la radio es potente, barata, rápida y sencilla. Sabrán que una civilización atrasada como la nuestra que desea recibir mensa- jes de los cielos es probable que recurra primero a la tecnología de radio. Quizás tendrán que sacar con ruedas los radiotelescopios de su Museo de Tecnología Antigua. Si tuviéramos que recibir un mensaje de radio, por lo menos tendríamos algo de qué hablar: de radioastronomía. Pero, ¿hay alguien ahí fuera con quien hablar? ¿Es posible, habiendo una tercera parte o una mitad de un billón de estrellas en nuestra galaxia Vía Láctea, que la nuestra sea la única acompa- ñada por un planeta habitado? Es mucho más probable que las ci- vilizaciones técnicas sean una trivialidad, que la galaxia esté pul- sando y vibrando con sociedades avanzadas, y por lo tanto que no esté muy lejos la cultura de este tipo más próxima: quizás esté transmitiendo con antenas instaladas en un planeta de una estrella visible a simple vista, en la casa de al lado. Quizás cuando mira- mos el cielo nocturno, cerca de uno de esos débiles puntos de luz hay un mundo en el cual alguien muy distinto de nosotros esté contemplando distraídamente una estrella que nosotros llamamos Sol y acariciando, sólo por un momento, una insultante especula- ción. Es muy difícil estar seguros. Puede haber impedimentos graves en la evolución de una civilización técnica. Los planetas pueden ser más raros de lo que pensamos. Quizás el origen de la vida no es tan fácil como sugieren nuestros experimentos de laboratorio. Quizás la evolución de formas avanzadas de vida sea improbable. O quizás las formas de vida compleja evolucionan fácilmente pero la inteligencia y las sociedades técnicas requieren un conjunto im- probable de coincidencias: del mismo modo que la evolución de la especie humana dependió del fallecimiento de los dinosaurios y de la recesión de los bosques en la era glacial; de aquellos árboles so- bre los cuales nuestros antepasados se rascaban y se sorprendían vagamente de algo. 0 quizás las civilizaciones nacen de modo repe- tido e inexorable, en innumerables planetas de la Vía Láctea, pero son en general inestables; de modo que sólo una pequeña fracción consigue sobrevivir a su tecnología y la mayoría sucumben a la co- dicia y a la ignorancia, a la contaminación y a la guerra nuclear.
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    Enciclopedia galáctica 299 Esposible continuar explorando este gran tema y hacer una esti- mación basta de N, el número de civilizaciones técnicas avanzadas en la Galaxia. Definimos una civilización avanzada como una civili- zación capaz de tener radioastronomía. Se trata desde luego de una definición de campanario, aunque esencial. Puede haber innumera- bles mundos en los que los habitantes sean perfectos lingüistas o magníficos poetas pero radioastrónomos indiferentes. No oiremos nada de ellos. N puede escribirse como el producto o multiplicación de unos cuantos factores, cada uno de los cuales es un filtro y, por otro lado, cada uno ha de tener un cierto tamaño para que haya un número grande de civilizaciones: N*, número de estrellas en la galaxia Vía Láctea; fp, fracción de estrellas que tienen sistemas planetarios, ne, número de planetas en un sistema dado que son ecológi- camente adecuados para la vida, fl , fracción de planetas adecuados de por sí en los que la vida nace realmente, fi , fracción de planetas habitados en los que una forma in- teligente de vida evoluciona, fc, fracción de planetas habitados por seres inteligentes en los que se desarrolla una civilización técnica comunica- tiva; y fL, fracción de una vida planetario agraciada con una civili- zación técnica. Esta ecuación escrita se lee N = N* fp ne fl fi fc fL. Todas las efes son fracciones que tienen valores entre 0 y 1; e irán reduciendo el valor elevado de N*. Para derivar N hemos de estimar cada una de estas cantidades. Conocemos bastantes cosas sobre los primeros factores de la ecua- ción, el número de estrellas y de sistemas planetarios. Sabemos muy poco sobre los factores posteriores relativos a la evolución de la inte- ligencia o a la duración de la vida de las sociedades técnicas. En estos casos nuestras estimaciones serán poco más que suposiciones. Os invito, si estáis en desacuerdo con las estimaciones que doy, a proponer vuestras propias cifras y ver cómo afectan al número de civilizaciones avanzadas de la Galaxia. Una de las grandes virtudes de esta ecuación, debida originalmente a Frank Drake, de Cornell, es que incluye temas que van desde la astronomía estelar y planetario hasta la química orgánica, la biología evolutiva, la historia, la políti- ca y la psicología anormal. La ecuación de Drake abarca por sí sola gran parte del Cosmos. Conocemos N*, el número de estrellas en la galaxia Vía Láctea, bas- tante bien, por recuentos cuidadosos de estrellas en regiones del cielo, pequeñas pero representativas. Es de unos cuantos centenares de miles de millones; algunas estimaciones recientes lo sitúan en 4 × 1011. Muy pocas de estas estrellas son del tipo de gran masa y corta vida que despilfarran sus reservas de combustible nuclear. La gran mayoría tienen vidas de miles de millones de años o más durante los cuales brillan de modo estable proporcionando una fuente de ener- gía adecuada para el origen y evolución de la vida de planetas cerca- nos. Hay pruebas de que los planetas son un acompañamiento frecuen- te de la formación de estrellas. Tenemos los sistemas de satélites de
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    300 Cosmos Júpiter, Saturnoy Urano, que son como sistemas solares en mi- niatura; las teorías del origen de los planetas; los estudios de estre- llas dobles; las observaciones de los discos de acreción alrededor de estrellas, y algunas investigaciones preliminares de las pertur- baciones gravitatorias de estrellas cercanas. Muchas estrellas, qui- zás la mayoría, pueden tener planetas. Consideramos que la frac- ción de estrellas que tienen planetas, es aproximadamente de 113. Entonces el número total de sistemas planetarios en la galaxia se- ría N* fp ≈ 1.3 x 1011 (el símbolo ≈ significa “aproximadamente igual a”). Si cada sistema tuviera diez planetas, como el nuestro, el número total de mundos en la Galaxia sería de más de un billón, un vasto escenario para el drama cósmico. En nuestro propio sistema solar hay varios cuerpos que pueden ser adecuados para algún tipo de vida: la Tierra seguro, y quizás Marte, Titán y Júpiter. Una vez la vida nace, tiende a ser muy adaptable y tenaz. Tiene que haber muchos ambientes diferentes adecuados para la vida en un sistema planetario dado. Pero esco- jamos de modo conservador ne = 2. Entonces el número de plane- tas en la Galaxia adecuados para la vida resulta: N* fp ne ≈ 3 × 1011. Los experimentos demuestran que la base molecular de la vida, los bloques constructivos de moléculas capaces de hacer copias de sí mismas, se constituye de modo fácil en las condiciones cósmicas más corrientes. Ahora pisamos un terreno menos seguro; puede haber por ejemplo impedimentos en la evolución del código gené- tico, aunque yo creo que esto es improbable después de miles de millones de años de química primigenio. Escogemos fl ≈ 1/3, im- plicando con esto que el número total de planetas en la Vía Láctea en los cuales la vida ha hecho su aparición por lo menos una vez es N* fp ne fl ≈ 1 × 1011, un centenar de miles de millones de mundos habitados. Esta conclusión es de por sí notable. Pero todavía no hemos acabado. La elección de fi y de fc es más difícil. Por una parte tuvieron que darse muchos pasos individualmente improbables en la evolución biológica y en la historia humana para que se desarrollara nuestra inteligencia y tecnología actuales. Por otra parte tiene que haber muchos caminos muy diferentes que desemboquen en una civili- zación avanzada de capacidades específicas. Tengamos en cuenta la dificultad aparente que para la evolución de grandes organismos supone la explosión del cámbrico, y escojamos fi × fc = 1/100; es decir que sólo un uno por ciento de los planetas en los cuales nace la vida llegan a producir una civilización técnica. Esta estimación representa un punto medio entre opiniones científicas opuestas.
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    Enciclopedia galáctica 301 Algunospiensan que el proceso equivalente al que va de la emergencia de los trilobites a la domesticación del fuego se da de modo fulminante en todos los sistemas planetarios; otros piensan que aunque se disponga de diez o de quince mil millo- nes de años, la evolución de civilizaciones técnicas es impro- bable. Se trata de un tema que no permite muchos experimen- tos mientras nuestras investigaciones estén limitadas a un úni- co planeta. Multiplicando todos estos factores obtenemos N* fp ne fl fi fc ≈ 1 × 109, mil millones de planetas donde han apare- cido por lo menos una vez civilizaciones técnicas. Pero esto es muy distinto a afirmar que hay mil millones de planetas en los que ahora existe una civilización técnica. Para ello tenemos que estimar también fL. ¿Qué porcentaje de la vida de un planeta está marcado por una civilización técnica? La Tierra ha albergado una civiliza- ción técnica caracterizada por la radioastronomía desde hace sólo unas décadas, y su vida total es de unos cuantos miles de millones de años. Por lo tanto, si nos limitamos a nuestro pla- neta fL por ahora inferior a 1/108, una millonésima de uno por ciento. No está excluido en absoluto que nos destruyamos mañana mismo. Supongamos que éste fuera un caso típico, y la destrucción tan completa que ninguna civilización técnica más o de la especie humana o de otra especie cualquiera fuera capaz de emerger en los cinco mil millones de años más o me- nos que quedan antes de que el Sol muera. Entonces N = N* fp ne fl fi fc ≈ 10 y en cualquier momento dado sólo habría una reducida cantidad, un puñado, una miseria de civilizaciones técnicas en la Galaxia, y su número se mantendría continua- mente a medida que las sociedades emergentes sustituirían a las que acababan de autoinmolarse. El número N podría in- cluso ser de sólo 1. Si las civilizaciones tienden a destruirse poco después de alcanzar la fase tecnológica, quizás no haya nadie con quien podamos hablar aparte de nosotros mismos, y esto no lo hacemos de modo muy brillante. Las civilizaciones tardarían en nacer miles de millones de años de tortuosa evo- lución, y luego se volatilizarían en un instante de imperdona- ble negligencia. Pero consideremos la alternativa, la perspectiva de que por lo menos algunas civilizaciones aprendan a vivir con una alta tecnología; que las contradicciones planteadas por los capri- chos de la pasada evolución cerebral se resuelvan de modo consciente y no conduzcan a la autodestrucción; o que, aunque se produzcan perturbaciones importantes, queden invertidas
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    302 Cosmos en losmiles de millones de años siguientes de evolución biológica. Estas sociedades podrían vivir hasta alcanzar una próspera vejez, con unas vidas que se medirían quizás en escalas temporales evo- lutivas de tipo geológico o estelar. Si el uno por ciento de las civili- zaciones pueden sobrevivir a su adolescencia tecnológica, escoger la ramificación adecuada en este punto histórico crítico y conse- guir la madurez, entonces fL ≈ 1 / 100, N ≈ 107 , y el número de ci- vilizaciones existentes en la Galaxia es de millones. Por lo tanto, si bien nos preocupa la posible falta de confianza en la estimación de los primeros factores de la ecuación de Drake, que dependen de la astronomía, la química orgánica y la biología evolutiva, la princi- pal incertidumbre afecta a la economía y la política y lo que en la Tierra denominamos naturaleza humana. Parece bastante claro que si la autodestrucción no es el destino predominante de las civi- lizaciones galácticas, el cielo está vibrando suavemente con men- sajes de las estrellas. Estas estimaciones son excitantes. Sugieren que la recepción de un mensaje del espacio es, incluso sin descifrarlo, un signo pro- fundamente esperanzador. Significa que alguien ha aprendido a vivir con la alta tecnología; que es posible sobrevivir a la adoles- cencia tecnológica. Esta razón, con toda independencia del conte- nido del mensaje, proporciona por sí sólo una poderosa justifica- ción para la búsqueda de otras civilizaciones. Si hay millones de civilizaciones distribuidas de modo más o me- nos casual a través de la Galaxia, la distancia a la más próxima es de unos doscientos años luz. Incluso a la velocidad de la luz un mensaje de radio tardaría dos siglos en llegar desde allí. Si hubié- semos iniciado nosotros el diálogo, sería como si Johannes Kepler hubiese preguntado algo y nosotros recibiéramos ahora la respues- ta. Es más lógico que escuchemos en lugar de enviar mensajes, sobre todo porque, al ser novicios en radioastronomía, tenemos que estar relativamente atrasados y la civilización transmisora avanzada. Como es lógico, si una civilización estuviera más avan- zada, las posiciones se invertirían. Estamos en las primeras fases de la búsqueda por radio de otras civilizaciones en el espacio. En una fotografía óptica de un campo denso de estrellas, hay centenares de miles de estrellas. Si nos ba- samos en nuestras estimaciones más optimistas, una de ellas es sede de una civilización avanzada. Pero ¿cuál? ¿Hacia qué estrella tenemos que apuntar nuestros radiotelescopios? Hasta ahora, de los millones de estrellas que pueden señalar la localización de civi- lizaciones avanzadas, sólo hemos examinado por radio unos pocos millares. Hemos llevado a cabo una décima parte de un uno por ciento del esfuerzo necesario. Pero una investigación seria, rigu- rosa y sistemática no puede tardar. Los pasos preparatorios están ya en marcha, tanto en los Estados Unidos como en la Unión Soviética. Es algo relativamente barato: el coste de una unidad naval de tamaño intermedio –por ejem- plo un moderno destructor– sería suficiente para pagar un pro- grama de una década de duración en busca de inteligencias extra- terrestres. Los encuentros benevolentes no han sido lo normal en la historia humana, cuando los contactos transculturales han sido directos y físicos, cosa muy diferente de la recepción de una señal de radio, un contacto tan suave como un beso. Sin embargo, es instructivo examinar uno o dos casos del pasado, por lo menos para calibrar
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    Enciclopedia galáctica 303 nuestrasexpectativas: entre las épocas de las revoluciones nortea- mericana y francesa, Luis XVI de Francia organizó una expedición al océano Pacífico, un viaje con objetivos científicos, geográficos, eco- nómicos y nacionalistas. El comandante era el conde de La Pérouse, un explorador de fama que había luchado a favor de los Estados Unidos en su guerra de Independencia. Enjulio de 1786, casi un año después de hacerse a la mar, alcanzó en la costa de Alaska un lugar llamado hoy Bahía Lituya. El puerto le encantó y escribió sobre él: “Ningún puerto del universo podría ofrecer más ventajas.” La Pé- rouse, en este lugar ejemplar, escribió: Observé la presencia de algunos salvajes, que hacían señales de amistad desplegando y ondeando capas blancas y diferentes pieles. Algunas de las canoas de estos indios estaban pescando en la bahía... [Nos] rodeaban continuamente las canoas de los salvajes, quienes nos ofrecían pescado, pieles de nutria y de otros animales y diversos artículos menores de vestir a cambio de nuestro hierro. Nos sorprendió mucho observar que pare- cían muy acostumbrados a traficar, y que regateaban con noso- tros con tanta habilidad como cualquier comerciante europeo. Los nativos americanos pedían cada vez más a cambio de sus mer- cancías. Recurrieron también al robo, sobre todo de objetos de hie- rro, con la consiguiente irritación de La Pérouse, pero en una oca- sión robaron los uniformes de oficiales de la marina francesa que ellos habían ocultado debajo de sus almohadones cuando dormían por la noche rodeados de guardias armados: una hazaña digna de Harry Houdini. La Pérouse cumplía sus órdenes reales de compor- tarse pacíficamente, pero se quejó de que los nativos creyesen que podíamos aguantarlo todo. Su sociedad le inspiraba desdén, pero no se causó ningún daño serio por parte de una cultura a la otra. La Pérouse, después de aprovisionar sus dos buques, partió de la Bahía de Lituya, para no regresar jamás. La expedición se perdió en el sur del Pacífico en 1788; perecieron La Pérouse y todos los miembros de su tripulación excepto uno. 2 Exactamente un siglo después Cowee, un jefe de los tlingit, relató al antropólogo canadiense G. T. Emmons una historia del primer encuentro de sus antepasados con el hombre blanco, una narración transmitida únicamente de palabra. Los tlingit no tenían documen- tos escritos, ni Cowee había oído hablar nunca de La Pérouse. He aquí una paráfrasis de la historia de Cowee: A fines de una primavera, un grupo importante de tlingit se aventuró hacia Yakutat, al norte, para comerciar con cobre. El hierro era aún más precioso, pero no había modo de conse- guirlo. Al entrar cuatro canoas en la Bahía de Lituya fueron tragadas por las olas. Mientras los supervivientes acampaban y lloraban a sus compañeros perdidos, dos objetos extraños 2. Cuando La Pérouse estaba seleccionando en Francia la tripulación para su buque, hubomuchos jóvenes brillantes que solicitaron ansiosamente formar parte en ella, pero que fueron rechazados. Uno de ellos era un oficial corso de artillería llamado Napoleón Bonaparte. Fue éste un punto de bifurcación interesante en la historia del Mundo. Si La Pérouse hubiese admitido a Bonaparte, quizás no se hubiese descubierto nunca la piedra de Rosetta, Champo1lion no hubiese podido descifrar los jeroglíficos egipcios, y nuestra historia reciente hubiese podidohaber cambiado de modo significativ o en muchos aspectos importantes.
