Dios, en virtud de su infinito amor, sale al encuentro del hombre y se revela progresivamente a lo largo de la historia
humana, manifestándose a sí mismo como también su Plan de Reconciliación. Esta Revelación alcanza su forma plena y
definitiva en la persona del Señor Jesús, Hijo de Dios hecho Hijo de Santa María para reconciliarnos con el Padre y
mostrarnos el camino que conduce a la plena felicidad y realización humana.
La fe es una respuesta al maravilloso don de la reconciliación, a la invitación amical de Dios para recuperar la semejanza
perdida por el pecado y cumplir con su Plan, una entrega generosa y personal del hombre hacia Dios: "Por la fe, el
hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece el homenaje total de su entendimiento y su voluntad, asintiendo
libremente a lo que Dios revela".
La fe implica un asunto de elección, de opción personal. Es una respuesta a la invitación divina por una decisión libre de
la voluntad, que se realiza con la gracia de Dios. En efecto, en la respuesta de la fe la iniciativa es de Dios. Es Él quien
hace posible la respuesta humana. Es su gracia la que nos ilumina para que podamos percibir con claridad la Verdad y
adherirnos a ella. La fe es, pues, un don, una gracia especial de Dios que nos permite acoger las verdades y promesas
reveladas.
Sin embargo, la respuesta desde la fe no es posible sin el concurso libre y responsable del ser humano. El hombre
siempre es libre de aceptar la invitación divina y por lo tanto de acoger el don de la fe, o de cerrarse a la acción de la
gracia y rechazarlo. En la fe se da, pues, la misteriosa concurrencia de la acción de Dios y la libertad humana.
UNA FE INTEGRAL
Tener fe no es solamente aceptar la Verdad, sino adherirse a ella con toda la mente y con el corazón, actuando con
coherencia y convicción según lo que la Verdad nos revela en y por la Iglesia. No debemos olvidar que la fe se dirige al
encuentro de la persona total, no solamente de su entendimiento, o sus emociones y sentimientos.
FE EN LA MENTE
La fe ciertamente implica un contenido, una serie de verdades acerca de Dios y del hombre, reveladas por el mismo Dios
para nuestra reconciliación. Por la fe en la mente yo creo en esas verdades reveladas, con mi entendimiento a aquello
que Dios me comunica por medio de su Palabra, hago una opción por la verdad.
No pocos hombres y mujeres de hoy buscan oponer fe y razón. Consideran la fe como una actitud inmadura e infantil,
inconcebible para nuestro tiempo, en que el ser humano ha alcanzado niveles de desarrollo tecnológico y científico antes
insospechados. Fe y razón, sin embargo, no se oponen. La fe es una forma superior de conocimiento, que está más allá
del conocimiento racional, pues nos permite acceder a realidades superiores a las fuerzas de nuestro entendimiento.
FE EN EL CORAZÓN
La fe es una opción vital, una decisión de mi voluntad haciendo recto uso de mi libertad. La adhesión a una verdad no
puede ser sólo racional, requiere también una adhesión afectiva. Ésta se da por la fe en el corazón. De esta manera, el
creyente hace de su opción de fe una opción fundamental que informa toda su existencia.
Esta opción puede, sin embargo, no tener un efecto inmediato sobre mis emociones y sentimientos y por ello verse
oscurecida en su vivencia. Muchas veces tenemos criterios de fe muy claros, pero mis sentimientos me empujan en la
opción contraria. Es necesario educar nuestros sentimientos y emociones -acostumbrados y apegados a lo que nos aleja
del Plan de Dios- según los valores evangélicos. En vistas a ello resulta muy importante la práctica de la humildad, la
auto aceptación y la pureza de corazón.
FE EN LA ACCIÓN
Quizá uno de los peores males de nuestro tiempo es el divorcio entre fe y vida cotidiana. Son muchísimos los cristianos
que no viven en coherencia con lo que dicen creer. La fe profesada por el entendimiento y asumida con el corazón debe
concretarse en las obras a través de la fe en la acción.
El cristiano debe hacer que su vida "sea digna del Evangelio de Cristo" (Flp 1, 27). La fe no es una realidad estática;
puede aumentar o disminuir, depende de nuestra respuesta. La fe y sus efectos deben ir recubriendo todas las esferas
de nuestra realidad personal. Ése es el sentido de la exhortación del apóstol San Pedro: "Creced, pues, en la gracia y en
el conocimiento de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo" (2Pe. 3, 18). "La fe, si no tiene obras, está realmente muerta"
(Stgo 2, 1). Viviendo la dinámica del amor, el creyente busca esforzarse constantemente por adecuar su vida a lo que
cree mediante su activa cooperación con la gracia, ya que "la fe... actúa por la caridad" (Gál 5, 6).
