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© Revista Eure, Vol. XXXIV, Nº 102, pp. 77-95, agosto 2008
Sección ARTÍCULOS
eure
Territorio y nuevas ruralidades: un recorrido teórico sobre las
transformaciones de la relación campo-ciudad *
NAXHELLI RUIZ RIVERA** Y JAVIER DELGADO CAMPOS***
** Candidata a Doctora en Estudios del Desarrollo, University of East Anglia
*** Instituto de Geografía, Universidad Nacional Autónoma de México
ABSTRACT Several disciplines have discussed the formal characteristics of rural spaces, as well
as the appropriate concepts for studying their reconfiguration. This essay focuses on reviewing the
approaches to analyze contemporary ruralities and groups them in four categories: a) the sociological-
analytical approaches, which refer to political, social and cultural processes that emerge as a result
of globalization b) the sociological-normative approaches, which intend to understand the causes of
social change in order to propose plans that generate transformation in territories and/or the rural
people lifestyles c) the spatial approaches, which explore the emergence and linkages among cities of
several sizes and their hinterlands and d) the neo-marxist approaches, which study the production
relationships and their effects on the transformation of rural forms. The contents and theoretical
assumptions of these proposals are analyzed to show the underlying different meanings of rurality
and to distinguish different perspectives and methods used by each approach.
RESUMEN En varias disciplinas se presenta una discusión sobre las características formales
de los nuevos espacios rurales, y de las categorías analíticas pertinentes para estudiar su re-
configuración. En este ensayo se revisan las diversas perspectivas de estudio de la ruralidad
contemporánea y los vínculos rural urbanos, agrupadas en cuatro categorías: a) enfoques
sociológicos analíticos de procesos emergentes en la globalización; b) enfoques sociológicos
normativos que buscan entender las causas de los cambios socioeconómicos para proponer in-
tervenciones que impulsen esas transformaciones en los territorios rurales; c) enfoques espaciales
que abordan el surgimiento y vínculos entre ciudades de distinto tamaño y su entorno; y d)
enfoques neomarxistas que analizan las formas de producción y sus repercusiones en lo rural.
Estas propuestas son analizadas para mostrar las formas de problematizar la(s) ruralidad(es),
y diferenciar enfoques y métodos para aproximarse a ellas.
Introducción
Ante la necesidad de repensar e interpretar las formas novedosas de “lo rural”, en diversas
corrientes de pensamiento se ha generado una amplia discusión sobre estos espacios y las
categorías analíticas pertinentes para su estudio (Ávila, 2005, p. 20).
“Nueva ruralidad”, el término más aceptado, se utiliza para describir genéricamente las maneras
de organización y el cambio en las funciones de los espacios tradicionalmente “no urbanos”:
aumento en la movilidad de personas, bienes y mensajes, deslocalización de actividades eco-
nómicas, nuevos usos especializados (maquilas, segunda residencia, sitios turísticos, parques
y zonas de desarrollo), surgimiento de nuevas redes sociales, así como diversificación de usos
(residenciales, de esparcimiento y productivas), que los espacios rurales ejercen de manera
creciente (Arias, 2002, pp. 371-377; Linck, 2001, p. 94).
Ahora bien, la acepción que se da a nueva ruralidad, varía según la disciplina de origen
de quien indaga e incluye a la sociología del desarrollo, la antropología social, la geografía
humana y la economía, así como intentos multidisciplinarios por combinarlas. Los ensayos
que utilizan el término se pueden dividir en descriptivos y analíticos o bien en normativos
de intervención, casi siempre política o productiva (Carton de Grammont, 2008, p. 26;
Kay, 2008, pp. 5-6). Asimismo, el nivel de abstracción asumido varía desde la descripción
de los elementos constitutivos de lo rural como hecho social, hasta una mayor elaboración
conceptual de ello.
En general, asignarle tan distintas acepciones conceptuales al mismo término, debilita su ca-
pacidad explicativa. A pesar de los intentos recientes por consolidar teóricamente el concepto
de nueva ruralidad, entre los que destacan los realizados por Llambí y Pérez (2007), Gómez
(2008) y Ávila (2008), los marcos teóricos que se utilizan para sustentarla no confluyen en el
mismo camino. Ello carga de ambigüedad a las discusiones, pues no siempre queda claro si se
trata del análisis territorial de la ruralidad (y la escala involucrada), de los procesos sociales que
la componen (Ramírez, 2003b, p. 53) o de las políticas de desarrollo necesarias para superar
los problemas que enfrentan estas sociedades y territorios.