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    304 Cosmos entraron enla Bahía. Nadie sabía qué eran. Parecían gran- des pájaros negros con inmensas alas blancas. Los tlingit creían que el mundo había sido creado por un gran pájaro que a menudo tomaba la forma de un cuervo, un pájaro que había liberado al Sol, la Luna y las estrellas de las cajas don- de estaban prisioneros. Mirar el Cuervo equivalía a quedar convertido en piedra. Los tlingit, asustados, huyeron al bos- que y se escondieron. Pero al cabo de un tiempo, al ver que Los habitantes tlingit de Port Français (actualmente Bahía Lituya, Alaska) donde lean François de Galaup, conde de La Pé- rouse (1741-hacia 1788) tomó tierra en 1 786. (De la obra de L. M. A. D. Milet-Mu- reau Voyage de La Pérouse autour du monde, 1797.) no habían sufrido ningún daño, algunos con más iniciativa se arrastraron hasta fuera y arrollaron hojas de yaro en forma de primitivos telescopios creyendo que esto les impediría convertirse en piedra. A través de la hoja de col parecía que los grandes pájaros estaban plegando sus alas y que rebaños de pequeños mensajeros negros salían de sus cuerpos y se arrastraban sobre sus plumas. Entonces un viejo guerrero, casi ciego, reunió a su gente y anunció que su vida se había cumplido hacía tiempo; estaba decidido, en bien de todos, a comprobar si el Cuervo quería convertir a sus hijos en piedra. Se puso su traje de piel de nutria, se metió en su canoa y le llevaron remando hacia el Cuervo, dentro del mar. Se encaramó encima suyo y oyó ex- trañas voces. Su vista debilitada apenas le permitía distin- guir la gran cantidad de formas negras que se movían ante él. Quizás eran cuervos. Cuando regresó sin daño su gente se amontonó a su alrededor admirada de verle vivo. Le tocaron y le olieron para ver si era realmente él. Después de pensarlo mucho, el anciano se convenció de que aquello no era el dios cuervo que les visitaba sino una canoa gigante construida por personas. Las figuras negras no eran cuervos sino personas de un tipo distinto. Convenció a los tlingit, quienes se deci- dieron a visitar los buques y a intercambiar sus pieles por muchos artículos extraños, especialmente hierro.
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    Enciclopedia galáctica 305 Lostlingit habían preservado en su tradición oral una relación absolutamente reconocible y exacta de su primer encuentro, casi totalmente pacífico, con una cultura extraña. 3 Si algún día entra- mos en contacto con una civilización extraterrestre más avanzada, ¿será el encuentro esencialmente pacífico, aunque poco intenso, como el de los franceses con los tlingit, o seguirá otro prototipo más terrible, en el cual la sociedad algo más avanzada destruye a la so- ciedad técnicamente más atrasada? A principios del siglo dieciséis floreció en el México central una alta civilización. Los aztecas tenían una arquitectura monumental, un sistema elaborado de registro de datos, un arte exquisito y un calendario astronómico superior a cualquiera de Europa. El artista Albrecht Dürer, al ver los objetos que llegaron con los primeros buques cargados de tesoros mexica- nos, escribió en agosto de 1520: “No había visto nunca nada que me alegrara tanto el corazón. He visto... un sol totalmente de oro de una braza entera de ancho [el calendario astronómico azteca]; tam- bién una luna totalmente de plata, de igual tamaño... también dos habitaciones llenas de todo tipo de armamento, armaduras y otras armas admirables, todas las cuales son más hermosas de ver que maravillas.” Los intelectuales quedaron asombrados por los libros aztecas, que según dijo uno de ellos, se parecen casi a los egipcios. Hernán Cortés describió su capital, Tenochtitlán, como una de las ciudades más bellas del mundo... Las actividades y comportamiento Visión azteca de la conquista de México, siglo dieciséis. Los caballos y las armas de fuego, incluyendo "el gran cañón Lombar- do" fueron elementos importantes en la completa derrota infligida por Cortés. Del Lienzo Tlaxcala. (Cedida por Colecciones Especiales UCLA.) 3. La historia de Cowee, el jefe tlingit, demuestra que puede conservarse durante generaciones, incluso en una cultura preliteraria, una narración reconocible del contacto con una civilización avanzada. Si la Tierra hubiese sido visitada hace cen- tenares o millares de años por una civilización extraterrestre avanzada, aunque la cultura contactada hubiese sido preliteraria podríamos esperar con bastante con- fianza quese hubiese conservadoalguna forma reconocible de este contacto. Perono hay ni un solo caso de una leyenda fechada de modo seguro en épocas anteriores pretecnológicas que pueda interpretarse únicamente como un contacto con una civ ilización extraterrestre.
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    306 Cosmos de lagente están a un nivel casi tan elevado como en España, y su organización y ordenación son iguales. Si consideramos que estos pueblos son bárbaros, privados del conocimiento de Dios v de la comunicación con otras naciones civilizadas, es notable ver todo lo que poseen. Dos años después de escribir estas palabras Cortés destruyó totalmente Tenochtitlán junto con el resto de la civiliza- ción azteca. He aquí una relación azteca: Moctezuma [el emperador azteca] quedó conmovido, horro- rizado por lo que oyó. Quedó muy perplejo por su comida, pero lo que le hizo casi desmayarse fue la historia del gran cañón lombardo que obedeciendo a los españoles, lanzaba una descarga que retumbaba al salir. El ruido debilitaba y mareaba a quien lo oía. Salía de él una especie de piedra, se- guida por una lluvia de fuego y de chispas. El humo era as- fixiante, tenía un olor que mareaba, fétido. Y cuando el dis- paro daba contra una montaña la hacía pedazos, la disolvía. Reducía un árbol a aserrín: el árbol desaparecía como lleva- do por un soplo... Cuando contaron todo esto a Moctezuma quedó aterrorizado. Se sintió enfermo. El corazón le fallaba. Continuaron llegando más informes: “No somos tan fuertes como ellos”, dijeron a Moctezuma. “No somos nada comparados El Sol mira impasible mientras los con- quistadores y sus aliados mexicanos -uno de ellos con el tocado ceremonial de un pájaro acuático- hacen una carnicería con los aztecas mal armados y desmoralizados. Del Lienzo Tlaxcala. (Cedida por Coleccio- nes Especiales UCLA.) con ellos”. Los españoles empezaron a recibir el nombre de “Dio- ses llegados de los Cielos”. Sin embargo, los aztecas no se hacían ilusiones sobre los españoles, a los que describían con estas pala- bras: Se apoderaban del oro como si fueran monos, con el rostro congestionado. Era evidente que su sed de oro no tenía lími- tes: querían atiborrarse de oro como cerdos. Iban hurgando
  • 142.
    Enciclopedia galáctica 307 portodas partes, se llevaban los gallardetes de oro y los trasla- daban de un lado a otro, agarrándolos para que no se les esca- paran, balbuceando, contándose necedades unos a otros. Pero sus intuiciones sobre el carácter español no les sirvieron para defenderse. En 1517 se había visto en México un gran cometa. Moc- tezuma, obsesionado por la leyenda del retorno del dios azteca Quetzalcóatl en forma de hombre de piel blanca, que llegaría por el mar oriental, ejecutó rápidamente a sus astrólogos. No habían pre- dicho el cometa, ni lo habían explicado. Moctezuma, convencido del inminente desastre, se volvió distante y melancólico. Una partida armada de 400 europeos y sus aliados nativos, ayudados por la su- perstición de los aztecas y por su propia y superior tecnología venció y destruyó totalmente una alta civilización de un millón de personas. Los aztecas no habían visto nunca un caballo; no había caballos en el Nuevo Mundo. Ellos no habían aplicado la metalurgia del hierro a la guerra. No habían inventado las armas de fuego. Y sin embargo la distancia tecnológica que los separaba de los españoles no era muy grande, quizás de unos cuantos siglos. Somos necesariamente la sociedad técnica más atrasada de la Ga- laxia. Una sociedad más atrasada ya no dispondría de radioastro- nomía. Si la triste experiencia del conflicto cultural en la Tierra fue- ra la norma en la Galaxia, parece que nos tendrían que haber des- truido ya, quizás después de expresar una cierta admiración por Shakespeare, Bach y Vermeer. Pero no ha sido así. Quizás las in- tenciones de los extraterrestres son de una benignidad a toda prue- ba, más afín a La Pérouse que a Cortés. ¿O quizás a pesar de todas las pretensiones sobre ovnis y antiguos astronautas, nuestra civiliza- ción no ha sido descubierta todavía? Por una parte hemos afirmado que si hay una fracción, incluso pe- queña, de civilizaciones técnicas que aprenden a vivir consigo mis- mo y con sus armas de destrucción masiva, tendría que haber ac- tualmente un número enorme de civilizaciones avanzadas en la Ga- laxia. Tenemos ya vuelos interestelares lentos, y pensamos que el vuelo interestelar rápido es un objetivo posible de la especie huma- na. Por otra parte afirmamos que no hay pruebas creíbles sobre visitas a la Tierra, ahora o antes. ¿No es esto una contradicción? Si la civilización más cercana está digamos a 200 años luz de distancia, se necesitan sólo 200 años para ir hasta allí a una velocidad cercana a la de la luz. Incluso a uno por ciento de la velocidad de la luz, los seres procedentes de civilizaciones cercanas podrían haber llegado durante la tenencia de la Tierra por la humanidad. ¿Por qué no es- tán ya aquí? Hay muchas respuestas posibles. Quizás somos los primeros, aunque esto está en contradicción con la herencia de Aris- tarco y de Copérnico. Alguna civilización técnica tiene que ser la primera en emerger en la historia de la Galaxia. Quizás estamos equivocados al creer que hay por lo menos alguna civilización que evita la autodestrucción. Quizás haya algún problema imprevisto que se opone al vuelo espacial; aunque a velocidades muy inferiores a las de la luz parece difícil entender en qué consistiría un impedi- mento de este tipo. 0 quizás estén ya aquí, pero ocultos por respeto a alguna Lex Galáctica, a alguna ética de no interferencia con civiliza- ciones emergentes. Podemos imaginárnoslos curiosos y desapasio- nados, observándonos, como nosotros observaríamos un cultivo bacteriano en un plato de agar, preguntándose si también en este año conseguiremos evitar la autodestrucción.
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    308 Cosmos Representación esquemáticade una civili- zación técnica avanzada que reconstruye su sistema solar formando una cáscara esférica de materia que rodea el Sol local para que la valiosa luz solar no se pierda casi toda en el espacio. Pintura de Jon Lomberg. Pero hay otra explicación que es consistente con todo lo que sa- bemos. Si hace una gran cantidad de años emergió a 200 años luz de distancia una civilización avanzada viajera de las estrellas y no estuvo antes aquí, no tendría motivos para pensar que en la Tie- rra haya algo especial. No hay objeto de la tecnología humana, ni siquiera transmisiones de radio a la velocidad de la luz, que haya tenido tiempo de recorrer 200 años luz. Desde su punto de vista todos los sistemas estelares próximos tienen más o menos igual atractivo para la exploración o la colonización. 4 Una civilización técnica emergente, después de explorar su sis- tema planetario original y de desarrollar el vuelo espacial interes- telar, empezaría a explorar de modo lento y por tanteo las estre- llas cercanas. Algunas estrellas carecerán de planetas adecuados: quizás todos serán mundos gaseosos gigantes o diminutos aste- roides. Otros contarán con un séquito de planetas adecuados, pe- ro algunos estarán ya habitados o la atmósfera será venenosa o el clima inconfortable. En muchos casos los colonos tendrán que cambiar un mundo –o como diríamos en casa, terraformarlo– para hacerlo más adecuado y benigno. La reingenierización de un planeta exigirá tiempo. Ocasionalmente se descubrirá o se colo- nizará un mundo favorable de entrada. La utilización de los re- cursos planetarios para construir localmente naves interestelares será un proceso lento. Al final una misión de exploración y colo- nización en segunda generación partirá hacia estrellas no visita- das todavía. Y de este modo una civilización podrá abrirse paso lentamente entre los mundos, como una enredadera. Es posible que en una época posterior, con colonias de tercer orden u orden superior desarrollando nuevos mundos, se descu- brirá otra civilización independiente en expansión. Es muy posi- ble que hubiera ya contactos por radio o por otros medios remo- tos. Los recién llegados podrían ser un tipo diferente de sociedad colonial. Es imaginable que dos civilizaciones en expansión de exigencias planetarias diferentes se ignoren mutuamente, y que 4. Puede haber muchas motivaciones para ir a las estrellas. Si nuestro Sol o una estrella próxima estuviera a punto de convertirse en supernova, un programa im- portante de v uelos espaciales interestelares podría convertirse de repente en algo atractivo. Si estuviéramos muy avanzados y se descubriera que el núcleogaláctico iba a estallar de modo inminente, podría generarse incluso un interés serio por el v uelo espacial transgaláctico o intergaláctico. Estos fenómenos cósmicos violentos ocurren con la suficiente frecuencia para que no sean raras las civilizaciones nó- madas viajeras del espacio. Incluso así, su llegada hasta nosotros continúa siendo improbable.
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    Enciclopedia galáctica 309 Unagran nube de estrellas en la constelación de Sagitario, en la dirección del centrode la galaxia Vía Láctea.Las pistas de polvo oscurecedor contienen moléculas orgánicas; algunas contienen estrellas en las primeras fases de formación. En esta fotografía hay unos diez millones de estrellas. Según las estimaciones del presente capítulo, una de ellas es el sol de una civilización más av anzada que la nuestra. (Cedida por los observ atorios Hale.)