CAMINO HACIA DIOS
Creer en Dios significa estar en camino hacia Él y con Él. En efecto, el don de la fe es un camino, un riesgo, una
conquista, una aventura por recorrer. Implica abandonar nuestras seguridades y nuestros apegos para emprender el
camino hacia el encuentro con Dios. La fe es un proceso de apertura hacia Dios y de confianza en Él. El creyente, antes
de decir Creo que..., pronuncia con convicción y amor Creo en Ti. La fe es encuentro, es comunicación, es amistad entre
Dios y el hombre. La fe nos conduce hacia Dios, y nos une más íntimamente a Él.
María es para nosotros un testimonio vivo y ejemplar de cómo vivir nuestra fe. Ella no regatea nada, no se apega a sus
propios planes sino que desde su libertad se lanza al cumplimiento de la misión que Dios le pide. Ella supo acrecentar en
su vida el don de la fe, encarnándola en todos los aspectos de su vida cotidiana: María "es la creyente en quien
resplandece la fe como don, apertura, respuesta y fidelidad. Es la perfecta discípula que se abre a la Palabra y se deja
penetrar por su dinamismo... Por su fe es la Virgen fiel, en quien se cumple la bienaventuranza mayor: feliz, la que ha
creído" (Lc 1, 45) (Puebla, 296).
CITAS PARA MEDITAR
Guía para la Oración
La fe: Jn 9, 36-38; Heb 11, 1.
Pedir el don de la fe: Mc 9, 23-24; Lc 17, 5.
Fe en la mente: Mt 22, 37; Rom 12, 2; Ef 4, 17-24; Heb 10, 16.
Fe en el corazón: Ez 11, 19; Ez 36, 26; Rom 10, 8-10.
Fe en la acción: Mt 16, 27; Stgo 2, 14-26.
El camino de la fe: Mt 17, 19-20; Lc 1, 45; Heb 12, 1-2; 1Pe 1, 6-9.
PREGUNTAS PARA EL DIÁLOGO
¿Tienes esa «Fe preciosa» de la que habla San Pedro en 2Pe 1, 1 o tu fe es más bien débil, mediocre? ¿Por qué?
¿Qué opciones erradas permanecen -explícita o subyacente- como guía de tu vida que te apartan de la fe?
¿Qué puedes hacer personal y comunitariamente para crecer en tu fe?
¿CÓMO PUEDO ALIMENTAR MI FE?
En una ocasión los discípulos de Jesús, al evidenciarles Él su poca fe, le suplicaron: «aumenta nuestra fe». También
nosotros, discípulos del Señor, experimentamos no pocas veces flaquear nuestra fe. Nos puede haber sucedido que,
ante la prueba o debilidad, no es tan fuerte como quisiéramos. A veces, incluso, desconfiamos de Dios, nos
impacientamos, dudamos de su presencia, de su amor por nosotros y nos hundimos -como Pedro- en las aguas
turbulentas de nuestros miedos y temores.
Esta circunstancia, sin embargo, no nos debe llevar nunca al desaliento. Por el contrario, sabemos que Dios jamás nos
abandonará, y que todo esfuerzo que hagamos por acrecentar nuestra fe se origina en la invitación que Él nos hace
constantemente para que nos acerquemos cada vez más a su amor. Ello quiere decir también que la fe, que por don de
Dios tenemos, necesita ser alimentada, cultivada, cuidada, como se hace con una pequeña planta. La pregunta que
debe urgirnos, por tanto, es la siguiente: ¿cómo puedo alimentar mi fe?
PEDIR EL DON Y COLABORAR
Ante todo no podemos olvidar que la fe es un don de Dios, y que por lo mismo lo primero que debemos hacer es
pedírselo a Él. ¿Por qué no pedirle este don todos los días? Dios da la fe a quien se lo pide de corazón. «Pidan y se les
dará», nos dice el Señor Jesús, y también nos recuerda que se le dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan. Cambios
impresionantes se pueden dar en nuestra vida con sólo pedírselo a Dios y acoger su gracia. Debemos, entonces, pedir
con "terca insistencia" el don de la fe, como lo hizo el padre del muchacho epiléptico: «Creo, ¡ayuda a mi poca fe!». Si
poseemos ya el don de la fe, entonces hay que seguir pidiendo al Señor cada día que acreciente nuestra fe, que la haga
fuerte, sólida, inquebrantable.