Cierto que aún es necesario recurrir a los indicadores convencionales de la ruralidad, ta-
les como la densidad de población, el tamaño de la localidad, la dispersión o el peso de
actividades primarias. Sin embargo, estas nociones son ya insuficientes para entender la
complejidad de la ruralidad actual, que incluye temas como las dinámicas y espacios de
transición territorial entre el campo y la ciudad y el estudio de las periferias urbanas. Es ya
improrrogable explorar las nuevas condiciones de los espacios tradicionalmente considerados
como rurales (aquellos con antecedentes económicos y culturales en actividades primarias y
alejados de centros urbanos y metropolitanos) y que alojan, en forma creciente, actividades
productivas secundarias y terciarias, que transforman las características y manifestaciones
tradicionales de su ruralidad. Para ello, haremos un recorrido por las discusiones recientes
más significativas sobre la relación campo-ciudad y los intentos por redefinirla. A partir de
ello, se precisan las concepciones más recurrentes sobre las nuevas ruralidades así como el
alcance y utilidad de cada una de ellas.
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En estos enfoques prevalece el interés por visualizar las estrategias de los actores sociales ante
el cambio productivo del mundo rural, en términos de los procesos políticos, sociales y cultu-
rales que enfrentan. En particular, destaca su énfasis en la fragmentación y homogeneización
características de la globalización, como expresión actual de la modernidad capitalista. Una
buena parte de los autores que recurren al término de nueva ruralidad o incluso el de rusti-
cidad, se pueden incluir aquí.
Acuñado en los años noventa por la socióloga argentina Norma Giarracca (Giarracca, 1993, citada
en Kay, 2008, p. 3), las primeras elaboraciones sistemáticas de nueva ruralidad se propusieron
en el contexto del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), en Argentina
y en el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) en Costa Rica,
especialmente en los trabajos compilados por Giarracca (2001) y Echeverri y Ribero (2002),
aunque otros autores habían ya comenzado a explorar este ámbito anteriormente (Carton
de Grammont y Tejera, 1996). A estos trabajos iniciales siguieron los significativos esfuerzos
realizados por grupos de trabajo de la Pontificia Universidad Javeriana en Colombia, entre
los que destacan las compilaciones de Pérez y Sumpsi (2002), Pérez y Farah (2004), Pérez,
Farah y Carton de Grammont (2008). Ellos parten del supuesto de que las características
que tradicionalmente han definido la ruralidad -baja densidad, predominio de actividades
primarias y una vida cultural solidaria- son insuficientes para describir la situación actual de
las áreas rurales en la mayor parte de América Latina, ante la desagrarización del campo y su
inserción en la dinámica agroalimentaria mundial.
De acuerdo con Kay (2008, pp. 5-6), son tres las acepciones de nueva ruralidad como ex-
plicación de: i) la diversificación económica en el ámbito rural, derivada de la globalización;
ii) las estrategias de gestión necesarias para alcanzar metas de desarrollo rural, tales como la
competitividad económica, la sustentabilidad ambiental, la equidad de género o la reducción
de la pobreza, y iii) un proyecto post-capitalista comunitario (Barkin, 2001 y 2004). En las
dos primeras, en particular, se recurre a descripciones de las sociedades rurales típicas de la
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antropología, la economía y la sociología del desarrollo rural. Muchas de ellas se realizan bajo
un enfoque normativo y, en ocasiones, territorial, lo que ha dado origen a una crítica sobre la
ambigüedad y validez del concepto.
En el primer grupo, destaca el interés por la relación local–global que se manifiesta en los
territorios y sociedades rurales, con énfasis en el papel de los actores sociales involucrados.
Autores como Llambí (1996) y Long (1996) proponen entender la globalización como un
“proceso socialmente construido y constantemente renegociado” (Long, 1996, p. 61) y no
como algo que deba suceder fatalmente. El análisis a dos escalas (global-local) permite entender
tanto los procesos generales y estructurales de la producción económica y de las instituciones
como las nuevas condiciones particulares en cuanto a recursos, actores sociales, marcos de
conocimiento y formas locales de organización.
Bajo esta perspectiva sociológica, el abordaje de lo local se puede resumir en las nociones de
localización y relocalización. La localización es la modificación compleja de las formas locales
de organización y saberes preexistentes, como resultado del cambio en las condiciones externas,
mientras que la relocalización es el resurgimiento de compromisos locales y la reinvención o
creación de nuevas formas sociales locales de resistencia ante las tendencias globales (Long,
1996, p. 62). Ejemplos particulares de estos cambios son los efectos de la ciencia y la tecno-
logía en la agricultura, como la flexibilización y precarización de la fuerza de trabajo rural
subordinada a formas globales de producción. En este sentido, autores como Lara y Chauvet
(1996, p. 23) critican las posiciones que atribuyen a la globalización un poder homogenei-
zador y proponen revalorar el papel que pueden jugar los actores locales o relocalización, en
términos de Long.