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    310 Cosmos Tres instantáneasde una película que muestra la difusión, a través de una pequeña región de la galaxia, de una civ ilización viajera del espacio intereste- lar, capaz de desplazarse recorriendo únicamente en cada misión unos cuan- tos años luz. Funda entonces una colonia local que con posterioridad organiza nuevas misiones. (Animación de Dov Jacobson.) sus formas afiligranadas de expansión se entrelacen sin entrar en conflicto. Ambas podrían cooperar en la exploración de una pro- vincia de la Galaxia. Incluso civilizaciones próximas podrían pa-sar millones de años en empresas coloniales de ese tipo, conjun- tas o separadas, sin tropezar nunca con un oscuro sistema solar. Ninguna civilización puede probablemente sobrevivir a una fase de viajes espaciales si no limita antes su número. Cualquier so- ciedad con una notable explosión de población se verá obligada a dedicar todas sus energías y su habilidad técnica a alimentar y cuidar de la población de su planeta de origen. Esta conclusión es muy potente y no se basa en absoluto en la idiosincrasia de una civilización concreta. En cualquier planeta, sea cual fuere su bio- logía o su sistema social, un aumento exponencial de población se tragará todos los recursos. En cambio, toda civilización que se dedique a una exploración y colonización interestelar seria tiene que haber practicado durante muchas generaciones un crecimien- to cero de población o algo muy próximo a él. Pero una civiliza- ción con un ritmo lento en el crecimiento de su población necesi- tará largo tiempo para colonizar muchos mundos, aunque des- pués de encontrar algún fértil Edén se levanten las restricciones que impiden un crecimiento rápido de la población. Mi colega William Newman y yo hemos calculado que si hubiese emergido hace un millón de años una civilización de viajeros es- paciales con un ritmo de crecimiento lento de la población a dos- cientos años luz de distancia y se hubiese extendido hacia el exte- rior colonizando en su camino los mundos adecuados, hasta aho- ra no estarían entrando sus naves estelares de exploración en nuestro sistema solar. Si la civilización más próxima es más joven de lo indicado, todavía no nos habrían alcanzado. Una esfera de doscientos años luz de radio contiene 200 000 soles y quizás un número comparable de mundos de posible colonización. Nuestro sistema solar sería descubierto accidentalmente, si el proceso si- gue un desarrollo normal, después de haberse colonizado 200 000 mundos más, y entonces se comprobaría que contiene una civilización indígena. ¿Qué significa que una civilización tenga un millón de años de edad? Tenemos radiotelescopios y naves espaciales desde hace unas cuantas décadas; nuestra civilización técnica tiene unos cuantos centenares de años de edad, las ideas científicas de tipo moderno unos cuantos milenios, los seres humanos evoluciona- ron en este planeta hace sólo unos millones de años. Si una civili- zación sigue un ritmo semejante en cierto modo a nuestro actual progreso técnico, una edad de millones de años significa estar mucho más avanzados de nosotros que nosotros de un bebé bos- quimano o de un macaco. ¿Podríamos captar siquiera su presen- cia? ¿Estaría interesada en la colonización o en el vuelo intereste- lar una sociedad que nos llevara un millón de años de adelanto? La gente tiene su vida limitada en el tiempo por algún motivo. Un progreso enorme en las ciencias biológicas y médicas permitiría descubrir este motivo y aplicar los remedios correspondientes. ¿Es posible que la razón de nuestro interés por el vuelo espacial sea que nos permite en cierto modo perpetuamos más allá de nuestras vidas limitadas? ¿Podría una civilización compuesta por seres fundamentalmente inmortales considerar la exploración in- terestelar como algo en el fondo propio de niños? Quizás todavía no nos han visitado porque las estrellas están esparcidas de modo
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    Enciclopedia galáctica 311 tanabundante en las profundidades del espacio que una civilización próxima, antes de llegar, ya ha alterado sus motivaciones explorado- ras o ha evolucionado dando formas que no podemos detectar. Un tema estándar de la ciencia ficción y de la literatura sobre ov- nis es suponer que los extraterrestres son más o menos capaces de lo mismo que nosotros. Quizás disponen de un tipo distinto de nave espacial o de un cañón de rayos, pero en las batallas y a la ciencia ficción le gusta describir batallas entre civilizaciones ellos y nosotros estamos más o menos igualados. De hecho es casi imposible que dos civilizaciones galácticas entren en interacción al mismo nivel. En cualquier enfrentamiento una de ellas dominará de modo absoluto a la otra. Un millón de años son muchos años. Si llegara una civiliza- ción avanzada a nuestro sistema solar, seríamos totalmente impo- tentes ante ella. Su ciencia y su tecnología superarían en mucho a la nuestra. Es inútil preocuparse sobre las posibles intenciones malé- volas de una civilización avanzada con la cual podríamos entrar en contacto. Es muy probable que el solo hecho de que hayan sobrevi- vido tanto tiempo demuestra que han aprendido a vivir con ellos mismos y con los demás. Quizás el miedo a un contacto extraterres- tre sea una simple proyección de nuestro retraso, una expresión de nuestra consciencia culpable ante nuestra historia pasada: los estra- gos causados en civilizaciones que estaban sólo algo más atrasadas que las nuestras. Recordemos a Colón y los arawaks, a Cortés y los aztecas, incluso el destino de los tlingit en las generaciones posterio- res a La Pérouse. Lo recordarnos y nos preocupamos. Pero si una armada interestelar aparece en los cielos yo predigo que será muy acomodaticio. Es mucho más probable un tipo de contacto muy diferente: el caso que ya hemos discutido en el cual nosotros recibimos un mensaje rico y complejo, probablemente por radio, procedente de otra civili- zación en el espacio, pero con la cual y por lo menos durante un tiempo no entramos en contacto físico. En este caso la civilización transmisora no dispone de medios para saber si hemos recibido el mensaje. Si encontramos el contenido ofensivo o atemorizador, no estamos obligados a contestar. Pero si el mensaje contiene informa- ción valiosa, las consecuencias para nuestra civilización serán asom- brosas: penetrar en la ciencia y la tecnología de los extraterrestres, su arte, música, política, ética, filosofía y religión, y sobre todo con- seguir una desprovincialización profunda de la condición humana. Veremos qué cosas más son posibles. Creo que la comprensión del mensaje interestelar será la parte más fácil del problema, porque compartiremos ideas científicas y mate- máticas con cualquier otra civilización. La parte difícil será conven- cer al Congreso de los EE. UU. o al Consejo de ministros de la URSS de que dé fondos para la búsqueda de inteligencias extraterrestres. 5 Quizás las civilizaciones puedan dividirse en el fondo en dos grandes categorías: en una de ellas los científicos no consiguen convencer a los no científicos para que autoricen la búsqueda de inteligencias extraterrestres, y las energías se dirigen exclusivamente hacia de- ntro, nadie pone en duda las percepciones convencionales y la so- ciedad titubea y se repliega abandonando las estrellas; y en la otra categoría es aceptada ampliamente la gran visión del contacto con Una civilización colonial interestelar, que se difunde de un sistema estelar a otr6 dando saltos relativamente cortos (verde) se encuentra con otra civiliza- ción (rojo) capaz de realizar viajes más largos. (Animación de Dov Jacobson.) 5. O a otros organismos nacionales. Consideremos esta declaración de un portavoz del departamento británico de Defensa reproducida por el Observer de Londres el 26 de febrerode 1 978: "Cualquier mensaje transmitidodesde el espacioexterior está bajola responsabilidad de la BBC y del Post Office. A ellos corresponde la responsa- bilidad de detectar las emisiones ilegales. "
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    312 Cosmos Mundos hipotéticosde la Encyclopaedia Galactica. Arriba derecha e izquierda: Un planeta y sus dos lunas con sus superficies destruidas por una explosión de una supernova cercana. Centro izquierda y derecha: Un mundo oceánico semejante a la Tierra con dos grandes lunas.Abajoizquierda:Un planeta terrestre con grandes obras de ingeniería visibles en su ladonocturno. Es una civ ilización algo más avanzada que nosotros y que podría enviar nuestro primer mensaje interestelar de radio. Abajo a la dere- cha: Una civilización todavía más avanzada que construye un sistema habitable en anilloalrededor de su planeta madre. (Pintu- ras, respectiv amente, de Rick Sternbach, Dav id Egge, Rick Sternbach, Dav id Egge, John Allison y Jon Lomberg.)
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    314 Cosmos Resumen posiblede una civilización técni- ca de reciente emergencia sacado de la Encyclopaedia Galactica. (Por Jon Lom- berg y el autor.) otras civilizaciones y se emprende una búsqueda de gran enverga- dura. Ésta es una de las pocas empresas humanas en la cual incluso un fracaso es un éxito. Si lleváramos a cabo una búsqueda riguro- sa de señales de radio extraterrestres que abarcara millones de es- trellas y al final no oyéramos nada, podríamos concluir diciendo que las civilizaciones galácticas son como máximo muy raras, y ca- libraríamos nuestro lugar en el universo. El hecho demostraría elocuentemente lo raros que son los seres vivientes de nuestro planeta, y subrayaría de un modo inigualado en la historia huma- na el valor individual de cada ser humano. Si tuviéramos éxito, la historia de nuestra especie y de nuestro planeta cambiaría para siempre. Sería fácil para los extraterrestres hacer un mensaje interestelar artificial carente de ambigüedad. Por ejemplo los primeros núme- ros primos, los números que sólo son divisibles por ellos mismos y por la unidad son 1, 2, 3, 5, 7, 11, 13, 17, 19, 23. Es muy improbable que cualquier proceso físico natural pueda transmitir mensajes de radio que sólo contenga números primos. Si recibiéramos un mensaje de este tipo deduciríamos que allí fuera hay una civiliza- ción que por lo menos se entusiasma con los números primos. Pe- ro el caso más probable es que la comunicación interestelar sea
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    Enciclopedia galáctica 315 unaespecie de palimsesto, como los palimsestos de antiguos escrito- res que no disponían de papiro o piedra suficiente y sobreponían sus mensajes a los ya existentes. Quizás en una frecuencia adyacente o con un ritmo más rápido habrá otro mensaje que será una especie de texto elemental, de introducción al lenguaje del discurso intereste- lar. El texto elemental se irá repitiendo una y otra vez porque la civilización transmisora no sabrá en absoluto cuándo empezaremos a sintonizar el mensaje. Y luego, a un nivel más profundo del palim- sesto, por debajo de la señal de sintonía y del texto elemental, habrá el mensaje real. La tecnología de la radio permite que este mensaje sea increíblemente rico. Quizás cuando lo sintonicemos nos encon- traremos a mitad del volumen 3 267 de la Encyclopaedia Galactica. Descubriremos entonces la naturaleza de otras civilizaciones. Habrá muchas, compuestas cada cual por organismos asombrosa- mente diferentes de cualquier organismo de nuestro planeta. Su visión del universo será algo distinta. Tendrán diferentes funciones artísticas y sociales. Estarán interesadas en cosas que nunca imagi- namos. Al comparar nuestro conocimiento con el suyo, creceremos de modo inmenso. Y después de distribuir la información recién adquirida dentro de la memoria de una computadora, estaremos en disposición de ver qué tipo de civilización vivió en qué lugar de la Galaxia. Imaginemos una gran computadora galáctica, un almacén de información, más o menos al día, sobre la naturaleza y activida- des de todas las civilizaciones de la galaxia Vía Láctea, una gran bi- blioteca de la vida en el Cosmos. Quizás entre las materias conteni- das en la Encyclopaedia Galactica haya un conjunto de resúmenes sobre estas civilizaciones, con una información enigmática, tentado- ra, evocativa, incluso después de haber conseguido traducirla. Al final, y después de haber esperado todo el tiempo que hubiése- mos querido, nos decidiríamos a contestar. Transmitiríamos alguna información sobre nosotros –sólo lo básico para empezar– que sería el inicio de un largo diálogo interestelar, diálogo que nosotros empezaríamos, pero que, a causa de las vastas distancias del espacio interestelar y de la velocidad finita de la luz, sería continuado por nuestros remotos descendientes. Y algún día, en un planeta de una estrella muy distante, un ser muy diferente de nosotros solicitará un ejemplar de la última edición de la Encyclopaedia Galactica y reci- birá un poco de información sobre la última sociedad que entró en la comunidad de civilizaciones galácticas.
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    Un emisario dela Tierra: el Apolo 14 dispuesto para su lanzamiento nocturno a la Luna. El mismo cohete y la misma tecnología nuclear que, mal utilizada, puede provocar un holocausto global, puede llevarnos también a los planetas y las estrellas. (Foto de Dennis Milon.)
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    Capítulo XIII ¿Quién habla ennombre de la Tierra? ¿Por qué motivo tendría que ocuparmeen buscar los secretos de las estrellas si ten- go continuamente, ante mis ojos a la muerte y a la esclavitud? Pregunta planteada a Pitágoras por Anaxímenes (hacia 600 a. de C.), según MONTAIGNE Qué vastitud la de estos orbes y qué poco considerable es comparada con ellos la Tierra, el teatro sobre el cual se juegan todos nuestros poderosos designios, todas nuestras navegaciones, y todas nuestras guerras. Una consideración muy pertinen- te, y materia de reflexión para los reyes y príncipes que sacrifican las vidas de tan- tas personas sólo para halagar su ambición y convertirse en dueños de algún la- mentable rincón de este pequeño lugar. CHRISTIA AN HUYGENS, Nuevas conjeturas referentes a los mundos planetarios, sus habitantes y sus producciones, hacia 1690 “Al mundo entero –agregó nuestro Padre el Sol–, doy mi luz y mi resplandor, doy calor a los hombres cuando tienen frío; hago que sus campos fructifiquen y que su ganado se multiplique;cada día que paso doy la vuelta al mundo para estarmás en- terado de las necesidades del hombre y para satisfacer estas necesidades. Seguid mi ejemplo.” Mito inca incluido en los Comentarios reales de GARCILASO DE LA VEGA, 1556 Miramos hacia el pasado a través de millones incontables de años, y vemos la gran voluntad de vivir que lucha por salir del fango situado entre las mareas, que lucha de forma en forma y de poder en poder, que se arrastra por el suelo y luego camina con confianza sobre él, que lucha de generación en generación por dominar el aire, que se insinúa en las tinieblas de lo profundo; la vemos levantarse contra sí misma con rabia y hambre y cambiar su forma por otra nueva, contemplamos cómo se nos acerca y se hace más parecida a nosotros, cómo se expande, se elabora a sí misma,
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    318 Cosmos persigue suobjetivo inexorable e inconcebible, hasta alcanzamos al final y latir su ser a través de nuestros cerebros y nuestras arterias... Es posi- ble creer que todo el pasado no es más que el principio de un principio, y que todo lo que es y ha sido es sólo el crepúsculo del alba. Es posible creer que todo lo conseguido por la mente humana no es sino el sueño antes del despertar... Surgirán... de nuestro linaje mentes que volverán su atención a nosotros en nuestra pequeñez y nos conocerán mejor de lo que nos conocemos nosotros. Llegará un día, un día en la sucesión infi- nita de días, en que seres, seres que están ahora latentes en nuestros pensamientos y escondidos en nuestros lomos, se erguirán sobre esta tierra como uno se yergue sobre un escambel y reirán y con sus manos alcanzarán las estrellas. H. G. WELLS, “El descubrimiento del futuro” Nature, 65,326(1902) EL COSMOS NO FUE DESCUBIERTO HASTA AYER. Durante un millón de años era evidente para todos que aparte de la Tierra no había ningún otro lugar. Luego, en la última décima parte de un uno por ciento de la vida de nuestra especie, en el instante entre Aris- tarco y nosotros, nos dimos cuenta de mala gana de que no éra- mos el centro ni el objetivo del universo, sino que vivíamos sobre un mundo diminuto y frágil perdido en la inmensidad y en la eternidad, a la deriva por un gran océano cósmico punteado aquí y allí por centenares de miles de millones de galaxias y por mil millones de billones de estrellas. Sondeamos valientemente en las aguas y descubrimos que el océano nos gustaba, que resonaba con nuestra naturaleza. Algo en nosotros reconoce el Cosmos como su hogar. Estamos hechos de ceniza de estrellas. Nuestro origen y evolución estuvieron ligados a distantes acontecimientos cósmicos. La exploración del Cosmos es un viaje para autodescu- brirnos. Como ya sabían los antiguos creadores de mitos, somos hijos tanto del cielo como de la Tierra. En nuestra existencia sobre este planeta hemos acumulado un peligroso equipaje evolutivo, pro- pensiones hereditarias a la agresión y al ritual, sumisión a los lí- deres y hostilidad hacia los forasteros, un equipaje que plantea algunas dudas sobre nuestra supervivencia. Pero también hemos adquirido compasión para con los demás, amor hacia nuestros hijos y hacia los hijos de nuestros hijos, el deseo de aprender de la historia, y una inteligencia apasionada y de altos vuelos: herra- mientas evidentes para que continuemos sobreviviendo y prospe- rando. No sabemos qué aspectos de nuestra naturaleza predomi- narán, especialmente cuando nuestra visión y nuestra compren- sión de las perspectivas están limitadas exclusivamente a la Tie- rra, o lo que es peor a una pequeña parte de ella. Pero allí arriba, en la inmensidad del Cosmos, nos espera una perspectiva inesca- pable. Por ahora no hay signos obvios de inteligencias extrate- rrestres, y esto nos hace preguntamos si las civilizaciones como la nuestra se precipitan siempre de modo implacable y directo hacia la autodestrucción. Las fronteras nacionales no se distinguen cuando miramos la Tierra desde el espacio. Los chauvinismos ét- nicos o religiosos o nacionales son algo difíciles de mantener cuando vemos nuestro planeta como un creciente azul y frágil que se desvanece hasta convertirse en un punto de luz sobre el bastión
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    ¿Quién habla ennombre de la Tierra? 319 La Gran Cadena del Ser. Entre átomos y copos de nieve a la escala de lo muy pequeño, y soles y galaxias a la escala de lo muy grande,los hombres estamos tomandoconciencia de nuestrolugar en el Cosmos. (Pintura de Jon Lomberg.)