Ahora bien, no basta con pedirle incesantemente al Señor que Él nos conceda o aumente nuestra fe. Pedir es lo primero
y fundamental, pero poner de nuestra parte es también esencial. La fe recibida como un don necesita por nuestra parte
ser cuidada y alimentada para que -con nuestra cooperación libre- este don vaya germinando y creciendo en nosotros.
La fe se alimenta sobre todo de la oración diaria y perseverante, nutrida de la Palabra de Dios. Dice San Pablo que «la fe
viene por la predicación», es decir, la fe es la adhesión a la palabra del Señor predicada por sus mensajeros y
proclamada por la Iglesia toda. En este sentido es fundamental la humilde apertura y escucha del Evangelio del Señor
Jesús, en quien encontramos la plenitud de la Revelación, la Buena Nueva de la reconciliación para todos los hombres.
Por esto meditar el Evangelio en espíritu de oración, en sintonía con la Iglesia y su tradición, es fundamental. Quien
como María sabe escuchar, acoger cordialmente, rumiar y meditar continuamente la Palabra de Dios y su acción en el
mundo y en su propia vida, irá creciendo en una fe cada vez más sólida y consistente.
La fe se alimenta también de la participación en la Eucaristía. ¿Cómo puede un cristiano nutrir su fe si no se alimenta de
Cristo mismo, de su Cuerpo y Sangre? Él ha dicho: «El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en Mí y Yo en
él». Es esencial para una rama permanecer unida al tronco, para que no se seque sino que dé fruto abundante, el fruto
que procede de la fe y que es la caridad. ¿Cómo podremos amar como Cristo si no estamos unidos a Cristo, si no nos
nutrimos de Cristo? Como confesamos en la Misa, el Cuerpo y Sangre de Cristo «es el Sacramento de nuestra fe».
La fe se sostiene y purifica gracias a la confesión sacramental. Acudir al Sacramento de la Reconciliación es ya en sí
mismo un acto de confianza en Cristo que fortalece nuestra fe. Cuando voy a confesarme estoy creyéndole al Señor,
creo que Él transmitió el poder de perdonar los pecados cuando dijo a sus apóstoles: «a quienes ustedes les perdonen
los pecados les quedan perdonados ». Y junto con el perdón de nuestros pecados, recibimos la gracia que nos fortalece
en nuestra vida cristiana, en la lucha de cada día. Así, la gracia recibida fortalece nuestra fe en la mente, en el corazón y
en la acción.
QUIEN COMPARTE CRECE
La fe no sólo se hace fuerte mediante la oración y los sacramentos, sino que crece muchísimo cuando se comparte. Eso
también es muy importante, puesto que no podemos caer en la ilusión de que la fe es -para uno mismo- y que se vive tan
solo en lo privado. ¡No! La fe necesita compartirse, sino se marchita. Al compartirla con otros, al convertirnos en
portadores del don que hemos recibido en Cristo Jesús, la fe se hace más fuerte en nosotros mismos.
Finalmente, si quieres alimentar tu fe, ¡vive la caridad! Como advierte claramente el apóstol Santiago, «la fe, si no tiene
obras, está realmente muerta». La fe necesita expresarse en obras concretas, en obras de caridad para con el prójimo.
Es muy sencillo: si no luchas por vivir de acuerdo a tu fe, terminarás viviendo como quien no cree: por más que lleves el
nombre de "cristiano", vivirás como un agnóstico o ateo. Si queremos que nuestra fe permanezca, crezca y se fortalezca
día a día, debemos amar a nuestros semejantes como Cristo nos ha amado, con una caridad afectiva y efectiva. La fe,
como nos los pide el apóstol Pedro, nos debe llevar así a la perfección en la caridad.
CITAS PARA LA ORACIÓN
Pedir el don de la fe: Mt 7,7; Lc 11,13; Mc 9,24.
Obrar la fe: Mt 7,21; Stgo 2,17.
Compartir la fe: Mt 28,19-20; Mc 16,15.
PREGUNTAS PARA EL DIÁLOGO CITAS
Luego de leer el texto, ¿de qué maneras concretas consideras que puedes alimentar aún más tu fe?
¿Te identificas con algún pasaje de la Escritura que hable de la fe de los discípulos?