Dentro de los enfoques sociológicos, otra propuesta que recurre a elementos de análisis simi-
lares a la nueva ruralidad, es la llamada rusticidad (Arias, 1992; Ramírez y Arias, 2002). En
ésta se parte del análisis de las nuevas relaciones de producción que diversifican las actividades
productivas -industriales y terciarias- en el campo, cuando se articulan con redes de produc-
ción en ciudades medias o áreas metropolitanas cercanas. Arias (2005, p. 129) resume lo más
relevante de este enfoque en: a) la forma en que ciertos grupos locales enfrentan las tendencias
y metamorfosis asociadas a la globalización, b) su habilidad para reelaborar y readecuar las
trayectorias locales de acuerdo a las tendencias de la economía y el mercado y, c) cómo esos
grupos han logrado redefinir su especialidad y rediseñar sus articulaciones espaciales. Así, la
rusticidad se interesa por la invención de las nuevas modalidades de organización social mien-
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tras que la nueva ruralidad observa mejor las prácticas culturales que llevan a una apropiación
particular del territorio, enfatizando los usos diferenciales de tiempo y espacio.
Desde otro ángulo analítico, Delgado (2003) plantea un sentido más restringido pero diferente
de la nueva ruralidad. Para este autor, la nueva ruralidad es “el proceso político, institucional,
social y cultural asociado a la rurbanización, centrado en las prácticas y estrategias de los
actores en la globalización y en las nuevas localizaciones”. Se trata de una definición similar
a la de nueva ruralidad pero circunscrita a un ámbito espacial específico, asociándola exclu-
sivamente con los espacios rururbanos -cuya definición veremos más adelante- mientras que
en las otras acepciones el ámbito espacial del proceso no se considera como parte sustancial
de su definición.
Bajo los enfoques normativos se estudian los nuevos procesos rurales no sólo en cuanto a su
génesis y características propias como en el bloque anterior sino, además, se proponen programas
y formas alternativas de intervención. Una forma de entender los cambios en las formas rurales
de producción y los vínculos entre campo y ciudad, es a partir de la recuperación reciente
de la vieja teoría de los ciclos económicos de Schumpeter (1982), en donde se explican los
grandes cambios en la producción gracias a la adopción de innovaciones tecnológicas. Una vez
maduradas, tales innovaciones tenían una influencia profunda en toda la estructura social a
través de la creación de múltiples sistemas para mantener la nueva organización del trabajo.
Un ejemplo de este enfoque se puede ver en Solleiro y del Valle (1994), quienes identifican
tres de estos ciclos en la producción agrícola mexicana: a) el primero constituido por el
repartimiento masivo de tierras impulsada por la Reforma Agraria en los años treinta; b) el
paradigma de la Revolución Verde –mejoramiento de semillas y métodos de cultivo-, a partir
de los años cuarenta, y c) la internacionalización neoliberal, caracterizada por la penetración
de las empresas transnacionales y la agroindustrialización de la producción orientada prin-
cipalmente a mercados externos (Solleiro y del Valle, 1994, pp. 16-18). La transición del
primero al segundo ciclo se habría caracterizado por la dominación del sector industrial sobre
el agrícola, gracias a la transferencia de tecnología, lo que profundizó la polarización social
existente entre diferentes productores. Posteriormente, la transición del segundo al tercer
ciclo se habría debido a la pérdida de vigencia del anterior paradigma tecnológico industrial
sustentado en el petróleo, y su sustitución por el predominio de los sectores electrónicos y
la informática (del Valle y Lina, 1994, p. 53); de donde se desprende que la mayoría de las
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Es el caso del Desarrollo Territorial Rural (DTR), propuesto por Alexander Schejtman y Julio
Berdegué en el contexto del Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural (RIMISP)
en Chile. El DTR es una iniciativa de investigación aplicada para impulsar “un proceso de
transformación productiva e institucional en un espacio determinado”, con el fin de reducir
la pobreza rural (Shejtman y Berdegué, 2004, p. 4). El DTR se presenta como un proyecto de
desarrollo rural, que busca articular el territorio rural a los mercados con base en la competi-
tividad local (competitividad sistémica), junto con la institucionalidad incluyente (centrada
en generar acuerdos entre actores y con ello, activos y recursos) y una visión territorial más
regional, como fuente de alivio a la pobreza, con horizontes de mediano y largo plazo.
El DTR tiene como bases teóricas el llamado Desarrollo Económico Local derivado de la
literatura sobre clusters y contextos competitivos junto con la literatura sobre economía
institucional cercana a algunas de las teorías de generación de capital social. En términos
conceptuales, el DTR se apoya en los conceptos de economías de escala, entornos de apren-
dizaje y gobernanza como los ejes alrededor de los cuales deben fundamentarse las estrategias
de desarrollo rural.