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    320 Cosmos y laciudadela de las estrellas. Viajar ensancha nuestras perspec- tivas. Hay mundos en los que nunca nació la vida. Hay mundos que quedaron abrasados y arruinados por catástrofes cósmicas. No- sotros hemos sido afortunados: estamos vivos, somos poderosos, el bienestar de nuestra civilización y de nuestra especie está en nuestras manos. Si no hablamos nosotros en nombre de la Tie- rra, ¿quién lo hará? Si no nos preocupamos nosotros de nuestra supervivencia, ¿quién lo hará? La especie humana está emprendiendo ahora una gran aventura que si tiene éxito será tan importante como la colonización de la tierra o el descenso de los árboles. Estamos rompiendo de modo vacilante y en vía de prueba las trabas de la Tierra: metafórica- mente al enfrentamos con las admoniciones de los cerebros más primitivos de nuestro interior y domarlos, físicamente al viajar a los planetas y escuchar los mensajes de las estrellas. Estas dos empresas están ligadas indisolublemente. Creo que cada una de ellas es condición necesaria para la otra. Pero nuestras energías se dirigen mucho más hacia la guerra. Las naciones, hipnotizadas por la desconfianza mutua, sin casi nunca preocuparse por la es- pecie o por el planeta, se preparan para la muerte. Y lo que hacemos es tan horroroso que tendemos a no pensar mucho en ello. Pero es imposible que resolvamos algo que no tomamos en consideración. Toda persona capaz de pensar teme la guerra nuclear, y todo es- tado tecnológico la está planeando. Cada cual sabe que es una lo- cura, y cada nación tiene una excusa. Hay una siniestra cadena de causalidad: los alemanes estaban trabajando en la bomba al principio de la segunda guerra mundial, y los americanos tuvie- ron que hacer una antes que ellos. Si los americanos tienen la bomba, los soviéticos deben tenerla también, y luego los británi- cos, los franceses, los chinos, los indios, los pakistaníes... Hacia finales del siglo veinte muchas naciones habían reunido armas nucleares. Eran fáciles de idear. El material fisionable podía ro- barse de los reactores nucleares. Las armas nucleares se convir- tieron casi en una industria de artesanía nacional. Las bombas convencionales de la segunda guerra mundial reci- bieron el calificativo de revientamanzanas. Se llenaban con vein- te toneladas de TNT y podían destruir una manzana de casas de una ciudad. Todas las bombas lanzadas sobre todas las ciudades en la segunda guerra mundial sumaron unos dos millones de to- neladas, dos megatones, de TNT: Coventry y Rotterdam, Dresde y Tokio, toda la muerte que llovió de los cielos entre 1939 y 1945, un centenar de miles de revientamanzanas, dos megatones. A fi- nes del siglo veinte, dos megatones era la energía que se liberaba en la explosión de una sola bomba termonuclear más o menos del montón: una bomba con la fuerza destructiva de la segunda gue- rra mundial. Pero hay cientos de miles de armas nucleares. Hacia la novena década del siglo veinte los misiles estratégicos y las fuerzas de bombarderos de la Unión Soviética y de los Estados Unidos apuntaban sus cabezas de guerra a más de 15 000 objeti- vos designados. No había lugar seguro en todo el planeta. La energía contenida en estas armas, en estos genios de la muerte que esperaban pacientemente que alguien restregara las lámpa- ras, era superior a 10 000 megatones: pero con toda su destruc- ción concentrada de modo eficiente, no a lo largo de seis años si
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    ¿Quién habla ennombre de la Tierra? 321 no en unas pocas horas, un revientamanzanas para cada familia del planeta, una segunda guerra mundial nuclear cada segundo durante toda una tarde de ocio. Las causas inmediatas de muerte por un ataque nuclear son la on- da explosiva, que pueden aplanar edificios fuertemente reforzados a muchos kilómetros de distancia, la tempestad de fuego, los rayos gamma y los neutrones que fríen de modo efectivo las entrañas de un transeúnte. Una alumna de escuela que sobrevivió al ataque nu- clear norteamericano contra Hiroshima, el acontecimiento que puso final a la segunda guerra mundial, escribió este relato de primera mano: A través de una oscuridad como el fondo del infierno podía oír las voces de las demás estudiantes que llamaban a sus madres. Y en la base del puente, dentro de una gran cisterna que habí- an excavado, estaba una madre llorando, aguantando por en- cima de su cabeza un bebé desnudo quemado por todo el cuer- po, de color rojo brillante. Y otra madre estaba llorando y so- llozando mientras daba su pecho quemado a su bebé. En la cisterna las estudiantes estaban de pie asomando sólo las cabe- zas encima del agua, con las dos manos apretadas mientras gritaban y chillaban implorando y llamando a sus padres. Pero todas las personas que pasaban sin excepción, estaban heridas y no había nadie, no había nadie a quien pedir ayuda. Y el pelo chamuscado en las cabezas de las personas estaba rizado y blancuzco y cubierto de polvo. No parecía que fueran perso- nas, que fueran seres de este mundo. La explosión de Hiroshima, al contrario de la subsiguiente explo- sión de Nagasaki, fue una explosión en el aire muy por encima de la Precipitación radiactiva en una guerra nuclear. Estos puntos de lanzamiento de misiles balísticos intercontinentales Titán y Minuteman en el Medio oeste norteamericano son, de entre 15 000 objetivos de un intercambio nuclear completo, objetivos probables para un ataque de superficie con un par de armas termonucleares de un megatón. La ener- gía liberada por estas dos únicas explo- siones sería igual a toda la destrucción causada en todo el mundo por toda la av iación de la segunda guerra mundial. La nube de escombros radiactivos sería empujada por los v ientos dominantes hacia la costa oriental de los Estados Unidos, siguiendo el mismo camino de los escombros v olcánicos del monte Santa Helena después de su erupción de 1 980. El contorno exterior de la curva incluye el área donde los fallecimientos debidos únicamente a la precipitación radiactiva superarían el 50 por ciento. Horrores comparables sufriría la Unión Sov iética por la explosión de dos bombas de un megatón, por ejemplo en Ucrania occidental. (Cedido por Scientific Ameri- can. De Limited Nuclear War por Sid- ney D. Drell y Frank Von Hippel. © de Scientific American. Todos los derechos reserv adas.)
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    322 Cosmos superficie, demodo que la lluvia radiactiva fue insignificante. Pe- ro el 1 de marzo de 1954 una prueba con armas termonucleares en Bikini, en las islas Marshall, detonó a un rendimiento superior al esperado. Se depositó una gran nube radiactiva sobre el pequeño atolón de Rongalap, a 150 kilómetros de distancia, donde los habi- tantes compararon la explosión a un Sol levantándose por el Oes- te. Unas horas más tarde la ceniza radiactiva cayó sobre Rongalap como nieve. La dosis media recibida fue de sólo 175 rads, algo in- ferior a la mitad de la dosis necesaria para matar a una persona normal. El atolón estaba lejos de la explosión y no murieron mu- chas personas. Como es lógico, el estroncio radiactivo que comie- ron se concentró en sus huesos y el yodo radiactivo se concentró en sus tiroides. Dos tercios de los niños y un tercio de los adultos desarrollaron más tarde anormalidades tiroideas, retraso en el crecimiento y tumores malignos. Los habitantes de las islas Mars- hall recibieron a cambio cuidados médicos especializados. El rendimiento de la bomba de Hiroshima fue de sólo trece kilo- tones, el equivalente a trece millares de toneladas de TNT. El ren- dimiento de la prueba de Bikini fue de quince megatones. En un intercambio nuclear completo, en el paroxismo de la guerra ter- monuclear, caerían en todo el mundo el equivalente a un millón de bombas de Hiroshima. Si se aplica el porcentaje de mortalidad de Hiroshima de unas cien mil personas muertas por cada arma de trece kilotones, sería suficiente para matar a cien mil millones de personas. Pero a fines del siglo veinte había menos de cinco mil millones de personas en el planeta. Desde luego que en un inter- cambio de este tipo no todo el mundo morirá por la explosión y la tormenta de fuego, la radiación y la precipitación radiactiva, aun- que esta precipitación dura algo más de tiempo: el 90 por ciento del estroncio 90 se habrá desintegrado en 96 años, el 90 por ciento del cesio 137 en 100 años, el 90 por ciento del yodo 131 en sólo un mes. Los supervivientes vivirán consecuencias más sutiles de la gue- rra. Un intercambio nuclear completo quemará el nitrógeno de la parte superior del aire, convirtiéndolo en óxidos de nitrógeno, que a su vez destruirán una porción significativa del ozono en la alta atmósfera, con lo que ésta admitirá una dosis intensa de radiación solar ultravioleta. 1 Este aumento en el flujo ultravioleta se man- tendrá durante años. Producirá cáncer de la piel, preferentemente en personas de piel clara. Y algo más importante: afectará la eco- logía de nuestro planeta de un modo desconocido. La luz ultravio- leta destruye las cosechas. Muchos microorganismos morirán, no sabemos cuáles ni cuántos, o cuáles podrán ser las consecuencias. No sabemos si los organismos muertos estarán precisamente en la base de una vasta pirámide ecológica sobre cuya cima nos balan- ceamos nosotros. El polvo introducido en el aire en un intercambio nuclear com- pleto reflejará la luz solar y enfriará un poco la Tierra. Basta un pequeño enfriamiento para que las consecuencias en la agricultura sean desastrosas. Los pájaros mueren más fácilmente por la ra- diación que los insectos. Las plagas de insectos y los desórdenes 1 . El proceso es semejante, pero mucho más peligroso, que la destrucción de capa de ozono por los gases propulsores fluorocarbónicos de los botes de spray con aerosol, que por ellohan sidoprohibidos por algunas naciones; y semejante al proceso imaginado para explicar la extinción de los dinosaurios después de una explosión de supernov a a unas docenas de años luz de distancia.
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    ¿Quién habla ennombre de la Tierra? 323 agrícolas adicionales que les seguirán serán una consecuencia pro- bable de una guerra nuclear. Hay otro tipo de plaga preocupante: la plaga de los bacilos es endémica en toda la Tierra. A fines del siglo veinte los hombres no fallecían mucho a consecuencia de la plaga, y no porque ésta faltara, sino porque la resistencia era elevada. Sin embargo, la radiación producida en una guerra nuclear debilita el sistema inmunológico del cuerpo, entre sus muchos otros efectos, provocando una disminución de nuestra capacidad para resistir a la enfermedad. A plazo más largo hay mutaciones, nuevas variedades de microbios y de insectos que podrían causar todavía más proble- mas a cualquier superviviente humano de un holocausto nuclear; y quizás al cabo de un tiempo cuando ya ha pasado el tiempo suficien- te para que se recombinen y se expresen las mutaciones recesivas, haya nuevas y horrorizantes variedades de personas. La mayoría de estas mutaciones al expresarse serán letales. Unas cuantas no. Y luego habrá otras agonías: la pérdida de los seres queridos, las le- giones de quemados, ciegos y mutilados; enfermedades, plagas, ve- nenos radiactivos de larga vida en el aire y en el agua, la amenaza de los tumores y de los niños nacidos muertos y malformados; la au- sencia de cuidados médicos, la desesperada sensación de una civili- zación destruida por nada, el conocimiento de que podíamos habe- río impedido y no lo hicimos. L. F. Richardson era un meteorólogo británico interesado en la guerra. Quería comprender sus causas. Hay paralelos intelectuales entre la guerra y el tiempo atmosférico. Los dos son complejos. Los dos presentan regularidades, implicando con ello que no son fuerzas implacables sino sistemas naturales que pueden comprenderse y controlarse. Para comprender la meteorología global hay que reunir primero un gran conjunto de datos meteorológicos; hay que descu- brir cómo se comporta realmente el tiempo. Richardson decidió que el sistema para llegar a comprender la guerra tenía que ser el mis- mo. Por consiguiente reunió datos sobre centenares de guerras acaecidas en nuestro pobre planeta entre 1820 y 1945. Los resultados de Richardson se publicaron póstumamente en una obra llamada Las estadísticas de las disputas mortales. Richardson estaba interesado en saber el tiempo que hay que esperar para que una guerra se lleve un número determinado de víctimas y para ello definió un índice, M, la magnitud de una guerra, la medición del número de muertes inmediatas que causa. Una guerra de magnitud M = 3 podría ser una simple escaramuza, que mataría sólo a mil personas (103). M = 5 o M = 6 denotan guerras más serias, en las que mueren cien mil (105) personas o un millón (106). Las guerras mundiales primera y segunda tuvieron magnitudes superiores. Ri- chardson descubrió que cuantas más personas morían en una guerra menos probable era que ocurriera, y más tiempo pasaría antes de presenciarla, del mismo modo que las tormentas violentas son me- nos frecuentes que un chaparrón. A partir de sus datos podemos construir un gráfico (pág. 326) que muestra el tiempo promedio que habría que haber esperado durante el siglo y medio pasado para presenciar una guerra de magnitud M. Richardson propuso que si se prolonga la curva hasta valores muy pequeños de M, llegando a M = 0, ésta predice de modo aproximado la incidencia mundial de los asesinatos; en algún lugar del mundo alguien es asesinado cada cinco minutos. Según él los asesinatos individuales y las guerras en gran escala son los dos extremos de un continuo, una curva ininterrumpida. Se deduce no sólo en un senti
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    ¿Quién habla ennombre de la Tierra? 325 La siniestra forma de la guerra nuclear: dos explosiones nucleares. Izquierda: Fotografía a gran velocidad de la onda explosiva en expansión de un arma nuclear de fisión. Obsérvense los árboles en silueta.(Cedida por Harold Edgerton, Institutode Tecnología de Massachusetts.)Derecha: La nube en forma de hongode una explosión termonuclear envía las futuras precipitaciones radiactivas a la estratosfera,donde permanecen años. (Cedida por el Departamentode Energía de EE.UU.)