"La fe no es que Dios haga lo que yo espero, sino hacer yo lo que Dios me pide". ¿Qué piensas de esta sentencia?

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Dios

  • 1. Dios, en virtud de su infinito amor, sale al encuentro del hombre y se revela progresivamente a lo largo de la historia humana, manifestándose a sí mismo como también su Plan de Reconciliación. Esta Revelación alcanza su forma plena y definitiva en la persona del Señor Jesús, Hijo de Dios hecho Hijo de Santa María para reconciliarnos con el Padre y mostrarnos el camino que conduce a la plena felicidad y realización humana. La fe es una respuesta al maravilloso don de la reconciliación, a la invitación amical de Dios para recuperar la semejanza perdida por el pecado y cumplir con su Plan, una entrega generosa y personal del hombre hacia Dios: "Por la fe, el hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece el homenaje total de su entendimiento y su voluntad, asintiendo libremente a lo que Dios revela". La fe implica un asunto de elección, de opción personal. Es una respuesta a la invitación divina por una decisión libre de la voluntad, que se realiza con la gracia de Dios. En efecto, en la respuesta de la fe la iniciativa es de Dios. Es Él quien hace posible la respuesta humana. Es su gracia la que nos ilumina para que podamos percibir con claridad la Verdad y adherirnos a ella. La fe es, pues, un don, una gracia especial de Dios que nos permite acoger las verdades y promesas reveladas. Sin embargo, la respuesta desde la fe no es posible sin el concurso libre y responsable del ser humano. El hombre siempre es libre de aceptar la invitación divina y por lo tanto de acoger el don de la fe, o de cerrarse a la acción de la gracia y rechazarlo. En la fe se da, pues, la misteriosa concurrencia de la acción de Dios y la libertad humana. UNA FE INTEGRAL Tener fe no es solamente aceptar la Verdad, sino adherirse a ella con toda la mente y con el corazón, actuando con coherencia y convicción según lo que la Verdad nos revela en y por la Iglesia. No debemos olvidar que la fe se dirige al encuentro de la persona total, no solamente de su entendimiento, o sus emociones y sentimientos. FE EN LA MENTE La fe ciertamente implica un contenido, una serie de verdades acerca de Dios y del hombre, reveladas por el mismo Dios para nuestra reconciliación. Por la fe en la mente yo creo en esas verdades reveladas, con mi entendimiento a aquello que Dios me comunica por medio de su Palabra, hago una opción por la verdad. No pocos hombres y mujeres de hoy buscan oponer fe y razón. Consideran la fe como una actitud inmadura e infantil, inconcebible para nuestro tiempo, en que el ser humano ha alcanzado niveles de desarrollo tecnológico y científico antes insospechados. Fe y razón, sin embargo, no se oponen. La fe es una forma superior de conocimiento, que está más allá del conocimiento racional, pues nos permite acceder a realidades superiores a las fuerzas de nuestro entendimiento. FE EN EL CORAZÓN La fe es una opción vital, una decisión de mi voluntad haciendo recto uso de mi libertad. La adhesión a una verdad no puede ser sólo racional, requiere también una adhesión afectiva. Ésta se da por la fe en el corazón. De esta manera, el creyente hace de su opción de fe una opción fundamental que informa toda su existencia. Esta opción puede, sin embargo, no tener un efecto inmediato sobre mis emociones y sentimientos y por ello verse oscurecida en su vivencia. Muchas veces tenemos criterios de fe muy claros, pero mis sentimientos me empujan en la opción contraria. Es necesario educar nuestros sentimientos y emociones -acostumbrados y apegados a lo que nos aleja del Plan de Dios- según los valores evangélicos. En vistas a ello resulta muy importante la práctica de la humildad, la auto aceptación y la pureza de corazón.