Además del DTR, existe una segunda acepción normativa de nueva ruralidad, distinta a las
anteriores. En esta nueva ruralidad normativa se analizan tres factores principales asociados al
territorio: la economía, la institucionalidad y los ámbitos de acción de la política (Echeverri y
Ribero, 2002, pp. 18-20). Visto así, la nueva ruralidad se aplica principalmente a la gestión de
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territorios rurales, con especial interés en la revalorización del territorio y en superar la pobreza
de sus habitantes, garantizar su carácter sustentable e implementar reformas institucionales y
económicas (Pérez, 2001, p. 19; Pérez, 2002, p. 27). Para ello, sugieren la descentralización
e integración a los mercados globales a través de la diversificación de bienes y servicios, del
incremento en la productividad y rentabilidad, así como en la inversión en innovaciones
tecnológicas.
En estas dos propuestas (nueva ruralidad normativa y Desarrollo Territorial Rural) se asume
también una postura teórica sobre las causas del surgimiento de la nueva ruralidad aunque
no profundicen en ellas. En el caso del DTR, el ámbito explicativo del cambio es su dinámica
productiva y, por lo tanto, las políticas deberían orientarse al mejoramiento del ámbito pro-
ductivo; las reformas institucionales o que buscan refuncionalizar los vínculos rural-urbanos,
son ejemplos de ello. Esta acepción de nueva ruralidad enfatiza también la importancia de
otras dimensiones, como el uso de recursos naturales o el cambio en las relaciones de género,
aunque sólo DTR ha concretado programas de investigación e intervención de acuerdo con
sus principios teórico-metodológicos (RIMISP, 2008).
Tras la revisión de estos dos tipos de enfoques sociológicos (analíticos y normativos), lo que se
entiende por nueva ruralidad, vínculos rural-urbanos y desarrollo rural varía en contenido como
en su grado de abstracción y finalidad (explicativa o normativa). En las primeras propuestas
de Giarracca y Echeverri y Ribero se utilizan en sentido descriptivo, como un diagnóstico de
los cambios más relevantes de la ruralidad en el contexto de la globalización. Otros autores
proponen diferentes conceptos –sociológicos, económicos-, para abordar la relación global-
local y cómo los procesos sociales, en ambas escalas, determinan la llamada nueva ruralidad.
La perspectiva de rusticidad se refiere también a un proceso cultural de transformación de la
relación entre la organización productiva y los actores sociales, pero sin el énfasis en la globa-
lización como los anteriores. La propuesta de Delgado abre la vertiente espacial de la nueva
ruralidad, relacionándola con la rurbanización, que pone el acento en la coexistencia de ambos
términos, antes que su oposición. En este primer subconjunto, la interrogación del territorio,
desde el punto de vista de sus particularidades espaciales, está ausente o es muy general.
En cambio, en los enfoques normativos del segundo subconjunto, el territorio rural tiene una
mayor centralidad y se considera crucial para el desarrollo. En el caso del DTR, en particular,
se consideran la interacción global-local y el rol de los agentes en los procesos económicos y
políticos. Sin embargo, dado que el objetivo primordial de estos enfoques es la intervención
territorial –la idea de competitividad como meta económica y política- recurren más a la
literatura sobre desarrollo económico regional y sobre la construcción formal e informal de
la institucionalidad entre diferentes actores y grupos sociales. En este sentido, los enfoques
normativos se apoyan en el vínculo rural-urbano para la obtención de sus objetivos; incluyendo
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a las ciudades dentro del área de influencia de los territorios rurales, en tanto que dinamizan
y generan los procesos económicos sustantivos para una ruralidad reconstruida.
Los ensayos de este segundo grupo llenan un hueco importante, pero al igual que los anteriores,
recurren a una diversidad de términos para referirse, básicamente, al mismo proceso.
Se puede decir que en este tipo de análisis se parte del modelo fundacional para abordar la
relación espacial entre campo y ciudad: el modelo centro-periferia. Este modelo fue propuesto
por H. Von Thünen en 1826, y consiste en un tipo ideal de espacio dividido en cinco anillos
concéntricos alrededor de una ciudad central. En cada uno de estos anillos se alojan, prefe-
rentemente, diferentes productos primarios que demanda la población de la ciudad, consi-
derada como su mercado “natural”. Dado que la ubicación de tierra productiva es discreta y
que la productividad agrícola se supera sólo mediante una intervención tecnológica, la renta
de la tierra disminuye conforme aumenta la distancia al centro en función de los costos de
transporte. Así, los productos más perecederos y más caros se ubican en el primer anillo, más
cercano a la urbe, seguidos de los bosques, el cultivo de cereales y la cría de ganado, seguidos
de una supuesta tierra “sin utilidad” (wasteland).