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    326 Cosmos Diagrama deRichardson. El eje horizon- tal muestra la magnitud de una guerra (M=5 significa 105 personas muertas; M=1 0 significa 1010, es decir, toda la población del planeta). El eje vertical indica el tiempo que hay que esperar para que estalle una guerra de magnitud M. La curva se basa en los datos de Ri- chardson referentes a guerras entre 1820 y 1 945. Una extrapolación sencilla sugie- re que se necesitarán unos milaños para llegar a M=10 (1 820 + 1 000 = 2 820). Pero la proliferación de armas nucleares ha desplazado probablemente la curva hacia la zona sombreada, y el tiempo de espera para el Juicio Final puede ser angustiosamente corto. La forma de la curva de Richardson es controlable por nosotros, pero sólo si los hombres están dispuestos a asumir el desarme nuclear y a reestructurar profundamente la comu- nidad planetaria. do trivial sino también según creo en un sentido psicológico muy profundo que la guerra es un asesinato escrito en mayúscula. Cuando nuestro bienestar se ve amenazado, cuando se ven desa- fiadas nuestras ilusiones sobre nosotros mismos, tendremos –por lo menos algunos– a estallar en rabias asesinas. Y cuando las mismas provocaciones se aplican a estados nacionales, también ellos estallan a veces en rabias asesinas, que fomentan con dema- siada frecuencia los que buscan el poder o el provecho personales. Pero a medida que la tecnología del asesinato mejora y que au- menta el castigo de la guerra, hay que hacer que muchas personas sientan simultáneamente rabias asesinas para poder pasar revista a una guerra importante. Pero esto puede generalmente arreglar- se, porque los órganos de comunicación de masas están a menudo en manos del Estado. (La guerra nuclear es la excepción. Puede ponerla en marcha un número muy reducido de personas.) Tenemos aquí un conflicto entre nuestras pasiones y lo que a ve- ces se llama nuestra mejor naturaleza; entre la parte antigua repti- liana y profunda de nuestro cerebro, el complejo R, encargado de las rabias asesinas, y las partes del cerebro mamíferas y humanas evolucionadas más recientemente, el sistema límbico y la corteza cerebral. Cuando los hombres vivían en pequeños grupos, cuando nuestras armas eran relativamente modestas, un guerrero por ra- bioso que estuviera sólo podía matar a unas cuantas personas. A medida que nuestra tecnología mejoró, mejoraron también los medios de guerra. En el mismo breve intervalo también nosotros hemos mejorado. Hemos atemperado con la razón nuestras iras, frustraciones y desesperaciones. Hemos mejorado a una escala planetario injusticias que hasta hace poco eran globales y endémi- cas. Pero nuestras armas pueden matar ahora miles de millones de personas. ¿Hemos mejorado lo bastante rápido? ¿Estamos en- señando la razón del modo más eficaz posible? ¿Hemos estudiado valientemente las causas de la guerra? Lo que se llama a menudo la estrategia de la disuasión nuclear
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    ¿Quién habla ennombre de la Tierra? 327 se caracteriza por basarse en el comportamiento de nuestros antepa- sados no humanos. Henry Kissinger, un político contemporáneo, escribió: “La disuasión depende sobre todo de criterios psicológicos. Para lograr la disuasión un bluff tomado en serio es más útil que una amenaza seria interpretada como un bluff.” Sin embargo, un efecti- vo bluff nuclear incluye posturas ocasionales de irracionalidad, un distanciamiento de los horrores de la guerra nuclear. De este modo el enemigo potencial se ve tentado a someterse en los puntos en dis- puta en lugar de desencadenar una confrontación real, que el aura de irracionalidad ha hecho plausible. El riesgo principal al adoptar una pose creíble de irracionalidad es que para tener éxito en el en- gaño hay que ser muy bueno. Al cabo de un rato uno se acostumbra. Y deja de ser un engaño. El equilibrio global de terror, promovido por los Estados Unidos y la Unión Soviética, tiene como rehenes a los ciudadanos de la Tierra. Cada parte traza unos límites a la conducta permisible de la otra. El enemigo potencial recibe la seguridad de que transgredir el límite supone una guerra nuclear. Sin embargo, la definición del límite va cambiando con el tiempo. Cada parte ha de tener confianza en que la otra entiende los nuevos límites. Cada parte está tentada de au- mentar su ventaja militar, pero no de forma tan pronunciada que alarme seriamente al otro. Cada parte explora continuamente los límites de la tolerancia de la otra, como los vuelos de bombarderos nucleares sobre los desiertos árticos, la crisis de los misiles en Cuba, las pruebas de armas antisatélite, las guerras de Vietnam y Afganis- tán: unas cuantas partidas de una lista larga y dolorosa. El equili- brio global de terror es un equilibrio muy delicado. Depende de que las cosas no se estropeen, de que no se cometan errores, de que las pasiones reptilianas no se exciten seriamente. Volvemos pues a Richardson. En el diagrama la línea continua es el tiempo que hay que esperar para una guerra de magnitud M, es decir el tiempo medio que tendríamos que esperar para presenciar una guerra que mate a 10M personas (donde M representa el número de ceros después del uno en nuestra aritmética exponencial usual). Aparece también como una barra vertical a la derecha del diagrama la población mundial en años recientes, que alcanzó mil millones de personas (M = 9) hacia 1835 y que es ahora de unos 4 500 millones de personas (M = 9.7). Cuando la curva de Richardson intersecta a la barra vertical tenemos especificado el tiempo que hay que esperar para el día del Juicio final, los años que transcurrirán hasta que la población de la Tierra sea destruida en una gran guerra. De acuerdo con la curva de Richardson y la extrapolación más simple sobre el crecimiento futuro de la población humana, las dos curvas no se cortan hasta el siglo treinta, más o menos y el Juicio final queda aplazado. Pero la segunda guerra mundial fue de magnitud 7.7 y murieron en ella unos cincuenta millones de personas, personal militar y no combatientes. La tecnología de la muerte avanzó de modo siniestro. Se usaron por primera vez armas nucleares. Hay pocos indicios de que las motivaciones y las propensiones hacia la guerra hayan dis- minuido desde entonces, y tanto las armas convencionales como las nucleares se han hecho mucho más mortíferas. Por lo tanto la parte superior de la curva de Richardson se está desplazando hacia abajo en una cantidad desconocida. Si su nueva posición ha quedado en algún punto de la región sombreada de la figura, disponemos sola- mente de unas cuantas décadas más hasta el día del Juicio final.
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    328 Cosmos Una comparaciónmás detallada de la incidencia de las guerras antes y después de 1945 podría esclarecer esta cuestión. El tema no es en absoluto trivial. Es ésta otra manera sencilla de decir lo que ya sabemos desde hace décadas: el desarrollo de las armas nucleares y sus sistemas de entrega provocarán más tarde o más temprano un desastre global. Muchos de los científicos norteamericanos y europeos emigrados que desarrollaron las primeras armas nucleares que- daron anonadados por el demonio que habían dejado suelto en el mundo. Apelaron en favor de la abolición global de las armas nucleares. Pero nadie les hizo caso: la perspectiva de una venta- ja estratégica nacional galvanizó tanto a la URSS como a los Es- tados Unidos y empezó la carrera de armas nucleares. Durante el mismo período hubo un floreciente tráfico interna- cional de las devastadoras armas no nucleares que se califican tímidamente de convencionales. En los últimos veinticinco años, el comercio internacional de armas ha subido desde 300 millones de dólares a mucho más de 20 000 millones, cifra ésta corregida de inflación. En los años entre 1950 y 1968, para los cuales parece que se dispone de buenas estadísticas, hubo, en promedio y en todo el mundo, varios accidentes por año con par- ticipación de armas nucleares, aunque quizás no más de una o dos explosiones nucleares accidentales. Los grupos de presión armamentista de la Unión Soviética, de los Estados Unidos y de otras naciones son grandes y poderosos. En los Estados Unidos incluyen a empresas importantes, famosas por sus productos ca- si hogareños. Según una estimación, los beneficios de las em- presas que fabrican armas militares son de un 30% a un 50% su- periores a los de empresas en un mercado civil igualmente tec- nológico pero competitivo. Aumentos de coste en los sistemas de armas militares son aceptados en una escala que sería inacep- table en la esfera civil. En la Unión Soviética los recursos, cali- dad, atención y cuidados prodigados a la producción militar con- trastan fuertemente con lo poco que queda para los bienes de consumo. Según algunas estimaciones casi la mitad de los cien- tíficos y altos tecnólogos de la Tierra están empleados de modo total o parcial en cuestiones militares. Quienes participan en el desarrollo y fabricación de armas de destrucción masiva reciben salarios, participación en el poder e incluso si es posible honores públicos en los niveles más altos existentes en sus sociedades respectivas. El secreto que envuelve el desarrollo de armas, lle- vado a extremos extravagantes en la Unión Soviética, implica que las personas con estos empleos casi nunca tienen que acep- tar la responsabilidad de sus acciones. Están protegidos y son anónimos. El secreto militar hace que lo militar sea en cualquier sociedad el sector más difícil de controlar por los ciudadanos. Si ignoramos lo que hacen, es muy difícil detenerlos. Los premios son tan sustanciosos, y los grupos de presión militares de países hostiles mantienen un abrazo mutuo tan siniestro, que al final el mundo descubre que se está deslizando hacia la destrucción de- finitiva de la empresa humana. Cada gran potencia tiene alguna justificación ampliamente di- fundida para conseguir y almacenar armas de destrucción masi- va, a menudo incluyendo un recordatorio reptiliano del supuesto carácter y de los defectos culturales de enemigos potenciales (al contrario de nosotros, gente sana), o de las intenciones de los
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    ¿Quién habla ennombre de la Tierra? 329 demás, y nunca de las nuestras, de conquistar el mundo. Cada na- ción parece tener su conjunto de posibilidades prohibidas, en las que hay que prohibir a toda costa que sus ciudadanos y partidarios piensen seriamente. En la Unión Soviética están el capitalismo, Dios, y la renuncia a la soberanía nacional; en los Estados Unidos, el socialismo, el ateísmo y la renuncia a la soberanía nacional. Sucede lo mismo en todo el mundo. ¿Cómo explicaríamos la carrera global de armas a un observador extraterrestre desapasionado? ¿Cómo justificaríamos los desarrollos desestabilizadores más recientes de los satélites matadores, las ar- mas con rayos de partículas, lásers, bombas de neutrones, misiles de crucero, y la propuesta de convertir áreas equivalentes a pequeños países en zonas donde esconder misiles balísticas intercontinentales entre centenares de señuelos? ¿Afirmaremos que diez mil cabezas nucleares con sus correspondientes objetivos pueden aumentar nuestras perspectivas de supervivencia? ¿Qué informe presentaría- mos sobre nuestra administración del planeta Tierra? Hemos oído las racionalizaciones que aducen las superpotencias nucleares. Sa- bemos quién habla en nombre de las naciones. Pero ¿quién habla en nombre de la especie humana? ¿Quién habla en nombre de la Tie- rra? Unas dos terceras partes de la masa del cerebro humano están en la corteza cerebral, dedicada a la intuición y a la razón. Los hombres hemos evolucionado de modo gregario. Nos encanta la compañía de los demás; nos preocupamos los unos de los otros. Cooperamos. El altruismo forma parte de nuestro ser. Hemos descifrado brillante- mente algunas estructuras de la Naturaleza. Tenemos motivaciones suficientes para trabajar conjuntamente y somos capaces de idear el sistema adecuado. Si estamos dispuestos a incluir en nuestros cál- culos una guerra nuclear y la destrucción total de nuestra sociedad global emergente, ¿no podríamos también imaginar la reestructura- ción total de nuestras sociedades? Desde una perspectiva extrate- rrestre está claro que nuestra civilización global está a punto de fra- casar en la tarea más importante con que se enfrenta: la preserva La atmósfera superior del planeta Tierra, v ista al anochecer. Una guerra nuclear total destruiría parcialmente la capa protectora de ozono y la estratosfera se llenaría de escombros radiactivos. Un v isitantede otromundopreferiría quizás pasar de largo. {Cedida por la NASA.)
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    330 Cosmos ción delas vidas y del bienestar de los ciudadanos del planeta. ¿No deberíamos pues estar dispuestos a explorar vigorosamente en ca- da nación posibles cambios básicos del sistema tradicional de hacer las cosas, un rediseño fundamental de las instituciones eco- nómicas, políticas, sociales y religiosas? Enfrentados con una alternativa tan inquietante, nos sentimos tentados continuamente a minimizar la gravedad del problema, de afirmar que quienes se inquietan por el día del Juicio son unos alarmistas; de asegurar que los cambios fundamentales en nues- tras instituciones no son prácticos o están en contra de la “natura- leza humana”, como si la guerra nuclear fuera práctica, o como si sólo hubiera una naturaleza humana. Una guerra nuclear a toda escala no se ha dado nunca. Se supone de algún modo que según esto no se dará nunca. Pero sólo podemos pasar una vez por esta experiencia. En aquel momento será demasiado tarde para refor- mular la estadística. Los Estados Unidos son uno de los pocos gobiernos que apoyan realmente una agencia destinada a invertir el curso de la carrera de armamentos. Pero los presupuestos comparados del Departa- mento de Defensa (1 5 3 000 millones de dólares por año en 1980) y de la Agencia para el Control de Armas y el Desarme (18 millones de dólares por año) nos recuerdan la importancia relativa que hemos asignado a las dos actividades. ¿No gastaría más dinero una sociedad racional en comprender y prevenir que en prepararse pa- ra la siguiente guerra? Es posible estudiar las causas de la guerra. Actualmente nuestra comprensión de ella es limitada, probable- mente porque los presupuestos de desarme desde la época de Sar- gón de Akkad han sido entre inefectivos e inexistentes. Los mi- crobiólogos y los médicos estudian las enfermedades principal- mente para curar a las personas. Raramente se dedican a hacer propaganda del patógeno. Estudiamos la guerra como si fuera una enfermedad de la infancia, como la denominó Einstein de modo pertinente. Hemos alcanzado el punto en que la proliferación de las armas nucleares y la resistencia contra el desarme nuclear amenazan a todas y cada una de las personas del planeta. Ya no hay intereses especiales o casos especiales. Nuestra supervivencia depende de que comprometamos nuestra inteligencia y nuestros recursos en una escala masiva para asumir nuestro propio destino, para garantizar que la curva de Richardson no se desplace hacia la derecha. Nosotros, los rehenes nucleares –todos los pueblos de la Tierra– tenemos que educarnos sobre la guerra convencional y nuclear. Luego tenemos que educar a nuestros gobiernos. Tenemos que aprender la ciencia y la tecnología que proporcionan las únicas herramientas concebibles de nuestra supervivencia. Tenemos que estar dispuestos a desafiar valientemente la sabiduría convencio- nal social, política, económica y religiosa. Tenemos que hacer to- dos los esfuerzos posibles para comprender que nuestros compa- ñeros, que los ciudadanos de todo el mundo, son humanos. No hay duda que estos pasos son difíciles. Pero como replicó Einstein muchas veces cuando alguien rechazaba sus sugerencias por no prácticas o no consistentes con la naturaleza humana: ¿Qué otra alternativa hay? Es característico de los mamíferos que acaricien a sus hijos, con el hocico o con las manos, que los abracen, los soben, los mimen,
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    ¿Quién habla ennombre de la Tierra? 331 los cuiden y los amen, un comportamiento que es esencialmente desconocido entre los reptiles. Si es realmente cierto que el comple- jo R y el sistema límbico viven en una tregua incómoda dentro de nuestros cráneos y que continúan compartiendo sus antiguas predi- lecciones, podríamos esperar que la indulgencia paterna animara nuestras naturalezas de mamífero y que la ausencia de afecto físico impulsara el comportamiento reptiliano. Algunas pruebas apuntan en este sentido. Harry y Margaret Harlow han descubierto en expe- riencias de laboratorio que los monos criados enjaulas y físicamente aislados aunque pudiesen ver, oír y oler a sus compañeros simios desarrollaban toda una gama de características taciturnas, retiradas, autodestructivas y en definitiva anormales. Se observa lo mismo en los hijos de personas que se han criado sin afecto físico –normalmente en instituciones– donde es evidente que sufren mu- cho. El neurosicólogo James W. Prescott ha llevado a cabo un análisis estadístico transcultural sorprendente de 400 sociedades preindus- triales y ha descubierto que las culturas que derrochan afecto físico en sus hijos tienden a no sentir inclinación por la violencia. Incluso las sociedades en las que no se acaricia mucho a los niños desarro- llan adultos no violentos siempre que no repriman la actividad sexual de los adolescentes. Prescott cree que las culturas con pre- disposición a la violencia están compuestas por individuos a los que se ha privado de los placeres del cuerpo durante por lo menos una de las dos fases críticas de la vida, la infancia y la adolescencia. Allí donde se fomenta el cariño físico, son apenas visibles el robo, la reli- gión organizada y las ostentaciones envidiosas de riqueza; donde se castiga físicamente a los niños tiende a haber esclavitud, homicidios frecuentes, torturas y mutilaciones de los enemigos, cultivo de la inferioridad de la mujer, y la creencia en uno o más seres sobrenatu- rales que intervienen en la vida diaria. No comprendemos de modo suficiente la conducta humana para estar seguros de los mecanismos en que se basan estas relaciones, aunque podemos suponerlos. Pero las correlaciones son significati- vas. Prescott escribe: “La probabilidad de que una sociedad se vuelva físicamente violenta si es físicamente cariñosa con sus hijos y tolera el comportamiento sexual premarital es del dos por ciento. La probabilidad de que esta relación sea causal es de 125000 contra uno. No conozco otra variable del desarrollo que tenga un grado tan elevado de validez predictiva.” Los niños tienen hambre de afecto físico; los adolescentes sienten un fuerte impulso hacia la actividad sexual. Si los jóvenes pudiesen decidir quizás se desarrollarían so- ciedades en las que los adultos tolerarían poco la agresión, la territo Madres sustitutas para monos. Las crías de mono, si pueden escoger entre dos madres sustitutas ―una estructura de alambre equipada con una botella de leche, y la misma estructura cubierta de paño y con una botella de leche― esco- gen sin dudar esta última.Los hombres y los demás primates tienen una necesi- dad, genéticamente determinada, de interacción social y de amor y calor físi- cos. (Cedida por Harry F. Harlow, Labo- ratorio de Primates de la Universidad de Wisconsin.)