  • 2. FE EN LA ACCIÓN Quizá uno de los peores males de nuestro tiempo es el divorcio entre fe y vida cotidiana. Son muchísimos los cristianos que no viven en coherencia con lo que dicen creer. La fe profesada por el entendimiento y asumida con el corazón debe concretarse en las obras a través de la fe en la acción. El cristiano debe hacer que su vida "sea digna del Evangelio de Cristo" (Flp 1, 27). La fe no es una realidad estática; puede aumentar o disminuir, depende de nuestra respuesta. La fe y sus efectos deben ir recubriendo todas las esferas de nuestra realidad personal. Ése es el sentido de la exhortación del apóstol San Pedro: "Creced, pues, en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo" (2Pe. 3, 18). "La fe, si no tiene obras, está realmente muerta" (Stgo 2, 1). Viviendo la dinámica del amor, el creyente busca esforzarse constantemente por adecuar su vida a lo que cree mediante su activa cooperación con la gracia, ya que "la fe... actúa por la caridad" (Gál 5, 6). CAMINO HACIA DIOS Creer en Dios significa estar en camino hacia Él y con Él. En efecto, el don de la fe es un camino, un riesgo, una conquista, una aventura por recorrer. Implica abandonar nuestras seguridades y nuestros apegos para emprender el camino hacia el encuentro con Dios. La fe es un proceso de apertura hacia Dios y de confianza en Él. El creyente, antes de decir Creo que..., pronuncia con convicción y amor Creo en Ti. La fe es encuentro, es comunicación, es amistad entre Dios y el hombre. La fe nos conduce hacia Dios, y nos une más íntimamente a Él. María es para nosotros un testimonio vivo y ejemplar de cómo vivir nuestra fe. Ella no regatea nada, no se apega a sus propios planes sino que desde su libertad se lanza al cumplimiento de la misión que Dios le pide. Ella supo acrecentar en su vida el don de la fe, encarnándola en todos los aspectos de su vida cotidiana: María "es la creyente en quien resplandece la fe como don, apertura, respuesta y fidelidad. Es la perfecta discípula que se abre a la Palabra y se deja penetrar por su dinamismo... Por su fe es la Virgen fiel, en quien se cumple la bienaventuranza mayor: feliz, la que ha creído" (Lc 1, 45) (Puebla, 296). CITAS PARA MEDITAR Guía para la Oración La fe: Jn 9, 36-38; Heb 11, 1. Pedir el don de la fe: Mc 9, 23-24; Lc 17, 5. Fe en la mente: Mt 22, 37; Rom 12, 2; Ef 4, 17-24; Heb 10, 16. Fe en el corazón: Ez 11, 19; Ez 36, 26; Rom 10, 8-10. Fe en la acción: Mt 16, 27; Stgo 2, 14-26. El camino de la fe: Mt 17, 19-20; Lc 1, 45; Heb 12, 1-2; 1Pe 1, 6-9. PREGUNTAS PARA EL DIÁLOGO ¿Tienes esa «Fe preciosa» de la que habla San Pedro en 2Pe 1, 1 o tu fe es más bien débil, mediocre? ¿Por qué? ¿Qué opciones erradas permanecen -explícita o subyacente- como guía de tu vida que te apartan de la fe? ¿Qué puedes hacer personal y comunitariamente para crecer en tu fe? ¿CÓMO PUEDO ALIMENTAR MI FE? En una ocasión los discípulos de Jesús, al evidenciarles Él su poca fe, le suplicaron: «aumenta nuestra fe». También nosotros, discípulos del Señor, experimentamos no pocas veces flaquear nuestra fe. Nos puede haber sucedido que, ante la prueba o debilidad, no es tan fuerte como quisiéramos. A veces, incluso, desconfiamos de Dios, nos impacientamos, dudamos de su presencia, de su amor por nosotros y nos hundimos -como Pedro- en las aguas turbulentas de nuestros miedos y temores.