Dentro de esta perspectiva fundacional, se han elaborado recientemente otros modelos espaciales
como el de la Urbanización diferencial, el de Estadios de Desarrollo Urbano, la Periurbanización
y la Rurbanización. El recorrido por estos modelos es clave porque en todos ellos se reflexiona
sobre la relación espacial entre campo y ciudad. De ahí ha nacido una amplia terminología,
desde los términos más convencionales como conurbación, suburbanización y desconcentra-
ción, hasta los más recientes como periurbanización, rurbanización y urbanización difusa. El
problema es que sus referentes empíricos y conceptuales no siempre han sido explícitos.
urbana. Ambos conceptos provienen del modelo de región funcional o nodal de Christaller,
cuyo centro es la funcionalidad y transformaciones del sistema de ciudades.
El concepto de contraurbanización fue sugerido por primera vez para explicar la disminución
de las tasas de crecimiento experimentada en las ciudades estadounidenses durante los años
setenta, cuando los mayores centros urbanos perdieron población absoluta (Berry, 1976).
Las primeras interpretaciones de ese cambio inesperado (en la literatura predominaba la
idea de una “urbanización sin fin”, como por ejemplo en la ekumenópolis de Doxiadis) lo
consideraron como “una ruptura sin precedente con el pasado” (Vining y Strauss, 1977). No
obstante, esa ola de descentralización no significaba el fin de la ciudad -implícito en la idea
de contraurbanización-, sino que se ésta se extendía y derramaba sobre otros centros urbanos
intermedios cercanos lo que, a su vez, fue interpretado como una reversión de la polarización
por Richardson (1980), más que una ruptura definitiva con la ciudad principal.
Uno de los méritos del Modelo de la Urbanización Diferencial fue hacer compatibles ambas
explicaciones y no considerarlas como contrapuestas como generalmente se hace. La idea de
la urbanización diferenciada consiste básicamente en visualizar los cambios como un conti-
nuum urbano-urbano, a través de tres grandes periodos (ciudad principal, ciudad intermedia
y ciudad pequeña, divididos en seis fases diferenciadas), que se caracterizan espacialmente
por la aparición y madurez del suburbio y por procesos de descentralización hacia ciudades
intermedias, primero dentro de la región y luego en regiones vecinas (Geyer y Kontuly, 1993,
pp. 160-164).
Otra variante del modelo tradicional centro-periferia es el Modelo de Estadios de Desarrollo Urbano
(Berg, 1982) que busca conciliar las escalas urbana y regional involucradas en los procesos de-
mográficos y económicos presentes en el cambio de los antiguos espacios rurales. Este modelo
consta de cuatro fases: a) Urbanización, b) Suburbanización (desconcentración intrarregional
y construcción de espacios periurbanos cercanos), c) Desurbanización (desconcentración
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Tras los fauxbourgs está situado el banlieue pavillonaire (es decir, habitacional). El banlieue
fue también una institución medieval para designar amplias extensiones de suelo rural bajo la
jurisdicción de un landlord o propietario. En Francia, entre 1920 y 1960 fueron construidas
en esta segunda corona viviendas para población de bajos ingresos. Por su parte, la zona pe-
riurbana ha sido construida sobre ambos espacios históricos, tanto fauxbourg como banlieue
y se caracteriza por una compenetración entre espacios urbanos y rurales. Steinberg propuso
los siguientes seis factores como las causas de este fenómeno: a) altas tasas de crecimiento
poblacional, b) migración rural, c) el impacto del automóvil, d) migración intraurbana del
centro a la periferia, e) la planeación de polos urbanos de crecimiento, planeados en la periferia
como nuevas ciudades, centros comerciales, universidades o parques tecnológicos, y f ) sitios
turísticos y recreacionales.
El concepto de espacios periurbanos ha tenido particular relevancia para estudiar las áreas de
transición rural-urbana ligadas a las metrópolis. La periurbanización se refiere a la emergencia
y consolidación de un cinturón rural-urbano, que implica cambios en el uso de suelo tales
como nueva vivienda y la relocalización de actividades económicas, y nuevas configuraciones
de transportes y comunicaciones. En forma creciente, la población que vive en los poblados
-con características más bien rurales en el periurbano-, trabaja en la ciudad central, a lo que
Bauer y Roux (1975) llamaron rurbanización o Monclus, ciudad difusa. Aquellos usaron el
término de ville eparpillé (ciudad desparramada), lo cual es irónico ya que el atributo más
conspicuo de la ciudad siempre fue su supuesta concentración física y social.