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    332 Cosmos rialidad, elritual y la jerarquía social (aunque en el curso de su crecimiento los niños podrían muy bien experimentar estos comportamientos reptilianos). Si Prescott está en lo cierto, en una era de armas nucleares y de contraceptivos eficientes, los abusos contra los niños y la represión sexual severa son críme- nes contra la humanidad. Está claro que se necesita ahondar más en esta tesis provocativa. Mientras tanto cada uno de noso- tros puede contribuir de modo personal y no polémico al futuro del mundo abrazando tiernamente a nuestros niños. Si las inclinaciones hacia la esclavitud y el racismo, la misogi- nia y la violencia están relacionadas –tal como sugieren el carác- ter individual y la historia humana, así como los estudios trans- culturales–, queda margen para un poco de optimismo. Todos estamos rodeados por cambios recientes y fundamentales de la sociedad. En los dos últimos siglos se ha eliminado casi del to- do, en una revolución que ha conmovido a todo el planeta, la ab- yecta esclavitud, con sus miles o más años de vida. Las mujeres, tratadas durante milenios con aire protector, privadas tradicio- nalmente de poder político y económico real, se están convir- tiendo paulatinamente, incluso en las sociedades más atrasadas, en compañeras iguales de los hombres. Por primera vez en la historia moderna, se consiguió detener grandes guerras de agre- sión gracias en parte a la revulsión experimentada por los ciuda- danos de las naciones agresoras. Las antiguas exhortaciones en bien del fervor nacionalista y del orgullo patriotero han empeza- do a perder su efectividad. Los niños reciben un trato mejor en todo el mundo, quizás gracias al aumento del nivel de vida. En unas pocas décadas han empezado a producirse cambios globa- les radicales en la dirección precisa para la supervivencia huma- na. Se está desarrollando una nueva consciencia que reconoce que somos una especie. “La superstición es cobardía ante lo Divino”, escribió Teofras- to, que vivió durante la fundación de la Biblioteca de Alejandría. Habitamos un universo donde los átomos se fabrican en los cen- tros de las estrellas, donde cada segundo nacen mil soles, donde la vida nace entre estallidos gracias a la luz solar y a los relámpa- gos en los aires y las aguas de planetas jóvenes; donde la materia prima de la evolución biológica se fabrica a veces en la explosión de una estrella a medio camino del centro de la Vía Láctea, don- de una cosa tan bella como una galaxia se forma cien mil millo- nes de veces: un Cosmos de quasars y de quarks, de copos de nieve y de luciérnagas, donde puede haber agujeros negros y otros universos y civilizaciones extraterrestres cuyos mensajes de radio pueden estar alcanzando en este momento la Tierra. ¡Qué pálidas son en comparación con esto las pretensiones de la superstición y de la seudociencia! ¡Qué importante es que haga- mos progresar y comprendamos la ciencia, esta empresa caracte- rísticamente humana! Cada aspecto de la naturaleza revela un profundo misterio y provoca en nosotros una sensación de maravilla y de reverencia. Teofrasto estaba en lo cierto. Quienes se asustan del universo tal como es, quienes proclaman un conocimiento inexistente y con- ciben un Cosmos centrado en los seres humanos, preferirán los consuelos pasajeros de la superstición. En vez de enfrentarse con el mundo, lo evitan. Pero quienes tienen el valor de explorar el tejido y la estructura del Cosmos, incluso cuando defiere de
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    ¿Quién habla ennombre de la Tierra? 333 modo profundo de sus deseos y prejuicios, penetrarán en sus miste- rios más profundos. No hay ninguna otra especie en la Tierra que haga ciencia. Hasta ahora es una invención totalmente humana, que evolucionó por se- lección natural en la corteza cerebral por una sola razón: porque funciona. No es perfecta. Puede abusarse de ella. Es sólo una herramienta. Pero es con mucho la mejor herramienta de que dis- ponemos, que se autocorrige, que sigue funcionando, que se aplica a todo. Tiene dos reglas. Primera: no hay verdades sagradas; todas las suposiciones se han de examinar críticamente; los argumentos de autoridad carecen de valor. Segunda: hay que descartar o revisar todo lo que no cuadre con los hechos. Tenemos que comprender el Cosmos tal como es y no confundir lo que es con lo que queremos que sea. Lo obvio es a veces falso, lo inesperado es a veces cierto. Las personas comparten en todas partes los mismos objetivos cuan- do el contexto es lo suficientemente amplio. Y el estudio del Cosmos proporciona el contexto más amplio posible. La actual cultura glo- bal es una especie de arrogante advenedizo. Llega a la escena plane- tario siguiendo a otros actos que han tenido lugar durante cuatro mil quinientos millones de años, y después de echar un vistazo a su al- rededor, en unos pocos miles de años, se declara en posesión de ver- dades eternas. Pero en un mundo que está cambiando tan de prisa como el nuestro, esto constituye una receta para el desastre. No es imaginable que ninguna nación, ninguna religión, ningún sistema económico, ningún sistema de conocimientos tenga todas las res- puestas para nuestra supervivencia. Ha de haber muchos sistemas sociales que funcionarían mucho mejor que los existentes hoy en día. Nuestra tarea, dentro de la tradición científica, es encontrarlos. Sólo en un punto de la historia pasada hubo la promesa de una. civilización científica brillante. Era beneficiaria del Despertar jóni- co, y tenía su ciudadela en la Biblioteca de Alejandría, donde hace 2 000 años las mejores mentes de la antigüedad establecieron las ba- ses del estudio sistemático de la matemática, la física, la biología, la Reconstrucción de los armarios de la Gran Biblioteca de Alejandría. En su época de máximo esplendor contenía más de medio millón de volúmenes, casi todos los cuales se han perdido irreme- diablemente. astronomía, la literatura, la geografía y la medicina. Todavía esta- mos construyendo sobre estas bases. La Biblioteca fue construida y sostenida por los Tolomeos, los reyes griegos que heredaron la por
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    334 Cosmos ción egipciadel imperio de Alejandro Magno. Desde la época de su creación en el siglo tercero a. de C. hasta su destrucción siete si- glos más tarde, fue el cerebro y el corazón del mundo antiguo. Alejandría era la capital editorial del planeta. Como es lógico no había entonces prensas de imprimir. Los libros eran caros, cada uno se copiaba a mano. La Biblioteca era depositaria de las copias más exactas del mundo. El arte de la edición crítica se inventó allí. El Antiguo Testamento ha llegado hasta nosotros principalmente a través de las traducciones griegas hechas en la Biblioteca de Ale- jandría. Los Tolomeos dedicaron gran parte de su enorme riqueza a la adquisición de todos los libros griegos, y de obras de África, Persia, la India, Israel y otras partes del mundo. Tolomeo III Evergetes quiso que Atenas le dejara prestados los manuscritos originales o las copias oficiales de Estado de las grandes tragedias antiguas de Sófocles, Esquilo y Eurípides. Estos libros eran para los atenienses una especie de patrimonio cultural; algo parecido a las copias manuscritas originales y a los primeros folios de Sha- kespeare en Inglaterra. No estaban muy dispuestos a dejar salir de sus manos ni por un momento aquellos manuscritos. Sólo acepta- ron dejar en préstamo las obras cuando Tolomeo hubo garantiza- do su devolución con un enorme depósito de dinero. Pero Tolo- meo valoraba estos rollos más que el oro o la plata. Renunció ale- gremente al depósito y encerró del mejor modo que pudo los ori- ginales en la Biblioteca. Los irritados atenienses tuvieron que con- tentarse con las copias que Tolomeo, un poco avergonzado, no mucho, les regaló. En raras ocasiones un Estado ha apoyado con tanta avidez la búsqueda del conocimiento. Los Tolomeos no se limitaron a recoger el conocimiento conoci- do, sino que animaron y financiaron la investigación científica y de este modo generaron nuevos conocimientos. Los resultados fue- ron asombrosos: Eratóstenes calculó con precisión el tamaño de la Tierra, la cartografió, y afirmó que se podía llegar a la India nave- gando hacia el oeste desde España. Hiparco anticipó que las estre- llas nacen, se desplazan lentamente en el transcurso de los siglos y al final perecen; fue el primero en catalogar las posiciones y mag- nitudes de las estrellas y en detectar estos cambios. Euclides creó un texto de geometría del cual los hombres aprendieron durante veintitrés siglos, una obra que ayudaría a despertar el interés de la ciencia en Kepler, Newton y Einstein. Galeno escribió obras bási- cas sobre el arte de curar y la anatomía que dominaron la medici- na hasta el Renacimiento. Hubo también, como hemos dicho, mu- chos más. Alejandría era la mayor ciudad que el mundo occidental había visto jamás. Gente de todas las naciones llegaban allí para vivir, comerciar, aprender. En un día cualquiera sus puertos estaban atiborrados de mercaderes, estudiosos y turistas. Era una ciudad donde griegos, egipcios, árabes, sirios, hebreos, persas, nubios, fe- nicios, italianos, galos e íberos intercambiaban mercancías e ideas. Fue probablemente allí donde la palabra cosmopolita consiguió tener un sentido auténtico: ciudadano, no de una sola nación, sino del Cosmos. 2 Ser un ciudadano del Cosmos... Es evidente que allí estaban las semillas del mundo moderno. ¿Qué impidió que arraigaran y florecieran? ¿A qué se debe que Oc 2. La palabra cosmopolita fue inventada por Diógenes, el filósofo racionalista y críticode Platón.
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    ¿Quién habla ennombre de la Tierra? 335 cidente se adormeciera durante mil años de tinieblas hasta que Co- lón y Copérnico y sus contemporáneos redescubrieron la obra hecha en Alejandría? No puedo daros una respuesta sencilla. Pero lo que sí sé es que no hay noticia en toda la historia de la Biblioteca de que alguno de los ilustres científicos y estudiosos llegara nunca a desa- fiar seriamente los supuestos políticos, económicos y religiosos de su sociedad. Se puso en duda la permanencia de las estrellas, no la justicia de la esclavitud. La ciencia y la cultura en general estaban reservadas para unos cuantos privilegiados. La vasta población de la ciudad no tenía la menor idea de los grandes descubrimientos que tenían lugar dentro de la Biblioteca. Los nuevos descubrimientos no fueron explicados ni popularizados. La investigación les benefició poco. Los descubrimientos en mecánica y en la tecnología del vapor se aplicaron principalmente a perfeccionar las armas, a estimular la superstición, a divertir a los reyes. Los científicos nunca captaron el potencial de las máquinas para liberar a la gente. 3 Los grandes lo- gros intelectuales de la antigüedad tuvieron pocas aplicaciones prác- ticas inmediatas. La ciencia no fascinó nunca la imaginación de la multitud. No hubo contrapeso al estancamiento, al pesimismo, a la entrega más abyecta al misticismo. Cuando al final de todo, la chusma se presentó para quemar la Biblioteca no había nadie capaz de detenerla. El último científico que trabajó en la Biblioteca fue una matemáti- ca, astrónomo, física y jefe de la escuela neoplatónica de filosofía: un extraordinario con unto de logros para cualquier individuo de cual- quier época. Su nombre era Hipatia. Nació en el año 370 en Ale- jandría. Hipatia, en una época en la que las mujeres disponían de pocas opciones y eran tratadas como objetos en propiedad, se movió libremente y sin afectación por los dominios tradicionalmente mas- culinos. Todas las historias dicen que era una gran belleza. Tuvo muchos pretendientes pero rechazó todas las proposiciones matri- moniales. La Alejandría de la época de Hipatia –bajo dominio ro- mano desde hacía ya tiempo– era una ciudad que sufría graves ten- siones. La esclavitud había agotado la vitalidad de la civilización clásica. La creciente Iglesia cristiana estaba consolidando su poder e intentando extirpar la influencia y la cultura paganas. Hipatia esta- ba sobre el epicentro de estas poderosas fuerzas sociales. Cirilo, el arzobispo de Alejandría, la despreciaba por la estrecha amistad que ella mantenía con el gobernador romano y porque era un símbolo de cultura y de ciencia, que la primitiva Iglesia identificaba en gran parte con el paganismo. A pesar del grave riesgo personal que ello suponía, continuó enseñando y publicando, hasta que en el año 415, cuando iba a trabajar, cayó en manos de una turba fanática de feli- greses de Cirilo. La arrancaron del carruaje, rompieron sus vestidos y, armados con conchas marinas, la desollaron arrancándole la car- ne de los huesos. Sus restos fueron quemados, sus obras destruidas, su nombre olvidado. Cirilo fue proclamado santo. La gloria de la Biblioteca de Alejandría es un recuerdo lejano. Sus últimos restos fueron destruidos poco después de la muerte de Hipatia. Era como si toda la civilización hubiese sufrido una opera- ción cerebral infligida por propia mano, de modo que quedaron ex Línea temporal de algunas de las perso- nas, máquinas y acontecimientos descri- tos en esta obra.La máquina de Anticite- ra era una calculadora astronómica desarrollada en la antigua Grecia. Herón de Alejandría experimentó con motores de v apor. El v acío en la mitad del dia- grama constituye una gran oportunidad que la especie humana desaprov echó. 3. Con la única excepción de Arquímedes, quien durante su estancia en la Bibliote- ca alejandrina inventó el tomillo de agua, que se usa todavía hoy en Egipto para regar los campos de cultivo. Pero también él consideró estos aparatos mecánicos como algo muy por debajo de la dignidad de la ciencia.