  • 3. Esta circunstancia, sin embargo, no nos debe llevar nunca al desaliento. Por el contrario, sabemos que Dios jamás nos abandonará, y que todo esfuerzo que hagamos por acrecentar nuestra fe se origina en la invitación que Él nos hace constantemente para que nos acerquemos cada vez más a su amor. Ello quiere decir también que la fe, que por don de Dios tenemos, necesita ser alimentada, cultivada, cuidada, como se hace con una pequeña planta. La pregunta que debe urgirnos, por tanto, es la siguiente: ¿cómo puedo alimentar mi fe? PEDIR EL DON Y COLABORAR Ante todo no podemos olvidar que la fe es un don de Dios, y que por lo mismo lo primero que debemos hacer es pedírselo a Él. ¿Por qué no pedirle este don todos los días? Dios da la fe a quien se lo pide de corazón. «Pidan y se les dará», nos dice el Señor Jesús, y también nos recuerda que se le dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan. Cambios impresionantes se pueden dar en nuestra vida con sólo pedírselo a Dios y acoger su gracia. Debemos, entonces, pedir con "terca insistencia" el don de la fe, como lo hizo el padre del muchacho epiléptico: «Creo, ¡ayuda a mi poca fe!». Si poseemos ya el don de la fe, entonces hay que seguir pidiendo al Señor cada día que acreciente nuestra fe, que la haga fuerte, sólida, inquebrantable. Ahora bien, no basta con pedirle incesantemente al Señor que Él nos conceda o aumente nuestra fe. Pedir es lo primero y fundamental, pero poner de nuestra parte es también esencial. La fe recibida como un don necesita por nuestra parte ser cuidada y alimentada para que -con nuestra cooperación libre- este don vaya germinando y creciendo en nosotros. La fe se alimenta sobre todo de la oración diaria y perseverante, nutrida de la Palabra de Dios. Dice San Pablo que «la fe viene por la predicación», es decir, la fe es la adhesión a la palabra del Señor predicada por sus mensajeros y proclamada por la Iglesia toda. En este sentido es fundamental la humilde apertura y escucha del Evangelio del Señor Jesús, en quien encontramos la plenitud de la Revelación, la Buena Nueva de la reconciliación para todos los hombres. Por esto meditar el Evangelio en espíritu de oración, en sintonía con la Iglesia y su tradición, es fundamental. Quien como María sabe escuchar, acoger cordialmente, rumiar y meditar continuamente la Palabra de Dios y su acción en el mundo y en su propia vida, irá creciendo en una fe cada vez más sólida y consistente. La fe se alimenta también de la participación en la Eucaristía. ¿Cómo puede un cristiano nutrir su fe si no se alimenta de Cristo mismo, de su Cuerpo y Sangre? Él ha dicho: «El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en Mí y Yo en él». Es esencial para una rama permanecer unida al tronco, para que no se seque sino que dé fruto abundante, el fruto que procede de la fe y que es la caridad. ¿Cómo podremos amar como Cristo si no estamos unidos a Cristo, si no nos nutrimos de Cristo? Como confesamos en la Misa, el Cuerpo y Sangre de Cristo «es el Sacramento de nuestra fe». La fe se sostiene y purifica gracias a la confesión sacramental. Acudir al Sacramento de la Reconciliación es ya en sí mismo un acto de confianza en Cristo que fortalece nuestra fe. Cuando voy a confesarme estoy creyéndole al Señor, creo que Él transmitió el poder de perdonar los pecados cuando dijo a sus apóstoles: «a quienes ustedes les perdonen los pecados les quedan perdonados ». Y junto con el perdón de nuestros pecados, recibimos la gracia que nos fortalece en nuestra vida cristiana, en la lucha de cada día. Así, la gracia recibida fortalece nuestra fe en la mente, en el corazón y en la acción. QUIEN COMPARTE CRECE La fe no sólo se hace fuerte mediante la oración y los sacramentos, sino que crece muchísimo cuando se comparte. Eso también es muy importante, puesto que no podemos caer en la ilusión de que la fe es -para uno mismo- y que se vive tan solo en lo privado. ¡No! La fe necesita compartirse, sino se marchita. Al compartirla con otros, al convertirnos en portadores del don que hemos recibido en Cristo Jesús, la fe se hace más fuerte en nosotros mismos. Finalmente, si quieres alimentar tu fe, ¡vive la caridad! Como advierte claramente el apóstol Santiago, «la fe, si no tiene obras, está realmente muerta». La fe necesita expresarse en obras concretas, en obras de caridad para con el prójimo. Es muy sencillo: si no luchas por vivir de acuerdo a tu fe, terminarás viviendo como quien no cree: por más que lleves el
  • 4. nombre de "cristiano", vivirás como un agnóstico o ateo. Si queremos que nuestra fe permanezca, crezca y se fortalezca día a día, debemos amar a nuestros semejantes como Cristo nos ha amado, con una caridad afectiva y efectiva. La fe, como nos los pide el apóstol Pedro, nos debe llevar así a la perfección en la caridad. CITAS PARA LA ORACIÓN Pedir el don de la fe: Mt 7,7; Lc 11,13; Mc 9,24. Obrar la fe: Mt 7,21; Stgo 2,17. Compartir la fe: Mt 28,19-20; Mc 16,15. PREGUNTAS PARA EL DIÁLOGO CITAS Luego de leer el texto, ¿de qué maneras concretas consideras que puedes alimentar aún más tu fe? ¿Te identificas con algún pasaje de la Escritura que hable de la fe de los discípulos? "La fe no es que Dios haga lo que yo espero, sino hacer yo lo que Dios me pide". ¿Qué piensas de esta sentencia?