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Sin embargo, el término periurbano se aplica de formas diversas aun en Europa. Por ejemplo,
en un estudio sobre el periurbano de Europa Occidental, Banzo (2005, p. 209) propone
entenderlo como espacio geográfico y la periurbanización como forma de vida. Esto implica
una mayor atención a la relación entre la población y el espacio, más que a la morfología o
construcción del territorio mismo. Si bien se subraya que la periurbanización responde a una
dinámica espacial particular, Banzo se aleja de la propuesta anterior al descartar el periurba-
no como un tipo de territorio. Esta opción desecha el estudio de la morfología territorial, y
particularmente el problema de los límites o la forma del periurbano, al presentarlo como un
falso problema. En su lugar se centra en las formas de vida resultantes de los procesos vincu-
lados a ese espacio y, particularmente, en la gobernanza, ordenamiento y gestión ambiental
de esos territorios mixtos, habitados por grupos sociales diversos. Esta perspectiva analítica
-más sociológica que espacial-, la vincula con los trabajos del primer bloque que utilizan la
noción de nueva ruralidad (desde su acepción normativa), aunque desde un punto de partida
diferente y bajo otros supuestos teóricos.
Por lo anterior, algunos autores han utilizado, como complementarios, los términos rurbanización
y nueva ruralidad: esta última está constituida por procesos que suceden sólo en los espacios
de la rurbanización; todo el espacio alrededor de una ciudad es periurbano, pero sólo los que
alojan nueva ruralidad, son rururbanos (Delgado, 2003, p. 15). Por eso mismo, en algunos
textos franceses ambos términos se utilizan para describir procesos similares y se usan de forma
indistinta (Linck, 2001, p. 91). Estos modelos se refieren a procesos que se desenvuelven en
diversas escalas, entre lo urbano y lo regional, sin hacer explícito el cambio metodológico del
cambio escala. La transposición de atributos de una escala a otra es la principal crítica a este
tipo de enfoque (Ramírez, 2003, p. 53).
Tras este breve recorrido sobre los modelos espaciales, se observa que los dos primeros (Modelo
de Urbanización Diferencial y Modelo de Estadios de Desarrollo Urbano), aunque suponen
–como en Von Thunen- un espacio plano, con visibles intersticios entre las áreas urbanas que
no logran caracterizar, representan un aporte sustancial para explicar el surgimiento y vínculos
entre ciudades pequeñas y medianas, las dinámicas de sus áreas cercanas y de las grandes ciu-
dades, a través del estudio de la desconcentración y los procesos migratorios. Estos modelos
permiten referenciar algunas formas de relación rural-urbana en un contexto más amplio:
la dinámica demográfica de los sistemas de ciudades a los que se vinculan. Sin embargo, es
necesario reconocer las limitaciones que estos modelos tienen para incorporar y explicar los
espacios no urbanos, los cuales representan espacios abstractos, no territorios.
Por otro lado, las nociones de rurbanización y periurbanización presentadas en esta sección
cambian de objeto de estudio, aunque éste tampoco es consistente y varían desde el territorio
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como uso de suelo, hasta las dinámicas culturales y políticas que se generan e influyen en la
conformación geográfica de esos contextos. Estas variaciones son una manifestación más de
la necesidad de buscar explicaciones a la transición entre lo urbano y lo rural, pero también
de las carencias teóricas metodológicas para definir adecuadamente las escalas, causas y carac-
terísticas propias de estos espacios.
En la teoría del Vínculo Industria-Agricultura se equipara lo rural con lo agrario y se parte de una
relación entre la industria y la agricultura como una “relación de subordinación y de dominio”
basada en el desarrollo desigual entre ambos sectores y cuya consecuencia más importante es
la aparente desagrarización del campo (Rubio, 2001, p. 8). Esto se debe a una subordinación
excluyente, noción económica que explica la marginación de la producción campesina por la
agroindustrial, dentro del proceso de reproducción del capital, lo que ocasiona la exclusión
de sus productores. La subordinación excluyente explica el proceso de cambio rural a través
de la teoría económica marxista sobre la estructura económica agropecuaria, a diferencia de
los modelos anteriores que se centran en la dimensión espacial del cambio rural.
Para otros autores de este último grupo de análisis, los intentos por revisar los conceptos so-
ciológicos y de los modelos espaciales para explicar el cambio rural, son innecesarios (Pradilla,
2002). Este autor sostiene que la particularidad de los procesos hace imposible su generalización.
Los estudios rurales, según esta perspectiva, deben hacerse a partir de estudios de caso que
apliquen finalmente los instrumentos teóricos del análisis marxista existentes. Según Pradilla el
análisis de los procesos actuales no requiere de nuevos conceptos, endebles, sino de un retorno
a las teorías clásicas que, actualizadas ante los procesos actuales, expliquen integralmente los
fenómenos de la globalización.