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    336 Cosmos tinguidos irrevocablementela mayoría de sus memorias, descu- brimientos, ideas y pasiones. La pérdida fue incalculable. En al- gunos casos sólo conocemos los atormentadores títulos de las obras que quedaron destruidas. En la mayoría de los casos no conocemos ni los títulos ni los autores. Sabemos que de las 123 obras teatrales de Sófocles existentes en la Biblioteca sólo sobre- vivieron siete. Una de las siete es Edipo rey. Cifras similares son válidas para las obras de Esquilo y de Eurípides. Es un poco como si las únicas obras supervivientes de un hombre llamado William Shakespeare fueran Coriolano y Un cuento de invierno, pero supiéramos que había escrito algunas obras más, descono- cidas por nosotros pero al parecer apreciadas en su época, obras tituladas Hamlet, Macbeth, Julio César, El rey Lear, Romeo y Julieta. No queda ni un solo rollo procedente del contenido físico de aquella gloriosa Biblioteca. En la moderna Alejandría pocas per- sonas poseen una apreciación aguda, y mucho menos un cono- cimiento detallado de la Biblioteca alejandrina o de la gran civi- lización egipcia que la precedió durante miles de años. Aconte- cimientos más recientes y otros imperativos culturales han to- mado la primacía. Lo propio es cierto en todo el mundo. El con- tacto que tenemos con nuestro pasado es muy tenue. Y sin em- bargo, a cuatro pasos de los restos del Serapeo hay recuerdos de muchas civilizaciones: esfinges enigmáticas del Egipto faraónico, una gran columna erigida al emperador romano Diocleciano por un lacayo provincial porque impidió que los ciudadanos de Ale- jandría murieran totalmente de hambre; una iglesia cristiana, muchos minaretes, y el sello de la civilización industrial moder- na: bloques de apartamentos, automóviles, autobuses, suburbios urbanos, una torre de enlace de microondas. Hay un millón de hilos del pasado entretejidos formando las cuerdas y cables del mundo moderno. Nuestros logros se basan en los logros de 40 000 generaciones de predecesores humanos nuestros, de los cuales, excepto una diminuta fracción, ignoramos el nombre y los olvidamos. De vez en cuando damos por azar con una civilización importante, como la antigua cultura de Ebla, que floreció hace sólo unos miles de años y sobre la cual lo ignorábamos todo. ¡Qué ignorantes somos de nuestro pasado! Inscripciones, papiros, libros, enlazan a la especie humana a través del tiempo y nos permiten oír las voces dispersas y los gritos lejanos de nuestros hermanos y hermanas, de nuestros antepasados. ¡Y qué placer reconocer que se parecen tanto a nosotros! Hemos dedicado la atención de este libro a algunos de nues- tros antepasados cuyos nombres se han perdido: Eratóstenes, Demócrito, Aristarco, Hipatia, Leonardo, Kepler, Newton, Huy- gens, Champollion, Humason, Goddard, Einstein, todos perte- necientes a la cultura occidental, porque la civilización científica que está emergiendo en nuestro planeta es principalmente una civilización occidental; pero todas las culturas –China, India, Á- frica occidental, América central– han hecho contribuciones im- portantes a nuestra sociedad global y tuvieron sus pensadores semanales. Gracias a los avances tecnológicos en comunicacio- nes, nuestro planeta está en las fases finales del proceso que lo convertirá al galope en una sociedad global única y entrelazada. Si podemos conseguir la integración de la Tierra sin borrar las
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    ¿Quién habla ennombre de la Tierra? 337 diferencias culturales ni destruirnos, habremos logrado una gran cosa. Cerca del lugar que ocupó la Biblioteca alejandrina hay actual- mente una esfinge sin cabeza esculpida en la época del faraón Horemheb, en la dinastía dieciocho, un milenio antes de Alejandro. Desde este cuerpo leonino se ve fácilmente una moderna torre de enlace por microondas. Entre ellos corre el hilo ininterrumpido de la historia de la especie humana. De la esfinge a la torre hay un ins- tante de tiempo cósmico: un momento dentro de los quince mil mi- llones de años, más o menos, que han transcurrido desde el big bang. Los vientos del tiempo se han llevado casi todo rastro del pa- so del universo de entonces al de ahora. Las pruebas de la evolución cósmica han quedado asoladas de modo más absoluto que los rollos de papiro de la Biblioteca alejandrina. Y sin embargo, gracias al valor y a la inteligencia, hemos llegado a vislumbrar algo de este camino serpenteante por el cual han avanzado nuestros antepasados y nosotros mismos. El Cosmos careció de forma, durante un número desconocido de eras que siguieron a la efusión explosiva de materia y energía del big bang. No había galaxias, ni planetas, ni vida. En todas partes había una oscuridad profunda e impenetrable, átomos de hidrógeno en el vacío. Aquí y allí estaban creciendo imperceptiblemente acumula- ciones más densas de gas, se estaban condensando globos de mate- ria: gotas de hidrógeno de masa superior a soles. Dentro de estos globos de gas se encendió por primera vez el fuego nuclear latente en la materia. Nació una primera generación de estrellas que inun- dó el Cosmos de luz. No había todavía en aquellos tiempos planetas que pudieran recibir la luz, ni seres vivientes que admiraran el res- plandor de los cielos. En el profundo interior de los hornos estelares la alquimia de la fusión nuclear creó elementos pesados, las cenizas de la combustión del hidrógeno, los materiales atómicos para cons- truir futuros planetas y formas vivas. Las estrellas de gran masa agotaron pronto sus reservas de combustible nuclear. Sacudidas por explosiones colosales, retornaron la mayor parte de su sustancia al tenue gas de donde se habían condensado. Allí, en las nubes oscuras y exuberantes entre las estrellas, se estaban formando nuevas gotas constituidas por muchos elementos, generaciones posteriores de estrellas que estaban naciendo. Cerca de ellas crecieron gotas más pequeñas, cuerpos demasiado pequeños para encender el fuego nu- clear, pequeñas gotas en la niebla estelar que seguían su camino para formar los planetas. Y entre ellos había un mundo pequeño de piedra y de hierro, la Tierra primitiva. La Tierra, después de coagularse y de calentarse, liberó los gases de metano, amoníaco, agua e hidrógeno que habían quedado encerra- dos en su interior, y formó la atmósfera primitiva y los primeros océanos. Luz estelar procedente del Sol bañó y calentó la Tierra primigenio, provocó tempestades, generó relámpagos y truenos. Los volcanes se desbordaron de lava. Estos procesos fragmentaron las moléculas de la atmósfera primitiva; los fragmentos se juntaron de nuevo dando formas cada vez más complejas, que se disolvieron en los primitivos océanos. Al cabo de un tiempo los mares alcanzaron la consistencia de una sopa caliente y diluida. Se organizaron molé- culas, y se dio impulso a complejas reacciones químicas, sobre la superficie de arcillas. Y un día surgió una molécula que por puro accidente fue capaz de fabricar copias bastas de sí misma a partir de las demás moléculas del caldo. A medida que pasaba el tiempo sur
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    338 Cosmos gían moléculasautorreproductoras más complicadas y precisas. El cedazo de la selección natural favoreció las combinaciones más aptas para ser reproducidas de nuevo. Las que copiaban mejor producían más copias. Y el primitivo caldo oceánico se fue dilu- yendo a medida que se consumía y se transformaba en condensa- ciones complejas de moléculas orgánicas autorreproductoras. La vida había empezado de modo paulatino e imperceptible. Evolucionaron plantas unicelulares, y la vida empezó a generar su propio alimento. La fotosíntesis transformó la atmósfera. Se inventó el sexo. Formas que antes vivían libres se agruparon para constituir una célula compleja con funciones especializadas. Evo- lucionaron los receptores químicos, y el Cosmos pudo catar y oler. Organismos unicelulares evolucionaron dando colonias multicelu- lares, que elaboraban sus diversas partes transformándolas en sis- temas de órganos especializados. Evolucionaron ojos y oídos, y ahora el Cosmos podía ver y oír. Las plantas y los animales descu- brieron que la tierra podía sostener la vida. Los organismos zum- baban, se arrastraban, barrenaban, rodaban, se deslizaban, se agi- taban, temblaban, escalaban y flotaban. Bestias colosales hacían resonar las junglas humeantes. Emergieron pequeñas criaturas, nacidas vivas y no en recipientes de cáscara dura, con un fluido parecido a los primeros océanos que les recorrían las venas. So- brevivieron gracias a su rapidez y a su astucia. Y luego, hace sólo un momento, unos determinados animales arbóreos se bajaron de los árboles y se dispersaron. Su postura se hizo erecta y se enseña- ron a sí mismos el uso de herramientas, domesticaron otros ani- males, plantas y el fuego, e idearon el lenguaje. La ceniza de la al- quimia estelar estaba emergiendo ahora en forma de consciencia. A un ritmo cada vez más acelerado inventó la escritura, las ciuda- des, el arte y la ciencia y envió naves espaciales a los planetas y a las estrellas. Éstas son algunas de las cosas que los átomos de hidrógeno hacen si se les da quince mil millones de años de evolu- ción cósmica. Suena como un mito épico, y con razón. Pero es simplemente una descripción de la evolución cósmica tal como la ciencia de nuestro tiempo nos la revela. Somos difíciles de conseguir y un peligro para nosotros mismos. Pero cualquier historia de la evolu- ción cósmica demuestra con claridad que todas las criaturas de la Tierra, lo último que ha manufacturado la industria del hidrógeno galáctico, son seres dignos de aprecio. En otras partes pueden haber otras transmutaciones de la materia, igualmente asombro- sas, y por esto intentamos captar, esperanzados, un zumbido en el cielo. Hemos sostenido la idea peculiar de que una persona o una so- ciedad algo diferente de nosotros, seamos quienes seamos, es algo extraño o raro, de lo cual hay que desconfiar o que ha de repug- narnos. Pensemos en las connotaciones negativas de palabras como forastero o extranjero. Y sin embargo los monumentos y culturas de cada una de nuestras civilizaciones representan sim- plemente maneras diferentes del ser humano. Un visitante extra- terrestre que estudiara las diferencias entre los seres humanos y sus sociedades, encontraría estas diferencias triviales en compara- ción con las semejanzas. Es posible que el Cosmos esté poblado por seres inteligentes. Pero la lección darviniana es clara: no habrá humanos en otros lugares. Solamente aquí. Sólo en este pequeño planeta. Somos no sólo una especie en peligro sino una
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    ¿Quién habla ennombre de la Tierra? 339 especie rara. En la perspectiva cósmica cada uno de nosotros es precioso. Si alguien está en desacuerdo contigo, déjalo vivir. No encontrarás a nadie parecido en cien mil millones de galaxias. La historia humana puede entenderse como un lento despertar a la consciencia de que somos miembros de un grupo más amplio. Al principio nos debimos lealtad a nosotros mismos y a nuestra familia inmediata, luego a bandas de cazadores-recolectores nómadas, luego a tribus, pequeños asentamientos, estados-ciudad, naciones. Hemos ampliado el círculo de las personas a las cuales amamos. Hemos organizado ahora lo que calificamos modestamente de superpoten- cias, que incluyen grupos de personas de orígenes étnicos y culturas divergentes que en cierto sentido trabajan unidas; lo cual es desde luego una experiencia humanizadora y formadora del carácter. Para poder sobrevivir tenemos que ampliar todavía más el ámbito de nuestra lealtad para incluir a la comunidad humana entera, a todo el planeta Tierra. Muchos de los que gobiernan las naciones encuen- tran desagradable una idea así. Temerán perder poder. Tendremos ocasión de oír muchos discursos sobre traición y deslealtad. Las naciones Estado ricas tendrán que compartir su riqueza con las po- bres. Pero nuestra alternativa, como dijo H. G. Wells en un contexto diferente, es claramente o el universo o nada. Hace unos pocos millones de años no había hombres. ¿Quién es- tará aquí dentro de unos cuantos millones de años? En los 4 600 millones de años de la historia de nuestro planeta puede decirse que nunca salió nada de él. Pero ahora diminutas naves espaciales ex- ploradoras sin tripulación procedentes de la Tierra se están despla- zando, relucientes y elegantes, a través del sistema solar. Hemos llevado a cabo un reconocimiento preliminar de veinte mundos, en- tre ellos todos los planetas visibles a simple vista, todas estas lumi- narias nocturnas y errantes que provocaron en nuestros antepasa- dos el deseo de comprender y el éxtasis. Si sobrevivimos, nuestra época será famosa por dos motivos: porque en este momento peli- groso de la adolescencia técnica conseguimos evitar la autodestruc- ción, y porque es ésta la época en que iniciamos nuestro camino hacia las estrellas. La elección es dura e irónica. Los mismos cohetes impulsores utilizados para lanzar sondas a los planetas están instalados y a pun- to para enviar cabezas de guerra nucleares a las naciones. Las fuen- tes radiactivas de energía en los Viking y Voyager derivan de la misma tecnología que fabrica armas nucleares. Las técnicas de ra- dio y de radar utilizadas para seguir y guiar misiles balísticas y para defenderse contra ataques se utilizan también para controlar y diri- gir las naves espaciales hacia los planetas y para escuchar señales de civilizaciones cercanas a otras estrellas. Si utilizamos estas tecnolo- gías para destruimos, es seguro que no nos aventuraremos más hacia los planetas y las estrellas. Pero la inversa es también cierta. Si continuamos hacia los planetas y las estrellas, nuestro chauvinis- mo recibirá un golpe más. Ganaremos una perspectiva cósmica. Reconoceremos que nuestras exploraciones sólo pueden llevarse a cabo en beneficio de toda la gente que habita el planeta Tierra. In- vertiremos nuestras energías en una empresa dedicada no a la muerte sino a la vida: la expansión de nuestra comprensión de la Tierra y de sus habitantes y la búsqueda de vida en otros lugares. La exploración espacial –con tripulación y sin ella– utiliza muchas de las mismas capacidades tecnológicas y organizativas, y exige las mismas cualidades de valor y de osadía que la empresa de la guerra.
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    340 Cosmos Exploración porradar de dos mundos. La superficie de Venus, envuelta perpetuamente por las nubes, se revela por primera vez a escala global en estos mapas. Los datos fueron obtenidos por el vehículo orbital Pioneer Venus, que transmitió una señal de radar por encima mismo de las nubes de Venus a la superficie inferior; luego detectó la señal reflejada. El planeta presenta montañas, cráteres y dos grandes continentes elevados (en color naranja) Ishtar Terra y Aphrodite Terra. Arriba a la derecha aparece una vi- sión artística de Ishtar Terra.Las naves espaciales Venera 9 y 10 aterrizaron cerca de Beta Regio. Los espacios negros son regiones que todavía no se han explorado por radar. Un aparato parecido de radar, destinado a la exploración de Venus, se puso a prueba sobre las junglas cubiertas de nubes de Guatemala y Belize,en la Tierra.El arqueólogoR. E. W. Adams descubriócon gran sorpresa
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    ¿Quién habla ennombre de la Tierra? 341 (centro, derecha) una red intrincada de líneas rectas y curvas, desconocidas antes, que investigada luego sobre el terreno resultóser un sistema de canales de los antiguos mayas (250a. de C. a 900).Son invisibles en las fotografías ordinarias de la misma zona (abajo, derecha). Con esto queda explicado el misterio de cómo los mayas mantenían una alta civilización de v arios millones de personas. Algunos historiadores creen que todas las altas civilizaciones de la Tierra empezaron con la construcción de una red de canales (véase capítulo 5). La exploración de otros mundos sirve de muchas maneras para com- prender mejor al nuestro. (Cedidas por la NASA.)
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    342 Cosmos El presupuestoanual de las ciencias del espacio en los Estados Unidos desde la fundación de la NASA. Se han corregido las cifras de inflación, convirtiéndolas en dólares de 1 961. El aumento experimen- tadoa principios de los años 1 970 refleja el desarrollo de la misión Viking a Mar- te. Un programa vigorosode exploración planetaria y la búsqueda por radio de inteligencias extraterrestres costaría en estas unidades un dólar aproximada- mente al año por cada ciudadano de los EE. UU. Si llegara una época de auténtico desarme antes de la guerra nu- clear, estas exploraciones permitirán que los grupos de presión militar e industrial de las grandes potencias se comprometan al fi- nal en una empresa intachable. Los intereses comprometidos en la preparación de la guerra podrían reinvertirse fácilmente en la exploración del Cosmos. Un programa razonable –y a pesar de todo ambicioso– de ex- ploración sin tripulaciones de los planetas es caro. La tabla de la página 342 muestra el presupuesto de las ciencias espaciales en los Estados Unidos. Los gastos comparables de la Unión Soviética son unas cuantas veces superiores. Estas sumas representan uni- das el equivalente de dos o tres submarinos nucleares por década, o los costes adicionales no previstos de un único sistema de ar- mamento en un solo año. En el último trimestre de 1979 el coste del programa de construcción del avión U.S.F./A-18 aumentó en 5 100 millones de dólares, y el del F-16 en 3 400 millones. Se ha gastado bastante menos en los programas planetarios no tripula- dos de los Estados Unidos y de la Unión Soviética, conjuntamente y desde su inicio, que en los vergonzosos derroches del bombardeo de los EE.UU. sobre Camboya entre 1970 y 1975, una decisión de política nacional que costo 7 000 millones de dólares. El coste to- tal de una misión como la del Viking a Marte o la del Voyager al sistema solar exterior es inferior a la de la invasión soviética de Af- ganistán en 1979 1980. El dinero gastado en la exploración espa- cial, gracias al empleo técnico y al estímulo que supone para la alta tecnología, tiene un efecto multiplicador sobre la economía. Un estudio sugiere que por cada dólar gastado en los planetas retor- nan siete dólares a la economía nacional. Y sin embargo, hay mu- chas misiones importantes y totalmente factibles que no se han in- tentado por falta de fondos: entre ellas vehículos terrestres para que exploren la superficie de Marte, una cita cometaria, sondas de aterrizaje en Titán y una búsqueda a plena escala de señales de ra- dio procedentes de otras civilizaciones del espacio. El coste de proyectos importantes del espacio –por ejemplo ba- ses permanentes en la Luna o la exploración humana de Marte– es tan grande que no creo que se intenten en un futuro muy cerca- no si no conseguimos progresos espectaculares en el desarme nu- clear y “convencional”. Incluso en este caso es probable que haya necesidades más urgentes en la Tierra. Pero no dudo que si evi
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    ¿Quién habla ennombre de la Tierra? 343 Dos huellas humanas. Arriba, en Tanzania, hace 3.6 millones de años. Abajo, en el Mare Tranquilitatis, 1969. (Cedida por Mary Leakey y la NationalGeographic Society,y por la NASA.)
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    ¿Quién habla ennombre de la Tierra? 345 tamos la autodestrucción, más tarde o más temprano llevaremos a cabo estas misiones. Es casi imposible mantener una sociedad está- tica. Hay una especie de interés sicológico compuesto: basta una pequeña tendencia a las economías, a volverle la espalda al Cosmos, para que el resultado sumado al cabo de muchas generaciones sea una decadencia señalada. Y a la inversa, basta un ligero compromi- so para aventurarse más allá de la Tierra –en lo que siguiendo a Colón podríamos denominar “la empresa de las estrellas”– para que se acumule al cabo de muchas generaciones y dé una presencia humana señalada en otros mundos, el placer de participar en el Cosmos. Hace unos 3.6 millones de años, en lo que es actualmente el norte de Tanzania, un volcán entró en erupción; la nube resultante de ce- nizas cubrió la sabana de los alrededores. En 1979 la paleoantropó- loga Mary Leakey descubrió en estas cenizas huellas de pies, huellas de pies que según ella son de un primitivo homínido, quizás de un antepasado de todos nosotros, habitantes de la Tierra actual. Y a 380 000 kilómetros de distancia, en una llanura plana y seca que los hombres en un momento de optimismo llamaron Mar de la Tranqui- lidad, hay otra huella de pie dejada por el primer hombre que cami- nó por otro mundo. Hemos llegado lejos en 3.6 millones de años, y en 4 600 millones y en 15 000 millones. Porque nosotros somos la encarnación local de Cosmos que ha cre- cido hasta tener consciencia de sí. Hemos empezado a contemplar nuestros orígenes: sustancia estelar que medita sobre las estrellas; Conjuntos organizados de decenas de miles de billones de billones de átomos que consideran la evolución de los átomos y rastrean el largo camino a través del cual llegó a surgir la consciencia, por lo menos aquí. Nosotros hablamos en nombre de la Tierra. Debemos nuestra obligación de sobrevivir no sólo a nosotros sino también a este Cosmos, antiguo y vasto, del cual procedemos. El planeta madre de una civilización técnica emergente,que trata desesperadamente de evitar la autodestrucción. Este mundo está siendo observado desde un puesto avanzado provisional cerca de su solitario satélite natural. La Tierra se desplaza unos 2.5 millones de kilómetros cada día alrededor del Sol; ocho veces más rápidamente todavía alrededor del centro de la galaxia Vía Láctea, y quizás todavía el doble más de rápidoal caer la Vía Láctea hacia el cúmulode galaxias de Virgo.Hemos sidodesde siempre viajeros del espacio. (Cedida por la NASA.)