En esta perspectiva, las transformaciones rurales no son producto de la llamada nueva rurali-
dad, sino de la culminación del proceso de descampesinización ya planteado por la sociología
rural marxista latinoamericana. La descampesinización es la desaparición gradual del campesino
(se supone que se refiere al pequeño productor, dueño de la tierra y que no se inserta en las
formas de producción agroindustriales), producto de las formas “que no funcionan en el ciclo
de acumulación del capital, ahora globalizado” (Pradilla, 2002, p. 5) y del cambio tecnológico
general.
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Otro ejemplo de caso de estudio bajo esta perspectiva lo ofrece De Teresa con su análisis de
la producción de henequén (planta fibrosa de la familia agavácea) en Yucatán. En esta región
del este mexicano, se ha cultivado el henequén históricamente, bajo distintas modalidades.
Primero, la colonización española subsumió las formas prehispánicas de producción en las
haciendas. Con la revolución agraria mexicana del siglo XX, se introdujo una diferencia
productiva entre la forma ejidal y la privada, que sólo fue puesta en crisis por la producción
de fibras sintéticas en el mercado mundial (De Teresa, 1992, pp. 71-73). Posteriormente, se
introdujo un importante cambio tecnológico con la intervención del Estado para controlar
los créditos, el precio de la fibra, la organización de la producción y por lo tanto, también, su
productividad, todo ello a través de un organismo paraestatal creado ex-profeso (De Teresa,
1992, p. 80). En este caso no se habla propiamente de fases sino de formas de producción, en
el sentido marxista, las cuales ocurren durante un periodo histórico particular.
En esta misma línea, una aportación consistente es la de Ramírez (1995; 2000; 2005) quien,
sin abandonar el esquema analítico marxista, asocia las diferentes lógicas económicas de los
actores involucrados en la relación campo-ciudad con la readecuación de la influencia de
sus escalas geográficas. Para Ramírez, la urbanización del campo es una forma que adopta el
sistema de producción rural en su redefinición ante los procesos de internacionalización de
la economía. Formas, además, diferentes en cada momento histórico. Se trata del traslado,
característico del postfordismo, de la industria a zonas rurales, en donde el interés conceptual
por nociones como el trabajo a destajo y de organización familiar, fluctuación de los salarios
e inestabilidad en el empleo, desplaza la importancia asignada en otras perspectivas, a las
migraciones como factor explicativo de la relación campo/ciudad. Un esfuerzo particular que
hay que abonar en su cuenta, es el de señalar la importancia de las escalas geográficas para
entender el funcionamiento de las distintas lógicas discernidas.
Otro intento por explicar los cambios recientes en las zonas rurales y la relación campo-ciudad
es la Desruralización de Wallerstein (2001, 2002). Para este autor, en el contexto actual de la
economía-mundo, las dos principales estrategias del capital global para superar la crisis cíclica
de largo plazo son la valorización de los recursos naturales y la urbanización del campo a través
de la desruralización. Las diferencias existentes entre campo y ciudad y entre centro y periferia
-dentro de la propia ciudad como entre regiones centrales y periféricas-, cumplen un papel
clave en la teoría marxista -y por ello sorprende su desinterés por los modelos espaciales-, pues
explican una de las principales contradicciones estructurales del capital, a saber, el del límite
de la proletarización completa de la fuerza de trabajo.
Ahora bien, mientras que en las áreas centrales del capital global la fuerza de trabajo modernizó
y amplió su capacidad de consumo, en las periferias se reproducía en unidades domésticas
semiproletarias. Aquí es donde entra la idea de la desruralización como salarización a la baja
de aquella fuerza de trabajo que todavía se mantiene en actividades económicas de subsisten-
cia, aunque sea temporalmente. Se integra a la economía monetarizada por un (bajo) ingreso
salarial (sin prestaciones), a condición de que su reproducción continúe dentro de unidades
domésticas (sin servicios) en áreas no urbanas, que no implican costos de urbanización y no
están sujetas a normatividad ambiental o salarial o bien no se aplica. Así, la desruralización
permite recuperar las tasas de ganancia y garantizar el proceso de acumulación de capital.
Pero, y esa es una de las aportaciones significativas de Wallerstein, el mundo es finito y, por
lo tanto, los espacios rurales por desruralizar también lo son y están principalmente en los
países de la periferia.
Conclusiones
A lo largo de este artículo hemos revisado las continuidades y diferencias entre los distintos
enfoques sobre las sociedades y los territorios rurales y las propuestas de desarrollo discernidas.