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    AGRADECIMIENTOS Además de laspersonas a quienes he dado ya las gracias en la introducción, estoy muy agradecido a las muchas personas que contribuyeron generosamente con su tiempo y sus conocimientos a este libro, entre ellos: Carol Lane, Myrna Talman y Jenny Arden; David Oyster, Richard Wells, Tom Weidlinger, Dennis Gutiérrez, Rob McCain, Nancy Kinney, Janelle Balnicke, Judy Flannery y Susan Racho, del equipo de tele- visión Cosmos; Nancy Inglis, Peter Mollman, Marylea O'Reilly y Jennifer Peters, de Random House; Paul West por haberme prestado generosamente el título del Capítulo 5, y George Abell, James Allen, Barbara Amago, Lawrence Anderson, Jonathon Arons, Ralton Arp, Asma el Bakri, J ames Blinn, Bart Bok, Zeddie Bowen, John C. Brandt, Kenneth Brecher, Frank Bristow, John Callendar, Donald B. Campbell, Judith Campbell, Elof Axel Carlson, Michael Carca, John Cassani, Judith Castagno, Catherine Cesarsky, Martin Cohen, Judy- Lynn del Rey, Nicholas Devereux, Michael Devirian, Stephen Dole, Frank D. Drake, Frede- rick C. Durant III, Richard Epstein, Von R. Eshleman, Ahmed Fahmy, Rerbert Friedman, Robert Frosch, Jon Fukuda, Richard Gamrnon, Ricardo Giacconi, Thomas Gold, Paul Goldenberg, Peter Goldreich, Paul Goldsmith, J. Richard Gott III, Stephen Jay Gould, Bruce Rayes, Raymond Reacock, Wulff Reintz, Arthur Roag, Paul Rodge, Dorrit Roffieit, William Royt, Icko Iben, Mikhail Jaroszynski, Paul Jepsen, Tom Karp, Bishun N. Khare, Charles Kohlhase, Edwin Krupp, Arthur Lane, Paul MacLean, Bruce Margon, Harold Masursky, Linda Morabito, Edmond Momjian, Edward Moreno, Bruce Murcay, William Mumane, Thomas A. Mutch, Kenneth Norris, Tobias Owen, Linda Paul, Roger Payne, Vahe Petrosian, James B. Pollack, George Preston, Nancy Priest, Boris Ragent, Dianne Rennell, Michael Rowton, Allan Sandage, Fred Scarf, Maarten Schmidt, Amold Scheibel, Eugen Shoemaker, Frank Shu, Nathan Sivin, Bradford Smith, Laurence A. Soderblom, Ryron Spinrad, Edward Stone, Jeremy Stone, Ed Taylor, Kip S. Thome, Norman Thrower, O. Brian Toon, Barbara Tuchman, Roger Ulrich, Richard Underwood, Peter van de Kamp, Jurrie J. Van der Woude, Arthur Vaughn, Joseph Veverka, Relen Simpson Vishniac, Dorothy Vitaliano, Robert Wago- ner, Pete Waller, Josephine Walsh, Kent Weeks, Donald Yeomans, Stephen Yerazunis, Louise Gray Young, Rarold Zirin, y la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio (NASA). Agradezco también la ayuda fotográfica especial prestada por Edwardo Castañeda y Billy.
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    Apéndice 1 LA REDUCCIÓNAL ABSURDO Y LA RAÍZ CUADRADA DE DOS El argumento pitagórico original sobre la irracionalidad de la raíz cuadrada de 2 dependía de una clase de argumento llamado reducción al absurdo: suponemos de entrada la verdad de una afirmación, seguimos sus consecuencias y desembocamos en una contradicción, lo que nos permite determinar su falsedad. Tomemos un ejemplo moderno y consideremos el aforismo del gran físico del siglo veinte, Niels Bohr: "Lo contrario de cualquier gran idea es otra gran idea." Si la afirmación fuera cierta sus consecuencias podrí- an ser como mínimo algo peligrosas. Consideremos por ejemplo lo contrario de la Regla de Oro evangéli- ca, o de las prescripciones contra la mentira, o del precepto “no mataras”. Consideremos pues si el mismo aforismo de Bohr es en sí una gran idea. Si así es, la afirmación contraria, "l0 contrario de cualquier gran idea no es una gran idea" también debe ser cierta. Hemos llegado entonces a una reducción al absurdo. Si la afirmación contraria es falsa podemos dejar de lado el aforismo porque ha confesado claramente que no es una gran idea. Presentamos aquí una versión moderna de la demostración de la irracionalidad de la raíz cuadrada de 2 utilizando la reducción al absurdo y un álgebra sencilla en lugar de la demostración exclusivamente geo- métrica descubierta por los pitagóricos. El estilo del argumento, el modo de pensar, son por lo menos tan interesantes como la conclusión: Consideremos un cuadrado cuyos lados tienen una longitud unidad (un centímetro, un metro, un año luz, lo que sea). La línea diagonal BC divide al cuadrado en dos triángulos, cada uno de los cuales contiene un ángulo recto. En estos triángulos rectángulos es valido el teorema de Pitágoras: 12 + 12 = x2. Pero 12 + 12 = 12 + 12 = 2, por lo tanto x2 = 2 y escribiremos x = √2, raíz cuadrada de dos. Supongamos que √2 sea un número racional: √2 = p/q , donde p y q son números enteros. Pueden ser tan grandes como queramos y representar los números enteros que queramos. Podemos exigir desde luego que no tengan factores co- munes. Si quisiéramos afirmar por ejemplo que √2 = 14/10, eliminaríamos el factor común 2 y escribi- ríamos p = 7 y q = 5, no p = 14 y q = 10. Hay que eliminar cualquier factor común de numerador y deno- minador antes de empezar. Tenemos para escoger un número infinito de pes y de qus. Si elevamos al cuadrado los dos términos de la ecuación √2 = p/q , obtenemos 2 = p2/q2, y luego multiplicando ambos términos de 'la ecuación por q2 llegamos a: p2 = 2q2 (Ecuación 1) Por lo tanto p2 es algún número multiplicado por 2. Es decir que p2 es un número par. Pero el cuadrado de cualquier número impar es también impar (12 = 1, 32 = 9, 52 = 25, 72 = 49, etc.). Por lo tanto también p ha de ser par, y podemos escribir p = 2s, siendo s algún entero. Si sustituimos este valor de p en la ecua- ción (1) obtenemos: p2 = (2s)2 = 4s2 = 2q2 Dividiendo ambos miembros de esta última igualdad por 2, obtenemos: q2 = 2s2 Por lo tanto q2 es también un número par y se deduce por el mismo argumento utilizado con p que q tam- bién es un número par. Pero si p y q son ambos números pares, ambos divisibles por 2, no se redujeron a su mínimo común denominador, lo cual contradice uno de nuestros supuestos. Reducción al absurdo. El argumento no puede decirnos que esté prohibido reducir los factores comunes, que 14/10 esté permitido y en cambio 7/5 no lo esté. Luego el supuesto inicial ha de ser erróneo; p y q no pueden ser números en- teros, y √2 es irracional. De hecho √2 = 1.4142135... ¡Qué conclusión más asombrosa e inesperada! ¡Qué demostración más elegante! Sin embargo los pita- góricos se sintieron obligados a ocultar este gran descubrimiento.
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    Apéndice 2 LOS CINCOSÓLIDOS PITAGÓRICOS Un polígono (que significa en griego "de muchos ángulos") regular es una figura bidimensional con un cierto número n de lados iguales. Si n = 3, el polígono es un triángulo equilátero; si n = 4 es un cuadrado; si n = 5 es un pentágono, etc. Un poliedro (que significa en griego "de muchas caras") es una figura tridi- mensional cuyas caras son todas polígonos: un cubo, por ejemplo, cuyas caras son 6 cuadrados. Un polie- dro simple, o sólido regular, es un poliedro sin agujeros. Un hecho fundamental en la obra de los pitagóri- cos y de Johannes Kepler es que sólo hay y puede haber 5 sólidos regulares. La demostración más fácil deriva de una relación descubierta mucho después por Descartes y por Leonhard Euler que relaciona el número de caras, C, el número de aristas, A y el número de vértices, V, de un sólido regular V – A + C = 2 (Ecuación 2) En un cubo, por ejemplo, hay 6 caras (C= 6), y 8 vértices (V = 8),8 – A + 6 = 2, 14 – A = 2, y A = 12; la ecuación (2) predice que el cubo tiene 12 aristas, y así es. Puede consultarse una demostración geométrica sencilla de la ecuación (2) en la obra de Courant y Robbins citada en la bibliografía. A partir de la ecua- ción (2) podemos demostrar que sólo hay cinco sólidos regulares. Toda arista de un sólido regular es compartida por los lados de dos polígonos adyacentes. Imaginemos de y nuevo el cubo en el cual cada arista hace de frontera entre dos cuadrados. Si contamos todos los la- dos de todas las caras de un poliedro, nC, habremos contado dos veces todas las aristas. Por lo tanto nC = 2A (Ecuación 3) Sea r el número de aristas que convergen en cada vértice. En un cubo r = 3. También ahora cada arista conecta dos vértices. Si contamos todos los vértices, rV, habremos contado del mismo modo dos veces ca- da arista. Por lo tanto, rV = 2ª (Ecuación 4) Si sustituimos los valores de V y C de las ecuaciones (3) y (4), en la ecuación (2) obtenemos 2A 2A A 2 r n Si dividimos ambos términos de esta ecuación por 2A, tendremos 1 1 1 1    (Ecuación 5) n r 2 A Sabemos que n es 3 o más, porque el polígono más simple es el triángulo, con tres lados. Sabemos tam- bién que r es 3 o más, porque en un vértice dado de un poliedro se encuentran por lo menos 3 caras. Si tanto n como r fueran simultáneamente más de 3, el primer término de la ecuación (5) sería inferior a 2/3, y la ecuación no podría satisfacerse para cualquier valor positivo de A. Por lo tanto, y gracias a otro argumento basado en la reducción al absurdo, o bien n = 3 y r vale 3 o más, o bien r= 3 y n vale 3 o más. Si n = 3, la ecuación (5) se convierte en (1/3)+ (1/r) = (1/2)+ (1/A), o bien: 1 1 1   (Ecuación 6) r A 6 Es decir, que en este caso r sólo puede ser igual a 3, 4 o 5. (Si A valiese 6 o más, la ecuación no se cumpli- ría.) Ahora bien, n = 3, r= 3 designa un sólido en el cual convergen en cada vértice 3 triángulos. La ecua- ción (6) dice que este sólido tiene 6 aristas, la ecuación (3) que tiene 4 caras, la ecuación (4) que tiene 4 vértices. Es evidente que se trata de la pirámide o tetraedro; si n = 3, r = 4 tenemos un sólido con 8 caras en el cual convergen en cada vértice 4 triángulos, el octaedro; y si n = 3, r = 5 tenemos un sólido con 20
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    caras y con5 triángulos convergiendo en cada vértice, el icosaedro (véase las figuras de la página 58). Si r= 3, la ecuación (5) se convierte en: 1 1 1  n A 6 y utilizando argumentos semejantes n sólo puede ser igual a 3, 4 o 5. Si n = 3 tenemos de nuevo el tetrae- dro; si n = 4 tenemos un sólido cuyas caras son 6 cuadrados, el cubo; y si n = 5 el sólido tiene 12 caras formadas por pentágonos, el dodecaedro (véase las figuras de la página 184). No hay más valores enteros posibles de n y r, y por lo tanto sólo hay 5 sólidos regulares, conclusión de- ducida de la matemática más abstracta y bella, y que como hemos visto tuvo un impacto muy profundo sobre los asuntos prácticos de la humanidad.
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    LECTURAS COMPLEMENTARIAS (Las obrascientíficas de carácter más técnico llevan asterisco) CAPÍTULO 1 Boeke, Kees, Cosmic View: The Universe in FortyJumps, Nueva York, John Day, 1957. Fraser, Peter Marshall, Ptolemaic Alexandria, Tres volúmenes, Oxford, Clarendon Press, 1972. Morison, Samuel Eliot, Admiral of the Ocean Sea: A Life of Christopher Columbus, Boston, Little, Brown, 1942. Sagan, Carl, Broca's Brain: Reflections on the Romance of Science, Nueva York, Random House, 1979. CAPÍTULO 2 Attenborough, David, Life on Earth: A Natural History, Londres, British Broadcasting Corporation, 1979. *Dobzhansky, Theodosius; Ayala, Francisco J.; Stebbins, G. Ledyard, y Valentine, James, Evolution, San Francisco, W. H. Freeman, 1978. Evolution, A Scientific American Book, San Francisco, W. H. Freeman, 1978. Gould, Stephen Jay, Ever Since Darwin: Reflections on Natural History, Nueva York, W. W. Norton, 1977. Handler, Philip(ed.), Biology and the Future of Man, Committee on Science and Public Policy, National Academy of Sciences, Nueva York, Oxford University Press, 1970. Huxley, Julian, New Bottles for New Wine: Essays, Londres, Chatto and Windus, 1957. Kennedy, D. (ed.), Cellular and Organismal Biology, A Scientific American Book, San Francisco, W. H. Freeman, 1974. * Komberg, A., DNA Replication, San Francisco, W. H. Freeman, 1980. * Miller, S. L., y Orgel, L., The Origins of Life on Earth, Englewood Cliffs, N. J., Prentice-Hall, 1974. Orgel, L., Origins of Life, Nueva York, Wiley, 1973. * Roemer, A. S., "Major Steps in Vertebrate Evolution", Science, vol. 158, p. 1629, 1967. * Roland, Jean Claude, Atlas of Cell Biology, Boston, Litde,'Brown, 1977. Sagan, Carl, "Life", Encyclopaedia Britannica, 1970 y ediciones posteriores. * Sagan, Carl, y Salpeter, E. E., "Particles, Environments and Hypothetical Ecologies in the Jovian Atmosp- here", Astrophysical Journal Supplement, vol. 32, p. 737,1976. Simpson, G. G., The Meaning of Evolution, New Haven, Yale University Press, 1960. Thomas, Lewis, Lives of a Cell: Notes of a Biology Watcher, Nueva York, Bantam Books, 1974. * Watson, J. D., Molecular Biology of the Gene, Nueva York, W. A. Benjamin, 1965. Wilson, E. O.; Eisner, T .; Briggs, W. R.; Dickerson, R. E.; Metzenberg, R. L.; O'Brien, R. D.; Susman, M., y Boggs, W. E., Life on Earth, Stamford, Sinauer Associates, 1973. CAPÍTULO 3 Abell, George, y Singer, B. (eds.), Science and the Paranormal, Nueva York, Simon and Schuster, 1980. * Beer, A. (ed.), Vistas in Astronomy: Kepler, vol. 18, Londres, Pergamon Press, 1975. Caspar, Max, Kepler, Londres, Abelard-Schuman, 1959. Cumont, Franz, Astrology and Religion Among the Greeks and Romans, Nueva York, Dover, 1960. Koestler, Arthur, The Sleepwalkers, Nueva York, Grosset and Dunlap, 1963. Krupp, E. C. (ed.), In Searr:h of Ancient Astronomies, Nueva York, Doubleday, 1978. Pannekoek, Anton, A History of Astronomy, Londres, George Allen, 1961. Rey, H. A., The Stars, A New Way to See Them, tercera edición, Boston, Houghton Mimin, 1970. Rosen, Edward, Kepler's Somnium, Madison, Wis., University of Wisconsin Press, 1967. Standen, A., Forget Your Sun Sign, Baton Rouge, Legacy, 1977. Vivian, Gordon, y Raiter, Paul, The Great Kivas ofChaco Canyon, Albuquerque, University ofNew Mexico Press, 1965. CAPÍTULO 4
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