Los distintos enfoques se desprenden de esfuerzos interdisciplinarios, con distintos grados de
éxito en cuanto a la calidad y coherencia de la síntesis teórico-metodológica que presentan,
por lo cual ha sido necesario explorar y comparar los variados objetos de estudio a los que se
refieren (procesos sociales, territorios o propuestas políticas).
Los trabajos de los primeros dos grupos bloques abordan los dilemas generados por los cambios
en la producción, consumo y las relaciones políticas entre agentes, no sólo en las áreas rurales
propiamente dichas sino también en las zonas de transición rural-urbana. Estas zonas revelan
las intensas contradicciones y desigualdades sociales y territoriales entre ambos espacios. En este
marco, las diferentes percepciones disciplinares del cambio social se entremezclan, generando
sugerentes narrativas sobre los actores y sus relaciones a diferentes escalas pero todavía no gene-
ran un cuerpo conceptual único. En algunos casos (nueva ruralidad, DTR) llevan a propuestas
de intervención para afrontar los múltiples problemas de pobreza, desigualdad, inequidad
Ruiz y Delgado/TERRITORIO Y NUEVAS RURALIDADES. UN RECORRIDO TEÓRICO... 91
Por otro lado, los modelos espaciales sin actores explican las interacciones territoriales a través
de mecanismos como la fricción de la distancia, el precio y uso del suelo, con un concepto de
espacio bidimensional y un modelo de causalidad claro y simple, pero sin problematizar las
causas (económicas o políticas) que influyen en los cambios territoriales.
Por su parte, los ensayos neomarxistas, uno de cuyos méritos es la exigencia crítica de cohe-
rencia teórica tienen, sin embargo, pocos mecanismos para vincular el sustrato marxista con
elementos que, sin vulnerar su consistencia conceptual, enriquezcan su análisis y lo alejen
del determinismo deductivo que caracteriza a algunos de sus análisis empíricos. Asimismo,
con excepción de Ramírez, en la literatura latinoamericana hay pocos intentos por vincular
explícitamente el análisis neomarxista de los fenómenos rurales con planteamientos de carácter
espacial o territorial en donde éste no sea reducido a un mero escenario. Esto se explica, en parte,
por la incompatibilidad que las diferentes aproximaciones al territorio tienen en el plano de la
intervención política. Por ejemplo, la nueva ruralidad y el DTR suponen que para combatir
la pobreza y la desigualdad se requieren medidas que aseguren la inserción competitiva, en
los mercados globales, de las sociedades y territorios rurales. En cambio, bajo una perspectiva
neomarxista, las mismas desigualdades territoriales son consecuencia de la dinámica de aquellos
mercados globales, por lo que para revertir esa situación se requieren mecanismos de inter-
vención más radicales y estructurales, dirigidos a la generación de alternativas al capitalismo
y a combatir el debilitamiento de los Estados-nación, entre otras medidas.
En ese sentido, a partir de este ensayo se perfila la necesidad de profundizar el diálogo interdis-
ciplinario, pues es claro que cada quien habla en el lenguaje especializado que conoce, bajo el
tratamiento metodológico largamente aprendido, para referirse al mismo proceso y al mismo
territorio. Hace falta hacer explícitos y profundizar en los vínculos teóricos y metodológicos
que cada enfoque disciplinar implica, y poner de manifiesto tanto sus alcances explicativos
como sus incompatibilidades internas, dado el caso. Sin esto, la diversidad de aproximaciones
conceptuales y la heterogeneidad en sus características epistemológicas perderán fuerza para
explicar coherentemente no sólo los vínculos rural-urbanos, sino la naturaleza de las diversas
ruralidades latinoamericanas.
Otras posturas que tienen antecedentes teóricos más claros, como el DTR y el neomarxismo,
requieren de un mayor reconocimiento autocrítico de sus limitaciones conceptuales y las
implicaciones políticas que dichas posturas conllevan. Sin este reconocimiento, se corre el
riesgo de forzar las explicaciones de los fenómenos reales a los moldes teóricos, como ya ha
sucedido anteriormente. En ese sentido, es válido regresar críticamente a los cuerpos teóricos
fundacionales para recuperar sus elementos explicativos más robustos y su coherencia, a con-
92 Eure, Vol. XXXIV, Nº 102, pp. 77-95, agosto 2008
dición de identificar cuándo y por qué resultan insuficientes para explicar las nuevas realidades
y reconocer claramente sus potenciales consecuencias políticas.
Este trabajo pretende haber contribuido a bosquejar un mapa conceptual que oriente la tarea
de comprender la diversidad de los territorios rurales y los vínculos entre diferentes sociedades
y espacios. Esta exploración conceptual no es menor, ya que detrás de cada postura teórica
subyace una política, con imaginarios y mecanismos de intervención propios, con importantes
consecuencias para la vida presente y futura de los habitantes, ya nunca más, rurales.
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